36 HOMILÍAS PARA LA NAVIDAD
MISA DEL DÍA
(10-13)

 

10. CR/HIJOS DE DIOS

-Hijos de Dios

El gran regalo que Dios nos trae es el «poder para ser hijos de Dios». Si la gran revelación es que Dios es Abba, la gran donación es que podamos ser hijos. Cómo será esto posible es difícil de explicar. Habrá que volver a nacer, habrá que recibir otro aliento de nueva vida, habrá que incorporarse o identificarse con Cristo. Parece que nos hemos acostumbrado a estas realidades insospechadas. ¿O es que no lo acabamos de creer? ¿Qué pasaría si saliéramos por ahí gritando entusiasmados: yo soy hijo de Dios, yo soy hijo de Dios?

Ser hijo de Dios. Si se trata de algo más que de una metáfora, quiere decir que algo de Dios se nos comunica, algo de su misma vida se nos transmite. Entonces, el valor «hombre» cambia por completo. El hombre ya no será un eslabón más en el proceso de la vida, sino que supera y trasciende todo el orden natural. La punta de la flecha vital es incandescente y se lanza hacia el infinito. La vida del hombre, la verdadera vida del hombre, no viene de abajo, sino que se regala desde arriba. El hombre verdadero "no ha nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios». La verdadera vida del hombre no viene por generación, sino que es un don.

Que ¿cómo nacemos de Dios? Algo de eso preguntaba el viejo Nicodemo. ¿Quién puede penetrar en el proceso de la generación divina? "Si al deciros cosas de la tierra, no creéis, ¿cómo váis a creer si os digo cosas del cielo?» Si no entendemos los misterios de la naturaleza, ¿cómo vamos a entender los misterios de Dios? De todos modos, Jesús hablaba de un nacimiento por medio del Espíritu. Así como el Espíritu Santo fecundó sobrenaturalmente a María, así a nosotros nos transmite parte de la vida divina, haciéndonos hijos por participación. El que es Dios, alienta en nosotros la vida de Dios. Diríamos que es una generación permanente, en la medida en que el Espíritu vive en nosotros y nos está comunicando su misma vida. Diríamos que la nuestra es como una prolongación en el tiempo de la eterna generación del Hijo de Dios. Es decir, cuando Dios engendra al Hijo y le comunica toda su vida en el Espíritu, ya está pensando en todos sus hijos, a los que quiere hacer partícipes de esa misma vida. Cuando Dios dice «Hijo mío», está diciendo también: «Hijos míos», todos sois hijos míos.

-Hijos en el Hijo. Diríamos también que nuestra filiación divina se produce en la medida que nos unimos e incorporamos a Cristo. Si El es el Hijo; injertados en El, seremos hijos. También aquí actúa el Espíritu. El es el que hace el injerto. Injertos de vida divina, injertos cristificados, injertos de filiación.

Que ¿qué es la vida de Dios? Y ¿qué puede decir el hombre sobre la vida de Dios? También aquí podríamos decir aquello que «el que habla no sabe y el que sabe no habla». La vida de Dios es inefable. Quien tiene alguna experiencia de Dios prefiere guardar silencio. A lo más, se queda balbuciendo, como los místicos. Para saber algo de lo que es la vida de Dios, tendremos que recurrir a los místicos, y, sobre todo, tratar de comprender lo que fue la vida de Cristo. Todos hablan de que la vida de Dios es un amor sin límites, que el Espíritu de Dios es un Amor que se ha derramado en nuestros corazones, que Cristo vivió, murió y resucitó en y para el amor. Entonces, el Hijo de Dios es el que participa de alguna manera en esta vida de amor, el que se deja amar por Dios, el que prolonga el amor de Dios, el que deja al Espíritu que dentro de su alma respire amor; el que vive como Dios. Que ¿a qué nos obliga el ser hijos de Dios? Obligar quizá no sea la palabra adecuada, porque los hijos no actúan por obligación, sino por necesidad. El hijo necesita decir muchas veces "Padre", y lo repetirá como un eco del Abba eterno que el Hijo dirige al Padre. El Hijo confiará, y amará y vivirá para el Padre. El Hijo reconocerá a los hermanos, y los tratará como tales. Ah, qué gran familia la de los hijos de Dios. ¡Ah, si todos llegáramos a ser hijos de Dios!

Pero «el mundo no la recibió», comenta amargamente el evangelista. Entonces el hijo trabajará para que todos crean en el Hijo, y lo reciban y lleguen a ser todos hermanos, y el mundo se bañe en fraternidad y no haya más distinción entre los hijos y los hombres y los hijos de Dios. Y cuando todos sean hijos en el Hijo, el Reino de Dios se habrá consumado.

CARITAS
UNA CARGA LIGERA
ADVIENTO Y NAVIDAD 1987/87-2.Págs. 130 ss.


11.

-Navidad.

El mayor enemigo de la vida, y de la fe, que es vida, es la rutina. Todos nuestros ideales, nuestros mejores sueños, nuestros buenos propósitos se van devaluando con el paso del tiempo, porque nos acostumbramos, es decir, reducimos a costumbre lo que es vida y fuerza para vivir. Y así también nuestra fe, fuerza de Dios y fuerza del creyente, se puede trivializar en meras creencias, haciendo que nuestra vida cristiana se torne gris: siempre lo mismo, otro año más Navidad. Pero la Navidad no es sólo una celebración en el recuerdo o de un recuerdo, sino un acontecimiento que conmovió el mundo y cambió la historia.

Acontecimiento que nos marcó en el bautismo y nos va remarcando en los sacramentos, signos de aquel acontecimiento. Lo que pasa es que toda la parafernalia creada en torno a las navidades nos absorbe y nos impide descubrir y celebrar la verdadera Navidad, la que ocurrió en aquel tiempo, pero que sigue ocurriendo todos los años, todos los días.

-En el principio era la Palabra. Si queremos descubrir el sentido genuino de Navidad, tenemos que volver al evangelio, a los orígenes, al principio. Y en el principio era la Palabra, nos dice Juan. Porque la Palabra es Dios. No es sólo un fonema, una voz al viento, sino una persona, la Palabra de Dios. Pablo nos recuerda que Dios ha hablado en muchas ocasiones y de distintas maneras. Una de esas ocasiones y maneras es la del profeta Isaías, cuya lectura hemos escuchado. Pero Pablo asegura que Dios ha hablado ya de una manera definitiva en su Hijo. Por los profetas habló en símiles y alegorías, acomodándose a la situación del pueblo, para que destacase el mensaje de salvación que es siempre la palabra de Dios para el hombre. Ahora su palabra se hace carne, se hace hombre, se pone a nuestro alcance y comprensión.

