28
HOMILÍAS MÁS PARA LA FIESTA DE LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR
17-28

 

17.

1. CLARETIANOS 2003

¡Qué pena que este día pase desapercibido para muchos de los que están de vacaciones porque es un día poblado de resonancias! Celebramos, en primer lugar, la fiesta de la transfiguración del Señor y, casi como un eco, el aniversario de la muerte de Pablo VI en 1978, que es también una experiencia de transfiguración.

Por si fuera poco, la humanidad no puede olvidar que también hoy conmemoramos el 57 aniversario del bombardeo de Hiroshima, que es como decir el aniversario de una de las páginas más antihumanas del siglo XX. Hiroshima es el símbolo, no de una trans-figuración, sino de una horrible des-figuración.

Despertados por la memoria de todas las desfiguraciones que nos ofrece la historia pasada y reciente, fijemos ahora nuestros ojos en la escena de la transfiguración de Jesús. El Papa Juan Pablo II también lo hizo en la exhortación Vita Consecrata y el Cardenal Martini en su carta pastoral del año 2000 titulada "Quale belleza salverà il mondo?".

La tradición ha situado la escena en el monte Tabor. El texto de Mateo se limita a decir que "en un monte alto".

Imaginemos la escena en tres tiempos: subida, estancia y bajada.

Mientras suben, los discípulos llevan en su mochila el desconcierto causado por las palabras que Jesús les ha dicho un poco antes (cf Mt 16,24-28). No saben qué significa cargar con la cruz o perder la vida para ganarla. Nosotros subimos también a ese Tabor con nuestras dudas y aflicciones. Y la ascensión se nos hace pesada. El camino da vueltas y vueltas.

En la cima del monte tiene lugar una experiencia de la belleza de Dios. Debió de ser de tal magnitud que Pedro, en nombre de los otros, exclama: "¡Qué bueno/bello es estar aquí". También podría haber dicho: "Si seguirte a ti consiste en esto, yo me apunto en seguida". Es la experiencia de ver que "todo concuerda": Moisés (la ley) y Elías (los profetas) levantan acta de que Jesús no es un impostor sino el Mesías anunciado ("conversaban con Jesús"). Por si fuera insuficiente el testimonio de estos dos notarios del Reino, se oye la voz del que todo lo puede: "Este es mi Hijo amado". Tanta concordancia produce miedo. Y otra vez, como en el relato de ayer, Jesús tiene que repetir el mismo mensaje: "No tengáis miedo". Pero añade algo: "No se lo contéis a nadie".

La bajada debió de ser en silencio. Hay experiencias para las cuales no disponemos de palabras adecuadas. Y, sin embargo, se trata de experiencias que nos permiten seguir caminando en el llano con más sentido y con más esperanza.

¿No os parece que es imposible acercarse a los rostros desfigurados sin haber experimentado la transfiguración de Jesús? ¿O acaso en los rostros desfigurados es donde se produce hoy la verdadera transfiguración?

Gonzalo Fernández , cmf (gonzalo@claret.org)


18.

COMENTARIO 1

PROLEGOMENOS DE UNA LECCION MAGISTRAL

«Pasados como ocho días después de estas palabras, se llevó consigo a Pedro, a Juan y a Santiago y subió al monte a orar» (9,28). Notemos en primer lugar cómo enlaza esta escena con la anterior.

1) «Después de estas palabras»: referencia clara a las nuevas condiciones que acaba de poner a todo el que quiera hacerse discípulo suyo (vv. 23-27), motivadas por el hecho que los discí­pulos han descubierto que era el Mesías de Dios (9,20), pero que, por culpa de su mentalidad equivocada, identificada plena­mente con la expectación mesiánica triunfalista de Israel (9,21), se han resistido a aceptar que el Mesías debía fracasar (9,22).

2) «Pasados como ocho días»: la partícula «como» tiene valor comparativo, poniendo de relieve el número «ocho». Mt 17,1 y Mc 9,2 hablan de «seis» días, aludiendo a la creación del hombre; Lucas hace referencia al día después de la creación visible, el «octavo», es decir, al mundo definitivo, a la tierra prometida inaugurada con la resurrección de Jesús, que tuvo lugar «el primer día de la semana» (24,1). El contenido de esta nueva escena tiene que ver con la predicción que ha hecho sobre la muerte y resurrección del Mesías.

3) «Tomó consigo a Pedro, a Juan y a Santiago»: de entre «los discípulos» (9,18) o, lo que es lo mismo, del grupo de los Doce (9,12; cf. v. 16), es decir, de entre «los seguidores» que siguen plenamente identificados con la institución judía, Jesús separa a los tres más reticentes: Pedro, el portavoz de este grupo; Juan y Santiago, los dos hijos del Zebedeo. Son precisamente los tres primeros discípulos a los que Jesús llamó (5,1-11). Simón, sin embargo, aquí es nombrado «Pedro», por su tozudez; Juan ha pasado delante de Santiago: de hecho, Pedro y Juan aparece­rán juntos frecuentemente en los Hechos de los Apóstoles, como líderes del grupo (Hch 3,1.3.4.11; 4,13.19; 8,14). Si lo compara­mos con la lista de la elección de los Doce (Lc 6,14-16), notare­mos que allí Jesús respetaba los lazos familiares (Simón... y An­drés, su hermano, y Santiago y Juan y...»), sin hacer ninguna clase de discriminación entre ellos («y... y...»). Ahora, en cambio, los «toma consigo», como líderes que son del grupo de los Doce y teniendo en cuenta su personalidad. Todavía alientan aspiracio­nes de poder. Conviene separarlos del grupo, no fuera que arma­sen una sonada. La revelación que les ha hecho sobre la suerte del Mesías y la nueva llamada al discipulado, dirigida a todos como quien dice haciendo borrón y cuenta nueva, no ha servido para hacerlos reflexionar.

4) «Subió al monte a orar»: es Jesús quien toma la iniciativa de subir para orar. Siempre que están en juego asuntos importan­tes, Jesús se dispone a orar (cf. 3,21; 6,12; 9,18). «El monte», con artículo, pero sin otra determinación, es el nuevo lugar donde Jesús se pone en contacto dialogante con el Padre. Se opone al monte Sión, donde se encuentra el templo de Jerusalén. A nivel psicológico, el monte acerca el hombre a Dios. El hombre está repleto de mitos. No podemos ir por la vida desmitificándolo todo: es necesario aprovechar, como lo hace Jesús, el lenguaje de las cosas.



«¡LA ESCRITURA NO DICE

QUE EL MESIAS TENGA QUE FRACASAR!»

Los discípulos se obstinan en que la Escritura no habla sino de la victoria definitiva del Mesías sobre los enemigos del pueblo de Dios. Le aducen textos y más textos. Toda la tradición está a su favor. Ya ha pasado un lapso de tiempo considerable («como ocho días»), y no están dispuestos a ceder. «Lo esconde», se dicen; «Se hace el humilde», «¡El Mesías no puede fracasar, porque tiene a Dios a su favor!». Jesús se retira para pedir luz. «Mientras oraba», se le despeja el horizonte (sólo él reza; los otros, los encontraremos «dormidos», completamente despre­ocupados de su suerte).

El cambio externo que se produce en la figura de Jesús -la mal llamada «transfiguración»- no tiene por función anticipar la futura gloria de Jesús resucitado, como se suele comentar. Daría la razón a los discípulos: « ¡Ya lo decíamos nosotros que triunfaría!» No, su función consiste, en primer lugar, en suscitar dos figuras del pasado que encarnan toda la Escritura: Moisés y Elías representan la Ley y los Profetas, lo que nosotros llama­mos el Antiguo Testamento. Jesús, con tal de poder conversar con personajes de la antigüedad, ha sido revestido con una aureo­la, indicándose así que la escena no pertenece al presente. En segundo lugar, se anticipa, ciertamente, la escena de la resurrec­ción, pero no como una pregustación de la gloria futura, sino como una reafirmación de lo que Jesús les había predicho ante­riormente: «Este Hombre... será ejecutado y resucitará al tercer día» (9,2). La misma expresión: «Y, mirad, dos hombres... con vestidos resplandecientes», se repetirá en la escena del sepulcro vacío (24,4), para recordar a las mujeres (dimensión femenina del grupo) que el Mesías tenía que morir y resucitar (24,5-8). Todavía se aparecerán una tercera vez, de nuevo a los discípulos, después de la ascensión de Jesús (Hch 1,10), a fin de disuadirlos de esperar una manifestación inminente y clamorosa del reino de Dios (1,11).

La función de la escena de la transfiguración consiste, pues, en visualizar lo que antes se había formulado de palabra: Moisés y Elías encarnan la Escritura que Jesús les había aducido en su momento, con el fin de hacerles ver cuál era el plan de Dios sobre el Mesías.



