APOSTOLICAM ACTUOSITATEM

PABLO OBISPO
SIERVO DE LOS SIERVOS DE DIOS
JUNTO CON LOS PADRES DEL
SACROSANTO CONCILIO
PARA PERPETUA MEMORIA

PROEMIO

1. Queriendo intensificar más la actividad apostólica del pueblo de Dios[1], el Santo Concilio se dirige solícitamente a los cristianos seglares, cuyo papel propio y enteramente necesario en la misión de la Iglesia ya ha mencionado en otros lugares[2]. Porque el apostolado de los seglares, que surge de su misma vocación cristiana, nunca puede faltar en la Iglesia. Cuán espontánea y cuán fructuosa fuera esta actividad en los orígenes de la Iglesia lo demuestran abundantemente las mismas Sagradas Escrituras (cf. Act., 11, 19-21; 18, 26; Rom., 16, 1-16; Fil., 4, 3).

Pero nuestros tiempos no exigen menos celo en los seglares, sino que, por el contrario, las circunstancias actuales les piden un apostolado mucho más intenso y más amplio. Porque el número de los hombres, que aumenta de día en día, el progreso de las ciencias y de la técnica; las relaciones más estrechas entre los hombres no sólo han extendido hasta lo infinito los campos inmensos del apostolado de los seglares, en parte abiertos solamente a ellos, sino que también han suscitado nuevos problemas que exigen su cuidado y preocupación diligente. Y este apostolado se hace más urgente porque ha crecido muchísimo, como es justo, la autonomía de muchos sectores de la vida humana, a veces con la separación del orden ético y religioso, y con gran peligro de la vida cristiana. Además, en muchas regiones, en que los sacerdotes son muy escasos, o, como sucede con frecuencia, se ven privados de libertad en su ministerio, sin la ayuda de los seglares, la Iglesia a duras penas podría estar presente ni trabajar.

Prueba de esta múltiple y urgente necesidad, y respuesta feliz al mismo tiempo, es la acción del Espíritu Santo, que impele hoy a los seglares más y más conscientes de su responsabilidad, y los inclina en todas partes al servicio de Cristo y de la Iglesia[3]. El Concilio se propone explicar en este decreto la naturaleza, el carácter y la variedad del apostolado seglar, exponer los principios fundamentales y dar las instrucciones pastorales para su mayor eficacia; todo lo cual ha de tenerse como normas en la revisión del derecho canónico, en cuanto se refiere al apostolado seglar.


CAPITULO I
VOCACION DE LOS SEGLARES AL APOSTOLADO

Participación de los seglares en la misión de la Iglesia

2. La Iglesia ha nacido con el fin de que, por la propagación del Reino de Cristo en toda la tierra, para gloria de Dios Padre, sean partícipes de la redención salvadora todos los hombres[4], y por su medio se ordene realmente todo el mundo hacia Cristo. Todo el esfuerzo del Cuerpo Místico, dirigido a este fin, se llama apostolado, que ejerce la Iglesia por todos sus miembros y de diversas maneras; porque la vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado. Como en la complexión de un cuerpo vivo, ningún miembro se comporta de una forma meramente pasiva, sino que participa también en la actividad y en la vida del cuerpo; así en el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, "todo el cuerpo crece según la operación propia de cada uno de sus miembros" (Ef., 4, 16). Y por cierto, es tanta la conexión y trabazón de los miembros en este cuerpo (cf. Ef., 4, 16), que si un miembro no constituye según su propia capacidad al aumento del cuerpo, hay que decir que es inútil para la Iglesia y para sí mismo.

En la Iglesia hay variedad de ministerios, pero unidad de misión. A los Apóstoles y a sus sucesores les confirió Cristo el encargo de enseñar, de santificar y de regir en su mismo nombre y autoridad. Mas los seglares, hechos partícipes del ministerio sacerdotal, profético y real de Cristo, cumplen su cometido en la misión de todo el pueblo de Dios en la Iglesia y en el mundo[5]. En realidad, ejercen el apostolado con su trabajo para la evangelización y santificación de los hombres, y para la función y el desempeño de los negocios temporales, llevado a cabo con espíritu evangélico, de forma que su laboriosidad en este aspecto sea un claro testimonio de Cristo y sirva para la salvación de los hombres. Pero siendo propio del estado de los seglares el vivir en medio del mundo los negocios temporales, ellos son llamados por Dios para que, fervientes en el espíritu cristiano, ejerzan su apostolado en el mundo a manera de fermento.

Fundamentos del apostolado seglar

3. Los cristianos seglares obtienen el derecho y la obligación del apostolado por su unión con Cristo Cabeza. Ya que insertos por el bautismo en el Cuerpo Místico de Cristo, robustecidos por la Confirmación en la fortaleza del Espíritu Santo, son destinados al apostolado por el mismo Señor. Se consagran como sacerdocio real y gente santa (cf. Pedr., 2, 4-10) para ofrecer hostias espirituales por medio de todas sus obras, y para dar testimonio de Crsito en todas las partes del mundo. La caridad, que es como el alma de todo apostolado, se comunica y mantiene con los Sacramentos, sobre todo de la Eucaristía[6].