-Y la Palabra se hizo carne. Esa es la diferencia entre la palabra de Dios, que es, que dice y hace, y la nuestra que sólo es una voz, un fonema. Suele decirse que las palabras vuelan, y se dice en referencia a la palabra de los hombres. La palabra de Dios no vuela, aterriza, se hace carne, se cumple. Este es el misterio de la Navidad. Los evangelistas, sobre todo Lucas, describen el acontecimiento como un acontecimiento humano. El niño Jesús nace de María Virgen en Belén de Judá. Nace en la soledad, en la oscuridad, en el abandono de los hombres. Sólo unos pastores, sólo unos magos van en su busca. Juan, en cambio, describe el corazón de la Navidad, el misterio de Dios que se acerca a los hombres y les habla al oído, ante la general indiferencia y a veces rechazo. Porque vino a los suyos y los suyos no lo recibieron.

-Y acampó entre nosotros. No sólo vino, sino que se quedó. Su venida no ha sido una visita turística, sino que ha fijado su residencia entre nosotros. Porque, y ésta es nuestra fe, Jesús vive y está con nosotros. Esta es nuestra esperanza también, por eso es nuestro saludo cuando nos encontramos y reunimos. De manera que lo que celebramos en la Navidad no es sólo la navidad, que fue, lo que pasó en aquel tiempo y en aquel lugar, sino lo que sigue pasando en todo el mundo, porque fue y es una Navidad definitiva. Os decía que la primera Navidad conmovió el mundo y cambió la historia. Lo que quisiera transmitiros es que tiene que seguir conmoviéndose el mundo y enderezándose la historia de los hombres. Sólo así la Navidad, además de todas las celebraciones, además de todo el folklore en su entorno, seguirá teniendo sentido y vigencia. Tal es nuestra responsabilidad. Porque la encarnación del Hijo de Dios nos ha afectado a todos nosotros, que creemos.

-¿Hemos contemplado su gloria? Si de verdad somos creyentes, podemos entender muy bien a Juan, cuando nos asegura que hemos visto su gloria. Porque hay que ver para creer. Hay que ver los signos, hay que ver las señales, para creer y vivir como creyentes. Y muchos signos podemos ver, si vivimos atentos, para que nuestra fe no se debilite. Incluso en medio de todo el alborozo y folklore de las navidades, podemos ver signos y señales de la Navidad. ¿Qué otra cosa puede significar, si no, toda esa abundancia de buena voluntad, de generosidad, de amor, de altruismo, de solidaridad, que todavía anima nuestras navidades? Pero, sobre todo, si somos cristianos, tenemos que seguir multiplicando los signos, el testimonio, para que la Navidad conmueva el mundo y cambie la historia. Hoy la palabra de Dios se hace carne en los creyentes. Hoy somos nosotros los hijos de Dios. Hoy debemos hacer la Navidad. Y no nos impone nuestra pequeñez o insignificancia en la sociedad. Siempre habrá pastores, siempre habrá magos, que verán la señal. Siempre habrá gente que, viendo nuestras buenas obras, nuestro testimonio, lleguen a la fe. Y se pongan en camino hacia Jesús.

EUCARISTÍ 1992, 59


12.

Frase evangélica: La Palabra era la luz verdadera que alumbra a todo hombre»

Tema de predicación: LA ACOGIDA DEL SEÑOR

1. La inhabitación de Dios en el ser humano comienza, después del pecado, con el pueblo elegido. Los signos de la presencia son la nube, el templo y la gloria. Dios indica a David que construya un memorial de su presencia, que será el Templo. Al principio fue un santuario portátil, denominado «tienda del testimonio», morada de Dios en medio del pueblo. Plantar la tienda significa establecer la «morada» de Dios.

2. Los judíos no fueron fieles al Templo, que cayó en la ruina. Los profetas claman contra un culto que no tiene entrañas de misericordia, que está de espaldas a la justicia. La ruina del Templo es el signo de una nueva inhabitación de Dios, que se traduce en la conversión, en un corazón nuevo. Ésa será la morada del Espíritu. Ezequiel anuncia el nuevo santuario, que será casa de oración.

3. Con el anuncio del ángel a María, acampa entre nosotros la Palabra de Dios y da lugar al nuevo Templo, el seno de la Virgen. El Verbo hecho carne ha plantado su tienda entre nosotros. En la Virgen se cumplen dos signos de la presencia de Dios entre los seres humanos: la tienda de la gloria y el Niño Rey con nombre divino. Pero no todos acogen la palabra del Señor. Una parte de la humanidad, o una parte de cada ser humano, se resiste a recibir la luz.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Habita la Palabra de Dios en nuestros corazones?

¿Dónde está de verdad Dios?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 175 s.


13. PALABRA/PD:

Juan comienza su evangelio con la descripción de la Historia de la Salvación en forma de himno, que antepone a su obra para presentarnos al protagonista de su narración. A diferencia de los demás evangelistas, no se queda en el bautismo de Jesús y el Bautista (como hace Marcos) ni en su nacimiento virginal (como Mateo y Lucas). Juan llega hasta los orígenes, que se remontan a la eternidad de Dios. Sólo así la presentación es completa.

El prólogo no describe a Dios en sí mismo, sino en sus relaciones con el hombre. Resume la realización del proyecto creador de Dios. Jesús aparece como presencia en la historia de la verdad y de la vida personal de Dios.

No es posible penetrar en toda su profundidad sin un conocimiento previo de la obra de Jesús y de las reacciones que ocasionó. Ofrece claves para interpretar todo el evangelio y señala los temas principales. Debido a la densidad y abundancia de símbolos, necesita ser explicitado por la misma narración.

Es un texto para ser meditado lentamente. Es un poema teológico. Tiene su origen en el Antiguo Testamento y en fuentes anteriores al evangelio e independientes de él. Juan hace el elogio de la Palabra al estilo con que el Antiguo Testamento lo hacía de la Sabiduría (Prov 8,22-31; Sab 9,9-12; Eclo 24,3-9). Lo mismo que la Sabiduría, aparece la Palabra en su trascendencia e inmanencia: en su trascendencia, porque es anterior al mundo y anima la creación y el futuro de este mundo; en su inmanencia, porque viene a habitar en su pueblo y a traerle sus beneficios.

Está redactado en forma parabólica, cuyo centro coincide con los versículos 12-14. Este es el esquema:

-- La Palabra junto a Dios      -- El Hijo junto al Padre 
    (vv. 1-2).                            (v. 18).

-- La creación es fruto de la     --La re-creación es fruto del 
    Palabra (v.3).                        Hijo (v.17).

