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HOMILÍAS PARA EL DOMINGO SEGUNDO DE NAVIDAD
38-42


38. DOMINICOS 2004

Domingo 2º de Navidad

En el sosiego entre la fiesta de la navidad y la epifanía, este domingo  nos invita a entrar en el “silencio sereno”que proclama la antífona de entrada de la Eucaristía para dejarnos invadir por el insondable misterio, expresado por el evangelista Juan:  “La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros y hemos contemplado su gloria”. Palabra “hecha carne” que se manifiesta como el amor cercano, entrañable y solidario de Dios con todos los seres humanos para manifestarnos su rostro, para recorrer con nosotros el camino de la historia que avanza hacia la realización plena del plan amoroso de Dios. Palabra que establece y crea una relación viva y personal con los hombres y mujeres, si estamos dispuestos a acogerla: “a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios”. De la mano de la sabiduría, que aparece en la lectura del Eclesiástico, personificada y cercana a Dios, pero que echó raíces en medio del pueblo, se va preparando en el  Antiguo Testamento la revelación que conducirá a la auténtica Sabiduría, a la Palabra definitiva del Padre.

El apóstol Pablo nos invita a releer, con corazón agradecido, la historia de la salvación que Dios Padre nos ha otorgado en Jesucristo: en el Hijo hemos sido bendecidos, agraciados, elegidos para ser santos, hechos hijos adoptivos... En su bella oración por la comunidad de los cristianos de Éfeso, Pablo pide al Padre que les ilumine con el espíritu de sabiduría para comprender el destino final al que han sido llamados, el mismo al que nos llama nuestra vocación y orienta nuestra existencia concreta de creyentes. La sabiduría que el apóstol pide no se basa en conocimientos abstractos o intelectuales, sino en la adquisición de una sensibilidad especial para vivir haciendo experiencia de Dios en la historia humana en la que el Verbo se ha encarnado; sabiduría que cuestionará siempre el intento de la búsqueda de un Dios al margen de la vida.  Si Dios nos ha elegido y nos ha hecho hijos ¿podremos  rechazar y negar el don de la filiación de Dios a nuestros hermanos y hermanas?, ¿podremos considerar a alguien como extraño?.  Si hemos sido llamados a “heredar una bendición” ¿podremos vivir entre nosotros mal-diciendo o apropiándonos de una bendición destinada para todos?

Comentario Bíblico

La Palabra de Dios es la luz verdadera 

            Este segundo domingo de Navidad, después de la fiesta de María Madre de Dios con que abrimos el año nuevo, es una profundización en los valores más vivos de lo que significa la encarnación del Hijo de Dios.

Iª Lectura: Eclesiástico (24,1-12): La Sabiduría, mano de Dios

I.1. La primera lectura se toma del libro del Eclesiástico (titulo popular) o de la Sabiduría de Ben Sirá, como se le conoce, técnicamente, por el autor que lo escribió. Antes no se le conocía más que en griego, pero ya se han descubierto los fragmentos hebreos (en la antigua Guenizá del Cairo) que certifican que esa es su lengua original. Es un libro propio, con un género literario específico, tanto en el mundo bíblico como en la literatura del Medio Oriente y de Egipto. Este tipo de obras intenta poner de manifiesto los valores más fundamentales de la vida, de un comportamiento justo, honrado, humanista; en definitiva, eso es vivir con sabiduría.

I.2. La lectura de hoy nos habla de la Sabiduría, con mayúscula; no la del hombre, sino la de Dios. Es un himno grandioso del papel que tiene la sabiduría en las relaciones de Dios con el mundo y con los hombres. Debemos tener en cuenta que los judíos no podían entender que hubiese alguien como Dios; la sabiduría, aunque personificada, es, en el texto, una criatura como nosotros, aunque es la mano derecha de Dios, porque es la confidente del saber divino y, por lo mismo, de su acción creadora, hálito del poder divino en todo el proyecto que El tiene sobre el mundo. De hecho, en el judaísmo se identificaba a la Sabiduría con la Torah, la ley. No podía ser de otra forma en un ambiente cerrado a los valores creativos y proféticos de Dios. Sin embargo, una lectura cristiana de este texto, lo sabemos, apunta directamente a la Palabra de Dios, a Jesucristo. Y entonces, la Torah, la ley, quedará en lo que es, un mundo de preceptos que a veces ni siquiera ponen de manifiesto la voluntad de Dios.

IIª Lectura: Efesios (1,3-6.15-18): Elegidos, “en Cristo”, para ser hijos

II.1. Aunque se proclame en nuestra lectura que esta carta es de San Pablo, la opinión más extendida hoy, aunque no sea general, es que es un escrito posterior de la escuela paulina. Es un escrito de una gran densidad teológica; una especie de circular para las comunidades cristianas de Asia Menor, cuya capital era Éfeso. En realidad lo que hoy nos toca proclamar de esta lectura es el famoso himno con el que casi se abre la epístola. Es un himno o eulogía (alabanza), a Dios, probablemente de origen bautismal, como sucede con muchos himnos del NT; desde luego ha nacido en la liturgia de las comunidades cristianas. Su autor, como Pablo hizo con Flp 2,5-11, lo ha incardinado a su escrito por la fuerza que tiene y porque no encontró ostras palabras mejores para alabar a Dios.

II.2. Se necesitarían un análisis exegético de más alcance para poder decir algo sustancial de esta pieza liturgia cristiana. Es curioso que estamos ante un himno que es como una sola frase, de principio a fin, aunque con su ritmo literario y su estética teología. Canta la exuberante gracia que Dios ha derramado, por Cristo, en sus elegidos. Vemos que, propiamente hablando, Dios es el sujeto de todas las acciones: elección, liberación, redención, recapitulación, predestinación a ser hijos. Es verdad: son fórmulas teológicas de cuño litúrgico las que nos describe este misterio. Pero todo esto acontece en Cristo, en quien tenemos la gracia y el perdón de los pecados. Y por medio de Él recibimos la herencia prometida. Y en Cristo hemos sido marcados con el sello del Espíritu hasta llegar a experimentar la misma gloria de Dios en los tiempos finales.

