39 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO PRIMERO DE ADVIENTO - CICLO B
17-25

 

17. «¿FUMANDO ESPERO?»

Comenzamos un nuevo año litúrgico. Y la Iglesia nos invita a celebrar el Adviento. Y celebrar el Adviento es empaparse hasta la médula de la idea-realidad de la «venida de Dios a nosotros». Una venida que ya ocurrió hace 2.000 años. Una venida que volverá a repetirse para que todas las cosas adquieran «sentido». Y una venida, sobre todo, incesante, diaria, abrumadora, que está ocurriendo en mí y en mi entorno, en los mínimos detalles de mi existencia y en los grandes acontecimientos de la historia. Sí, Dios está viniendo constantemente. Y esto, amigos, aunque no sea nada más que por cortesía, mucho más desde otras perspectivas, requiere una actitud sabia de «espera». Pero, ¿cómo «esperamos» los hombres?

--Creo que un sector de la Humanidad espera «huyendo». «Tuve miedo, Señor, y me escondí», dijo Caín después de matar a Abel. «Que no nos hable Dios que moriremos», decían los israelitas a Moisés. Yo no sé qué hermano hemos matado ni qué negruras albergamos en nuestro interior; pero huimos de la luz de Dios, de la llegada de Dios, San Juan dijo: «Los hombres prefirieron las tinieblas a la luz». ¿Creéis que sólo se refería al pasado?

«FUMANDO ESPERO».--Lo cantaba frívola y voluptuosamente la cupletista famosa. Y creo que ésa es una segunda manera que tenemos «de esperar» los hombres: fumando. Es decir, haciendo volutas de humo, huecas nubes azules, llenas de «nada». El «dolce far niente» de los italianos. La superficie de todos los frívolos. Dejar que corran los días en la más absoluta de las inoperancias. «Aquí me dejó mi abuela, aquí me encontrará cuando vuelva». «¿Qué hacéis ahí todo el día ociosos?» --preguntaba el «dueño», en la parábola de Jesús.

--Otros «esperan, pidiendo plazos supletorios». ¿Os acordáis de «El séptimo sello», la dura película de Bergman? Aquel caballero que volvía de las Cruzadas parecía intuir la llegada de Dios a su vida. Pero sólo lo veía en «la Muerte». La muerte es un personaje central en la cinta. Y así, un día, en la playa blanca y desierta, se pone a jugar nuestro caballero una partida de ajedrez con la muerte. Para eso: para pedirle un plazo de tiempo, un poco más de tiempo para poder hacer alguna buena acción. ¡Somos así! Hay alumnos que, en el mismo momento del examen, piden permiso al profesor para «repasar» un poco. Somos de esos jugadores que siempre esperan meter el gol del triunfo en los momentos de «descuento», «Vírgenes necias que olvidamos llenar las lámparas».

--Pero hay también «otro modo de esperar»: «saliendo al encuentro del que viene». Es entonces cuando el Adviento adquiere todo su dinamismo. La vida se convierte en un «ir hacia Dios» que, a su vez, «Viene hacia nosotros». Adviento puro y completo. Cita de enamorados. San Juan de la Cruz es el inefable representante de esta inquieta «espera»:

«Buscando mis Amores
iré por esos montes y riberas;
ni cogeré las flores,
ni temeré las fieras,
y pasaré los puentes y fronteras».

Así, así. Sin que nos distraigan «las flores», sin que nos asusten «las fieras», que siempre acechan. Sin que sean un obstáculo «los puentes y fronteras». Toda la atención puesta en «buscar» al Señor que viene, que «está a la puerta». Eso es el «Adviento». Y eso es la Religión. Luego se canta: «Que mi amado es para mí, y yo soy para mi amado».

ELVIRA-1.Págs. 115 s.


18.

1. Adviento, tiempo de proyectar

Hoy comenzamos Adviento, que es un «tiempo dramático», la encrucijada entre el pecado del hombre y la salvación de Dios. Los textos bíblicos de este domingo nos invitan a considerar toda la existencia como una espera. En efecto, las cuatro semanas litúrgicas del adviento muestran un aspecto de la vida humana: su peregrinaje ansioso hacia algo definitivo; un sacar la mirada de un centro egoísta de interés para proyectarla en dos direcciones que, en el fondo, confluyen:

--proyectarla hacia el interior de uno mismo hasta poder reconocer el propio ser. Cada hombre tiene que encontrarse con «su verdad», oculta por una máscara con la que pretende engañarse y engañar;

--proyectarla hacia un punto absoluto: la vida verdadera que llega con la redención del Señor.

En otras palabras: la liberación del hombre comienza cuando éste «sale de sí mismo», un sí-mismo superficial y sin sentido, para proyectarse hacia un si-mismo hecho de verdad y de justicia.

De esta forma la palabra Adviento, que en nuestra época ya casi no significa nada, podríamos traducirla como "proyección de la vida".

Proyectar nuestra vida es lanzarla hacia delante, más allá de lo rutinario y cotidiano, conforme a determinado proyecto o plan que, en el cristianismo, es este Hombre- Nuevo realizado a imagen de Cristo.

Ninguno de nosotros ha recibido la vida como algo terminado y definitivo; más bien recibimos una semilla o un «paquete de energías», que podrán ser esto o aquello según lo que decidamos hacer con ellas.

Según los evangelios, precisamente Jesús fue «proyectado por el Padre» y lanzado a la vorágine de la historia humana... como «proyecto» de una nueva humanidad. En él podemos ver los rasgos o trazos del hombre nuevo, pero sobre todo, la postura que debe adoptar el hombre al pisar tierra: recrear su propia imagen aprovechando todos los elementos de su personalidad.

Jesús es nuestro proyecto, pero no nuestro «molde» en el que podamos ser vaciados pasivamente. El proyecto nos es entregado como un ideal o plan genérico, pero está a cargo nuestro el pensar el cómo, el cuándo y los demás detalles.

Por todo ello este tiempo simbólico de Adviento o Proyecto ha de sacudir todas las fibras de nuestra estructura individual y social para que no nos estanquemos ni anquilosemos, sino para que, tomando conciencia de nuestro ser de peregrinos, avancemos, caminemos, salgamos de nosotros mismos, construyamos, renovemos...

ADV/ESPERA: Por lo tanto, Adviento no es un tiempo estático de «espera», como cuando en invierno esperamos que llegue la primavera, pero sin poder hacer nada para adelantar ese momento.

Es una espera dinámica; de ahí que prefiramos hablar, más que de espera, de proyección: quien se lanza hacia delante debe poner mucho de sí, debe concentrar energías, debe mirar un punto fijo considerado como meta y finalmente... debe correr. Una proyección estática o pasiva es un contrasentido.

Esperar la liberación del Señor, y nada más que esperar, no parece ser la actitud digna de un hombre. Toda proyección, psicológicamente considerada, supone un acto de creación: es el hombre el que se pone en contacto con el mundo y el que deposita en él "algo de sí mismo", transformando la naturaleza y transformándose a sí mismo en un ser creativo. Es importante tener en cuenta esta idea: el hombre no puede desarrollarse sin una relación con el mundo y con la historia. Para poder crecer interiormente, necesita como elemento imprescindible situarse en el mundo y optar por la historia humana. No otro es el sentido de la encarnación de Cristo; no otro es el sentido de este tiempo litúrgico. Por eso a lo largo de estas semanas deberá flotar sobre nuestra comunidad esta pregunta fundamental: ¿Tenemos los cristianos un proyecto histórico? ¿Cuál es nuestro proyecto de vida?

2. Proyectar en un tiempo de desconcierto

Los textos de Isaías nos traen las ideas centrales de la liturgia de este domingo. Isaías nos pinta con gran dramatismo la gran paradoja de la fe, que también es la paradoja de nuestra vida:

--por un lado, reconocemos que el Señor es "Padre" y «Redentor», que realiza portentos admirables, inesperados y nunca oídos, porque «jamás oído oyó ni ojo vio un Dios que hiciera tanto por el que espera en él»;

--por otro lado, está la constante y activa presencia de nuestro pecado de infidelidad, ceguera y dureza de corazón. Siempre pecamos y todos pecamos: «Estabas airado y nosotros fracasamos... Todos éramos impuros, nuestra justicia era un paño manchado; nos marchitábamos como follaje y nuestras culpas nos arrebataban como el viento... Nadie invocaba tu nombre ni se esforzaba por aferrarse a ti...» Es el cuadro de nuestra cotidiana realidad; basta leer los periódicos o mirar con sinceridad nuestro corazón: conocemos lo que Dios hizo por nosotros, lo llamamos Padre, y a su Hijo, el Salvador, pero... ¡cuánta palabra caída en vano! Es la doblez de una fe inmadura, de un pueblo "que me honra con los labios", de un cristianismo estancado en sus disquisiciones teológicas, libros, discursos y culto, pero «sin proyección».