--La Palabra, vida y luz de         --El Hijo es la plenitud de 
   los hombres (vv 4-5).               los hombres (v. 16).

-- Testigo: Juan Bautista           -- Testigo: Juan Bautista 
    (vv. 6-8).                                (v. 15).

--Venida al mundo de la            --Venida del Hijo en la car- 
   Palabra (vv. 9-11).                   ne (v.14).

-- Finalidad: hacernos hijos de Dios (vv. 12-13).

1. La Palabra es Dios En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios (vv. 1-2).

Estos dos primeros versículos constituyen una introducción al resto del prólogo. Juan ha querido poner una base sólida, darnos la razón última de por qué esta Palabra -que encarnada se llama Jesús de Nazaret- puede hablarnos de Dios. Nos la presenta en la esfera divina, preexistiendo al principio de la creación (Gén l,lss), en plena comunión con el Padre. La Palabra tiene como contenido el proyecto de Dios y su ejecución. Juan arranca de la existencia eterna de la Palabra, más allá del tiempo. Palabra que tiene como función esencial hablar, dirigirse a alguien esperando ser acogida y respondida. Supone siempre unos destinatarios.

La Palabra es Dios. La palabra de una persona es la expresión de su intimidad, de su pensar, de su sentir, de su querer, de su ser interior, de su misterio personal y de su vida. Es la manifestación activa de un yo para dejarse conocer y ser aceptado o rechazado. La persona que habla con sinceridad, compromete a escuchar. Por la palabra llegamos las personas al encuentro, a la amistad, al amor, a la comunión..., a la enemistad, al odio... Cuando la palabra sincera, que expresa la vida del que habla, es escuchada con igual sinceridad, hay comunicación de vida.

Lo que llamamos palabra de Dios es la expresión de su intimidad, de su pensamiento y de su voluntad, de su ser personal, de su misterio y de su vida. Expresión total, plena, perfecta. Esta Palabra es el Hijo; encarnada es Jesús.

Hay una pre-historia de la palabra de Dios, que pre-existía a la creación, que es eterna como Dios mismo. Hay también una historia de la palabra de Dios en dos etapas: creadora y salvadora-liberadora.

Dios crea por su Palabra, re-crea por su Palabra, se hace Palabra en Jesús. Y Jesús nos revela la vida íntima de Dios, que es la luz de los hombres. Nos es difícil expresarnos, y hay tantas opiniones distintas porque nuestras vidas no están comprometidas, porque no nos colocamos en el lugar de los que sufren las injusticias, porque nuestras vidas no están respondiendo al plan creador de Dios. De ahí tantas conversaciones intrascendentes. Por eso es tan doloroso hablar cuando estamos algo comprometidos por el Reino. La teoría aleja criterios; la experiencia de unas vidas comprometidas los va unificando. La palabra quema; por esa razón la palabra de Dios acabó su vida en el patíbulo.

La palabra vacía, vana, es lo más contrario a la palabra de Dios. ¿Por qué me vendrá ahora a la memoria la llamada "prensa del corazón"? Es la falta de una vida solidaria con nosotros mismos y con el mundo lo que hace tan superficiales tantas cosas en nosotros y en los que nos rodean. Ese no saber hablar y vivir más que de fútbol, quinielas, loterías, modas, programas de televisión, música que no es más que ruido estridente..., ¿no es expresión de una vida vacía?

Los hombres debemos ajustar nuestras vidas a esa Palabra primordial, debemos escucharla para tener vida. Palabra original, que relativiza todas las demás palabras. Todas las palabras anteriores eran expresión parcial de su plenitud. Las posteriores no pueden ser más que clarificaciones de esa misma Palabra.

Todas las maneras de concebir al hombre quedarán superadas en la medida en que se conozca el proyecto de Dios sobre el hombre en Jesús de Nazaret. No es una palabra ocasional, sino única y permanente, una interpelación continua, anterior a la Ley y a los Profetas y a la creación del mundo. Frente a la Palabra todo queda relativizado y circunscrito a una época determinada de la historia.

2. La creación es fruto de la Palabra PD/CREACION:

Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho (v.3). Todo fue hecho a imagen y semejanza de la Palabra y todo debe desarrollarse según esa Palabra. Nada existe fuera del proyecto divino, expresado y realizado en su Palabra. No hay criatura que no sea expresión de la Palabra ni que sea mala en sí misma. El mal no es fruto de la obra creadora. Las montañas, el mar, las llanuras, el firmamento..., el hombre..., todo es reflejo de Dios. El progreso material sigue un camino falso al obligar a los hombres a encerrarse en las ciudades.

Al ser la Palabra la fuerza creadora de todo, funda el origen de todo:

Al principio creó Dios el cielo y la tierra (Gén 1,1).

La creación es la primera revelación de Dios. Dios creó la primera materia de la nada; es decir, sin materia ni forma preexistentes. De esa primera materia fueron surgiendo todas las cosas. El cómo corresponde a los científicos, ya que el relato bíblico es simbólico, tiene una finalidad religiosa.

En la Naturaleza todo nos habla de Dios, siempre que sepamos ver y escuchar (Rom 1,20): la belleza de una noche estrellada; la inmensidad de los mares, de las llanuras y de las montañas; el agua que, con sed de infinito, corre hacia el mar; los árboles que todos los años pierden sus hojas y parece que mueren, para resurgir cada primavera... Toda la Naturaleza nos habla de infinito, de plenitud. Sin olvidar las maravillas de los espacios siderales.

El contacto con la Naturaleza es vital para la vida del hombre. En ella se logran amistades profundas y duraderas, se aprende la entrega a los demás y el compartir..., como hemos descubierto muchos en los campamentos escultistas. En contacto con la Naturaleza se experimenta qué pocas cosas materiales son necesarias para vivir felices; se aprende el sentido de lo esencial.

A causa del "pecado del mundo" (Jn 1,29), los hombres no comprendimos esta primera manifestación de la Palabra, por lo que nos es necesario aprender desde niños a experimentar esta realidad. Sin ese pecado -mal del mundo- descubriríamos fácilmente la belleza de la creación, las "huellas" de Dios en ella.

Las ciudades esconden la obra de Dios a causa de las obras de los hombres, empeñados muchas veces en un progreso destructivo y en unas diversiones alienantes.

Y dijo Dios... (/Gn/01/03ss) PD/CREADORA:

Nuestra mentalidad occidental considera las palabras sólo en relación con el pensamiento que expresan. Para el hebreo son una realidad viviente. En el relato bíblico de la creación, Dios "habla" y sus palabras son la luz, el firmamento, las montañas, los animales, el hombre.