EL EXODO DEL MESÍAS TODAVÍA NO SERA REALIZADO

Si compararnos la escena de Lucas con las descripciones paralelas de Marcos (Mc 9,2-9) y Mateo (Mt 17,1-8), observare­mos, como una de las diferencias más notables, que en la de Lucas no solamente hay la viñeta, sino también el globo que contiene la letra de la conversación entablada con Jesús por Moisés y Elías: «Hablaban de su éxodo, que él iba a completar en Jerusalén» (Lc 9,31). El contenido de la conversación, formu­lado en categorías del Antiguo Testamento, hace referencia al primer éxodo del pueblo de Israel fuera de Egipto, pero lo actualiza y lo relativiza: el Mesías, como caudillo del nuevo Israel, en quien los discípulos habían depositado sus esperanzas, ha de salir de Israel, que a su vez se ha convertido en tierra de opresión, tomando como punto de partida de su éxodo personal el centro neurálgico de aquella teocracia, «Jerusalén». Como es sabido, Lucas utiliza dos denominaciones para designar la capital, una sacralizada, «Jerusalén», y otra neutra, «Jerosólima». Los judíos empleaban exclusivamente la primera; los paganos, la segunda. Los primeros cristianos y la mayoría de los autores del Nuevo Testamento solamente usan la expresión neutra. Lucas se sirve de ambas, pero no indiscriminadamente. Así, cuando quiere conferir intencionalidad político-religiosa a un dicho o a una actitud, emplea «Jerusalén», connotando la institución judía como tal. El Mesías, pues, ha de completar el éxodo que había iniciado Israel saliendo de la institución judía («Jerusalén»).



SOLO SE ESCUCHA LO QUE INTERESA

«Pedro y sus compañeros estaban amodorrados por el sueño; pero se despabilaron y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él» (9,32). Mientras Moisés y Elías daban la razón a Jesús sobre el inminente fracaso del Mesías (éxodo = muerte; fuera de Jerusalén = fin de los privilegios de Israel), Pedro, como figura principal, y los que giraban en su órbita «estaban amodo­rrados por el sueño» o, dicho en otras palabras, se habían desin­teresado totalmente de la conversación. Solamente se despabilan al ver su gloria. Es lo único que de verdad les importa. Al darse cuenta que se alejaba la visión, Pedro quiere detener el tiempo. Con aires de suficiencia, se dirige a Jesús con unos términos que reflejan su ideología nacionalista: «Jefe, viene muy bien que estemos aquí nosotros; podríamos hacer tres chozas: una para ti, una para Moisés y una para Elías» (9,33a). Pedro, como buen político, está dispuesto a pactar un compromiso histórico. Re­nuncia a sostener que el Antiguo Testamento (Moisés y Elías) es superior a Jesús: («una..., una... y una...»). Quiere hacer per­durar aquella escena. Propone mantener la troica: Moisés (la Ley), a la izquierda; Jesús (el Mesías), en el centro, y a la derecha, Elías (los Profetas). Con tal de mantener su posición privilegiada, está dispuesto a transigir optando por un sincretismo: Jesús en el mismo plano que las grandes figuras de Israel.



JESUS ES EL UNICO INTERPRETE DE LA ESCRITURA

Pedro no sabe lo que se dice (9,33b). Los discípulos nunca se han interesado por la suerte de Jesús por no coincidir con sus intereses. La «nube», sin embargo, símbolo de la presencia divina, los envuelve. Entran en la esfera divina, asustados (9,34), donde serán aleccionados sobre aquello que se resisten a escu­char: «Y salió de la nube una voz que decía: "Este es mi Hijo, el Elegido. ¡Escuchadlo a él"» (9,35). Han hecho la contra a Jesús cuando éste les hablaba del más que previsible fracaso del Mesías; se han hecho los sordos cuando Moisés y Elías conver­saban con Jesús sobre su precipitado éxodo fuera de Israel; han transigido hasta constituir una troica de poder, asignando a Jesús un papel importante junto a Moisés y Elías. «Arriba» ya están hartos de oírlos: ¡nada de «chozas» ni de troicas! Jesús es el único intérprete de la Escritura y del plan de Dios. En medio de la confusión actual, continúa siendo válida esta revelación del Padre: el modelo de Hombre es Jesús. «Escuchémosle a él», y no a tantos y tantos líderes que se interponen dando nombre a las más variopintas comunidades, pues él continúa hablando en la vida de los hombres y de la comunidad.

«Cuando cesó la voz, Jesús estaba solo» (9,36a). Se ha desva­necido la visión. Volvemos al presente. Jesús está «solo». Ningu­no de los tres, de los Doce, de los discípulos identificados con la institución judía, pueden comprenderlo. Un Mesías que fraca­se es lo mismo que decir que humanamente no hay solución ni, por lo que se ve, tampoco desde la omnipotencia de Dios, ya que el esperado de siglos, cuando se presenta, no tiene fuerza ni poder para derrotar a los poderosos. Jesús acepta este camino estrecho, sin vistosidad, impresentable: el de la impotencia de Dios. Por eso está tan solo, porque ha optado por el no-poder.



19. COMENTARIO 2

El significado central de esta página es la revelación del Hijo de Dios. A mitad de camino entre la teofanía del Jordán (bautismo) y los hechos pascuales (resurrección), la altura de la Transfiguración sirve de lugar privilegiado para contemplar en visión panorámica todo el misterio de Jesús. El redactor centra el foco de su intención pedagógica no precisamente en la glorificación del Señor sino en la iluminación de la fe de los tres discípulos. El punto de encuentro entre la revelación y la fe es la persona de Jesús, el Hijo de Dios. El mismo es la nueva ley viviente que el Padre promulga a la Iglesia.

Sobre la montaña aparecen Moisés y Elías hablando con Jesús (la ley y los profetas, dicen algunos); Pedro reacciona como siempre y se ofrece para hacer tres tiendas; quiere quedarse, permanecer allí, porque humanamente es mejor quedarse en la gloria de este monte que emprender el camino a Jerusalén. Después de esto, sigue como centro de la unidad la teofanía, con una doble manifestación: una visual y otra acústica, la nube y la voz desde la nube. Los dos signos visibles manifiestan la gloria de Dios, son signos reales de su presencia especial, actualizada, perceptible.

En esta teofanía el Padre proclama a Jesús ante la pequeña comunidad representada en los tres discípulos como siervo de Yahveh al mismo tiempo que Mesías, todo ello elevado a la definitiva revelación de que es hijo suyo en sentido propio y único. La voz de Dios "desde la nube" en un "alto monte" evoca la revelación de Yahveh a Moisés en el Sinaí: Jesús es el nuevo Moisés. Desde la nube, en el Sinaí, la palabra de Yahveh dio la ley a Moisés. En el alto monte, la voz le habla a la pequeña Iglesia para decirle la única palabra que el Padre dirige a los hombres en todo el Nuevo Testamento al presentar a Jesús como ley viviente: "Escúchenlo".

Este imperativo reconoce en Jesús el profeta prometido, el Maestro de quien los discípulos deben aceptar el mensaje acerca del seguimiento por el camino de la cruz. El alcance de este imperativo es universal, es la firma con que el Padre suscribe todo el mensaje de Jesús. Por eso, todos nosotros estamos llamados, como los discípulos, a bajar de la montaña y emprender el camino del hermano, del pobre, porque en su rostro es donde se revela la gloria del Padre.

1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


20.

3. 2002

COMENTARIO 1

v.1. La escena de la transfiguración tiene por objeto demostrar a los tres discípulos más destacados del grupo que el destino del Mesías, enunciado antes por Jesús y que ha encontrado tal oposi­ción por parte de Pedro (16,22), es «la idea de Dios» (16,23), la cul­minación de su reinado, al que tendía todo el AT. Les demuestra la realidad y calidad de la vida que ha superado la muerte.

Como Mc, Mt coloca la escena «seis días después». El sexto día fue el de la creación del hombre: el estado de gloria en el que va a mostrarse Jesús representa el éxito final de la creación, la realiza­ción plena del proyecto de Dios sobre el hombre. Al mismo tiempo, como en Mc, «los seis días» resultan de la suma de los datos cronológicos de la pasión: «dentro de dos días» (26,2), «el primer día de los ázimos» (26,17) y «al tercer día» en que tendrá lugar la resurrección (16,21). El transfigurado muestra, por tanto, el estado que sigue a la muerte.

Dado el simbolismo del monte como lugar de la presencia y comunicación divina (cf. 5,1), el «monte alto», no determinado, in­dica una manifestación divina, la más importante que los discípu­los van a recibir en el evangelio. «El monte altísimo» a que el tentador llevó a Jesús era el de la manifestación del falso dios a través de la gloria de todos los reinos del mundo; en este «monte alto» se manifestará la verdadera gloria, la que procede de Dios vivo, capaz de infundir una vida que supera la muerte.



v. 2. Mt explica en qué consiste la transfiguración. «Su rostro bri­llaba como el sol» hace visible la gloria de los justos en el reino de su Padre (13,43). Recuerda al mismo tiempo el resplandor del rostro de Moisés (Ex 34,29-35). También los vestidos resplandecen como la luz; el brillo y la blancura son propios de la esfera divina (cf. 17,5: nube luminosa; 28,3).



v. 3. La aparición de Moisés y Elías se hace en beneficio de los discípulos. Representan la Ley y los Profetas, que habían anuncia­do el reino de Dios (11,13) y a los que Jesús viene a dar cumpli­miento (5,17). Ellos hablan con Jesús, no con los discípulos. La Ley y los Profetas están orientados hacia la figura del Mesías. Moi­sés y Elías fueron los dos hombres de quienes se dice que hablaron con Dios en el monte Sinaí (Ex 33, l7ss; 1 Re 19,9-13). Ahora, en este «monte alto», ante los discípulos, hablan con Jesús, el Hombre-Dios. El estado glorioso de éste, que representa la condición definitiva del hombre en el reino de Dios, era el objetivo del AT y el cum­plimiento último de las promesas.



