33 HOMILÍAS MÁS PARA LA MISA DE LA NOCHE
(1-11)

 

1.

Hoy nosotros también, con el temor de los pastores ante las palabras del ángel, hemos venido aquí a escuchar, a recordar, a celebrar, esa noticia que será la gran alegría para todo el pueblo. La noticia de que en la ciudad de David nos ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. El esperado desde tanto tiempo. El que es una luz grande para el pueblo que caminaba en tinieblas.

Aquel niño, aquel hijo que viene para anunciar la paz, para consolidarla con el derecho y la justicia.

También nosotros hemos escuchado las palabras del ángel, que nos anunciaba la señal para reconocer ese Mesías: un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Y también nosotros, como los pastores, hemos querido acercarnos a ver eso que nos ha comunicado el Señor. Y hemos ido, y lo hemos visto: un niño envuelto en pañales, que su madre tuvo que acostar en un pesebre, porque no había otro lugar mejor tras aquella larga emigración de kilómetros por satisfacer los caprichos del emperador romano.

Nosotros lo hemos visto, y hemos creído, y, como los pastores, tenemos que salir de aquí diciendo a todo el mundo esa gran noticia, el gran gozo que hoy celebramos. Porque ahora sabemos, (esta noche sabemos) que aquel niño envuelto en pañales, aquel niño tan igual a nosotros -y más aún, tan igual a los pobres- es el signo de que en medio de nuestra pequeña vida, de nuestro mundo, de nuestro país, de nuestra historia, se ha abierto un camino. Y que abriendo paso en este camino va alguien que no nos puede fallar. Alguien que ha convertido nuestra pequeña vida en la vida de Dios, nuestro mundo en el mundo de Dios, nuestra historia en la historia de Dios.

Alguien que ha hecho que los pobres, los que luchan por una vida más digna, los que quieren aprender a amar, los que no piensan en resolver sólo sus problemas individuales, sean ahora los realizadores de la obra de Dios en el mundo. Porque éste será el gran anuncio que hará un día este niño envuelto en pañales: "Dichosos vosotros, los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios" Y por eso, porque hemos querido escuchar las palabras del ángel y hemos creído, porque hemos querido ver a este niño y hemos reconocido en su pobreza la gloria de Dios, ahora (en esta noche), debemos decirnos muy alto unos a otros que, como Dios mismo ha hecho, nosotros queremos aprender a amar a este mundo y luchar para que pueda ser verdaderamente la casa de todos. Y queremos creer en esta tierra nuestra, en este país, y en sus posibilidades de futuro. Y queremos recordar siempre que los demás merecen nuestra confianza y que ningún hombre, por degradado que se encuentre, no tiene porqué estar condenado para siempre a no poder sentirse reconocido y aceptado. Y queremos, por fin, decirnos a nosotros mismos, decirnos cada uno a sí mismo, que a pesar de todos los problemas, nuestra vida puede ser siempre algo más vivo, más firme, más valioso.

Porque esta es nuestra fe. Esta es la fe que anunciaron los ángeles y creyeron los pastores. Esta es la fe que hoy proclamamos: que Dios mismo ha venido a vivir nuestra vida y le ha dado toda la dignidad, todo el valor, toda la gracia, toda la fuerza que sólo pueden venir de él.

Y por eso hoy celebramos con alegría esta fiesta y nos felicitamos. Porque el Señor, el Mesías, está aquí. Y porque su camino, su mensaje, su llamada no han quedado sin respuesta: porque aquí junto a nosotros y en otros lugares lejanos, entre personas conocidas y entre gente de la que nunca hemos oído hablar, sigue abriéndose paso el amor, el trabajo por la paz y la justicia, la solidaridad, la atención a los demás, la entrega. Y eso significa que la fuerza de Dios, la gloria de Dios que los ángeles anunciaron, siguen aquí, están vivos aquí. Significa que lo que hoy celebramos no es sólo un recuerdo lejano, una vieja historia, sino que Jesús, el Mesías, sigue viniendo, sigue naciendo, nace hoy, entre nosotros.

Hermanos, comunidad cristiana que hoy, aquí, en..., nos hemos reunido para celebrar la fiesta de Navidad. Que esté con todos, ahora y siempre, el gozo y la paz del Señor. Que nuestra vida comunitaria, nuestra celebración de la Eucaristía de los domingos, nuestras actividades..., sientan la presencia familiar del Dios-con-nosotros. Y que nuestra vida entera sea un anuncio, con los hechos y con la palabra, de este Dios que ama al mundo y que se ha hecho compañero de cada hombre.

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 198080, 24


2. (sobre la primera lectura) FILIACION/FRATERNIDAD INFANCIA-ESPIRITUAL  /Mt/18/01-04  /Jn/03/03-04/16.

Es importante que un niño haya nacido. Cada niño nacido es flor de primavera y un brindis a la esperanza. Siempre que nace un niño, lo celebramos, porque es una gran victoria: la de la vida sobre la muerte, la del amor sobre el egoísmo, la de la responsabilidad sobre el capricho. Cada niño que nace nos ilumina y nos interpela.

Pero este Niño nacido era parte del signo anunciado. Es el Niño que "aplastaría la cabeza de la serpiente", el que "comería requesón con miel" y haría huir a los reyes o diablos enemigos.

Entonces, el nacimiento de este Niño es la mejor de las noticias.

