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HOMILÍAS MÁS PARA LA FIESTA DE LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR
8-16

 

8. DESOLACION/EXP

El astronauta Jeff Hoffman, durante su misión de abril de 1985, leyó desde el espacio este pasaje del surrealista Daumel, escrito en la década de los veinte: "No se puede permanecer en la cumbre eternamente, hay que descender de nuevo. Por eso ¿qué sentido tiene preocuparse por el primer puesto? Precisamente por eso. Lo que está arriba no sabe lo que está abajo, pero lo que está abajo no sabe lo que está arriba.

Uno escala, ve, desciende. Luego, ya no ve nada más. Pero ha visto. Hay un arte de conducirse a sí mismo en las regiones bajas por el recuerdo de lo que uno ha visto en las regiones altas. Cuando no se puede ver ya, se puede seguir sabiendo, por lo menos, que existen las cosas de arriba".

Totalmente de acuerdo. Es importante haber visto, saber que existen las cosas de arriba. Aunque ya no se vean. Creo que este texto de Daumel nos sirve para interpretar el mensaje de la Transfiguración.

Pedro, Santiago y Juan, cuando bajaron del Tabor, sin duda estaban abatidos. Y no era para menos. Después de haber visto al Maestro lleno de gloria, de esplendor y de luz, tienen que hundirse de repente en el drama de lo vulgar. Ellos ven a Jesús que desciende la montaña, solitario. Lento y cotidiano. Tal vez cansado. Es el mismo de siempre y -como siempre, últimamente- empieza a hablarles de humillación y de muerte. Para colmo, les prohíbe contar, a los demás, la experiencia única que acaban de vivir. Pedro, Santiago y Juan están tristes, caminan rezagados.

¡Pobres hombres, cuánto les cuesta descender del monte! De todos modos, ellos han visto. ¿Quién podrá arrebatarles esa certeza? Pasarán los años, el vendaval del Calvario y de la Cruz pasará por sus almas, pero allá muy adentro, brillando, quedará un resplandor: el recuerdo de la Transfiguración. Gracias a él, sabrán conducirse en las regiones bajas por el recuerdo de lo que han visto en la cima: la luz de Dios y su gloria. Ellos han visto, saben. Eso es todo.

Qué difícil, bajar de las alturas. Bajar de las certezas, de las seguridades. El que ha estado en la montaña, el que ha admirado panoramas espléndidos, no pude sufrir la oscuridad del valle. No puede conciliarse con el tráfico, con el asfalto, con el rumor de la vida ordinaria. El corazón se le estrecha y acongoja. ¡Pero qué mal se está aquí, Dios mío, en medio de la vida, respirando vulgaridad y mentira! Y buscamos en nuestro corazón fotografías de la altura, bellas instantáneas que han quedado allí fijas para siempre. Y vivimos arriba, más que en el asfalto. Y suplicamos otra vez, ¡qué mal se está aquí, Señor!

Volvamos a la cima.

Hagamos tres tiendas para siempre.

Pues no, es urgente bajar. Hay que reconciliarse con los hombres.

Hay que aprender a hablar con el triste, con el solo, con el que tiene las manos manchadas. Vencer -definitivamente- esa repulsión natural hacia lo feo y lo vulgar. Aprender a transitar los caminos de la tierra con amor, como el bendito San Francisco.

Hacer lo imposible para que el Tabor baje al valle, para que hunda en el valle sus raíces.

Sin apagar nunca, eso sí, el recuerdo de aquella luz de arriba, reconfortante y segura. Convencidos de que la vida cristiana no es comodidad, sino tensión; no es seguridad, sino riesgo; no es evasión, sino cruz.

El Evangelio del Tabor es una invitación a la esperanza, pero también a la realidad de una existencia consagrada al cambio, al crecimiento. Al crecimiento y a la transformación del hombre, de la comunidad y de la Historia.

Mª LUISA BREY


 

9. 

La huida para aislarse en un pequeño paraíso individual, en una choza en cualquier sitio, al aire libre en el campo... o en la celda de un convento. Con sólo lo necesario para vivir. Sin lujos, sin ambiciones..., pero sin problemas. Casi no parece una tentación, pero lo es. Y muy peligrosa.

EL CANSANCIO DEL CAMINO

Como le sucedió a Jesús, no nos va a resultar fácil mantener hasta el final nuestro compromiso de lucha por convertir este mundo en un mundo de hermanos. Y, además del resto de las tentaciones, en algún momento de la marcha aparecerán el cansancio, la desilusión y el deseo de construirnos un paraíso pequeño, a nuestra medida, para pararse a descansar... definitivamente. No se trata de renunciar a la meta; es una tentación mucho más fina: es pretender adelantar la meta para uno solo, o sólo para unos pocos, y abandonar la tarea de ofrecer a otros la posibilidad de fijarse esa misma meta. "Si nadie nos hace caso, ¿por qué no nos retiramos a algún sitio tranquilo en el campo y allí, sin ambiciones, pero sin hacernos más ilusiones, descansamos y ponemos en práctica nuestro ideal cristiano de vivir como hermanos?" Así se podría presentar esta tentación. "Jesús se llevó consigo a Pedro, Santiago y Juan y los hizo subir a un monte alto, aparte, a ellos solos. Allí se transfiguró delante de ellos: sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como ningún batanero en la tierra es capaz de blanquear".