El apostolado se ejercita en la fe, en la esperanza y en la caridad, que derrama el Espíritu Santo en los corazones de todos los miembros de la Iglesia. Más aún, el precepto de la caridad, que es el máximo mandamiento del Señor, urge a todos los cristianos a procurar la gloria de Dios por el advenimiento de su reino, y la vida eterna para todos los hombres: el que conozcan al único Dios verdadero y a su enviado Jesucristo (cf. Jn., 17, 3).

Por consiguiente, se impone a todos los cristianos la dulcísima obligación de trabajar para que el mensaje divino de la salvación sea conocido y aceptado por todos los hombres de cualquier lugar de la tierra.

Para practicar este apostolado el Espíritu Santo, que produce la santificación del pueblo de Dios por el ministerio y por los Sacramentos, concede también dones peculiares a los fieles (cf. 1 Cor., 12, 7), "distribuyéndolos a cada uno según quiere" (1 Cor., 12, 11), para que "cada uno, según la gracia recibida, poniéndola al servicio de los otros", sean también ellos "administradores de la multiforme gracia de Dios" (1 Pedr., 4, 10), para edificación de todo el cuerpo en la caridad (cf. Ef., 4, 16). De la recepción de estos carismas, incluso de los más sencillos, procede a cada uno de los creyentes el derecho y la obligación de ejercitarlos en la Iglesia, en la libertad del Espíritu Santo, que "sopla donde quiere" (Jn., 3, 8), y, al mismo tiempo, en unión con los hermanos en Cristo, sobre todo con sus pastores, a quienes pertenece el juzgar su genuina naturaleza y su debida aplicación, no por cierto para que apaguen el Espíritu, sino con el fin de que todo lo prueben y retengan lo que es bueno (cf. 1 Tes., 5, 12, 19, 21)[7].

La espiritualidad seglar en orden al apostolado

4. Siendo Cristo, enviado por el Padre, fuente y origen de todo apostolado de la Iglesia, es evidente que la fecundidad del apostolado seglar depende de su unión vital con Cristo, porque dice el Señor: "Permaneced en mí y yo en vosotros. El que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada" (Jn., 15, 4-5). Esta vida de unión íntima con Cristo en la Iglesia nutre de auxilios espirituales, que son comunes a todos los fieles, sobre todo por la participación activa en la Sagrada Liturgia[8], de tal forma los han de utilizar los fieles que, mientras cumplen debidamente las obligaciones del mundo en las circunstancias ordinarias de la vida, no separen la unión con Cristo de las actividades de su vida, sino que han de crecer en ella cumpliendo su deber según la voluntad de Dios. Es preciso que los seglares avancen en la santidad decididos y animosos por este camino, esforzándose en superar las dificultades con prudencia y paciencia. Nada en su vida debe ser ajeno a la orientación espiritual, ni las preocupaciones familiares, ni otros negocios temporales, según las palabras del Apóstol: "Todo cuanto hacéis de palabra o de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por El" (Col., 3, 17).

Pero una vida así exige un ejercicio continuo de la fe, de la esperanza y de la caridad.

Solamente con la luz de la fe y la meditación de la palabra divina puede uno conocer siempre y en todo lugar a Dios, "en quien vivimos, nos movemos y existimos" (Act., 17, 28), buscar su voluntad en todos los acontecimientos, contemplar a Cristo en todos los hombres, sean deudos o extraños, y juzgar rectamente sobre el sentido y el valor de las cosas materiales en sí mismas y en consideración al fin del hombre.

Los que poseen esta fe viven en la esperanza de la revelación de los hijos de Dios, acordándose de la cruz y de la resurrección del Señor.

Escondidos con Cristo en Dios, durante la peregrinación de esta vida, y libres de la servidumbre de las riquezas, mientras se dirigen a los bienes imperecederos, se entregan gustosamente y por entero a la expansión del reino de Dios y a informar y perfeccionar el orden de las cosas temporales con el espíritu cristiano. En medio de las adversidades de esta vida hallan la fortaleza de la esperanza, pensando que "los padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria que ha de manifestarse en nosotros" (Rom., 8, 18).

Impulsados por la caridad que procede de Dios hacen el bien a todos, pero especialmente a los hermanos en la fe (cf. Gal., 6, 10), despojándose "de toda maldad y de todo engaño, de hipocresías, envidias y maledicencias" (1 Pedr., 2, 1), atrayendo de esta forma a los hombres hacia Cristo. Mas la caridad de Dios que "se ha derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo, que nos ha sido dado" (Rom., 5, 5), hace a los seglares capaces de expresar realmente en su vida el espíritu de las Bienaventuranzas. Siguiendo a Jesús pobre, ni se abaten por la escasez, ni se hinchan por la abundancia de los bienes temporales; imitando a Cristo humilde, no ambicionan la gloria vana (cf. Gal., 5, 26), sino que procuran agradar a Dios antes que a los hombres, preparados siempre a dejarlo todo por Cristo (cf. Lc., 14, 20), a padecer persecución por la justicia (cf. Mt., 1, 10), pensando en las palabras del Señor: "Si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome mi cruz y sígame" (Mt., 10, 24). Cultivando entre sí la amistad cristiana, se ayudan mutuamente en cualquier necesidad.

Este método de vida espiritual de los seglares debe tomar su nota característica del estado de matrimonio y de familia, de soltería o de viudez, de la condición de enfermedad, de la actividad profesional y social. No descuiden, pues, el cultivo asiduo de las cualidades y dotes convenientes para ello que se les ha dado, y el uso de los propios dones recibidos del Espíritu Santo.

Además los seglares, que, siguiendo su vocación, se han inscrito en alguna de las asociaciones o institutos aprobados por la Iglesia, han de esforzarse al mismo tiempo en asimilar fielmente la característica peculiar de la vida espiritual que les es propia. Aprecien también como es debido la pericia profesional, el sentimiento familiar y cívico y esas virtudes que exigen las costumbres sociales, como la honradez, el espíritu de justicia, la sinceridad, la delicadeza, la fortaleza de alma, sin las que no puede darse ni la verdadera vida cristiana.

El modelo perfecto de esta vida espiritual y apostólica es la Santísima Virgen María, Reina de los Apóstoles, la cual, mientras llevaba en este mundo una vida igual que la de los demás, llena de preocupaciones familiares y de trabajos, estaba constantemente unida con su Hijo, cooperó de un modo singularísimo a la obra del Salvador; mas ahora, asunta al cielo, "cuida con su amor materno de los hermanos de su Hijo, que peregrinan todavía y están envueltos en peligros y angustias, hasta que sean conducidos a la patria feliz"[9]. Hónrenla todos devotísimamente y encomienden su vida y apostolado a su solicitud de Madre.


CAPITULO II
FINES QUE HAY QUE LOGRAR

Introducción

5. La obra de la redención de Cristo, mientras tiende de por sí a salvar a los hombres, se propone la restauración incluso de todo orden temporal. Por tanto, la misión de la Iglesia no es sólo anunciar el mensaje de Cristo y su gracia a los hombres, sino también el impregnar y perfeccionar todo el orden temporal con el espíritu evangélico. Por consiguiente, los seglares, siguiendo esta misión, ejercitan su apostolado tanto en el mundo como en la Iglesia, lo mismo en el orden espiritual que en el temporal: órdenes que, por más que sean distintos, se compenetran de tal forma en el único designio de Dios, que el mismo Dios busca reasumir, en Cristo, todo el mundo en la nueva criatura, incoativamente en la tierra, plenamente en el último día. El seglar, que es a un tiempo fiel y ciudadano, debe comportarse siempre en ambos órdenes con una conciencia cristiana.

El apostolado de la evangelización y santificación de los hombres

6. La misión de la Iglesia tiende a la santificación de los hombres, que hay que conseguir con la fe en Cristo y con su gracia. El apostolado, pues, de la Iglesia y de todos sus miembros se ordena, ante todo, al mensaje de Cristo, que hay que revelar al mundo con las palabras y con las obras, y a comunicar su gracia. Esto se realiza principalmente por el ministerio de la palabra y de los Sacramentos, encomendado especialmente al clero, en el que los seglares tienen que desempeñar también un papel importante, para ser "cooperadores de la verdad" (Jn., 3, 8). En este orden sobre todo se completan mutuamente el apostolado de los seglares y el ministerio pastoral.

A los seglares se les presentan innumerables ocasiones para el ejercicio del apostolado de la evangelización y de la santificación. El mismo testimonio de la vida cristiana y las obras buenas, realizadas con espíritu sobrenatural, tienen eficacia para atraer a los hombres hacia la fe y hacia Dios, pues dice el Señor: "Así ha de lucir vuestra luz ante los hombres, para que viendo vuestras buenas obras glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos" (Mt., 5, 16).

Pero este apostolado no consiste sólo en el testimonio de la vida; el verdadero apostolado busca las ocasiones de anunciar a Cristo con la palabra, ya a los no creyentes para llevarlos a la fe; ya a los fieles para instruirlos, confirmarlos y estimularlos a una vida más fervorosa: "la caridad de Cristo nos constriñe" (2 Cor., 5, 14), y en el corazón de todos deben resonar aquellas palabras del Apóstol: "¡Ay de mí si no evangelizare!" (1 Cor., 9, 16)[10].

Mas como en nuestros tiempos surgen nuevos problemas, y se multiplican los errores gravísimos, que pretenden destruir desde sus cimientos todo el orden moral y la misma sociedad humana, este Sagrado Concilio exhorta cordialísimamente a los seglares, a cada uno según las dotes de su ingenio y según su saber, a que cumplan diligentemente su cometido, conforme a la mente de la Iglesia, aclarando los principios cristianos, defendiéndolos y aplicándolos convenientemente a los problemas actuales.

Instauración cristiana del orden de las cosas temporales

7. Este es el plan de Dios sobre el mundo, que los hombres restauren concordemente el orden de las cosas temporales y lo perfeccionen sin cesar.

Todo lo que constituye el orden temporal, a saber, los bienes de la vida y de la familia, la cultura, la economía, las artes y profesiones, las instituciones de la comunidad política, las relaciones internacionales, y otras cosas semejantes, y su evolución y progreso, no solamente son subsidios para el último fin del hombre, sino que tienen un valor propio, que Dios les ha dado, considerados en sí mismos, o como partes del orden temporal: "Y vio Dios todo lo que había hecho y era muy bueno" (Gén., 1, 31). Esta bondad natural de las cosas recibe una cierta dignidad especial de su relación con la persona humana, para cuyo servicio fueron creadas. Plugo, por fin, a Dios el aunar todas las cosas, tanto naturales como sobrenaturales, en Cristo "para que tenga El la primacía sobre todas las cosas" (Col., 1, 18). No obstante, este destino no sólo no priva al orden temporal de su autonomía, de sus propios fines, leyes, ayudas e importancia para el bien de los hombres, sino que más bien lo perfecciona en su valor e importancia propia y, al mismo tiempo, lo equipara a la íntegra vocación del hombre sobre la tierra.

En el decurso de la historia el uso de los bienes temporales ha sido desfigurado con graves defectos, porque los hombres, afectados por el pecado original, cayeron frecuentemente en muchos errores acerca del verdadero Dios, de la naturaleza del hombre y de los principios de la ley moral, de donde se siguió la corrupción de las costumbres e instituciones humanas y la no rara conculcación de la persona del hombre. Incluso en nuestros días, no pocos, confiando más de lo debido en los progresos de las ciencias naturales y de la técnica, caen como en una idolatría de los bienes materiales, haciéndose más bien siervos que señores de ellos.

Es obligación de toda la Iglesia el trabajar para que los hombres se vuelvan capaces de restablecer rectamente el orden de los bienes temporales y de ordenarlos hacia Dios por Jesucristo. A los pastores atañe el manifestar claramente los principios sobre el fin de la creación y el uso del mundo, y prestar los auxilios morales y espirituales para instaurar en Cristo el orden de las cosas temporales.

Es preciso, con todo, que los seglares tomen como obligación suya la restauración del orden temporal, y que, conducidos en ello por la luz del Evangelio y por la mente de la Iglesia, y movidos por la caridad cristiana, obren directamente y en forma concreta; que cooperen unos ciudadanos con otros con sus conocimientos especiales y su responsabilidad propia; y que busquen en todas partes y en todo la justicia del reino de Dios. Hay que establecer el orden temporal de forma que, observando íntegramente sus propias leyes, esté conforme con los últimos principios de la vida cristiana, adaptado a las variadas circunstancias de lugares, tiempos y pueblos. Entre las obras de este apostolado sobresale la acción social de los cristianos, que desea el Santo Concilio se extienda hoy a todo el ámbito temporal, incluso a la cultura[11].

La acción caritativa como distintivo del apostolado cristiano

8. Mientras que todo el ejercicio del apostolado debe proceder y recibir su fuerza de la caridad, algunas obras, por su propia naturaleza, son aptas para convertirse en expresión viva de la misma caridad, que quiso Cristo Señor fuera prueba de su misión mesiánica (cf. Mt., 11, 4-5).

El mandamiento supremo en la ley es amar a Dios de todo corazón y al prójimo como a sí mismo (cf. Mt., 22, 37-40). Ahora bien, Cristo hizo suyo este mandamiento de la caridad para con el prójimo y lo enriqueció con un nuevo sentido, al querer hacerse El un mismo objeto de la caridad con los hermanos, diciendo: "Cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis" (Mt., 25, 40). El, pues, tomando la naturaleza humana, se asoció familiarmente todo el género humano con una cierta solidaridad sobrenatural, y constituyó la caridad como distintivo de sus discípulos con estas palabras: "En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis caridad unos con otros" (Jn., 13, 35).

Pero como la santa Iglesia en sus principios, reuniendo el ágape de la Cena Eucarística, se manifestaba toda unida en torno de Cristo por el vínculo de la caridad, así se reconoce siempre por este distintivo del amor, y al paso que se goza con las empresas de otros, reivindica las obras de caridad como deber y derecho suyo, que no puede enajenar. Por lo cual la misericordia para con los necesitados y enfermos, y las llamadas obras de caridad y de ayuda mutua para aliviar todas las necesidades humanas son consideradas por la Iglesia con un singular honor[12].

Estos actos y estas obras se han hecho hoy mucho más urgentes y universales, porque los medios de comunicación son más expeditos, porque se han acortado las distancias entre los hombres y porque los habitantes de todo el mundo viene a ser como los miembros de una familia. La acción caritativa puede y debe llegar hoy a todos los hombres y a todas las necesidades. Donde haya hombres que carecen de comida y bebida, de vestidos, de hogar, de medicinas, de trabajo, de instrucción, de los medios necesarios para llevar una vida verdaderamente humana, que se ven afligidos por las calamidades o por la falta de salud, que sufren en el desierto o en la cárcel, allí debe buscarlos y encontrarlos la caridad cristiana, consolarlos con cuidado diligente y ayudarlos con la prestación de auxilios. Esta obligación se impone, ante todo, a los hombres y a los pueblos que viven en la prosperidad[13].

Para que este ejercicio de la caridad sea verdaderamente extraordinario y aparezca como tal, es necesario que: se vea en el prójimo la imagen de Dios según la cual ha sido creado, y a Cristo Jesús a quien en realidad se ofrece lo que se da al necesitado; se considere con la máxima delicadeza la libertad y dignidad de la persona que recibe el auxilio; que no se manche la pureza de intención con ningún interés de la propia utilidad o por el deseo de dominar[14]; se satisfaga ante todo a las exigencias de la justicia, y no se brinde como ofrenda de caridad lo que ya se debe por título de justicia; se quiten las causas de los males, no sólo los efectos, y se ordene el auxilio de forma que quienes lo reciben se vayan liberando poco a poco de la dependencia externa y se vayan bastando por sí mismos.

Aprecien, por consiguiente, en mucho los seglares y ayuden en la medida de sus posibilidades las obras de caridad y las organizaciones de asistencia social, sean privadas o públicas, o incluso internacionales, por las que se hace llegar a todos los hombres y pueblos necesitados un auxilio eficaz, cooperando en esto con todos los hombres de buena voluntad[15].


CAPITULO III
LOS VARIOS CAMPOS DEL APOSTOLADO

Introducción

9. Los cristianos seglares ejercen un apostolado múltiple, tanto en la Iglesia como en el mundo. En ambos órdenes se abren varios campos de actividad apostólica, de los que queremos recordar aquí los principales, son: las comunidades de la Iglesia, la familia, la juventud, el ámbito social, los órdenes nacional e internacional. Como en nuestros tiempos participan las mujeres cada vez más activamente en toda la vida social, es de sumo interés su mayor participación también en los campos del apostolado de la Iglesia.

Las comunidades de la Iglesia

10. Los seglares tienen su papel activo en la vida y en la acción de la Iglesia, como partícipes que son del oficio de Cristo Sacerdote, profeta y rey. Su obra dentro de las comunidades de la Iglesia es tan necesaria que sin ella el mismo apostolado de los pastores muchas veces no puede conseguir plenamente su efecto. Pues los seglares de verdadero espíritu apostólico, a la manera que aquellos hombres y mujeres que ayudaban a Pablo en el Evangelio (cf. Act., 18, 18, 26; Rom., 16, 3), suplen lo que falta a sus hermanos y reaniman el espíritu tanto de los pastores como del resto del pueblo fiel (cf. 1 Cor., 16, 17-18). Porque nutridos ellos mismos con la participación activa en la vida litúrgica de su comunidad, cumplen solícitamente su cometido en las obras apostólicas de la misma; conducen hacia la Iglesia a los que quizá andaban alejados; cooperan resueltamente en la comunicación de la palabra de Dios, sobre todo en la instrucción catequética; con la ayuda de su pericia hacen más eficaz el cuidado de las almas e incluso la administración de los bienes de la Iglesia.

La parroquia presenta el modelo clarísimo del apostolado comunitario, reduciendo a la unidad todas las diversidades humanas que en ella se encuentran e insertándolas en la Iglesia universal[16]. Acostúmbrense los seglares a trabajar en la parroquia íntimamente unidos con sus sacerdotes[17]; a presentar a la comunidad de la Iglesia los problemas propios y del mundo, los asuntos que se refieren a la salvación de los hombres, para examinarlos y solucionarlos por medio de una discusión racional; y a ayudar según sus fuerzas a toda empresa apostólica y misionera de su familia eclesiástica.

Cultiven sin cesar el afecto a la diócesis, de la que la parroquia es como una célula, siempre prontos a aplicar también sus esfuerzos en las obras diocesanas a la invitación de su pastor. Más aún, para responder a las necesidades de las ciudades y de los sectores rurales[18], no limiten su cooperación dentro de los límites de la parroquia o de la diócesis, procuren más bien extenderla a campos interparroquiales, interdiocesanos, nacionales o internacionales, sobre todo porque, aumentando cada vez más la migración de los pueblos, en el incremento de las relaciones mutuas y la facilidad de las comunicaciones, no permiten que esté cerrada en sí ninguna parte de la sociedad. Por tanto, vivan preocupados por las necesidades del pueblo de Dios, disperso en toda la tierra. Hagan sobre todo labor misionera, prestando auxilios materiales e incluso personales. Puesto que es obligación honrosa de los cristianos devolver a Dios parte de los bienes que de El reciben.

La familia

11. Habiendo establecido el Creador del mundo la sociedad conyugal como principio y fundamento de la sociedad humana, convirtiéndola por su gracia en sacramento grande... en Cristo y en la Iglesia (cf. Ef., 5, 32), el apostolado de los cónyuges y de las familias tiene una importancia trascendental tanto para la Iglesia como para la sociedad civil.

Los cónyuges cristianos son mutuamente para sí, para sus hijos y demás familiares, cooperadores de la gracia y testigos de la fe. Ellos son para sus hijos los primeros predicadores de la fe y los primeros educadores; los forman con su palabra y con su ejemplo para la vida cristiana y apostólica, les ayudan con mucha prudencia en la elección de su vocación y cultivan con todo esmero la vocación sagrada, que quizá han descubierto en ellos.

Siempre fue deber de los cónyuges, constituyendo hoy la parte principalísima de su apostolado: manifestar y demostrar con su vida la indisolubilidad y la santidad del vínculo matrimonial; afirmar abiertamente el derecho y la obligación de educar cristianamente la prole, propio de los padres y tutores; defender la dignidad y legítima autonomía de la familia. Cooperen, por tanto, ellos y los demás cristianos con los hombres de buena voluntad a que se conserven inconcusos estos derechos en la legislación civil; que en el gobierno de la sociedad se tengan en cuenta las necesidades familiares en cuanto se refiere a la habitación, educación de los niños, condición de trabajo, seguridad social y tributos; que se ponga enteramente a salvo la convivencia doméstica en la organización de migraciones[19].

Esta misión la ha recibido de Dios la familia misma para que sea la célula primera y vital de la sociedad. Cumplirá esta misión si, por la piedad mutua de sus miembros y la oración dirigida a Dios en común, se presenta como un santuario familiar de la Iglesia; si la familia entera toma parte en el culto litúrgico de la Iglesia; si, por fin, la familia practica activamente la hospitalidad, promueve la justicia y demás obras buenas al servicio de todos los hermanos que padezcan necesidad. Entre las varias obras de apostolado familiar pueden recordarse las siguientes: adoptar como hijos a niños abandonados, recibir con gusto a los forasteros, prestar ayuda en el régimen de las escuelas, ayudar a los jóvenes con su consejo y medios económicos, ayudar a los novios a prepararse mejor para el matrimonio, prestar ayuda a la catequesis, sostener a los cónyuges y familias que están en peligro material o moral, proveer a los ancianos no sólo de lo indispensable, sino procurarles los medios justos del progreso económico.

Siempre y en todas partes, pero de una manera especial en las regiones en que se esparcen las primeras semillas del Evangelio, o la Iglesia está en sus principios, o se halla en algún peligro grave, las familias cristianas dan al mundo el testimonio preciosísimo de Cristo uniéndose con toda su vida al Evangelio y dando ejemplo del matrimonio cristiano.

Para lograr más fácilmente los fines de su apostolado puede ser conveniente que las familias se reúnan por grupos[20].

Los jóvenes[21]

12. Los jóvenes ejercen en la sociedad moderna un influjo de gran interés. Las circunstancias de su vida, el modo de pensar e incluso las mismas relaciones con la propia familia han cambiado mucho. Muchas veces pasan demasiado rápidamente a una condición social y económica. Pero al paso que aumenta de día en día su influjo social, e incluso político, se ven como incapacitados para sobrellevar convenientemente esas nuevas cargas.

Este su influjo, acrecentado en la sociedad, exige de ellos una actividad apostólica semejante, pero su mismo índole natural los dispone a ella. Madurando la conciencia de la propia personalidad, impulsados por el ardor de su vida y por su energía sobreabundante, asumen la propia responsabilidad y desean tomar parte en la vida social y cultural: celo, que si está lleno del espíritu de Cristo, y se ve animado por la obediencia y el amor para con la Iglesia, ofrece en esperanza frutos abundantes. Ellos deben convertirse en los primeros e inmediatos apóstoles de los jóvenes, ejerciendo el apostolado entre sí, teniendo en consideración el medio social en que viven[22].

Pero no se sientan los jóvenes, en el ejercicio de su apostolado, como separados y abandonados de los mayores. Procuren los adultos entablar diálogo amigable con los jóvenes, que permita a unos y a otros conocerse mutuamente y comunicarse entre sí lo bueno que cada uno tiene, no considerando la distancia de la edad. Los adultos estimulen hacia el apostolado a la juventud, sobre todo con el ejemplo, y cuando haya oportunidad con consejos prudentes y auxilios eficaces. Los jóvenes, por su parte, llénense de respeto y de confianza para con los adultos, y aunque, naturalmente, se sientan inclinados hacia las novedades, aprecien sin embargo como es debido las loables tradiciones.

También los niños tienen su actividad apostólica. En cuanto ellos pueden, son testigos vivientes de Cristo entre sus compañeros.

El ambiente social

13. El apostolado en el medio social, es decir, el esfuerzo por llenar de espíritu cristiano el pensamiento y las costumbres, las leyes y las estructuras de la comunidad en que uno vive, hasta tal punto es deber y carga de los seglares que nunca lo pueden realizar convenientemente otros. En este campo, los seglares pueden ejercer perfectamente el apostolado de igual a igual. En él cumplen el testimonio de la vida por el testimonio de la palabra[23]. En el campo del trabajo, o de la profesión, o del estudio, o de la vivienda, o del descanso, o de la convivencia son muy aptos los seglares para ayudar a los hermanos.

Los seglares cumplen esta misión de la Iglesia en el mundo, ante todo, por aquella coincidencia de la vida con la fe por la qu ese convierten en la luz del mundo, por su honradez en cualquier negocio, que atrae a todos hacia el amor de la verdad y del bien, y por fin a Cristo y a la Iglesia; por la caridad fraterna, por la que participan de las condiciones de la vida, de los trabajos, y de los sufrimientos y aspiraciones de los hermanos, disponen insensiblemente los corazones de todos hacia la operación de la gracia salvadora; con la plena conciencia de su papel en la edificación de la sociedad, por la que se esfuerzan en saturar sus preocupaciones domésticas, sociales y profesionales de magnanimidad cristiana. De esta forma ese modo de proceder va penetrando poco a poco en el ambiente de la vida y del trabajo.

Este apostolado debe beneficiar a todos los que se encuentran junto a él, y no debe excluir ningún bien espiritual o material que pueda hacerles. Pero los verdaderos apóstoles, lejos de contentarse con esta actividad, ponen todo su empeño en anunciar a Cristo a sus prójimos, incluso de palabra. Porque muchos hombres no pueden escuchar el Evangelio ni conocer a Cristo más que por sus vecinos seglares.

Ambito nacional e internacional

14. El campo del apostolado se abre extensamente en el orden nacional e internacional, en que los seglares, sobre todo, son los dispensadores de la sabiduría cristiana. Aparezcan unidos los católicos a los hombres de buena voluntad. En el amor a la patria y en el fiel cumplimiento de los deberes civiles, siéntanse obligados los católicos a promover el verdadero bien común, y hagan pesar de esa forma su opinión para que el poder civil se ejerza justamente y las leyes respondan a los principios morales y al bien común. Los católicos preparados en los asuntos públicos, y firmes como es debido en la fe y en la doctrina católica, no rehusen desempeñar cargos públicos, ya que por ellos, bien administrados, pueden procurar el bien común y preparar a un tiempo el camino al Evangelio.

Procuren los católicos cooperar con todos los hombres de buena voluntad en promover cuanto hay de verdadero, de justo, de santo, de amable (cf. Fil., 4, 8). Hablen con ellos, superándoles en prudencia y humildad, e investiguen acerca de las instituciones sociales y públicas, para perfeccionarlas según el espíritu del Evangelio.

Entre las características de nuestro tiempo hay que contar, especialmente, con el creciente e inevitable sentimiento de solidaridad de todos los pueblos: el promoverlo solícitamente y convertirlo en sincero y verdadero afecto de fraternidad es deber del apostolado de los seglares. Los seglares, además, deben de conocer el nuevo campo internacional y los problemas y soluciones ya doctrinales, ya prácticas que en él se originan, sobre todo respecto a los pueblos en vías de desarrollo[24].

Piensen todos los que trabajan en naciones extranjeras, o les ayudan, que las relaciones entre los pueblos deben ser una comunicación fraterna, en que ambas partes dan y reciben. Y los que viajan por motivos de obras internacionales, o de negocios, o de descanso, no olviden que son en todas partes también heraldos viajeros de Cristo, y han de portarse como tales en toda verdad.


1 Cf. Juan XXIII, Const. Apost. Humanae Salutis, del 25 de diciembre de 1961: AAS 53 (1962) 7-10.

2 Cf. Const. dogm. De Ecclesia, cap. IV, n. 33: AAS 57 (1965) 39 ss. Cf. asimismo, Const. De sacra Liturgia, 26-40: AAS 56 (1964) 107-111. Cf. Decreto De Instrumentis Communicationis Socialis: AAS 56 (1964) 145-153. Cf. Decreto De Oecumenismo, Unitatis integratio: AAS 57 (1965) 90-107. Traducción del Prof. José Guillén, de la Pont. Universidad de Salamanca.

3 Cf. Pío XII, Alocución a los cardenales, del 18 de febrero de 1946: AAS 38 (1946) 101-102. Idem, Discurso a los jóvenes obreros católicos, del 25 de agosto de 1957: AAS 49 (1957) 843.

4 Cf. Pío XI, Encícl. Rerum Ecclesiae: AAS 18 (1926) 65.

5 Cf. Const. dogm. De Ecclesia, cap. IV, n. 31: AAS 57 (1965) 37.

6 Cf. ibíd., De Ecclesia, cap. IV, n. 33: AAS 57 (1965) 39; cf. también n. 10, ibíd., p. 14.

7 Cf. ibíd., n. 12: AAS 57 (1965) 16.

8 Cf. Const. De sacra Liturgia, cap. I, n. 11: AAS 56 (1964) 102-103.

9 Cf. ibíd., cap. VIII, nn. 62 y 65: AAS 57 (1965) 63 y 65.

10 Cf. Pío XI, Encícl. Ubi arcano, del 23 de diciembre de 1922: AAS 14 (1922) 659; Pío XII, Encícl. Summi Pontificatus, del 20 de octubre de 1939: AAS 31 (1939) 442-443.

11 Cf. León XIII, Encícl. Rerum Novarum: AAS 23 (1890-91) 647; Pío XI, Encícl. Quadragesimo anno: AAS 23 (1931) 190; Pío XII, Nuntius radiophonicus, del 1 de junio de 1941: AAS 23 (1941) 207.

12 Cf. Juan XXIII, Encícl. Mater et Magistra: AAS 53 (1961) 402.

13 Ibíd., págs. 440-441.

14 Cf. ibíd., págs. 442-443.

15 Cf. Pío XII, Alocución a "Pax Romana M.I.I.C.", del 24 de abril de 1957: AAS 49 (1957) 298-299; y, sobre todo, Juan XXIII, Ad Conventum Consilii "Food and Agriculture Organisation" (F.A.O.), del 10 de noviembre de 1959: AAS 51 (1959) 856, 866.

16 Cf. Pío X, Carta Apost. Creationis duarum novarum paroeciarum, del 1 de junio de 1905: AAS 38 (1905) 65-67; Pío XII, All. ad fideles Paroeciae S. Saba, del 11 de enero de 1953: Discorsi e Radiomessaggi di S. S. Pío XII 14 (1952-1953) 449-454; Juan XXIII, Alloc. Clero et christifidelibus e dioecesi suburbicaria Albanensi, ad Arcem Gandulfi habita, del 26 de agosto de 1962: AAS 54 (1962) 656-660.

17 Cf. León XIII, Alloc. del 28 de enero de 1894: Acta 14 (1894) 424-425.

18 Cf. Pío XII, Alocución a los párrocos, del 6 de febrero de 1951: Discorsi e Radiomessagi di S. S. Pio XII, 12 (1950-1951) 437-443; del 8 de marzo de 1952, ibíd., 14 (1952-953) p. 5-10; del 27 de marzo de 1953, ibíd., 15 (1953-1954) p. 27-35; del 28 de febrero de 1954; ibíd., pp. 585-590.

19 Pío XI. Encicli. Casti connubii: AAS 22 (1930) 554; Pío XII, Nuntius Radiophonicus, del 1 de junio de 1941: AAS 33 (1941) 203; ídem, Delegatis ad Conventum Unionis Internationalis socialitatum ad jura familiae tuenda, del 20 de setiembre de 1949: AAS 41 (1949) 552; ídem, Ad patresfamiliaas e Gallia Romam peregrinantes, del 18 de setiembre de 1951: AAS 43 (1951) 731; ídem, Nuntius Radiophonicus in Natali Domini 1952: AAS 45 (1953) 41; Juan XXIII, Encícl. Mater et Magistra, del 15 de mayo de 1961: AAS 53 (1961) 429-439.

20 Pío XII, Delegatis ad Conv. Intern. socialitatum ad jura fam. tuenda, del 20 de setiembre de 1949: AAS 41 (1949) 552.

21 Cf. Pío X, Alloc. del 25 de setiembre de 1904: AAS 37 (1904-1905), 296-300.

22 Cf. Pío XII, Ad convenum J. O. C., Montreal, del 24 de mayo de 1947: AAS 39 (1947) 257; Nuntius Radiophonicus ad J. O. C. Bruxeles, del 5 de setiembre de 1950: AAS 42 (1950) 640-641.

23 Cf. Pío XI, Encícl. Quadragesimo Anno, del 31 de mayo de 1931: AAS 23 (1931) 225-226.

24 Cf. Juan XXIII, Encícl. Mater et Magistra, del 15 de mayo de 1961: AAS 53 (1961) 448-450.