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H O M I L Í A S

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FIESTA DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA
VIRGEN MARÍA

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M/INMACULADA M/EVA M/SI.

-El plan original de Dios

La fiesta que estamos celebrando hoy es como para que todos nos llenemos de alegría y esperanza. No sólo es la fiesta de una mujer, María de Nazaret, concebida por sus padres ya sin mancha alguna de pecado porque iba a ser la madre del Mesías. Es la fiesta de todos los que nos sentimos de alguna manera representados por ella.

La Virgen, en este momento inicial en que Dios la llenó de gracia, es el inicio de la Iglesia, o sea, el comienzo absoluto de la comunidad de los creyentes en Cristo y los salvados por su Pascua.

Ya desde la primera página de la historia humana, como hemos escuchado en la lectura del Génesis, cuando los hombres cometieron el primer pecado, Dios tomó la iniciativa y anunció la llegada del Salvador, descendiente del linaje de Adán, el que llevaría a término la victoria contra el mal. Y junto a él ya desde esa página aparece la "mujer", su madre, asociada de algún modo a esta victoria.

S. Pablo nos ha dicho aún con mayor cercanía cuáles son estos planes salvadores de Dios: él nos ha elegido, nos ha llenado de bendiciones, nos ha destinado a ser sus hijos, herederos de su Reino, como hermanos que somos de Cristo Jesús. S. Pablo no ha nombrado a la Virgen en este pasaje, pero nosotros sabemos, y hoy lo celebramos con gozo, que ella fue la primera salvada, la que participó de manera privilegiada de ese nuevo orden de cosas que su Hijo vino a traer a este mundo. Lo hemos dicho en la oración primera de la Misa: "preparaste a tu Hijo una digna morada y en previsión de su muerte, preservaste a María de todo pecado".

-La primera cristiana

Pero si estamos celebrando el "sí" que Dios ha dado a la raza humana en la persona de María, también nos gozamos hoy de cómo ella, María de Nazaret, cuando le llegó la llamada de Dios, le respondió con un "sí" decidido.

Su "sí" se puede decir que es el "sí" de tantos y tantos millones de personas que a lo largo de los siglos han tenido fe en Dios, personas que tal vez no veían claro, que pasaban por dificultades, pero se fiaron de Dios y dijeron como ella: hágase en mí según tu Palabra...

María, la mujer creyente, la mejor discípula de Jesús, la primera cristiana. No era ninguna princesa ni ninguna matrona importante en la sociedad de su tiempo. Era una mujer sencilla de pueblo, una muchacha pobre, novia y luego esposa de un humilde trabajador. Pero Dios se complace en los humildes, y la eligió a ella como madre del Mesías. Y ella, desde su sencillez, supo decir "sí" a Dios.

Hoy celebramos el recuerdo de esta mujer y nos alegramos con ella.

-La fiesta de todos

Pero a la vez se puede decir que esta fiesta es también nuestra. La Virgen María, en el momento de su elección radical y en el de su "sí" a Dios, fue (como diremos en el prefacio de hoy) "comienzo e imagen de la Iglesia". Cuando ella aceptó el anuncio del ángel, de parte de Dios, se puede decir que empezó la Iglesia: la humanidad, representada en ella, empezó a decir sí a la salvación que Dios le ofrecía con la llegada del Mesías.

Si Eva significa "madre de todos los vivientes", podemos gozarnos de que en María, la nueva Eva, que iba a estar junto al nuevo y definitivo Adán, Jesús, estamos como concentrados todos nosotros, los que a lo largo de los siglos formamos la comunidad creyente de Jesús. En ella quedó bendecida toda la humanidad: la podemos mirar como modelo de fe y motivo de esperanza y alegría.

Tenemos en María una buena Maestra para este Adviento y para la próxima Navidad.

Nosotros queremos prepararnos a acoger bien en nuestras vidas la venida del Salvador. Ella, la Madre, fue la que mejor vivió en sí misma el Adviento, la Navidad y la Manifestación de Jesús como el Salvador de Dios. Mirándole a ella, y gozándonos hoy con ella, nos animaremos a vivir mejor este Adviento y esta Navidad.