v. 4. Pedro se dirige a Jesús. Su propuesta enlaza la visión con la fiesta de las Chozas, que tenía un fuerte carácter mesiánico y na­cionalista. Pedro propone una síntesis entre Jesús Mesías y el AT. Coloca a Moisés y Elías no subordinados a Jesús, sino en el mis­mo plano que él («una para ti, una para Moisés y una para Elías»). Ha reconocido el mesianismo de Jesús (16,16), pero no quiere que éste se separe de las categorías del AT; no debe haber ruptura, sino continuidad con el pasado. La actividad de Moisés y Elias se ca­racterizó por su violencia contra los enemigos de Dios y de su pueblo. Pedro quiere asegurarse de que Jesús va a realizar su mesia­nismo en la línea de las profecías del AT, que atribuían a la obra del Mesías las ideas de fuerza, poder, desquite y gloria. Con su propuesta, muestra Pedro que sigue pensando en las categorías de «los hombres» (16,23).



v. 5. La nube es símbolo de la presencia divina (cf. Ex 13,21, Nm 9,15; 2 Mac 2,8). Hay una paradoja en el texto: una nube luminosa los cubrió con su sombra; es la gloria (= resplandor) de Dios que cubría el santuario (Ex 40,35); ella revela y oculta a Dios, que sólo es perceptible en su palabra. La voz de la nube repite ante los tres discípulos las palabras que resonaron en el bautismo de Jesús (3,17) y que señalan su unicidad; ningún personaje del AT puede compararse con él. Añade la voz el imperativo: «escuchadlo a él». Jesús sustituye a Moisés, integrando en si la figura del pro­metido profeta escatológico. La única voz que hay que escuchar es la suya. El AT queda relativizado: así como Moisés y Elías no dirigían la palabra a los discípulos, así éstos no deben escuchar más que a Jesús. El AT conserva validez sólo en cuanto sea interpretado desde la realidad Jesús, o sea, compatible con su enseñanza. Jesús es el único legislador, maestro y profeta.



v. 6. La reacción de los discípulos es de profundo miedo, que se expresa en el gesto de caer de bruces a tierra; expre­san el miedo a morir por haber recibido un oráculo divino, según la creencia del AT (Is 6,5; Dn 10,15.19). Siguen pensando en las antiguas categorías; son víctimas de la ideología religiosa que han recibido y no conocen a Dios.



v. 7. Jesús, que lleva en sí la presencia divina (1,23), se acerca a ellos y los toca, como tocaba a los enfermos y a los muertos (8,3.15; 9,25-29); los invita a levantarse, como había hecho con la hija de Jairo (9,25). Estos discípulos, miembros del Israel mesiánico, están en la misma situación que el antiguo Israel.



v. 8. «Al Jesús de antes, solo», lit. «a un mismo Jesús, solo». La construcción griega auton Iesoun suele interpretarse como aramea (pronombre proléptico). Los ejemplos que se citan, sin embargo, llevan siempre el nombre articulado, mientras aquí se omite el ar­tículo ante «Jesús». La omisión del articulo ha ocurrido en Mt so­lamente en la presentación de Jesús antes de su nacimiento (1,1. 16.18), siempre calificada por «Mesías» (1,21.25 no cuentan), y en la primera noticia que de él tiene Herodes (14,1), casos perfecta­mente naturales.

La insólita omisión en este texto hace pensar que la aposición tiene otro significado. La traducción literal «a un Jesús mismo» parece significar «a Jesús con su apariencia acostumbrada»; se añade luego que estaba «solo», es decir, no acompañado de Moisés y Elías. La interpretación se confirma por el paralelismo con vv. 2-3; el v. 2 describe el aspecto transfigurado de Jesús, que en v. 8 ha desaparecido ya, mostrándose «el Jesús de antes/de siem­pre»; en el v. 3 aparecen los dos interlocutores, y a su ausencia en v. 8 corresponde el «solo». Mt expone cuidadosamente la vuelta a las condiciones ordinarias.



v. 9. Jesús refiere a «el Hombre» el contenido de la visión mesiá­nica. Esto confirma el significado de la datación inicial «seis días después». Identifica además al Hombre (el Hijo del hombre) con el Hijo de Dios (v. 5).

Comunicarla a otros podría despertar expectativas mesiánicas falsas, como si su muerte se hiciera innecesaria. En cambio, des­pués de su muerte, cuando la calidad de su mesianismo no deje lugar a dudas, el relato de esta visión podrá iluminar a los demás sobre la experiencia de la resurrección de Jesús. Es la única vez que Mt emplea el término «visión», que se usaba para visiones proféticas (Gn 15,1; Ex 3,3; Dn 2,19; 4,10; 7,2; Job 7,14). Estos tres discípulos serán los que presencien la oración de Jesús en Getsemaní (26,37). Lo que han presenciado debería servirles para en­tender la realidad que se oculta bajo la angustia de la muerte.



21. COMENTARIO 2

Pareciera que el cambio de figura (“transfiguración”) fuera el anhelo de la existencia humana. Operaciones estéticas o adornos suntuosos son medios frecuentemente utilizados para este fin. Frente a esos intentos de la vanidad humana, Jesús presenta a la comunidad cristiana el verdadero cambio de figura que se debe buscar.

La escena relatada se remite a la teofanía de Dios en el Sinaí tal como es relatada en Ex 24. Diversos elementos remiten a ese momento en que Dios da a Moisés las tablas de la Ley. En primer lugar, como allí, nos encontramos en un séptimo día según se desprende de la indicación inicial: “Seis días después”. De la misma forma, el lugar es semejante ya que se trata de un “cerro alto y apartado”. Por otra parte en el acontecimiento se hace presente el mismo Moisés junto a Elías el profeta que, desfalleciente, hace un camino a la montaña para encontrarse con Dios en 1 Re 19.

La manifestación divina por tanto tiene como objetivo fundamental el don de una nueva Ley para el largo camino hacia la Pasión emprendido por Jesús (cf. Mt 16,21). Pero este sentido no se impone desde el principio a los testigos privilegiados que son Pedro, Santiago y Juan. Conforme a sus reacciones habituales, el primero de ellos entiende que el cambio de figura de Jesús producido por la intervención divina indica la llegada definitiva de la gloria de Dios con todo su esplendor. De allí la propuesta de construir las “chozas”, habitación escatológica de Israel según Os. 12,10. En el marco de su concepción triunfalista, Pedro considera la luminosidad del rostro y de los vestidos de Jesús como el término del duro caminar de la existencia.

La superación del malentendido se hace mediante la presencia de “la nube luminosa” y la voz divina que habla desde ella. La “nube” no exceptuó al pueblo de su duro caminar por el desierto y la voz corrige el sentido triunfalista de la realeza de Jesús. Como en el Bautismo, teofanía inicial del ministerio de Jesús, esta otra teofanía al comienzo del su camino hacia la Pasión se cuida muy bien de corregir la ideología real del salmo segundo al que remiten sus primeras palabras. Este himno de entronización real sólo puede ser entendido adecuadamente desde los cánticos del Servidor sufriente del segundo Isaías. El primero de esos cantos (Is 42,1) con que continúa la voz divina muestra el verdadero sentido en que debe entenderse el mesianismo de Jesús.

La transfiguración de Jesús y del cristiano no puede ser otra que asumir plenamente el doloroso camino de la implantación de la justicia para Israel y para todas las naciones. Esta es la nueva figura que la palabra profética propone como la auténtica transfiguración. Remitiéndose a un profeta semejante a Moisés prometido en Dt 18,15 la voz indica a los discípulos la necesidad de asumir en la propia vida el camino de Jesús hacia la Pasión.

Toda verdadera transfiguración reside en la conformación de la existencia a esa marcha que causa miedo y desazón pero que puede emprenderse con las palabras de aliento que Jesús dirige a sus seguidores y con su presencia cercana que los llena de serenidad y confianza.

Los éxitos, por tanto, no pueden ser considerados como el medio de la auténtica transfiguración. Esta solo puede brotar de una vida, como la de Jesús, entregada al Reino de Dios y su justicia.

1. J. Mateos-F. Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


22.

Dn 7, 9-10.13-14: vestido era blanco como la nieve
Salmo responsorial: 96, 1-2.5-6.9:El Señor reina sobre toda la tierra
2P1, 16-19:Esta voz traída del cielo la hemos oído nosotros
Mc 9, 1-9:Este es mi Hijo amado
La primera lectura del libro de Daniel nos recuerda que Israel como el mundo de aquel tiempo y lugar se encontraba en un proceso de helenización de Oriente. La fuerza de la cultura griega invadía todo y se extendía con rapidez. Toda una nueva forma de entender la vida. Esto trajo una crisis profunda en todos los que se encontraban con su cultura y su fe. Con la llegada de Antíoco IV Epífanes, lo que en un primer momento no era más que una mayor promoción de la cultura griega, va a dar paso a una persecución abierta de los judíos que siguen fieles a su fe. A la irracionalidad de la intolerancia se suma la irracionalidad de la violencia. La “cultura superior” lleva consigo la prepotencia y termina por masacrar a personas sencillas, inocentes, que lo único que pretenden es vivir en paz ¿quiénes son los bárbaros?. En este clima surge el libro de Daniel invitando a resistir, retomando acontecimientos del pasado anima a resistir también ahora. En su segunda parte cambia de género literario y ante la presión y la inestabilidad por lo absurdo de la fuerza... no puede expresarlo en lenguaje convencional y surge el género de la apocalíptica. Todo el capítulo al que pertenece el texto de este día hace de bisagra entre las dos partes del libro.