Ya ha nacido el Niño profetizado. Ya empiezan a cumplirse las promesas de Dios. Ya tenemos razón y fundamento para todas las esperanzas. "Porque -advierte la importancia de este causal- ha nacido un Niño, todo empieza a tener sentido, todo se mira con nueva luz, todo se puede creer. Era verdad lo que Dios prometía y los profetas anunciaban. Porque ha nacido un Niño, todos los males pueden ser superados: las guerras pueden desaparecer: "La bota que pisa con estrépito y la túnica empapada de sangre serán pasto del fuego"; las opresiones pueden ser eliminadas: "La vara del opresor, el yugo de su carga, el bastón de su hombro, los quebrantaste"; y todas las tristezas e injusticias pueden ser vencidas: "Acreciste la alegría..., con la justicia y el derecho".

Nos ha nacido un Niño que es una "maravilla", fruto de raíz humana, lo más perfecto que el germen humano ha producido.

¡Qué bueno si en esta Navidad hiciéramos nacer en nosotros a nuestro propio niño! O sea, si todos empezáramos a ser un poco menos fuertes, menos independientes, menos importantes, y un poco más débiles, más confiados, más sencillos, más NIÑOS. En este sentido, podría decirse también: "Nos ha nacido un niño" (/Is/09/02-07).

El niño que ha de nacer es la persona despojada de orgullos y grandezas, liberada de recelos, desconfianzas y envidias, totalmente desarmada. Es una persona nueva. No es fácil. Hay que perder títulos, dejar armas, olvidar saberes, arrancar caretas, no soñar con aplausos y aprender a hacer locuras. Hay que rebajarse y empequeñecerse muchísimo. O dicho de otra manera, hay que volver a nacer.

Pero si Dios se ha hecho niño, si prefería a los niños, si nos enseñó el camino de la infancia, ¿puede caber alguna duda sobre lo que debemos hacer? Si en todos naciera un niño, ¡oh, feliz Navidad! Este niño, nacido de mujer, es el gran Hijo regalado a los hombres. La generosidad de Dios no tiene límites y raya en la locura. Dios es verdaderamente desbordante. Ahora no nos da cosas: tierra prometida, leche y miel, agua de la roca y comida de ángeles. Ahora nos entrega a su único Hijo, que es su propio ser. "Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único" (Jn 3, 16). Pero ¿no ves, Señor, que es una imprudencia? ¡Dar a los hombres un Hijo tan bueno! ¿Es que no nos conocías? ¿Es que no sospechabas cómo lo íbamos a tratar? Pero "no perdonaste a tu propio Hijo, sino que lo entregaste por todos nosotros" (Rm/08/32).

Nos dio a su Hijo para que, unidos a Él, todos llegáramos a ser hijos, y la filiación creciera y se multiplicara indefinidamente; para que todos seamos llamados "hijos del Dios vivo" (Os 2, 1), porque "convenía... que llevara muchos hijos a la gloria" (Hb 2, 10). Hijos en el Hijo, incontables como las estrellas del cielo.

Al darnos el Hijo, nos da el "Espíritu de filiación", para que podamos exclamar: "Abba: Papá" (/Rm/08/15). Es lo más grande y hermoso que podemos decir. En verdad, "nos han sido concedidas las más preciadas y sublimes promesas, para que, por ellas, os hiciérais partícipes de la naturaleza divina" (2 P 1, 4).

¡Divinizados en el Espíritu del Hijo! Es la herencia de los hijos.

Nos dio también a su Hijo para que todos fuéramos hermanos. Es importante saber que puede haber hermanos más unidos que los de la carne y la sangre. Pero es triste el constatar que apenas estamos dando los primeros pasos en este sentido.

Un Hijo se nos ha dado. Ya nunca te sentirás huérfano. En cualquier momento, Alguien te llamará por tu nombre y te dirá "hijo mío". Puedes estar seguro de que Alguien siempre te quiere más que tu madre. Y ya nunca te sentirás solo. En cualquier momento podrás gritar o susurrar "Padre mío" sabiendo que tu llamada no queda en el vacío. Y ya nunca te sentirás único. En cualquier momento podrás compartir con el Hijo primogénito y con un montón de hermanos, sintiéndote envuelto en un clima de la mejor amistad.

CARITAS
PASTOR DE TU HERMANO
ADVIENTO Y NAVIDAD 1985.Pág. 76 ss.


3.

La celebración de la Navidad es tan rica de contenido y -al mismo tiempo- decimos y oímos estos días tantas palabras sobre la Navidad, que no es fácil ahora acertar en estas palabras mías de breve comentario. Permitid que me limite a intentar responder a una pregunta, a un interrogante. Este: ¿qué podemos hacer para que la Navidad no se quede fuera de nosotros, para que la Navidad entre realmente en nosotros, en el corazón de nuestra vida? En muchos de nuestros hogares hemos hecho -lo han hecho quizá los más pequeños- una representación sencilla del Nacimiento, un Belén. Es como un símbolo de lo que quisiéramos: que la Navidad entre y esté en el hogar de nuestra vida. Que no sea sólo una fiesta externa sino también que sea una gracia de Dios que se haga presente en nuestra vida y la fecunde.

-Los buenos deseos o el simple recuerdo no son suficientes. En muchas de las palabras que escuchamos estos días, la Navidad es como un surtidor de BUENOS DESEOS, de sentimientos de paz y de bondad, de fraternidad. Y esto está muy bien, es bueno que en casi todo nuestro mundo hoy los hombres y las mujeres parezcamos mejores de lo que somos porque es como si nos dijéramos: ¡así querríamos ser!, ¡así querríamos que fuera nuestra sociedad! Pero también es verdad que sabemos que este ambiente pasará y probablemente todo volverá a ser como antes, porque estas buenas palabras, estos buenos deseos, muchas veces sabemos que están faltos de la necesaria fuerza interior, del necesario peso de realidad, para que sean algo más que buenas palabras y buenos sentimientos.

