36 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO IV DE CUARESMA
8-14

8.

Mensaje actual

El contenido del diálogo con Nicodemo se centra en los conceptos de nuevo nacimiento como condición para entrar en el reino de Dios y en el de exaltación del hijo del hombre. El objeto de la fe cristiana es Cristo humillado y glorificado. Es a Cristo a quien hay que mirar para resolver los males del mundo y los problemas de la existencia desde la propia fe, como los israelitas miraban a la serpiente levantada para curarse. Cristo en cruz es el lugar de cita y confrontación entre Dios y los hombres. Es el signo por excelencia que se ofrece a los hombres para una opción libre y trascendental. En él y por él lanza el Padre una llamada a todos los hombres a quienes quiere convertir en hijos suyos y darles la vida para siempre. Todo hombre tiene ante la cruz la posibilidad ofrecida de una opción fundamental que pone en juego su propio destino. La cruz de Cristo es la revelación del amor del Padre y la posibilidad del desprecio de ese amor. Sólo se condena el que se obstina tercamente en rechazar ese amor y saltar por encima de la cruz. Clavado allí, espera Dios que el hombre se decida libremente, pero exponiéndose a que nunca se decida. Y respeta tanto la libertad, que prefiere que el hombre se condene antes que salvarle contra su voluntad. La aceptación o rechazo de ese amor en cruz es el juicio que cada uno hace de sí mismo y no un acontecimiento apocalíptico.

Dios no condena a nadie, porque el amor se ofrece a todos de una manera apremiante y dramática. Rechazarlo es condenarse a sí mismo (Mc 16, 16), es el pecado personal propio, el pecado fundamental -lo demás son "pecados". Aceptarlo es nacer nuevamente con un nacimiento que libera de la situación de pecado original (pecado de otro).

Jesús vino en forma de luz y de verdad (Jn 1, 9-14). Rechazarlo es una reacción antinatural, ya que por instinto se orienta uno hacia la luz y se busca la verdad. Hoy se da el masivo fenómeno del ateísmo, que es rechazo de Dios y condena del hombre por sí mismo. Los psicólogos y sociólogos pueden ensayar diversas interpretaciones de ese fenómeno. Jesucristo es tajante y duro en su diagnóstico: "Prefirieron las tinieblas a la luz. No creyeron, porque sus obras eran malas" (v. 19-20). El mal está, pues, en el corazón y no en la mente; es problema de obras y no de conceptos. Jesús establece un principio claro: hay relación directa entre buena conciencia y fe, lo mismo que la hay entre incredulidad y malas obras. El sol y las cosas son para todos, pero los ciegos no las ven. El defecto no está ni en el sol ni en las cosas, sino en el ciego. Sobre este principio, una advertencia: somos hijos del ambiente. Las ideas e ideologías nos bombardean a manera de slogans, consignas o realidades fácticas. La consciente o inconsciente adaptación al ambiente insensibiliza las conciencias para ver a Dios y lleva a juzgar como bueno lo que Dios ha declarado ser malo. Piénsese en el aborto, divorcio, relaciones prematrimoniales, ley del más fuerte, moral de situación, etc. Dios ha sido expulsado de la sociedad o marginado de ella. Ante el fenómeno del ateísmo práctico, la palabra de Jesús es tremendamente delatora y dura: no creen porque sus obras son malas.

No se puede construir una sociedad justa, pacífica, fraternal... partiendo del concepto puramente social o sexual del hombre (lo que llevaría a eliminar todos los "tabúes" tradicionales), porque esos reduccionismos conducen siempre de hecho a sistemas totalitarios.

La sociedad se ha de construir a partir de la dignidad y valor de la persona y su relación indispensable a Dios como creador y a Cristo como redentor. De esa doble relación nace una nueva antropología, una nueva moral social, una nueva sociedad justa y fraternal.

GUILLERMO GUTIERREZ
PALABRAS PARA EL CAMINO
NUEVAS HOMILIAS/B
EDIT. VERBO DIVIN0 ESTELLA 1987.Pág. 55 s.


9.

ALGO MAS QUE SOBREVIVIR
"que tengan vida eterna".

Son muchos los observadores que, durante estos últimos años, vienen detectando en nuestra sociedad contemporánea graves signos indicadores de "una pérdida de amor a la vida".

Se ha hablado, por ejemplo, del "síndrome de la pasividad" como uno de los rasgos patológicos más característicos de nuestra sociedad industrial (E. Fromm). Son muchas las personas que no se relacionan activamente con el mundo, sino que viven sometidas pasivamente a los ídolos o exigencias del momento.

Individuos dispuestos a ser alimentados, pero sin capacidad alguna de creatividad personal propia. Hombres y mujeres cuyo único recurso es el conformismo. Seres que funcionan por inercia, movidos por «los tirones» de la sociedad que los empuja en una dirección o en otra.

Otro síntoma grave es el aburrimiento creciente en las sociedades modernas. La industria de la diversión y el ocio (TV, cine, sala de fiestas, conferencias, viajes...) consigue que el aburrimiento sea menos consciente, pero no logra suprimirlo.

En muchos individuos sigue creciendo la indiferencia por la vida, el sentimiento de infelicidad, el mal sabor de lo artificial, la incapacidad de entablar contactos vivos y amistosos.

Otro signo es "el endurecimiento del corazón". Personas cuyo recurso es aislarse, no necesitar de nadie, vivir «congelados afectivamente», desentenderse de todos y defender así su pequeña felicidad cada vez más intocable y cada vez más triste.

Y, sin embargo, los hombres estamos hechos para vivir y vivir intensamente. Y en esta misma sociedad se puede observar la reacción de muchos hombres y mujeres que buscan en el contacto personal íntimo o en el encuentro con la naturaleza o en el descubrimiento de nuevas experiencias, una salida para "sobrevivir".

