40 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO III DE CUARESMA
12-16

 

12.

Nos resulta bastante difícil liberarnos de las imposiciones del espacio y del tiempo: la fatiga del trabajo, la necesidad física, las pulsiones de nuestra naturaleza. "Dame de esa agua... para que no tenga que venir aquí a sacarla" (Jn 4, 15). Admiremos el sentido práctico de esta mujer. Fácilmente lo comprenderán quienes hayan conocido las granjas o las alquerías antiguas en donde a veces era preciso recorrer en lo más cálido del día y con un pesado cántaro, varios centenares de metros para encontrar agua y llevarla a la casa. Resulta que alguien puede dispensarle de esa tarea; he aquí a Jesús, a Cristo, reducido al papel de instrumento para resolver nuestros pequeños problemas.

¿Quién no tiene tendencia a juzgar a una comunidad cristiana, una jornada de oración, un retiro, los sacramentos y la fe por su capacidad de aportar una solución a sus problemas? "Ya no sentiré más ganas de discutir con mi mujer, con mi marido... Ahora ya no tendré ganas de hacer daño a mi prójimo o de hablar mal de él... Ahora me sentiré en paz y no tendré depresiones... ya no volveré a tener tentaciones sexuales..." Reducimos a Jesús al papel de instrumento para triunfar en nuestro matrimonio, en la educación de nuestro hijos, en nuestra vida social y en nuestra vida espiritual. Hemos caído, pues, a una altura muy baja. "Para que no tenga que venir aquí" (Jn 4, 15). Esa parece nuestra única ambición. Pero Jesús no nos libera ni del "aquí" ni del "ahora", todo lo contrario, pues aquí y ahora son el lugar del encuentro en nuestra vida concreta y en nuestras acciones cotidianas. En la situación concreta de la samaritana es donde Jesús va a revelarle su verdadera identidad y ofrecerle la esperanza de Dios: "Vete, llama a tu marido" (Jn 4, 16). Muéstrame tu amor, dime en dónde está tu amor. Pero, estamos aún buscando el amor verdadero y no sabemos dónde está nuestro corazón. O sabemos demasiado bien que lo que está en nuestro corazón es incapaz de colmarlo. Sin embargo, se trata de una declaración que nos cuesta y preferimos camuflar el vacío que experimentamos tras la afirmación de una felicidad limitada. Esta es la gran distancia que puede separarnos de Dios y que sólo puede ser franqueada con nuestra colaboración pues Dios quiere realizarnos sin poseernos, sin alienarnos; así es la delicadeza de su amor a nuestra libertad. ¿Vamos a andarnos con rodeos con Dios? ¿Va a andarse con rodeos la samaritana o aceptará de buen grado descubrirse tal como es? Su respuesta es de una perfecta honradez; se sitúa en la verdad reconocida y aceptada: "No tengo marido" (Jn 4, 17). No camufla la situación respecto de todos esos hombres que han atravesado su vida: "¿El primero? ¡Bebía!... ¿El segundo? ¡No había armonía sexual!... ¿El tercero? ¡Me engañaba! Concedo harta importancia a la sinceridad en el amor: ¡Tenía que acabar con aquella situación!", y tantos otros argumentos falsos. "En eso has dicho la verdad" (Jn 4, 18). "¡No tengo marido!". Y en esta falsa búsqueda del amor, Jesús llega al amor verdadero, al amor único que se oculta. En esta eterna enamorada, destruida por la precariedad de sus amores, humillada por sus fracasos, Jesús halla, sin juzgarla, a la mujer capaz de un amor completamente nuevo, del que ella se descubre por vez primera. La mirada de Jesús sobre esta mujer, que no teme exponerse en la verdad de su ser, la recrea y la viste de esperanza y de júbilo.

Una vez franqueadas todas las distancias, puede empezar el diálogo. Entonces, confidencialmente, Jesús puede darse a conocer como quien es: el Mesías... Aquel que, cuando llegue, nos dará a conocer todas las cosas. "Yo soy, el que te está hablando" (Jn 4, 26). Entonces, por la gracia de Dios, la pecadora puede convertirse en una anunciadora de la Buena Nueva. "Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho ¿No será el Cristo?" (Jn 4, 29). Entonces otros hombres pueden acoger la esperanza que se ha manifestado: "Este es verdaderamente el Salvador del mundo" (Jn 4, 42).

¿Me reconozco, Señor, en lo que tú dices de mí? ¿Me reconozco como pecador? ¿Acepto abrir la puerta a las aspiraciones que tú has puesto en mi corazón? ¿Tengo sed de otra vida y de otra esperanza? Tú, que has venido por los pecadores, hazte conocer y sálvame. A ti, que has colocado en mi corazón un amor insensato, te pido que lo guardes, a pesar de mis extravíos y de mis subterfugios, a pesar de las falsas pistas que sigo. Dame también esa agua que prometes. No de una vez por todas y para ponerme al abrigo de tu vida; tendré que luchar todos los días contra mi carácter, mi situación de vida, la tentación; quizá existen obstáculo que no superaré jamás. Pero sé que cada día, durante todos los de mi vida, podré beber de la fuente de agua viva con la esperanza del día en que ya no tenga nunca más sed; cada día el agua que tú me des se convertirá en mí y para los demás en fuente de agua que brote para la vida eterna. "Señor, dame de esa agua" (Jn 4, 15), según tu promesa y que escuche yo el canto de tus elegidos: "Hartaos de las aguas de la fuente viva del Señor, pues está abierta para vosotros. Venid, vosotros, todos los sedientos, tomad la bebida y descansad junto a la fuente del Señor, porque es bella y pura y apacigua el alma; sus aguas son mucho más suaves que la miel y el panal de miel de las abejas no le es comparable porque procede de los labios del Señor y del corazón del Señor toma su nombre, y llega infinita e invisible; hasta que fue puesta a su alcance no la conocieron. Felices aquellos que han bebido y han aplacado allí su sed" (Odas de Salomón).

ALAIN GRZYBOWSKI
BAJO EL SIGNO DE LA ALIANZA
NARCEA/MADRID 1988.Pág. 111ss


13.

-DEL «YO SOY» DE CRISTO A NUESTRO BAUTISMO

Hoy comienza la famosa serie de tres domingos -3º, 4º y 5º de Cuaresma- que nos proclaman la revelación progresiva de Cristo, con el «yo soy» muy explícito, y a la vez apuntan a nuestro camino bautismal. Cristo-Agua, Cristo-Luz y Cristo-Vida, se proyecta en nuestro camino cristiano en las figuras prototípicas de la samaritana, del ciego y de Lázaro.

Mateo deja de ser el evangelista del año por unos días, para dejar paso a estas escenas tan simbólicas de Juan.

La primera lectura, que esta vez nos presenta la etapa de Moisés en la historia de Israel, con el episodio del agua de la roca, y la segunda, con la gozosa reflexión de Pablo sobre el amor que Dios nos comunica, completan y comentan el programa cuaresmal-pascual que se nos presenta.