La eficacia de la palabra depende de la convicción del que la pronuncia. Cuando Dios nos habla, los hombres quedamos existencialmente envueltos. Su Palabra es creíble porque es creadora: habla y nace el mundo, habla y sanan los enfermos, habla y los pecados son perdonados, habla y los muertos vuelven a vivir...

La palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo, penetrante hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos. Juzga los deseos e intenciones del corazón (/Hb/04/12).

La palabra de Dios siempre es eficaz, nunca cae en el vacío. Por eso se puede decir que la palabra de Dios es siempre sacramental: realiza lo que significa. Nuestro mundo, inundado de palabrería, ha perdido la atención y la fe en las palabras. Las hemos vaciado de su verdad, de su realidad, de su fuerza. Los anuncios de televisión son una prueba de ello, y no la peor: pensemos en el mundo de los políticos...

Tenemos que liberar la Palabra dentro de cada uno de nosotros, porque es nuestra verdadera vida. De esa forma nuestras palabras volverán a decir algo y a hacer algo. Nos tenemos que poner bajo el influjo de la Palabra que todo lo rehace, como se pone el barro en las manos del alfarero. Porque no nacemos plenamente nacidos ni venimos a la vida totalmente vivos. Vamos naciendo y viviendo según vamos haciendo nuestro el proyecto que tuvo Dios al crearnos.

Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza (/Gn/01/26). Dios es trino. Esta realidad no podemos explicarla: es el mayor de los misterios. Pero podemos experimentarla, porque somos imagen y semejanza de ese Dios trino, de ese Dios que es comunidad de amor. Esa es la razón de la incapacidad que experimentamos todos los hombres para ser felices solos. Necesitamos de los demás para ser felices; de todos los demás para serlo en plenitud. Solamente lo lograremos después de la muerte. El designio de Dios es que el hombre sea la expresión de su misma realidad divina. También el hombre nos habla de infinito y de plenitud.

3. La Palabra, vida y luz de los hombres

En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres (v.4).

En la Palabra está la única vida. Sin ella la humanidad vive sumida en la muerte, en las tinieblas. Los hombres de todos los tiempos y de todas las culturas han buscado la respuesta definitiva a sus anhelos y búsquedas. En cada uno de nosotros existe un profundo deseo de encontrar el sentido de las cosas y de la vida, de encontrar una respuesta a nuestros interrogantes, sufrimientos y esperanzas. ¿Cómo vivir en paz sin saber de dónde venimos, adónde vamos, por dónde debemos ir?

Nuestro mundo nos marca un ritmo de vida en el que no es posible la reflexión y el silencio. Vivimos atosigados por los problemas de la vida diaria: la casa, los hijos, los padres, los estudios, el trabajo, lo que queremos comprar, las dificultades de los amigos, el hecho de que no cuentan lo suficiente con nosotros, la situación política y económica... Todo esto es como una tela de araña que nos impide ver por qué vivimos, y sufrimos, y luchamos. Y mientras tanto, la Iglesia preocupada fundamentalmente por mantener una institución anquilosada, lejos de las preocupaciones concretas de los hombres. ¿No emplea la mayor parte de sus efectivos -sacerdotes, religiosos- en sacramentalizar y no en evangelizar? Y cuando algunos de sus miembros intentan abrir caminos nuevos... todo son dificultades de la institución. De ahí el bochornoso desprestigio, ganado a pulso, entre gran parte de intelectuales, obreros y jóvenes, principalmente. Desprestigio que no alcanza a Jesús de Nazaret, que sigue siendo considerado como un hombre excepcional.

La finalidad de Dios al crear el mundo fue la comunicación de vida. Y ésa es la misión de Jesús: "Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante" (/Jn/10/10). Jesús nos revela la vida plena que ya está en el interior del hombre. Porque la plenitud de vida está contenida en el proyecto de Dios, según el cual el hombre ha sido creado; el anhelo de plenitud de vida es constitutivo de su ser; anhelo que lo invita a realizarse. Los hombres percibimos que estamos destinados a la plenitud y que tal debe ser el objetivo de nuestra existencia y actividad.

Tenemos que entender la vida como actividad encaminada a conseguir la plenitud, la perfección, la felicidad, la justicia, la paz, el amor para todos. Actividad que nos llevará a descubrir que sólo la vida eterna puede contentar y saciar nuestro pobre corazón, demasiado grande para el mundo que le rodea. El secreto de la vida y su fecundidad está en la amplitud en el mirar y en la fuerza que ponemos en realizarlas. Una vida que no podemos alargar, pero sí ahondar. Una vida que no podemos convertir en un juego y en un hacer cosas: la vida es actividad creadora y entrega de sí mismos.

Una vida verdadera es siempre el resultado de luchas y desgarramientos, porque la vida es una continua elección y elegir supone renunciar. Elección que nos fuerza a reflexionar, a pensar. Aunque parezca un juego de palabras, es verdad que el que no vive como piensa acaba pensando como vive.

Nada hay que los hombres deseemos conservar mejor y que tratemos peor que la propia vida. Vivimos demasiado superficialmente.

Sin Dios -sin todo lo que El representa- la vida no tiene sentido. Es una farsa trágica. Está muy lejos del proyecto creador divino. No hace falta vivir mucho para descubrirlo. Se podría objetar que existen muchos agnósticos y ateos que trabajan seriamente por hacer este mundo más humano. Yo creo que con ese trabajo están demostrando que creen en Dios, aunque lo llamen de otra forma. Dudo de los que hablan mucho de Dios y no mueven ni un dedo para mejorar el mundo que les rodea.

La vida precede a la doctrina, a la verdad. La verdad nunca es teórica, sino explicación o defensa de un hecho de vida ya existente .

Aceptar a Jesús es aceptar la vida tal y como se manifiesta en su persona y se expresa en sus obras. Una vida que es norma de toda actividad verdaderamente humana, ofrecimiento de plenitud y que está dentro de cada hombre esperando ser desarrollada.

Juan identifica la vida con la luz. La vida es luz porque es visible y reconocible. La vida de Jesús de Nazaret, experimentada y aceptada, se revela como verdad. El brillo de la verdadera vida es la verdad, que se impone por su evidencia. Para el hombre la única luz-verdad es el resplandor de la vida.

La luz es la vida en cuanto perceptible. La verdad es la vida misma en cuanto se puede experimentar y formular.

4. La tiniebla, enemiga de la vida: LUZ/TINIEBLA

La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió (v.5).

La obra creadora de Dios se convierte en obra de salvación- redención-liberación al haberse interpuesto una realidad hostil, la tiniebla, que domina a la humanidad e impide que la creación llegue a su término.

