39 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO PRIMERO DE ADVIENTO - CICLO B
9-16

9.

¿ESTÁS AHÍ, SEÑOR?

Lo malo es esta ausencia del Señor. Cuando Él estaba en casa, no había miedo: El vigilaba, ayudaba, animaba. Cada uno estaba en su sitio, la comida a su hora, todo reluciente de limpio. Hasta nos sonreíamos más los empleados al cruzarnos por los pasillos. Pero cuando Él se fue -o hizo como que se iba-, todos acabamos bajando la guardia. Nos acordamos de pronto de que teníamos derechos, y se nos fueron olvidando nuestros deberes.

Surgieron entre nosotros rencillas. A cada norma le fuimos encontrando su trampa. El resultado fue que, unos por otros, la casa sin barrer... ¿Volverá Él algún día? "¡Velad!", nos dice el Señor. Id preparando la casa para cuando yo vuelva. Que esté la lumbre encendida y puesta la mesa. Que no haya malas caras, ni zancadillas al que destaca, ni codazos para abrirse paso, ni grandullones abusando de los peques, ni ruido de contiendas, ni silencios de miedo. Que cada palo aguante su vela: cada uno en su puesto, con las lámparas encendidas, atento a la cuenta que yo vendré a pedirle sobre los dones que un día le entregué. Porque un día, no lo dudéis, yo volveré.

El caso es que Dios nunca se fue del todo. Ha seguido manteniendo la existencia de lo que un día salió de sus manos. Ha cuidado con cariño cada planta que nace, cada corazón que se asoma a la vida, hasta cada cabello de la cabeza de sus hijos. "Jamás oído oyó, ni ojo vio un Dios fuera de ti, que hiciera tanto por el que espera en El". "Tú eres nuestro Padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero: somos todos obras de tu mano". Pero cuando Dios ha hecho más patente su presencia entre nosotros, acabando de dar valor y sentido a todo lo nuestro, ha sido cuando, en Jesús, se ha metido en nuestra historia, haciéndose hombre. Jesús, al hacerse hermano nuestro, nos ha dado a todos la posibilidad de convertimos en hijos. "Por Él habéis sido enriquecidos en todo".

D/SILENCIO: Pero todo eso no lo ven nuestros ojos de carne. A veces, hasta parece que a Dios le gusta hacerse el ausente. Y cuando más temible se hace la tempestad en torno nuestro, Él duerme tranquilo en un rincón de nuestro barco. Y cuando más le gritamos, Él se diría que no escucha, que se hace el sordo. Es el terrible silencio de Dios. Ni una señal de su presencia. Es ese repentino desinterés hacia todo lo nuestro, que nos hace sentirnos desamparados, como un velero en alta mar, inmóvil, sin una brizna de viento.

Así es nuestra vida, nuestro pequeño trozo de desierto. Como el Adviento. Apenas un poco de esperanza para iluminar tanta noche. Y, en el fondo, una serena certeza, nacida de la fe: Él esta ahí, alentando nuestro caminar. Él, al mismo tiempo, nos espera en esa tierra firme que conquistó para nosotros. Él un día volverá, y nos llevará consigo. De ahí nuestro grito: "¡Ojalá rasgaras el cielo y bajaras derritiendo los montes con tu presencia!".

El Adviento, que hoy comenzamos, al preparamos para la Navidad -la venida en carne del Señor-, es un tiempo litúrgico que nos ayuda a comprender ese profundo sentido de nuestra vida, de nuestro "adviento".

Tomando, pues las armas que Él nos dio, usando la luz de su Palabra y de su ejemplo que nos dejó encendida, confiando en la fuerza de su Espíritu que Él nos prometió, vamos a andar el camino. Sin miedos ni desalientos. Con la esperanza a punto. Hasta que Él vuelva. Hasta que Él quiera.

JORGE GUILLEN GARCIA
AL HILO DE LA PALABRA
Comentario a las lecturas de domingos y fiestas, ciclo B. GRANADA 1993.Pág. 9 s.