La segunda lectura es una de las pocas lecturas litúrgicas pertenecientes al último escrito, cronológicamente hablando, del Nuevo Testamento. No sólo por este motivo sino sobre todo por su contenido es claro que no fue obra del apóstol Pedro, primer Papa, aunque se le haya atribuido desde antiguo. Su intención es alentar a los cristianos de las generaciones siguientes a la primera a la permanencia y fidelidad, poniéndolos en guardia frente a posibles desviaciones. La certeza de la victoria total de Cristo se basa, entre otras cosas, en la Transfiguración, una especie de adelanto teológico de lo que Cristo es y representa para todos. Contrapone el autor esta realidad a mitos y leyendas poco de fiar. Y no es que la transfiguración haya de considerase, sin más, un hecho histórico. Se trata, mejor, de una aceptación y muestra de lo que el Señor Jesús, el Hijo atestiguado por el Padre, es y significa para todos los cristianos. Lo de menos es que se diera una voz perceptible por los testigos; lo realmente importante es que Jesús es el Hijo de Dios y ha de volver a culminar su obra comenzada. Es importante esta mención de Jesucristo como fundamento de la vida presente del cristiano, de su fe, de su realidad histórica en conjunto y, a la vez, la tensión hacia el futuro, hacia la realización completa.

El relato evangélico de este día hace relación a un momento de claridad expresa de Jesús sobre el sentido de su vida. La transfiguración viene por razones interiores, de dentro hacia fuera, como cuando uno llega a certezas totales sobre el sentido de su existencia. Desde ahí se ilumina la vida toda de Jesús (v. 3). Delante de los tres escogidos, que serán también testigos en Getsemaní, Jesús se transfigura, aparece radiante de luz propia como se tenía la concepción de los cuerpos gloriosos después de la resurrección (cf. 1Cor 15,43; 2Cor 5,4). En aquel alto monte, como resultado de varias referencias al éxodo (cf. Ex 19,16; 24,15; 40,34), representa el nuevo monte Sinaí. Ahí la voz del Padre proclama a Jesús como su Hijo predilecto ante Moisés y Elías –los dos representantes del Antiguo testamento, de la ley y de los profetas- que conversan con Jesús. Este hijo predilecto, sin embargo, perpetuará esta gloria momentánea través del sacrificio (cf. Lo referente al Siervo de Yahveh en Is 42,1 y Sal 2,7) y todos lo deben escuchar. Los discípulos quedan advertidos de que no divulguen lo que puede ser interpretado torcidamente (vv. 9-10); es en la resurrección donde encontrará su contexto interpretativo, cuando la fuerza del Resucitado anime a los discípulos a una entrega total, plasmada en la primitiva misión cristiana.


En la transfiguración sobre “el monte santo”, que la tradición ha identificado con el Monte Tabor, Jesús se manifiesta a los discípulos en el esplendor de la vida divina que está en El. El autor de la segunda carta de Pedro (segunda lectura) recuerda que este acontecimiento no está basado en fábulas inventadas. Además la intención es comunicar lo que debe significar la experiencia de ver a Cristo transfigurado en medio de los profetas: Ese esplendor es sólo una anticipación del que lo envolverá la noche de Pascua y que nos comunicará haciéndonos hijos de Dios. Nuestra vida es, de ese modo, un proceso de lenta pero real transformación en Cristo, como tan hermosamente lo dice el prefacio de hoy: Cristo nuestro Señor “reveló su gloria... para quitar del corazón de sus discípulos el escándalo de la cruz y anunciar que toda la Iglesia –su cuerpo- había de participar de la gloria que tan admirablemente resplandecía” en Él.

Esta revelación que fue hecha a los tres discípulos y después a todos nosotros tiene una clara intención que nos recuerda el profeta Daniel (primera lectura): animarnos a la resistencia. Si Jesús a pesar del escándalo de la cruz y todo lo que conlleva esto fue fiel y su Padre lo glorifica, nosotros debemos recordar estos momentos y servirnos de aliciente para resistir cuando todo se tambalea, cuando los acontecimientos nos sitúan en el límite de nuestras capacidades. Se nos invita a recordar que en la vida tenemos que mirar en profundidad la historia para encontrar su sentido “último”, descubrir cuál es el poder verdadero, el que permanece a la larga. Todos los poderes, por fuertes y tiránicos que parezcan, son temporales; su orgullo se desvanece en poco tiempo. Cuando el camino es demasiado oscuro y todo parece cerrarse alrededor hay que mirar al eje para continuar en fidelidad a la verdad; no a las seducciones o a los temores pasajeros, sino al sentido más profundo y permanente: Dios. Quizás también a nosotros nos haya sucedido alguna vez que hayamos puesto las ilusiones en un proyecto, parroquial, social o cristiano. Y que, lo que parecía crecer, con el paso del tiempo se estanca, llegan las dificultades y fracasa. Es en esos momentos, cuando estamos llamados a contemplar la escena de la Transfiguración. Es el momento de permitirle a Dios que diga su palabra más verdadera: “Este es mi Hijo”. Es el momento de escuchar la voz de Dios para purificar las motivaciones de la actividad que llevamos a cabo. El éxito evangélico no tiene que ver con números ni mayorías, aunque estemos acostumbrados socialmente a ello. Cristo resucitará y será exaltado: este es el significado de la Transfiguración que, anticipando su resurrección, prepara a los discípulos de todos los tiempos a aceptar “el escándalo de la cruz”. La Eucaristía que hoy celebramos es memorial de la ofrenda de Cristo al Padre; es adelanto de la transfiguración definitiva de los hijos de Dios.

Para la revisión de vida
¿Contemplamos y escuchamos a Jesús en las dificultades, o estamos tan dominados que se nos hace difícil oír cualquier voz que no sea la de la nuestros agobios?
¿Sabemos tomar distancia y abrirnos a la experiencia de Dios en los reveses?
¿Somos capaces de rezar en la dificultad?
¿Soy de los que buscan más el pan material que el pan que lleva a la eternidad?.


Para la reunión de grupo
Revisando conversaciones o experiencias actuales iluminarlas con la experiencia que revela el texto de la Transfiguración. Contemplar el mundo y escuchar la voz de Dios que dice “Este es mi hijo”.
Hay varios detalles que proceden del Antiguo Testamento. Identifícalos.
Ejercer el diálogo con la Palabra donde Jesús adquiere iluminación y sentido buscando el silencio, la cercanía a la gente y sus problemas..

Para la oración de los fieles
Oremos a Dios Padre, que revela la gloria de su Hijo y confirma su misión en las situaciones de desamparo y debilidad invitándonos a transfigurarlas:
-Por todos los bautizados, para que seamos testimonio con nuestra vida diaria del don de la fe recibido en el bautismo y continuamente renovado en la Eucaristía.
-Por todos los que se juegan su vida por la causa de los pobres, para que no decaiga su ánimo a pesar de las dificultades.
-Por todos los presentes para que sepamos escuchar con fe e imitar al Hijo amado del Padre.

Oración comunitaria
Dios, Padre nuestro: en tu Hijo transfigurado alentaste la esperanza de los discípulos para que aceptasen el misterio de que sólo la Cruz es el camino que lleva a la Vida; te pedimos que fortalezcas también en nosotros la fe en la Resurrección, de modo que no seamos recelosos a la hora de entregar nuestra vida a la causa del Reino y al servicio a los hermanos. Por Jesucristo.
o bien:
Dios de todos los nombres y de todas las religiones, que a lo largo de la historia humana te has hecho buscar y te has dejado encontrar misteriosamente por todas las religiones, por medio de las cuales has dado a tus hijos e hijas la luz de la fe para entender la realidad de un modo transfigurado, y el coraje del amor para comprometerse en la transformación del mundo; te pedimos que sigas haciéndonos capaces de transfigurar nuestra mirada y para transformar nuestra vida y mejorar nuestro mundo.

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO


23. 6 de agosto de 2002

ESTE ES MI HIJO AMADO, ESCUCHADLE

1. Baltasar, rey de Babilonia aún estaba temblando, por la visión de la mano que escribía sobre la pared su perdición, en medio del banquete sacrílego en el que habían profanado el rey y sus cortesanos y sus mujeres, los vasos sagrados del Templo de Jerusalén. Daniel le reveló el sentido de las fatídicas y enigmáticas palabras. Baltasar fue asesinado aquella misma noche. Le sucedió Darío y en su tiempo, Daniel tiene la visión que hoy vamos a interpretar. Para comprender su mensaje, hemos de situarnos hístórica y psicológicamente en el mundo del autor y en su mentalidad judía, profética y apocalíptica. Daniel combina la historia y la mitología, con la tradición y el futurismo mesiánico, para crear la convicción de que al final de los tiempos el reino de Dios será entregado al pueblo de los santos de Dios, el resto profético presidido por su Cabeza. Como al principio de la creación todo fue obra del "viento", del Espíritu, así ahora los cuatro viento del cielo agitan el océano de modo que lo que salga de él será obra del "ruah" de Yahveh. Y aparecen cuatro bestias, identificadas con los cuatro imperios: babilonio, medo, persa y griego, manejados, en su espectacular poderío, por la providencia de Dios.

2. Vió Daniel cuatro fieras que salían del océano: La primera, el león con alas de águila, que representan a los reyes del mundo animal, corresponden a la cabeza de oro de la estatua del capítulo segundo.

Esta bestia, Darío, tiene "corazón de hombre", porque reconoció al Dios de Daniel, con lo cual dejó de ser una fiera que luchaba contra el reino de Dios: "El rey Darío escribió a todos los pueblos, naciones y lenguas de la tierra: Ordeno y mando: Que en mi imperio todos respeten y teman al Dios de Daniel. El es el Dios vivo que permanece siempre. Su reino no será destruido, su imperio dura hasta el fin. El salva y libra, hace signos y prodigios en el cielo y en la tierra. El salvó a Daniel de los leones".