No será superfluo recordar que la lectura expresiva, lenta, «dramática» (=destacando el diálogo en medio del relato), del evangelio (entero) es, por parte del sacerdote, un ministerio aún más importante que el mismo de la homilía: siempre lo que Dios nos dice es prioritario sobre lo que nosotros comentamos.

-EL EXPRESIVO SIMBOLISMO DE LA SED

Es una hermosa coincidencia que en este ciclo A, a la escena de la mujer sedienta de Samaria, corresponda la lectura del pueblo sediento del desierto, con respuesta de Dios a los dos.

El símbolo es muy expresivo. Un pueblo que atraviesa el desierto y se encuentra cansado y sediento. Va camino de la libertad y de la tierra prometida, pero se gastó la ilusión y quedan lejos los proyectos optimistas: sólo ven peligros, dificultades y sequía. El pueblo murmura y duda: «¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?».

Lo mismo se puede decir de la mujer samaritana con la que se encuentra Jesús a la boca del pozo, donde la mujer va a sacar agua para su casa. Imagen patética la de esta mujer: tiene sed. Y no precisamente de agua, sino de felicidad. La está buscando y no está satisfecha: ya ha tenido cinco maridos... Símbolo de una humanidad que busca, que tiene sed, que se hace preguntas profundas y no encuentra soluciones satisfactorias.

Ambas situaciones encuentran la respuesta. Dios, por medio de Moisés, concede agua a su pueblo, aunque no se la merece. Jesús dialoga con la mujer inquieta y se revela como el Mesías esperado -"yo soy, el que contigo habla»-, y le indica un agua mucho más eficaz que la del pozo: el que beba de ella no tendrá ya más sed. La respuesta de Dios se llama Jesús.

-JESÚS, LA RESPUESTA PARA NUESTRA SED TAMBIÉN HOY

Nos podemos ver fácilmente reflejados en la historia del pueblo y en la situación personal de la samaritana.

También nosotros tenemos sed. Nuestra generación, tanto o más que las anteriores, tiene sed de verdad, de seguridad, de amor, de sentido de la vida. Sin formularlo explícitamente, tenemos sed de salvación. Es bueno que ayudemos en la homilía a darnos cuenta de esa sed que todos sentimos, los jóvenes y los no tan jóvenes. Sentir sed, y saberlo, es una de las condiciones para recorrer con esperanza y sentido el camino hacia la Pascua (el que ya está satisfecho no necesita Pascua).

Y la respuesta nos la da Dios. Pablo, en la segunda lectura, nos habla del Dios Trino que sale a nuestro encuentro, del amor del Padre que se nos da por su Espíritu en lo más profundo, de un amor que se nos manifiesta sobre todo en que Cristo murió por nosotros, a pesar de que no nos lo merecíamos. La respuesta es misteriosa, pero segura: estamos envueltos en el amor que Dios nos tiene. Y ese amor tiene un nombre concreto: Jesús. En medio de las múltiples respuestas que el mundo de hoy nos ofrece, ésta es la única creíble. Nuestra sed no quedará nunca satisfecha si acudimos a otras fuentes de agua. El «yo soy» de Jesús sigue siendo la respuesta más entrañable a nuestra sed, a nuestra fatiga, a nuestra desesperanza.

En la Pascua del 93 Dios nos quiere salir al encuentro, una vez más. Como Jesús a la samaritana. Sea cual sea nuestro estado personal humano y cristiano. Si Dios diera su agua sólo a los que la merecen... Pablo dice que Cristo murió por nosotros a pesar de que éramos pecadores. A cada uno de nosotros Cristo nos dice de nuevo: «Yo soy» el Agua, el Salvador, la respuesta. La Pascua nos invita a renovar cada año el camino que empezó en nuestro bautismo, cuando por primera vez nos unimos a Cristo y entramos en su vida o él entró en la nuestra. Hoy con la imagen del agua. En próximos domingos con la de la luz o la vida.

En la Vigilia Pascual del día 10-11 de abril el Señor, con las tres claves del agua, la luz y la vida, nos quiere comunicar su gracia pascual. Y en la Eucaristía de hoy mismo concentra esta gracia dándosenos El mismo como alimento: el que come mi Carne y bebe mi Sangre, tendrá vida eterna, yo le resucitaré el último día.

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1993/04


14.

Este evangelio tan largo que acabamos de escuchar es de aquellos que valdría la pena sentarnos con calma e irlo repasando escena por escena, fragmento por fragmento, e ir descubriendo la gran riqueza que encierra. Esto es lo que hacían, en los primeros siglos de la Iglesia, los que se preparaban para bautizarse en la noche de Pascua: el evangelio de hoy, y el de los dos domingos próximos (el del ciego de nacimiento y el de la resurrección de Lázaro) eran el punto de partida de las últimas catequesis que recibían para conocer profundamente la fe.

Nosotros ahora no tenemos tiempo de hacer este repaso minucioso. Pero cada uno puede hacerlo en su casa: sería un buen trabajo de reflexión y plegaria cuaresmal. Lo que yo voy a hacer ahora será sólo destacar un par o tres de cosas que nos puedan ayudar un poco este domingo de cara a prepararnos más para la Pascua.

-El tipo de persona que es Jesús

Lo primero es darnos cuenta de qué tipo de persona es Jesús. Qué carácter tiene, si queréis decirlo así. Jesús es una persona cercana, que no le gusta marcar distancias, que no se hace el importante, que no tiene ningunas ganas de poner barreras a nadie. Y que, por ser así, no tiene ningún miedo de romper con las costumbres y los prejuicios sociales.

Por ejemplo, hoy lo comprobamos al ver la tranquilidad con que pide agua a aquella mujer samaritana. Está cansado del camino y tiene sed. Y aquella mujer viene con un cubo para sacar agua del pozo y Jesús, sin ningún problema, le pide agua. Y la mujer se sorprende, y los discípulos después también. Porque los buenos maestros de Israel no trataban con mujeres y menos con mujeres del pueblo de herejes de Samaria. Pero Jesús no tiene complejos de este tipo. Jesús no tiene un carácter cerrado, que rechace a éste o sienta antipatía por aquel otro. Porque, si tuviera un carácter así, Jesús no podría ser fiel a su misión.

Jesús quiere llevar el amor de Dios para todos, y por tanto es capaz de tratar con todo el mundo y ser amigo de todos, aunque esto no esté bien visto. De hecho, ahora, Jesús también trataría con gente que no está bien vista, y también sería criticado (¿quizá por nosotros mismos?) como lo era entonces...

-Jesús propone buscar un agua que dé vida Lo segundo que podríamos destacar del evangelio de hoy es ver qué es lo que Jesús quiere decir, qué quiere que aquella mujer entienda. La mujer está ajetreada con el trabajo de cada día, con tener que ir a buscar cada día agua al pozo, con sus enredos familiares... y Jesús le habla de un agua que da vida para siempre, un agua que hace vivir verdaderamente, un agua que, cuando uno se llena de ella, ya no se acaba nunca.