Pero el hombre necesita algo más que «sobrevivir». Es triste que los creyentes de hoy no seamos capaces de descubrir y experimentar nuestra fe como fuente de vida auténtica. VE/OTRA-V-YA: No estamos convencidos de que creer en Jesucristo es "tener vida eterna", es decir, comenzar a vivir ya desde ahora algo nuevo y definitivo que no está sujeto a la decadencia y a la muerte.

Hemos olvidado a ese Dios cercano a cada hombre concreto, que anima y sostiene nuestra vida y que nos llama y nos urge desde ahora a una vida más plena y más libre. Y, sin embargo, ser creyente es sentirse llamado a vivir con mayor plenitud, descubriendo desde nuestra adhesión a Cristo, nuevas posibilidades, nuevas fuerzas y nuevo horizonte a nuestro vivir diario.

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 159 s.


10.

Frase evangélica: «Dios mandó a su Hijo para que el mundo se salve»

Tema de predicación: LA SALVACIÓN DEL MUNDO

1. En la tradición catequética anterior al concilio Vaticano Il, se consideraban enemigos del alma el demonio, la carne y el mundo. Este último no era sólo un valle de lágrimas, sino un lugar de perversión, debido a su carácter profano. Para salvarse había que huir del mundo, bien al recinto sagrado sacramental o devocional (los fieles), bien al convento o monasterio (los consagrados).

2. En el evangelio de Juan, el mundo tiene varias acepciones: como cosmos, es decir, el universo con la humanidad entera, objeto del amor de Dios; como sociedad, o lugar políticamente estructurado en el que vivimos; como sistema, o desorden social injusto, dominado por los poderes; y como nueva tierra, que, en definitiva, equivale al reino de Dios.

3. Como le ocurrió a Jesús, los cristianos chocan con la ideología del «mundo» como sistema, cuando éste es oscuridad (no luz), muerte (no vida), mentira (no verdad), odio (no amor), injusticia (no justicia) y opresión (no liberación). Jesús no propone la destrucción del mundo ni su conquista por sus discípulos, sino una alternativa: la del mensaje fraterno (todos somos hermanos) y la de la filiación divina (todos somos hijos de Dios). Ni el mundo es pura perversión ni debe tampoco ser idolatrado. La Iglesia no es el mundo, pero tampoco el no-mundo. Hay que amar al mundo, encarnarse en él y servirlo. Jesús envía a sus discípulos al mundo (como humanidad) para ser testigos, sin que se identifiquen con el mundo (como sistema).

4. «Elevar» o «levantar» significa, en el Antiguo Testamento, «engrandecer». Frente al abajamiento de Jesús, la elevación. Pero «ser levantado» significa, en Juan, «ser crucificado». De este modo, Jesús es entronizado como Señor del mundo.

REFLEXIóN CRISTIANA:

¿Estamos presentes como cristianos en nuestro mundo?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 186 s.


11.

¿ES CIEGO EL AMOR?

Dicen que el amor es ciego. Yo no creo que sea ciego; es que ve las cosas de otra manera, con otros ojos: los del corazón.

¿Qué vería Dios en su pueblo para amarlo tanto? Absolutamente nada. "Todos los jefes de los sacerdotes y el pueblo multiplicaban sus infidelidades". Poco iba quedando en aquel pueblo de Israel que lo hiciese "amable" a los ojos del Señor. En cambio, Dios seguía insistiendo, dale que dale, porque "tenía compasión de su pueblo". Y le fue enviando mensajeros para recordarle el camino, para hacerle llegar su continua invitación al arrepentimiento.

Pero el pueblo ya se había desbocado en su caída. Sordos y ciegos, "se burlaron de los mensajeros de Dios, despreciaron sus palabras y se mofaron de sus profetas". Y el amor de Dios no tuvo ya más remedio que vestirse el serio ropaje de la justicia: así vino el duro castigo del destierro a Babilonia. Hasta que el pueblo, poco a poco, se fue curando de su ceguera y de su desvío: primero fue la nostalgia de Jerusalén, después la vuelta del destierro, la reconstrucción del templo...

Y así siempre. El amor persistente de Dios cambiando de rostro y de lenguaje, usando la maña o la fuerza, llegando hasta el límite para después inventar siempre una nueva oportunidad, tratando constantemente de ganarse las rebeldes voluntades de los hombres... Hasta el último disparate: Jesús.

"Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en Él".

Y de nuevo la pregunta: ¿Qué habrá visto Dios en el mundo para amarlo así? Nada, sencillamente nada. Es cosa de sus ojos, de su misericordia.

Pablo lo ha comprendido muy bien: "Dios rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir por Cristo, por pura gracia estáis salvados" ¿Está claro? No se debe a nosotros, sino que es un don. Dios nos salva porque nos ama. Y no necesita nada para amarnos: su amor es gratuito, nace de la bondad de su corazón.

¡Qué bien suena, en este contexto, la frase de Jesús a Nicodemo! "Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él". En medio de la historia de este mundo nuestro, el amor de Dios ha plantado una cruz salvadora.

Encontrar los caminos para esa salvación es tarea suya; nosotros no debemos preocupamos del cómo, ni del cuándo; ni, mucho menos, pretender atarle las manos con supuestas normas de selección que, tantas veces, llevan grabado el sello inconfundible de nuestra miopía. Los cristianos tampoco tenemos derecho a verlo todo negro; como si la redención de Cristo no pasara de un bonito proyecto fracasado. Dios no mandó, desde luego, a su Hijo al mundo para hacernos las cosas más difíciles, para estrecharnos la puerta del reino de los cielos. Todo lo contrario: para abrir nuevos cauces de comprensión y de perdón a un mundo que, por otra parte, no resultó ser tan malo como parecía; que, en el fondo, no pecaba por malicia, sino por ceguera.