La segunda fiera, es un oso, que corresponde al pecho de plata de la estatua.Esta era el imperio medo.

La tercera, el leopardo, que equivale a las piernas de bronce, es el imperio persa. Sus cuatro alas simbolizan la celeridad de sus conquistas en todas las direcciones y sus cuatro cabezas la representación de los cuatro reyes de Persia que conoce la Biblia: Ciro, Jerjes, Artajerjes y Darío el persa.

La cuarta, horrible y espantosa, corresponde a los pies de hierro y de barro de la estatua, y representa el imperio griego, en cuyo tiempo vivía Daniel. Sus diez cuernos eran diez reyes contemporáneos. El undécimo, que "blasfemará contra el Altísimo e intentará aniquilar a los santos y cambiar el calendario y la Ley", era Antíoco IV Epífanes. Todos estos reinos habían sido reflejos de la acción de Dios en la tierra e instrumentos punitivos de su Providencia.

3. Hasta aquí la historia. A partir de este momento viene la profecía escatológica. La visión continúa. Un anciano de blanca túnica cabellera blanca, símbolo de la pureza y rectitud, se sienta en un trono de fuego justiciero y purificador a quien sirven miles y miles, al anciano de muchos años, sin principio ni fin. Comienza el juicio y el insolente undécimo cuerno es matado, descuartizado y echado al fuego. A los demás se les deja vivos durante un tiempo.

4. Cuando parece todo concluido, aparece la más sorprendente novedad, desenlace de toda esta visión apocalíptica. Entre las nubes del cielo aparece como un hombre a quien se le da "poder, honor y reino". Extraordinario contraste porque mientras todos los reinos de la tierra vinieron del océano, el reino de Dios viene de arriba, del mismo Dios. No es semejante a una fiera sino semejante a un ser humano. Es el rey mesiánico a quien se le da el "poder real y el dominio sobre todos los reinos bajo el cielo". Daniel identifica a este Mesías, hijo de hombre, con el pueblo de los santos del Altísimo. Es un mesianismo colectivo, definitivo y eterno. Profetiza el triunfo del Cristo total en su tensión escatológica, la gloria del Cuerpo Místico de Cristo, la Iglesia. Así se lo aplicó a si mismo Jesús al identificarse con el Hijo del Hombre, que vendría sobre las nubes del cielo y con cuantos creen en El. "¿Por qué me persigues?", le dirá a Pablo.

5 Este es el rey de quien "Una voz desde la nube decía en el Tabor: <Escuchadle>" Marcos 9, 1. ¿El hombre Jesús ha quedado afectado tras su lucha con Satanás y su opción por el camino de la cruz? A sus amigos ya les ha anunciado su pasión y muerte. La sombra amarga de la suprema humillación y aniquilamiento no pesa sólo sobre ellos, sino también sobre él; ¿acaso no es hombre de carne y sangre? Jesús necesita afirmarse y afirmar su identidad de Hijo de Dios, sobre todo en los más íntimos. Por eso: "Cogió a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a la montaña a orar". Mientras oraba se transfiguró y sus vestidos resplandecían de blancura. Su realidad, que permanecía oculta, se manifestó. Dios le llenó desde dentro. Entrar en oración es llegar a la fuente fresca de la transfiguración, allí donde la luz tiene su manantial. Todo cambia en la oración. El encuentro de Jesús con su Padre fue confortador y estimulante. Glorificador.

6. Dos personas conversan con él de su "éxodo". Son Moisés y Elías. Los dos guías máximos de la fe de Israel, que han precedido a Jesús y le han esperado, ahora, como compañeros suyos, conversan con él de su muerte: "Yo para esto he venido" (Jn 12,27). Es el tema de mayor importancia y el que más preocupa a Jesús y a sus discípulos. Desde este momento Jesús ve su muerte como un éxodo al Padre. La transfiguración es una victoria oculta. Es como una luz que ilumina la tiniebla de la pasión, como esperanza que desvela el sentido del camino de la muerte de Jesús y de los suyos. He ahí la pedagogía de la tranfiguración y el punto culminante del evangelio. Viviremos siempre. Si con él morimos, viviremos con él (2 Tm 2,11). La muerte sólo es un episodio, un tramo del camino. Un túnel, después del cual está la luz. "Somos ciudadanos del cielo". La transfiguración de Jesús es la transfiguración del hombre.

7. Cuenta Santa Teresa que hablando de Dios con el Padre García de Toledo, su confesor, vio a Jesús transfigurado que le dijo: "En estas conversaciones yo siempre estoy presente". Y el Padre se hizo presente y su voz desde la nube decía: "Este es mi Hijo, el Elegido. Escuchadlo". Era como decirles: No os escandalicéis de su muerte en cruz, es mi voluntad y el único camino de la Redención. Ese hombre que camina hacia la muerte es mi Hijo, que no sólo tiene la naturaleza de Dios, sino que también recibe su poder. Seguid el camino que él va a recorrer. Su muerte y vuestra muerte terminarán en una glorificación transfigurada. Esa es la cara oculta de Jesús que no veíais. Estaba oculta y seguirá estándolo, pero ya habéis visto momentáneamente, que la oscuridad de la cruz, encubre la luz encendida e inmarcesible. Como Israel salió de Egipto en dirección a la tierra prometida, el éxodo de Cristo irá de la muerte a la resurrección.

8. A Pedro se le ha quedado grabada hondamente la escena y nos lo dice: "El recibió de Dios Padre el honor y la gloria cuando desde la grandiosa gloria se le hizo llegar esta voz: <Este es mi hijo, a quien yo amo, mi predilecto>. Esta voz llegada del cielo, la oímos nosotros estando con él en la montaña sagrada. Es una lámpara que brilla en la oscuridad, hasta que despunte el día y el lucero de la mañana nazca en vuestros corazones" (2 Pd 1,18).

9. La Palabra del Padre nos invita a la obediencia a Jesús, cuya vida y palabra es el camino trazado por el Padre, que nos manda escucharle para caminar con Jesús en el desierto, hasta la crucifixión solemne, o pequeña y escondida, y la resurrección, ya que el Apóstol nos asegura que "transformará nuestra condición humilde según el modelo de su condición gloriosa, con esa energía que posee para sometérselo todo" (2 Cor 3,18).

10. Dice el Vaticano II: "Ante la actual evolución del mundo, son cada día más numerosos los que se plantean las cuestiones más fundamentales: ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte que, a pesar de tantos progresos, subsisten todavía? ¿Qué hay después de esta vida temporal?" (GS 10) El mensaje de las lecturas da respuesta a estas preguntas, porque "cree la Iglesia que Cristo, muerto y resucitado por todos, da al hombre su luz y su fuerza por el Espíritu Santo" (Ib), para que la humanidad pueda salvarse.

11. Quería Pedro quedarse, ¡se estaba muy bien allí! Presiente y anhela la meta, el descanso y la plenitud consumada. No quiere pensar que hay que pasar por la muerte. Desciende, Pedro. Tú, que deseabas descansar en el monte, desciende y predica la palabra... Trabaja, suda, padece a fin de que poseas por el brillo y hermosura de las obras hechas con amor, lo que simbolizan los vestidos blancos del Señor. Desciende a trabajar en la tierra, a servir en la tierra, a ser despreciado y crucificado en la tierra; porque también la Vida descendió para ser muerta, el Pan a tener hambre, el camino a cansarse de andar, la Fuente a tener sed (San Agustín).

12. “El Señor reina, la tierra goza” Salmo 96. En la Transfiguración de Jesús, el Señor, se alegra la tierra entera y toda la naturaleza participa en la alegría general; todo el cosmos se va a beneficiar del reinado del Señor. Toda la tierra, hasta las islas lejanas, que son los pueblos ribereños del Mediterráneo. El Señor aparece entre nubes y tinieblas para velar su majestad, pero precedido de fuego purificador y aislante entre el Santo y las criaturas contaminadas. El fuego anuncia que nadie puede oponerse a la obra de su santidad y justicia. El salmo está reproduciendo la escena del Sinaí y recordando la profecía de Habacuc 3,3. Pero su fuego y sus tinieblas no presagian calamidades y catástrofes, sino serenidad y equlibrio, justicia y sosiego. Exaltación y grandeza. Hemos sido y estamos siendo testigos de tantas injusticias, cataclismos y desmanes y abusos de los poderosos y corruptos, que, ante el anuncio de la paz del Señor y de su justa justicia, manifestada en la Transfiguración de su Hijo Jesús, sentimos un estremecimiento de gozo.

13. No olvidemos en el día de la celebración de la vida transfigurada, que estamos celebrando su vida resucitada, y que, aunque velado ahora por los accidentes del pan y del vino, vamos a ver al Jesús que se transfiguró y sus vestidos aparecieron blancos como la nieve, como los del anciano que describe Daniel: Sus cabellos como lana limpísima, su trono llamas de fuego. Jesús aparece con los caracteres de Dios Padre. Su acción ahora, aunque esté oculta a nuestros ojos, es la misma que la de entonces.

"Cristo hoy y ayer, el mismo por los siglos" (Hb 13,8).