Que nuestra Eucaristía de hoy, sea, por todos estos motivos, una entrañable acción de gracias a Dios, porque ha tomado gratuitamente la iniciativa con su plan de salvación, porque lo ha empezado a realizar ya en la Virgen María, y porque nos da la esperanza de que también para nosotros su amor nos está cercano y nos quiere colmar de sus bendiciones.

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1989, 23


PARA CUANDO ESTA FIESTA COINCIDA CON EL DOMINGO II DE ADVIENTO

Homilía para la Misa de la Inmaculada Concepción para el domingo 8 de diciembre de 2002, de acuerdo a los requerimientos de la dispensa en esta Solemnidad

Sagrada Escritura:

Gen 3,9-15.20
Sal 97
2 Pe 3, 8-14;
Lc 1, 26-38

8 de diciembre de 2002


Nexo entre las lecturas

Este domingo de Adviento coincide con la celebración de la solemnidad de María Inmaculada. El misterio de María Santísima consiste en que armoniza en su ser y personalidad de mujer pequeñez y grandeza. Ella es la sierva del Señor, que quiere hacer únicamente su voluntad, y es la elegida para ser Madre de Dios (evangelio). Ella es la hija de Eva, de su carne y de su sangre, pero además es la redentora de Eva, que pisará la cabeza a la serpiente tentadora. Ella es hija de Dios, como cualquier hombre, y sobre todo como cada uno de los cristianos, y es igualmente madre de Dios, por ser madre de Jesucristo, Verbo Encarnado (primera lectura). El mensaje del Adviento en este domingo nos habla del Señor que viene y el hombre que quiere salir a encontrarlo (segunda lectura). ¿Qué mejor camino para encontrar a Jesucristo, que el camino de su Madre?


Mensaje doctrinal

Pequeñez y grandeza de María


1. María no es un fenómeno de la naturaleza. En su naturaleza femenina es una hija de Eva como todas las mujeres del mundo. Tiene cuerpo de mujer, psicología de mujer, sentimientos de mujer, modos de ser y actuar propios de la condición femenina. En la Galilea del siglo I d. C. nada la distingue de las demás mujeres judías: sus rasgos físicos, condiciones socio-económicas, prescripciones legales discriminatorias, modos y estilo de vida corresponden todos a los propios de una mujer judía. En esa personalidad concreta de mujer judía se encierra un misterio de grandeza, real e invisible al mismo tiempo. La concepción inmaculada de María o su maternidad divina serán proclamadas como dogma de fe algunos o muchos siglos más tarde; pero la experiencia real de las mismas María la vivió en su existencia terrena, enteramente judía. La vivió como una realidad totalmente interior e inefable, dentro de una relación única de intimidad, de comunión y de adhesión a Dios. El bautismo cristiano vence, en quien lo recibe, a la serpiente tentadora y a su acción maligna en el presente y en el pasado de la historia humana. A María le fue adelantado ese bautismo, gracias a los méritos de su Hijo: al momento de ser concebida recibió el bautismo del Espíritu Santo.

2. María no esperaba ser madre del Mesías. En el ambiente religioso de su tiempo, ella compartía con todos los judíos, la creencia y la espera próxima del Mesías que liberaría a Israel de sus enemigos. Como mujer humilde, pobre, campesina, consideraba incluso una locura que Dios se fijase en ella para ser la madre del Mesías. Además, que el Mesías proviniera de Nazaret era poco más que imposible. Nada había en sus padres, en su ambiente, en el correr de su existencia que sirviera de indicio para tan grande y noble vocación. Todo esto es verdad, pero un día, de repente, una experiencia y visión angélica la perturbó en lo profundo del alma. Primero no entendió ese saludo tan raro: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo"; luego, entendió mucho menos eso de que "daría a luz un hijo, que será llamado Hijo del Altísimo" (evangelio). La sencilla mujer nazarena tardó mucho en volver en sí. Luego, pasada la visión, pasó días y noches dando vueltas a lo visto y escuchado para hacerlo encajar en su psicología y en su vida, escrutando los misteriosos designios de Dios. Finalmente, en el encuentro con su prima Isabel mostrará de palabra el resultado de su meditación: "Ha puesto los ojos en la pequeñez de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada".