II.3. ¿Qué podemos retener del mismo? Entre las muchas posibilidades de lectura podríamos fijarnos en lo que sigue: que Dios, desde siempre, nos ha contemplado a nosotros, desde su Hijo. Dios mira a la humanidad desde su Hijo y por eso no nos ha condenado, ni nos condenará jamás a la ignominia. Hay en el texto toda una “mirada” del Dios vivo. El es un Dios de gracia y de amor. La teología de la gracia es, pues, una de las claves de comprensión de este himno. Sin la gracia de Dios no podemos tener la verdadera experiencia de ser hijos de Dios. El himno define la acción amorosa de Dios como una acción en favor de todos los hombres. Estamos, pues, predestinados a ser hijos. Este es el “misterio” que quiere cantar esta alabanza a Dios. Se canta por eso; se da gracias por ello: ser hijos es lo contrario de ser esclavos, de ser una cifra o un número del universo. Este es el efecto de la elección y de la redención “en Cristo”.

II.4. Podemos añadir que esta “parte” del himno a Cristo de la carta a los Efesios es lo equivalente del texto del Sirá sobre la Sabiduría, aunque con una riqueza teológica y cristológica sin precedentes. Es una eulogía en su forma, una alabanza a Dios por su proyecto de salvación sobre la humanidad. Se inspira en los himnos del AT, en Qumrán, en las famosas berakak del judaísmo. Es un himno cristológico más que trinitario. Porque el corazón del mismo es el papel de Cristo, ya que todo lo que se describe acontece en Cristo y por medio de Él. Probablemente era un himno litúrgico, quizás bautismal, que ha sido elegido por el autor de la carta a los Efesios para inaugurar este escrito que se pretende que sea “paulino” a todos los efectos. Los vv. 15-18 quieren descender a lo concreto de la comunidad o comunidades que ha de escuchar esta alabanza a Dios por lo que ha hecho en Cristo.

II.5. Jesucristo es la sabiduría y más que la sabiduría, porque por medio de Él está garantizado para nosotros el amor de Dios como hijos suyos. De eso se alegra entrañablemente el autor de la carta a los Efesios. Es una lectura, como todas las de hoy, de altos vuelos teológicos, pero que es verdaderamente apropiada para poner de manifiesto la grandeza de la encarnación de Dios por nosotros. La verdadera sabiduría de este tiempo, todavía de Navidad, es agradecer a Dios el misterio de su generosidad.

Evangelio: Juan (1,1-13): Dios acampó en nuestra historia

(Podemos volver a leer el texto comentado el día de Navidad)

III.1. El himno y las sentencias que lo constituyen se relaciona con las especulaciones sapienciales judías. El filósofo judío de la religión, Filón de Alejandría, que vivió en tiempos de Jesús, hizo suyas aquellas reflexiones, pero en vez de sabiduría habló de la Palabra divina, del Logos. En el judaísmo «sabiduría» y «palabra de Dios» significaban prácticamente lo mismo. Sobre este tema desarrolló Filón una serie de profundas ideas. En el himno al Logos de Juan han podido influir otras corrientes conceptuales de aquella época. Fuera como fuere, en el texto joánico la idea del Logos tiene una acuñación cristiana propia, una forma inconfundible ligada a la persona de Jesús. Se interpreta, en efecto, esta persona, mediante los conceptos ya existentes sobre la Palabra de Dios, de una manera no por supuesto absolutamente nueva, pero sí profundizada.

III.2. El Logos, en griego, la Palabra divina, se ha hecho carne, es nuestra luz. Quizás parece demasiado especulativa la expresión. Pero recorriendo el himno al Verbo, descubrimos toda una reflexión navideña del cuarto evangelio. El Verbo ilumina con su luz. La iniciativa no parte de la perentoria necesidad humana, sino del mismo Dios que contempla la situación en la que se encuentra la humanidad. Suya es la iniciativa, suyo el proyecto. En el Verbo estaba la vida y la vida es la luz de los hombres. Por eso viene a los suyos, que somos nosotros. La especulación deja de ser altisonante para hacerse verdaderamente antropológica, humana. Pone su tienda entre nosotros, el Logos, la Sabiduría, el Hijo, Dios mismo en definitiva. ¿Cómo? No como en el el AT, en la tienda del tabernáculo en el desierto, ni en un “Sancta Sanctorum”, sino en la humanidad misma que era la que verdaderamente necesitaba ser dignificada. El hombre es imagen de Dios, y esa imagen se pierde si la luz no nos llega. Y esa luz es la Palabra, Jesucristo.

III.3. Esta es una de las páginas más gloriosas, profundas y teológicas que se hayan escrito para decir algo de lo que es Dios, de lo que es Jesucristo, y de lo que es el hecho de la encarnación, en esa expresión tan inaudita: el “Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. La encarnación se expresa mediante lo más profundo que Dios tiene: su Palabra; con ella crea todas las cosas, como se pone de manifiesto en el relato de la creación de Génesis 1; con ella llama, como su le sucede a Abrahán, el padre de los creyentes; con ella libera al pueblo de la esclavitud de Egipto; con ella anuncia los tiempos nuevos, como ocurre en las palabras de los profetas auténticos de Israel; con ella salva, como acontece con Jesucristo que nos revela el amor de este Dios. El evangelio de Juan, pues, no dispone de una tradición como la de Lucas para hablarnos de la anunciación y del nacimiento de Jesús, pero ha podido introducirse teológicamente en esos misterios mediante su teología de la Palabra. También, en nosotros, es muy importante la palabra, como en Dios. Con ella podemos crear situaciones nuevas de fraternidad; con nuestra palabra podemos dar vida a quien esté en la muerte del abandono y la ignominia, o muerte a quien esté buscando algo nuevo mediante compromisos de amor y justicia. Jesús, pues, también se ha encarnado para hacer nuestra palabra (que expresa nuestros sentimientos y pensamientos, nuestro yo más profundo, lo que sale del corazón) una palabra de luz y de misericordia; de perdón y de acogida. El ha puesto su tienda entre nosotros... para ser nuestro confidente de Dios.

Fray Miguel de Burgos, O.P.
mdburgos.an@dominicos.org

Pautas para la homilía

La palabra es una realidad inapreciable en la vida. En el mundo actual, asistimos a una explosión de la comunicación que corre el riesgo de sumergirnos en un torbellino de palabras que desvirtúe el valor y la exigencia de ese bien del ser humano. Quizás, a la luz de la “Palabra encarnada” del evangelio de hoy, nos convendría reflexionar sobre la relación de la Palabra con nuestras frágiles palabras.    

En el Antiguo Testamento, Dios no se revela con discursos y declaraciones grandilocuentes, sino liberando, salvando, conduciendo a su pueblo hacia la tierra de la promesa. Al llegar la plenitud de los tiempos, la comunicación definitiva de Dios es su Hijo, la Palabra que se hace carne. El evangelista Juan define a esta Palabra con los atributos de Vida y  Luz, íntimamente unidos.

En la Palabra “estaba la vida y la vida era la luz de los hombres“. Comunicar la vida es la misión de Jesús: “yo he venido para que tengan vida y vida en abundancia” (Jn 10,10). La vida que Jesús aporta es la luz que ilumina a quienes aceptan su palabra. Los encuentros de Jesús con los hombres y mujeres de su tiempo (pecadores, enfermos, escribas y fariseos, ricos y pobres, ancianos y niños...) demuestran su empeño por conducir a todos, a través de sus palabras y gestos, a  hacer la experiencia de la luz y de la vida.   

Sabemos del gran valor de la palabra en nuestra vida cuando es vehículo de relación auténtica, de encuentro de amor y amistad, de expresión de sentimientos hondos y sinceros, de creación de belleza, de búsqueda de verdad, aunque ésta sea siempre fragmentaria, de defensa de la libertad y justicia, estando dispuestos incluso a entregar la vida. Conocemos la riqueza de la palabra compartida a través del diálogo, hecho de hablar y escuchar, de hacer camino, de acercamiento cordial y sin prejuicios al “otro”... Además, los psicólogos destacan el valor de las caricias verbales como refuerzos positivos para los seres humanos: palabras que contagian ánimo y esperanza, que son fuerza y apoyo en las dificultades, que afirman lo más precioso de otra persona, que alaban sus logros... ¿Cuál es el uso que hacemos de nuestras palabras?

Pero en un mundo dominado por la comunicación sentimos también, en muchos momentos, que existe una inflación de palabras que nos bombardean en las relaciones interpersonales , sociales y políticas: palabras vacías, sin sentido; palabras que se pronuncian y no se cumplen; palabras que no se sienten... Incluso las grandes palabras, como amor, libertad, Dios, paz, son frecuentemente utilizadas según los intereses de quienes las pronuncian. Palabras violentas que se clavan como dardos; palabras que ofenden al ser humano en su dignidad más sagrada; palabras que destruyen y matan porque arrebatan la esperanza; palabras mentirosas  que mancillan la verdad más honda y maquillan la realidad para hacerla más presentable; palabras que privan de la palabra a otras personas, que les condenan a la soledad y al silencio impuesto; palabras que esclavizan... 

Quizás, necesitamos acercarnos a la Palabra para sentir la vida que trasmite y dejarnos iluminar por ella, para ahondar en cómo hacerlas carne en nuestra historia, para devolver a nuestras palabras humanas toda su densidad y verdad...

Carmina Pardo OP
Congregación Romana de Santo Domingo


39.

Estas reflexiones en forma de homilías, están escritas en un lenguaje coloquial, para poder ser leídas en la celebración Eucarística, tal como están escritas, corrigiendo algunas expresiones y suprimiendo párrafos o ideas no adecuadas para la comunidad en la que participamos.  

Están escritas, sobre todo pensando en los catequistas que al no haber sacerdote para presidir la Eucaristía, hacen  o celebran una “misa seca” que se hace en bastantes poblados de misión

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Hemos empezado en occidente, el 1 de enero, un nuevo año civil, el 2004 Contamos los años desde el nacimiento de Jesucristo en Belén.

Los chinos tienen otro calendario, otro modo de medir y dividir el tiempo. Y ya van por el año 3.000 y más. Los países musulmanes van por el año 1.382 a partir de la huida de Mahoma de Medina a la Meca. Los judíos van por el año 2.380, según sus libros, desde la creación del mundo.

 

Todos estos calendarios miden el tiempo. La palabra calendario encierra el significado de: libro de cuentas de un prestamista, porque el interés mensual debía pagarse en las calendas o día primero del mes. Luego, hay dinero de por medio. Y vosotros conocéis bien la frase inglesa: “Time is money”. El tiempo es oro o dinero. Se cuenta el tiempo para ganar dinero. No está mal, pero el ser humano acaba deseando algo más que el dinero y las cosas... Acaba deseando a Dios. Y si no preguntárselo a San Agustín, hombre lleno de pasiones y con hambre de ciencia, conocimiento y verdad. Al final llegó a la conclusión, que toda su desazón, que todas sus ansias y deseos de todo deseo, solo Dios lo podía llenar y sosegar: “Fecisti nos Domine ad te, et inquietum est cor hominis donec requiescat in te”

 

Nosotros, los cristianos tenemos nuestro calendario, pero es un calendario litúrgico, que no mide el tiempo, ni tiene en cuenta el dinero, sino que es el “servicio público”, que presta un sacerdote al pueblo, a la comunidad cristiana, para QUE SEA SANTA, enseñándole el camino para que alcance la NUEVA VIDA, que Jesucristo nos ha ganado y ofrecido con su pasión, muerte  y resurrección.

 

Los cristianos, como tú y como yo comenzamos ya un nuevo año cristiano a finales de noviembre del 2003, con el tiempo o etapa que llamamos de adviento: alguien que viene.

Este año litúrgico no es para contar el tiempo que tardamos en ganar más o menos dinero y hacer el balance de pérdidas y ganancias a 31 de diciembre.

 

Este año de los cristianos, que llamamos año litúrgico no cuenta tiempo. No cuenta nada. Es una etapa de nuestra vida en la que nos vamos sintiendo más santos, mejores, más cerca de Dios.

 

El año civil y laico, que hemos empezado, lo hemos empezado para contar dinero y ganancias, solo en occidente, porque existen otros cómputos del tiempo, como ya os he dicho.

 

El AÑO LITÚRGICO CRISTIANO no cuenta, pues, el tiempo, sino nos hace recordar y vivir acontecimientos. Estos acontecimientos o etapas son como tres grandes tesoros misteriosos, que nos enriquecen y trasforman y su meta es llegar a ser de la familia de Dios, divinos, hijos de Dios por adopción, viviendo UNA NUEVA VIDA inmortal y eterna, que trasciende toda nuestra simple vida humana.

 

*     El primer gran tesoro o misterio es la ENACARNACIÓN del HIJO de DIOS. Dios que se hace HOMBRE para que el hombre se pueda trasformar en DIOS. Belén no es el final de la ENCARNACIÓN. Es el principio. El final de este misterio, que nos trasforma, será al final de nuestra vida, como nos enseña San Ireneo.