JESÚS MARTÍ BALLESTER
 


24. A la luz de la gloria por la sombra de la cruz

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Sergio Córdova

Reflexión

Dentro de los Museos vaticanos, aquí en Roma, se encuentra una de las obras maestras del arte universal: La Transfiguración, pintura realizada por Rafael el año 1517, y expuesta actualmente en la Pinacoteca vaticana. En la parte superior de este hermoso cuadro, la luz parece atraer la blanca figura de Cristo hacia el cielo, mientras las nubes son arrastradas por un viento de tempestad; y sobre la cima del monte Tabor los apóstoles Pedro, Santiago y Juan quedan encandilados por la luz fulgurante de Cristo.

¡Qué impresionante debió haber sido aquel momento dichoso en el que Jesús mostró la gloria de su divinidad a sus apóstoles predilectos! Lucas nos dice que Jesús subió a un monte a orar. Y mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, y sus vestidos se volvieron blancos y resplandecientes. Mateo añade un detalle significativo.

Dice que el rostro de Jesús se volvió brillante, más hermoso que el sol y blanco como la luz. El sol, y sobre todo la luz, aparecen con frecuencia en las Sagradas Escrituras, y siempre en un contexto de revelación y de teofanía. Es decir, son indicio y reflejo de la presencia divina.

Además, Mateo y Marcos, para expresarnos el misterio sorprendente de este momento, usan un verbo muy fuerte y expresivo. Dicen que Jesús se metamorfoseó; y este vocablo griego indica un cambio de forma, de aspecto, de figura. Es el mismo término que emplea san Pablo para describir nuestra futura resurrección, y significa una transformación profunda, un estado superior al de la tierra, una gloria celestial.

Martín Descalzo comenta: fue como si Jesús hubiera desatado al Dios que era y al que tenía velado y contenido en su humanidad. Su alma de hombre, unida a la divinidad, deborda en este momento e ilumina todo su cuerpo. Si a un hombre es capaz de transformarlo una alegría, ¿qué no sería aquella tremenda fuerza interior que Jesús contenía para no cegar a cuantos le rodeaban?. Tiene razón. Era como si nuestro Señor dejara en este momento explotar toda la potencia y el esplendor de su gloria divina para mostrar la verdadera realidad de su Persona. ¡Debió haber sido algo sumamente impresionante!

Podemos hablar no sólo de un éxtasis de Cristo, sino muchísimo más que eso: era la manifestación radiante de su auténtica naturaleza y condición divina, la irradiación de la gloria de Dios como afirma la carta a los Hebreos y la impronta de su sustancia (Hb 1, 3).

¡Cómo habrá impactado esta revelación de Cristo a sus apóstoles! Tanto que los tres evangelios sinópticos nos refieren unánimemente que estaban aterrados, ante la contemplación de esta gloria y belleza sin igual. Y Pedro, fuera de sí o sea, literalmente, extasiado, pues eso significa esta palabra en griegoexclama: ¡Maestro, qué hermoso es estarnos aquí!. ¡Claro! Era como estar en el cielo, ni más ni menos.

Sin embargo, puede resultarnos un poco paradójico que la Iglesia nos presente este pasaje evangélico dentro de la Cuaresma, en un período de penitencia, de sacrificio y de austeridad. Mucho más lógico sería que nos lo ofreciera en el período de Pascua, por ejemplo. Pero no. Y tiene mucho sentido. Me explico brevemente.

En el Tabor aparecieron Moisés y Elías conversando con Jesús. ¿Sabemos, acaso, el tema de sus conversaciones? Por fortuna, Lucas nos lo refiere: hablaban de su muerte de Jesús, por supuesto que había de cumplirse en Jerusalén. Pero, ¿no estaba Cristo revelándose ahora en toda su gloria? Y entonces, ¿por qué tenía que hablar precisamente de su muerte en estos momentos? ¿Por qué no hablaba de cosas más agradables y positivas?

Porque para Cristo, su máxima gloria debía llegar a través de la Cruz. Y cuando habla de su Pasión, constantemente habla de su glorificación (Jn 7,39; 12,23; 13,31-32; 17,1). Su triunfo definitivo vendrá en el Calvario: Yo, cuando sea exaltado de la tierra, atraeré a todos hacia mí (Jn 12,32).

Su muerte en el Gólgota era, para Él, sinónimo de glorificación y exaltación. ¡Otra de esas locuras y paradojas desconcertantes de Jesús! Éste es su lenguaje. Un lenguaje divino que sólo puede ser comprendido y acogido por la fe y el amor. No hay vuelta de hoja. Y si nosotros queremos ser auténticos cristianos cristianos a fondo y no de fachada tenemos que ir por este camino.

El Papa Juan Pablo II, comentando este pasaje (Vita consecrata, n. 15) nos dice que el episodio de la transfiguración marca un momento decisivo en el misterio de Jesús. Es un acontecimiento de revelación que consolida la fe en el corazón de sus discípulos, les prepara al drama de la Cruz y anticipa la gloria de la resurrección.

En efecto, nuestro Señor concede a sus apóstoles la gracia de contemplar su rostro transfigurado en el Tabor para confirmarlos en su fe y para que no desfallezcan ni se escandalicen cuando vean su rostro desfigurado en la Cruz. La pasión y el dolor son camino de gloria y de resurrección.

Así pues, no soñemos nosotros con triunfos fáciles, con una vida de placeres y de glorias mundanas. A la luz de la gloria del cielo hemos de llegar a través del camino, muchas veces oscuro y penoso, de la cruz. Pero si vamos por esta senda, ¡vamos con paso seguro! Ahora compartimos los sufrimientos de Cristo Crucificado. Pero, cuando llegue aquel día bendito de nuestra propia transfiguración, nuestra dicha y nuestra gloria será casi infinita. De momento, tenemos que llorar y lamentarnos como nos aseguró nuestro Señor en la Última Cena pero de nuevo volverá a nosotros y nos llevará consigo, y nuestra tristeza se convertirá en gozo (Jn 16, 20-22).

Y entonces, en aquel día ya sin noche y sin ocaso, nadie será capaz de quitarnos nuestra alegría.
 


25.

Reflexión:

Una franca relación con Dios

Dios mismo mantiene una relación real con los hombres. La iniciativa es suya, como en la existencia la misma de la humanidad y, más en concreto, de cada uno de nosotros. Estas personas –sujetos individuales, inteligentes con capacidad de amar– que somos los humanos, hemos sido objeto de cierto "toque" divino. Para empezar, El quiso nuestra existencia –ninguno, por supuesto, hemos tenido semejante iniciativa–, pero no una existencia sin más, como lo que nosotros producimos y simplemente está ahí, sin decir nada ni pretender nada; los coches, por ejemplo. No somos las personas como los árboles, pongamos por caso, que son como los hombres obras del Creador y vendrían a ser respecto a Él –en cierto sentido– como los coches respecto a nosotros: tampoco los árboles le pueden decir nada ni sienten nada respecto a su Creador: no tienen conciencia de sí mismos y mucho menos de su Causa. Es patente, en cambio, que el hombre es un ser con conciencia: es consciente de sí mismo y se pregunta por su origen, por su Creador y por su destino.

Pero los versículos de san Lucas que consideramos en la fiesta de la Transfiguración de Nuestro Señor, nos ponen de manifiesto –así lo ha previsto el Espíritu Santo, principal autor de la Escritura– que Dios ha querido convivir con los hombres, haciéndonos partícipes de su vida divina. Se narra en este pasaje que dos hombres hablaban como Jesús al margen, por completo, de los límites de tiempo: Moisés y Elías que, aparecidos en forma gloriosa, hablaban de la salida de Jesús que iba a cumplirse en Jerusalén. Debemos admirarnos –sin querer acostumbrarnos a esa admiración– al considerar que los hombres llegan a tener forma gloriosa, según se manifiesta en el relato evangélico. Dos personas, de sobra conocidas por todo israelita por su lealtad a Dios, aparecen en perfecta sintonía con la divinidad. Tratan como Jesús –el Verbo de Dios encarnado, no lo olvidemos ni por un instante– de asuntos relativos al plan redentor de Dios con la humanidad.

Se hace necesario reconsiderar repetidamente esta verdad decisiva en nuestra existencia. Recordemos que, incluso aquellos discípulos de Jesús elegidos para acompañarle en aquel decisivo momento, Pedro, Juan y Santiago, al poco tiempo parecen haber olvidado el suceso del que fueron testigos. El ajetreo de lo cotidiano con sus afanes les lleva valorar poco el hecho de que Dios se interesa por los hombres. Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el Reino de Israel?, le preguntarán instantes antes de ascender a los cielos. No terminaban de comprender que ese Reino de Israel, tan importante para ellos, y todas las demás realidades de este mundo, no pasan de ser un medio: que lo que Él vino a establecer en el mundo y la empresa que les encomendaba difundir, era el Reino de Dios, el Reino de los Cielos, la Vida de Dios con los hombres: una vida humana a lo divino. Fue precisa la Pentecostés, para que la Gracia divina iluminara sus mentes y sus corazones y entendieran, por asombroso pareciera, que la vida humana puede y debe ser una vida con Dios, pues así lo querido nuestro Creador y Señor.