Los discípulos de Jesús acababan de sufrir el impacto de un anuncio para ellos preocupante: Jesús les acababa de decir que iba a morir asesinado por los poderosos de su tierra y que todos sus seguidores debían estar dispuestos a correr la misma suerte; pero que ni su muerte ni la de los suyos serían definitivas, sino que al final vencería la vida (Mc 8, 34-38). Probablemente se dio cuenta de que sus discípulos no quedaban demasiado convencidos y quiso ofrecer a tres de ellos un anticipo de esa victoria. Es lo que nos cuenta el evangelio de este domingo: Jesús ofrece a Pedro, Santiago y Juan, los tres discípulos más preocupados por el triunfo de Jesús o por su propio éxito, la oportunidad de gozar de una experiencia que les hará comprender que lo que a los ojos de este mundo es una derrota, la muerte, no lo es en realidad. La transfiguración, como tradicionalmente se ha llamado a este pasaje, es la experiencia anticipada de la victoria de Jesús sobre la muerte. Jesús va a morir, sí; pero su muerte no será para siempre. El vive con la vida de Dios y esa vida es definitiva. Su fracaso no será un fracaso.

LA TENTACIÓN DE LA HUIDA

En apoyo de lo que allí está sucediendo aparecen Moisés y Elías, que simbolizan el conjunto de la antigua religión de Israel. Para Pedro, Santiago y Juan no hay que buscar más; su esperanza está realizada: el Mesías ha triunfado. Este era el objetivo y ya se ha cumplido. Y propone que todo se detenga allí: "Rabbí, viene muy bien que estemos aquí nosotros; podríamos hacer tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías".

Dos peligros acechan escondidos en la propuesta de Pedro. Por un lado, la pretensión de parar la historia de la liberación de la humanidad poniendo al mismo nivel la Ley y los Profetas y el mensaje de Jesús de Nazaret. Para él, en este momento, Jesús no aporta nada nuevo a la Ley y a la liberación de la esclavitud de Egipto (Moisés) ni a los mensajes de los profetas (Elías) que urgían a su pueblo a realizar en profundidad aquella liberación; por eso quiere colocar a la par a Jesús y a Moisés y Elías: "Podríamos hacer tres chozas...".

Por otro lado, Pedro olvida que el mundo no se acaba en aquel monte y que allá abajo queda todavía mucho trabajo que realizar, muchos hombres y mujeres que aún no han llegado ni siquiera al nivel de libertad que Dios hizo posible para su pueblo por medio de Moisés. De esta manera, Pedro está proponiendo a Jesús que deje sin efecto el compromiso que asumió en su bautismo. Y eludiendo la exigencia que Jesús había planteado a todos sus discípulos: seguir, también ellos, hasta el final su camino.

UNA OFERTA NUEVA

La voz de Dios devuelve a Pedro a la situación presente: "Este es mi Hijo, el que yo quiero: escuchadlo a él". Moisés y Elías ya no tienen nada que decir a los discípulos (de hecho no hablan con ellos); sólo a él, a Jesús, a quien Dios llama Hijo suyo, hay que escuchar; la Ley y los Profetas ya están cumplidos. Para el momento presente Dios tiene una oferta nueva que presenta por medio de Jesús: convertir este mundo en un mundo de hermanos en el que todos los hombres puedan vivir felices. Esa posibilidad sólo se ofrece por medio de Jesús, "y de pronto, al mirar alrededor, ya no vieron a nadie más que a Jesús sólo con ellos", y el camino para lograr que se realice pasa por la entrega sin condiciones, hasta la muerte, si es preciso. No porque Dios exija sangre, sino porque los responsables de la injusticia y del sufrimiento que padece la mayoría de la humanidad van a utilizar toda la violencia de que dispongan para que ese mundo de hermanos nunca se haga realidad; y porque esa violencia sólo podrá ser vencida con el amor llevado hasta la entrega de la propia vida superando la tentación de huir ante las dificultades o ante el fracaso, manteniendo firme la confianza en Dios, que hará que la vida venza a la muerte.

RAFAEL J. GARCÍA AVILÉS
LLAMADOS A SER LIBRES. CICLO B
EDIC. EL ALMENDRO/MADRID 1990.Pág. 60ss.


 

10. 

TEMA: LA MONTAÑA, UN SÍMBOLO.

FIN: Descubrir en la Transfiguración la llamada a vivir con realismo y a afrontar la realidad con esperanza, a pesar de su crudeza.

DESARROLLO:

1. El símbolo de la montaña.
2. La montaña como tentación.
3. La montaña como aliento.

-- Sin escaparse de la realidad; 
--es un quehacer; 
--es una conquista; 
--supone la fe.

TEXTO:

1. El símbolo de la montaña.

La montaña es un símbolo muy sugerente, que no ha pasado desapercibido para los hombres de la Biblia. Está cerca del cielo, confundiéndose con la misma luz y respirando el aire más puro. Subir a la montaña evoca la imagen de la superación, la constancia, la liberación de la pesadumbre del valle. Desde allí todo se contempla con otra perspectiva: el hombre se siente más ágil, dominador. Lo alto, la cumbre, la cima más allá de la cual no hay otra, un horizonte sin barreras, el final de lo tangible... Grandes manifestaciones de Dios han ocurrido en la montaña; basta recordar el Sinaí (Ex 19, 16 ss.). El gran acto de la fe de Abraham y el cumplimiento de la Promesa por parte de Dios, se realizan también en la montaña (Gen 22, 1 ss.). El Evangelio de hoy nos dice que Jesús «subió con ellos a una montaña alta y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador... Se le aparecieron Moisés y Elías». Todos estos rasgos son los símbolos de la transfiguración humana según el modelo de la condición divina.