10.

DE LA ESPERA, A LA ESPERANZA

El "pasota" nada espera de la vida. A fuerza de no mirar hacia dentro de sí ni de las cosas, a fuerza de no bucear, de no meterse en las situaciones, en los problemas, en las tareas, ha acabado por limitarse a flotar, a deslizarse por la superficie de la vida sin vivirla. No cree en ella. No le preguntes si teme al futuro: no piensa en él. Ni siquiera se entrega al presente; no lo vive: lo usa y lo tira. Es la inercia lo que le mantiene en la existencia, la inercia de un empujón que alguien le dio sin contar con él. Triste condición la suya. No vive: vegeta. No hables de «Adviento» al pasota.

¿Qué es el Adviento? ¿Una simple espera? ¿Un dejar que el tiempo corra, hasta que llegue el momento -previamente anunciado o prometido- en que algo ha de ocurrir? ¿Un simple aguardar la llegada del Señor?

Pienso que el Adviento es más, mucho más. Es una espera vigilante. Por más que estemos seguros de que el Señor vendrá, no sabemos el día ni la hora: ¿cómo conseguir que su llegada no nos encuentre dormidos? No vale encargar a otro que nos avise; ni jugamos la salvación a la ruleta rusa de estar alguna que otra vez despiertos (para que el Señor "nos coja confesados") Es preciso mantenerse alerta: llena de aceite nuestra alcuza, siempre encendida nuestra lámpara. "¡Velad!". Es la única garantía de que recibiremos en pleno rostro la caricia de la llegada salvadora del Señor.

Pero la nuestra no puede ser una espera vacía. No podemos contentarnos con matar el tiempo: hay todo un quehacer para ocuparlo. La vida hay que llenarla, emplearla. Dios no vendrá a traernos, llovido del cielo un mundo maravilloso pero totalmente desconectado de éste; un mundo en el que nada hayamos tenido nosotros que poner. Ese mundo que esperamos hunde sus raíces en éste; tenemos que irlo construyendo desde aquí, desde ahora. La certeza de que el Señor vendrá, no exime al cristiano de sus obligaciones de ciudadano del mundo; daríamos la razón a los que piensan que la religión es un opio. Nuestra espera ha de estar llena.

También ha de ser una espera ilusionada. Porque lo esperamos todo de ese Señor que viene. La visión de nuestra pobreza -»un paño manchado»- y, al mismo tiempo, la convicción de que en Jesús está nuestra única riqueza -»por él habéis sido enriquecidos en todo»-, hace que nazca en nosotros un deseo incontenible: "¡Ojalá rasgases el cielo y bajases!". Una espera, pues, llena de limitaciones y de sombras -somos todavía peregrinos-; pero llena, al mismo tiempo, de certezas y de una total confianza en la promesa del Señor -»¡El es fiel!»-. Llena también, por ende, de compromiso, de duro esfuerzo por construir, junto con todo el que quiera poner manos a la obra, un mundo nuevo y maravilloso, más acorde con el plan de Dios que lo creó; anuncio y camino, comienzo ya de lo que un día será en plenitud. Una espera así, ya es esperanza. Y esa esperanza activa y confiada, alegre y luchadora, recorre -como una espina dorsal vivificante- todo el Adviento: el de la liturgia, que desemboca en la Navidad, y ese otro Adviento que es la vida, que será Vida cuando Jesús vuelva y nos tome, y nos transforme, y nos colme para siempre.

JORGE GUILLEN GARCIA
AL HILO DE LA PALABRA
Comentario a las lecturas de domingos y fiestas, ciclo B GRANADA 1993.Pág.Pág. 10 s.


11.