Y diría también que para nosotros, los cristianos que queremos celebrar religiosamente la Navidad, es posible que fácilmente la vivamos demasiado como un RECUERDO, casi como una nostalgia. Y, si es así, tampoco nuestra celebración tendrá suficiente fuerza ni suficiente peso real para cambiar algo en nuestra vida. Es bueno que recordemos aquel hecho sucedido hace casi dos mil años, allí, en las afueras de Belén, entre aquella gente sencilla del pueblo. Es bueno, evidentemente, que recordemos lo que fue anunciado en aquella noche como "la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo". Pero si para nosotros la Navidad es sólo un hermoso recuerdo, un hecho del pasado que ya pasó (como si no fuera un hecho también de nuestro hoy y aún de nuestro futuro), entonces tampoco tiene bastante fuerza para entrar en nuestra vida y cambiar algo en ella.

-Dios injerta su vida personal en la historia del hombre. Repitamos la pregunta que nos hacíamos: ¿qué podemos hacer para que la Navidad entre realmente en el corazón de nuestra vida y en ella tenga fuerza, peso real? No bastan las buenas palabras y los buenos deseos, no basta el simple recuerdo de aquella antigua noche aunque sea un recuerdo conmovedor. Me parece que lo fundamental, lo decisivo en nuestra celebración cristiana de la Navidad, es que la vivamos como una gracia de Dios, como un don de Dios. O dicho de otro modo, como una nueva venida de Dios a nosotros, a cada uno de nosotros.

Decimos a veces que la Navidad se ha de vivir de algún modo con espíritu de niño. Y es verdad si quiere decir que, como los niños, no hemos de poner nuestra confianza tanto en nosotros como en los demás. Es decir, que hemos de valorar más lo que recibimos que no lo que damos. Celebrar la Navidad quiere decir, sobre todo, darnos cuenta de que Dios comparte nuestra vida (en la debilidad), hace camino con nosotros. Por eso es, sobre todo, la celebración de la gran gracia y del gran don: Dios no nos ha hecho sólo a su imagen y semejanza sino que ha querido injertar su vida personal -injertarse él mismo- en la historia del hombre al hacerse carne, al hacerse hombre.

-Una nueva relación Dios-hombre. Por eso la Navidad es una invitación actual, dirigida a cada uno de nosotros. Dios ha establecido una nueva relación con cada hombre por el hecho que Él ha plantado su tienda entre nosotros, por el hecho que se ha hecho "Jesús", es decir, un hombre concreto, hijo de una madre, nacido en una familia del pueblo. Desde aquel momento, Dios no es ya sólo el Padre que está en el cielo, sino un hombre que ha seguido un camino humano que culminó en su acto total de amor por cada hombre al entregar su vida hasta la muerte.

Conseguir que la Navidad entre en el corazón de nuestra vida, es abrirnos a esta buena noticia, a esta gran alegría para todo el pueblo: Dios es también nuestro hermano, el hombre Jesús de Nazaret. Que hoy quiere ser recordado como el Niño envuelto en pañales y acostado en el pesebre de las afueras de Belén para que ninguno de nosotros tema acercarse a Él. La ternura que suscita el nacimiento de cualquier niño se enriquece además hoy por el sorprendente anuncio: este Niño es Dios-con-nosotros. Y de ahí surge una invitación a cada hombre para que tengamos una relación distinta -más humana- con este Dios que comparte nuestra humanidad.

Esta es la buena noticia, la gran alegría que celebramos en la Eucaristía de esta noche. Porque, además, ya que Dios se ha hecho carne, puede ser también el pan y el vino que alimenta y alegra nuestro corazón, nuestro camino de cada día, nuestro amor abierto a todos los hermanos.

J. GOMIS
MISA DOMINICAL 1989, 24


4.

NAVIDAD. LA PROXIMIDAD DE DIOS. 

La lectura del evangelio marca un contraste entre las primeras líneas que hablan de la subida para empadronarse y del nacimiento de Jesús, y las que vienen luego, en que el ángel revela a los pastores el misterio, es decir, el sentido profundo de aquel hecho. ¡El hecho es tan sencillo, tan de cada día!: "José (...) con su esposa María, que estaba encinta. Y mientras estaban allí le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales..." ¡La circunstancia de lugar y de tiempo es también tan humana!: el emperador quería que se hiciera el censo de todo el mundo romano, y José y María hicieron como todo el mundo: fueron a inscribirse, como nosotros cuando llenamos el padrón.

Junto a esto, ¡qué contraste!: "Os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor". Pero la gran alegría es un hecho de cada día: un nacimiento. Dios es humano, se acerca a nosotros no de un modo extraordinario, sino de un modo corriente y normal: compartiendo -haciendo suya- nuestra condición. No es extraño que este misterio sea revelado precisamente a unos pastores que ven su rebaño, a gente sencilla y pobre.

Navidad sigue recordándonos la humanidad y proximidad de Dios, que nos llena de alegría. He aquí lo que nos salva: que nuestra familia de hombres terrestres está en comunicación con Dios. Ayer como hoy. ¿Parece imposible, verdad? Pero éstos son los caminos de Dios, éste es el misterio: que el Inaccesible se acerca a nosotros, acampa entre nosotros.

NAVIDAD, LA PREFERENCIA DE DIOS POR LOS SENCILLOS.

En un mundo donde todos miran de ir hacia arriba, Dios va hacia abajo. José y María se ponen en la fila, como todo el mundo. No para "dar ejemplo", sino porque son como todo el mundo y su puesto está en la fila de todos. La maravilla no es que José y María -que lleva el niño en su seno- sigan el mismo camino que los demás y no encuentren sitio en la posada. La maravilla es que Dios haya escogido a José y a María, es decir, a gente como todo el mundo, gente sencilla.