2. La montaña como tentación.

La montaña, la meta, el final de todo esfuerzo, el triunfo o la victoria, pueden ser una tentación. Los Apóstoles se dieron cuenta, por un momento, de que estaban arriba y se apresuraron a decir: «Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías» (Mc 9, 5).

Los cristianos tenemos el peligro de refugiarnos en la montaña, cobardemente. En el fondo, para muchos, la oración es una huida. Nos refugiamos en un ámbito ideal, imaginado; no sabemos ni con quién. Sólo que en ese gesto nos encontramos a gusto, lejos de la pesadumbre cotidiana. Lo mismo puede pasar con la comunidad, el grupo. Todo ello nos puede llevar a un falso espiritualismo, a los espacios verdes creados por el espejismo de deseos sin alcanzar. A veces caemos en la tentación de quedarnos sentados en el camino, esperando que el Reino venga a nosotros. Pero no vendrá. No hay cielo ni tierra prometida para los que se sientan, para los que suspiran por el cielo despreciando la tierra, para los que quieren alcanzar el cielo sin transformar el mundo, para los que cuelgan las cítaras en los sauces del río y comienzan a lamentarse y a recordar a Jerusalén (Sal 136). Cuántos confundimos aún la transfiguración cristiana con estar fuera del mundo, en la altura, sin el ruido, sin el equívoco normal de toda situación; encarnados en la posesión de la verdad, como un pedestal; amparados en la contemplación de la verdad pura, contemplándonos en el bruñido dogma, más allá del bien y del mal, por encima de la zozobra, la angustia, la contaminación y el agobio de la existencia.

«Miramos al cielo y contamos las estrellas» (Gen 15, 5). Pero hoy no se puede estar sólo mirando al cielo. Tendremos que escuchar de nuevo la increpación de los ángeles a la comunidad primitiva, que había puesto toda su ilusión en las alturas: «Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo? El que habéis visto subir volverá» (Act 1, 11). A la tierra es necesario volver, en donde encontraremos al Señor Jesús.

3 La montaña entrevista, la transfiguración, es como un alto en el camino, como una fuerza, un coraje para seguir hacia adelante.

--En la montaña, en la oración, en la liturgia, en la reunión de la comunidad, en el grupo cristiano, no se sale y se escapa el hombre del mundo. El tema de conversación, el objeto de celebración es la vida diaria. «Se habla del Éxodo» (Lc 9, 31), del acontecimiento diario, de su complejidad y de su exigencia, del fracaso, la debilidad y el compromiso. La oración sólo puede ser verdad cuando es un encuentro con lo cotidiano en profundidad, en actitud de revisión (Ex 3, 7 ss.).

--Descubrir la montaña, intuir la tierra prometida, es un compromiso y un quehacer. «Este es mi Hijo, mi programa, escuchadle» (Mc 9, 7). En El se ha realizado la posesión de la tierra prometida a la descendencia (Gen 22, 15 ss.). Para que nosotros podamos llegar a las metas del hombre nuevo, ha sido sellada una alianza en la Sangre de Jesús de Nazaret. Moisés en la montaña escuchó una misión. El prefería quedarse contemplando el santo resplandor de la zarza ardiendo (Ex 3, 155). Alegaba que era tartamudo, como Abraham viejo. Pero la voz imperiosa seguía clamando desde la montaña: baja al valle, a la calle de la ciudad, despierta todas las opresiones, injusticias, egoísmos y esclavitudes de Egipto, de Jerusalén y de todos los poderes; convoca un éxodo: haz salir al pueblo hacia la liberación, de la tierra extraña a una tierra propia; escala el calvario de la desesperanza, para llegar a la otra colina de la Ascensión, de la liberación, superando el vado -como un mar Rojo- de la muerte.

La montaña, la Promesa, la ciudadanía que esperamos es una fuente de energía, de poder. Son las primicias o las arras de nuestro porvenir. La garantía que nos permite lanzarnos al negocio. Tomar contacto con la promesa es como un trampolín, una rampa de lanzamiento, un cohete propulsor.

-- La transfiguración nos avisa que la montaña es una conquista: Jesús, como Abraham (Gen 22, 1-2), está abocado al fracaso; ve que la muerte se le viene encima, se le traga y le aplasta como en el derrumbamiento de un edificio. Sin embargo, espera; tiene presente la montaña, la conquista, el deseo de superación, la victoria. En el camino de Jerusalén, para morir, entrevé la vida; en la fatiga de la lucha, la posesión del descanso; en el fracaso de su obra, un triunfo. Jesús acepta, que la historia de los creyentes, Moisés y Elías, la ley y los profetas, le iluminen el camino, le descubran su sentido, le revelen su éxodo y la Pascua

-- La montaña de la transfiguración es como una esperanza; pero en la vida «Jesús se encontró sólo» (Mc 9, 8). Es la experiencia humana. Abraham comienza también su grave aventura «sin descendencia». «¿Por qué me has desamparado?» (Mc 15, 34.) Estamos angustiosamente solos. Y no lo resistimos. Pedimos pruebas, buscamos la tierra ya, queremos descendencia inmediata. Solos, pero con la fe. Fe en la promesa y en la Alianza. Solos, pero sobre la Realidad total, acogedora, que nos da fuerzas, que nos ayuda a andar, que germina todas nuestras posibilidades. Solos, pero con la firme experiencia "de que una antorcha ardiente ha pasado entre los trozos de nuestra existencia y nos hemos estremecido de fuerza y confianza" (Gen 15, 17). Solos, sin montaña, sin cielo, con oposición, abocados al fracaso, impotentes ante la obra de la liberación. Solos ante el mundo, ante nosotros, mirando de soslayo al cielo, pero abocados irremediablemente a construir la tierra, a hacer el éxodo del pueblo, a transformar nuestra humilde condición humana, a consumar nuestra obra por medio de la muerte. Solos, con la fe, que es la victoria que vence al mundo. Ella es la garantía de lo que se espera (Hech 11, 1.8; 12, 2-4).