3. María es hermana y madre nuestra. En cuanto hermana, igual que todos los cristianos: hija adoptiva de Dios por medio de Jesucristo, elegida para ser heredera del Reino de Dios, ordenada a ser alabanza de la gloria de Dios, igual que todos los que han puesto su esperanza en Cristo. "El Señor no tarda en cumplir su promesa..., ...tiene mucha paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan" (segunda lectura). Su grandeza radica en que combinó en su vida simultáneamente el ser nuestra hermana con el ser nuestra madre, convirtiédose así en guía y modelo del camino de nuestra salvación. Nos dice la Constitución dogmática sobre la Iglesia: "María colaboró de manera totalmente singular a la obra del Salvador por su fe, esperanza y ardiente amor, para restablecer la vida sobrenatural de los hombres. Por esta razón es nuestra Madre en el orden de la gracia" (LG 61). Y poco antes leemos: "La misión maternal de María para con los hombres de ninguna manera disminuye o hace sombra a la única mediación de Cristo, sino que manifiesta su eficacia. En efecto, todo el influjo de la Santísima Virgen en la salvación de los hombres... brota de la sobreabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, depende totalmente de ella y de ella saca toda su eficacia" (LG 60).


Sugerencias pastorales

1. Respetar la pequeñez y la grandeza de María. Respetar quiere decir mantener los dos aspectos, porque son las dos alas con las que María voló por la historia de su tiempo y ha de seguir volando por nuestra historia. Y ya sabemos que volar con una sola ala es imposible. En los siglos pasados se acentuaron tanto las grandezas de María, que se llegó en ocasiones a olvidar su pequeñez. En nuestro tiempo, podemos correr el otro peligro: verla tan cercana a nosotros, tan pequeña como nosotros, que olvidemos su extraordinaria grandeza. Hay que mantener pequeñez y grandeza, porque así fue la realidad histórica de María, y así continúa haciendo presente el misterio de Dios entre nosotros. Santa Teresita de Lisieux subrayó la pequeñez de María. El día de su profesión religiosa (8 de septiembre de 1890) escribía: "¡Nacimiento de María! ¡Qué hermosa fiesta para llegar a ser esposa de Jesús! En efecto, era ella, la pequeña, efímera Virgen santa, la que presentó su pequeña flor al pequeño Jesús". Pero nunca cesó Teresita de cantar las glorias y grandezas de María. Por ejemplo, en su última poesía titulada ¿Por qué te amo, oh María?, ella dice que la gloria de María es más brillante que la de todos los elegidos juntos, la llama reina de los ángeles y de los santos, y habla del resplandor de su gloria suprema. La misma Virgen María estará muy contenta si nosotros contemplamos su pequeñez sin olvidar su grandeza, nos sobrecogemos ante su grandeza en medio de su humildad y pequeñez.

2. María: admirable e imitable. Las dos cosas y las dos inseparables. Porque Dios ha hecho en ella obras grandes es admirable. Porque nunca ha dejado de ser pequeña como nosotros, en medio de su excelsitud y su gloria, es por igual imitable. Como cristianos debemos admirar a María, la mujer más excelsa salida de las manos del Creador, árbol en quien fructifican la ciencia de Dios y la vida divina. Pero María es también como una madre y una hermana, que está junto a nosotros, que nos acompaña en nuestro camino, cuyas virtudes tan humanas son accesibles a todos. En el jardín de su vida vemos florecidas todas las flores más bellas. Con palabras cariñosas de madre nos dice que nuestra vida es también un jardín. Si sembramos virtudes, como María, también florecerán las virtudes.

3. Convertir el Adviento en el tiempo de María. Meditando en su vida y principalmente en el mensaje de su Inmaculada Concepción, profundizaremos en la conversión que se nos pide en este tiempo de Adviento. Una conversión del día a día. Que el "Sí" de la Virgen, sea la razón nuestra esperanza, de que las promesas del Señor se cumplirán.

P. Antonio Izquierdo