Frase evangélica: «Vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento»

Tema de predicación: LA VIGILANCIA CRISTIANA

1. El sueño natural es ambiguo: representa una debilidad, al mismo tiempo que es reparación de energía. Dios obra por medio de un «profundo sueño» (Gn 2,21), y a través del sueño tienen lugar sus revelaciones. Pero el sueño es signo de pereza e imagen de la muerte; despertar, en cambio, equivale a resucitar. «Velar» significa, en sentido propio, no dormir, o renunciar al sueño de la noche, bien sea para prolongar el trabajo, bien para no ser sorprendido por el enemigo o por la muerte. En sentido figurado, equivale a estar preparado o en vigilia para combatir la negligencia o el egoísmo (la tentación), con objeto de recibir al Señor que llega con su reinado.

2. «Vigilar» equivale a velar sobre algo o sobre alguien con atención y cuidado durante un tiempo, hasta alcanzar el fin deseado. Exige tener los ojos abiertos y cuidar con responsabilidad. Precisamente la vigilia nació como tiempo de vela que precede a una fiesta y que sirve de preparación; tiene siempre un sentido escatológico de esperanza.

3. La vigilancia ante la llegada de Dios equivale a estar despiertos, en actitud de servicio, prestando atención al futuro y sin tratar de evadirse del presente, a pesar de la indiferencia de "este" mundo. Dios viene a los hombres y mujeres para salvar a la humanidad, herida de injusticia y de muerte, a partir de la opción por los pobres y marginados; para implantar el reino de justicia entre nosotros. Esto nos exige una actitud vigilante, que no es pasiva, sino que consiste en discernir los signos de los tiempos para reconocer la presencia de Dios y de su reino en los acontecimientos y actuar en consecuencia.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Hay signos de espera y de esperanza en nuestro mundo?

¿Cómo podemos concretar hoy la vigilancia cristiana?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 169 s.


12. Mensaje actual

Comienzo de un nuevo año litúrgico. Es como un nuevo empezar. Como un relevo en nuestra vigilancia a la espera del día del Señor. Y si cada tiempo litúrgico se caracteriza por una nueva modalidad en el impulso hacia un crecimiento espiritual, la característica del adviento es la reflexión y espera vigilante. Con un sentido muy específico, porque el Señor a quien esperamos ya vino y está entre nosotros. El es también quien nos espera. La esperanza del adviento tiene por eso un sentido especial, puesto que esperamos lo que poseemos, lo mismo que la madre espera el nacimiento del hijo a quien ya posee. El pasaje de Marcos se refiere a la venida del Señor. Pero más que de la parusía, habla de la actividad previa que debe caracterizar la vida cristiana de cada día.

Los primeros testigos de la resurrección esperaban la inminente venida del Señor con poder y majestad para tomar posesión del reino del mundo. Rezaban: ¡Ven, Señor Jesús! Pero el Señor no vino, y los que esperaban la fulgurante renovación del mundo quedaron decepcionados. La vida seguía igual, con sus exigencias y problemas. Los pastores del pueblo de Dios encontraron una comparación para explicar a los fieles lo que tenían que hacer. Cristo vendrá, pero mientras tanto encomendó su casa -su iglesia, el mundo- a sus servidores hasta que venga. Los hombres son responsables de sí mismos y de su gestión. Cristo está al principio y al fin de la gestión confiada. El futuro último no pertenece a los hombres, sino a Dios.

El tiempo entre la resurrección de Jesús y su segunda venida es el tiempo de la iglesia, es nuestro tiempo. No es un periodo vacío, de brazos caídos. Se trata, por el contrario, de una activa vigilancia. Cada uno debe cumplir su compromiso humano en la parcela a él asignada y en disposición de acogida al Señor cuando vuelva. El cristiano no es un nostálgico del pasado, sino un dinámico constructor del futuro que sabe ha de desembocar en el triunfo final de Cristo. Al final de nuestra vida, se decide lo que en ella se haya jugado -si concebimos la vida como un juego- o lo que antes se haya sembrado -si concebimos la vida como una tarea-. Esta segunda concepción es más evangélica. Por eso, el desenlace final no es un arbitraje impuesto desde fuera sobre la propia vida y destino, sino el desenlace lógico de algo preparado desde dentro.

"Velar" es estar atento a las particularidades y signos de los tiempos: todo momento es apto para un encuentro con Dios y para crecer en el amor. Marcos habla del guardián de la puerta a quien se ha confiado una especial vigilancia. ¿Quién es ese guardián que debe prohibir la entrada a los extraños y avisar a los de dentro de la llegada del Señor? Son los responsables de la iglesia, encargados como pastores de guiar y velar por el pueblo de Dios...

Con la vigilancia se encomienda el trabajo: el Señor ha distribuido oficios y competencias, imponiendo responsabilidades.

¿Sobre qué hay que vigilar? Sobre los signos de los tiempos. Hoy la sociedad ha tomado sus distancias respecto de Dios y de la iglesia. La iglesia crece y disminuye simultáneamente por zonas. Hay progreso y retroceso. ¡Señor, tu reino no viene, tu reino se va!, se angustiaba Péguy. Vagabundos fuera de los caminos del Señor, como en tiempo de Isaías, secularización, empobrecimiento progresivo. Luego el reconocimiento de la propia indigencia y la necesidad de la intervención de Dios para no trabajar en vano. Tal es la confesión y oración de Isaías que debemos hacer nuestra. Hay tendencias a hacerse un CREDO propio para uso personal, una moral propia para uso del "hombre liberado de tabúes" y un culto propio para las horas de necesidad, cuando no un sistemático alejamiento de Dios... A esta sociedad liberal y liberalizada de "tabúes religiosos y morales" hay que preguntarle si es de verdad libre y si crea de verdad un mundo más libre, más justo y fraternal. Cuando se excluye a Dios de la conciencia, el encuentro de los hombres es un encuentro de egoísmos. "Cuando se excluye a Dios de la sociedad, se termina por excluir al hombre con sus derechos inalienables", prevenía Juan Pablo II en su visita a Polonia. Si nuestras alegrías son efímeras y nuestros sobresaltos permanentes, es porque Dios no es el compañero de penas y alegrías en nuestro caminar.

Es ocasión de hacer nuestra la oración de Isaías: "Tú eres nuestro padre y redentor. Acuérdate de tus hijos y no nos dejes andar errantes por los caminos del error. Vuelve tu rostro hacia nosotros, porque nosotros queremos convertimos a ti". El Señor se ha ido, pero sabemos que vendrá. Esta es nuestra más firme esperanza. "Una iglesia que no espera en la venida del Señor, ha perdido el núcleo de su esencia, ha perdido toda su fuerza" (·Weizsäcker).

GUILLERMO GUTIERREZ
PALABRAS PARA EL CAMINO
NUEVAS HOMILIAS/B
EDIT. VERBO DIVIN0 ESTELLA 1987. 12 s.


13. IDEAS PRINCIPALES PARA LA HOMILÍA

1. Al empezar el Adviento reverdecen nuestras esperanzas. Aun reconociendo los innegables e impensables progresos que se están produciendo en este final de siglo en el orden político y social -Adviento del año 2000-, ¡son aún tantas las cosas que han de cambiar! Nuestro mundo sigue roto y herido, y necesitamos un médico divino que nos salve. Por eso seguimos pidiendo y esperando la venida del Señor. Sólo un Dios puede salvarnos.

2. Vivimos la tensión entre el presente y el futuro escatológico, entre la realidad y la utopía, entre el ya y el todavía no. Creemos que Cristo ya ha venido y está siempre con nosotros. Esta es una verdad maravillosa, de la que hemos de ser cada vez más conscientes. No estamos suficientemente despiertos para descubrir esta presencia divina en y entre nosotros. Pero Cristo aún tiene que venir y tenemos que seguir preparándole el camino. La venida en Navidad sabe a poco; es sólo un anuncio. El ha de venir de manera plena y victoriosa, cuando sea la victoria del amor, cuando lo sea «todo en todo». Hemos de preparar y adelantar esta venida. Eso es el Adviento, no como tiempo determinado, sino como actividad permanente.

CARITAS
UN AMOR ASI DE GRANDE
ADVIENTO Y NAVIDAD 1990.Págs. 29


14.

Tema: LA VIGILANCIA.

FIN: Emplazar a que la comunidad descubra la vigilancia como un quehacer del momento presente en el que vive. Hacer que el objeto de la vigilancia, que está puesto en el futuro, no nos haga despreocuparnos de la situación concreta en que vivimos vigilantes. 

DESARROLLO:

1. Partir del deseo de salvación que se manifiesta en la comunidad.

2. Este deseo ardiente de salvación es iluminado por Cristo.

--El Salvador no está a nuestro alcance inmediato.

-- La salvación que esperamos puede aparecer en cualquier momento.

--La vigilancia es la actitud y el quehacer de los que desean eficazmente la salvación.

TEXTO:

1. El deseo de salvación.

La lectura de Isaías nos manifiesta y describe una situación normal del hombre. ¿Quién no se ha encontrado desterrado, sembrado de soledad y de contradicciones, enraizado en la fragilidad? Andamos extraviados del camino, con el corazón endurecido, marchitados como follaje de otoño, bamboleados por la fuerza del viento como una hoja seca. Somos como un utensilio de arcilla que, de tumbo en tumbo, se ha ido rajando y rompiendo.

En medio de esta situación de exilio en que vivimos, surge de nuestro corazón un grito desgarrado y lleno de esperanza a la vez: «¡Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia!» (Is 63. 19). De esta manera los creyentes reconocemos que la salvación nos viene de Dios como una fuerza que nos empuja a salir de esa situación. Sin embargo, esta plegaria tiene el peligro de hacernos creer que para salvarnos tenemos que acudir a una fuerza exterior que actúa sobre nuestra propia existencia. Podemos llegar a pedir que se nos arranque de esta situación actual, por medio de una intervención especial, milagrosa, que nos proporcione el gozo de encontrar ya todo hecho y sin esfuerzo.

Con esta actitud manifestamos que queremos seguir siendo los eternos menores de edad que esperan recibir todo, sin esfuerzo, de la mano generosa de su Padre. ¿Acaso no estamos esperando muchos de nosotros un Salvador que nos deslinde las fronteras de la luz y las sombras, que nos aplane los inmensos montes de nuestra contradicción, de la duda, de la inseguridad? ¿Es éste el Salvador que esperarnos? ¿Son cristianas todas estas actitudes?

2. "Lo digo a todos: velad" (Mc 13, 37).

La actitud ingenua, sostenida a veces hasta con buena voluntad, de esperar que nos lo den todo solucionado, es corregida por Cristo.

a) Ante el deseo de un salvador para todos y de repente, Cristo aleja de nuestra existencia el momento de su venida «Mirad, vigilad, pues no sabéis cuándo es el momento» (Mc 13, 33). El hecho de que percibamos a Cristo como Salvador es un motivo más de preocupación humana. "Velad", se nos dice, pues no sabemos cuándo vendrá aquel que nos ha de salvar: si por la tarde, a media noche o al amanecer. Cristo nos deja desprovistos del recurso a una fácil salvación y nos enfrenta a nuestro propio destino.

b) La fe en la salvación se traduce en la actitud cristiana de la vigilancia. La salvación es algo que está aún por venir; pero hay que andar vigilantes porque también está ya presente. En cada vuelta de la esquina podemos encontrarnos con una sorpresa, cada momento es tiempo oportuno, toda hora está preñada de epifanía, de revelación del poder salvador de Dios. «Velad»; estemos atentos para detectar los movimientos del Espíritu de Dios en nuestro espíritu.

c) De ahí que la vigilancia cristiana sea un quehacer, una tarea; no es una tarea estática mirando hacia un horizonte perdido sobre el que se asomará una gran luz. Cristo desplaza la vigilancia del futuro al presente. Ella es una mirada a lo inmediato, una atención al segundo que palpita, un tomar el pulso a la realidad. De esta manera huimos del idealismo y de la utopía. El vigilante auténtico no es aquel que sentado en la calle espera que pase el rico para recibir la limosna de un rocío destilado del cielo. El creyente es aquel que es capaz de encontrar en la piedra reseca de la Historia el rocío de la salvación ofrecida por Dios. La vigilancia del hombre sensato consiste en cumplir la tarea que nos ha encomendado el Salvador en quien creemos. Conforme lo vamos realizando, nos vamos salvando. Es un quehacer urgente: hay poco tiempo. No se puede dormir, ni andar despistados. ¿Cómo podemos permitir ya que todo en la vida nos siga sorprendiendo? Nuestra vigilancia debe inspirarse en la de aquel siervo que trabajó tanto que fue capaz de doblar los valores que le había concedido su Señor (Mt 24, 24-30). «Sales al encuentro de quien practica la justicia y se acuerda de tus caminos» (/Is/64/04).

Cristo pretende, pues, desorientarnos de una falsa espera, y nos centra en el hoy, realizado con fe; su vida está centrada en la obediencia de Dios, cuya Palabra le marca el camino de su vida. En el recorrido de este camino El va consiguiendo la salvación. De tal manera que cuando llega la hora decisiva de la salvación, no le pilla desprevenido. A Cristo no le sorprende ni la muerte ni la resurrección.

Celebramos en esta Eucaristía la salvación de Cristo, que siendo don de Dios, sin embargo, El mismo trabajó para conseguirla y realizarla. Quienes celebramos esta acción salvadora, veamos si antes hemos alcanzado esta salvación por la vigilancia operante de la vida.

JESUS BURGALETA
HOMILIAS DOMINICALES CICLO B
PPC/MADRID 1972.Págs. 13 ss.


15 DROGA/ALIENACION: VIVIR SIN DROGA

Os digo a todos: Vigilad...

Son muchos los que no aman su vida concreta. Tampoco saben vivirla. Tal vez porque no encuentran ni buscan, quizás, razones para vivir.

La vida cotidiana se les hace dura y penosa. Excesivamente aburrida, monótona, rutinaria y vulgar. Viven atrapados por las cosas.

Demasiado agitados, aturdidos y vacíos para poder detenerse a ahondar en su vida e intentar responder a su verdadera vocación de ser personas .

Cuando a esto se añade un clima social conflictivo y un horizonte de inseguridad y crisis, es fácil la tentación de evadirse a un "mundo feliz" que nos consuele de la vida real y nos anestesie de los sinsabores y amarguras de cada día.

Cada uno busca su «vía de escape» y consume su propia droga. Y sería una equivocación creernos libres de toda «drogadicción» por no ser esclavos de ninguna sustancia tóxica.

No es fácil calcular el número de «teleadictos» que devoran diariamente dos o tres horas de televisión (más de mil horas al año).

Sentados pasivamente ante el televisor encuentran en la pantalla un aliento sin el que no sabrían vivir.

Otros recurren al vaso de «whisky» o a las cenas de fin de semana. Hay adictos al bingo o a la modesta máquina «tragaperras». Crece el número de quienes no pueden prescindir de la película del video.

Lo importante es huir, olvidar, «dejarse llevar», diluirse fuera de uno mismo, no enfrentarse a un proyecto de vida personal, no asumir con responsabilidad la propia vida. Pocas veces habrá tenido tanta actualidad la llamada de Jesús a la vigilancia, la lucidez y la libertad de espíritu. "A todos os digo: vigilad".

No se puede vivir una vida auténticamente humana bajo la esclavitud de una droga. Todos necesitamos despertar de la inconsciencia, la evasión y la superficialidad en que caemos constantemente. Se puede y se debe vivir sin droga.

En su última Carta Pastoral, los Obispos nos han recordado algo que con frecuencia se nos olvida. «La vida es buena, es un regalo de Dios. Contiene en sí misma las fuentes de satisfacción necesaria para vivirla con alegría: el amor, la amistad, la realización profesional, el placer estético, el bienestar corporal, el gozo de servir y ser útil, la paz de la conciencia, la relación viva con Dios».

Cuando un hombre sabe ahondar en todo ello, no necesita recurrir a fuentes artificiales y nocivas de satisfacción.

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 133 s.


16.

1. ¡Velad!

El Año Litúrgico comienza con esta exigencia del evangelio: velad, permaneced despiertos, pues no se sabe cuándo vendrá el Señor. Navidad es una fecha fija, pero no lo es la venida del Señor a nuestra vida y a nuestra muerte, a la vida y al final de la Iglesia. Tenemos «plenos poderes» sobre los bienes que Dios ha puesto sobre la tierra, a cada uno se le ha encomendado su tarea. Al portero, que debe estar pendiente de la venida del dueño y además debe velar para que los criados de la casa no abandonen su trabajo -en este portero se puede ver tanto la imagen de la Iglesia como la de cada cristiano-, se le ha encomendado la tarea especial de la vigilancia. Mediante este personaje se interpela en realidad a todos los cristianos: «Lo digo a todos: ¡Velad!». La tarea que se nos ha encomendado debe llevarse a cabo; pero no se trata de nuestros propios bienes, sino de los bienes del Señor. Hagamos lo que hagamos, ya estemos realizando un trabajo espiritual o un trabajo temporal, no trabajamos para nosotros mismos, sino para él: no construimos nuestro reino, sino su reino.

2. Con la ayuda de Dios.

En la segunda lectura se dice que hemos sido perfectamente equipados para ese trabajo por el Señor, con «los dones de la gracia» que Dios nos ha dado para que podamos llevarlo a cabo en ese tiempo intermedio durante el que aguardamos «la manifestación de nuestro Señor Jesucristo». Pero nosotros no esperamos esa manifestación del Señor en la ociosidad, sino que trabajamos activamente, pues el don que se nos ha dado no es para esperar ociosamente sino para actuar, para traducirlo en obras. El don se nos ha dado gratuitamente, en Cristo Jesús hemos sido «enriquecidos en todo»: el don del «saber», el del «testimonio», el don de la palabra (el «hablar») se nos han dado para que produzcan el fruto que de ellos se espera. Pero Dios tampoco se limita a mirar ociosamente cómo trabajamos, sino que colabora activamente en nuestro trabajo «manteniéndonos firmes» en los momentos de inseguridad y de cansancio. Su ayuda nunca nos falta cuando nos aplicamos diligentemente al trabajo que nos ha sido encomendado. ¿Pero es éste nuestro caso? ¿Empleamos realmente nuestro tiempo, lleno de ocupaciones y de negocios, en trabajar en pro de la causa que Dios nos ha confiado o tenemos que entonar un mea culpa (como el profeta en la primera lectura), un lamento que debe resonar muy especialmente ahora, al comienzo del Año Litúrgico?

3. El rostro del mundo.

«¿Por qué nos extravías de tus caminos y endureces nuestro corazón para que no te tema?». Se trata claramente de un lamento dirigido a Dios, no de una acusación contra Dios; porque ciertamente por Dios no queda, ya que es «nuestro redentor» desde siempre. Todos nosotros somos los que desde siempre «éramos impuros». Estamos tan perdidos en nuestros intereses mundanos que «nadie invoca tu nombre ni se esfuerza por aferrarse a ti». Por eso no se puede culpar a Dios de habernos entregado al poder de la lógica, «al poder de nuestra culpa». Somos conscientes de nuestras propias culpas, «toda nuestra justicia» y todo nuestro maravilloso y peligroso progreso es «como un paño manchado», el presunto florecimiento de nuestra cultura es como «follaje marchito, arrebatado por el viento». Por eso a los que aún conocen a Dios y son sabedores de su fidelidad sólo les queda gritar: «¡ojalá rasgases los cielos y bajases!». Piensa que a pesar de nuestra ingratitud «somos todos obra de tu mano», la arcilla que Tú como «alfarero» siempre puedes remodelar.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 123 s.