Lo mismo nos dice el anuncio del ángel a los pastores: la gran alegría será para todo el pueblo, pero los primeros destinatarios son aquellos pastores. Tales son las preferencias de Dios y serán las de Jesús, que ha conocido a Dios tal como es realmente y no como los hombres nos lo imaginamos. Aún hoy los representantes de Dios y de Cristo tienden a separarse de la gente y a presentarse con maneras extraordinarias. La lección de Navidad es que Dios comparte, desde dentro, la condición humana de los sencillos.

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DIGNIDAD HUMANA. 

Cuando en una noche clara contemplamos la inmensidad del cielo, estamos embelesados ante la grandeza de los espacios y la inmensa cantidad de estrellas. Cuando escuchamos a los estudiosos que nos hablan de la larga historia de la vida hasta llegar a nuestros días, experimentamos al propio tiempo nuestra pequeñez: ¿qué es el hombre?; una pobre hormiguita de una inmensa procesión de siglos, perdida en un grano de arena que danza en los espacios siderales.

Pues bien, Navidad nos recuerda nuestra dignidad: la dignidad de todos y cada uno de los hombres. En cada uno de nosotros está la imagen de Dios, cada uno de nosotros es de la familia de Dios.

Guerras y violencias, tortura, esclavitud, trabajo embrutecedor, paro más embrutecedor aún... Pero también la lucha por adelantar a los demás, la competencia, el dominio, el "hacer carrera"...

Todo esto no es la verdad de la vida. Navidad nos lleva de nuevo al valor, a la dignidad de cada hombre: no por lo que posee, no por el cargo o la influencia que tiene. ¿Cómo celebrar la Navidad sin apostar por la hermandad universal, en nuestras sociedades de la competencia, sin trabajar en favor de los hombres más abandonados y dejados de la mano de todos, pero no de la de Dios?

J. TOTOSAUS
MISA DOMINICAL 1082, 24


5.

Si siempre este servicio cristiano que ahora debo realizar al comentar la Palabra de Dios para situarla en nuestra realidad de vida, es difícil, quizá pocas veces como hoy. Porque, por una parte, muchas voces nos hablan estos días de la Navidad pero me parece que muchas veces no se trata de la Navidad cristiana; por otra, sería preciso tener de verdad un corazón sencillo y una mirada muy clara para saber hallar las palabras que nos ayudarán a captar realmente el mensaje de la Navidad de JC. Permitidme, por tanto, recordar sólo las tres aspectos, los tres tiempos, que incluye nuestra celebración de hoy. Serán palabras ya sabidas, pero aceptadlas como un pobre anuncio de la Navidad.

-En primer lugar, hoy, nuestra mirada se vuelve hacia un hecho PASADO. Sucedió hace cerca de 2.000 años: el nacimiento de un niño, en una familia sencilla de pueblo. En la dureza de los que son pobres; en el amor de los que se quieren.

Decía un poeta indio que cada niño que viene al mundo nos dice que Dios aún espera en el hombre. Para nosotros -para los cristianos- aquel niño es la máxima manifestación de esta esperanza de Dios en el hombre. Porque para nosotros aquel niño es la Palabra de Dios, es la manifestación de Dios, la Revelación de Dios. ¿Qué es Dios? ¿Qué espera de nosotros? El hombre busca, imagina, habla... pero sabe muy poca cosa de Dios. La respuesta nosotros la hallamos en el camino que se inicia en la cueva de Belén.

Aquel chiquillo de Belén es para nosotros Luz y Vida: es la luz de Dios que ilumina nuestro camino, es la Vida de Dios que nos da vida a nosotros. Y el Dios que se nos manifiesta y se nos comunica, inicia su camino como cualquiera de nosotros. El Dios fuerte e inefable, escoge el último lugar, el lugar del pobre, del que no es acogido. No es el Dios terrible y lejano, sino el Dios indefenso que sólo es un niño.

Este es el anuncio de alegría, el anuncio de salvación, la "gran noticia" que proclaman los ángeles en la noche de Navidad: nace un niño, y este niño es el Mesías del amor de Dios. De un amor que es para todos los hombres, sin ninguna excepción. ¿Quién puede sentir miedo, quién puede desconfiar, quién no sentirá renacer la esperanza ante un niño? 

-Pero aquel camino que comenzó en la cueva de Belén es ahora, para nosotros, un camino ACTUAL. Nada entenderíamos del mensaje de Navidad si lo redujéramos a un hecho conmovedor, pero pasado.

Para nosotros, la Navidad es más una realidad actual que pasada.

Porque nosotros creemos que aquel niño es ahora nuestra Luz y nuestra Vida. El espera una respuesta y nosotros debemos dar ahora esta respuesta. No vale contentarse recordando emocionados la sencilla ternura de los hechos de Belén. Aquel niño nos plantea una pregunta decisiva: ¿acogemos su Luz, vivimos de su Vida? No miremos sólo la cueva de Belén miremos también nuestra vida.

¿Dónde está aquel niño? ¿Está presente en nuestro camino de amor, en nuestro esfuerzo de verdad, en nuestra lucha por el Reino de Dios? Recordar su nacimiento significa creer que él siempre viene a nosotros para iluminar, guiar, impulsar, fortalecer nuestro camino. Lo que nosotros hoy hemos de preguntarnos es si queremos acogerlo, si sabemos acogerlo. 

-Pasado, presente y también FUTURO. Navidad es también anuncio esperanzado de la plena salvación, de la comunicación de Vida total y para siempre que Dios quiere para nosotros. El camino que se inició en la cueva de Belén, el camino que prosigue en nuestra vida, es un camino que lleva a la plenitud del Reino de Dios.

La voluntad salvadora de Dios se manifestó en la fragilidad de un niño. Pero esta voluntad de salvación es eficaz: quiere llegar hasta el final. Por eso hoy nuestra mirada debe dirigirse también hacia el futuro, hacia la esperada vida feliz que anuncia la Buena Nueva del niño de Belén.

