NOSTRA AETATE
PAULO OBISPO
SIERVO DE LOS SIERVOS DE DIOS,
JUNTO CON LOS PADRES DEL SACROSANTO CONCILIO
PARA PERPETUA MEMORIA
PROEMIO
ACERCA DE LAS DIVERSAS RELIGIONES NO CRISTIANAS
LA RELIGIÓN DEL ISLAM
LA RELIGIÓN JUDÍA
ACERCA DE LA FRATERNIDAD UNIVERSAL
Y DE LA EXCLUSIÓN DE TODA DISCRIMINACIÓN
PROEMIO
1. En nuestra época en
que el género humano se une cada vez más estrechamente y aumentan los vínculos entre
los diversos pueblos, la Iglesia considera con mayor atención en qué consiste su
relación con respecto a las Religiones no cristianas. En cumplimiento de su misión de
fomentar la unidad y la Caridad entre los hombres y, aun más, entre los pueblos,
considera aquí ante todo aquello que es común a los hombres y que conduce a la mutua
solidaridad.
Todos los pueblos en
efecto, forman una comunidad, tienen un mismo origen, puesto que Dios hizo habitar a todo
el género humano sobre toda la haz de la tierra1, y tienen también un fin último, que
es Dios, cuya providencia, manifestación de bondad y designios de salvación se extienden
a todos2, hasta que se unan los elegidos en la Ciudad Santa que será iluminada por el
resplandor de Dios y en la que los pueblos caminarán bajo su luz3.
Los hombres esperan de
las diversas religiones la respuesta a los enigmas recónditos de la condición humana,
que hoy como ayer conmueven su corazón: qué es el hombre, cuál es el sentido y qué fin
tiene nuestra vida, qué es el bien y el pecado, cuál es el origen y el fin del dolor,
cuál es el camino para conseguir la verdadera felicidad, qué es la muerte, el juicio, y
la retribución después de la muerte, qué es, finalmente, aquel último e inefable
misterio que envuelve nuestra existencia, del cual procedemos y hacia donde nos dirigimos.
ACERCA DE LAS DIVERSAS
RELIGIONES NO CRISTIANAS
2. Ya desde la
antigüedad y hasta nuestros días se encuentra en los diversos pueblos una cierta
percepción de aquella fuerza misteriosa que se halla presente en la marcha de las cosas y
en los acontecimientos de la vida humana, y a veces también el reconocimiento de la
Suprema Divinidad e incluso del Padre. Esta percepción y reconocimiento penetra toda su
vida de un íntimo sentido religioso. Las religiones, en contacto con el progreso de la
cultura, se esfuerzan por responder a dichos problemas con nociones más precisas y con un
lenguaje más elaborado. Así, en el Hinduismo los hombres investigan el misterio divino y
lo expresan mediante la inagotable fecundidad de los mitos y con los penetrantes esfuerzos
de la filosofía, y buscan la liberación de las angustias de nuestra condición ya sea
mediante las modalidades de la vida ascética, ya sea a través de profunda meditación,
ya sea buscando refugio en Dios con amor y confianza. En el Budismo, según sus varias
formas, se reconoce la insuficiencia radical de este mundo mudable y se enseña el camino
por el que los hombres, con un espíritu devoto y confiado, pueden adquirir, el estado de
perfecta liberación, o llegar a la suprema iluminación, por sus propios esfuerzos o
apoyados en un auxilio superior. Así también las demás religiones que se encuentran en
todo el mundo, se esfuerzan por responder de varias maneras a la inquietud del corazón
humano, proponiendo caminos, es decir, doctrinas, normas de vida y ritos sagrados.
La Iglesia Católica no
rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero. Considera con sincero
respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas, que, por más que
discrepen en muchas cosas de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un
destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres. Anuncia y tiene la obligación
de anunciar constantemente a Cristo, que es "el camino, la verdad y la vida"
(Jn., 14, 7), en quien los hombres encuentran la plenitud de la vida religiosa y en quien
Dios reconcilió consigo todas las cosas4.
Por consiguiente,
exhorta a sus hijos a que, con prudencia y caridad, mediante el diálogo y a colaboración
con los adeptos de otras religiones, dando testimonio de la fe y la vida cristiana,
reconozcan, guarden y promuevan aquellos bienes espirituales y morales, así como los
valores socio-culturales que en ellos existen.
LA RELIGIÓN DEL ISLAM
3. La Iglesia mira
también con aprecio a los Musulmanes que adoran al único Dios, viviente y subsistente,
misericordioso y todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra5, que habló a los
hombres, a cuyos ocultos designios procuran también someterse con toda el alma, como se
sometió a Dios Abraham con quien la fe islámica gustosamente se relaciona. Veneran a
Jesús como profeta, aunque no lo reconocen como Dios; honran a María su Madre virginal y
a veces también la invocan devotamente. Esperan además el día del juicio, cuando Dios
remunerará a todos los hombres resucitados. Por tanto aprecian la vida moral y honran a
Dios sobre todo con la oración, las limosnas y el ayuno.
Si en el transcurso de
los siglos surgieron no pocas desavenencias y enemistades entre cristianos y Musulmanes,
el Sagrado Concilio exhorta a todos a que, olvidando lo pasado, procuren sinceramente la
mutua comprensión, defiendan y promuevan unidos la justicia social, los bienes morales,
la paz y libertad para todos los hombres.
LA RELIGIÓN JUDÍA
4. Al investigar el
misterio de la Iglesia, este Sagrado Concilio recuerda los vínculos con que el pueblo del
Nuevo Testamento está espiritualmente unido con la raza de Abraham.
Pues la Iglesia de
Cristo reconoce que los comienzos de su fe y de su elección se encuentran ya en los
Patriarcas, en Moisés y los Profetas, conforme al misterio salvífico de Dios. Reconoce
que todos los Cristianos, hijos de Abraham según la fe6, están incluidos en la vocación
del mismo Patriarca y que la salvación de la Iglesia está místicamente prefigurada en
la salida del pueblo elegido de la tierra de la esclavitud. Por lo cual, la Iglesia no
puede olvidar que ha recibido la Revelación del Antiguo Testamento por medio de aquel
pueblo, con quien Dios, por su inefable misericordia se dignó establecer la Antigua
Alianza, ni puede olvidar que se nutre de la raíz del buen olivo en que se han injertado
las ramas del olivo silvestre que son los Gentiles7. Cree, pues la Iglesia que Cristo,
nuestra Paz, reconcilió por la cruz a Judíos y Gentiles y que de ambos hizo una sola
cosa en Sí mismo8.
La Iglesia tiene
siempre además ante sus ojos las palabras del Apóstol Pablo sobre sus hermanos de
sangre, "a quienes pertenecen la adopción y la gloria, la alianza, la Ley, el culto
y las promesas; y también los Patriarcas, de quienes procede Cristo según la carne"
(Rom., 9, 4-5), hijo de la Virgen María. Recuerda también que los Apóstoles,
fundamentos y columnas de la Iglesia, nacieron del pueblo judío, así como muchísimos de
aquellos primeros discípulos que anunciaron al mundo el Evangelio de Cristo.
Como afirma la Sagrada
Escritura, Jerusalén no conoció el tiempo de su visita9, y gran parte de los Judíos no
aceptaron el Evangelio e incluso no pocos se opusieron a su difusión10. No obstante,
según el Apóstol, los judíos son todavía muy amados de Dios a causa de sus padres,
porque Dios no se arrepiente de sus dones y de su vocación11. La Iglesia, juntamente con
los Profetas y el mismo Apóstol espera el día, que sólo Dios conoce, en que todos los
pueblos invocarán al Señor con una sola voz y "le servirán como un solo
hombre" (Sofon., 3, 9)12.
Siendo, pues, tan
grande el patrimonio espiritual común a Cristianos y Judíos, este Sagrado Concilio
quiere fomentar y recomendar el mutuo conocimiento y aprecio entre ellos, que se consigue
sobre todo por medio de los estudios bíblicos y teológicos y con el diálogo fraterno.
Aunque las autoridades
de los Judíos con sus seguidores reclamaron la muerte de Cristo13, sin embargo, lo que en
su pasión se hizo, no puede ser imputado, ni indistintamente a todos los judíos que
entonces vivían, ni a los Judíos de hoy. Y, si bien la Iglesia es el nuevo Pueblo de
Dios, no se ha de señalar a los Judíos como réprobos de Dios y malditos, como si esto
se dedujera de las Sagradas Escrituras. Por consiguiente, procuren todos no enseñar nada
que no esté conforme con la verdad evangélica y con el espíritu de Cristo, ni en la
catequesis, ni en la predicación de la Palabra de Dios.
Además, la Iglesia,
que reprueba cualquier persecución contra los hombres, consciente del patrimonio común
con los Judíos, e impulsada no por razones políticas sino por la religiosa caridad
evangélica, deplora los odios, persecuciones y manifestaciones de antisemitismo de
cualquier tiempo y de cualquier persona contra los Judíos.
Por lo demás, Cristo,
como siempre lo ha profesado y profesa la Iglesia, abrazó voluntariamente, movido por
inmensa caridad, su pasión y muerte, por los pecados de todos los hombres, para que todos
consigan la salvación. Es, pues, deber de la Iglesia en su predicación el anunciar la
cruz de Cristo como signo del amor universal de Dios y como fuente de toda gracia.
ACERCA DE LA
FRATERNIDAD UNIVERSAL Y DE LA EXCLUSIÓN DE TODA DISCRIMINACIÓN
5. No podemos invocar a
Dios Padre de todos, si nos negamos a conducirnos fraternalmente con algunos hombres,
creados a imagen de Dios. La relación del hombre para con Dios Padre y con los demás
hombres sus hermanos están de tal forma unidas, que dice la Escritura: "el que no
ama, no ha conocido a Dios" (I Jn., 4, 8).
Así se elimina el
fundamento de toda teoría o práctica que introduce discriminación entre los hombres y
entre los pueblos, en lo que toca a la dignidad humana y a los derechos que de ella
dimanan.
La Iglesia, por
consiguiente, reprueba, como ajena al espíritu de Cristo cualquier discriminación o
vejación realizada por motivos de raza o color, de condición o religión. Por esto, el
Sagrado Concilio, siguiendo las huellas de los santos Apóstoles Pedro y Pablo, ruega
ardientemente a los fieles que, "observando en medio de las naciones una conducta
ejemplar" (I Ped., 2, 12), si es posible, en cuanto de ellos depende, tengan paz con
todos los hombres14, para que sean verdaderamente hijos del Padre que está en los
cielos15.
Todas y cada una de las
cosas establecidas en esta Declaración fueron del agrado de los Padres. Y Nos, con la
potestad Apostólica conferida por Cristo, juntamente con los Venerables Padres, en el
Espíritu Santo, las aprobamos: decretamos y establecemos y mandamos que, decretadas
sinodalmente, sean promulgadas para gloria de Dios.
Roma, en San Pedro,
día 28 de octubre de 1965.
Yo PABLO, Obispo de la
Iglesia Católica
Siguen las firmas de
los Padres
1 Cf. Hech. 17, 26.
2 Cf. Sab. 8, 1; Hech.
14, 17; Rom. 2, 6-7; I Tim. 2, 4.
3 Cf. Apoc. 21, 23 s.
4 Cf. II Cor. 5, 18-19.
5 Cf. S. Gregorio VII,
Epist. XXI, ad Anzir (Nacir), regem Mauritaniae, PL 148, col. 450 s.
6 Cf. Gal. 3, 7.
7 Cf. Rom. 11, 17-24.
8 Cf. Ef. 2, 14-16.
9 Cf. Luc. 19, 42.
10 Cf. Rom. 11. 28.
11 Cf. Rom. 11, 28-29:
"Es verdad que en orden al Evangelio, son enemigos por ocasión de vosotros; más con
respecto a la elección de Dios son muy amados por causa de sus padres, pues los dones y
vocación de Dios son inmutables. Cfr. Const. dogm. "Lumen Gentium", A.A.S. 57
(1965) p. 20.
12 Cf. Is. 66, 23;
Salm. 65, 4; Rom. 11, 11-32.
13 Cf. Jn. 19, 6.
14 Cf. Rom. 12, 18.
15 Cf. Mt. 5, 45. |