Nuestro mundo «occidental y cristiano» se ha estancado y detenido, como si hubiera perdido el fuego del Espíritu, como si no encontrara dentro de sí un mensaje, una mística, un proyecto nuevo y dinámico que presentar a una humanidad que avanza elaborando su propio proyecto dentro de un nuevo esquema cultural. Por esto decíamos que Adviento es un tiempo dramático, un tiempo de desafío: o nos estancamos en la espera del milagro salvador, o nos decidimos a realizar el proyecto de Navidad: el nacimiento del Hombre que hoy debe nacer... Vivimos en un mundo donde «ya nadie invoca tu nombre» porque estamos creando un mundo bajo la advocación de los nuevos dioses: la prosperidad, la fama, el poder, el dinero, el sexo. Por eso los cristianos vivimos un tiempo de aturdimiento y confusión. No podemos proyectar porque nuestros esquemas mentales han caído por tierra. Dios deja de ser noticia y centro de interés para el hombre.

IDOLATRÍA/EGOCENTRISMO: Aunque parezca extraño decirlo, vivimos una época de idolatría, que no es más que la proyección de una profunda egolatría. El hombre se adora a sí mismo, no tiene más ley que su narcisismo exacerbado, enmascarado tras nombres diversos -status, dinero, sexo-, todas ellas fórmulas para no salir de sí mismo ni tener que comprometerse con nadie. Es un hombre que se aproxima a un borde peligroso: negar toda trascendencia y toda proyección histórica de sí mismo.

Si nos fijamos en cuáles son las metas de tantos trabajos y sinsabores de todos los días, cuáles los proyectos que consumen nuestra energía física y psíquica, posiblemente debamos reconocer que se quedan en un acarrear piedras para levantar «nuestro altar», es decir, el altar de nuestro ego. Y eso es negar todo proyecto en la vida, porque quien no sale de sí mismo, no proyecta nada. Es una vida sin ad-viento, porque no-va-hacia ninguna parte.

Pero si, al menos, en esta idolatría el hombre pudiera salvar su autonomía, aun con riesgo de egolatría, el desastre no sería tan grande. Lo triste es comprobar cómo terminamos por ceder nuestra misma identidad de personas para sacrificarnos en las aras de los modernos Baales: el consumismo, el culto al poder, el desenfreno irracional.

Nuestros países occidentales, particularmente España, viven un momento de desconcierto cultural. Después de años de honda represión al servicio de cierto autoritarismo político y religioso que tenía su proyecto de hombre y de sociedad, hoy se vive con el único objetivo de dar rienda suelta al narcisismo más total. El hombre se retrotrae a su primera infancia, regresa a sus estadios más primitivos donde imperaba la sola ley del placer y de la satisfacción de las necesidades primarias, y allí termina su proyecto, que, como ya sabemos, no es tal, pues no alcanza a salir de su encierro placentero.

El cristianismo se encuentra ante una situación que no estaba prevista en sus cálculos: «Ya nadie invoca tu nombre.» El hombre sólo se invoca a sí mismo, y la fe debe afrontar una de las tareas más difíciles: recomenzar el camino desde cero. ¿Cómo elaborar un proyecto histórico para este hombre y esta sociedad que no ven nada importante fuera de sí mismos? Y, sin embargo...-y es ésta otra paradoja de la fe-, también el pecado es camino hacia un proyecto nuevo.

En este pecado en que estamos viviendo -con su angustia, sus crímenes, sus mentiras, sus trampas, sus tremendas desilusiones- podemos descubrir que "nos marchitamos como follaje".

El pecado, por un proceso amargo e ilusorio, nos vuelve a situar en nuestra condición de hombres-en-camino.

Isaías habla de que nos descubrimos arcilla en manos del alfarero. Sentirnos arcilla es volver al punto cero: soy algo informe que debe ser hecho y transformado, que necesita proyecto y proyectista (como en la primera creación cuando Dios moldeó a Adán a su imagen y semejanza).

A pesar de todo, no partimos de cero. Tenemos a nuestras espaldas una larga experiencia histórica que habla de muchos fracasos de proyectos de hombre; y es esa experiencia la que puede abrirnos los ojos. Nadie puede moldear a nadie; nadie puede imponer su propio molde como el único y el mejor; nadie puede erigirse en juez y censor de los hombres que proyectan...

Y también está esta otra experiencia: nadie puede proyectarse solo. Sin el otro, nuestro proyecto termina en un autismo estéril. Un proyecto humano que no se socializa, que no termina en un compromiso con la comunidad, aborta en el individualismo destructor. De ahí que en este primer domingo de adviento debamos tomar en las manos nuestra propia arcilla, la arcilla de nuestra vida, y preguntarnos sincera y seriamente: ¿Qué haré con esta arcilla? ¿Qué proyecto tengo? ¿Qué hombre quiero moldear? Pero también está la otra pregunta, característica del cristiano: ¿Qué papel juega Jesucristo en esta tarea? Si no vino para imponernos su molde, ¿qué vino a hacer?

3. Jesús, nuestro proyecto

San Pablo, en las primeras líneas de su Primera carta a los corintios, nos presenta a Jesús como el Proyecto del Padre. Dios saca de sí la liberación y la gracia, lanzándola al mundo «en Cristo Jesús». En él «somos enriquecidos en todo: en el hablar y en el saber, porque en nosotros se ha probado el testimonio de Cristo... Dios nos llamó a participar en la vida de su hijo Jesucristo, nuestro Señor».

El del Padre es un auténtico proyecto, precisamente porque es don gratuito de sí mismo, salida total de su sí-mismo sin vistas al lucro o al propio interés. Jesús, proyecto del Padre, es «gracia», o sea, fruto del amor. Pero -y ésta es una idea fundamental de Pablo- Jesús es alguien más que el simple hijo de María. En él estamos todos los hombres llamados a realizar el mismo proyecto de amor y redención. Jesús, como nuevo-Adán, es el proto-tipo (el proyecto fundamental) de todo cristiano: lanzar toda la riqueza de su vida al servicio de la liberación humana.

No hablamos de una imitación exterior de Jesús, como se hizo en otras épocas; ni siquiera de repetir aquí y ahora lo que Jesús pensó, dijo o hizo. Si el cristiano redujera su praxis existencial a copiar el modelo-Jesús, a repetirlo como una obligación que se le impone, entonces el cristiano carecería de auténtico proyecto, pues algo que es impuesto desde fuera no puede ser sentido como "proyección de uno mismo". Muchas veces se ha cometido este error en la historia del cristianismo: concebir al cristiano como una arcilla pasiva que debe pasar por un molde prefijado y resultar así «un buen cristiano».

Jesús, como ser humano, único y distinto de todos los demás, realizó su proyecto a su manera y según las circunstancias concretas en las que tuvo que vivir. Hoy el cristiano descubre en Jesús una manera de encarar su existencia, no como la adecuación a una ley preestablecida, sino como el enriquecimiento de la comunidad a partir de un sí-mismo que rompe sus internas ataduras para integrarse en un gran proyecto humano-histórico.

En Jesús fuimos llamados a participar de la vida nueva; pero participar como hombres conscientes de su autonomía, libertad y responsabilidad. Por eso, el proyecto cristiano es recreado cada vez que nace un hombre; en cada época y en cada lugar concreto, el cristiano debe actualizar, modernizar, ampliar, corregir y superar un proyecto que se va desarrollando a lo largo de los siglos. Si Jesús es el prototipo del proyecto humano, ningún hombre puede darle plenitud por sí solo; nadie tiene el monopolio del plan de Dios sobre el hombre. Es toda la comunidad humana, en la que se integren hombres libres y responsables, la que va dando terminación a un proyecto, iniciado en realidad hace millones de años.

Este podría ser el sentido de esa esperanza por el advenimiento de Cristo al mundo por segunda y última vez: es el advenimiento o nacimiento de un hombre terminado, que no puede ser sino la misma humanidad integrada en la libertad y en el amor.