El camino para llegar a esta meta no es fácil. Recordemos que el niño que nace, morirá como un criminal en la cruz. Pero recordemos también que el crucificado resucita, anunciando así la gloria que Dios quiere comunicarnos, como hijos suyos, en la comunión total en su Amor.

Pasado, presente, futuro. En una palabra, alegre anuncio de Vida. En la noche de nuestro camino surge la Luz que nos guía hacia la Vida. Celebrémoslo con alegría en nuestra solemne eucaristía de este día de Navidad: porque siempre la eucaristía es a la vez memorial del camino de JC que se entrega por nosotros, es reafirmación actual de nuestro camino de comunión en el Amor del Padre, es anuncio esperanzado de la meta gloriosa hacia la que nos conduce el Espíritu de Dios.

Hermanos, que la alegría de la Navidad nos impulse a todos por el camino de JC. Con verdad, con esperanza.

JOAQUÍN GOMIS
MISA DOMINICAL 1973, 6b


6. 

"PAZ A LOS HOMBRES QUE AMA EL SEÑOR":

Los ángeles anunciaron a los pastores de Belén el nacimiento de Jesús, llevaron la buena noticia a los pobres como estaba previsto ya por los profetas. En ese primer anuncio tenemos también la primera interpretación del acontecimiento que celebramos hoy, la interpretación auténtica de la navidad. Y si queremos recuperar el significado y el gozo originario de la Navidad, que buena falta nos hace, tendremos que escuchar nosotros lo que entonces se dijo a los pastores. Porque andamos a veces muy despistados con otros anuncios, nada evangélicos, que falsifican la verdad y nos cierran el camino que conduce a Belén y a su misterio.

En aquel tiempo se dijo a los pastores: "Os ha nacido un salvador... Paz a los hombres". O lo que es igual: a vosotros, que no teníais salvación, se os ha dado un salvador; a vosotros, que sólo teníais esperanza -¿qué otra cosa podíais tener si erais los mas pobres?-, se os ha dado, con el Mesías, el mismo reino de Dios... Para vosotros se ha cumplido la promesa, se ha hecho carne la palabra. Jesús, el hijo de María, es la Palabra hecha carne recién nacida. Ahí lo tenéis, en un pesebre, al alcance de un abrazo. Paz a vosotros, paz a los hombre que ama al Señor.

¿EN QUÉ CONSISTE ESA PAZ?: 

La paz que proclaman los ángeles viene de Dios para los hombres que están dispuestos a recibirla. Es una paz que el mundo no puede dar. Consiste en la reconciliación de los hombres con Dios por medio de Jesucristo y, en consecuencia, en la reconciliación del hombre consigo mismo y con los demás. La encarnación del Hijo y su nacimiento es un acto de amor del Padre a los pecadores. Lo que significa que Dios acepta al hombre tal cual es; no para que siga siendo lo que es, sino lo que debe ser, pero de todas formas Dios acepta al hombre real. Más aún, el Hijo de Dios se pone al lado del hombre para andar con el hombre su camino. Por eso decimos y confesamos que Dios nos ha reconciliado en su Hijo, nuestro hermano.

Pero si Dios ama y acepta a los pecadores, si Jesús es el "amén" de Dios al hombre, esto quiere decir que el hombre ha sido autorizado por Dios para aceptarse a sí mismo con esperanza. De modo que nosotros, pobres pecadores, ya no estamos condenados a optar por el hombre que debe ser, por el hombre ideal, en contra del hombre de carne y hueso que todavía somos. Porque es este hombre concreto el que ha sido amado y aceptado por Dios para que él pueda aceptar su propia realidad y sacarla adelante con una esperanza que no le va a defraudar. Después del nacimiento de Jesús, nadie puede maldecir el día de su nacimiento sin maldecir a Dios; nadie puede aborrecer a sí mismo sin aborrecer a Dios. Y es por todo esto que el creyente ha de vivir en paz consigo, en paz y en esperanza.

El Niño de Belén, que es la réplica del amor de Dios al pecado del hombre, nos invita a responder con amor al odio de nuestros enemigos, a reconciliarnos con todos. No, claro está, para dejarlos en su injusticia, porque esto sería desprecio y desamor.

Y sin embargo debemos reconciliarnos con los hombres tal y como son, sin esperar que sean lo que deben ser, sino para ayudarles a que lo sean. Porque el amor que ha sido derramado en nuestros corazones por este Niño es el principio de la realización del hombre, y no algo que sólo puede darse entre hombres ya realizados y perfectos. Por eso podemos y debemos amar a nuestros enemigos.

CONSTRUYAMOS LA PAZ EN LA PAZ DE DIOS: 

Esa paz proclamada por los ángeles e inaugurada en el mundo con el nacimiento del Salvador ha de llegar a su plenitud, hasta que la reconciliación sea total y el hombre viva en una tierra en la que habite la justicia y aparezca la gloria de Dios. En una tierra en la que el hombre se reconcilie también con la naturaleza, para que ésta no sea un medio hostil y causa de todas las hostilidades y disputas. Para que todo lo que Dios ha creado para el hombre no sea objeto de rapiña y de explotación del hombre por el hombre, sino medio de encuentro y de comunicación. En paz y en gracia de Dios, pacientemente y esperanzadamente, construyamos día a día la paz, conjurando el miedo, la angustia, el odio, la desesperación...

Sabiendo que el nacimiento de Jesucristo en Belén ha puesto en esperanza y en dolores de parto a la creación entera.

EUCARISTÍA 1978, 60


-Navidad es un Niño. Y alrededor de este Niño encontramos a María, José, unos magos y unos pastores. Quizá si nos dejásemos impregnar por el aire de estos pastores podríamos llegar, en la fe, a descubrir que siempre es posible la esperanza.