Hemos nacido en medio de la lucha de la luz y de la tiniebla. Pero hemos caído del lado de la tiniebla, porque vivimos superficialmente. En la superficie de nuestra vida estamos en contra de la Palabra. Pero si la ahondamos, en la oración silenciosa y en la lucha por la justicia, encontraremos el anhelo de esa Palabra en la intimidad de nuestro ser. En la superficie de nuestra vida aletea "el pecado del mundo": ceguera, comodidad, egoísmo, insensibilidad, individualismo... A ese nivel, nuestro corazón es de piedra, incapaz de latir; nuestra mente es de dura cerviz, sin posibilidad de entender. En lo íntimo de nuestro ser late la imagen y semejanza de Dios, el deseo de plenitud y de infinito.

Cuando comenzamos a vivir según la Palabra, comenzamos a tomar conciencia de nosotros mismos. La luz no ha cesado de brillar en medio de un cerco de tinieblas que intentan apagarla. La aspiración a una vida plena ha existido siempre en la persona humana; se inserta en su mismo ser: queremos ser "el bueno" de la película, un buen ejemplo nos cautiva, un buen profesor, un buen compañero, una persona que vive entregada a los demás... Aunque no sean más que ejemplos, nos pueden servir para intuir dentro de nosotros esa aspiración a la luz.

La tiniebla no es una mera ausencia de luz, sino una enemiga de la vida. Intenta extinguir la luz, porque ante ella no tiene nada que hacer. Basta que la luz se encienda para que desaparezcan las tinieblas. La luz es una acusación para la tiniebla. La tiniebla no puede recibirla, porque dejaría de existir. Por eso es tan atacado el bien en la sociedad, y fracasa normalmente el justo. La tiniebla es una falsa ideología que, al ser aceptada, ciega al hombre, sofocando su aspiración a la plenitud de vida. ¡Cuánta tiniebla en nuestra sociedad de consumo!

La luz no fuerza ni violenta; es evidente por sí misma, animando a la opción. Vivimos entre dos polos antagónicos: luz-vida y tiniebla-muerte. La dialéctica vida-muerte está presente en la historia y en cada uno de nosotros. ¿Quién puede decir que es todo luz o todo tiniebla? Hay aspectos en nuestra vida en que amamos la tiniebla: todos aquellos que no queremos cambiar y sabemos que están mal planteados. En otros parece que amamos la luz: normalmente son aspectos de nuestra vida que ya realizamos porque nos son más fáciles. ¡Qué difícil es vivir plenamente abiertos a la Palabra!

Si el anhelo de plenitud de vida pertenece al ser profundo del hombre, reprimirlo significa obrar contra la propia naturaleza e impedir el propio desarrollo. En esto consiste "el pecado del mundo".

El hombre puede comprender, si quiere, qué significa ser plenamente hombre. A ello ha aspirado siempre, a pesar de su comodidad y de las dificultades del ambiente. Para ello necesita reflexión, oración, silencio y compromiso.

Todo el que anhele de verdad vivir en plenitud, al encontrarse con la luz optará por ella. Quien, por razones inconfesables -"porque sus obras son malas" (/Jn/03/19)-, reprime esa vida en sí mismo o en los demás, combatirá la luz y optará por la tiniebla. Juan encarna la tiniebla en la institución judía, que había absolutizado la Ley y estaba en contra de la vida. De ahí su rechazo de Jesús.

¿Dónde encarnar hoy la tiniebla? En todo sistema de poder y de opresión que impida al hombre realizarse plenamente según el proyecto divino. Y en todo hombre que no se esfuerce por realizar en sí mismo ese proyecto.

La tiniebla es muerte: injusticia, mentira, odio, guerra, paro... Los dominados por ella son muertos en vida; más los que la causan.

5. Testigo: Juan Bautista: JBTA/TESTIGO Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz (vv.6-8).

La mención del Bautista nos sitúa en el terreno histórico. La luz para el hombre no es una idea, algo abstracto, sino Alguien: la Palabra encarnada, Jesús de Nazaret.

Jesús es la "luz del mundo" (Jn 8,12) y quiere iluminar a todos los hombres. Testigo de esta luz fue Juan Bautista. Luz que puede aclarar el misterio humano. La misión de Juan es declarar en favor de la luz, despertando la esperanza de los hombres. Juan tenía luz, pero no era la luz porque no realizaba plenamente el proyecto divino en sí mismo ni podía comunicar la vida plena por no poseerla. Juan apoya su testimonio en la aspiración del hombre y anuncia, al mismo tiempo, la posibilidad de su realización. Pretende despertar nuestros anhelos y sacarnos de la resignación y de la mediocridad. Para responder a su invitación tenemos que darnos cuenta de la situación de muerte en que estamos sumidos.

Juan era levita y no estaba en el templo. Se había preparado en el desierto para su misión, profundizando en sus ideales y descubriendo cuáles eran realmente suyos. Para que lo fueran necesitaba bastante tiempo: el tiempo de la reflexión, de la oración, de la asimilación personal, de la maduración del propio compromiso, de la entrega de la vida a ellos.

Sólo nos es lícito creer en nuestros ideales después de pagar por ellos el precio de la búsqueda, de la paciencia, de la esperanza, de la entrega. ¡Qué fácil les es a la mayoría de los cristianos aceptar las "verdades de la fe"!

TESTIGO/PROFETA: El verdadero testigo, el profeta, es el hombre que tiene que comunicar una palabra que le explota dentro, y que sabe que esa palabra tiene que pudrirse en la oscuridad, en el rechazo, en la incomprensión, en el sufrimiento... Es el proceso del grano de trigo (Jn 12,24): siempre muere antes de nacer la espiga. El verdadero testigo es el que tiene el coraje de las prolongadas y extenuantes esperas, como Juan: transmitir lo que más ilusiona y preocupa, insistir años y años en los mismos temas fundamentales, afanarse en inculcar y en vivir lo que nos puede hacer plenamente hombres... y encontrarse siempre las mismas defensas, las mismas historias y superficialidades, los mismos prejuicios indestructibles, los mismos equívocos... Y seguir adelante.

Seguir sembrando aun cuando se experimente el abandono casi general al llegar a cierta edad. Seguir esperando en medio de la indiferencia casi general. La Palabra parece inútil. Ahí están los hechos para demostrarlo. Y, sin embargo, la prueba de la inutilidad es precisamente la decisiva para la Palabra. Cuando parece inútil, la Palabra se hace fecunda por la vida del que la pronuncia. Cuando parece que no cambia nada, la Palabra realiza su acción silenciosa y revolucionaria, transformadora en profundidad. Juan murió de una forma absurda, pero sigue vivo en su misión de testigo, anunciador de la luz.