¿En qué se nota, en el quehacer cotidiano, esa dimensión propia y específica de nuestra existencia humana? No es lo nuestro casi únicamente esforzarnos en un intento porque transcurran nuestras jornadas cada día más gratamente, o con más influencia en nuestro entorno en un afán de autoafirmación, o simplemente más satisfechos de los logros conseguidos: no se trata de lograr esos objetivos, pues, tenemos la repetida experiencia de no ser felices únicamente con la satisfacción de nuestros afanes. En cambio, Pedro, junto a Santiago y Juan, tuvo por un instante la experiencia incomparable de aquella vida enteramente sobrenatural, e intentó permanecer de modo definitivo en aquel estado que Dios quiso que apenas rozara: Maestro, qué bien estamos aquí; hagamos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. Comprobó, en efecto, que el hombre está pensado para la vida en Dios: qué bien estamos aquí, declaró con toda su ingenua espontaneidad. Hasta entonces no se había sentido tan bien: aquello era, por el momento, un anticipo de la Eterna Bienaventuranza, para la que todos los hombres hemos sido creados.

Ahora ya debemos conducirnos de acuerdo con esa vida, que es la propia y específica para nosotros, según nos ha revelado el mismo Dios haciéndose hombre. La Redención imprescindible de los pecados, con los medios sobrenaturales que nos conducen a esa Vida, nos llegan también de Jesucristo; concretamente de su Pasión y muerte en la Cruz, que es el precio de la Redención. ¿Vivimos de una vida sacramental, que nos nutre espiritualmente haciéndonos crecer en la vida divina? Los sacramentos, medios para antonomasia para la vida de Dios, son el fruto de la Cruz de Jesucristo. Sin ellos no puede el cristiano alcanzar la plenitud que le corresponde: si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. Así se expresa Nuestro Señor, de modo inequívoco, para que tuviéramos los hombres muy claro que no es la nuestra una existencia meramente terrenal, y que la Eucaristía, a la que conducen los demás sacramentos, es imprescindible para la salvación.

La invocación frecuente a Nuestra Madre es medio que desarrolla la vida sobrenatural y manifestación de ella.

Homilía católica.com


26.-

1. Sentido de la Fiesta de Transfiguración

1.1 Escribe el Papa Juan Pablo II en su Carta sobre la Vida Consagrada, n. 15 : "El episodio de la Transfiguración marca un momento decisivo en el ministerio de Jesús. Es un acontecimiento de revelación que consolida la fe en el corazón de los discípulos, les prepara al drama de la Cruz y anticipa la gloria de la resurrección."

1.2 "Este misterio es vivido continuamente por la Iglesia, pueblo en camino hacia el encuentro escatológico con su Señor. Como los tres apóstoles escogidos, la Iglesia contempla el rostro transfigurado de Cristo, para confirmarse en la fe y no desfallecer ante su rostro desfigurado en la Cruz.

1.3 "En un caso y en otro, ella es la Esposa ante el Esposo, partícipe de su misterio y envuelta por su luz."

2. Resonancia de la Transfiguración en la Vida Litúrgica

2.1 Y en Orientale Lumen, n. 11, nos dice: "En la acción sagrada también la corporeidad está convocada a la alabanza, y la belleza, que en Oriente es uno de los nombres con que más frecuentemente se suele expresar la divina armonía y el modelo de la humanidad transfigurada, se muestra por doquier: en las formas del templo, en los sonidos, en los colores, en las luces y en los perfumes. La larga duración de las celebraciones, las continuas invocaciones, todo expresa un progresivo ensimismarse en el misterio celebrado con toda la persona. Y así la plegaria de la Iglesia se transforma ya en participación en la liturgia celeste, anticipo de la bienaventuranza final.

2.2 "Esta valorización integral de la persona en sus componentes racionales y emotivos, en el éxtasis y en la inmanencia, es de gran actualidad, y constituye una admirable escuela para comprender el significado de las realidades creadas: no son ni un absoluto ni un nido de pecado e iniquidad. En la liturgia las cosas revelan su naturaleza de don que el Creador regala a la humanidad: Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien (Gn 1, 31). Aunque todo ello está marcado por el drama del pecado, que hace pesada la materia e impide su transparencia, ésta es redimida en la Encarnación y hecha plenamente teofórica, es decir, capaz de ponernos en relación con el Padre: esta propiedad queda de manifiesto sobre todo en los santos misterios, los Sacramentos de la Iglesia.

2.3 "El Cristianismo no rechaza la materia, la corporeidad; al contrario, la valoriza plenamente en el acto litúrgico, en el que el cuerpo humano muestra su naturaleza íntima de templo del Espíritu y llega a unirse al Señor Jesús, hecho también él cuerpo para la salvación del mundo. Y esto no implica una exaltación absoluta de todo lo que es físico, porque conocemos bien qué desorden introdujo el pecado en la armonía del ser humano. La liturgia revela que el cuerpo, atravesando el misterio de la cruz, está en camino hacia la transfiguración, hacia la pneumatización: en el monte Tabor Cristo lo mostró resplandeciente, como el Padre quiere que vuelva a estar".

27.

EL PADRE DA TESTIMONIO DEL HIJO 

San Juan Pablo II

Audiencia General. 27 de mayo de 1987

 

1.Los Evangelios -y todo el Nuevo Testamento- dan testimonio de Jesucristo como Hijo de Dios. Es ésta una verdad central de la fe cristiana. Al confesar a Cristo como Hijo “de la misma naturaleza” que el Padre, la Iglesia continúa fielmente este testimonio evangélico. Jesucristo es el Hijo de Dios en el sentido estricto y preciso de esta palabra. Ha sido, por consiguiente, “engendrado” en Dios, y no “creado” por Dios y “aceptado” luego como Hijo, es decir, “adoptado”. Este testimonio del Evangelio (y de todo el Nuevo Testamento), en el que se funda la fe de todos los cristianos, tiene su fuente definitiva en Dios-Padre, que da testimonio de Cristo como Hijo suyo.
 
2.Este testimonio único y fundamental, que surge del misterio eterno de la vida trinitaria, encuentra expresión particular en los Evangelios sinópticos, primero en la narración del Bautismo de Jesús en el Jordán y luego en el relato de la Transfiguración de Jesús en el monte Tabor. Estos dos acontecimientos merecen una atenta consideración.  
 
3. En el Evangelio según Marcos leemos: “En aquellos días vino Jesús desde Nazaret, de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. En el instante en que salía del agua vio los cielos abiertos y el Espíritu, como paloma, que descendía sobre Él, y una voz se hizo (oir) de los cielos: 'Tú eres mi Hijo, el Amado, en quien tengo mis complacencias'“ (Mc 1, 9-11).
 
Según el texto de Mateo, la voz que viene del Cielo dirige sus palabras no a Jesús directamente, sino a aquellos que se hallaban presentes durante su Bautismo en el Jordán: “Este es mi Hijo amado” (Mt 3, 17). En el texto de Lucas (cf. Lc 3, 22), el tenor de las palabras es idéntico al de Marcos.
 
4.Así somos testigos de una teofanía trinitaria. La voz del Cielo que se dirige al Hijo en segunda persona: “Tú eres...” (Marcos y Lucas) o habla de Él en tercera persona: “Este es...” (Mateo), es la voz del Padre, que en cierto sentido presenta a su propio Hijo a los hombres que habían acudido al Jordán para escuchar a Juan Bautista. Indirectamente lo presenta a todo Israel: Jesús es el que viene con la potencia del Espíritu Santo: el Ungido del Espíritu Santo, es decir, el Mesías/Cristo. Él es el Hijo en quien el Padre ha puesto sus complacencias, el Hijo “amado”. Esta predilección, este amor, insinúa la presencia del Espíritu Santo en la unidad trinitaria, si bien en la teofanía del Bautismo en el Jordán esto no se manifiesta aún con suficiente claridad.    
 
5.El testimonio contenido en la voz que procede “del Cielo” (de lo alto), tiene lugar precisamente al comienzo de la misión mesiánica de Jesús de Nazaret. Se repetirá en el momento que precede a la Pasión y al acontecimiento pascual que concluye toda su misión: el momento de la Transfiguración. A pesar de la semejanza entre las dos teofanías, hay una clara diferencia entre ellas, que nace sobre todo del contexto de los relatos:

-Durante el Bautismo en el Jordán, Jesús es proclamado Hijo de Dios ante todo el pueblo.

-La teofanía de la Transfiguración se refiere sólo a algunas personas escogidas: ni siquiera se introduce a todos los Apóstoles en cuanto grupo, sino sólo a tres de ellos: Pedro, Santiago y Juan. “Pasados seis días Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a Juan, y los condujo solos a un monte alto y apartado y se transfiguró ante ellos...”.

Esta transfiguración va acompañada de la “aparición de Elías con Moisés hablando con Jesús”. Y cuando, superado el “susto” ante tal acontecimiento, los tres Apóstoles expresan el deseo de prolongarlo y fijarlo (“bueno es estarnos aquí”), “se formó una nube... y se dejó oir desde la nube una voz: Este es mi Hijo amado, escuchadle” (cf. Mc 9, 2-7). Así en el texto de Marcos. Lo mismo se cuenta en Mateo: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo mi complacencia; escuchadle” (Mt 17, 5). En Lucas, por su parte, se dice: “Este es mi Hijo elegido, escuchadle” (Lc 9, 35).
 
6.El hecho, descrito por los Sinópticos, ocurrió cuando Jesús se había dado a conocer ya a Israel mediante sus signos (milagros), sus obras y sus palabras. La Voz del Padre constituye como una confirmación “desde lo alto” de lo que estaba madurando ya en la conciencia de los discípulos. Jesús quería que, sobre la base de los signos y de las palabras, la fe en su misión y filiación divinas naciese en la conciencia de sus oyentes en virtud de la revelación interna, que les daba el mismo Padre.
 