¿Qué habrá visto Dios en nosotros para vernos así, para amarnos así? ¿Será que el amor lo ha vuelto ciego? Puede que sea algo mucho más sencillo: que nos ve con los ojos de su corazón.

JORGE GUILLEN GARCIA
AL HILO DE LA PALABRA
Comentario a las lecturas de domingos y fiestas
Ciclo B. GRANADA 1993.Pág. 47 s.


12. /Jn-EV:

El evangelio de Juan no es una biografía de Jesús ni el resumen de su vida; es una interpretación de su persona y de su obra, hecha por una comunidad cristiana primitiva partiendo de su experiencia de fe en El. Está cargado de simbolismos.

Es posiblemente el peor comprendido de los cuatro evangelios, dentro de la escasa comprensión que de todos ellos tenemos los cristianos. Su mayor proximidad a nuestra forma de hablar hace que demos a sus palabras el mismo sentido que tienen entre nosotros; con lo que corremos el riesgo de expresar nuestro pensamiento con el lenguaje del evangelio, lo que es muy distinto a interpretar correctamente los textos.

1. Es preciso nacer de nuevo

Entra en escena Nicodemo. Es un fariseo. Sabemos poco de él; pero sí lo suficiente para poder asegurar que era un dirigente judío muy representativo y miembro del Sanedrín. Es un descontento con la actuación de los máximos dirigentes, y ve en Jesús un Mesías reformador. Es un hombre de buena voluntad, que está dispuesto a aceptar los puntos de vista de Jesús... siempre que entren dentro de sus propios criterios. Un hombre con inquietudes, que conoce la ley y a los profetas.

La actuación de Jesús durante las fiestas de Pascua había provocado un movimiento de simpatía, incluso entre algunos dirigentes. La entrevista va a describir un diálogo de Jesús con representantes de la ley.

Nicodemo quiere manifestarle que él, y otros como él, están de su parte. "Fue a ver a Jesús de noche". La noche simboliza la "tiniebla" (Jn 1,5), la resistencia a dejarse iluminar por Jesús a causa de la ideología en que están encerrados.

Habla en plural, en nombre de un grupo, y expone la conclusión a que han llegado. Ven en Jesús a un maestro excepcional y están dispuestos a aprender de El y seguir sus enseñanzas. Reconocen en las señales que realiza las credenciales de un enviado de Dios. De otra forma no podría hacer las obras que hace. Reconoce que su denuncia es válida, y que un hombre, sin estar apoyado por Dios, no se atrevería a tanto.

Existen también grupos selectos que están con Jesús y en contra de las autoridades del templo. Pero al interpretar las señales cometen el mismo error que los discípulos y la gente que le seguían: las leen también como denuncia de la corrupción institucional y promesa de renovación -como vimos en el apartado anterior-; no comprenden el cambio de alianza; esperan la continuidad con el pasado.

PD/CV: Lo que le pasa a Nicodemo y a los que representa es corriente entre nosotros: queremos entender las palabras de Jesús desde nuestras seguridades, desde nuestros conocimientos, desde nuestra propia situación. No estamos dispuestos a cambiar tan fácilmente nuestra mentalidad y nuestro modo de vivir.

La entrevista comienza con un diálogo, pero pronto se convierte en un discurso de Jesús.

"Ver el reino de Dios" es lo mismo que vivirlo, es tener la experiencia personal de él, es comprender porque "eso" le está pasando personalmente, ya que "el reino de Dios está dentro de nosotros" (Lc 17,21).

Jesús dice que para ello tenemos que "nacer de nuevo", tenemos que ser otra persona: con otras ilusiones, otros proyectos, otras metas, otra vida. Tenemos que posponerlo todo ante las exigencias del amor, de la justicia social, de la paz... Tenemos que poner constantemente en entredicho hasta los criterios que creemos más seguros, más intocables, más verdaderos. Tenemos, en una palabra, que estar abiertos siempre al Espíritu que sopla donde quiere y cuando quiere.

La ley, el cumplimiento fiel de unas normas o ritos, no puede llevar al hombre al nivel requerido por el reino de Dios. Éste está ligado al cambio personal, al amor.

"Nacer de nuevo" significa independizarse de un pasado, comenzar una experiencia y una vida. Cada uno somos el resultado de una historia personal, familiar y social; de un ambiente: somos cristianos porque nacimos en España..., pero esta base no nos prepara para el reino de Dios. Para llegar a la meta que Dios ofrece a la humanidad, y a cada uno de nosotros, tenemos que renunciar a nuestras seguridades y replantearnos nuestras convicciones y nuestra fe.

El reino de Dios presupone un cambio de actitudes; consiste en llevar a su acabamiento el ser mismo del hombre, comenzar a vivir en plenitud, dar a las cosas y a las personas y a la vida el valor que tienen para Dios, que es el que tienen en realidad. Presupone vivir en el amor sin fronteras.

Nicodemo es escéptico ante este planteamiento. La exigencia de Jesús es utópica: cada uno es fruto del propio pasado, de una tradición y de una experiencia; sobre ella puede realizarse, pero es ilusorio pretender comenzar de nuevo. Detrás de esta escena entre Jesús y Nicodemo se vislumbra el enfrentamiento de la sinagoga con la comunidad cristiana del tiempo de Juan.

Nicodemo, como todo hombre colocado ante el misterio, no comprende lo que oye. La realidad cristiana es incomprensible cuando se la juzga con categorías humanas. CV/RIQUEZA: El nuevo nacimiento sólo puede venir de Dios, es un don suyo. El hombre está incapacitado para conseguirlo, porque está por encima de sus posibilidades. De aquí la necesidad de la pobreza, de la sencillez, en todo aquel que quiera hacer la experiencia del reino de Dios: es pobre el que tiene conciencia de su incapacidad y se deja ayudar. Y de aquí la imposibilidad de todos los tipos de riqueza -cultural, económica...- para descubrirlo. La riqueza hace autosuficiente, engreído... Dios no nos pide que nos quitemos la cabeza para conectar con El, no nos pide que no pensemos. Únicamente desea que nos quitemos el sombrero de nuestra suficiencia, única forma de ir llegando al conocimiento de su Reino. ¡Qué distinta sería una cultura que arrancara de la vida de los hombres y le fuera dando respuesta! Lo mismo la fe, la formación religiosa. ¡Qué distinta sería la riqueza puesta al servicio de todos los pueblos y personas!

Ante la incomprensión de Nicodemo, Jesús le repite lo mismo con otras palabras: sustituye el "nacer de nuevo" por "nacer del agua y del Espíritu".

Es necesario nacer de nuevo. Hemos nacido del hombre, envueltos en el pecado, pero tenemos que nacer de Dios. Los hombres no nacemos del todo ni venimos a la vida plenamente vivos. Hemos nacido en medio de una lucha. La imagen deformada del hombre y del mundo la llevamos marcada en nuestro interior como un tatuaje de muerte.

Nacer de nuevo es seguir la luz que se enciende de vez en cuando en nuestro ser más profundo, es ser capaces de rasgar la tupida tela de araña que nos envuelve y que nos hace creer que estamos viviendo en un mundo real y auténtico. Cristo, manifestando a Dios en sí mismo, manifiesta toda la profundidad del hombre. Cuantos le reciben, nacen de Dios.

El nacimiento provocado por el Espíritu implica una nueva existencia, cuyo origen está en Dios, arriba. Se trata de una existencia teocéntrica, no antropocéntrica (la primera tiene como centro a Dios; la segunda, al hombre). Existen hombres engendrados del Espíritu cuya existencia es incomprensible para la sola razón.

Nicodemo pensaba que el hombre podría realizarse en plenitud por su fidelidad a la ley. Jesús afirma que el hombre necesita la ayuda de Dios: sólo se realiza en el amor. Y el amor es Dios.

CARNE/ESPIRITU: Hay dos principios de vida: la carne y el Espíritu. Cada uno transmite la vida que posee. La carne simboliza la débil condición humana; el Espíritu, la fuerza de Dios, del amor. Las aspiraciones de Nicodemo -y de la mayoría de los hombres- están fundadas en la carne: prestigio personal, bienes económicos... y, en ocasiones, fidelidad a unos principios. Con ello nunca se conseguirá realizar el proyecto de Dios.

El hombre, nacido de la carne, tiene que renacer del Espíritu, que es el que dará sentido y plenitud a todo lo que realice.

Existen para el hombre dos posibilidades: o renacer del Espíritu y ser espíritu-amor, o no responder a la invitación de Dios y quedarse en la debilidad e impotencia de la carne. Jesús veía con claridad el vacío de los ideales mesiánicos de Nicodemo. El Espíritu no conoce fronteras. El reino del Espíritu no está limitado a Israel. Es libre, no está ligado a nada ni por nadie. Los que nacen del Espíritu no se sienten encerrados en los límites de un pueblo o tradición, ni limitados por unas leyes, ni siquiera por unos sacramentos.

Nicodemo creía poder encasillar a Jesús; pero se había equivocado, porque "no sabía de dónde venía ni adónde iba". Ha querido interpretarle según su origen judío, partiendo de lo ya conocido. Pero el Espíritu no admite tales marcos de referencia. Las comunidades cristianas estaban surgiendo por todas partes, sin responder a criterios de raza o pueblo, pero se las reconocía por tener una misma voz y dar un mismo testimonio: el de Jesús. Nicodemo se da cuenta, por fin, de que Jesús no habla de un segundo nacimiento corporal, pero no alcanza a comprender cómo puede ser posible lo que dice. Jesús le hace ver su extrañeza de que él, "maestro de Israel", no entienda estas cosas. Porque El habla de cosas que ya están en el Antiguo Testamento. Si cuando les ha hablado de cosas "de la tierra", que no ofrecen grandes dificultades, no ha sido entendido, ¿cómo va a serlo cuando les hable del Padre y del Espíritu?

El fariseo muestra su desorientación y su escepticismo. El legalista no cree posible esa clase de vida, lo mismo que el materialista no puede entender las realidades espirituales. El diálogo es tenso. Nicodemo se mantiene a la defensiva y sólo hace preguntas. Para él, como para todo el magisterio fariseo, Moisés es el único legislador y maestro. Además, han mutilado el Antiguo Testamento, reduciéndolo a unas leyes y normas, excluyendo toda novedad. Y así se han cerrado al Espíritu y a la acción de Dios. Habían sustituido el Espíritu por la letra.

Nicodemo no sabe, porque funda su saber en cosas aprendidas de memoria. Jesús sabe por experiencia, por haberlo vivido. La vida del Espíritu se hace experiencia en el interior del hombre.

"Lo de la tierra" responde a lo anunciado por los profetas de la antigua alianza. Jesús ha comenzado hablando de lo que les une para introducirlo después en la novedad del Reino. Pero si no están de acuerdo ni en lo escrito por los profetas -en su interpretación-, ¿cómo entenderán "lo del cielo"? Por eso al hablar de "lo del cielo" desaparece la figura de Nicodemo, incapaz de entender la nueva realidad.

2. Jesús, don del amor de Dios a la humanidad

Jesús presenta a continuación al verdadero Mesías, aunque no pronuncia esa palabra. Las dos funciones que los fariseos atribuían a la ley -ser fuente de vida y norma de conducta-, serán sustituidas por la persona de Jesús, lo mismo que había sustituido antes el templo por su cuerpo (Jn 2,19-21).

Cuando el evangelista habla del "cielo" no le da un sentido espacial. Quiere significar la esfera divina, invisible, aunque no inaccesible a la experiencia del hombre. El lenguaje es figurado. Cuando Jesús dice de sí mismo "que bajó del cielo" nos está diciendo que su origen y su vida no son simplemente humanos, sino que proceden también de Dios. "Haber bajado del cielo" equivale a haber recibido la plenitud del Espíritu: el Mesías es aquel que, por ser "el Hombre", es capaz de amar hasta el don de sí mismo.

"El Hijo del Hombre" elevado en alto indica su triunfo en la cruz. Está alzado para que el mundo entero pueda verlo y seguirlo.

"Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna". Este texto es la afirmación clara y terminante del amor de Dios como la causa verdadera y última de la presencia de su Hijo en el mundo. Nos ofrece la explicación definitiva de la realidad del Mesías: Jesús es el don del amor de Dios a la humanidad.

"Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él". Doble formulación: negativa y positiva. El amor de Dios fue la razón del envío del Hijo, y su finalidad única era salvar a todos los hombres. Con lo que queda excluida toda intención negativa. El privilegio del pueblo judío ha terminado: la salvación está destinada a toda la humanidad. Una salvación que consiste en pasar de la muerte -de cualquiera de ellas- a la vida definitiva; que es posible a través de Jesús, imitando su vida. Toda responsabilidad negativa recae sobre el hombre, no sobre Dios. En el hombre son posibles dos actitudes: o se está a favor de Jesús o en contra; no existe la neutralidad. Ante el ofrecimiento del amor únicamente podemos responder a él o negándonos o aceptándolo con la propia actitud práctica. Dios no actúa como juez, sino como don de vida. Al dar a su Hijo, ofrece a la humanidad la plenitud de vida que está en El, dando a los hombres la posibilidad de hacerse hijos por una vida de amor como la suya.

Dar la adhesión a Jesús como a "Hijo único de Dios" es creer en las posibilidades del hombre.

3. Las malas obras, causa de la incredulidad

"Esta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas".

La fe verdadera en Jesús lleva siempre unidas las buenas obras. Si las obras son malas, la fe es imposible. Este texto deja claro que son las malas obras la causa principal de la incredulidad.

El pecado -el mal- es algo que, en el fondo, el hombre normal no quiere. Por ello, cuando pecamos, nos rodeamos de todo tipo de oscuridades, empezando por la oscuridad mental. Ninguno queremos identificarnos, ni mentalmente, con lo que está mal. (El problema actual quizá sea distinguir qué es malo y qué es bueno. Parece que todo es relativo y subjetivo.) Los hombres que obran mal, odian la luz y huyen de ella para evitar que sus obras queden al descubierto al ser iluminadas. Y así, el texto identifica la incredulidad con una opción de mala fe. La tiniebla representa toda ideología opresora que sofoca la vida de los hombres.

Todos tendemos a encubrir la parte negativa de nuestra vida, aquella que no queremos cambiar. Por eso nos defendemos y no dialogamos. Los que obran la verdad no tienen por qué huir de la luz, ya que ella no hará otra cosa que poner de manifiesto sus buenas obras. Tampoco nosotros ponemos dificultades en que salgan a la luz nuestras buenas obras. De las malas nos preocupa más que se sepan que el hacerlas. Esa es la causa de que seamos tan subjetivos en nuestras opiniones y en nuestras actuaciones. Es la propia conveniencia lo que buscamos normalmente en la vida.

Cristo nos coloca ante una alternativa: aceptar su luz en toda nuestra vida y con todas sus consecuencias -a El le llevó a la muerte en cruz, y no es el discípulo más que el maestro (Mt 10, 24-25)- o trampear aceptando o rechazando según nos convenga. Unos creen, aceptan que la salvación-liberación viene de los otros, del Otro, y lo demuestran con el estilo de su vida compartida. Otros no creen, no tienen interés por ser libres, se bastan a sí mismos. La causa es clara: en el mundo está la luz, y por ella son atraídos todos los que por su manera de vivir, compartiendo lo que son y lo que tienen, se están encaminando hacia el Padre, aunque no lo sepan; y están los que llevan una vida cerrada en sí mismos, sin posibilidad de descubrir lo pequeño y egoísta que es su felicidad. Sólo los primeros están siendo capaces del nuevo nacimiento: nacimiento en medio de dificultades, de "dolores de parto" (Jn 16,21; Rom 8,22-23; Gál 4,19).

Cristo es la luz (Jn 8,12). La luz no es la doctrina que expone, sino El mismo. El que cree en El -en todo lo que representa, aunque de El no haya oído ni hablar o sí le hayan hablado pero equivocadamente (muchos que han dejado la Iglesia)-, está en la luz, siempre que lo demuestre con sus obras, a pesar de sus pecados y limitaciones. El que lo sigue en su vivir no camina en tinieblas. También a éstos les llegará el rechazo de los que viven de espaldas a los demás, lo mismo que fue -y es- rechazado Jesús (Jn 15,20). Y es que la luz expone y denuncia la maldad oculta.

La luz lo ilumina todo. Es ella la única norma y la que descubre la bondad o la maldad de las acciones. En una sociedad en la que todos obraran egoístamente, no habría problemas; hasta se llegaría a creer que así había que hacer. El problema surgiría cuando llegara alguien que obrara con desprendimiento. Esa sociedad, ante ese problema, tendría dos posibilidades o respuestas: o imitar la conducta del desinteresado o tratar de eliminarlo. La segunda es la más sencilla y la que se hace normalmente: no pide cambiar nada del propio modo de vivir. Un planteamiento parecido a éste es el que originó el asesinato de Jesús. Jesús nos invita a convertirnos en hijos de la luz. Lo seremos en la medida que vivamos el estilo de su vida. ¿Somos testigos del sentido de su vida? ¿o estamos dejando que cada hombre a nuestro alrededor viva en su noche y muera en su noche?

Es doloroso que nosotros mismos, cristianos, vivamos sin saber salir de nuestra noche, vivamos sin dejarnos iluminar por Cristo, vivamos sin acabar de decidirnos a seguirlo. Dios no quiere que el hombre perezca. ;Quiere que viva! La muerte, todo lo que significa la muerte, no lo ha hecho Dios: "Y vio Dios que era muy bueno cuanto había creado..., día sexto" (Gén 1,3 1).

Jesús lucha contra todas las muertes y las vence con la fuerza de su amor. Antes de su venida la humanidad estaba en tinieblas. Después, la mayoría de los hombres prefieren continuar en la muerte, renunciando a la plenitud de vida. Este es "el pecado del mundo" (Jn 1,29; Gén 3). La opción tiene un motivo: el modo de obrar perverso. Los opresores del hombre, a cualquier nivel, no aceptan la luz-vida. Los causantes de muerte rechazan el ofrecimiento del amor de Dios. La opción por la tiniebla no se hace por el valor que tenga en sí misma, sino por el odio a la luz, que nace del miedo a ser desenmascarado. No se opta imparcialmente: existe una repulsa a la vida en aquel que es cómplice de la muerte. Se odia la bondad de la luz. La maldad no puede soportar el bien y pretende sofocarlo. Los causantes de injusticia y muerte no pueden soportar su denuncia.

Muerte -tiniebla- es la injusticia, la mentira, el egoísmo, el odio, el aislamiento, el individualismo, la violencia, el vacío... y la muerte.

Vida -luz- es la justicia, la fraternidad, la igualdad entre todos los hombres y todas las naciones, la verdad, la libertad, el amor, la amistad, la comunicación, la paz... y Dios, que quiere que el hombre tenga vida abundante, eterna, que participe de su misma vida. Y Dios es la vida en plenitud y para siempre.

Este escoger entre vida y muerte, entre luz y tiniebla, lo vamos haciendo realidad en cada instante de nuestra vida. Vida que no es evasión, diversión, "escurrir el bulto", despreocuparse de la sociedad y de los demás, refugiarse en las religiones, aislarse, amasar riquezas para asegurar el futuro, cerrarse en la propia familia, negocios, trabajo... Vida que es amor, comunicación, don de sí, amistad, luz en medio de tanta tiniebla, esperarlo todo del Padre luchando por la igualdad de todos los hermanos: esperar en el Padre como si todo dependiera de El, y trabajar por el mundo nuevo como si todo dependiera de nosotros.

Si el hombre se decide por la fe en Jesús, da comienzo a una nueva vida; pero si toma la decisión contraria, permanece en la tiniebla y en el pecado.

La palabra de Dios, que es Jesús, se distingue de cualquier otra palabra humana en que únicamente El puede decir palabras cuya aceptación o rechazo son decisivos para dar la vida -luz- o la muerte -tiniebla-. El que acoge el mensaje de Jesús, rinde testimonio a la veracidad de Dios. Quien lo rechaza con las obras de su vida, sobre todo si dice que cree en Dios, hace de El un impostor.

Entre Jesús y los demás profetas hay una diferencia radical: sólo El es la palabra de Dios. Si a los profetas se les debe prestar fe, ¡cuánto más a Jesús, que nos trae toda la verdad sugerida por el Espíritu!

Todo lo que es Jesús se explica por el amor pleno y eterno que el Padre tiene al Hijo. Si en el Hijo habla y obra el Padre, es lógico pensar que el destino del hombre se decide de acuerdo con la actitud que adopte frente al Hijo.

Está creyendo en Jesús el que está poniendo en práctica los valores del Reino, aunque personalmente crea que estos valores no están en la Iglesia, a causa del tremendo velo con que tapamos los cristianos a Jesús.

¿Nuestro conocimiento de Jesús es vivencial, experimental? ¿Se traduce en obras? ¿Cuáles?

Tenemos que renacer constantemente, porque la persona humana es una conquista. Nos vamos haciendo día a día en la fidelidad a los acontecimientos de cada momento. Nuestro mayor peligro es el de acostumbrarnos a las cosas, a las ideas, hasta el punto de poder llegar a no saber "ni de qué va". ¡Y hace tantos años que somos cristianos! Decía León Felipe que "cualquiera es capaz de enterrar a un muerto, menos un sepulturero". Sólo una opción personal y definitiva por todo el evangelio nos irá descubriendo el misterio de Cristo, el amor del Padre; irá haciendo en nosotros el hombre nuevo. El hombre que toma conciencia de su persona es el que puede empezar el camino hacia Dios y ayudar a otros a emprender ese camino.

No son doctrinas las que separan de Dios, sino conductas; porque Dios no ofrece doctrinas, sino vida. Acercarse a la luz significa dar la propia adhesión a la vida que nos ofrece Dios en Jesús.

Quien con su modo de obrar daña al hombre, odia a Jesús y le niega su adhesión, porque teme que se ponga de manifiesto su vileza. No se puede ser opresor del hombre ni de sí mismo y prestar asentimiento a Jesús; lo mismo que no se podía estar con el sistema judío y con Jesús.

El hombre se define por sus obras. No existe amor si no se traduce en obras. Lo mismo la fe. Sólo con hombres dispuestos a amar hasta la muerte puede construirse la verdadera sociedad humana.

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 1 PAULINAS/MADRID 1985.Pág. 252-261


13.

LO MEJOR, DE BALDE

Hoy la Palabra nos invita a la total confianza. A zambullirnos sin miedo en el amor enorme que Dios nos tiene. A dejamos envolver, sostener, conducir por El. Sin preguntas. Sin angustias. "Por pura gracia estáis salvados". Suya es la iniciativa, y la fuerza para levantarnos, y el abrazo generoso. Nuestro es...

El pecado, sí. Tenemos ese triste poder; y a fe que lo ejercitamos. Salta en seguida a la vista, si repasamos nuestra historia. "Todos los jefes del pueblo y los sacerdotes multiplicaron sus infidelidades". Toda una cadena de traiciones. Cada uno sabemos bien de qué manera, porque nuestros pecados tienen nombre, y cara, y fecha. Es nuestra parte. Pero hay también, atravesando esa historia de punta a punta, un hilo sutil, invisible a veces: el amor de un Dios que nos ha ido siguiendo, comprendiendo, animando, perdonando. El amor incansable de Dios, cosido a nuestra carne quebradiza. Un amor descomunal: "Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único". Un amor salvador: «Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él». Dios empeñado en salvar a su pueblo. A todos y a cada uno de nosotros.

GRATUIDAD/ESFUERZO: Pero ¿así, sin más? ¿Nada tenemos nosotros que poner en esta salvación? Bueno, aquí hay algo que aclarar. Si nosotros no pusiéramos nada, si la salvación actuara en nosotros de una manera automática, si el Señor nos tomara como en volandas y quieras o no nos redimiera, esa salvación no se podría llamar nuestra. Triste imagen la de un amor de Dios invadiendo, arrasando, arrancando de cuajo nuestros pecados, sometiéndonos: sería borrar de un plumazo todo su plan sobre el hombre, tan sabia y pacientemente tramado siglo a siglo; sería como reconocer que su ilusionada aventura de poner en nuestras manos el tesoro de la libertad había terminado en un estrepitoso fracaso.

No. No es ése el estilo de Dios. Él está dispuesto a respetar hasta el final nuestra libertad. Ahí radica precisamente lo más maravilloso de su forma de salvar: Él se nos entrega primero; y lo hace tan sin medida, su amor llega tan más allá de todas nuestras previsiones y de nuestros pretendidos derechos, que deja abierto y fácil nuestro camino de vuelta a casa. Tiene la delicadeza de proponernos el paso libre de la conversión no como una rendición incondicional al asedio de su gracia, sino como una sencilla respuesta de amor a ese amor desbordante que Él nos profesa.

Algo, ciertamente, tenemos nosotros que poner: abrirnos a su perdón, dejarnos reconciliar. Un algo que no añade mérito ni valor a esa salvación que es toda suya. Nuestra pequeña parte -la libre aceptación de su amor- queda como un detalle que, porque Él lo ha querido, nunca puede faltar en todo cuanto hace con nosotros. "Estáis salvados por su gracia, y mediante la fe". Todo sigue siendo suyo: por eso tiene eficacia salvadora. A nosotros nos queda la gloriosa, minúscula, imprescindible tarea de abrirle la puerta de nuestro corazón para que entre y no llene; y, al llenarnos, nos sane de nuestras viejas heridas y nos convierta en hijos.

Luego ya, una vez hijos, todo es carretera: ya todo es caminar sin miedo, seguros de que Él nos ama, rumbo a casa.

¿Verdad que es maravilloso?

JORGE GUILLEN GARCIA
AL HILO DE LA PALABRA
Comentario a las lecturas de domingos y fiestas
Ciclo B. GRANADA 1993.Pág. 48 s.


14.

2. Nicodemo: la nueva fe ofertada al mundo judío (Jn 3,1-21)

Cuando el cuarto evangelio logró abrirse camino en el cristianismo, este se hallaba muy distanciado del mundo judío. Y era lógico, pues el judaísmo oficial no había escatimado esfuerzos cifrados en erradicar la nueva fe. En casos así, las reacciones suelen ser drásticas. Y es posible que tal ocurriera en un abultado sector de cristianos, cuyas raíces paganas clamaban por sacudirse todo yugo judaizante. ¡La historia no perdona!

El cristianismo veía en todo judío un rival. Y ello..., ¡era falso! Quizá por eso el cuarto evangelio rompe lanzas a favor del judaísmo, poniendo de relieve cómo el anuncio de Jesús también le oferta a él un mensaje de salvación. Sí, todo judío está en condiciones de compartir la fe cristiana. Mas para ello, ¿qué ha de hacer? La respuesta viene brindada por el relato donde Jesús pone condiciones a Nicodemo.

2.1. La figura de Nicodemo

El personaje resulta simpático a los lectores del evangelio. De hecho, da la cara por Jesús ante las autoridades religiosas del judaísmo (Jn 7,50) y figura entre el grupo de sus acompañantes al pie de la cruz (Jn 19,39).

Ahora bien, en el relato que nos ocupa, se supone que viene en representación del grupo farisaico. Por eso, al dirigirse a Jesús, le habla en plural: sabemos (Jn 3,2). Y todo el diálogo está elaborado de tal forma que Jesús expone, a quienes provienen de la facción farisaica (representante del judaísmo oficial), los requisitos a cumplir para hacerse acreedores a su oferta salvífica.

En apariencia, se trata de un enjundioso diálogo. Pero no es así. Si te fijas más de cerca, amigo lector, verás cómo Nicodemo se limita a esbozar tímidas preguntas. Quien habla es Jesús.

En todo caso, la figura de Nicodemo apenas se logra desvelar. Se antoja un personaje hecho símbolo. El autor lo erige en portavoz del judaísmo oficial que acude a Jesús en busca de pautas para compartir su oferta salvífica. ¿No podría el evangelista refutar con este diálogo el comportamiento obstinado de cuantos cristianos le daban la espalda? También él queda englobado en el anuncio de Jesús. Tanto que cualquier judío puede pertenecer a la comunidad cristiana con tal de cumplir ciertos requisitos. Y estos, ¿cuáles son? La respuesta es muy simple: ¡nacer de nuevo!

2.2. ¿Nacer de nuevo?

Jesús habla sin paliativos. Para formar parte de esa nueva creación que él acaba de iniciar, es preciso someterse a un "nuevo nacimiento". Mas esto, ¿cómo se ha de entender? Tal propuesta no puede aceptarse de manera literal. Así lo atestigua la lógica reacción de Nicodemo (Jn 3,4b).

Para disipar equívocos, pone el evangelista en boca de Jesús una serie de disquisiciones cifradas en clarificar la índole de ese extraño nacimiento exigido por él. Se asocia en principio con el "agua y el espíritu".

¿Se refiere acaso al bautismo? Así lo suponen bastantes comentaristas. Personalmente no suscribo su parecer. Y es que no descubro en todo el relato nexo alguno con tal sacramento.

Pienso más bien que la exigencia de Jesús, al conectar el agua con el espíritu, alude a un nuevo módulo vivencial donde la ley (agua) venga enriquecida con el amor (espíritu). Siendo así, para que un judío comparta la fe crística, no es preciso que renuncie a sus antiguos postulados religiosos (agua/ley). Lo que Jesús le pide es añadir algo más. ¿Qué? Muy sencillo: una forma de vivir donde el amor (espíritu) aporte cuanto no puede ofrecer la ley (agua).

Tal mensaje me parece retador. No en vano la tradición judía siempre hizo gala de contar con la asistencia y protección divina. Jesús no desmiente el supuesto. Al contrario, lo da por válido. De ello se infiere que la fe judía se puede y se debe mantener. Sin embargo, al anclarse en puros criterios de ley (agua), carece de fuerza para realizar al creyente. Este debe canalizar su existencia por un nuevo módulo donde primen criterios de amor (espíritu). Sólo así estará en condiciones de compartir la nueva creación que viene a gestar Jesús.

Esta doctrina joánica tuvo por fuerza que resultar dura para ciertos ambientes cristianos, cuyo porte antijudaico iba siendo proverbial. Sus promotores incurrían, de forma casi instintiva, en el planteamiento exclusivista del judeocristianismo original. En él se suscribía que todo pagano, para compartir la fe crística, debía romper con su pasado, sometiéndose a la ley mosaica. Tan radical exigencia se había demostrado falsa. ¿Por qué pretende, pues, que un judío renuncie a su praxis religiosa si ahora quiere compartir la nueva fe? Jesús no lo quiere así.

Su diálogo con Nicodemo pone en evidencia que todo judío tiene abiertas las puertas de la comunidad cristiana. Para ello ha de nacer a una vida nueva, donde el espíritu (amor) prive de su exclusivismo al agua (ley).

Ambos son necesarios para disfrutar las delicias de esa nueva humanidad que Jesús -en su día sexto- se dispone a gestar. Y en ella también los judíos tienen cabida. Siempre y cuando armonicen agua (ley) y espíritu (amor). Tal armonía resulta necesaria para activar la fe crística. Y sin esta, ¿cómo configurar la nueva humanidad?

2.3. Vivir "según el espíritu"

Considero sugestivas las pautas marcadas por Juan. Vienen a ser como un reto lanzado al judaísmo, el cual debe saberse invitado a situarse más allá del angosto marco de la ley. Esta se ancla en la debilidad (carne) y por eso acaba constriñendo. En cambio el amor genera fortaleza (espíritu) y por eso acaba liberando (Jn 3,6-8).

Resulta fascinante el juego de palabras (viento/espíritu) con el que realza el autor la libertad de quienes se rigen por el proyecto de Jesús.

Tal encuadre resulta difícil de comprender desde un simple plano de ley. Por eso Nicodemo no puede ocultar su sorpresa (Jn 3,9). Pero, ¿acaso no lo capta quien esgrime categorías de fe? Esta, traducida a compromiso de vida, sitúa al creyente en una perspectiva del todo nueva. Y lo invita a comprender que la vivencia ofertada por Jesús ha de traducirse en vehículo de liberación existencial. La ley coarta, pero el espíritu libera. Tal es sin duda el lema de Jesús.

Para que logres entenderlo mejor, lector amigo, permíteme recurrir a un símil. Supongamos que alguien, aunando entusiasmo e ingenuidad, se dispone a cruzar el polo norte en bicicleta. Pues bien, si yo trato de disuadirle, no es por desautorizar el ciclismo. Sólo quiero evitarle el fracaso. Puede servirse de la bici hasta llegar al círculo polar. Mas, una vez allí, ha de recurrir al trineo. ¿Por qué? Si se obstinara con su bicicleta, resbalaría en vez de avanzar. Aunque parezca perogrullada, conviene inculcar que cada cosa sirve para lo que sirve. Y ni la ley sirve para liberar ni la bicicleta para surcar el hielo.

Por eso Jesús invita a servirse de ese primoroso trineo que él denomina "espíritu". Con su ayuda podrá el creyente moverse con suma comodidad. Y, haciéndolo, se irá liberando de cuantas redes le trenza su pequeñez. En ese proceso liberante descubre Jesús la auténtica postura de fe.

Quien la comparte, saborea ya ahora las delicias de esa vida eterna que la tradición postergara al más allá. ¿Sabes el motivo, amigo lector? Es muy simple: la libertad genera plenitud.

Ignoro si mis lectores habrán atisbado las implicaciones de este enfoque joánico. Por si acaso, se las intentaré clarificar. A su juicio, la fe crística ha de erigirse en fuente de liberación integral. ¿Qué decir, pues, de cuantos creyentes -¡los hay!- convierten la fe crística en vehículo de represión?

Quien tal hace, mal se aviene con el proyecto de Jesús. De hecho, la religión cristiana -por anclarse en el Espíritu- ha de liberar al creyente. Si alguien no encuentra en ella potencial liberador, es sin duda por no ajustarse al proyecto de Jesús. ¿Qué hacer si tal ocurre? Rectificar siempre ha sido patrimonio de sabios.

ANTONIO SALAS
EL EVANGELIO DE JUAN
Paulinas, 1993.Pág. 46 ss.