-Había unos pastores que pasaban la noche al aire libre

Hay gente que duerme y gente que vela. Duermen los que ya tienen los graneros rebosantes, los que ya han encontrado el paraíso perdido, los que pueden explicarlo todo y los que ya pasan de todo.

Velan los que esperan un nacimiento, los que trabajan para que el hombre y la mujer puedan vislumbrar la alborada, los que están atentos para oír la voz del que llora..."había unos pastores que pasaban la noche al aire libre".

-Era de noche pero "la gloria del Señor los envolvió de claridad"

El pastor, sobre todo en Oriente, es el hombre que soporta el sol y el viento. Vive al aire libre y va de acá para allá, detrás del rebaño que necesita pastos.

Los pastores de Belén no eran diferentes. Vivían lo suficientemente a la intemperie como para poder oír el llanto de un recién nacido a media noche. Tenían el corazón y los ojos lo bastante limpios para percibir que, en medio de la noche, brillaba una luz. Eran lo suficientemente humildes para maravillarse de la novedad de Dios. Y oyeron el llanto, vieron la luz, encontraron al Niño.

-La noche y la luz, hoy 

Hoy la noche es la falta de solidaridad y de aceptación mutua, el ruido sordo y metálico del conflicto, la carrera incontrolada del dinero, la desconfianza y la orgía del aislamiento, el silencio por lo que respecta a Dios en la vida corriente, en la mesa, en el trabajo, en la sociedad.

Pero en la noche hay centinelas que ven una luz. Y ese encuentro lo hacen voz. Y la voz toma un nombre, que con sonidos diferentes nos dice: Velad, abriros. Abriros a la imaginación, a la ilusión, a la esperanza, al amor renovado, al cambio social eficaz, a la palabra sin demagogia, a la amistad desinteresada, a la libertad sin glosas.

-Los que han visto la luz

Estos son los que, a menudo yendo contra corriente, entre sombras y desfallecimientos, son capaces de situarse ante las preguntas que la vida les trae, afirmando que esta vida y la historia humana no son ciegas.

Pero, ¿hay gente así? ¡Claro que la hay! Pienso en aquellos chicos y chicas que han creado una alternativa de vida comunitaria con deficientes psíquicos y conviven con ellos en un clima de calor hogareño. Y en aquellas "hermanitas de los pobres". Y en aquellos otros que van a trabajar como cooperadores por dos o tres años a la sierra del Perú. Y tantos y tantos otros que, desde las parroquias o los barrios, desde las asociaciones de padres o los hospitales, desde la política o los sindicatos, hacen posible una vida más humana y más digna.

Todos, consciente o inconscientemente, velan como los "pastores" y hacen aquella experiencia de abrirse al bien y amarlo en su fuente.

De un Bien que hoy se ha encarnado en un Niño llamado Jesús. Y que celebrando la Eucaristía ahora acogeremos, festejaremos y nos felicitaremos por tenerlo entre nosotros.

LLUIS SUÑER
MISA DOMINICAL 1991, 17


8.

Es preciso saber descubrir el sentido de la Navidad en cada año de nuestra vida.

Navidad nos recuerda un hecho pasado: "Y se encarnó por obra del ES de María Virgen".

"Y el Verbo se hizo carne..." Dios y Hombre. Las dos palabras más distantes de nuestra lengua unidas por el amor de Dios.

Porque el amor a los hombres es la única razón que ha movido a Dios a unir estos dos extremos y venir a nacer en Belén.

Lo dice san Juan: "Dios nos amó tanto que no paró hasta darnos a su Hijo Unigénito, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que alcance la vida eterna".

Decía san Juan de Avila: "Maravillaos y espantaos de que Dios os amó tanto que se hizo hombre por Vos".

Y este santo, patrono de los curas españoles, extremadamente parco en manifestar sus sentimientos, cuando hablaba del nacimiento de Cristo lo hacía con tanto entusiasmo que decía: "Tráiganme muchos escribientes, que estaré dictando toda la vida grandezas y lindezas de Dios hecho hombre".

Y yo me quedo tan campante, tan tranquilo. Y es que a fuerza de tanto oírlo parece que pierde eficacia el misterio de la Encarnación de Dios, como pierden eficacia los gritos de una soprano trágica para el acomodador que los oye todos los días.

Se nos repite con tanta insistencia esta Noticia que, desgraciadamente, ha dejado de ser para muchos de nosotros, Buena Noticia.

Tenemos necesidad urgente de volver a pensar estas cosas, de repensarlas en nuestro corazón, y corresponder adecuadamente al Nacimiento de Jesús.

En Jesús Dios ama al hombre. Esta afirmación nos asombraría si no tuviéramos adormecida la sensibilidad.

La encarnación del Verbo es un misterio de amor, de un amor sin límites, de un amor inexplicable. Hasta ese punto ama Dios al hombre. "El amor de Dios a nosotros se ha manifestado en que Dios ha enviado a su Hijo único al mundo" 1Jn/04/09 

¿Cómo corresponder a su Nacimiento? Acogiéndole en su nuevo nacimiento. "Si Cristo ha nacido, dice san San Agustín ¿cómo dudar en renacer? Su Madre lo ha llevado en su seno: llevémosle en nuestras almas. Se ha visto a una Virgen encinta del Verbo encarnado: llenemos nuestros corazones de la fe de Cristo. Una Virgen ha dado a luz la salvación: alumbremos también nosotros la alabanza. No seamos estériles y que para Dios nuestras almas sean fecundas". (S.189).

Mediante la gracia que Cristo nos comunica a través de los sacramentos, Cristo nace en nuestros corazones, haciéndonos nacer al mismo tiempo a nosotros a la condición de hijos de Dios. Y así como Cristo nació una vez para siempre en Belén para nacer cada día en nuestros corazones, así también la fiesta de Navidad adquiere su pleno sentido si dejamos que Cristo nazca en nosotros por la gracia. Pasar estos días en pecado es dejar incompleta la fiesta de Navidad.

Que nuestra presencia y nuestra ofrenda sean expresión de nuestra fe.

Yo vengo de ver, Antón,
un Niño en pobrezas tales,
que le di para pañales
las telas del corazón.


9.

-Esta noche nos convertiremos en Dios

Dios se hace hombre para hacernos «dioses». «¡Qué admirable intercambio!», canta la liturgia. «El Creador del género humano, tomando cuerpo y alma..., nos da parte de su divinidad». Negocio redondo. ¡Qué mal negociante es Dios! Nos pide algo de nuestro barro y nos regala un trozo de divinidad. Cambia su cielo por un poco de tierra, la omnipotencia por la debilidad, la gloria por la bajeza, la eternidad por el tiempo.

El hombre siempre quiso ser Dios. Es la raíz de todas sus tentaciones y problemas. Ahora, esta vieja aspiración humana podrá ser conseguida pero de manera insospechada. No es el hombre el que alcanza la divinidad, sino que es Dios el que se la regala; no por el camino del orgullo y la autosuficiencia, sino por el de la humildad y la fe; no haciéndose grande, sino haciéndose pequeño.

Esta noche podemos llegar a «ser Dios». Podemos transformarnos en ese niño que acaba de nacer. Hasta aquí debe llegar la Navidad. No es sólo el Dios que se hace hombre, sino el hombre que «se hace Dios». Dios que nace de mujer, el hombre que renace del Espíritu. O sea, una doble Navidad.

Divinizarse, transformarse en Dios, ser un Cristo vivo, es, desde luego, obra del Espíritu. El nos enseña a Cristo, nos reviste de Cristo, nos hace ser otro Cristo, hasta poder decir: «Yo ya no soy yo. Mi yo ha sido asumido por el Verbo, que ha vuelto a "encarnarse" en mí. Yo soy una "renovación" de Cristo».

No apartes tu vista del modelo: aprende todas sus palabras y sus gestos, sigue todos sus pasos, que Cristo vaya creciendo en ti.

-Esta noche nos comprometemos con Dios

Tu primer compromiso es ser una Navidad viva. Pero no basta. Debes prolongar la Navidad. Que en todas partes haya Belenes vivos. Tu compromiso es el de esparcir semillas de Navidad. Consiste en contagiar el gusto por lo pequeño y lo sencillo, de convencer a la gente de la necesidad del desprendimiento y de la urgencia del compartir, de descubrir el secreto de la felicidad, de aprender que nuestra ley fundamental no es el sobrevivir, sino el servir y el amar.

Bonita misión la de ir construyendo cunas y Belenes vivos. Pero, ¡qué difícil! Si se tratara de nuevas figuritas, de mejores villancicos, de luces más brillantes, no habría especial dificultad. Pero es lo contrario: enterrar las figuras de escayola y crear figuras vivas, apagar las luces artificiales y encender luces en los corazones, olvidar villancicos aprendidos y componer villancicos propios, o mejor, ser cada uno un verdadero villancico que inspire ternura, paz y amor.

«Navidad. Dios nace si tú ayudas.»

IDEAS PRINCIPALES PARA LA HOMILÍA

1. Hoy veremos a Dios. Dios viene hasta nosotros y se deja ver. Para no deslumbrarnos, se viste con velo de carne, tejido en las entrañas de María. Tres son los resplandores de su gloria: humildad, pobreza, amor.

2. Esta noche recibiremos a Dio. Dios no aparece de manera fugaz. Se queda con nosotros definitivamente. Pone su tienda entre nosotros y se hace compañero de nuestro peregrinar. Pero para que acampe en nuestra casa necesitamos abrirnos y vaciarnos del todo.

3. Esta noche nos convertiremos en Dios. En Navidad no sólo celebramos el nacimiento de Dios, sino el renacimiento del hombre. Dios se hace hombre para que el hombre pueda hacerse Dios. Es obra del Espíritu.

4. Esta noche nos comprometemos con Dios. Para que siga naciendo en cada uno y en todo el mundo; que todo el mundo sea un Belén vivo.

CARITAS
FUEGO EN LA TIERRA
ADVIENTO Y NAVIDAD
1988.Págs. 108 s.


10.

1. "Cuando el profundo silencio reinaba en la tierra, y la noche en su carrera llegaba a la mitad de su camino, tu Verbo Omnipotente, Señor, descendió a la tierra, desde su trono real".

En esta noche memorable que tan bellamente describe la liturgia, unos pastores en las cercanías de Belén, que estaban en vela guardando su ganado, recibieron la sorprendente visita de un extraño personaje, que le habló así: "No temáis, porque os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor".

¿Y por qué motivo el nacimiento de Cristo sería ocasión de gran alegría para todo el mundo? El ángel nos lo dice: porque viene a nosotros como Salvador. En la carta a los Romanos, San Pablo pinta con negros colores la época anterior a Cristo. De pronto el Apóstol salta de alegría: ahora todo es distinto. Antes de Cristo, los tiempos estaban cerrados en el pecado; por Cristo empieza el gran retorno de los hombres a Dios. Antes de Cristo estaban los hombres lejos de Dios; ahora han sido puestos en su cercanía. La época que inaugura Cristo es como una copa llena del amor de Dios. El nacimiento de Cristo, la aparición de Dios en el mundo revestido de nuestra carne, hecho semejante a nosotros en todo menos en el pecado, como uno más de nuestra raza, de esta dichosa raza humana desde que Él está entre nosotros, es la más enorme prueba del amor que Dios siente hacia los hombres. "Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3, 16).

Ya es motivo de profunda alegría que Dios se haga hombre, pero aún lo es más el saber por qué lo hizo: para que el hombre no perezca, sino que tenga vida eterna. ·Agustín-SAN, en un genial juego de palabras expresa esta misma consoladora realidad: "Para que los hombres pudiesen nacer de Dios, quiso Dios nacer de los hombres".

2. Cristo nace en Belén para nacer en nuestros corazones.

Este trabajoso nacimiento de Jesús en los corazones. "Hijos míos, por quienes sufro de nuevo dolores de parto hasta ver a Cristo formado en vosotros" (/Ga/04/19).

Cristo continúa naciendo. María sigue cada día haciendo su camino de Nazaret hasta Belén para alumbrar a Cristo. Ella nos ayuda a dar a luz a su Hijo. Ella misma lo da a luz en nosotros.

Y cuando lo recibimos en la comunión, Ella baja para tener cuidado del Cristo que nos nace. "Muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre".

"Concédenos compartir la vida divina de Aquél que hoy se ha dignado compartir con el hombre la condición humana" (Oración misa del día).

"¡Qué maravilloso intercambio! El Creador del género humano, tomando cuerpo y alma, nace de una virgen y, hecho hombre sin concurso de varón, nos da parte en su divinidad" (1ª Ant. 1ª Vísperas solemnidad de Sta. María).


11.

Hoy, a escala de Humanidad, tendremos que decir que la Navidad es una gran frustración para los hombres. Todos los años se repite el mismo cuadro: queremos vivir en este día lo que debiera ser nuestra vida siempre. En este día nos parece un sacrilegio la falta de amor, la incapacidad para perdonar, la ausencia de solidaridad. Incluso para la guerra nos hemos inventado "la tregua navideña"; es como si, por lo menos en este día, nos diera vergüenza matar. Y tranquilizamos nuestra conciencia pensando que, por lo menos en este día, no debe faltar la comida en ninguna mesa. Sentimos una profunda pena hacia aquél que se encuentra solo, porque lo sabemos doblemente solitario. Las ausencias y las separaciones nos parecen más dolorosas. Nos pasamos este tiempo repartiendo felicitaciones -incluso las tenemos organizadas-, repartiendo regalos, derrochando amabilidad por todos los poros. Y los otros días ¿qué? ¿Es que la Navidad es un día? ¿Es que es algo metido en las 24 horas del reloj? No, amigos. La Navidad es la revelación del misterio del amor de Dios oculto durante los siglos y que se hace presente en la historia de los hombres. Ahí está la gran frustración de nuestra humanidad. Porque en lo más íntimo de su ser ha captado el impacto de la Encarnación y el hombre sospecha -aunque a veces parezca que no quiere saberlo- que la Navidad es su gran plenitud. El hombre sabe que está llamado a esa plenitud. Pero incapaz de conseguirla en su mediocridad, intenta olvidarla, creando en sustitución esa gran mentira que es la alegría navideña y el ambiente ficticio de estos días.

La alegría y el ambiente navideños que ha creado el hombre es mentira, porque no brota, en general, del encuentro personal del hombre en lo íntimo de su corazón con el Dios Vivo. Esta alegría le viene impuesta desde fuera. Y si hay mentiras piadosas para personas inmaduras, ésta ni siquiera es piadosa, es cruel. Está hecha de comida y bebida y entonces es más insultante el hambre y la sed. Está hecha de lujo y ostentación y entonces destaca más la miseria.

Esta alegría es una vil estafa hecha al hombre que no se detiene a pensar por qué cuando se apagan las luces, y pasan los vapores de las sobremesas y se hacen viejos los regalos... no queda nada. Todo es como al principio, como si no hubiese habido Navidad. ¡Un mito más!

Pero no puede este triste espectáculo hacernos pensar que todo ha de ser así, que la humanidad está condenada siempre a la frustración. "Un día llegará -como dice el profeta Isaías- en el que forjarán de sus espadas arados, y de sus lanzas, hoces. No levantará espada nación contra nación, ni se ejercitarán más en la guerra. Serán vecinos el lobo y el cordero, y el leopardo se echará con el cabrito, y el novillo y el cachorro pacerán juntos, y un niño pequeño los conducirá. Nadie hará daño, nadie hará mal en todo mi Monte santo, porque la tierra estará llena del conocimiento de Dios como lleno de aguas está el mar". Será Navidad para la Humanidad cuando Él realice plenamente "el cielo nuevo y la tierra nueva". Y un día llegará, cuando Él vuelva, en que la Humanidad desbordará de gozo y alegría. Esa será la gran Navidad. No harán falta luces porque Él será el gran resplandor, "la luz inextinguible" donde habita Dios.

Pero ¿y mientras tanto? Mientras tanto, cada uno debe vivir y celebrar la Navidad de la manera más auténticamente posible.

Con Jesús nace un mundo nuevo. Un mundo de hombres honrados, sobrios, religiosos, abiertos a la esperanza; su oficio son las buenas obras.

¿Somos nosotros hombres dedicados a obrar el bien, con verdadera entrega a los demás, a la promoción de las personas, de las familias, de los pueblos, del mundo? ¿Somos hombres siempre a favor de la paz, la justicia, la libertad y contra cada uno de los abusos que deshumanizan a los hombres?

¿Qué hacemos con la luz que nos vino en Cristo? ¿Vivimos nosotros en ella o en las tinieblas: en la verdad, el bien, el amor, o en las mil mentiras del egoísmo? ¿Vivimos sobria, honrada y religiosamente, es decir, con sencillez, desprendimiento, fe y entrega generosa? ¿O somos unos superficiales egoístas?

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO