CAPÍTULO V
ORDENACIÓN DE LA ACTIVIDAD MISIONAL
INTRODUCCIÓN
28. Puesto que los
fieles cristianos tienen dones diferentes (cf. Rom., 12, 6), deben colaborar en el
Evangelio cada uno según su oportunidad, facultad, carisma y ministerio (cf. I Cor., 3,
10); todos, por consiguiente, los que siembran y los que siegan (cf. Jn., 4, 37), los que
plantan y los que riegan, es necesario que sean una sola cosa (cf. I Cor., 3, 8), a fin de
que "buscando unidos el mismo fin"[75] dediquen sus esfuerzos unánimes a la
edificación de la Iglesia.
Por lo cual los
trabajos de los heraldos del Evangelio y los auxilios de los demás cristianos hay que
dirigirlos y aunarlos de forma que "todo se haga con orden" (I Cor., 14, 40) en
todos los campos de la actividad y de la cooperación misional.
ORDENACIÓN GENERAL
29. Perteneciendo, ante
todo, al cuerpo de los obispos la preocupación de anunciar el Evangelio en todo el
mundo[76], el Sínodo de los obispos, o sea "el Consejo Episcopal permanente para la
Iglesia universal"[77], entre los negocios de importancia general[78], considere
especialmente la actividad misional como deber supremo y santísimo de la Iglesia[79].
Es necesario que haya
un solo dicasterio competente, a saber: "De Propaganda Fide", para todas las
misiones y para toda la actividad misional, encargado de dirigir y coordinar el apostolado
misional y la cooperación misionera, salvo, sin embargo, el derecho de las Iglesias
orientales[80].
Aunque el Espíritu
Santo sustenta de muchas maneras el espíritu misional en la Iglesia de Dios, y no pocas
veces se anticipa a la acción de quienes gobiernan la vida de la Iglesia, con todo, este
dicasterio, en cuanto le corresponde, promueva también la vocación y la espiritualidad
misionera, el fervor y la oración por las misiones y difunda las noticias auténticas y
convenientes sobre las misiones; suscite y distribuya los misioneros según las
necesidades más urgentes de los países. Haga la planificación, dicte normas directivas
y principios acomodados a la evangelización, dé impulsos. Mueva y coordine la colecta
eficaz de ayudas materiales, que ha de distribuir a razón de la necesidad o de la
utilidad, y de la extensión del territorio, del número de fieles y de infieles, de las
obras y de las instituciones, de los auxiliares y de los misioneros.
Juntamente con el
Secretariado, para promover la unión de los cristianos, busque las formas y los medios de
procurar y orientar la colaboración fraterna y la pacífica convivencia con las empresas
misionales de otras comunidades cristianas para evitar en lo posible el escándalo de la
división.
Así, pues, es
necesario que este dicasterio sea a la vez instrumento de administración y órgano de
dirección dinámica que emplee medios científicos e instrumentos acomodados a las
condiciones de este tiempo, teniendo en cuenta las investigaciones actuales de la
teología, de la metodología y de la pastoral misionera.
Tengan parte activa y
voto deliberativo en la dirección de este dicasterio representantes elegidos de todos los
que colaboran en la obra misional: obispos de todo el orbe, una vez oídas las
Conferencias episcopales, y superiores de los Institutos y directores de las Obras
pontificias, según normas y proporciones que tenga a bien establecer el Romano
Pontífice. Todos ellos, que han de ser convocados periódicamente, ejerzan, bajo la
autoridad del Sumo Pontífice, la dirección suprema de toda la obra misional.
Tenga a su disposición
este dicasterio un Cuerpo permanente de consultores peritos, de ciencia o experiencia
comprobada, a los que competerá, entre otras cosas, el recoge la necesaria información,
tanto sobre la situación local de los diversos países y de la mentalidad de los
diferentes grupos humanos, cuanto sobre los métodos de evangelización que hay que
emplear, y proponer conclusiones científicamente documentadas para la obra y la
cooperación misional.
Han de verse
representados convenientemente los Institutos de religiosas, las obras regionales en favor
de las misiones y las organizaciones de seglares, sobre todo internacionales.
ORDENACIÓN LOCAL EN
LAS MISIONES
30. Para que en el
ejercicio de la obra misional se consigan los fines y los efectos apetecidos, tengan todos
los misioneros "un solo corazón y una sola alma" (Hech., 4, 32).
Es deber del obispo,
como rector y centro de unidad en el apostolado diocesano, promover, dirigir y coordinar
la actividad misionera, pero de modo que se respete y favorezca la actividad espontánea
de quienes toman parte en la obra. Todos los misioneros, incluso los religiosos exentos,
están sometidos al obispo en las diversas obras que se refieren al ejercicio del sagrado
apostolado[81]. Para lograr una coordinación mejor, establezca el obispo, en cuanto la
sea posible, un consejo pastoral en que tomen parte clérigos, religiosos y seglares por
medio de delegados escogidos. Procure, además, que la actividad apostólica no se limite
tan sólo a los convertidos, sino que una parte conveniente de operarios y de recursos se
destine a la evangelización de los no cristianos.
COORDINACIÓN REGIONAL
31. Traten las
Conferencias Episcopales de común acuerdo los puntos y los problemas más urgentes, sin
descuidar las diferencias locales[82]. Para que no se malogren los escasos recursos de
personas y de medios materiales, ni se multipliquen los trabajos sin necesidad, se
recomienda que, uniendo las fuerzas, establezcan obras que sirvan para el bien de todos,
como, por ejemplo, seminarios, escuelas superiores y de medios de comunicación social.
Establézcase también
una cooperación semejante cuando sea oportuno, entre las diversas Conferencias
Episcopales.
ORDENACIÓN DE LA
ACTIVIDAD DE LOS INSTITUTOS
32. Es también
conveniente coordinar las actividades que desarrollan los Institutos o Asociaciones
eclesiásticas. Todos ellos, de cualquier condición que sean, secunden al ordinario del
lugar en todo lo que se refiere a la actividad misional. Por lo cual será muy provechoso
establecer bases particulares que regulen las relaciones entre los ordinarios del lugar y
el superior del Instituto.
Cuando a un Instituto
se le ha encomendado un territorio, el Superior eclesiástico y el Instituto procuren, de
todo corazón, dirigirlo todo a que la comunidad cristiana llegue a ser iglesia local, que
a su debido tiempo sea dirigida por su propio pastor con su clero.
Al cesar la encomienda
del territorio se crea una nueva situación. Establezcan entonces, de común acuerdo las
Conferencias Episcopales y los Institutos, normas que regulen las relaciones entre los
ordinarios del lugar y los Institutos[83]. La Santa Sede establecerá los principios
generales que han de regular las bases de los contratos regionales o particulares.
Aunque los Institutos
estarán preparados para continuar la obra empezada, colaborando en el ministerio
ordinario de la cura de las almas, sin embargo, al aumentar el clero nativo, habrá que
procurar que los Institutos, de acuerdo con su propio fin, permanezcan fieles a la misma
diócesis, encargándose generosamente en ella de obras especiales o de alguna región.
COORDINACIÓN ENTRE LOS
INSTITUTOS
33. Los Institutos que
se dedican a la actividad misional en el mismo territorio conviene que encuentren un buen
sistema que coordine sus trabajos. Para ello son muy útiles las Conferencias de
religiosos y las Uniones de religiosas, en que tomen parte todos los Institutos de la
misma nación o región. Examinen estas Conferencias qué puede hacerse con el esfuerzo
común y mantengan estrechas relaciones con las Conferencias Episcopales.
Todo lo cual, y por
idéntico motivo, conviene extenderlo a la colaboración de los Institutos misionales en
la tierra patria, de suerte que puedan resolverse los problemas y empresas comunes con
más facilidad y menores gastos, como, por ejemplo, la formación doctrinal de los futuros
misioneros, los cursos para los mismos, las relaciones con las autoridades públicas o con
los órganos internacionales o supranacionales.
COORDINACIÓN ENTRE LOS
INSTITUTOS CIENTÍFICOS
34. Requiriendo el
recto y ordenado ejercicio de la actividad misionera que los operarios evangélicos se
preparen científicamente para sus trabajos, sobre todo para el diálogo con las
religiones y culturas cristianas, y reciban ayuda eficaz en su ejecución, se desea que
colaboren entre sí fraternal y generosamente en favor de las misiones todos los
Institutos científicos que cultivan la misiología y otras ciencias o artes útiles a las
misiones, como la etnología y la lingüística, la historia y la ciencia de las
religiones, la sociología, el arte pastoral y otras semejantes.
75 Cf. Conc. Vat. II,
Const. dogm. Lumen Gentium, n. 18.
76 Cf. ibid., n. 23.
77 Cf. Pablo VI, motu
proprio Apostolica solicitudo, de 15 de setiembre de 1965.
78 Cf. Pablo VI,
Allocuc., pronunciada en el Concilio el día 21 de noviembre de 1964: A.A.S. (1964).
79 Cf. Benedicto XV,
Maximum illud: A.A.S. 11 (1919), pp. 39-40.
80 Si algunas misiones
dependen, todavía, por motivos especiales de otros dicasterios, es necesario que esos
dicasterios se comuniquen con la Sagrada Congregación de Propaganda Fide, para que la
ordenación y dirección de todas las misiones se haga de una forma regular plenamente
constante y uniforme.
81 Cf. Conc. Vat. II,
Decr. De pastorali Episcoporum munere in Ecclesia, nn. 35, 4.
82 Cf. Id. l. c., nn.
36-38.
83 Cf. Id. l. c., nn.
35, 5-6. |