JESÚS BURGALETA
HOMILÍAS DOMINICALES CICLO B
PPC/MADRID 1972. Pág. 54 ss.


 

11.

Frase evangélica: «Se transfiguró delante de ellos»

Tema de predicación: LA CONFIRMACIÓN DE LA FE

1. La transfiguración de Jesús se sitúa evangélicamente en un momento crucial de su ministerio, a saber, después de la confesión mesiánica de Pedro en Cesárea de Filipo. Incomprendido por el pueblo (que lo desea político) y rechazado por las autoridades (que no lo quieren politizado), Jesús se dedica en la segunda parte de su vida a revelar su persona al grupo de sus discípulos para confirmarlos en la fe. En la transfiguración se descubren las dos facetas básicas de la personalidad de Jesús: una, dolorosa: la marcha hacia Jerusalén en forma de subida, que para los discípulos es entrega incomprensible a la muerte; la otra, gloriosa: Jesús muestra en su transfiguración un anticipo de la gloria futura.

2. En el evangelio de la transfiguración hay una serie de imágenes escatológicas (choza, acampada, Moisés y Elías). cristológicas (Hijo de Dios, entronización mesiánica) y epifánicas (montaña, transfiguración, nube, voz) que describen la personalidad de Jesús como Kyrios, con un señorío eminentemente pascual. La «montaña» es lugar de retiro y de oración; la «transfiguración» es una transformación profunda a partir de la desfiguración; «Moisés y Elías» son las Escrituras; la «tienda» es signo de la visita de Dios, unas veces oscura, otras luminosa, como lo indica la «nube». En definitiva, es relato de una teofanía o de una experiencia mística. Si nos fijamos en el itinerario del relato, vemos que tiene cuatro momentos: 1) la subida, que entraña una decisión; 2) la manifestación de Dios, que simboliza el encuentro personal; 3) la misión confiada, que es la vocación apostólica; y 4) el retorno a la tierra, que equivale a la misión en la sociedad.

3. La llamada de Dios a formar parte de una comunidad exige una conversión respecto del modelo único e irrepetible del creyente por antonomasia, Jesucristo. Discípulos de Jesús son quienes aceptan la llamada de una voz o la palabra de Dios decisiva y personal que incide en lo más profundo del ser humano. Escuchar a Jesús es una característica esencial del discípulo cristiano. Esto entraña «encarnarse», es decir, aceptar con seriedad la vida misma, con ráfagas de "visión" y torbellinos de «espanto», con la esperanza de salir victoriosos del combate de la misma vida, seguros de la fe en el Transfigurado. Jesús se hace prójimo de todos los hombres mediante la entrega de su propia vida.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Tenemos experiencia personal de Dios?

CASIANO FLORISTÁN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITÚRGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 183 s.


 

12. CR/ESCUCHA

Escuchadlo... Los hombres ya no tenemos tiempo para escuchar. Nos resulta difícil acercarnos en silencio, con calma y sin prejuicios al corazón del otro para escuchar el mensaje que todo hombre nos puede comunicar. Encerrados en nuestros propios problemas, pasamos junto a las personas, sin apenas detenernos a escuchar realmente a nadie. Se diría que al hombre contemporáneo se le está olvidando el arte de escuchar.

En este contexto, tampoco resulta tan extraño que a los cristianos se nos haya olvidado que ser creyente es vivir escuchando a Jesús. Y sin embargo, solamente desde esa escucha cobra su verdadero sentido y originalidad la vida cristiana. Más aún. Sólo desde la escucha nace la verdadera fe.

Un famoso médico siquiatra decía en cierta ocasión: «Cuando un enfermo empieza a escucharme o a escuchar de verdad a otros... entonces, está ya curado». Algo semejante se puede decir del creyente. Si comienza a escuchar de verdad a Dios, está salvado. La experiencia de escuchar a Jesús puede ser desconcertante. No es el que nosotros esperábamos o habíamos imaginado. Incluso, puede suceder que, en un primer momento, decepcione nuestras pretensiones o expectativas.

Su persona se nos escapa. No encaja en nuestros esquemas normales. Sentimos que nos arranca de nuestras falsas seguridades e intuimos que nos conduce hacia la verdad última de la vida. Una verdad que no queremos aceptar.

Pero si la escucha es sincera y paciente, hay algo que se nos va imponiendo. Encontrarse con Jesús es descubrir, por fin, a alguien que dice la verdad. Alguien que sabe por qué vivir y por qué morir. Más aún. Alguien que es la Verdad.

Entonces empieza a iluminarse nuestra vida con una luz nueva. Comenzamos a descubrir con él y desde él cuál es la manera más humana de enfrentarse a los problemas de la vida y al misterio de la muerte. Nos damos cuenta dónde están las grandes equivocaciones y errores de nuestro vivir diario.

Pero ya no estamos solos. Alguien cercano y único nos libera una y otra vez del desaliento, el desgaste, la desconfianza o la huida. Alguien nos invita a buscar la felicidad de una manera nueva, confiando ilimitadamente en el Padre, a pesar de nuestro pecado. ¿Cómo responder hoy a esa invitación dirigida a los discípulos en la montaña de la transfiguración? "Este es mi Hijo amado. Escuchadlos". Quizás tengamos que empezar por elevar desde el fondo de nuestro corazón esa súplica que repiten los monjes del monte Athos: «Oh Dios, dame un corazón que sepa escuchar».

JOSÉ ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS NAVARRA 1985.Pág. 155 s.


 

13. MONTES 

Algún misterioso hechizo ejercían las montañas sobre Jesús. Algún acicate suponía en su andadura. O quizá era simplemente un símbolo que El utilizaba para estimularnos en nuestro camino hacia lo Alto.

Y es que la montaña curte a los escaladores, les obliga al sacrificio y la superación, templa su ánimo, y les descubre horizontes increíbles, tanto delante de sus ojos como en su propio interior. Por eso, Jesús subía a las montañas. Para brindarnos desde ellas caminos hacia «lo trascendente», para enseñarnos a trabajar en nuestra propia «transfiguración».

Hoy el Evangelio nos cuenta con detalle su «transfiguración» en el Tabor. Ocurrió ante el asombro y el gozo de Pedro, Santiago y Juan que quisieron perpetuar el momento: «¡Qué bien estamos aquí!» Pero me apresuro a deciros que Cristo no fue el escalador de una sola montaña. Subió a muchas. Y «puntuó» en todas. Podríamos llamarle «el Rey de las montañas». Y si recorréis conmigo esta especie de «guía de montañismo de Jesús», veréis que lo que se desprende de todas sus escaladas es siempre lo mismo: una invitación a bellas «transfiguraciones», la nuestra y la de los demás.

--El monte de la Cuarentena.--El Djebel Garantal. Es un monte árido, inhóspito, gredoso. A su planta se ve el mar Muerto, todo lleno de sal, asfalto y azufre, semejando una lámina grisácea. A este monte --lo veíamos el domingo pasado--, subió Jesús para ser tentado por Satanás. No parece por tanto una escalada «gloriosa». Es más bien una página de humillación. Pero, ¡ojo!, que este Jesús que se deja tentar tan descaradamente, nos está predicando que la victoria sobre la tentación es también «camino de transfiguración». Pablo hablaba de «sacar provecho en la tentación».

--El monte de las bienaventuranzas.--He ahí otra cumbre desde la que se nos propone «resplandecer como el sol y como la nieve». En efecto, la puesta en marcha del «sermón de la montaña» y la aceptación del espíritu de «las bienaventuranzas» han sido y serán siempre la receta infalible de la verdadera transfiguración del hombre y de la Humanidad. El hombre que se decide a vivir «con amor» la pobreza, la mansedumbre, la aceptación del dolor, la persecución, etc., se «transfigurará» e irradiará luz a los demás. Las gentes de su lado dirán «¡Qué bien estamos aquí!».

--El monte Calvario.--¿También es «un Tabor» esta montaña? ¡También, amigos, también! Es verdad que el Jesús de la cruz, como dijo Isaías, «parece más un gusano que un hombre; no hay en él belleza alguna». Pero ésa es precisamente la paradoja del Calvario: «Por la Cruz a la Luz». San Juan de la Cruz, especialista en oscuridades y muertes, escribió: «aunque tinieblas padezco / en esta vida mortal / no es tan crecido mi mal / porque si de luz carezco / tengo vida celestial». Entendéis por qué Pablo exclamaba: «¿Dónde está, muerte, tu victoria?».

--La montaña de la Ascensión.--Es el trampolín hacia todas las «transfiguraciones». La de Jesús y la nuestra. La de Jesús, porque, en ese momento salta «a aquella gloria que tuvo desde el principio», ya que nunca dejó de ser «Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios Verdadero». Tabor definitivo, pues, y completo. Y la nuestra porque en esa montaña se nos dijo: «Id y predicad... bautizando...». Es decir, transfigurándonos y transfigurando el mundo con la luz de su Palabra y con la vida de sus sacramentos. ¿Qué os parece, amigos, este «rey de montañas»?

ELVIRA.Págs. 125 s.


14. DOMINICOS 2003

Transfigurado en luz
La transfiguración del Señor es como un anticipo de la gloria que alcanzará tras su triunfo sobre el mal, cuando se dé la la instauración definitiva del Reino de Dios.

Jesús, el hijo de David según la carne, atesora en sí mismo la gloria del Hijo de Dios que se anonadó para hacerse partícipe de nuestra vida e historia.

Que esa ‘gloria’ resplandezca en un momento de la vida del HIJO es una invitación a pensar y creer en el más allá.

Nosotros, en actitud orante, pongámonos ante el Señor transfigurado, suplicando que nuestra alma, corazón y vida sean transformados en la imagen de Cristo:

Transfigúrame, Señor, tranfigúrame.
Quiero ser tu vidriera, tu vidriera azul, morada y amarilla.
Quiero ser mi figura, sí, mi historia, pero por ti en tu gloria traspasado.

Transfigúrame, Señor, transfigúrame.
Mas no a mí solo; purifica también a todos los hijos de tu Padre
que te rezan conmigo o te rezaron, o que acaso ni una madre tuvieron
que les guiara a decir el Padrenuestro.

Transfigúranos, Señor, transfigúranos.
Si acaso nada saben de ti, o dudan, o blasfeman, límpiales el rostro,
como a ti la Verónica; descórreles las densas cataratas de sus ojos;
que te vean, Señor, como te veo.

Transfigúralos, Señor, transfigúralos.
Que todos puedan, Señor, en la misma nube que a ti te envuelve ,
despojarse del mal y revestirse de su figura nueva, y en ti transfigurarse.
Y a mí, con todos ellos,
transfigúrame, Señor, transfigúrame .



Palabra hecha luz y resplandor
Lectura del libro de Daniel 7, 9.10.13-14:
“Yo, Daniel, [en un éxtasis] miré y vi como que colocaban unos tronos. Un anciano se sentó. Su vestido era blanco como la nieve, y su cabellera como lana purísima; su trono, llamas de fuego; sus ruedas, llamaradas; un río impetuoso brotaba delante de él. Miles y miles le servían...

Comenzó la sesión y se abrieron los libros. Yo vi , en una visión nocturna, venir una especie de hombre entre las nubes del cielo... A él se le dio poder, honor y reino. Y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron...”

Daniel describe en forma de juicio sobre el mundo la actuación de Dios. Las maldades se multiplican. Dios las juzgará. ¿Cómo salir de esas maldades? Para humanizar y dignificar la historia, habrá de intervenir una acción divina que nos traiga a alguien, parecido a hombre, que nos sane e ilumine. Será su Hijo.

Segunda carta del apóstol san Pedro 1, 16-19:
“Queridos hermanos: cuando os dimos a conocer el poder y la última venida de nuestro Señor Jesucristo, no nos fundábamos en invenciones fantásticas, sino que habíamos sido testigos oculares de su grandeza. Él recibió de Dios Padre honra y gloria...:”Este es mi Hijo amado, en él yo me he complacido”...

Pedro nos expone su fe en que el Hijo del hombre e Hijo de Dios, vendrá a juzgar las acciones de los hombres, como Señor. Esperemos esa hora como hijos fieles.

Evangelio según san Lucas 9,28-36:
“En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Juan y a Santiago a lo alto de una montaña para orar. Y mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos. De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que aparecieron con gloria; hablaban de su muerte, que se iba a consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se caían de sueño; y espabilándose vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Pedro dijo: ¡Maestro, qué hermoso es estar aquí!. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. No sabía lo que decía... Una voz desde la nube decía: Este es mi Hijo, el escogido, escuchadle...”

Este párrafo recoge todas las insinuaciones anteriores. Jesús es el Hijo del hombre, Hijo de Dios, con gloria y poder. Ahora está ocultando su grandeza y poder, pero no hemos de olvidar que por su pasión, muerte y resurrección será constituido Señor, Poder, Majestad, Gloria.



Momento de reflexión
El mejor comentario que podemos hacer está recogido en la oración colecta de la Misa que celebramos. Estas son sus ideas y sentimientos:

¡Oh Dios!,
en esta gloriosa transfiguración de tu Unigénito, Jesús, nos confirmas los misterios de la fe : Creemos que Jesús es tu Hijo.

¡Oh Dios!,
en la nube misteriosa, nos presentas a Moisés y Elías que representan a la Ley y a los Profetas: en ellos reconocemos a nuestros predecesores en la historia y a dos grandes maestros, amigos tuyos, que nos aclaran el sentido de las promesas que por su mediación nos hiciste: que un Mesías salvador vendría a nuestra tierra.

¡Oh Dios!,
al invitarnos, con Pedro, Juan y Santiago, a participar de tu gloria en el Tabor, nos has mostrado cuánto nos quieres y cómo nos tienes por hijos llamados a tu Reino definitivo: por ello, te damos gracias y te bendecimos.

¡Oh Dios y Padre nuestro!,
te damos gracias, y te suplicamos que poco a poco nos vayas transfigurando con tu gracia, haciéndonos hombres/mujeres de espíritu: puros como la nieve, ardientes como el fuego de amor, adoradores de tu grandeza paterna, y servidores de los hermanos siguiendo el modelo de Jesús, el único y verdadero Hijo de tus entrañas. Amén.


15. BETANIA 2003

1.- LA DIVINIDAD DE JESÚS SE HIZO PRESENTE
Por Ángel Gómez Escorial

1. -. La Transfiguración es una gran fiesta y este hecho –su reflejo evangélico—está presente en los “tiempos fuertes” de Cuaresma y Pascua. En este ciclo del Tiempo B. leemos a San Marcos. Fue la Transfiguración algo muy extraordinario, dirigido a incrementar la fe de los Apóstoles y que sirvió para confirmarles la divinidad del Señor Jesús. Es verdad que los seguidores de Cristo no fueron capaces de ver lo magnifico de aquel hecho y solo a Pedro, con su capacidad de inmediata iniciativa, se le ocurrió construir tres chamizos para perpetuar la presencia en la tierra de la Gloria de Jesús, acompañado de Moisés y Elías. Después de la Ascensión del Señor este hecho se admitió como portentoso y es, sin duda, una de las celebraciones más antiguas de la Iglesia. Leemos hoy la Segunda Carta de San Pedro donde él mismo hace memoria histórica de aquel sucedido.

2. - La enseñanza que nos da a nosotros, ya en el Tercer Milenio, es idéntica a la que Jesús pretendía que recibieran Pedro, Santiago y Juan. Tenían que saber que Cristo era Dios y que tenía poder sobre el tiempo, el espacio, los cuerpos, la vida y la muerte. Pero, además, Cristo recibe una vez mas el beneplácito del Padre al oírse desde el interior de la nube de gloria: "Este es mi hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo". Así lo refiere el Evangelio de Mateo que se lee en el ciclo A. Por un lado es la confirmación de la misión del Hijo en presencia de la Trinidad y por otra se trata de una aproximación al tiempo futuro: cuando todos los cuerpos estén glorificados y la muerte haya perdido su aguijón. Y esas enseñanzas siguen vigentes.

3. - En nuestro tiempo hay un afloramiento excesivo de lo mágico o de lo esotérico, en contraposición al racionalismo que impregno la vida humana a partir de la Ilustración. Lo "mágico" ha supuesto un retroceso y la misma Iglesia sin negar, ni atenuar, ninguno de los hechos portentosos que aparecen en las Escrituras no entra en la sublimación mágica de las mismas. En realidad, cada cristiano debe tomar estas cosas con alegría y humildad. Alegría porque muestran la magnificencia futura de nuestros cuerpos resucitados y glorificados. Y humildad ante lo difícil que resulta, racionalmente, admitir este hecho cierto. Lo demás, lo mágico, poco importa.

El Reino de Cristo vive en este mundo, pero no es de él. Transciende hacia lo espiritual y lo eterno. Y en esa dimensión --que queda fuera de la historia, del tiempo y del espacio-- tienen que acontecer grandes maravillas. No podemos cerrarnos a lo que contendrá ese ya aludido mundo futuro. Pero no debemos convertirlo en una fábula. Está ahí y es nuestra esperanza. Y como tal hemos de esperarlo y respetarlo. La Transfiguración es pues una muestra del poder de Dios y, también, de su misericordia, porque un día nosotros nos veremos con los cuerpos y los semblantes radiantes en conversación con Jesús Glorificado y todos sus santos.

4. - La Profecía de Daniel nos va a recordar al Apocalipsis de Juan, en la que el Apóstol se inspiró. Pero narra igualmente la grandeza del presente de Dios, vislumbrado por los hombres. Juan también fue testigo del milagro del Monte Tabor. Es el resplandor del Hijo en presencia del Padre y para que lo vean los discípulos. Saquemos de esta fiesta –que se instituyó en el siglo VI por la dedicación de una basílica en ese monte de Palestina—una clara idea de que Dios tiene gloria y quiere mostrarla. No es un Dios solitario, lejano, mágico, difícil. Es un Padre amante que, en muchas ocasiones, refuerza la fe de sus hijos con prodigios.


16.

1."Levántate, come, que el camino es superior a tus fuerzas" 1 Reyes 19,4. Siglo IX antes de Cristo. La reina Jezabel, esposa del rey Ajab de Israel, desencadenó la primera persecución contra el pueblo de Dios, sólo comparable a la del rey Antíoco, que en el siglo II quiso paganizar Judea, y se alzaron contra él los Macabeos empuñando la espada. Con la espada llameante de su palabra, "surgió el profeta Elías como un fuego, y su palabra abrasaba como antorcha" (Si 48,1) se levantó contra Jezabel, que había traído de Fenicia centenares de sacerdotes y profetas de Baal, y había derribado los altares de Yahvé y degollado a todos sus profetas, de los que sólo sobrevivió Elías, el más grande de los profetas no-escritores del Antiguo Testamento, y el defensor intrépido del Señor contra el culto idolátrico de Baal.

2. Vestido con una túnica de pelo de camello, ceñida con un cinturón de cuero (2 Re 1,8) como los israelitas en el desierto, y Juan Bautista, el nuevo "Elías", en el Jordán (Mt 3,4), recorrió Elías todo el país de Israel predicando la fe en el Señor con energía. Elías y Juan, los dos, se enfrentaron al poder: éste al de Herodes Antipas; aquél a Ajab que asesinó a Nabot. Uno y otro empujados por dos mujeres: Herodías aquél; Jezabel, éste: "En el mismo lugar en que los perros han lamido la sangre de Nabot, lamerán también los perros tu propia sangre" (1 Re 21). "Los perros devorarán a Jezabel en la parcela de Yezreel" (1Re 21,23).

3. Tras esto, cuando Jezabel supo que Elías había degollado a los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal, sus comensales y protegidos, juró degollarle a él. Elías temió y emprendió la marcha a través del desierto del Negueb en dirección al Horeb, para salvar su vida. La peregrinación de Elías es un Exodo al revés: Moisés había subido desde el Sinaí a la Tierra Prometida, ahora Elías baja de la Tierra Prometida hacia el Sinaí. Profundamente deprimido, Elías huyó atravesando toda Palestina y el desierto de Judá, hasta que, agotado, se derrumbó y se deseó la muerte. El ángel le manda que coma y beba, porque le queda un largo camino. El profeta comió y bebió, y con aquel refuerzo, caminó cuarenta días y cuarenta noches, hasta el monte de Dios. El desierto es el desierto: ni vegetación, ni personas, ni lugares de diversión, ni agua, ni comida. Todo duro. Plena noche. La comida y la bebida de Diso, la oración, es la reanimación y la vida. ¿Por qué estáis tristes y deprimidos, sin aliento y sin coraje para vivir y para predicar? ¿No será que habéis dejado de comer y de beber, de orar e interceder? Proba a hacerlo y revivirá vuestro corazón.

4. Con la comida y bebida de Elías en el desierto, se enlaza la promesa que hoy nos hace Jesús: "Este es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre". Los judíos criticaban a Jesús porque había dicho "Yo soy el pan bajado del cielo" Juan 6,41.

5.La murmuración de los judíos no es nada nuevo en la Biblia: sus padres ya habían murmurado en el desierto cuando protestaron ante Moisés cansados del maná, pan del cielo, figura del pan de vida (Ex 15,24; Sal 105,25; 1Cor 10,10). Criticar es más fácil que crear. Es más fácil destruir un Greco, un Velázquez o un Zurbarán, que pintarlo. Para pintarlo hace falta arte, sabiduría, genio y paciencia; para rasgarlo basta un cuchillo, para encenderlo, una cerilla. Para la crítica sólo hace falta la lengua al servicio de un corazón malo. La lengua convertida en chispa que provoca el incendio del malestar social. Criticaban porque no entendían. Es lo que suele ocurrir. Se critica sin saber, sin oir, sin conocer, se critica a priori, por prejuicios y, en el fondo, por falta de amor. Los hombres se aman poco. Y cuando forman un colectivo, se ceba más la envidia, los celos, el odio, y la lengua se pone en marcha al galope o de manera solapada. Y cuando se quiere desprestigiar a una persona a fondo, se dice, como se dijo de Jesús, que está loco. Se ataca al hombre en su raiz. Así todo lo que haga o diga ya está descalificado. El enemigo suele ser del mismo oficio. Y los más próximos. "El plebeyo no tiene envidia de su rey, ni el sabio del militar, ni el comerciante del intelectual. Se da entre los iguales y entre los que viven en un mismo pueblo o calle. Un político de otro político contemporáneo, un sabio de otro sabio, un labrador de otro labrador” (Aristóteles). A comienzos del siglo IV ya dice Eusebio de Cesarea que con la libertad de culto los cristianos se deslizaron hacia la tibieza y la negligencia, a la envidia y a la injuria; los obispos atacaban a los obispos, los pueblos a otros pueblos y reinaba la hipocresía hasta lo más alto de la maldad. El juicio de Dios preparó con todo esto la persecución de Diocleciano.

6. El evangelio dice que el envidioso tiene: "oftalmós ponerós", "ojo perverso" (Mt 20,15). San Roberto Belarmino dice que es el pecado más universal. Y San Agustín lo hace hijo de la soberbia y consiste en un sentimiento de tristeza del bien ajeno que se considera como mal propio porque disminuye el propio yo, la propia excelencia. A él va unida la alegría del mal ajeno, y ya aparece en la niñez. Es un pecado contra la caridad, que no es envidiosa (1Cor 13,4). "No critiquéis", dice Jesús.

7. El camino de Elías, más que un desplazamiento geográfico, es el símbolo de la vida humana, que a veces se presenta dura, y sin caminos trazados, como en el desierto y con sus cambios, que se reflejan en los estados de ánimo y depresiones que padece Elías, mientra dura su peregrinar: primero sintió miedo, después cansancio y hambre, angustia vital y desaliento y desesperación y deseo de la muerte: "Cuando el mensajero de la reina se acercó amenazándole, corrió como un demente campo adentro, hasta que echado bajo una retama, rompió a clamar, con griterío que en el desierto aullaba: oh Dios, no me uses más. Estoy quebrado" (Rilke). Finalmente, fortalecido por la fe y por el alimento milagroso que le ofrece el ángel, pan que baja del cielo, profecía de la eucaristía, puede seguir caminando con ilusión y ánimo hasta el monte Horeb, donde se le va a manifestar el Señor: "Mas justo entonces vino a alimentarle el ángel con un manjar que él recibió hondamente, de modo que después anduvo largo tiempo por prados y por aguas siempre hacia la montaña" (Rilke). También la providencia nos ofrece la compañía y la amistad de quien menos esperamos, para seguir caminando. Así lo confiesa el Apóstol: “Tampoco cuando llegué a Macedonia tuve un momento de sosiego; no, dificultades por todas partes, contiendas por fuera y temores por dentro. Pero Dios, que da aliento a los deprimidos, nos animó con la llegada de Tito; y no sólo con su llegada, sino también con los ánimos que traía por causa vuestra; me habló de vuestra añoranza, de vuestras lágrimas, de vuestro interés por mí, y esto me alegró todavía más” (2 Cor 7,6). Procurar prepararnos nosotros para ser ese ángel que despierte y anime al que lo necesite.

8. El fin del pan del cielo es que el pueblo de Dios cobre fuerza con su comunión para conseguir la vida eterna. "Oh salutaris hostia, bella praemunt hostilia, da robur, fer auxilium". Gerras hostiles nos aprietan”. Bien comido, bien asimilado, bien preparado, bien agradecido. Si sabemos cantar y bendecir al Señor en todo momento; si proclamamos las grandezas del Señor; si alabamos juntos y unidos su nombre, él calmará todas nuestras ansias y nuestros rostros quedarán radiantes de alegría, la alegría y el gozo de su palabra rumiada y asimilada, con la que podremos alcanzar la visión de Dios, en la que contemplaremos y gustaremos y veremos qué bueno es el Señor Salmo 33. Donde habremos alcanzado nuestra plenitud de hombres a la medida de la edad plena de Cristo (Ef 4,13), a quien sea el honor y la gloria por los siglos de los siglos.

JESÚS MARTÍ BALLESTER