Las palabras carecen de efecto cuando nacen de la costumbre, cuando "se repiten", cuando no son confirmadas por la convicción, por la autenticidad de la vida del que las pronuncia. Las palabras, aun las verdaderas, no funcionan cuando no es "verdadera" la vida del que las dice. Aunque es verdad que juegan un papel importante la comodidad y la superficialidad, los demás no aceptan nuestras palabras porque tampoco las aceptamos nosotros: las decimos sin convencimiento. Los demás no las toman en serio porque tampoco nosotros las tomamos en serio. Y así es inevitable que se nos oiga distraídos, adormecidos.

Un testigo se hace creíble no si aparece triunfante, sino si queda como aplastado bajo el peso de una aventura demasiado grande para él. Antes de hablar debemos comprobar si las palabras nos "dicen" a nosotros mismos. Deben nacer dolorosamente, poco a poco, como si no las hubiéramos pronunciado nunca antes. Solamente eliminando de nuestras palabras toda jactancia y seguridad podremos ponerlas al servicio de la Palabra. Entonces también nuestras palabras llegarán al corazón de los oyentes; pero no serán ya nuestras.

Debemos creer y comunicar solamente aquellas palabras en favor de las cuales estemos dispuestos a entregar el precio de la vida. A causa de ello. no podremos ser de muchas palabras: su costo es espantoso.

6. Venida al mundo de la Palabra

La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre (v.9).

La luz plena se manifiesta en la historia en una existencia humana: el Mesías. Esta luz verdadera se opone a las luces falsas o parciales, cuyo prototipo había sido la Ley.

Los hombres tenemos un criterio para distinguir las luces verdaderas de las falsas: nuestro anhelo de vida y plenitud. Todo aquello que aliente ese anhelo será verdadero en la medida en que lo aliente. Lo que reduzca al hombre a un ir tirando o lanzándolo por otros caminos será falso.

Si Jesús es la luz, donde El no llega hay tinieblas. Somos libres para aceptarlo o no. Pero solamente hay luz en nuestra vida en la medida que lo aceptamos a El, con nuestro modo de vivir, consciente o inconscientemente. La Palabra es luz, ilumina hasta lo más profundo y escondido del hombre. Pero tenemos que abrir los ojos, tenemos que encontrar silencio. Es fatal acostumbrarnos a ella: pierde toda su eficacia. Es el problema, a mi juicio, de la Iglesia institucional.

De la Palabra surge el hombre nuevo. La vida de Jesús es la prueba de ello. Vivió a contrapelo de la corriente general: sus criterios, sus apreciaciones, sus puntos de vista, sus valores... no tenían nada que ver con los de los hombres que le rodeaban; que vegetaban, pero no vivían. ¿Tienen algo que ver con los criterios de la mayoría de los cristianos?

Al mundo vino y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció (v.10). Ya estaba en el mundo, porque todo se había hecho según esa Palabra. En la Palabra que llega al mundo está presente el proyecto creador de Dios, que incluye la meta que debe alcanzar la humanidad y toda la creación.

Los hombres no hicieron caso de la Palabra, no reconocieron su interpelación a pesar de serles connatural. Este versículo resume la situación de la humanidad hasta la encarnación de la Palabra en Jesús. Describe el rechazo voluntario del proyecto creador de Dios sobre el hombre, anuncia el "pecado del mundo".

MUNDO/QUÉ-ES: "Mundo" es todo lo que somete al hombre, quitándole hasta el deseo de la propia plenitud. La humanidad en su conjunto se dejó meter en su engranaje de opresión y renunció a vivir. Quedó dominada por el pecado al aceptar el sometimiento a unos "valores" que le impedían dejarse interpelar por la Palabra.

No existe zona neutra entre luz y tiniebla. Si la humanidad está sumida en la tiniebla, tiene que salir de ella para dejarse interpelar por la Palabra.

Vino a su casa, y los suyos no la recibieron (v.ll). La entrada de la Palabra en la historia humana, las reacciones que provoca y los efectos en los que la aceptan constituyen la unidad central del prólogo. Jesús ha sido rechazado por Israel y por el mundo, por la casi totalidad de los hombres. Juan resalta el fracaso de la antigua Alianza, la incompatibilidad entre los dirigentes judíos y Jesús, debido a la distinta concepción de Dios en unos y otro. El Dios de Jesús -Dios creador- comunica vida. El Dios de los dirigentes religiosos judíos -Dios legislador- oprime al hombre.

Para los dirigentes judíos, la fidelidad a la Ley era el valor supremo, aunque matara al hombre; y así hicieron de la Ley un instrumento de opresión y de muerte. ¡Cuántos murieron en nombre de esa Ley! La "idea" de Dios sobre el hombre se realiza en Jesús en toda su plenitud. Y así es el modelo de Hombre, el Hijo de Dios, el Hombre total.

Vivimos en un mundo de consumo y de prisas, en un ritmo frenético de trabajo y de cosas que hacer..., y no tenemos tiempo para vivir y profundizar en el encuentro y en la comunión con Jesús. Así se nos vacía la vida y se nos muere la fe sin apenas darnos cuenta. Ignoramos a Cristo. Existimos en la superficie de las cosas, sacudidos hasta por los vientos más ligeros.

En toda relación de amistad es necesario un conocimiento profundo, personal, del otro. Porque nadie quiere de verdad al otro sin conocerle. Y nadie llega de verdad a conocer a otro sin amarle. A más conocimiento y comunicación, más amor. A más amor, más conocimiento y comunicación. Al amigo y al ser amado se le encuentra para seguirlo buscando, a fin de conocerle mejor y amarle y encontrarle más a fondo. Lo mismo sucede con Jesús: hay que buscarlo continuamente para encontrarlo, y se le encuentra para seguir buscándolo.

Tenemos que tomar muy en serio hacer un hueco importante en nuestra vida para vivir a gusto la búsqueda personal de Jesús, para renovar el encuentro, ahondarlo, profundizar en su mensaje y en su persona. Y todo ello jalonado de encuentros sacramentales y comunitarios en la eucaristía y en la penitencia.

7. Finalidad: hacernos hijos de Dios Pero a cuantos la recibieron les da poder para ser hijos de Dios si creen en su nombre (v. 12).

Dios quiere que el hombre alcance su plenitud humana y de ese modo llegue a ser su hijo. Aunque los suyos no lo acogen, hay quienes lo aceptan, sobre todo fuera de su pueblo. Juan habla primero de repulsa, después de aceptación. Recibirlo es sinónimo de fe. Y la consecuencia de esta aceptación es llegar a ser hijo. Esta filiación no procede de la carne ni de la sangre.