Por lo tanto, nuestra vida -vida de adviento-proyecto- no tiene nada de estático ni de pasivo. Y este tiempo litúrgico -tiempo simbólico- de Navidad no es recordar el nacimiento histórico de Jesús en Belén -pudo haber nacido en otro lugar y en otra época-, sino que es trabajar en nuestro propio nacimiento como hombres nuevos.

"Nuevos" porque emergemos de nuestra propia arcilla, labrada con nuestras manos. Somos nuevos porque resultamos el fruto de nuestro propio proyecto. Quien no se proyecta a sí mismo, sigue siendo un hombre viejo, tal como se lo recordó Jesús a Nicodemo: «Es preciso nacer de nuevo» (Jn 3,3), no por un nuevo embarazo materno, sino por el parto de uno mismo con la fuerza del espíritu.

A todo esto apunta el texto del Evangelio de Marcos de este domingo: salir de nuestra modorra y somnolencia porque estamos viviendo un tiempo dramático hecho de vigilancia y trabajo personal.

A cada uno de nosotros se nos ha encomendado una tarea o proyecto que debe ser realizado con urgencia, porque disponemos solamente de esta vida para llevarlo a cabo. Es un proyecto que abarca la totalidad de la vida. En cualquier momento puede llegar el fin y en ese cualquier momento «nuestra parte» debe estar concluida.

Cada día, cada momento es adviento, porque Dios llega y hay que esperarlo con las manos bien metidas en la arcilla.

Cada día el Señor debe sorprendernos trabajando en este único y absoluto proyecto: ser nosotros mismos, hacernos a nosotros mismos.

Concluyendo...

Si la vida es algo serio y responsable, tener fe cristiana es asumir esta seriedad y responsabilidad.

No basta decir: "Tengo la palabra de Dios". Mientras esa palabra permanezca fuera de nosotros mismos, no es palabra de Dios. Esa palabra tiene que ser vivida como si nunca hubiera sido pronunciada antes, como si nosotros fuésemos los primeros o los únicos que la hemos escuchado.

Dios proyectó y proyecta cada día su salvación. Pero eso no es suficiente. El no se impone con rigidez estereotipada.

Hace falta que nuestro proyecto se encuentre con el de Dios, lo haga suyo, lo «viva aquí y ahora».

Bien nos lo ha dicho hoy Isaías, refiriéndose a este Dios "Padre y Redentor", en una magnífica anticipación del concepto cristiano de Dios: "Tú sales al encuentro del que practica la justicia y se acuerda de tus caminos".

SANTOS BENETTI
EL PROYECTO CRISTIANO. Ciclo B.1º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1978.Págs. 9 ss.


19.

Comenzamos un tiempo de Gracia en la Iglesia: el Adviento, que como tiempo litúrgico, nos invita a una reflexión más serena y analítica que el "tiempo ordinario". Se suma, además, un tiempo en el que nos preparamos también para despedir el año, y para muchos es tiempo de replanteos, evaluación y "balance" del año vivido.

Por eso quizás nos sentimos con mayor responsabilidad para concentrarnos y dedicar más tiempo para analizar nuestro propio proyecto de vida.

Los textos con los que hoy nos confrontan la liturgia nos invitan a pensar que nuestro proyecto de vida ha de estar inmerso en el proyecto de Dios. Y la evaluación y balance debemos hacerlo desde este proyecto y no desde nuestras metas propuestas, quiz ás demasiado individualistas, frustradas o incompletas.

Porque el cristiano no tiene un proyecto individual, para sí mismo. Su proyecto se incluye en el Plan de Salvación que Dios ha dispuesto y preparado para todos sus hijos e hijas. Tanto la lectura de la carta de San Pablo como el Evangelio de Marcos nos invitan a pensar en un proyecto que tiene como elemento sustancial la esperanza del encuentro con el Señor.

Para los corintios ese encuentro está planteado como plenitud de los dones que ellos manifiestan tener. Para Marcos ese encuentro será sorpresivo y por lo tanto exige atención y vigilia.

Pero además, al prepararnos para este encuentro, que por un lado se dará en la natividad y a la vez en la esperanza del encuentro definitivo, lo hacemos desde la realidad en la que nos encontramos. Es decir, no esperamos al Señor ni esperamos encontrar nos con El de un modo abstracto o aséptico. La esperanza lo es desde una determinada situación.

Por eso se impone la reflexión y el examen. Y en esto nos ayuda Isaías. Su atrevida oración a un Dios que se ha alejado invita a rezar desde el reconocimiento del pecado, pero a la vez, con la esperanza de la reconciliación.

La detallada enumeración de los sentimientos nos acerca a un hombre de profunda emotividad. El profeta ora desde lo que ha experimentado: su pecado y el del pueblo. Y no lo desconoce.

Tampoco desconoce que desde la justicia de Dios el pueblo merece el abandono, pero -lo repetimos- atrevidamente, intenta llegar a los mismos sentimientos de Dios. Enfrenta a Dios en su categoría de Creador, de Padre y como tal, le "exige" misericordia y perdón. Isaías espera confiadamente ese perdón. Sabe que la paternidad de Dios no puede fallarle en este momento tan importante. Por eso se sincera.

Nuestra oración está cargada de "frases hechas" y estereotipadas. Pocas veces dejamos lugar a los sentimientos para dirigirnos a Dios.

Hoy deberíamos elevar nuestros ojos y nuestra oración a nuestro Padre, desde nuestra Latinoamérica sufriente y pecadora, y como Isaías, presentar una súplica sincera, que tenga todo lo descarnado que tiene nuestra historia, que tenga todo el dolor que tiene nuestro pueblo, que tenga todo el pecado que tienen nuestros opresores y nuestro egoísmo y comodidad.

Hoy podríamos rezar, esperando al Señor de la Navidad, que viene nuevamente a buscarnos, y esperando que su proyecto, al fin, sea nuestro proyecto. Y parafraseando al profeta podríamos decir:

"Mira Padre, nuestro pueblo, mira el pecado de sus gobernantes y dirigentes. Mira a qué ha llegado tu tierra luego de 500 años de que tu Palabra llegó a sus orillas. Mira cómo sufren nuestros niños abandonados por sus familias, mira cómo sufren los campesinos que luchan por sus tierras, mira cómo sufren las diversas etnias y los aborígenes a los que les ha negado sus propias tierras y hogares. Mira, Padre, cuánto pecado se ha acumulado en las grandes ciudades, llenas de dinero en pocos edificios, cuánta pobreza en tantos hogares y cuánta esterilidad en tantos campos. Mira, Padre, cuánto pecamos nosotros por no denunciar ni organizarnos para la lucha, mira cuánto dejamos pasar por estar más cómodos y seguros con lo que tenemos.

Sufrimos tanto, Padre, que a veces nos parece que nos abandonaste, que tu mirada no se vuelve hacia los pobres, que tu justicia es tan esperada como la de los hombres. Por eso, Padre, míranos. Somos tu pueblo, tu raza, campo de tu siembra, arcilla de tus manos.

Esperamos la Navidad, pero más que nada esperamos tu justicia. Año tras año la esperamos. En cada Navidad. Y cada año vuelve a ser igual que el anterior. Perdona Padre, el pecado de la insolencia de los más desprotegidos, el pecado de la violencia de los pobres que tienen que robar para comer, el pecado de las que tienen que vender su cuerpo para poder vivir, el pecado de quienes venden su sangre para p agar un plato de comida.

Perdona, Padre, la impaciencia de los revolucionarios, las armas de los que buscan justicia. La angustia del que se evade con el alcohol y la droga.

Pero esperamos tu justicia para los que nos sacaron el pan, la tierra, el agua y la paz. Esperamos tu justicia para el que trafica con los niños y niñas. Esperamos tu justicia para el que compra el cuerpo de la mujer por un rato y luego le roba su vida . Esperamos tu justicia para el que trafica con la droga y mata a nuestros jóvenes.

Se acerca la Navidad, Señor, otro encuentro con la Palabra Encarnada. Se acerca ese encuentro tan maravilloso y tan esperado por ti y por nosotros. Que ese encuentro sea de perdón, de justicia, y de cumplimiento de tus promesas."

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


20.

¡MARANA THA! VEN, SEÑOR JESÚS!

1. Cuando está a punto de terminar el año natural comienza el Adviento cristiano. De una manera especial en este adviento que inaugura la preparación para celebrar el Jubileo del año 2000 del nacimiento de Cristo. Los creyentes en Jesús nos vestimos de primavera cuando casi está encima el invierno. Adviento, tiempo de, esperanza y de vigilancia. Esperamos al Amado que vino y está a punto de llegar y le cantamos: "¡Marana tha! Ven, Señor Jesus! (1Cor 16,22).