A aquella mujer quizá no le había pasado nunca por la cabeza tener otro anhelo más que el ir comiendo y tirando cada día; no se le había ocurrido nunca que pudiera haber cosas más importantes, que dieran más vida. Y Jesús le hace dar cuenta de que estas cosas existen, y valen la pena. De hecho, todo el evangelio de Jesús será esto: hacer caer en la cuenta a todos los que le escuchan de que la felicidad y la vida se hallan en la apertura a los demás, en el servicio a los pobres, en la renuncia al afán de dinero y de poder, en la búsqueda del amor; en Dios, al fin y al cabo. Cierto, Jesús no le dice a aquella mujer que no vaya a buscar más agua: esto, tendrá que seguir haciéndolo; pero podrá vivir más auténticamente si su vida no se acaba con estas pequeñas preocupaciones cotidianas.

Después, cuando los discípulos regresen del pueblo de comprar comida, Jesús les resume lo mismo que ha estado diciendo a la mujer. "Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra", les dice. Y de eso se trata: de cambiar el corazón y el alma de tal manera que lo que deseemos, lo que nos alimente y satisfaga, sea el seguimiento del camino de Dios, el seguimiento del Evangelio.

-Jesús nos llama a ser felices

Y aquí entraríamos en el tercer y último aspecto que quería destacar, y que me parece que es el gran mensaje del evangelio de hoy. Y es que, lo que Jesús propone, lo que Jesús ofrece, lo que Jesús quiere para nosotros, es que seamos felices. Y lo que nos dice es esto: Si seguís mi camino, si buscáis lo mismo que yo, vuestra vida sera como un torrente de agua en medio del desierto, como una fuente viva que todo lo llena, que todo lo convierte en una maravilla de verdor y fecundidad.

La Cuaresma nos llama a convertir nuestras vidas y a acercarnos a la vida del Evangelio de Jesús. Pero eso no es porque sí o porque alguien nos lo mande. Sino porque queremos ser felices, y sabemos que este es el camino de la felicidad. El Evangelio de Jesús, el camino de Jesús que lleva a la cruz, nos abre la fuente de agua viva de la Pascua, la luz sin ocaso de la Pascua.

JOSEP LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1993/04


15.

-«El te daría agua viva»

El tema del agua y de la sed es muy sugestivo. Es un signo utilizado en la historia de la salvación muchas veces, con lecturas muy variadas. Hoy se nos presenta a:

1. Un pueblo torturado por la sed en el desierto, exigente y rebelde contra Dios.

2. Una mujer que no termina de saciar su sed: muchas caminatas con el cántaro a cuestas a por el agua del pozo.

3. Jesús, fatigado del camino, sediento a medio día, pide de beber.

Es muy distinta la sed en cada caso, y muy distintas las lecturas del agua que se pide o que se ofrece. De todos modos, la sed siempre será un signo de un deseo insatisfecho. Hasta podríamos definir al hombre como un ser que siempre tiene sed.

-La sed del pueblo

Por el desierto, es estrictamente corporal. Pero esta sed se eleva a categoría de signo o prueba religiosa. La cuestión es: ¿Está o no está Dios con nosotros? Esta sed se convierte en piedra de escándalo, en lugar de reyerta contra Dios. El pueblo querrá poner a prueba a Dios y tentarlo. Diríamos que esta sed es tentación para el pueblo y para el mismo Dios.

-¿Está o no está Dios con nosotros?

Esta es la cuestión. ¿Para qué nos sacó de Egipto? ¿Para torturarnos en el desierto con la sed, el hambre, las serpientes, los enemigos? Si Dios nos acompaña, ¿por qué no nos libra de tantos peligros?, ¿por qué no «convierte las piedras en pan» o saca fuentes de agua de las mismas arenas?, ¿por qué no nos lleva en volandas hasta la tierra prometida?

Es una pregunta que ya conocemos, pero que no deja de repetirse. ¿Por qué Dios permite tanto, tanto sufrimiento? ¿Por qué este accidente, este cáncer, esta silla de ruedas? ¿Por qué Dios nos deja aquí tirados en el paro o tumbados en la cama de enfermo?

La respuesta sólo viene de una fe purificada. El Dios de Jesucristo no es «omnipotente», sino «débil»; no nos libra de los problemas, pero nos acompaña; no nos ahorra sufrimientos, pero los comparte. Desde la fe, la aceptación, surgirá el milagro: un agua que brota de la roca o del corazón y te satisface y te llena de alegría. La sed de la samaritana es más bien psicológica. Ha tenido cinco maridos y el sexto no es su marido. A pesar del pozo y de los seis maridos, siente una sed tremenda.

-Otros pozos

Es la insatisfacción que dan las cosas o las personas cosificadas. Ni el sexo ni el placer ni el consumo satisfacen por sí mismos. El sexo, aislado del amor, no satisface, sino que hastía. La droga, de cualquier clase que sea, no satisface, sino que arruina. El consumo, que acumula cantidad, no satisface, sino que agobia. Siempre insatisfechos. Siempre se quieren otros pozos, otros maridos, otras drogas, otras cosas. Pero lo que necesitamos no son otras cosas, sino otra cosa; no cantidad, sino calidad; no materialidades, sino espíritu; no más agua del mismo pozo, sino agua de otro pozo, la que ofrece Jesús; no un hombre más, sino un hombre nuevo, Cristo; no otro marido, sino el esposo verdadero, que es el Mesías.

-Sed de la humanidad

La sed de la samaritana puede entenderse también en sentido religioso. Es la sed del pueblo infiel, que no encuentra satisfacción ni seguridad en sus ídolos y camina a ciegas y sin libertad de un dios a otro, de un templo a otro. Es la sed de la humanidad doliente y religiosa, pero que no encuentra al Dios que la salve, la libere y la llene de luz. El agua del pozo, la religión judeo-samaritana, era del todo insuficiente para calmar esa sed.

-La sed de Jesús

Es espiritual. Pide de beber el que puede saciar a todos los sedientos. Pide de beber a la samaritana, para que ella le pida de beber. Pide de beber a la mujer de muchos maridos, para que pueda encontrar, como Rebeca, la del cántaro, al esposo verdadero. Jesús es el esposo que ofrece su amor a la mujer infiel y pide respuesta de amor. Jesús tiene sed de nuestro amor.

-Sed de Dios

Es la misma sed que gritó Jesús desde lo alto de la cruz, también a la hora sexta. ¿De qué tenía sed Jesús? Tenía sed de amor, de manifestar a todos su amor, de salvar a todos con su amor. El amor tiene sed de amar. Tenía sed de justicia, no sólo la que se da entre los hombres, sino la que regala Dios. Tenia sed de la palabra de Dios, que era su alimento y su refrigerio. Tenía sed de Dios. «Yo tengo por comida un alimento que vosotros no conocéis».

Jesús recogía también la sed de todos los hombres, pero era él quien únicamente podía saciar esa sed. Es Jesús quien ofrece a la samaritana y a todos los hombres el agua viva que sacia plenamente. «El que tenga sed, que venga a mí y beba», gritó Jesús el último día de la fiesta de los Tabernáculos (Jn. 7, 37).

El agua que ofrece Jesús, la que brota también de la roca de su costado, la que se convierte en surtidor perenne de agua viva, que «salta hasta la vida eterna» y en «ríos de agua viva que corren de su interior», no es otra que el Espíritu Santo, del que dice Pablo que «se ha derramado en nuestros corazones». Este Espíritu también se llama Amor de Dios.

Así, del agua de la ley se pasa al agua del Espíritu, del agua del temor al agua del amor, del agua de las obras al agua de la gracia, del agua de la servidumbre al agua de la filiación, del agua de la debilidad al agua de la fortaleza.

"EI que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed". Promete Jesús la satisfacción plena: nuestros deseos cumplidos, nuestros dolores calmados, nuestras pasiones liberadas, nuestras hambres satisfechas, nuestras ausencias llenas y nuestras esperanzas a tope.

Y el origen secreto de tanta dicha está en el Espíritu de Jesús, derramando sobre nosotros un manantial de paz, de gozo, de luz, de fuerza, de amor.

La samaritana ya no tendrá necesidad de volver al pozo, ni buscar marido, ni de subir al templo de Garizin. El Mesías se desposará con ella y le dará en dote el don del Espíritu, por el que podrá «adorar al Padre en Espíritu y ver- dad». No necesitará volver al pozo, porque ella será pozo vivo; no necesitará subir al templo, porque ella será un templo vivo; no necesitará buscar otro marido, porque ya encontró el verdadero. «Señor, ¡dame esa agua!».

CARITAS
LA MANO AMIGA DE DIOS
CUARESMA Y PASCUA 1990.Pág. 64-67


16.

El episodio de la samaritana, junto con el del ciego de nacimiento (Jn 9,1-41) y la resurrección de Lázaro (Jn 11, 1-45, sirvieron de base a la Iglesia durante siglos para su catequesis más importante: la preparación de los catecúmenos para su bautismo en la vigilia pascual. Se leen, en el ciclo A, los domingos anteriores a la Pascua (tercero, cuarto y quinto de Cuaresma, respectivamente). En los tres tenemos un mismo itinerario: del agua del pozo de Jacob al agua viva para la eternidad; de la luz para los ojos a la luz de la fe; de la muerte a la vida que surge del sepulcro.

También hoy deberían ser los textos básicos para la preparación de los cristianos a la celebración de la Pascua. Estos pasajes parten de hechos de vida, de la realidad humana más honda. Hay siempre en ellos un diálogo y una interpelación personal. Un diálogo que se basa en "signos" que es preciso saber "leer" para descubrir todo el contenido significado en ellos. Un diálogo que siempre desemboca en el descubrimiento de Jesús como respuesta a las más hondas aspiraciones humanas.

1. Situación religiosa de Samaria La envidia de los fariseos ha obligado a Jesús a suspender sus actividades en Judea. Y regresa a Galilea. Este texto describe la buena acogida hecha a Jesús en Samaria -región heterodoxa y despreciada-, en contraste con el rechazo de los dirigentes de Judea. Es una constante en toda la vida de Jesús: rechazado por los "buenos" y aceptado por los "pecadores". Unos setecientos años antes de Jesús, los asirios habían invadido Samaria y deportado a parte de la población. Poblaron la región con habitantes de Asiria. Los samaritanos eran los descendientes del cruce de las razas asiria y hebrea. Además, hacía unos cuatro siglos que la comunidad samaritana se había separado definitivamente de la comunidad judía y construido su propio templo sobre el monte Garizin -monte santo de los samaritanos-, rival del de Jerusalén. Un sacerdote, expulsado por Esdras, se había refugiado en Siquén e instituido un culto y un sacerdocio en ese templo. Al hacerse la ruptura definitiva, los samaritanos fueron tenidos por cismáticos. Aunque el templo estaba destruido en tiempos de Jesús (lo había destruido el año 129 antes de Cristo el rey judío Juan Hircano), su cima seguía siendo lugar de culto y allí subían los samaritanos a rezar y a hacer sus sacrificios. Aun hoy los samaritanos celebran en dicha cima todos los años la fiesta pascual, siguiendo al pie de la letra las normas bíblicas.

Enfrente del Garizin está el monte Ebal, el monte de las maldiciones. En medio de ambos, Sicar y el pozo de Jacob. El tema central es el del Espíritu, simbolizado en el "agua viva". El Espíritu, que establece con Dios una relación de amor. Los antiguos cultos y templos ya no serán necesarios.

2. Conocer el don de Dios es apuntarse al camino de Jesús "Tenía que pasar por Samaria". Aunque era el camino más corto, podía haberlo evitado pasando por la Transjordania, por el valle del Jordán arriba. Esta ruta era la más incómoda, sobre todo por el calor sofocante de este valle. Por eso, la mayoría de los que hacían el recorrido se decidían por la montaña, a pesar de las hostilidades existentes entre los judíos y los samaritanos.

Elige, pues, la ruta más corriente para pasar de Judea, situada al sur, a Galilea, región del norte. Pasa por Samaria porque era necesario para su misión mesiánica. La nueva Alianza se dirige a toda la humanidad. Llega a este país enfrentado con los judíos, que consideraban a los samaritanos como una raza inferior. Cuando más adelante quieran insultarlo, lo llamarán "samaritano" (Jn 8,48).

El proceso de la mujer samaritana es un camino típico hacia la fe: la mujer se siente conocida, pero intenta desviar el encuentro hacia temas secundarios, huyendo del planteamiento personal. Todos tememos los planteamientos personales, porque llevan necesariamente a compromisos imprevisibles y costosos. Sin embargo, el camino de la fe pasa necesariamente por el planteamiento y la aceptación de los problemas personales, porque existe una profunda relación entre conocernos personalmente y amarnos, entre ser conocidos y sentirnos amados. De este sentirnos amados nace la posibilidad de abrirnos al don que Dios nos ofrece por Jesús. Don ofrecido sin otra condición previa que el reconocer que tenemos necesidad de El, que lo anhelamos.

Conocemos perfectamente el lugar del encuentro de Jesús con la samaritana. No hay otro "pozo hondo" en toda la región. Los patriarcas eran nómadas que iban de un lugar a otro con sus familias y ganados. Algunos de ellos habían cavado pozos para servirse de ellos en sus idas y venidas. Así lo hicieron Abrahán (Gén 26,15-22) y Jacob, según este texto. Aquel pozo, según datos arqueológicos estuvo en uso desde el año 1000 antes de Cristo hasta el 500 de nuestra era.

Juan nos va a describir el encuentro con abundancia de detalles. Todo es normal: mediodía, la hora de la sed; después de un largo viaje, Jesús está cansado y tiene sed; llega una mujer a buscar agua. Si hubiéramos vivido algún verano en Palestina y caminado con temperaturas superiores a los cuarenta grados sin encontrar agua durante muchos kilómetros, no necesitaríamos ninguna imaginación para comprender esta narración. Para lo que sí necesitaremos imaginación es para comprender el doble significado del agua y el simbolismo que encarna la mujer.

Está "cansado del camino". Es el resultado de la siembra que está haciendo. Su vida es un continuo caminar hacia adelante. Lo mismo debe ser la nuestra. El "manantial", símbolo de las instituciones judías, va a ser sustituido definitivamente por la persona de Jesús "sentado junto al manantial".

La mujer samaritana, representante de Samaria, se encuentra con el Mesías. Jesús comienza la conversación: "Dame de beber". Un buen medio para captar la benevolencia del enemigo es acercarse a él en actitud de petición. La humillación que supone pedir elimina las barreras y predispone para un posible diálogo. Es lo que hace Jesús en esta ocasión: pide agua, tiene necesidad de los demás; todos podemos darle algo. Por ser hombre, tiene sed y es, así, solidario con las necesidades de todos los hombres. Pide una muestra de solidaridad humana; esa solidaridad que une a los hombres por encima de las culturas y de las barreras políticas y religiosas. Dar agua era señal de acogida y hospitalidad.

Jesús ha derribado la barrera que los separaba. Se presenta como un hombre necesitado, en situación de dependencia, reconociendo que ella puede ofrecerle algo indispensable. Con ello dignifica a la mujer, tan menospreciada en aquella época. La mujer saborea una venganza en nombre de todos sus paisanos. Un judío tiene necesidad de algo, y ella, samaritana, se aprovecha humillando a aquel peregrino sediento: "¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?" Desaparecen el hombre y la mujer para dar paso al judío y a la samaritana, para dar paso a los prejuicios de razas, causantes de gran parte de los conflictos que han ensangrentado la historia de la humanidad. Mientras su sed corporal la saciaba con el agua del pozo su sed del espíritu pretendía acallarla con el odio y el resentimiento. Simboliza a los que buscan saciarse con posturas egoístas y en una religión cerrada y polémica.

Jesús no se fija en la provocación, no acepta el diálogo en el plano del enfrentamiento ni de las puyas. Escucha el desahogo de la mujer. Sabe que, con frecuencia, es una careta que esconde un profundo sufrimiento. Y se limita a responder con cierto tono misterioso: "Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva". Le ha pedido un favor, pero está dispuesto a corresponder con otro mayor que el suyo. El está libre de todo prejuicio.

El agua viva no brota de la tierra; es, en Jesús, un don del Padre, una vida eterna. La mujer no conoce más agua que la del pozo y piensa que el agua ha de extraerse con el esfuerzo humano. No conoce, ni se imagina, un don gratuito de Dios. No está preparada para este giro en la conversación. Jesús se convierte en donante. La mujer se da cuenta de lo difícil que es sostener su juego con aquel desconocido. Ha entendido tres cosas: éste se cree alguien, y le llama "señor"; tiene que poseer algún secreto importante; presume de poder sacar agua del pozo. Y le responde en los tres puntos: "¿eres tú más importante que nuestro padre Jacob?", "¿de dónde sacas el agua viva?", ¿con qué vas a sacar el agua? Jesús la ayuda a dar un paso más hacia la verdad: "El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed". Sin afirmar explícitamente su superioridad sobre Jacob, la da a entender. No quita valor al agua del pozo; se limita a declarar su insuficiencia. El agua del pozo de Jacob podía apagar la sed física. Jesús le ofrece un agua de otra naturaleza, un agua que puede satisfacer las exigencias más profundas del corazón humano. El lenguaje, simbólico, es claramente existencial. Sólo quien haya experimentado la sed del desierto puede entender que el agua sea el don más preciado, el símbolo de lo único que al hombre puede satisfacer plenamente.

La insaciable sed humana no tiene pozos suficientes para saciarse. En cada pozo de agua nos llevamos a la boca un ardiente desierto, aunque estemos convencidos que tenemos suficiente frescura y humedad para vivir. Jesús nos plantea la desproporción entre la sed del hombre y las posibilidades que ofrecen las criaturas y la sociedad para apagarla. El corazón del hombre ha sido creado demasiado grande, y todas las posibilidades que nos ofrece la sociedad nos dejan un enorme vacío, que está necesitando de algo infinito para llenarlo. El agua que nos ofrecen todos los pozos que se encuentran por los caminos del mundo solamente nos pueden calmar de momento la sed. Pero la sed de infinito aparece cada vez con más insistencia y nos exige un agua superior para acallarla.

Frente a las propuestas humanas, Jesús nos presenta también las suyas. Al agua del pozo propone el agua que brota para la vida eterna. Un agua que bastará beber una vez para que la sed se calme para siempre, porque el Espíritu quedará interiorizado en el hombre. Es el "nuevo nacimiento", desarrollado en la entrevista con Nicodemo (Jn 3,1-21). Jesús no condena nuestras pobres alegrías; lo que hace es proponernos algo mejor, más definitivo. Y este algo tiene que brotar de dentro, porque las ilusiones, el deseo de infinito, lo tenemos dentro de nosotros y dentro tenemos que descubrirlo. Nos quedaríamos lejos de lo que es la fe si nos limitáramos a un encuentro con Jesús como con Alguien que está fuera de nosotros. Es fundamental su afirmación: "El agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna". El Espíritu que El comunica se convierte dentro de cada hombre en un manantial que brota continuamente y que continuamente da vida y fecundidad, un manantial que va desarrollando a cada uno en su verdadera dimensión humana.

La vida verdadera, la que sacia el corazón humano, no está fuera del hombre: brota de sí mismo. Jesús no nos proporciona el agua viva desde el exterior: nos descubre a cada uno el misterio de nuestra personalidad, nos revela a nosotros mismos. Este descubrimiento es el que se va dibujando en sus palabras, con las que progresivamente va desvelando a la samaritana quién es ella. Por eso no habla del agua viva más que a una persona que busca agua y a la que antes le ha pedido que dé de beber a un enemigo. La personalidad de Jesús, su agua viva, no la captan más que los hombres que buscan, para sí y para los demás, "agua" que sacie sus vidas. Es inútil discutir sobre Jesús con gente que no busca nada, que no se ha comprometido con lo profano. Porque Jesús no está por encima ni al margen de lo profano; está dentro y más allá.

Deberíamos leer lenta y contemplativamente este pasaje evangélico. También nosotros hemos encontrado a Jesús en nuestro camino, cuando estábamos muy ocupados en las tareas cotidianas, como la samaritana que iba a sacar agua. Y, como ella, tampoco nosotros nos habríamos dado cuenta de su presencia junto al manantial que todos tenemos dentro, si El no nos hubiera llamado y sorprendido al decirnos que quería algo de nosotros. Lo que nos hace creer no es ningún gran esfuerzo nuestro, ni nuestra sensatez, ni nuestra inteligencia, ni nuestra bondad. Creemos porque hay Alguien dentro de nosotros que nos impulsa a ello, creemos aunque no lo sepamos explicar y a veces pensemos que estamos perdiendo el tiempo. Creemos, en definitiva, porque Jesús se ha cruzado en nuestro camino y ha querido entrar en contacto con nosotros.

Con su promesa de vida, Jesús ha despertado el anhelo de la mujer, que se declara dispuesta a abandonar para siempre el pozo de la ley y de la tradición que no ha conseguido calmar sus deseos. Su reacción es opuesta a la de Nicodemo. Ella, rompiendo con el pasado, quiere nacer de nuevo: "Señor, dame esa agua: así no tendré más sed ni tendré que venir aquí a sacarla". En lo más emocionante de la comedia en que hemos convertido la vida, damos una nota fuera de tono, quizá la única nota verdadera, la que encierra más autenticidad. Nuestro yo más profundo, más verdadero, cansado de soportar la farsa que recita a gusto del público, lanza un grito de dolor... La mujer ha pedido el "agua viva" y Jesús no la dejará escapar. Se han cambiado las tornas: ella le pide a El. Al principio expuso Jesús su necesidad física, común a todo hombre, y se ofrece ahora para calmar la sed de la vida plena. La fe en Jesús no llega a ser verdadera si cada uno, personal y libremente, no entra en relación con El. Es en ese encuentro personal donde podemos intuir la vida plena que encarna. También la mujer tenía sed y está cansada de ir a un pozo que no se la calma. Su pensamiento se dirige a la fatiga de cada día para ir a buscar agua. El agua que le ofrece Jesús es una bicoca.

Dámela y me ahorrarás todo este trabajo de venir al pozo. No acaba de entender lo referente al Espíritu. Lo interpreta de la misma manera que nosotros. También nosotros le pedimos a Jesús esa "agua viva", esa agua que es vida y hace vivir. También nosotros nos hemos apuntado a su camino, queremos llenarnos de su amor, hemos creído que merecía la pena seguirle, le hemos pedido que nos enseñe a vivir como El vivió, que nos dé su fuerza, su amor, su paz, su libertad, su vida. Animados por su "agua viva", intentamos vivir como hombres nuevos. Como la samaritana, también nosotros nos hemos encontrado con Jesús y hemos experimentado que su presencia nos daba felicidad, nos hacía crecer, daba sentido a nuestra vida y a nuestra muerte... Y creemos que durará siempre. Es la tentación del "milagro" (Mt 4,5-7; Lc 4,9-12) Pero hay momentos en los que, de repente, volvemos a tener sed. Quizá lo disimulamos durante algún tiempo, usando esas caretas del disimulo a las que somos tan aficionados los hombres. Pero, con careta o sin ella, aparece nuestro rostro verdadero surcado de insatisfacciones. Todos sabemos lo difícil que resulta mantener la ilusión en las tareas que piden un esfuerzo constante; todos sabemos que en ciertos momentos es difícil no echarse atrás, no abandonar la lucha. A veces lo abandonaríamos todo, nos sentaríamos al borde del camino, sobre todo cuando los que tienen la obligación de apoyarnos nos vuelven la espalda. La fuente que tenemos dentro de nosotros puede secarse. En nuestros desalientos, en nuestras dudas necesitamos recurrir una y otra vez a Jesús, fuente inagotable de nuestra vida.

La samaritana pide ayuda, pide de esa agua. Y Jesús le da su ayuda inmediatamente: "Anda, llama a tu marido y vuelve". Jesús ha ofrecido el "agua viva"; sólo después de haber despertado el anhelo denuncia el mal. Primero expone la calidad de su don, luego señala los obstáculos para recibirlo. Comienza con lo positivo; su denuncia no deja a nadie desamparado. No pide una ruptura que deje en el vacío.

La samaritana y Jesús están situados en dos planos, en dos mundos distintos. Poco a poco la mujer se irá acercando a Jesús, comenzando a creer, a vivir de esa novedad que Jesús le insinúa. Jesús ha tocado su problema, su pena. Después que sienta su problema, podrá acoger el evangelio. La mujer comienza su confesión: "No tengo marido". Jesús la ayuda: "Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad". Su vida ni es ejemplar ni feliz: ligereza, inestabilidad, desilusiones dadas y recibidas... Todos los del pueblo conocen su historia. Pero este desconocido ha venido ahora a dejar al descubierto su corazón y su vida de miseria.

El primer paso para acceder al agua viva es la sinceridad con nosotros mismos. Es el paso más difícil: esa sutil y alta barrera que nos impide ver más allá de lo que queremos ver. Para alimentar esta barrera nos permitimos todo: cerrar los ojos, no escuchar, ponemos la máscara que oculte nuestra insatisfacción, aferrarnos a ritos... Todos tenemos nuestra forma de mentirnos a nosotros mismos. Todos tenemos miedo a nuestra verdad desnuda. La samaritana es símbolo de Samaria. Los cinco maridos y el actual, pueden describir el pasado y el presente irregulares de aquella mujer; y pueden ser también símbolo de los samaritanos, que tuvieron cinco dioses, y el que actualmente tienen -Yavé-, lo tienen de forma ilegítima (ver 2 Re 17,30-33).

El marido representa la búsqueda de seguridades opuestas al designio de Dios, toda alianza contraria a la suya, la pretensión engañosa de encontrar solución fuera de El, todo aquello a lo que nos atamos como un refugio a nuestra debilidad y mediocridad. Esta mujer buscaba en el marido lo que no encontraba dentro de sí misma. Pero el marido no le podía dar lo que buscaba su corazón; por eso reconoció que no tenía marido, que su felicidad era totalmente artificial. Samaria había traicionado a Dios, el Esposo del pueblo, buscando otros apoyos. Pero no había apagado su sed, traducida en esa búsqueda incesante de maridos, que no la habían llevado al encuentro del único Dios. El agua que le dé Jesús satisfará su sed, será el encuentro definitivo con el Dios verdadero. Ante la petición de agua por parte de la mujer, Jesús la invita a tomar conciencia de su vida y culto prostituidos. Esto explica que ella pase a continuación al tema de los templos.

3. Dios quiere adoradores "en espíritu y verdad" "Señor, veo que tú eres un profeta". La presencia de este desconocido que ha leído en su corazón se le hace cada vez más inquietante. Y procura desviar la conversación hacia controversias religiosas. Sus esquemas religiosos están anticuados. Le plantea a Jesús la gran cuestión que dividía a los dos pueblos: ¿Dónde se debe adorar a Dios? Cuestión que sigue dividiendo a los creyentes de todas las religiones y que Jesús zanjó con su respuesta. Siempre buscamos una escapatoria para evitar una decisión personal, una decisión revolucionaria y radical. Ciertas dificultades intelectuales, ciertas teorías, no son más que una coartada para no rendirnos ante Dios o ante una evidencia. Muchas veces charlamos o discutimos porque no queremos o no sabemos decidirnos a vivir. Es muy difícil convertirse. Es muy difícil comprometerse. Es muy difícil dar un salto en el vacío. Por eso inventamos tantas pegas, nos sacamos de la manga tantas leyes. Las tentaciones de Dios resultan mucho más peligrosas y comprometidas que las del "diablo".

¿Hay que adorar a Dios en el Garizin o en Jerusalén? Jesús se sitúa por encima, resuelve el problema colocándose en otro plano, abriendo unos horizontes insospechados. Los hombres pensamos con frecuencia que resolvemos las controversias eliminando motivos superficiales, sin tener en cuenta que es necesario afrontar las causas profundas que están en su origen si queremos arreglar algo.

Si Dios estuviera fuera del hombre, en una montaña o en un templo, en un río o en una gruta..., ese Dios estaría muerto. Y lo mismo el culto y los ritos que se le ofrecieran y los adoradores que los celebraran. Los hombres no podemos estar al servicio de las piedras ni de los ritos. Dejémonos de lugares sagrados y de discutir si Dios está en nuestra religión más que en las otras...

Dios busca la verdad del corazón humano, y todo culto o fe que no nace de ese corazón verdadero es un culto y una fe muertos. Dios se manifiesta en el hombre que vive el amor universal. Si Dios tiene su casa y su altar en el corazón del hombre sincero, ¿quién le pondrá límites? ¿Podremos decir que adoramos a Dios sólo porque nuestros labios pronuncien su nombre o nuestras manos hagan gestos religiosos? ¿Valdrán de algo nuestras ofrendas si nuestro corazón es ajeno a ellas? El templo, los ritos..., no tienen valor en sí mismos; lo adquieren cuando expresan la sinceridad del corazón humano. Si no hay "cuerpo" entregado, si no hay "sangre" derramada, no hay culto de vida.

La desviación de la conversación hacia los lugares de culto sirve a Jesús para abrir caminos hacia el Dios verdadero; y lo hace con las palabras más revolucionarias de todo el Nuevo Testamento sobre el culto. Ahonda en las exigencias de la antigua controversia: "... los que quieran dar culto verdadero, adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad".

No se trata de elegir entre el culto samaritano o el culto judío, porque ambos están prostituidos. Ha terminado la época de los templos. Denuncia la idolatría de los samaritanos: el único Dios verdadero es Aquel a quien está dedicado el templo de Jerusalén. Por eso le dice que la salvación sale de la comunidad judía. El verdadero culto a Dios suprimirá el culto samaritano y el judío, para sustituirlo por un culto nuevo: el culto en espíritu y verdad, que es el culto del amor. El Padre busca esos adoradores porque busca el bien del hombre, y el amor es el bien supremo. Un culto a Dios que dejará de ser vertical, porque El está presente dentro del hombre por el Espíritu. El Padre y Jesús son compañeros de vida del que practica el amor. El culto antiguo exigía del hombre una renuncia a bienes exteriores; era una humillación del hombre ante un Dios soberano. El nuevo culto, lejos de humillarlo, lo eleva, haciéndolo cada vez más semejante al Padre.

Consiste en testimoniar que Dios es Padre con una vida de verdaderos hijos suyos y hermanos de todos los hombres. ¿Cómo ser verdaderos hijos sin ser, a la vez, hermanos? Dios no espera dones; busca amor. Con frecuencia estamos inquietos por los lugares de culto: que si en la iglesia, que si fuera de ella. Buscamos lugares, sitios en los que recuperar fuerzas, evadirnos, encontrar otra realidad... Nuestra sociedad moderna está llena de discotecas, de lugares de diversión y de evasión... Pero ¿dan la felicidad? Jesús nos dice que el Padre quiere adoradores "en espíritu y verdad". Y a esos adoradores les promete el "agua viva", les promete saciar la sed de infinito que vive dentro del corazón humano. Al llamar "Padre" a Dios, lo hace pasar de la esfera de lo sagrado a la de la familia. Se propone formar la familia humana. Jesús derrumba los templos, los sacrificios, las fiestas establecidas, los espacios y los tiempos sagrados. La existencia misma dedicada al bien de los demás, es el culto al Padre, que vive con el hombre. Entre Jesús y la samaritana, en medio de la naturaleza, nace un culto verdadero. Para reconocerlo tenemos que tener una nueva sensibilidad. El Espíritu de Dios, que fecunda y da vida, que es fuente de verdad, de amor, de justicia, de libertad, de esperanza, de paz..., está dentro de nosotros como "un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna".

Para nosotros, creyentes, la fe es una opción hecha. Vivimos creyendo que el Espíritu es un "surtidor de vida dentro de nosotros". Actuar en consecuencia es obrar "en espíritu y verdad", es obrar en cristiano. El templo, las religiones, dividen a los hombres. Y Jesús nos hace descubrir a Alguien por encima del templo y de los montes sagrados y de las religiones: al Padre. A la religión exterior, a la teología superficial que le presenta la samaritana, responde con la religión interior del amor. No es que quiera excluir lo exterior, sino que quiere fundamentarlo en lo interior. No se trata de una religión desencarnada, sino de una religión cuyo centro no está ya en Jerusalén ni en su templo, sino en el corazón de cada hombre. Los verdaderos adoradores tienen que adorar: en espíritu, con esa parte de nosotros mismos que nos acerca más a Dios, que es el Espíritu; en verdad, porque Dios es la verdad.

De esta forma quedan excluidas todas las hipocresías religiosas, que son muchas. Y quedan unidas la fe y la vida. Se pasa del templo de piedras al templo de piedras vivas. Los hombres nos hacemos lugar de Dios. Y nos hacemos también sacerdotes, sacrificadores de nosotros mismos, a través de nuestra adhesión al plan de amor del Padre sobre toda la creación. No sólo de nuestras cosas externas, sino de nuestra misma vida, dirigida plenamente a Dios por la fe y el amor. Lo único que Dios quiere de nosotros, que no lo tendrá si nosotros no se lo damos porque no quiere tomarlo sin nuestro consentimiento, es nuestro corazón, a nosotros mismos, personas vivas, creadas a su imagen y semejanza. Dios es "celoso" de su propia imagen, esculpida en cada uno de nosotros. Nos quiere a través de una decisión espontánea y libre. De esta forma empieza el culto "en espíritu y verdad". "El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.(Jn 14,23) Es inútil toda reforma litúrgica en la Iglesia si no partimos de estas palabras de Jesús. La gran reforma litúrgica del culto es la que se dirige al interior del hombre y no a las formas externas.

Quizá la mujer no entendió, o quizá buscaba ganar tiempo dejando para más adelante los compromisos a que le llevaría esta entrevista, y deja para la llegada del Mesías el paso decisivo. Se muestra dispuesta a aceptarlo cuando llegue. Ante su apertura al futuro y su esperanza, Jesús se le revela: "Soy yo: el que habla contigo". Jesús ha ido siguiendo a la mujer, que saltaba de un pensamiento a otro, de una argumentación a otra. A cada una de sus ideas ha respondido con una imagen superior. Ahora llega a la conclusión. La revelación ha sido completa. Su modo de actuar es muy extraño: a una mujer repudiada por cinco maridos y que ahora es concubina de un sexto, le hace Jesús su gran revelación. Con la "esposa" Israel no ha podido hacerlo. Y eso que El es el esposo.

4. "La mujer dejó el cántaro y se fue al pueblo..." "Llegaron sus discípulos y se extrañaban de que estuviera hablando con una mujer". La conversación de un rabino con una mujer era considerada como no recomendable. No debía perder el tiempo hablando con ellas, pero no había ninguna ley que lo prohibiera. Los rabinos creían que era tiempo perdido enseñar a las mujeres y decían que era mejor "quemar las palabras de la Ley que perder el tiempo enseñándolas a una mujer". Pero Jesús no fue a la escuela de los rabinos, e hizo bien en perder así el tiempo. Los apóstoles se extrañan porque no han superado la discriminación de la mujer en aquella sociedad. Al llegar los discípulos con la comida, la mujer aprovecha y se va. Su respuesta de fe al Mesías es romper con la ley: "Dejó su cántaro", imagen de la ley y que era su conexión con el pozo; dejó su forma vieja de entender la fe. Al contrario que Nicodemo, ha entendido perfectamente. Corre a la ciudad a comunicar a todos sus paisanos su descubrimiento. No lo describe como un judío, pues Jesús ha anunciado el fin de la discriminación de razas y de sexos. Es "un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho". Jesús le ha descubierto su pasado y ella ha reconocido su adulterio. No publica los temas de su conversación, se limita a sacudir la indiferencia, a suscitar el interés. Propone su mensaje en forma interrogativa: "¿Será éste el Mesías?" Quiere que cada uno, como ella, llegue a su conclusión personal; cada uno debe verlo con sus propios ojos. El encuentro tiene que ser personal.

El comportamiento de la mujer es parecido al de los discípulos cuando encontraron a Jesús: Andrés fue a buscar a su hermano Simón; Felipe, a Natanael (Jn 1,41-45). Ella va al pueblo y anuncia. La respuesta de los habitantes es unánime e inmediata. Todos estaban sedientos y van en busca del "agua viva". Ante un futuro de esperanza, todos responden. Lo mismo que la mujer, son conscientes de que les falta algo esencial. Jesús, al verla volver acompañada de sus paisanos, tuvo que experimentar una gran emoción. Los apóstoles, que habían ido también al pueblo, no supieron plantear el interrogante que logró aquella mujer. ¿Habían perdido el primer entusiasmo y se habían acostumbrado al maestro? Nuestro gozo no puede quedar dentro de nosotros. A través de todo cuanto hacemos y decimos debemos comunicarlo a las personas que nos rodean, porque realmente merece la pena. Pero debemos tener claro que esa comunicación no es una empresa que nos montamos por nuestra cuenta. Incluso una mujer como la samaritana es considerada idónea para transmitirlo. Todo cuanto hacemos debe estar marcado por la presencia de Jesús.

La mujer no juega a hacer de Mesías. Se limita a conducir a Jesús a sus paisanos, ofreciéndoles su propio y doloroso testimonio. Jesús hará lo demás. Después de haber provocado el encuentro de sus paisanos con Jesús, ella puede retirarse. Cuando nos empeñamos en estar en el candelero, acabamos por servir de pantalla, tapando al personaje principal. Los discípulos invitan a Jesús a comer, pero El no acepta su comida. Jesús les va a exponer dónde encuentra el hombre la vida verdadera. Los discípulos no entienden nada; les falta sensibilidad. No entienden que el pan material no recupera las fuerzas verdaderas: las del espíritu. A veces embota al hombre. Ellos sólo conocen el alimento que perece. El alimento de Jesús "es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra". Consiste en trabajar en favor del hombre, haciendo el mundo nuevo. ¿No hemos experimentado cómo las ilusiones, los ideales, las "creaciones"... nos impiden dormir de alegría y nos quitan el apetito por lo mismo? Las cosas del espíritu, cuando se viven con intensidad, absorben totalmente a la persona. Ya sé que somos más conscientes, porque es más frecuente, de perder el apetito y el sueño a causa de los problemas y de los disgustos.

Jesús compara dos cosechas: la del campo, todavía lejana, y la de la fe de Samaria, a punto de ser recogida. Invita a sus discípulos a que se den cuenta de la nueva realidad. Sus palabras son un canto de triunfo: el rechazo de Jerusalén y de Judea se ha cambiado en la fecundidad de Samaria. La cosecha ya presente invita a la siega y es un estímulo para los discípulos.

La hora de la siega estará precedida de la hora de su muerte. El fruto, que es el hombre nuevo, no es transitorio: tiene "vida eterna". En la construcción de la nueva creación deben colaborar sus discípulos. El fruto es colectivo: la palabra "cosecha" indica la unidad de los que han recibido el "agua viva" del Espíritu y poseen esa vida.

El segador cobra ya su salario, que es el mismo fruto que recoge y que alegra lo mismo al que hizo la siembra. El trabajo de uno y otro distaban en el tiempo, pero la alegría es simultánea. Ambos han trabajado mirando a la cosecha: la nueva humanidad. La finalidad era la misma; por eso la alegría es común. Alegría que está en relación con el fruto. Jesús afirma otro hecho: otros no van a gozar del triunfo de su fatiga. El pasado de Israel queda frustrado y el fruto de las promesas lo cosechará la nueva comunidad de Jesús. Por eso les dice: "Otros sudaron y vosotros recogéis el fruto de sus sudores". Los discípulos gozan de bienes que no les han costado fatiga. Todo esto se va viendo cuando se profundiza en el desarrollo de una persona y de una comunidad; al analizar los cambios que experimenta el niño hasta llegar a adulto, o la comunidad desde que empieza hasta que se va consolidando. Es frecuente creer que perdemos el tiempo con los niños y adolescentes al ver sus profundos cambios al llegar a joven. Por otra parte, nos alegramos con personas a nuestro alrededor en las que fueron otros los que sembraron en ellas. Sin olvidar a los que sembraron en nosotros la fe y que quizá no han tenido tiempo de comprobar su obra.

El pueblo israelita tenía como virtud nacional la hospitalidad. Pero esto no se cumplía entre los judíos y los samaritanos, que se negaban el saludo y se cerraban las puertas de sus casas, como signo de rechazo total. A Jesús "le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó dos días". Juan nos lo dice para indicarnos la ruptura de Jesús con los nacionalismos y las discriminaciones racistas. Su mensaje es para todos. Estaba allí a gusto. La fe de los samaritanos ya no se funda en la experiencia de la mujer, sino en la experiencia personal de cada uno de ellos: "Nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo".

Los samaritanos, heterodoxos, han comprendido el mensaje de Jesús, mientras los judíos ortodoxos, como Nicodemo y los dirigentes del pueblo, no han sido capaces de captarlo. La fe aparece como el resultado del contacto personal con Jesús. Es el pueblo marginado el que responde a Jesús. Mientras los instalados en el régimen judío no lo han comprendido e incluso lo han forzado a abandonar Judea, los despreciados lo acogen.

Jesús ha ido descubriendo su múltiple significado en aquella mujer: un peatón judío, un señor, un profeta, el Mesías, el Salvador del mundo. Todo un programa. Hoy sigue acompañando nuestro camino, sigue saliéndonos al encuentro constantemente. ¿Lo aceptamos? Tenemos que estar atentos: nuestra vida es un continuo saltar de una cosa a otra, un continuo defendernos de toda exigencia, porque en último término lo que tenemos que hacer es dar o dejar aquello a lo que estamos tan aferrados. Y es precisamente "eso" lo que nos está impidiendo seguir avanzando.

Y Dios siempre nos pide aquello que nos guardamos para nosotros, aquello que no queremos darle, porque es lo que está impidiendo que podamos seguir recibiendo sus dones. Jesús no les pidió a la samaritana ni a sus paisanos que se hicieran judíos. Les rogó que fueran sinceros con lo que estaban haciendo... ¿Aprenderemos la lección?

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 1
PAULINAS/MADRID 1985.Pág. 271-285

HOMILÍAS 15-20