 

*     El segundo tesoro: ya divinizados, podemos entrar en ese otro gran tesoro, también misterioso, de la RESURRECCIÓN de Jesucristo, que nos abre las puertas a la esperanza de que nosotros también tendremos una NUEVA VIDA de RESUCITADOS, como Jesucristo, hombre como nosotros y esa NUEVA VIDA será ETERNA.

 

*      Y el tercer gran tesoro misterioso es la LOCURA del PLENO y TOTAL AMOR de DIOS para con los SERES HUMANOS y nuestro amor fundido en su intimidad “con música callada y soledad sonora, en una cena que recrea y enamora”, en palabras de San Juan de la Cruz.

 

Esa PLENITUD de AMOR de DIOS la llamamos ESPIRITU SANTO, todo el amor del Padre y del Hijo. Es ese ESPÍRITU, el que en todo nos ayuda en esta trasformación y  en este caminar y nos defiende, es, pues PARÁCLITO o defensor. No tenemos que tener miedo a nada. “Nolite timere”.

 

Estamos, pues, profundizando para mejor comprender y vivir este misterioso tesoro de la ENCARNACIÓN. El día 1 de enero, a los ocho días del 25 de diciembre, se nos dio como una síntesis de la ENCARNACIÓN con la solemnidad de la Madre de Dios.

 

Pongamos la síntesis en clave de telegrama. Se nos dijo que “los pastores encontraron a María y a José y al niño acostado en el pesebre”. Es decir que la ENCARNACIÓN está constituida por:

*    MARÍA:  una Madre, que es AMOR por antonomasia

*     JOSÉ:    Un esposo y padre al frente de una FAMILIA

*     EL NIÑO: Una VIDA NUEVA

 

Cada uno de nosotros para formar parte de esa ENACARNACIÓN tendrá que:

*      Tener UNA NUEVA VIDA, como el recién nacido

*      Vivir un AMOR total, como total es el amor de la madre. Lo que supone que donde esté y donde vaya y con quienes me relacione lo tengo que llenar todo de VIDA. ¿Por qué? Porque si AMOR, viene de A (sin) y MOR (muerte), SIN MUERTE, la ausencia de MUERTE es la VIDA.

La lógica nos dice, entonces, que en mis relaciones humanas, si no doy VIDA, no hay, ni doy amor, solo COMERCIO o explotación.

*    Y formar una FAMILIA, como Dios es familia y yo soy           

   su imagen.

 

Todo esto supone y exige para que se pueda llevar a cabo, que tengo que buscar y practicar la JUSTICIA. Porque si no pongo las cosas, valores y personas en su sitio, en su lugar, no puede haber PAZ. Y sin la PAZ, imposible que haya AMOR, ni VIDA, ni FAMILIA.

                      

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TODA ESTA PRIMERA PARTE DE ESTA HOMILÍA, PUEDE SERVIR AL SACERDOTE O CATEQUISTA PARA ESCOGER LO QUE CREA CONVENIENTE Y UNIRLO A ESTA ÚLTIMA PARTE QUE ES LA QUE HACE REFERENCIA A  LOS TEXTOS DE ESTE SEGUNDO DOMINGO DE NAVIDAD.

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Con todos estos prolegómenos, ya nos podemos preguntar: ¿Y cómo conseguir pues la ENCARNACIÓN en mi vida?

 

Y en este domingo segundo de Navidad se nos empieza a descubrir el camino.

 

En el libro de la Sabiduría,  que hoy hemos proclamado se nos ha dado la clave para avanzar por este camino de ENCARNACIÓN.

 

La Sabiduría, personificada en Dios, ve y revela a Dios mismo como Creador y Salvador. Nos manifiesta su espíritu, su palabra, su providencia.

 

El pueblo (cada uno de nosotros) si la recibe y obra a imagen de esa Sabiduría, acaba en alabanzas y acción de gracias y la hace volver enriquecida a su  fuente eterna. Dios se deja enriquecer por ti, si tu obras con la sabiduría de Dios. Casi es una locura de amor por parte de Dios: Tú, enriqueciendo a Dios, pero si obras con su sabiduría.

Soy como el sueño de Dios, el capricho de Dios, porque me creó antes de los siglos, al principio.

 

Así nos lo ha dicho hoy San Pablo:

“ Él nos eligió en la persona de Cristo

ANTES DE CREAR EL MUNDO

para que fuésemos SANTOS e IRREPROCHABLES

ante Él por el AMOR.

 

Él nos ha destinado en la persona de Cristo

Por pura iniciativa suya

A SER SUS HIJOS,

para que la gloria de su gracia,

que tan generosamente nos ha concedido

en su querido Hijo,

redunde en alanaza suya”

 

La Iglesia y yo con ella, pues soy miembro, es un PROYECTO concebido por Dios desde la eternidad. Sin esta conexión será inútil crear y organizar una comunidad cristiana, porque será cualquier cosa, hasta muy democrática, siguiendo las corrientes históricas, pero Dios está fuera de la historia, porque está fuera del tiempo. Él es eternidad.

 

Esa comunidad no será proyecto de Dios al renunciar a esa conexión con el proyecto divino, no será cristiana, aunque pongamos muchos crucifijos, y sepamos mucha teología.

 

Ese espíritu, providencia o PALABRA de DIOS, Palabra que es sabiduría en acción, que es, pues, VERBO, su acción es llenar todo de vida. La vida es luz. La muerte es tiniebla. La luz destruye las tinieblas, por eso las tinieblas no quieren recibir la luz, porque desaparece, fenece, muere, pero su muerte es una muerte luminosa, que llena de vida, al convertirse en luz.

 

Pero para eso hay que renunciar a ser lo que soy, tinieblas. Cuando acepto ser NADA, cuando acepto dejar del todo, TODO, es cuando vengo del todo al TODO. “Para venir de todo al TODO, has de dejar del todo, TODO”, nos dirá San Juan de la Cruz

“En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla y la tiniebla no la recibió” 

 

El VERBO, la acción, la palabra creadora, plantó su tienda entre nosotros. Es nuestro vecino. Pero acabó metiéndose en la casa de todos y se hizo de todos y nosotros de Él. El cielo ya ha comenzado en la tierra. “Regnum Dei intra vos est”. No lo busque fuera, que ya está dentro. San Agustín decía, hablando con Dios: “Yo te buscaba fuera y lejos. Y tu te encontrabas cerca y dentro”.

 

“Al mundo vino y en el mundo estaba. El mundo se hizo por medio de ella. Pero el mundo no la conoció”. Buscamos a Dios donde no está. “Entonces, si alguno dijere: Aquí está el Mesías, no le creáis... Si os dicen, pues: Aquí está, en el desierto...no salgáis; Aquí está en un escondite, no lo creáis (Mt. 24, 23-26) Está en ti. Está en tu hermano

“El mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron”

“Pero a cuantos la recibieron, les dio poder para SER HIJOS DE DIOS, SI CREEN en su nombre”

 

En la Eucaristía que ahora vamos a celebrar, vendrá a los suyos, a su casa. ¿Le recibirás, si no te atreves ni a comulgar, a recibirlo sacramentalmente y espiritualmente, con tu deseo, ni lo haces, ni casi lo sabes hacer? ¿Lo recibirás?. Te está esperando a la puerta. No digas que mañana le abrirás, que mañana, nunca llega. Lope de Vega así lo decía:

Cuantas veces el ángel me decía:
Alma, asómate agora a la ventana,
verás con cuanto amor llamar porfía.

Y cuantas, hermosura soberana:
Mañana le abriremos, respondía,
para lo mismo responder mañana.    

             A M E N

P. Eduardo Martínez Abad, escolapio

edumartabad@escolapios.es


40. CLARETIANOS 2004

Palabra y Sabiduría

¿Quién es Jesús?

Esa es la pregunta que subyace a la liturgia de ese domingo segundo de Navidad. Y se responde con términos, al parecer, abstractos y difíciles de comprender: Jesús es Sabiduría, Palabra, Luz, Vida.

¿Por qué se define a Jesús con estos términos? ¿No sería mejor decir que Jesús fue un sabio, que su Palabra era poderosa, que iluminaba la vida de la gente, que daba vida allá por donde pasaba? No debemos olvidar que eran tantos los datos, de los que disponían los primeros cristianos, que llegaron a la conclusión de expresar quién era Jesús a través de esas palabras tan categóricas: Sabiduría, Palabra, Vida, Luz.


Desde el final se entiende toda la vida. Si Jesús es la Sabiduría de Dios, ello se debe a que muchas veces en su vida demostró lo sabio que era. Ya dicen los Evangelios de la Infancia que “iba creciendo” en Sabiduría. Si Jesús es la Palabra de Dios, ello se debe a que en sus palabras, en cada uno de sus mensajes, se percibía que Dios mismo hablaba; ¡Jesús no hablaba como los demás! ¡sus palabras transformaban, hacían milagros, cambiaban los corazones! Si Jesús es la Luz, la Vida, ello se debe a una forma de actuar que lo caracterizaba: hasta resucitaba muertos, curaba enfermos, expulsaba demonios, atacaba al reino de las tinieblas y lo vencía. Al final, sus discípulas y discípulos proclamaban que Jesús era todo eso: Sabiduría, Gracia, Palabra, Vida, Luz.


Hablemos, en primer lugar, de la sabiduría. No todo mandato o mandamiento es sabio. Hay mandatos que enloquecen los sistemas, deterioran a las personas. Una mala orden puede hacer mucho mal. Quienes elaboran los mandatos no siempre se dejan llevar por la justicia o por una revelación. El pueblo de Israel, sin embargo, estaba orgulloso de su sistema legislativo, de sus leyes. Este pueblo afirmaba que había sido Dios quien había revelado y entregado la Ley a Moisés, que su Dios era el Creador, que ordenó sabiamente los cielos. Dios es la sede de la Sabiduría.

Jesús habló de la Sabiduría con términos peculiares. Para él la Sabiduría no estaba en los mandatos exteriores, sino en las mociones interiores del Espíritu. No mancha al ser humano lo que viene de afuera, sino lo que surge del interior. Hay una mala ley en el corazón –cuando está poseído por malos espiritus-. Sin embargo, quien es movido por el Espíritu Santo no necesita mandatos exteriores, impositivos. El Espíritu que habita en el corazón transmite sus mandatos a la conciencia, al corazón.
Quien se deja llevar por el Espíritu recibe mandatos llenos de sabiduría. La falta de Espíritu hace necesarios los mandatos exteriores. Donde prevalen, la ley exterior, allí falta la ley interior del Espíritu. Jesús, en quien el Espíritu se había efundido sin media, era estaba habitado por la Sabiduría: "todo lo hacía bien", "crecía en sabiduría". Quienes lo seguían eran como "los hijos e hijas de la Sabiduría". Recibir el Espíritu de Jesús era recibir el don de la Sabiduría. En Jesús se manifiesta el arte creador del Abbá, la ciencia secreta de los Misterios de Dios. Él los comunica a quien quiere. Destinatarios preferentes de su Sabiduría eran los sencillos.


Jesús es la Palabra. La Palabra de Dios. El Abbá no tiene palabra por sí mismo. Su Hijo es la Palabra a través de la cual habla. En el Antiguo Testamento utilizó las palabras de la Ley, de los profetas, de los sabios, pero, ahora, en la plenitud de los tiempos, solo habla a través de su Hijo. Jesús es todo expresividad, es la visibilidad del Invisible, la palabra del Inaudible. ¡Cuánto misterio se encierra en la persona de Jesús! Es bellísimo denominar a Jesús así: ¡Palabra!

La Palabra es la fuerza de la Creación: el diseño y la realización de todas y cada una de las realidades que existen. La Palabra da consistencia y existencia a todo. En Ella está la Vida y la Vida se hace viva en toda la Naturaleza e ilumina el ser.


Sin embargo, la Palabra vino al mundo y no fue bien acogida. No sigue siendo acogida. Hay personas que la rechazan, que no quieren saber nada de ella: Vino a los suyos y los suyos no la recibieron.

Pero a quienes acogen la Palabra les sucede algo maravilloso: se convierten automáticamente en Hijos de Dios. Reciben la Intimidad de Dios en sus vidas y todo se transforma en ellos. Este es el misterio de la Navidad de Dios en los creyentes. Este es el mensaje de este segundo domingo de Navidad. Nace la Palabra en nosotros. Cada vez que leemos la Palabra, que acogemos la Palabra, como María, nace Jesús, el Logos, la Palabra, la Sabiduría, en nosotros. ¡Qué regalo!


41.21.4-I-2004
LA PALABRA CONVIVE CON NOSOTROS. ACERQUÉMONOS ELLA Y NO LA RECHACEMOS, PUES QUIERE Y BUSCA NUESTRA INTIMIDAD.

1. Primero fue el tabernáculo, tienda portátil, en medio de su pueblo, acampado en el Sinaí. Después, fué el Templo de piedra en Silo y en Jerusalén. Eran preparaciones, símbolos de la presencia de Dios entre los hombres. Cuando los tiempos granaron y reinaba la paz en el orbe, en medio del esplendor del Imperio Romano, siendo Emperador César Augusto, la Palabra se hizo hombre, uno más de nosotros, y vino a vivir con nosotros, y a comer a nuestro lado, y a llorar, y a amar y a compartir nuestras fatigas, zozobras, y alegrías, sobresaltos y monotonías, rudezas y desvíos, tanto más agudos, cuanta mayor era su sensibilidad, creado por el Espíritu Santo para más redimir, por más amar. Dios hecho hombre ha acampado entre nosotros. Es lo que viene a decirnos la primera lectura de este domingo, que confirmará la lectura 3ª de Juan.

2. "La Sabiduría hace su propio elogio, se gloría en medio de su pueblo. En medio de su pueblo será ensalzada, recibirá alabanzas de la muchedumbre de los escogidos... Desde el principio, antes de los siglos, me creó, y no cesaré de amar jamás" Eclesiástico 24,1. Hoy comprobamos que los sabios de Israel habían recibido una revelación incompleta de la Sabiduría. Ellos la concebían, no como Persona, sino como criatura de Dios, aunque existente en él desde el principio, y eterna para siempre. Y la veían obedeciendo a Dios cuando le ordena establecer su morada en Jacob, en Israel, en Sión, en Jerusalén. Era una visión grandiosa, pero imperfecta.

3. San Juan, ya en plenitud y madurez de manifestación, entonará su gran HIMNO a la PALABRA, revelación suprema ya y definitiva: "La Palabra, que era Dios, acampó entre nosotros. Era Vida, y era Luz" de los hombres Juan 1,1 y ¡cuánta necesidad tenían los hombres de esa Luz!. En el tiempo, había "Nacido de María Virgen", pero desde el Principio había sido engendrado y no creado del Padre:

"El corriente que de estas dos procede
se que ninguna de ellas le precede
Aunque es de noche",

lo cantará San Juan de la Cruz.

4 "En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo" (Hb 1,1).

Cuando los hombres hablan, pronuncian palabras. Pero sus palabras son palabras, palabras, palabras...Se han gastado las palabras. No tienen sentido, carecen de vida. Son sólo sonidos lanzados al viento. Palabras corteses. Palabras mundanas. Palabras vacías. Palabras monótonas. Palabras de cumplimiento social. Sosas, siempre iguales, gastadas de tanto decirlas, de tanto manosearlas. De tanto repetirlas. De tanto trillarlas. Como quien repite el Avemaría sin sentido, sin pensarlo, sin saber lo que dice. Pero el “yo” en el fondo. El “yo” asomando desvergonzante la cabecita por entre las retamas. Es necesario que el podador dé un buen golpe y decapite toda la palabrería y se quede sólo el silencio profundo y fecundo.

5. "Lo bueno, si breve, dos veces bueno". Es un refrán atribuído a Gracián, que aceptamos como dogma, cuando merece ser analizado y desmitificado. La eternidad feliz es buena, pero es eterna, ¿sería dos veces buena, sino fuera tan eterna, sino más breve? La Suma Teológica de Santo Tomás es buena, ¿pero no sería dos veces buena, si en vez de 3 partes, tuviera una sola? Pensemos en San Agustín, el primero de los Padres, ¿cuántas obras escribió? Lo bueno, si breve, dos veces bueno. Aguila de Hipona, no sabes lo que has hecho. Eres bueno, pero si hubieras sido más breve, habrías sido dos veces bueno. Y así, todos. Subió al púlpito el buen predicador y comenzó su sermón: "Me ha dicho el párroco que sea breve; las clavariesas, también y hasta las autoridades, así que voy a ser breve: Ave María Purísima". Y se bajó. La causa que hace que lo bueno breve, sea dos veces bueno, es que es difícil y árduo conseguir algo bueno largo. Y para relleno, comienzan las repeticiones, y las muletillas y los lugares comunes, anodinos, vulgares y manidos. Pero esa no debe ser la solución del refrán. La solución es suprimir la hojarasca bullanguera, que alarga lo breve y lo hace no sólo bueno, sino malo. Ahí reside la explicación del mito de que "lo bueno, si breve, dos veces bueno". Se escriben tres páginas geniales, y, como hay que terminar el libro de quinientas, se rellena con todos los tópicos y lugares comunes que hacen que lo primero y único bueno, consiga que el excesivo montón de palabras vacías, como nueces fallidas, habladas o escritas, lleguen a producir náusea. Y tengo la impresión de que los tiros van por ahí y por eso los oyentes se disponen al cabezazo, en cuanto que empieza la homilía: lugares ramplones y triviales, repeticiones innecesarias, verborrea y falta de solidez, por carencia de estudio riguroso y bien preparado y condimentado. Lo peor que me ha sucedido en mi vida dilatada de predicador es el cambio variable de auditorio. Cuando estás un tiempo razonable hablando a un mismo grupo, ha asimilado y te comprende a la primera, y eso, te incita la inspiración. Al cambiar de oyentes, la tierra está en barbecho, y todo se les hace nuevo. Capto que reciben la palabra como el niño el aceite de ricino. Ilustraré este razonamiento con un ejemplo de vida. Dirigí un Retiro a sacerdotes y estaban con la boca abierta y terminó el Retiro con aplauso general y, sobre todo, con provecho, hasta visible. El Vicario Episcopal estuvo presente. Terminado y pasados días, me llamó y me dijo: Demasiado plato.- ¿Pero estaba rico?, le contesté. Mira, cuando a mí me sirven un plato exquisito y sólido y con rigor, si no puedo con todo el plato, de cuatro partes me como una, y salgo nutrido. Es como la mesa del selfservice. El que pueda más, que se aproveche. Es decir: Creemos que la gente entiende menos de lo que entiende. Y sí entiende. Y si les decimos siempre cosas triviales para que ellos no tengan que hacer ningún esfuerzo, y sobre todo, para que nosotros nos ahorremos el esfuerzo, a parte de que se esclerosarán, nunca promocionaremos a los fieles, ni menos convenceremos a los más preparados en otros temas, pero semianalfabetos en teología, en biblia y en cosas de Dios. Siendo sacerdote muy joven prediqué una misión en dos parroquias simultáneamente. La gente escuchaba. Me comentó el Párroco: Cuesta seguirte, pero tus palabras convencen y alimentan. Ya sabréis perdonarme este testimonio "pro domo sua". Una Homilía, de aquí, yo no la llamaría Homilía, sino, modestamente, manantial de homilías. El que quiera copiar todo el texto sin seleccionarlo personalmente conociendo a sus feligreses o grupos, no sabe lo que hace. Pero aquí hay materia para documentarse, asimilar, elegir los textos necesarios, y hacer trabajar su propia minerva, sin esperar a que nos den el trabajo hecho.

6. Cuando Dios habla por el Hijo nos lo dice todo en una PALABRA: "Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo" (San Juan de la Cruz. Dichos de luz y amor, 99). Y muchos rechazaron la Palabra: "Vino a los suyos y los suyos no la recibieron".

7. Cuando el mundo se oscurecía progresivamente en sus tinieblas, o en sus luces de neón, era necesaria la Luz. Y vino la Luz a iluminar la tiniebla. Y las tinieblas no la recibieron. Prefirieron su oscuridad, su caos, su propia hecatombe, ruína y destrucción.

Engreídos en su soberbia, quisieron construir una ciudad a su aire, sin Dios, sin Luz, sin Verdad. Inducidos por el Padre de la mentira, se encerraron en su laberinto, del cual no podían salir. Como el aprendiz de brujo, no le funcionó el ensalmo. Con demasiada frecuencia preferimos a las criaturas. ¿Es que pensamos que nos pueden ofrecer más felicidad?

8. Cada hombre que no recibe a Cristo, está cegando la fuente de la Luz para él y para el mundo. Pero los que le han recibido son hechos hijos de Dios. Han recibido con Cristo toda clase de bendiciones espirituales y celestiales; han sido elegidos para ser santos e irreprochables en su presencia por el amor. Nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por Jesucristo, conforme a su agrado. Fue su voluntad, su amor y su gloria y alabanza Efesios 1,3.

9. La Sabiduría recibió orden de morar en Jacob. Igualmente: "El Verbo se hizo carne, es decir, debilidad, y plantó su tienda entre nosotros y hemos contemplado su gloria, la gloria que le pertenece como Hijo Unico del Padre, lleno de gracia y de verdad". El Evangelio de Juan comienza con la gran sinfonía del HIMNO AL VERBO HECHO CARNE, como ya hemos dicho.

Es todo él una obertura que abre la espléndida obra y grandiosa que es el Evangelio de San Juan. Y en él se encuentran ya esbozados algunos de los grandes temas que se irán desarrollando, a lo largo de la composición en variaciones diversas y resonancias diferentes. Entre todos destaca su estructura poética y un concepto teológico nuevo: el título de “Verbo” dado a Jesús. Seguramente este poema nació en alguna Iglesia donde Juan había desarrollado su ministerio, tal vez en Efeso. Dios en su eternidad estaba siempre con su Verbo, con su Palabra. Y pone el énfasis no en lo que es Dios, sino en sus relaciones con los hombres. El término mismo Verbo-Palabra sugiere de inmediato una comunicación humana, que se origina en la Palabra. Como es un texto poco profundizado, voy a intentar desmigarlo para darlo, en frase de San Pedro: "como a niños recien nacidos, que anhelan la leche espiritual no adulterada, para que alimentados con ella, crezcáis en el orden de la salvación" (1ª, 2,2).

“La Vida era la Luz de los hombres”. Del Verbo ha brotado la vida; todo lo que tiene vida, vive porque participa su vida, que a la vez es "Luz de vida”: porque da y produce vida. en el Evangelio de Juan, Luz y vida son correlativos.

"Y la Luz brilla en la tiniebla”. En medio del ambiente de pecado, víctima de la fuerza satánica, que no la venció. El Verbo es señalado aquí como “la Luz verdadera”, la luz auténtica que reúne todas las características de la Luz, con acción iluminadora universal, que alumbra a todo hombre que viene al mundo.

"El mundo no la conoció". Ese conocimiento no sólo es actividad del entendimiento, sino conocimiento que comporta una actitud de conversión, de entrega, de servicio y de amor. “Vino a su casa y los suyos no le recibieron”. Hay una frase terrible en el libro de Jeremías, que decide el rechazo de la llamada de Dios: "Hemos curado a Babilonia, pero no ha sanado, dejadla y abandonémosla" (51,9).

"Pero a cuantos lo recibieron”, porque algunos lo recibieron, “les dió poder para llegar a ser hijos de Dios”. Son los que creen en su Nombre, es decir, “los que creen” y le aceptan en plenitud. Se refiere al grupito que creyó en Jesús, en virtud de la vida que el Verbo comunica e ilumina, son hijos de Dios. “Y el Verbo se hizo carne y fijó su tienda entre nosotros. Y contemplamos su gloria, gloria como de Hijo Unico del Padre, lleno de gracia y de verdad". Juan tiene muy vivo el recuerdo de aquella inmensa tarde en que tuvo apoyada su cabeza en el Corazón del Verbo-Hombre en la última Cena, que rememorará San Juan de la Cruz:

"Quedéme y olvidéme
El rostro recliné sobre el Amado,
Cesó todo y dejéme,
Dejando mi cuidado
Entre las azucenas olvidado".


He aquí el gran misterio de la encarnación del Verbo de Dios! El Verbo entra y se somete al orden de las cosas que comienzan a existir en un determinado orden, al que él viene a someterse y a ordenar. El ingreso del Verbo en este mundo da un salto trascendente, paso de gigante, y hace posible un nuevo principio. Que el Verbo se encarnó, enfatiza la humilde condición a la que se ha humillado el que lo había hecho todo: La expresión “carne” designa al hombre, y subraya su condición de flaqueza y de creaturiedad. Lo había dicho Isaías: “Toda carne es heno, hierba, y toda su gloria como flor del campo. Se Séca la hierba, se marchíta la flor, pero la Palabra de nuestro Dios permanece por siempre".

Al venir el Verbo al mundo y hacerse hombre toma todas las limitaciones, debilidades y flaquezas de la condición humana, excepto el pecado. Y se hace hombre porque trae una misión divina, en consonancia con su mismo ser. Si es la Palabra, su misión será hablar, “comunicar” los secretos divinos, “revelar” al mundo las cosas que pertenecen a la intimidad de Dios.

“Y plantó su tienda entre nosotros”. Existiendo permanentemente en el Padre, vino a plantar su tienda, y su morada, y a vivir en medio de nosotros. Es la plenitud de habitación de Dios en medio de la humanidad: "El Creador me ordenó: "Habita en Jacob, sea Israel tu heredad". El vocablo escogido para expresar la habitación entre nosotros es muy expresivo: “Plantar una tienda, un tabernáculo, una casa, una morada”.

La presencia de Dios entre nosotros no se podía realizar si la Palabra misma de Dios no asumía la naturaleza humana en una misma persona.

El "Y contemplamos su gloria" alude a la experiencia personal de los mismos Apóstoles, que contemplaron su “poder taumatúrgico”, sus obras prodigiosas, que manifiestaban la presencia de Dios. Pero su gloria se manifestó soberanamente, cuando al salir Judas del cenáculo, dijo: "Ahora ha sido glorificado el Hijo del Hombre", y al ser clavado y elevado en la cruz, paso para su subida al Padre. El “Lleno de gracia y de verdad" denota su amor infinito, gratuito y compasivo, causa de que “de su plenitud todos hemos recibimos y gracia tras gracia".

10. Comprendemos que con el Salmo 154 “Glorifica al Señor Jerusalén porque en ninguna nación obró así: Anunciar su Palabra, sus decretos y mandatos” para invitarnos a recibir en nuestra casa al Verbo Divino que viene a revelarnos las maravillas del Padre y a contarnos las locuras de su amor, que se siente feliz viviendo con nosotros. Si a un joven aristócrata, acostumbrado a una vida sumamente refinada, se le envía a vivir a una tribu de esquimales, o de gitanos, ¿notará la diferencia?. El Hijo de Dios ha dado un salto mayor, de gigante (Sal 18,6). Del cielo a la tierra. De la compañía de los ángeles, a la de los hombres rudos que somos. ¡Y está a gusto! (Prov 8,31). Y quiere que estemos con El. Lo peor es que podemos cerrarle la puerta, como lo hicieron en Belén, y como lo hacemos cada día tantas veces. Le cerramos la puerta a El, cuando no acogemos sus palabras y cuando no acogemos a los hermanos, sus hermanos, los hijos adoptivos de su Padre. Pues el mandamiento del amor de Dios es el primero en la jerarquía del precepto, pero el amor del prójimo es el primero en el rango de la acción (San Agustín). Por eso quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve (1 Jn 4,20). Parte tu pan con el hambriento, y hospeda a los pobres sin techo; viste al que ves desnudo, y no te cierres a tu propia carne (Is 58,7).

11. Al acampar Dios entre nosotros, Dios está en todos nosotros, en cada uno de nosotros. Lo que hacemos al prójimo lo hacemos a Dios. No le cerremos la puerta de nuestro corazón, como los que no le quisieron recibir, sino "abramos de par en par las puertas a Cristo" (Juan Pablo II).

JESÚS MARTÍ BALLESTER


42. ARCHIMADRID 2004

UN DIOS QUE “ENTRA A SACO”

“La sabiduría se alaba a si misma, se gloría en medio de su pueblo, abre la boca en la asamblea del Altísimo y se gloría delante de sus Potestades”. Hay lenguajes que pueden resultar sutiles o, más bien, se necesita una sensibilidad especial para captar su hondo significado. Esto nos puede ocurrir al leer la Sagrada Escritura. Por un lado, nos encontramos con esas narraciones históricas que nos hablan de patriarcas, profetas o reyes, y que nos muestran crudamente su lado humano: la falta de confianza de Moisés en Dios cuando sacude la piedra con su vara para obtener agua; la debilidad del rey David al encapricharse con la mujer de uno de sus generales; un par de prostitutas que habrán de pertenecer a la genealogía de Jesús; etc. Todos estos escritos nos ayudan a captar que, detrás de la pobre condición humana, se encuentra la mano misericordiosa de Dios dirigiéndolo todo al plan establecido por Él.

Por otro lado, existen otros textos, como los contenidos en los libros sapienciales, que merecen por nuestra parte otro tipo de atención. Podríamos decir (empleando un término tosco), que Dios “entra a saco” en todas las dimensiones, físicas y psicológicas, del hombre. De esta forma, por ejemplo, la Sabiduría, tal y como se nos presenta en la primera lectura, puede referirse perfectamente al Espíritu Santo, o también al mismo Jesucristo que, como se nos dice en el Evangelio de San Juan, es la Palabra que se hace carne. Lo importante, sin embargo, no es entrar en disquisiciones literarias o de interpretación, sino saber que se trata de la propia Revelación de Dios que, pedagógicamente, se va mostrando en la historia hasta llegar a su plena manifestación en Cristo. Un Dios que “entra a saco”.

“El Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y redunde en alabanza suya”. Lo maravilloso es saber que también nosotros podemos participar de esa misma sabiduría divina. Pero este saber no es, ni mucho menos, el que se nos presenta al modo humano. Aquí no se trata de descubrir al “Pitagorín” de turno y concederle el premio Nobel correspondiente; más bien, se refiere al saber de Dios, y que se les invita a poseer a los sencillos y humildes de corazón. Estoy plenamente convencido de que el más insignificante pastorcillo que acudió al Pesebre por indicación del ángel, posee una sabiduría mayor que el conjunto de investigadores que descubrieron la estructura del ADN. Y es que la sabiduría de este mundo (más aún hoy día) necesita especializarse, estar sometida constantemente al estudio científico y a la constatación de hechos materiales. En cambio, la sabiduría de Dios, que tiene una mayor amplitud de miras, y que trasciende el orden natural, sólo la captan aquellos “pequeños” a los que se refiere Jesús en el Evangelio.

“A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado ha conocer”. He aquí, una vez más, el verdadero conocimiento. En el Antiguo Testamento existían figuras y representaciones, más o menos acertadas, de lo que podía ser Dios. En Jesucristo encontramos, de manera definitiva, el rostro amabilísimo del Padre, que nos da a conocer la esencia misma de Dios: el Amor. No tengamos miedo, por tanto, a alimentarnos demasiado de esta sabiduría… Que tú y yo sepamos, nadie se arrepintió de amar a Dios cuando con un “sí”, auténtico y generoso, le conoció de verdad. ¿No es esa la sabiduría de la Virgen María? De nuevo en ella vemos a todo un Dios que “entra a saco” en un alma y le da la verdadera sabiduría.