2. Toda la liturgia de Adviento está sintetizada en el Prefacio de hoy que nos anuncia: "la venida del Señor en la humildad de nuestra carne, y la promesa de que vendrá de nuevo en la majestad de su gloria". La expectativa ante el retorno del Señor polariza nuestra atención y nutre nuestra oración: "A tí, Señor, levanto mi alma. En tí confio. No quede yo defraudado. Que no triunfen mis enemigos sobre mi "Salmo 24. 1 de la antífona de entrada."

3. Si aguardamos a Cristo, nuestra espera no debe ser pasiva, sino dinámica para "salir a su encuentro, con nuestras buenas obras "Oración Colecta: la oración, los sacramentos, la caridad y todo el séquito de las virtudes.

4. En este domingo comenzamos la fase preparatoria, que durará tres años, para el jubileo del año 2000, que ha de tener un carácter claramente cristológico. "Para conocer la verdadera identidad de Cristo, es necesario que los cristianos vuelvan con renovado interés a la Sagrada Escritura (en la liturgia, tan llena del lenguaje de Dios; en la lectura espiritual). (Ante el Tercer Milenio). Recomiendo mi libro : "Escucha Israel" como guia biblico-domicinal.

I/ 5. Jesús nos dice en el evangelio: "Velad". Cuatro veces repite en diez líneas, el mismo mandato: "Velad". Si la repite tanto, es porque es fundamental. Velar de noche, la noche de la peregrinación de la fe en este mundo , exige mucha paciencia, pereseverancia y constancia.

6. San Pablo nos dice: "Que Nuestro Señor Jesucristo nos mantendrá firmes hasta el final " 1 Corintios 1,3. Asi pues, la esperanza cristiana es una fidelidad en la fe y un combate que tiene a Cristo como actuante principal.

7. El Señor manda velar, no sólo a los Apóstoles , sino a todos: "Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos" Marcos 13, 33. Ya nos lo ha dicho en la parábola de las virgenes necias (Mt 25,1). Y lo dijo en Getsemani: "Velad y orad, para no caer en la tentación " (Mt 26,41). Si caemsos es porque no oramos, o porque no oramos bastante. Porque nos allmentamos poco.

8. Isaías, que es un gran poeta, nos ha dejado esta patética oración, una joya de la literatura bíblica Isaías 63, 16. El profeta se adelanta a Jesús a llamar a Dios, Padre y Redentor. Parece que asi oraba ya entonces Israel. Es un grito angustiado y confiado, proferido por los israelitas cuando ven todavía lejos el día de Ya intervención salvifica de Dios. ¿Por qué nos sigues dejando en el pecado? ¿Por qué no borras en nosotros sus huellas? ¿Por qué no nos creas un corazón nuevo?. No hay pelagianismo en ese esperar de Dios la liberación del pecado, pues "Es Dios quien obra en nosotros el querer y el obrar" (Flp 2,13). Tú eres quien nos ha de arrancar de raiz este cáncer que llevamos dentro, este hombre podrido que somos. Tú eres el autor del hombre nuevo, "creado a imagen de Dios, en justicia y santidad" (Ef 4,24). 9. Reconozcamos la realidad del pecado, que rompe nuestra relación con Dios y con los hermanos. Reconozcamos con Isaías que "nuestra justicia es un paño sucio y manchado". " Hemos caído a tierra como hojas secas sin savia y sin vida. El viento nos ha arrebatado en todas direcciones. Nuestra salvación sólo está en Dios". Por eso: "¡Ojalá rasgaras el cielo y bajaras, derritiendo los montes" de nuestra soberbia , insensatez , autosuficiencia, "con tu presencia"! Mira, señor, cómo nos debatimos en medio de una sociedad decadente y caduca y paganizada. "Hago el mal que no quiero y no hago el bien que deseo. ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? " (Rm 7,19.24). Cuando "bajaste" al Sinaí "derretiste los montes con tu presencia" y tu fuego. ¡Derrite ahora nuestra dura cerviz!, "Nos has ocultado tu rostro".

10. Ven a salvarnos, Pastor de Israel. Muéstranos ya tu Rostro. "Nos has dejado en poder de nuestras culpas". Adelanta el dia de nuestra liberación. "Porque tú eres nuestro Padre". "Nosotros somos la arcilla y tú nuestro alfarero. Somos todos obras de tu mano". Rómpenos y recréanos. "Mira que somos tu pueblo". "Renovemos el tema de la penitencia y reconciliación. La Iglesia no puede atravesar el umbral del nuevo milenio sin animar a sus hijos a purificarse en el arrepentimiento, de errores, infidelidades, incoherencias y lentitudes. Reconocer los fracasos de ayer es un acto de lealtad y de valentía que nos ayuda a reforzar nuestra fe, haciéndonos capaces y dispuestos para afrontar las tentaciones y las dificultades de hoy" (TMA, 32-33).

11. "Ven , visitar tu viña, que tú plantaste. Que brille tu rostro y nos salve. Danos vida, para que invoquemos tu nombre" Salmo 79

12 Velemos, porque vendrá y nos sorprenderá su venida como el ladrón en la noche (Mt 24,23). Vendrá el Señor que se fue de viaje, y "no sabemos si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer". Vendrá a juzgarnos y a revelarnos el misterio de su actuar poderoso y de su paciencia y quietud, el misterio de sus palabras y de sus silencios. Esperemos su retorno. Que Maria nos despierte. "Maria Santísima, que estará presente de un modo transversal a lo largo de toda la fase preparatoria del Milenio, debe ser contemplada en este primer año en el misterio de su maternldad divina" (TMA, 43).

12. Madre del Redentor, Virgen fecunda , ven a librar al pueblo que tropieza y quiere levantarse. Prepáranos tu limpiando nuestro corazón para recibir la eucaristía, a punto de ser inmolada en el altar, con la que nos alimentas para darnos las fuerzas que necesitamos. Lávanos como la madre lava a sus niños, para que la recibamos santamente y descubramos por ella el valor de los bienes eternos para poner en ellos nuestro corazón.

J. MARTI BALLESTER


21.

Nexo entre las lecturas

Con este domingo iniciamos el ciclo B y nos introducimos en el tiempo fuerte del adviento. Se nos ofrece el tema de la salvación y su anhelante espera como vínculo de unión de las lecturas. En la primera lectura nos encontramos con una bellísima oración, en forma de salmo, que expresa los sentimientos de los israelitas que volvían gozosos a su patria después del destierro, pero advertían que, extrañamente, se retrasaba la intervención salvífica de Dios: ¡Ah si rompieses los cielos y descendieses"! En esta petición hay simultáneamente angustia y confianza. Hay dolor de la realidad actual, pero esperanza inquebrantable en la promesa del Señor(1L). La segunda lectura, por su parte, expone que los corintios no carecían de ningún don; en Cristo habían sido colmados con toda clase de bendiciones. Más aún, por gracia de Dios, poseen el mayor de los dones: la participación en la vida de su Hijo Jesucristo. ¡Y Dios es fiel!. Esto es precisamente la salvación (2L). El evangelio de Marcos indica que la espera vigilante de la manifestación de Cristo es aquella que debe acompañarnos en nuestra vida mortal. ¡El Señor puede llegar en cualquier momento: velemos, no durmamos! ¡El Señor está por llegar!



Mensaje doctrinal

1. La salvación y la espera. «¡Ah si rompieses los cielos y descendieses!». La gran invocación de Isaías (63, 19), que sintetiza muy bien la espera de Dios presente, ante todo, en la historia del pueblo de Israel de la Biblia, y en el corazón de todo hombre, no fue pronunciada en vano. Dios Padre ha cruzado el umbral de su trascendencia: mediante su Hijo Jesucristo se ha echado a las calles del hombre y su Espíritu de vida y de amor ha penetrado en el corazón de sus criaturas. ( Juan Pablo II, Audiencia general del 26 de julio del 2000). Sí, en Cristo, tenemos la salvación y el acceso al Padre. "Dios Padre ha cruzado el umbral de su trascendencia" para hacerse uno como nosotros, más pobre que nosotros. ¡Admirable caridad que para rescatar al esclavo ofreció al Hijo!

Esta salvación ha tenido lugar en el sacrificio redentor de Cristo. Sin embargo, nos encontramos todavía "en camino" hacia la posesión eterna de Dios. Nos encontramos entre la primera venida de Cristo en la humildad de nuestra carne, haciéndose uno de nosotros, y la venida gloriosa al final de los tiempos, cuando llegará como juez universal. El tiempo de nuestra vida se puede definir, por tanto, como un tiempo de espera, un tiempo de anhelo por ver a Dios cara a cara. Este tiempo de espera, en el evangelio de Marcos, se expresa con tres actitudes:


* La primera: estad atentos. Cristo Jesús nos invita a "vivir atentamente", es decir, nos invita a adoptar una actitud de reflexión, de recogimiento, de silencio interior. Prestar atención quiere decir concentrarse en una realidad con toda el alma y dar unidad a todas las capacidades de la persona humana. Un hombre atento es un hombre reflexivo y bien dispuesto para entrar en relación con Dios, con sus semejantes y consigo mismo. Lo opuesto a la "atención" es la "distracción", la "dispersión", tan común en nuestro mundo contemporáneo, lleno de ruidos, de imágenes y de sensaciones transitorias. En la distracción se pierde la unidad interior de la persona, se pierde la calma y la paz del corazón. Un hombre distraído dispersa sus capacidades humanas y se encuentra a la deriva de las sensaciones que lo solicitan. El peligro más grave es el de vivir distraídos ante el tema fundamental de la vida: la preparación para la venida de Cristo Nuestro Señor al final de los tiempos, la preparación para la eternidad que está cada vez más cercana.

* La segunda: Velad . En el original griego velad equivale a "quedarse sin dormir". La gran tentación que nos asecha es la de quedarnos dormidos en medio de la noche. En la Biblia, la noche es símbolo de la acción del maligno que siembra la cizaña (Mt 13, 24-30); es el tiempo del sufrimiento, de la prueba, de los ataques por sorpresa (Job 7,3; Is 15,1; Jer 6,5); es el tiempo de la angustia ante la venida del Hijo del Hombre (Rm 13,12; 1 Ts 5,4-6), de rechazo de la luz y de la traición de Judas. Por eso, dice Pablo: Pero vosotros, hermanos, no vivís en la oscuridad, para que ese Día os sorprenda como ladrón, pues todos vosotros sois hijos de la luz e hijos del día. Nosotros no somos de la noche ni de las tinieblas. Así pues, no durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios. (1 Ts 5,4-6). El cristiano es un hombre para la luz, un hombre que huye del mal y de la tinieblas; un hombre que no conoce el mal, sino para nombrarlo y combatirlo, pero nunca para dejarlo entrar en el corazón. Quien se duerme, se deja llevar por la fuerza del enemigo, por la fuerza de las pasiones, por los atractivos del mundo. No vela y se pierde. Que sea pues nuestra consigna: ¡velad en la noche del mundo para estar preparados al encuentro del Señor!

* La tercera: Vigilad. En el evangelio se repite dos veces este verbo: vigilad. Es la acción del centinela que tiene que estar alerta, mientras espera pacientemente el paso del tiempo nocturno para ver surgir en el horizonte la luz del alba (cf. Juan Pablo II, Audiencia general del 26 de julio de 2000). Estar alerta significa discernir en medio de la noche los signos de los tiempos. Significa tener un "sexto sentido" para descubrir aquello que puede ofender mi fe, mi amor a la Iglesia, mi fidelidad a la palabra empeñada. Estar alerta significa, como el centinela, vivir con la esperanza en los ojos del amanecer que se avecina; más aún, es descubrir ya en la noche la acción misma de la luz que va venciendo las tinieblas. Como todos los hombres, los cristianos viven en la noche de este mundo, pero no pertenecen a la noche. Esta vigilia, sin embargo, es una prueba; es un momento duro, de lucha, de dificultad. Es un caminar en tinieblas, es una especie de noche oscura del alma. Es una vigilia que, como la de Cristo en Getsemaní, debe decidirse con una adhesión incondicional a los planes de Dios, porque son planes de amor. Es una vigilia de oración, es una vigilia que implica sacrificio; pero es, al mismo tiempo, una vigilia en la que se anuncia cada vez más cercana la aurora. Centinela, ¿cuánto le queda a la noche? El centinela responde: Llega la mañana y después la noche. Si queréis preguntar volveos, venid (Is. 21, 11-12).

2. El pecado. Con frecuencia, al tratar del pecado, se pone de relieve la "responsabilidad de quien lo comete " alterando el orden establecido. Esto es correcto, pero no es suficiente. No se ha tocado aún la esencia más profunda del pecado. La primera lectura del profeta Isaías nos ofrece la oportunidad de profundizar en el tema. El profeta expone con gran sensibilidad que el pecado es, ante todo, una "ruptura" con la voluntad salvífica de Dios; una ruptura de la relación de amistad con Dios y de obediencia que debemos a su santa voluntad. Señor, Tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla, tú el alfarero: somos todos obra de tu mano. No te excedas en la ira, Señor; no recuerdes siempre nuestra culpa: mira que somos tu pueblo. El profeta, tomando la voz del pueblo, clama al Señor indicándole que comprende que se ha roto esa amistad entre el Señor y su creatura; entre el Padre y su hijo; entre el alfarero y la arcilla. Por eso, quien quiera comprender a fondo su pecado y ser perdonado, debe considerar este camino del "amor roto", "del amor olvidado", de la ruptura de amistad con Dios. Cuando el Hijo pródigo hizo experiencia del amor de su Padre, el camino de conversión estaba totalmente desembarazado. El Catecismo nos dice: "Para intentar comprender lo que es el pecado, es preciso en primer lugar reconocer el vínculo profundo del hombre con Dios, porque fuera de esta relación, el mal del pecado no es desenmascarado en su verdadera identidad de rechazo y oposición a Dios, aunque continúe pesando sobre la vida del hombre y sobre la historia". (Catecismo de la Iglesia Católica 386)


Sugerencias pastorales

1. El cristiano debe vivir como centinela de esperanza en la noche del mundo. Algo que debe caracterizar la vida del cristiano es su esperanza gozosa en el triunfo de Cristo sobre el mal y sobre el pecado. En verdad, son muchos los motivos de sufrimiento y de "noche" para los hombres. Los dolores morales profundos, las enfermedades, las desgracias personales, el "tedio de la vida", las grandes catástrofes que se abaten sobre pueblos enteros. Parece que todo nos invita a perder el ánimo. Sin embargo, Cristo sale al paso de nuestra vida y nos hace presente que la noche ha sido vencida y que debemos vivir como hijos de la luz. Cristo nos invita a ser "centinelas de la mañana", centinelas de la esperanza, pregoneros de la buena nueva de la salvación.

En este sentido habría que alimentar la capacidad de maravilla ante todo el mundo creado. El Papa Juan Pablo II nos invita de este modo: "Es necesario abrir los ojos para admirar a Dios que se esconde y al mismo tiempo se muestra en las cosas y que nos introduce en los espacios del misterio. La cultura tecnológica y la excesiva inmersión en las realidades materiales nos impiden con frecuencia percibir el rostro escondido de las cosas. En realidad, para quien sabe leer con profundidad, cada cosa, cada acontecimiento trae un mensaje que, en último análisis, lleva a Dios. Los signos que revelan la presencia de Dios son, por tanto, múltiples. Pero para que no se nos escapen tenemos que ser puros y sencillos como los niños (cf. Mateo 18, 3_4), capaces de admirar, sorprendernos, maravillarnos, encantarnos con los gestos divinos de amor y de cercanía para con nosotros. En cierto sentido, se puede aplicar al tejido de la vida cotidiana lo que el Concilio Vaticano II afirma sobre la realización del gran designio de Dios a través de la revelación de su Palabra: «Dios invisible, en su gran amor, habla a los hombres como a sus amigos y se entretiene con ellos para invitarlos y admitirlos en la comunión con él» («Dei Verbum», n. 2). ( Juan Pablo II, Audiencia general del 26 de julio del 2000) ¡Admirable enseñanza capaz de dar luz e iluminar nuestros caminos!

P. Octavio Ortiz


22. 2002 - COMENTARIO 1

EN NUESTRAS MANOS

Por los años sesenta la Iglesia se miró a sí misma y se vio vieja y atrofiada. Juan XXIII -un santo, soñador como cualquier santo- convocó un Concilio Ecuménico. "Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón... No impulsa a la Iglesia ambición terrena alguna. Sólo desea una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo...".

Bellas palabras de los padres conciliares, más promesa que realidad, acelerador de una iglesia que se había vuelto conservadora e hibernaba en el letargo postridentino. Pero el Concilio dejó de ser noticia. Lejos queda ya su clausura aquel 8 de Diciembre de 1965. Al mirar hoy de nuevo a la Iglesia me pregunto: ¿Hemos vuelto a las andadas? Como niño que comienza a caminar, siente miedo y se cae, se empiezan a añorar de nuevo las antiguas seguridades. Miramos hacia atrás. A la Iglesia -especialmente a un amplio sector de sus dirigentes- le va más el freno que el acelerador, el recelo del hombre que la confianza en él, el poder que el servicio, su causa y estructura que la de los pobres sin estructura ni defensa.

No a toda la Iglesia, gracias a Dios. Porque también hay un sector de ella que mira menos a la estructura que a Jesús, menos al poder que al pueblo, a los de arriba menos que a los de abajo. Es, sin duda, el fruto de aquel concilio que, entre unos y otros, podríamos apagar.

La causa de esta Iglesia, recién nacida y débil, tan distinta de la causa de la Iglesia oficial, florece por doquier en pequeños grupos o comunidades, en la periferia de las grandes ciudades, en el pueblo, dentro y fuera de nuestros límites geográficos: es la causa de los pobres que anhelan la vuelta de su Señor Jesús para que tome posesión de su casa, ese Señor que "se fue al extranjero, dejó su casa se la encargó a sus criados señalándole a cada uno su tarea y al portero le mandó estar en vela". Y les recomendó: "Por eso estad en vela, que no sabéis cuándo llegará el dueño de casa, si al anochecer, a medianoche, al canto del gallo o al amanecer".

La casa-comunidad-Iglesia, dejada en manos de Pedro y los suyos, cuando Jesús se fue al extranjero (muerte y resurrección) no veló. En aquel primer rendimiento de cuentas, que fue la Pasión de Jesús, todos se durmieron: Judas lo entregó al atardecer; a media noche lo condenó el senado judío; Pedro lo negó al canto del gallo; al amanecer Pilato, senado y pueblo lo entregaron a muerte. Todos se durmieron al no reconocer en aquel Jesús pobre, desposeído, fracasado y humillado, al Hijo del Hombre que venía a pedir cuentas a sus empleados, exigiéndoles fidelidad.

Hoy se da otra oportunidad a la Iglesia. Al final de los tiempos volverá Jesús. En nuestras manos está su legado, su Evangelio, su casa. Esta Iglesia superará la prueba si reconoce a Jesús en los de abajo, la clase oprimida, el Cristo sufriente hoy, el del paro y de la marginación, de la droga y del alcoholismo, de los inadaptados sociales, de los minusválidos, del salario acabado antes de final de mes y las letras para la sobrevivencia.

Tras el despertar conciliar tal vez nos hayamos dormido una vez más. "Lo que digo a vosotros -decía Jesús- lo digo a todos: Velad".
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23. COMENTARIO 2

QUE HACER MIENTRAS TANTO

Dejemos de pensar en el fin del mundo y en la muerte para empezar a responsabilizamos del mundo y de la vida presentes. Y lo que tenga que llegar cuando llegue llegará. La cuestión no es saber cuándo, sino qué hacer mientras tanto.

ADVIENTO

Con el Adviento comienza este domingo un nuevo año litúrgico. La palabra adviento significa "venida". Es éste, pues, el tiempo en el que nos preparamos para la venida del Señor, y esto en un doble sentido: un sentido más inmediato, más superficial (nos preparamos para la Navidad, para la fiesta en la que recordamos el nacimiento de Jesús de Nazaret), y un sentido más hondo, con una perspectiva más lejana (nos preparamos para otra venida que, cuando se produzca, significará nuestro encuentro definitivo con Jesús Mesías). Pero, y esto es importante destacarlo, en ambos casos se trata de una venida de Jesús y, por tanto, ninguno de ellos puede servir de pretexto para que huyamos de este mundo; en ningún caso nos podrá servir el Adviento para olvidarnos de los problemas de los hombres.

El evangelio de hoy nos habla de la venida de Jesús en ese sentido que decíamos más hondo.

"... EN LO REFERENTE AL DÍA AQUEL O A LA HORA..."

Marcos, el autor del evangelio de hoy, usa siempre la expresión "el día aquel" para referirse al día del triunfo de Jesús, consecuencia de su muerte, a la que se refiere con la expresión "la hora". Sin embargo, en el evangelio de hoy no se trata de "la hora" de Jesús, sino de la de sus seguidores. También a ellos les llegará su hora, es decir, el momento culminante y definitivo de su entrega al servicio de la causa de la liberación y de la felicidad de los hombres. Ese momento podrá ser, como le sucedió a Jesús, ocasión de persecución, de sufrimiento y de muerte; pero terminará del mismo modo que acabó la hora de Jesús: en un día de triunfo, de vida definitiva en plenitud. Ahora bien, "en lo referente al día aquel o a la hora, nadie entiende, ni siquiera los ángeles del cielo ni el Hijo; únicamente el Padre", esto es, no hay que vivir preocupados por esa hora y ese día: de ese asunto entiende sólo el Padre, quien llegado el momento prestará a sus hijos la ayuda que sea menester. El peligro es dormirse mientras tanto en los laureles.

¡AHUYENTAD EL SUEÑO!
¡ MANTENEOS DESPIERTOS!

¡Andaos con cuidado ahuyentad el sueño, que no sabéis cuándo va a ser el momento!

Es éste un aviso para los que tenemos fe, para los que hemos puesto nuestra seguridad en Dios: sabemos que Dios es nuestro Padre y que nos quiere; sabemos que nuestra suerte está en sus manos; sabemos que Jesús, tras cuyos pasos vamos, ha vencido y que su triunfo anuncia y anticipa el nuestro... Podemos pensar que todo lo que nos queda que hacer es esperar que el encuentro definitivo se realice y centrar nuestra preocupación en el cuándo y en el cómo. Y dejarnos vencer por el sueño. Y que el día aquel y nos encuentre dormidos, sin hacer nada.

El evangelio pone una comparación para explicarnos cuál es nuestra situación presente: "es como un hombre que se marchó de su país: dejó su casa, dio a los siervos su autoridad -a cada uno su tarea- y en especial al portero le mandó mantenerse despierto". Nosotros somos los siervos, -no siervos de Jesús, sino servidores de la humanidad; nosotros somos los que han elegido como su modo de vida el servicio a los hombres, servicio que se presta no a la fuerza, sino libremente y por amor- y se nos ha encomendado un trabajo que no debemos descuidar: continuar la tarea de Jesús.

ADVIENTO

El Adviento lo vivimos casi siempre como la preparación de la Navidad. Como preparación de una de las fiestas más universales y más alegres de las que los hombres celebramos. Llegada la Nochebuena festejaremos con alegría el nacimiento del Hijo de Dios, nos sentiremos conmovidos al contemplar la figura de un recién nacido que no tiene más cuna que un pesebre, nos emocionará saber que fueron unos pobres marginados, los pastores, los que primero conocieron la noticia del nacimiento de aquel niño y nos llenará de esperanza saber que el mensaje que aquéllos recibieron de parte de Dios anunciaba para esta tierra la tan escasa paz.

Pero no podemos olvidar que la Navidad está tan llena de sentido porque aquel cuyo nacimiento celebramos dedicó su vida a luchar para que los hombres aprendiéramos a vivir como hermanos y, en su hora, entregó esa vida para demostrar que en este mundo es posible el amor hasta la muerte y que sólo mediante un amor de esa calidad es posible un mundo en el que cada recién nacido tenga, al nacer, una cuna y, durante toda su vida, paz. Y no podemos olvidar que aquel que con su entrega se reveló como el Hijo de Dios vive, desde el día aquel, esperando de nosotros una entrega como la suya.
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24. COMENTARIO 3

v. 33 "¡Andaos con cuidado, ahuyentad el sueño, que no sabéis cuándo va ser el momento! Es como un hombre que se marchó de su país: dejó su casa, dio a los siervos su autoridad -a cada uno su tarea-"

En lo que toca a los discípulos empieza Jesús exhortándolos a evitar un peligro (Andaos con cuidado): no deben ceder al sueño, que equivale a renunciar a la actividad: el desconocimiento del momento de la prueba exige una continua vigilancia.