Ser hijos de Dios es realizar en sí mismos el ideal de hombre, según el plan de Dios. Todo ideal del hombre que esté por debajo de éste limita el proyecto divino sobre él. El ser hijo hay que demostrarlo con una vida que se asemeja cada vez más a la del Hijo. El verdadero hijo es el que imita a su padre y aprende de él, siempre que el padre sea digno de ello. En el caso del Padre Dios no hay ninguna duda. Una vida que fundamentalmente debe consistir en el amor a todos los hermanos.

El Padre Dios, como verdadero Padre que es, no da a los hijos la existencia ni el mundo hechos; les comunica su capacidad de amor y de entrega, para que ellos mismos se realicen como personas y construyan el mundo según los planes del Creador. Para esa realización personal y del mundo, el hombre no está solo: colaboran con él el Padre y Jesús, sus compañeros por el camino de la vida.

Juan no nos ofrece la adhesión a una ideología, sino a una Persona en cuanto es modelo y dador de la vida que Dios ofrece a la humanidad. El cristiano no es seguidor de unas verdades o de unos dogmas, aunque éstos sean muy sublimes, sino de una Persona. El cristianismo es una Persona: Jesús de Nazaret.

Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios (v. 13). Opone dos tipos de nacimiento: el carnal y el de Dios. Los que lo reciben nacen de Dios. Este nacer de nuevo es aceptar a Jesús, su modo de vivir y seguirlo. Es captar su Espíritu y asimilarse a El. Un nacer de nuevo que Juan va a desarrollar en el encuentro de Jesús con Nicodemo, en el capítulo tercero de su evangelio.

8. Venida del Hijo en la carne Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad (v.14). Es la encarnación. Nuestro Dios no es un Dios mudo, ni lejano, ni amenazador. Es un Dios que nos habla, y su Palabra encarnada se llama Jesús. Una Palabra hecha persona, que es el Hijo de Dios, que es Dios.

Dios nos ha dirigido su Palabra. Si entre nosotros tiene tanta importancia el dirigirnos o no la palabra unos a otros; si nuestra palabra de amistad y de amor puede significar tanto para nosotros, ¿qué será esa palabra de Dios, su propio Hijo, que ha querido hacerse uno de nuestra raza y está siempre entre nosotros? Juan describe la llegada de la Palabra en términos de experiencia. El proyecto divino se ha realizado en plenitud en una existencia humana, la vida es palpable, visible, accesible. Dios habita en un hombre.

Muchos no aceptan que Jesús sea Dios. Y nos alarmamos. ¿Por qué no admitir grados en su aceptación? Lo esencial es imitarlo en la vida. Lo demás viene por añadidura. Es normal ver en El, primero, a un hombre extraordinario. Después puede llegar el creer que es el hombre en plenitud y, por lo mismo, el Hijo único del Padre. Lo que es absurdo es pensar que creemos en El sin que se note en la vida, que es lo más frecuente.

La existencia de Jesús de Nazaret nos tiene que llenar de alegría, porque nos desvela el sentido global de la vida y del mundo, siempre dentro de la oscuridad de la fe. Jesús tiene la clave para comprender por dónde deben ir los caminos de nuestra vida. En Jesús descubrimos hasta dónde puede llegar un hombre cuando es dócil a la palabra de Dios, cuando vive dependiendo de ella: se convierte él mismo en Palabra.

Dios nos dice todo lo que es -y lo es todo- por su Palabra Jesús. Otros hombres -profetas, fundadores de otras religiones, buscadores y luchadores por un mundo de fraternidad e igualdad...- han sido y son revelaciones parciales del Padre.

Los hombres somos un vacío con ansias de plenitud, una nada con aspiraciones de serlo todo, que provoca una tensión que nos lleva a una desesperación o a una esperanza. El ruido no nos deja ser conscientes de nuestro vacío, de nuestra nada, de nuestra miseria. Sin silencio y sin compromiso, la vida de Jesús deja de ser un misterio de contemplación. Y si perdemos la capacidad de contemplar, perdemos uno de los valores esenciales de la vida cristiana.

La vida de Jesús nos invita a un esfuerzo de silencio. Su lenguaje es silencio, su verdad y su amor son silencio. Su Palabra sólo la podemos acoger en silencio y en humildad, que es como el silencio del corazón. Nuestra capacidad de silencio y de contemplación es nuestra capacidad de poder conectar con Jesús.

El objetivo del mal -y de la sociedad de consumo- es convertir todo el mundo en un gran ruido, en una gran tiniebla. Un ruido organizado, que no deje oír, ni pensar, ni vivir. La Palabra entra en la historia humana como uno más de los que hacemos esta historia. Se hace "carne"; es decir, hombre débil, caduco, impotente, limitado, abocado a la muerte. Y, al mismo tiempo, "lleno de gracia y de verdad".

La Palabra "acampó entre nosotros". Es la culminación de todos los ensayos de Dios para vivir en medio de los hombres. Se ha encarnado en la historia para orientarla y hacerla luminosa. Ya no estamos en tinieblas. Existe un sentido en la vida, un futuro, una esperanza. Si seguimos el camino de Jesús, entraremos en comunión con la vida de Dios. Ha desaparecido la distancia entre Dios y el hombre y la búsqueda angustiada de Dios. "Contemplar la gloria" equivale al conocimiento personal, a la experiencia inmediata de Dios, a contemplar la plenitud de Dios, presente en Jesús. La presencia de Jesús equivale a la del Padre (Jn 14,9). Jesús es el "Hijo único": sólo El posee la plenitud humana v divina. Quien no contempla la gloria no puede llegar a creer.

La entrada de la Palabra en la realidad humana sitúa al hombre ante una necesaria decisión de aceptación o de rechazo. Esta Palabra es, esencialmente, interpelante. Ser cristiano hoy significa ser "signo" para los hombres de hoy. Estamos obligados a buscar, incansablemente, el modo de presentar esta Palabra de forma que sea interpelante para los hombres que nos rodean. Somos cristianos en la medida en que lo somos para nuestros contemporáneos, en la medida en que hacemos presente a Jesús en la sociedad actual con nuestro modo de vivir. Esta es la ley de la encarnación.

Porque Jesús no encarnó un tipo abstracto de hombre. Se hizo hombre en un tiempo determinado, en una familia y en un pueblo determinados, en un tiempo histórico y cultural precisos.

No podemos responder a una pregunta de hoy con una respuesta de ayer. Hemos de ser actuales. Ser actual es la única manera de ser fiel a la Palabra de siempre. Una Palabra que debo transmitir con mis palabras y con mi vida. Y las palabras y la vida de un hombre son siempre muy limitadas. Una Palabra que choca con mis resistencias, insuficiencias y oscuridades. Una Palabra que juzga y pone en crisis mis palabras y revela mi miseria de instrumento.

9. De nuevo Juan Bautista SILENCIO/COMPLA 
Juan da testimonio de él y grita diciendo:

--Este es de quien dije: "El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo" (v.15).

El gusto de la Palabra lo tiene únicamente quien tiene el gusto del silencio. El hombre de la Palabra es, ante todo, el hombre del silencio. Antes de tener el coraje de las palabras, los verdaderos profetas tienen el coraje del silencio. En el silencio es donde se apoderan de la Palabra, la hacen suya, carne de su carne y vida de su vida. Quizá sea mejor decirlo al contrario: en el silencio es donde la Palabra se apodera de ellos, los hace suyos.

Es en el silencio donde la Palabra se incorpora a nosotros, se encarna en nosotros, madura en nosotros. Y nosotros maduramos con ella. Es en el silencio donde la Palabra alcanza su propia fuerza creadora, donde encuentra su fecundidad y nos descubre nuestra verdad. Sin silencio decimos cosas, pero nuestras palabras se niegan a "hablar", no dicen nada.

Nuestra palabra y nuestra vida, en este mundo dominado por el ruido, llegarán a su destino si están impregnadas de silencio. Este es el caso de Juan el Bautista -surgió del desierto y vivió en él- y de las comunidades cristianas primitivas que nos han transmitido su testimonio. Testimonio confirmado por su propia experiencia. Testimonio realista, humilde, en el que ha desaparecido todo triunfalismo personal.

10. El Hijo es la plenitud de los hombres Pues de su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia (v.16).

El amor del Hijo se ha comunicado a los suyos. Amor que existe en la comunidad y en cada uno de nosotros. Amor que es la prueba para el mundo de la credibilidad de Jesús, como nos repitió tantas veces en el transcurso de la última cena.

Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo (v.17). Moisés era considerado por los judíos como el mediador por excelencia. Pero no pudo aportar de parte de Dios más que la ley. Jesús, en cambio, aporta la gracia, el amor y la felicidad. El texto presenta una clara oposición entre la ley, exterior al hombre, y el amor, realidad interior que transforma al hombre desde dentro, entre la ley que vacía al hombre y el amor que se hace constitutivo de su ser. La ley era separable del legislador. El amor es el mismo Jesús, que tiende a crear una comunidad de vida entre los hombres como la que existe entre El y el Padre (Jn 17,21). Ante Jesús queda clausurada la antigua Alianza promulgada por Moisés. Y comienza la nueva Alianza, fundada en el hombre nuevo, no en la ley externa. La acción de Jesús será hacer partícipes a los suyos de la vida que El posee en plenitud, para que recorran con El el camino que marcó.

Moisés intentó transmitir en una ley el conocimiento intelectual que había adquirido, pero no consiguió reflejar el ser de Dios. Esta ley, al ser absolutizada, "tapó" a Dios. De ahí su fracaso. Me pregunto si este riesgo no lo han corrido las comunidades cristianas en demasiadas ocasiones.

11. El Hijo junto al Padre A Dios nadie lo ha visto jamás: El Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer (v.18).

Conocer el Dios engendrado, el Hombre-Dios; conocer el proyecto divino plenamente realizado en el Hijo único, equivaldrá a conocer a Dios y será el único medio de conocerlo como es en sí. Solamente Jesús, el Dios engendrado, por su experiencia personal e íntima, puede expresar lo que es Dios. Jesús es la explicación plena de Dios. Lo "explica" con su persona y sus obras; con su enseñanza, que nunca es teórica, sino existencial.

Jesús es, de modo inseparable, la verdad del hombre y la verdad de Dios. Revela lo que es el hombre por ser la realización plena del proyecto divino: el hombre acabado, el modelo de hombre. Revela lo que es Dios, dedicando toda su vida a dar vida al hombre; haciendo, a través de ella, presente el amor sin límites del Padre. Jesús es el único dato de experiencia de Dios al alcance del hombre. En su persona va a poder conocer la humanidad, por primera y única vez, el verdadero rostro de la misteriosa e insondable divinidad.

Esto contradice la constante utilización del nombre de Dios: "Dios lo quiso... Dios os pide..." Parece que lo sabemos todo de El, de lo que es y quiere. Como si comiéramos con El todos los días. Y esto ha causado y causa una pérdida de fe en este Dios del que no se ha respetado su trascendencia.

En cambio, no hemos anunciado con la suficiente firmeza que a este Dios desconocido y trascendente -que siempre está más allá de nuestras imaginaciones y normas- le podemos conocer a través de la Palabra encarnada, Jesús de Nazaret. Jesús es la manifestación del Padre. Quien lo ve a El, "ve" al Padre (/Jn/14/09).

Un ver que sólo es dado a quien oye la Palabra y la pone en práctica. Con frecuencia experimento como si el Dios en el que creemos unos y otros no fuera el mismo. Me da la impresión que son muchos los dioses que circulan por el mundo, y que cada uno tendemos a apropiarnos uno que sea dócil a nuestras conveniencias. Y así vemos cómo se compagina la fe en Dios con todo tipo de atrocidades: opresiones, dictaduras de derechas, torturas, asesinatos, injusticias, desigualdades económicas increíbles..., triunfalismos..., cometidos por hombres que tienen el nombre de Dios constantemente en la boca, que no en el corazón. Tenemos que ser conscientes; sólo existe un Dios verdadero: el manifestado en Jesucristo. Y saber cómo es no es fácil; no se improvisa. Nos exige una constante búsqueda y un constante compromiso con la justicia, la libertad, la paz, la verdad, el amor... para todos.

Todas las explicaciones de Dios dadas antes de Jesús eran parciales o falsas. Y han de ser relativizadas. Todas las explicaciones posteriores que no hayan tenido en cuenta a Jesús corren la misma suerte. Dios no termina su proyecto creador dando existencia al hombre "modelado de arcilla y animado por un aliento de vida", como relata simbólicamente el libro del Génesis; lo acaba al engendrar al Hijo, comunicándole su misma divinidad. La acción creadora alcanza su cumbre en la paternidad y en el amor de Dios.

La aparición de la Palabra en la carne, por gratuita e inesperada que sea, no carece de continuidad con otras manifestaciones: era ya audible en la creación y en la historia, por una parte, y en la Ley y los Profetas, por otra. Quienes no sean capaces de leer su intervención en los campos de la creación o de la revelación no podrán tampoco descubrir la Palabra hecha carne. Y recíprocamente, creer en la Palabra hecha carne es también encontrarla en la creación a la que anima, en la humanidad que asume y en las Escrituras que inspira.

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 1
PAULINAS/MADRID 1985.Págs. 12-31