 7.Desde este punto de vista, tiene especial significación la respuesta que Simón Pedro recibió de Jesús tras haberlo confesado en las cercanías de Cesarea de Filipo. En aquella ocasión dijo Pedro: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16, 16). Jesús le respondió: “Bienaventurado tú, Simón Bar Jona, porque no es la carne ni la sangre quien esto te ha revelado, sino mi Padre, que está en los cielos” (Mt 16, 17). Sabemos la importancia que tiene en labios de Pedro la confesión que acabamos de citar. Pues bien, resulta esencial tener presente que la profesión de la verdad sobre la filiación divina de Jesús de Nazaret -“Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”- procede del Padre. Sólo el Padre “conoce al Hijo” (Mt 11, 27), solo el Padre sabe “quién es el Hijo” (Lc 10, 22), y sólo el Padre puede conceder este conocimiento al hombre. Esto es precisamente lo que afirma Cristo en la respuesta dada a Pedro. La verdad sobre la filiación divina que brota de labios del Apóstol, tras haber madurado primero en su interior, en su conciencia, procede de la profundidad de la autorrevelación de Dios. En este momento todos los significados análogos de la expresión “Hijo de Dios”, conocidos ya en el Antiguo Testamento, quedan completamente superados. Cristo es el Hijo del Dios vivo, el Hijo en el sentido propio y esencial de esta palabra: es “Dios de Dios”.
 
8.La voz que escuchan los tres Apóstoles durante la Transfiguración en el monte Tabor, confirma la convicción expresada por Simón Pedro en las cercanías de Cesarea (según Mt 16, 16). Confirma en cierto modo “desde el exterior” lo que el Padre había ya “revelado desde el interior”. Y el Padre, al confirmar ahora la revelación interior sobre la filiación divina de Cristo -“Este es mi Hijo amado: escuchadle”-, parece como si quisiera preparar a quienes ya han creído en Él para los acontecimientos de la Pascua que se acerca: para su muerte humillante en la cruz. Es significativo que “mientras bajaban del monte” Jesús les ordenará: “No deis a conocer a nadie esta visión hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos” (Mt 17, 9, como también Mc 9, 9, y además, en cierta medida, Lc 9, 21). La teofanía en el monte de la Transfiguración del Señor se halla así relacionada con el conjunto del misterio pascual de Cristo.
 
9.En esta línea se puede entender el importante pasaje del Evangelio de Juan (Jn 12, 20-28) donde se narra un hecho ocurrido tras la resurrección de Lázaro, cuando por un lado aumenta la admiración hacia Jesús y, por otro, crecen las amenazas contra Él. Cristo habla entonces del grano de trigo que debe morir para poder producir mucho fruto. Y luego concluye significativamente: “Ahora mi alma se siente turbada; ¿y qué diré? ¿Padre, líbrame de esta hora? ¡Mas para esto he venido yo a esta hora! Padre, glorifica tu nombre”. Y “llegó entonces una voz del Cielo: '¡Lo glorifiqué y de nuevo lo glorificaré'!” (cf. Jn 12, 27-28). En esta voz se expresa la respuesta del Padre, que confirma las palabras anteriores de Jesús: “Es llegada la hora en que el Hijo del Hombre será glorificado” (Jn 12, 23).
 
El Hijo del Hombre que se acerca a su “hora” pascual, es Aquel de quien la voz de lo alto proclamaba en el bautismo y en la transfiguración: “Mi Hijo... amado... en quien tengo mis complacencias... el elegido”. En esta voz se contenía el testimonio del Padre sobre el Hijo. El autor de la segunda Carta de Pedro, recogiendo el testimonio ocular del Jefe de los Apóstoles, escribe pasa consolar a los cristianos en un momento de dura persecución: “(Jesucristo)... al recibir de Dios Padre honor y gloria, de la majestuosa gloria le sobrevino una voz (que hablaba) en estos términos: 'Este es mi Hijo, el Amado, en quien tengo mis complacencias'. Y esta voz bajada del Cielo la oímos los que con Él estábamos en el monte santo” (2 Pe 1, 16-18).

28.-

El jueves 6 de agosto, cuarenta días antes de la Exaltación de la Santa Cruz (14 septiembre), celebramos la solemnidad de la Transfiguración del Señor. Los evangelistas San Lucas, San Marcos y San Mateo narran concordemente que Jesús llevó "a un monte alto", identificado como el Tabor, en Galilea, a los apóstoles Pedro, Santiago y Juan, y se transfiguró en su presencia. "Su Rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz" (Mt 17, 1-2). Junto a Él aparecieron las venerables figuras de Moisés y Elías. El Padre mismo, desde "una nube luminosa", habló en aquel momento, diciendo: "Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle" (Mt 17, 5). 

Este misterio, que el Señor entonces ordenó mantener en secreto (cf. Mt 17, 9), después de su Resurrección se convirtió en parte integrante de la buena nueva: Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, al que hoy contemplamos resplandeciente de luz en su gloria. 

La Transfiguración del Señor fortaleció la fe de los Apóstoles. Cristo manifestó su gloria a unos testigos predilectos, y les dio a conocer en su Cuerpo en todo semejante al nuestro, el resplandor de su Divinidad. De esta forma, ante la proximidad de la Pasión, fortaleció la fe de los apóstoles, para que sobre llevasen el escándalo de la Cruz, y alentó la esperanza de la Iglesia, al revelar en Sí mismo la claridad que brillará un día en todo el cuerpo que le reconoce como Cabeza suya .

En la meditación antes del rezo del Ángelus del Domingo 16 de marzo de 2014 el Papa Francisco expresó.

Hoy el Evangelio nos presenta el acontecimiento de la Transfiguración.  Jesús «tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y subió con ellos aparte a un monte alto» (Mt 17, 1). La montaña en la Biblia representa el lugar de la cercanía con Dios y del encuentro íntimo con Él; el sitio de la oración, para estar en presencia del Señor. Allí arriba, en el monte, Jesús se muestra a los tres discípulos transfigurado, luminoso, bellísimo; y luego aparecen Moisés y Elías, que conversan con Él. Su Rostro estaba tan resplandeciente y sus vestiduras tan cándidas, que Pedro quedó iluminado, en tal medida que quería permanecer allí, casi deteniendo ese momento. Inmediatamente resuena desde lo alto la voz del Padre que proclama a Jesús su Hijo predilecto, diciendo: «Escuchadlo» (v. 5) ¡Esta palabra es importante! Nuestro Padre que dijo a los apóstoles, y también a nosotros: «Escuchad a Jesús, porque es mi Hijo predilecto». Mantengamos esta semana esta palabra en la cabeza y en el corazón: «Escuchad a Jesús». Y esto no lo dice el Papa, lo dice Dios Padre, a todos: a mí, a vosotros, a todos, a todos. Es como una ayuda para ir adelante por el camino de la Cuaresma. «Escuchad a Jesús». No lo olvidéis.

Es muy importante esta invitación del Padre. Nosotros, discípulos de Jesús, estamos llamados a ser personas que escuchan su voz y toman en serio sus palabras. Para escuchar a Jesús es necesario estar cerca de Él, seguirlo, como hacían las multitudes del Evangelio que lo seguían por los caminos de Palestina. Jesús no tenía una cátedra o un púlpito fijos, sino que era un maestro itinerante, proponía sus enseñanzas, que eran las enseñanzas que le había dado el Padre, a lo largo de los caminos, recorriendo trayectos no siempre previsibles y a veces poco libres de obstáculos. Seguir a Jesús para escucharle. Pero también escuchamos a Jesús en su Palabra escrita, en el Evangelio. Os hago una pregunta: ¿vosotros leéis todos los días un pasaje del Evangelio? Sí, no… sí, no… Mitad y mitad… Algunos sí y algunos no. Pero es importante. ¿Vosotros leéis el Evangelio? Es algo bueno; es una cosa buena tener un pequeño Evangelio, pequeño, y llevarlo con nosotros, en el bolsillo, en el bolso, y leer un breve pasaje en cualquier momento del día. En cualquier momento del día tomo del bolsillo el Evangelio y leo algo, un breve pasaje. Es Jesús que nos habla allí, en el Evangelio. Pensad en esto. No es difícil, ni tampoco necesario que sean los cuatro: uno de los Evangelios, pequeñito, con nosotros. Siempre el Evangelio con nosotros, porque es la Palabra de Jesús para poder escucharle.

De este episodio de la Transfiguración quisiera tomar dos elementos significativos, que sintetizo en dos palabras: subida y descenso. Nosotros necesitamos ir a un lugar apartado, subir a la montaña en un espacio de silencio, para encontrarnos a nosotros mismos y percibir mejor la voz del Señor. Esto hacemos en la oración. Pero no podemos permanecer allí. El encuentro con Dios en la oración nos impulsa nuevamente a «bajar de la montaña» y volver a la parte baja, a la llanura, donde encontramos a tantos hermanos afligidos por fatigas, enfermedades, injusticias, ignorancias, pobreza material y espiritual. A estos hermanos nuestros que atraviesan dificultades, estamos llamados a llevar los frutos de la experiencia que hemos tenido con Dios, compartiendo la gracia recibida. Y esto es curioso. Cuando oímos la Palabra de Jesús, escuchamos la Palabra de Jesús y la tenemos en el corazón, esa Palabra crece. ¿Sabéis cómo crece? ¡Donándola al otro! La Palabra de Cristo crece en nosotros cuando la proclamamos, cuando la damos a los demás. Y ésta es la vida cristiana. Es una misión para toda la Iglesia, para todos los bautizados, para todos nosotros: escuchar a Jesús y donarlo a los demás. No olvidarlo: esta semana, escuchad a Jesús.