Jesús pone una analogía: un hombre que se marchó de su país, alusión a él mismo y a su muerte; su casa/hogar, representa la nueva comunidad, compuesta de los dos grupos de seguidores, los discípulos, que proceden del judaísmo, y los otros, que no proceden de él; Jesús se separa de los suyos y les deja la responsabilidad de la misión entre los paganos, que ha de conocer gran desarrollo en la época siguiente a la destrucción de Jerusalén; los siervos es una manera de indicar la misión de sus seguidores, que deben estar dispuestos a rescatar a todos los que sufren la opresión de los gobernantes paganos; les da su autoridad (2,10: la del Hijo del hombre), el Espíritu, capacitándolos para borrar el pasado (2,5) y comunicar vida a los hombres; a cada uno su tarea, el servicio es responsabilidad de cada uno y se realiza según su modo personal.

v. 34 "y en especial al portero le mandó mantenerse despierto".

El portero, está presentado como una figura individual, pero la recomendación que se le hace, mantenerse despierto, se extiende inmediatamente al grupo de discípulos (35: "manteneos despiertos") y, más tarde, a todos los seguidores de Jesús (37: "a todos"). Representa, pues, a todos "los siervos", asignándoles una función común en medio de la diversidad de tareas: todos han de estar dispuestos a abrir el mensaje de Jesús y las puertas de la nueva comunidad a los paganos.

El encargo al portero: mantenerse despierto, es el "mandamiento" que da Jesús a los suyos, como contradistinto del mandamiento de Moisés y de los mandamientos de Dios (10,18.19): Significa mantener un estado de expectativa, estar dispuesto para la acción, sin echarse atrás ante la persecución ni incluso la muerte: "renegar de sí mismo, cargar con su cruz"). La prontitud para la entrega por amor a la humanidad es el mandamiento de Jesús, que sustituye a los de la antigua alianza (12,29-31); formula la fidelidad a Jesús, siguiéndolo hasta el fin.

v. 35 "Por tanto, manteneos despiertos, que no sabéis cuándo va a llegar el señor de la casa -si al oscurecer o a media noche o al canto del gallo o de mañana".

-La expresión el señor de la casa está en paralelo con "el señor/dueño de la viña (12,9), que designaba a Dios en relación con Israel, y muestra la función divina de Jesús respecto a la nueva comunidad humana (2,19: "el Esposo"). La imagen de la viña/reino de Dios queda sustituida por la de casa-familia / reino de Dios y del Hombre, que se va construyendo en un plano humano universal (casa-hogar), no étnico ("casa de Israel") ni religioso-institucional (templo).

El señor de la casa va a llegar: será la llegada del Hijo del hombre (13,26), con su fuerza de vida, para reunir a los suyos que han llevado a cabo su tarea sin dejarse acobardar. Solamente los que estén despiertos, es decir, los que hayan mantenido viva esa disposición de entrega podrán encontrarse con él.

La llegada se espera durante la noche, en uno de los cuatro espacios designados: al oscurecer, etc., nombres de las cuatro partes en que los romanos dividían el tiempo nocturno; nueva referencia a la misión universal (13,10; 14,9). Se alude así a la noche mesiánica, la del nuevo éxodo: la llegada del dueño de la casa significa la liberación definitiva de los suyos, en correspondencia con la llegada del Hijo del hombre (13,26s). "El día" se va a revelar en medio de "la noche".

v. 36 ... "no sea que, al llegar de improviso, os encuentre dormidos".

La llegada tendrá lugar de improviso, por sorpresa; no dejará tiempo para cambiar de actitud. Con esta expresión previene Jesús contra la negligencia en la misión (estar dormidos), contra la dejación del seguimiento hasta el final (13,13). Si no ha habido esa entrega, la llegada para reunir a "sus elegidos" quedaría frustrada.

v. 37 "Y lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: manteneos despiertos".

El mandamiento, la disposición a la entrega, vale y es necesaria para todos los seguidores de Jesús, tanto para los discípulos, israelitas (vosotros) como para los no israelitas (todos). Señala la actitud interior que ha de orientar la vida y la actividad del cristiano.
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25. COMENTARIO 4

Por los años sesenta la Iglesia se miró a sí misma y se vio vieja y atrofiada. Y a Juan XXIII, un santo soñador, se le ocurrió convocar un concilio ecuménico. "Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los seres humanos de nuestro tiempo, sobre todo, de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón... No impulsa a la Iglesia ambición terrena alguna. Sólo desea una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo..." (Gaudium et Spes, 1).

Bellas palabras de los padres conciliares, más propósito que realidad, acelerador de una Iglesia que se había vuelto conservadora e invernaba en el letargo postridentino. Pero el Concilio dejó de ser noticia. Lejos queda ya su clausura aquel 8 de Diciembre de 1965 (el próximo domingo es 37º aniversario). Al mirar hoy de nuevo a la Iglesia me pregunto: ¿Hemos vuelto a las andadas? Como niños que, al comenzar a caminar, sienten miedo y se caen, añoramos de nuevo las antiguas seguridades. Miramos hacia atrás. A la Iglesia -especialmente a un amplio sector de sus dirigentes- le va más el freno que el acelerador, el recelo al ser humano que la confianza en él, el poder más que el servicio, la defensa de su estructura más que la lucha por la Causa de los pobres sin estructura ni defensa.

No a toda la Iglesia, gracias a Dios. Porque también un sector de ella mira menos a la estructura que a Jesús, menos al poder que al pueblo, a los de arriba menos que a los de abajo. Es, sin duda, el fruto de aquel concilio que, entre unos y otros, podríamos apagar.

La causa de esta Iglesia, débil como niño recién nacido, tan distinta de la causa de la Iglesia oficial, florece por doquier en pequeños grupos o comunidades, en la periferia de las grandes ciudades, en los barrios, en las asociaciones populares, dentro y fuera de nuestros límites geográficos: es la Causa de los pobres que anhelan la vuelta del Señor que "se fue al extranjero: dejó su casa, la encomendó a sus servidores señalándoles a cada uno su tarea, y al portero le mandó "estar en vela". Y les recomendó: "estén en vela, que no saben cuándo llegará el dueño de casa, si al anochecer, a medianoche, al canto del gallo o al amanecer, no vaya a presentarse de pronto y los encuentre dormidos".

La casa-comunidad-Iglesia, dejada en manos de Pedro y los suyos, cuando Jesús se fue al extranjero (muerte y resurrección) no veló. En aquel primer rendimiento de cuentas, que fue la Pasión de Jesús, todos se durmieron: Judas lo entregó; el senado judío lo condenó; Pedro lo negó al canto del gallo; Pilatos, senado y pueblo judío lo entregaron a muerte. Todos se durmieron al no reconocer en aquel Jesús pobre, desposeído, fracasado y humillado, al "Hijo del Hombre".

Hoy se da otra oportunidad a la Iglesia. En nuestras manos está su legado, su evangelio, su casa. Esta Iglesia superará la prueba si sigue a Jesús en la pasión del ser humano, si lo reconoce en los de abajo, en el Cristo sufriente hoy, en las inmensas masas de pobres de la tierra, en los obreros en paro, en los marginados del mundo, en los caídos en el pozo de la droga y del alcohol, en los que llaman a la puerta del primer mundo para que los dejen comer las migajas que caen de la mesa de los señores, en los inadaptados sociales, en los minusválidos, en los que viven con un salario que no alcanza a final de mes...

Tras el despertar conciliar tal vez nos hayamos dormido una vez más. " Lo que les digo a ustedes se lo digo a todos: ¡Estén en vela!".

Y para estar en vela y no dormirnos, según Isaías, es necesario rogar insistentemente a Dios, nuestro padre y nuestro redentor, que se vuelva a nosotros por amor, que derrita los montes con su presencia, que salga al encuentro del que practica la justicia y se acuerda de sus caminos, que aparte nuestras culpas y seamos salvos, que no nos oculte su rostro ni nos entregue en poder de nuestra culpa. Si estamos en vela, como dice Pablo en la primera carta a los Corintios (1,3-9), quienes aguardamos la manifestación de nuestro Señor Jesucristo no careceremos de ningún don. El nos mantendrá firmes hasta el final para que no tengan de qué acusarnos en el día de Jesucristo, Señor nuestro.

La interpretación que se daba a estos textos del evangelio que apuntan hacia el futuro o hacia la escatología estuvo casi siempre revestida de un tinte apocalíptico y de temor: el Señor había establecido un plazo, que se nos podría acabar en cualquier momento, imprevisiblemente, por lo cual necesitábamos estar preparados para un juicio sorpresivo y castigador que el Señor podría abrir en cualquier momento contra nosotros. "Que la muerte nos sorprenda confesados". Este miedo funcionó durante mucho tiempo, durante tantos siglos como duró una imagen mítica de Dios, excesivamente calcada de la imagen del señor soberano feudal que dispone despóticamente sobre sus súbditos. El miedo a la condenación eterna, tan impregnado en la sociedad cristiana medieval y barroca, hizo que la "huelga de confesonarios" pudo ser en determinados momentos un arma esgrimida por el clero contra las clases altas, por ejemplo por parte de los misioneros defensores del pueblo contra los conquistadores españoles dueños de esclavos. Causa sonrisas pensar en la eficacia que una tal "huelga de confesionarios" pudiera tener hoy día… Y es que la estrella de la "vida eterna", el dilema de la salvación/condenación eternas, brillaba con su potencia indiscutible en el firmamento de la cosmovisión del hombre y la mujer premodernos… Pero son tiempos idos. Sería un error enfocar el comentario a evangelios como el que hoy leemos, en esa misma perspectiva, pensando que nuestros contemporáneos son todavía premodernos...

El estado de alerta, la mirada atenta al futuro que evita el adocenamiento o la rutina… sí que es una categoría y una dimensión del hombre y de la mujer modernos. Si lo interpretamos como "esperanza", la pertinencia del mensaje aún es más vigente.

¿Qué puede significar "Adviento" para la sociedad actual? Como nombre de un tiempo litúrgico significa bien poco, y no habría que lamentarse mucho ni gastar pólvora inútilmente, pues cualquier día -tal vez más pronto que tarde- la Iglesia cambiará el esquema de los ciclos de la liturgia, que clama a gritos por una renovación. Lo que importa no es el tiempo litúrgico, sino el Adviento mismo, el "Advenimiento" -que eso significa la palabra-, el "noch nicht Sein" que diría Ernst Bloch, aquello cuya forma de ser consiste en "no ser todavía pero tratando de llegar a ser"… Ateo como era, Bloch construyó toda su poderoso edificio filosófico sobre la base de la utopía y la esperanza, y presentó en bellas páginas inolvidables la grandeza heroica del santo y del mártir ateo, capaz de dar la vida en aras de su esperanza... Ebeling, en la misma línea decía: "lo más real de lo real no es la realidad misma, sino sus posibilidades"…

Después de los años 90 pasados, estamos en un tiempo en el que se ha dado un "desfallecimiento utópico". Con el triunfo del neoliberalismo y la derrota de las utopías (no "de las ideologías", alguna de las cuales siguen muy vivas), la cultura moderna -o mejor posmoderna- castiga al pensamiento esperanzado y utopista. El ser humano moderno-posmoderno está escarmentado. Ya no cree en "grandes relatos". Se nos ha impuesto una cultura antiutópica, antimesiánica, aescatológica, ¿sin esperanza?, a pesar de la brillantez de que hacen gala los productos de la industria mundial del entretenimiento; detrás del atractivo seductor de ese entretenimiento, la imagen de ser humano que queda está ayuna de toda esperanza que trascienda siquiera mínimamente el "carpe diem" o el disfruta esta vida".

¿Qué advenimiento ("adviento") espera el hombre y la mujer contemporáneos? ¿Cómo vivir el adviento en una sociedad que no espera ningún "advenimiento"? Desde luego, no reduciendo el adviento a un "tiempo litúrgico", o a un tiempo pre-navidad.. ¿Cómo pues?

El Advenimiento que esperamos los cristianos no es la Navidad… Ni siquiera es "el cielo"… ¡Es el Reino! No es otro mundo… Es este mismo mundo… ¡pero "totalmente otro"! Se puede ser cristiano sin celebrar el adviento, ¡pero no sin preparar el Advenimiento! Ser cristiano es hacer propia en el corazón la nostalgia de Aquel que decía "fuego he venido a traer a la tierra, y ¡cómo deseo que arda…!". Los cristianos no pueden inculturarse del todo en esta cultura antiutópica y sin "grandes relatos", porque somos hijos de la gran Utopía de la Causa de Jesús, y tenemos el "gran relato" del Proyecto de Dios…

Podríamos no celebrar el adviento, pero no podemos dejar de darnos la mano con los santos y mártires ateos (quedan pocos) y con todos los hombres y mujeres de la tierra, de cualquier religión del planeta, para trabajar denodadamente por el Advenimiento del Nuevo Mundo.

Cada vez se perfila mejor: crear un Mundo Nuevo, fraterno-sororal y solidario, sin imperios ni instituciones transnacionales o mundiales explotadoras de los pobres, lo que Jesús llamó "malkuta Yahvé", Reino de Dios, pero dicho con palabras y hechos de este ya tercer milenio, ése es el Advenimiento que esperamos, el sueño que nos quita el sueño, lo que nos hace estar en "alerta".


Para la revisión de vida
Adviento = Advenimiento = Esperanza:
¿Se puede decir que mi vida espera algún Advenimiento (con mayúscula)?
¿Es mi vida una vida de esperanza, de tensión, de búsqueda, de utopía, de proyecto histórico? ¿Camino hacia algún sitio, con algún norte? ¿Cuál? Auscultar realmente mi esperanza y hacer el ejercicio tal vez de expresarla por escrito para mí mismo/a.


Para la reunión de grupo
- Hagamos en el grupo un "análisis de coyuntura de la esperanza": ¿Cómo está la esperanza en nuestra sociedad? ¿Es una sociedad de esperanza? ¿Qué esperanzas ("largas o cortas") mueven a las personas hoy? ¿Hay lugar para las actitudes utópicas? ¿Por qué?
- Hagamos un juicio sobre esa situación de la esperanza hoy en nuestra sociedad. ¿Qué actitud debemos adoptar los cristianos ante esta situación? ¿Podemos "inculturarnos" en esta forma de ser y de vivir?
- Tampoco se trata de que desconozcamos lo que ha pasado en los últimos 30 años… El mundo ha cambiado… ¿Qué correctivos imponen estos cambios a nuestra esperanza?
- Numerosos pasajes del Evangelio contienen una llamada para que estemos vigilantes; clásicamente nos las interpretaron como llamados a estar "preparados para la hora de la muerte"... ¿Será que el Evangelio no tiene otro interés que el de prepararnos a "bien morir", a que la muerte no pudiera "sorprendernos"? ¿No es más cierto que el Evangelio pretende, sobre todo, enseñarnos a vivir, y a tener una esperanza que no le tema a la muerte?
- A la hora de ver, valorar y comprender mi vida, ¿sé hacerlo en perspectiva de futuro, de ese futuro que es el único que da verdadero sentido a nuestro presente, o sólo veo lo que tengo delante de los ojos?

Para la oración de los fieles
- Por la Iglesia, para que dé testimonio de la Utopía del Evangelio y anime con su esperanza a todas las personas. Oremos.
- Por todas las situaciones de injusticia, explotación y violencia en que viven muchas personas, para que confrontemos con ellas nuestra esperanza. Oremos.
- Por todas las personas de buena voluntad, por los sencillos, por los hijos del pueblo, para que nunca caigan en la trampa de renunciar a la utopía y a la esperanza. Oremos.
- Por todos los que nos preparamos a celebrar la Navidad, para que la preparemos sobre todo en la transformación de nuestro corazón y nuestra vida. Oremos.
- Por los obreros y campesinos, por los emigrantes, por los pueblos del tercer mundo, para que dejen de ser las víctimas del progreso y el bienestar de los países ricos y poderosos. Oremos.
- Por todos nosotros, para que respondamos a la llamada a estar vigilantes, no para bien morir sino para bien vivir. Oremos.

Oración comunitaria
Oh Misterio inefable que sustentas el ser y la vida, al cosmos y al ser humano dentro de él: acoge nuestro deseo de caminar por la vida confiados en la bondad primordial de tu iniciativa, que nos antecede y supera, y en la que queremos tener el coraje de cifrar nuestra esperanza a pesar de todos los signos de desesperanza que nos rodean. Te presentamos la expresión de nuestros sentimientos más profundos. Acógela.

Dios, Padre nuestro, al comenzar un nuevo Adviento te pedimos que avives nuestra fe, fortalezcas nuestra esperanza y consolides nuestro amor, de modo que podamos celebrar con verdadero gozo el nacimiento de tu Hijo Jesucristo. Que vive y reina.

1. J. Peláez, La otra lectura de los Evangelios I, Ediciones El Almendro, Córdoba

2. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Seréis dichosos". Ciclo A. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

3. J. Mateos - F. Camacho, El Evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid.

4. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica).