SANTO DOMINGO

CONFERENCIA GENERAL DEL
EPISCOPADO LATINOAMERICANO


 

Segunda Parte

JESUCRISTO EVANGELIZADOR VIVIENTE EN SU IGLESIA

«Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 19 -20). «En estas palabras está contenida la proclama solemne de la evangelización» (Juan Pablo II, Discurso inaugural, 2).

El Santo Padre nos ha convocado para comprometer a la Iglesia de América Latina y el Caribe en una Nueva Evangelización y «trazar ahora, para los próximos años, una nueva estrategia evangelizadora, un plan global de evangelización» (Juan Pablo II, Discurso a la II Asamblea plenaria de la Pontificia Comisión para América Latina, 14. 6. 91, 4).

Queremos presentar algunos elementos que nos servirán de base para concretar estas orientaciones en las Iglesias locales del Continente.

A partir de la Nueva Evangelización, «el elemento englobante» o «idea central» que ha iluminado nuestra Conferencia, entenderemos en su verdadera dimensión la Promoción Humana, respuesta a «la delicada y difícil situación en la que se encuentran los países latinoamericanos» (Carta del Cardenal Bernardin Gantin, Presidente de la Pontificia Comisión para América Latina, a los Presidentes de las Conferencias Episcopales de América Latina y al Presidente del CELAM, 12. 12. 90) y enfocaremos el desafío del diálogo entre el Evangelio y los distintos elementos que conforman nuestras culturas para purificarlas y perfeccionarlas desde dentro, con la enseñanza y el ejemplo de Jesús, hasta llegar a una Cultura Cristiana.

(Santo Domingo, Conclusiones 22)

Capítulo I

LA NUEVA EVANGELIZACIÓN

Toda evangelización parte del mandato de Cristo a sus apóstoles y sucesores, se desarrolla en la comunidad de los bautizados, en el seno de comunidades vivas que comparten su fe, y se orienta a fortalecer la vida de adopción filial en Cristo, que se expresa principalmente en el amor fraterno.

Después de preguntarnos qué es la Nueva Evangelización podremos comprender mejor que ella tiene su punto de partida en la Iglesia, en la fuerza del Espíritu, en continuo proceso de conversión, que busca testimoniar la unidad dentro de la diversidad de ministerios y carismas y que vive intensamente su compromiso misionero. Sólo una Iglesia evangelizada es capaz de evangelizar.

Las situaciones trágicas de injusticia y sufrimiento de nuestra América, que se han agudizado más después de Puebla, piden respuestas que sólo podrá dar una Iglesia, signo de reconciliación y portadora de la vida y la esperanza que brotan del Evangelio.

(Santo Domingo, Conclusiones 23)

¿Qué es la Nueva Evangelización?

La Nueva Evangelización tiene como punto de partida la certeza de que en Cristo hay una «" inescrutable riqueza" (Ef 3, 8), que no agota ninguna cultura, ni ninguna época, y a la cual podemos acudir siempre los hombres para enriquecernos» (Juan Pablo II, Discurso inaugural, 6). Hablar de Nueva Evangelización es reconocer que existió una antigua o primera. Sería impropio hablar de Nueva Evangelización de tribus o pueblos que nunca recibieron el Evangelio. En América Latina se puede hablar así, porque aquí se ha cumplido una primera evangelización desde hace 500 años.

Hablar de Nueva Evangelización no significa que la anterior haya sido inválida, infructuosa o de poca duración. Significa que hoy hay desafíos nuevos, nuevas interpelaciones que se hacen a los cristianos y a los cuales es urgente responder.

Hablar de Nueva Evangelización, como lo advirtió el Papa en el discurso inaugural de esta IV Conferencia, no significa proponer un nuevo Evangelio diferente del primero: hay un solo y único Evangelio del cual se pueden sacar luces nuevas para los problemas nuevos.

Hablar de Nueva Evangelización no quiere decir reevangelizar. En América Latina no se trata de prescindir de la primera evangelización sino de partir de los ricos y abundantes valores que ella ha dejado para profundizarlos y complementarlos, corrigiendo las deficiencias anteriores. La Nueva Evangelización surge en América Latina como respuesta a los problemas que presenta la realidad de un continente en el cual se da un divorcio entre fe y vida hasta producir clamorosas situaciones de injusticia, desigualdad social y violencia. Implica afrontar la grandiosa tarea de infundir energías al cristianismo de América Latina.

Para Juan Pablo II la Nueva Evangelización es algo operativo, dinámico. Es ante todo una llamada a la conversión (cf. Juan Pablo II, Discurso inaugural, 1) y a la esperanza, que se apoya en las promesas de Dios y que tiene como certeza inquebrantable la Resurrección de Cristo, primer anuncio y raíz de toda evangelización, fundamento de toda promoción humana, principio de toda auténtica cultura cristiana (cf. ib., 25). Es también un nuevo ámbito vital, un nuevo Pentecostés (cf. ib., 30 -31) donde la acogida del Espíritu Santo hará surgir un pueblo renovado constituido por hombres libres conscientes de su dignidad (cf. ib., 19) y capaces de forjar una historia verdaderamente humana. Es el conjunto de medios, acciones y actitudes aptos para colocar el Evangelio en diálogo activo con la modernidad y lo post -moderno, sea para interpelarlos, sea para dejarse interpelar por ellos. También es el esfuerzo por inculturar el Evangelio en la situación actual de las culturas de nuestro continente.

(Santo Domingo, Conclusiones 24)

El sujeto de la Nueva Evangelización es toda la comunidad eclesial según su propia naturaleza: nosotros los Obispos, en comunión con el Papa, nuestros presbíteros y diáconos, los religiosos y religiosas, y todos los hombres y mujeres que constituimos el Pueblo de Dios.

(Santo Domingo, Conclusiones 25)

La Nueva Evangelización tiene como finalidad formar hombres y comunidades maduras en la fe y dar respuesta a la nueva situación que vivimos, provocada por los cambios sociales y culturales de la modernidad. Ha de tener en cuenta la urbanización, la pobreza y la marginación. Nuestra situación está marcada por el materialismo, la cultura de la muerte, la invasión de las sectas y propuestas religiosas de distintos orígenes.

Esta situación nueva trae consigo también nuevos valores, el ansia de solidaridad, de justicia, la búsqueda religiosa y la superación de ideologías totalizantes.

Destinatarios de la Nueva Evangelización son también las clases medias, los grupos, las poblaciones, los ambientes de vida y de trabajo, marcados por la ciencia, la técnica y los medios de comunicación social.

La Nueva Evangelización tiene la tarea de suscitar la adhesión personal a Jesucristo y a la Iglesia de tantos hombres y mujeres bautizados que viven sin energía el cristianismo, «han perdido el sentido vivo de la fe o incluso no se reconocen ya como miembros de la Iglesia, llevando una existencia alejada de Cristo y de su Evangelio» (Rmi 33).

(Santo Domingo, Conclusiones 26)

El contenido de la Nueva Evangelización es Jesucristo, Evangelio del Padre, que anunció con gestos y palabras que Dios es misericordioso con todas sus creaturas, que ama al hombre con un amor sin límites y que ha querido entrar en su historia por medio de Jesucristo, muerto y resucitado por nosotros, para liberarnos del pecado y de todas sus consecuencias y para hacernos partícipes de su vida divina (cf. Juan Pablo II, Homilía en Veracruz, México, 7. 5. 90). En Cristo todo adquiere sentido. él rompe el horizonte estrecho en que el secularismo encierra al hombre, le devuelve su verdad y dignidad de Hijo de Dios y no permite que ninguna realidad temporal, ni los estados, ni la economía, ni la técnica se conviertan para los hombres en la realidad última a la que deban someterse. Dicho con palabras de Pablo VI, evangelizar es anunciar «el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazareth, Hijo de Dios» (EN 22).

Esta Evangelización tendrá fuerza renovadora en la fidelidad a la Palabra de Dios, su lugar de acogida en la comunidad eclesial, su aliento creador en el Espíritu Santo, que crea en la unidad y en la diversidad, alimenta la riqueza carismática y ministerial y se proyecta al mundo mediante el compromiso misionero.

(Santo Domingo, Conclusiones 27)

¿Cómo debe ser esta Nueva Evangelización? El Papa nos ha respondido: Nueva en su ardor, en sus métodos y en su expresión.

Nueva en su ardor. Jesucristo nos llama a renovar nuestro ardor apostólico. Para esto envía su Espíritu, que enciende hoy el corazón de la Iglesia. El ardor apostólico de la Nueva Evangelización brota de una radical conformación con Jesucristo, el primer evangelizador. Así, el mejor evangelizador es el santo, el hombre de las bienaventuranzas (cf. Rmi 90 -91). Una evangelización nueva en su ardor supone una fe sólida, una caridad pastoral intensa y una recia fidelidad que, bajo la acción del Espíritu, genere una mística, un entusiasmo incontenible en la tarea de anunciar el Evangelio y capaz de despertar la credibilidad para acoger la Buena Nueva de la Salvación.

(Santo Domingo, Conclusiones 28)

Nueva en sus métodos. Nuevas situaciones exigen nuevos caminos para la evangelización. El testimonio y el encuentro personal, la presencia del cristiano en todo lo humano, así como la confianza en el anuncio salvador de Jesús (kerygma) y en la actividad del Espíritu Santo, no pueden faltar.

Se ha de emplear, bajo la acción del Espíritu creador, la imaginación y creatividad para que de manera pedagógica y convincente el Evangelio llegue a todos. Ya que vivimos en una cultura de la imagen, debemos ser audaces para utilizar los medios que la técnica y la ciencia nos proporcionan, sin poner jamás en ellos toda nuestra confianza.

Por otra parte es necesario utilizar aquellos medios que hagan llegar el Evangelio al centro de la persona y de la sociedad, a las raíces mismas de la cultura y «no de una manera decorativa, como un barniz superficial» (EN 20).

(Santo Domingo, Conclusiones 29)

Nueva en su expresión. Jesucristo nos pide proclamar la Buena Nueva con un lenguaje que haga más cercano el mismo Evangelio de siempre a las nuevas realidades culturales de hoy. Desde la riqueza inagotable de Cristo, se han de buscar las nuevas expresiones que permitan evangelizar los ambientes marcados por la cultura urbana e inculturar el Evangelio en las nuevas formas de la cultura adveniente. La Nueva Evangelización tiene que inculturarse más en el modo de ser y de vivir de nuestras culturas, teniendo en cuenta las particularidades de las diversas culturas, especialmente las indígenas y afroamericanas. (Urge aprender a hablar según la mentalidad y cultura de los oyentes, de acuerdo a sus formas de comunicación y a los medios que están en uso). Así, la Nueva Evangelización continuará en la línea de la encarnación del Verbo. La Nueva Evangelización exige la conversión pastoral de la Iglesia. Tal conversión debe ser coherente con el Concilio. Lo toca todo y a todos: en la conciencia y en la praxis personal y comunitaria, en las relaciones de igualdad y de autoridad; con estructuras y dinamismos que hagan presente cada vez con más claridad a la Iglesia, en cuanto signo eficaz, sacramento de salvación universal.

(Santo Domingo, Conclusiones 30)

1.1. La Iglesia convocada a la santidad Iluminación doctrinal

Durante nuestra IV Conferencia hemos estado, como María, escuchando la Palabra, para comunicarla a nuestros pueblos. Hemos sentido que el Señor Jesús repetía el llamamiento a una vida santa (cf. Ef 1, 4), fundamento de toda nuestra acción misionera.

La Iglesia, como misterio de unidad, encuentra su fuente en Jesucristo. Sólo en él puede dar los frutos de santidad que Dios espera de ella. Sólo participando de su Espíritu puede transmitir a los hombres la auténtica palabra de Dios. Solamente la santidad de vida alimenta y orienta una verdadera promoción humana y cultura cristiana. Sólo con él, por él y en él puede dar a Dios, Padre omnipotente, el honor y la gloria por los siglos de los siglos.

(Santo Domingo, Conclusiones 31)

Llamado a la santidad

La Iglesia es comunidad santa (cf. 1Pe 2, 9) en primer lugar por la presencia en ella del Cordero que la santifica por su espíritu (cf. Ap 21, 22s; 22, 1 -5; Ef 1, 18; 1Cor 3, 16; 6, 19; LG 4). Por eso, sus miembros deben esforzarse cada día por vivir, en el seguimiento de Jesús y en obediencia al Espíritu, «para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor» (Ef 1, 4). éstos son los hombres y mujeres nuevos que América Latina y el Caribe necesitan: los que han escuchado con corazón bueno y recto (cf. Lc 8, 15) el llamado a la conversión (cf. Mc 1, 15) y han renacido por el Espíritu Santo según la imagen perfecta de Dios (cf. Col 1, 15; Rom 8, 29), que llaman a Dios «Padre» y expresan su amor a él en el reconocimiento de sus hermanos (cf. DP 327), que son bienaventurados porque participan de la alegría del Reino de los cielos, que son libres con la libertad que da la Verdad y solidarios con todos los hombres, especialmente con los que más sufren. La Iglesia ha alcanzado en la Santísima Virgen la perfección en virtud de la cual no tiene mancha ni arruga. La santidad «es la clave del ardor renovado de la Nueva Evangelización» (Juan Pablo II, Homilía en Salto, Uruguay, 9. 5. 88, 4).

(Santo Domingo, Conclusiones 32)

Convocada por la palabra

La Iglesia, comunidad santa convocada por la Palabra, tiene como uno de sus oficios principales predicar el Evangelio (cf. LG 25). Los obispos de las Iglesias particulares que peregrinan en América Latina y el Caribe y todos los participantes reunidos en Santo Domingo, queremos asumir, con el renovado ardor que los tiempos exigen, el llamado que el Papa, sucesor de Pedro, nos ha hecho a emprender una Nueva Evangelización, muy conscientes de que evangelizar es necesariamente anunciar con gozo el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el Reino y el misterio de Jesús de Nazareth, Hijo de Dios (cf. EN 22).

Kerygma y catequesis. Desde la situación generalizada de muchos bautizados en América Latina, que no dieron su adhesión personal a Jesucristo por la conversión primera, se impone, en el ministerio profético de la Iglesia, de modo prioritario y fundamental, la proclamación vigorosa del anuncio de Jesús muerto y resucitado (Kerygma; cf. Rmi 44), raíz de toda evangelización, fundamento de toda promoción humana y principio de toda auténtica cultura cristiana (cf. Juan Pablo II, Discurso inaugural, 25).

Este ministerio profético de la Iglesia comprende también la catequesis que, actualizando incesantemente la revelación amorosa de Dios manifestada en Jesucristo, lleva la fe inicial a su madurez y educa al verdadero discípulo de Jesucristo (cf. CT 19). Ella debe nutrirse de la Palabra de Dios leída e interpretada en la Iglesia y celebrada en la comunidad para que al escudriñar el misterio de Cristo ayude a presentarlo como Buena Nueva en las situaciones históricas de nuestros pueblos.

Igualmente pertenece al ministerio profético de la Iglesia el servicio que los teólogos prestan al pueblo de Dios (cf. Juan Pablo II, Discurso inaugural, 7). Su tarea, enraizada en la Palabra de Dios y cumplida en abierto diálogo con los pastores, en plena fidelidad al magisterio, es noble y necesaria. Su labor así cumplida puede contribuir a la inculturación de la fe y la evangelización de las culturas, como también a nutrir una teología que impulse la pastoral, que promueva la vida cristiana integral, hasta la búsqueda de la santidad. Una labor teológica así comprendida impulsa el trabajo en favor de la justicia social, los derechos humanos y la solidaridad con los más pobres. No olvidamos, sin embargo, que la función profética de Cristo es participada por todo el «pueblo santo de Dios» y que éste la ejerce en primer lugar «difundiendo su testimonio vivo sobre todo con la vida de fe y caridad» (LG 12). El testimonio de vida cristiana es la primera e insustituible forma de evangelización, como lo hizo presente vigorosamente Jesús en varias ocasiones (cf. Mt 7, 21 -23; 25, 31 -46; Lc 10, 37; 19, 1 -10) y lo enseñaron también los Apóstoles (cf. Stgo 2, 14 -18).

(Santo Domingo, Conclusiones 33)

Celebración liturgica

La Iglesia santa encuentra el sentido último de su convocación en la vida de oración, alabanza y acción de gracias que cielo y tierra dirigen a Dios por «sus obras grandes y maravillosas» (Ap 15, 3s; cf. 7, 9 -17). ésta es la razón por la cual la liturgia «es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza» (SC 10). Pero la liturgia es acción del Cristo total, Cabeza y miembros, y, como tal, debe expresar el sentido más profundo de su oblación al Padre: obedecer, haciendo de toda su vida la revelación del amor del Padre por los hombres. Así como la celebración de la última Cena está esencialmente unida a la vida y al sacrificio de Cristo en la cruz y lo hace cotidianamente presente por la salvación de todos los hombres, así también, los que alaban a Dios reunidos en torno al Cordero son los que muestran en sus vidas los signos testimoniales de la entrega de Jesús (cf. Ap 7, 13s). Por eso, el culto cristiano debe expresar la doble vertiente de la obediencia al Padre (glorificación) y de la caridad con los hermanos (redención), pues la gloria de Dios es que el hombre viva. Con lo cual lejos de alienar a los hombres los libera y los hace hermanos.

(Santo Domingo, Conclusiones 34)

El servicio litúrgico así cumplido en la Iglesia tiene por sí mismo un valor evangelizador que la Nueva Evangelización debe situar en un lugar muy destacado. En la liturgia se hace presente hoy Cristo Salvador. La Liturgia es anuncio y realización de los hechos salvíficos (cf. SC 6) que nos llegan a tocar sacramentalmente; por eso, convoca, celebra y envía. Es ejercicio de la fe, útil tanto para el de fe robusta como para el de fe débil, e incluso para el no creyente (cf. 1Cor 14, 24 -25). Sostiene el compromiso con la Promoción Humana, en cuanto orienta a los creyentes a tomar su responsabilidad en la construcción del Reino, «para que se ponga de manifiesto que los fieles cristianos, sin ser de este mundo, son la luz del mundo» (SC 9). La celebración no puede ser algo separado o paralelo a la vida (cf. 1Pe 1, 15). Por último, es especialmente por la liturgia como el Evangelio penetra en el corazón mismo de las culturas.

Toda la ceremonia litúrgica de cada sacramento tiene también un valor pedagógico; el lenguaje de los signos es el mejor vehículo para que «el mensaje de Cristo penetre en las conciencias de las personas y (desde ahí) se proyecte en el" ethos" de un pueblo, en sus actitudes vitales, en sus instituciones y en todas sus estructuras» (Juan Pablo II, Discurso inaugural, 20; cf. Juan Pablo II, Discurso a los intelectuales, Medellín, 5. 7. 86, 2). Por esto, las formas de la celebración litúrgica deben ser aptas para expresar el misterio que se celebra y a la vez claras e inteligibles para los hombres y mujeres (cf. Juan Pablo II, Discurso a la UNESCO, 2. 6. 80, 6).

(Santo Domingo, Conclusiones 35)

Religiosidad popular

La religiosidad popular es una expresión privilegiada de la inculturación de la fe. No se trata sólo de expresiones religiosas sino también de valores, criterios, conductas y actitudes que nacen del dogma católico y constituyen la sabiduría de nuestro pueblo, formando su matriz cultural. Esta celebración de la fe, tan importante en la vida de la Iglesia de América Latina y el Caribe, está presente en nuestra preocupación pastoral. Las palabras de Pablo VI (cf. EN 48), recibidas y desarrolladas por la Conferencia de Puebla en propuestas claras, son aún hoy válidas (cf. DP 444ss). Es necesario que reafirmemos nuestro propósito de continuar los esfuerzos por comprender cada vez mejor y acompañar con actitudes pastorales las maneras de sentir y vivir, comprender y expresar el misterio de Dios y de Cristo por parte de nuestros pueblos, para que purificadas de sus posibles limitaciones y desviaciones lleguen a encontrar su lugar propio en nuestras Iglesias locales y en su acción pastoral.

(Santo Domingo, Conclusiones 36)

Contemplación y compromiso

Queremos concluir estas palabras acerca de la Iglesia como misterio de comunión que se realiza plenamente en la santidad de sus miembros, recordando y agradeciendo a Dios la vida contemplativa y monástica presente hoy en América Latina. La santidad, que es el desarrollo de la vida de la fe, la esperanza y la caridad recibida desde el bautismo, busca la contemplación del Dios que ama y de Jesucristo su Hijo. La acción profética no se entiende ni es verdadera y auténtica sino a partir de un real y amoroso encuentro con Dios que atrae irresistiblemente (cf. Am 3, 8; Jer 20, 7 -9; Os 2, 16s). Sin una capacidad de contemplación, la liturgia, que es acceso a Dios a través de signos, se convierte en acción carente de profundidad. Agradecemos a Dios la presencia de hombres y mujeres consagrados a la contemplación en una vida según los consejos evangélicos; ellos son un signo viviente de la santidad de todo el pueblo de Dios y un llamado poderoso a todos los cristianos a crecer en la oración como expresión de fe ardorosa y comprometida, de amor fiel que contempla a Dios en su vida íntima Trinitaria y en su acción salvífica en la historia, y de esperanza inquebrantable en el que ha de volver para introducirnos en la gloria de su Padre, que es también nuestro Padre (cf. Jn 20, 17).

(Santo Domingo, Conclusiones 37)

Desafios pastorales

Las consideraciones arriba hechas, acerca de la santidad de la Iglesia, de su carácter profético y de su vocación celebrativa, nos llevan a reconocer algunos desafíos que nos parecen fundamentales, a los que es preciso responder para que la Iglesia sea plenamente en América Latina y el Caribe el misterio de la comunión de los hombres con Dios y entre sí.

En la Iglesia se multiplican los grupos de oración, los movimientos apostólicos, formas nuevas de vida y de espiritualidad contemplativa, además de diversas expresiones de la religiosidad popular. Muchos laicos toman conciencia de su responsabilidad pastoral en sus diversas formas. Crece el interés por la Biblia, lo cual exige una pastoral bíblica adecuada que dé a los fieles laicos criterios para responder a las insinuaciones de una interpretación fundamentalista o a un alejamiento de la vida en la Iglesia para refugiarse en las sectas.

(Santo Domingo, Conclusiones 38)

Entre nuestros mismos católicos el desconocimiento de la verdad sobre Jesucristo y de las verdades fundamentales de la fe es un hecho muy frecuente y, en algunos casos, esa ignorancia va unida a una pérdida del sentido del pecado. Frecuentemente la religiosidad popular, a pesar de sus inmensos valores, no está purificada de elementos ajenos a la auténtica fe cristiana ni lleva siempre a la adhesión personal a Cristo muerto y resucitado.

(Santo Domingo, Conclusiones 39)

Predicamos poco acerca del Espíritu que actúa en los corazones y los convierte, haciendo así posible la santidad, el desarrollo de las virtudes y el valor para tomar cada día la cruz de Cristo (cf. Mt 10, 38; 16, 24).

(Santo Domingo, Conclusiones 40)

Todo esto nos obliga a insistir en la importancia del primer anuncio (kerygma) y en la catequesis. Damos gracias a Dios por los esfuerzos de tantos y tantas catequistas que cumplen su servicio eclesial con sacrificio, sellado a veces con sus vidas. Pero debemos reconocer como pastores que aún queda mucho por hacer. Existe todavía mucha ignorancia religiosa, la catequesis no llega a todos y muchas veces llega en forma superficial, incompleta en cuanto a sus contenidos, o puramente intelectual, sin fuerza para transformar la vida de las personas y de sus ambientes.

(Santo Domingo, Conclusiones 41)

Se ha perdido en gran medida la práctica de la «dirección espiritual», que sería muy necesaria para la formación de los laicos más comprometidos, aparte de ser condición para que maduren vocaciones sacerdotales y religiosas.

(Santo Domingo, Conclusiones 42)

Respecto a la liturgia queda aún mucho por hacer en cuanto a asimilar en nuestras celebraciones la renovación litúrgica impulsada por el Concilio Vaticano II, y en cuanto a ayudar a los fieles a hacer de la celebración eucarística la expresión de su compromiso personal y comunitario con el Señor. No se ha logrado aún plena conciencia de lo que significa la centralidad de la liturgia como fuente y culmen de la vida eclesial, se pierde en muchos el sentido del «día del Señor» y de la exigencia eucarística que conlleva, persiste la poca participación de la comunidad cristiana y aparecen quienes intentan apropiarse de la liturgia sin consideración de su verdadero sentido eclesial. Se ha descuidado la seria y permanente formación litúrgica según las instrucciones y documentos del Magisterio, en todos los niveles (cf. Carta apostólica «Vicesimus quintus annus», 4). No se atiende todavía al proceso de una sana inculturación de la liturgia; esto hace que las celebraciones sean aún, para muchos, algo ritualista y privado que no los hace conscientes de la presencia transformadora de Cristo y de su Espíritu ni se traduce en un compromiso solidario para la transformación del mundo.

(Santo Domingo, Conclusiones 43)

La consecuencia de todo esto es una falta de coherencia entre la fe y la vida en muchos católicos, incluidos, a veces, nosotros mismos o algunos de nuestros agentes pastorales. La falta de formación doctrinal y de profundidad en la vida de la fe hace de muchos católicos presa fácil del secularismo, el hedonismo y el consumismo que invaden la cultura moderna y, en todo caso, los hace incapaces de evangelizarla.

(Santo Domingo, Conclusiones 44)

Líneas pastorales

La Nueva Evangelización exige una renovada espiritualidad que, iluminada por la fe que se proclama, anime, con la sabiduría de Dios, la auténtica promoción humana y sea el fermento de una cultura cristiana. Pensamos que es preciso continuar y acentuar la formación doctrinal y espiritual de los fieles cristianos, y en primer lugar del clero, religiosos y religiosas, catequistas y agentes pastorales, destacando claramente la primacía de la gracia de Dios que salva por Jesucristo en la Iglesia, por medio de la caridad vivida y a través de la eficacia de los sacramentos.

(Santo Domingo, Conclusiones 45)

Es preciso anunciar de tal manera a Jesús que el encuentro con él lleve al reconocimiento del pecado en la propia vida y a la conversión, en una experiencia profunda de la gracia del Espíritu recibida en el bautismo y la confirmación. Esto supone una revaloración del sacramento de la penitencia, cuya pastoral debería prolongarse en dirección espiritual de quienes muestran la madurez suficiente para aprovecharla.

(Santo Domingo, Conclusiones 46)

Debemos procurar que todos los miembros del pueblo de Dios asuman la dimensión contemplativa de su consagración bautismal y «aprendan a orar» imitando el ejemplo de Jesucristo (cf. Lc 11, 1), de manera que la oración esté siempre integrada con la misión apostólica en la comunidad cristiana y en el mundo. Frente a muchos- también cristianos- que buscan en prácticas ajenas al cristianismo respuestas a sus ansias de vida interior, debemos saber ofrecer la rica doctrina y la larga experiencia que tiene la Iglesia.

(Santo Domingo, Conclusiones 47)

Una tal evangelización de Cristo y de su vida divina en nosotros debe mostrar la exigencia ineludible de acomodar la conducta al modelo que él nos ofrece. La coherencia de la vida de los cristianos con su fe es condición de la eficacia de la Nueva Evangelización. Para eso es necesario conocer bien las situaciones concretas vividas por el hombre contemporáneo para ofrecerle la fe como elemento iluminador. Esto supone también una clara predicación de la moral cristiana que abarque tanto la conducta personal y familiar como la social. La práctica de pequeñas comunidades pastoralmente bien asistidas constituye un buen medio para aprender a vivir la fe en estrecha comunión con la vida y con proyección misionera. En este campo es muy significativo también el aporte de los movimientos apostólicos.

(Santo Domingo, Conclusiones 48)

La Nueva Evangelización debe acentuar una catequesis kerygmática y misionera. Se requieren, para la vitalidad de la comunidad eclesial, más catequistas y agentes pastorales, dotados de un sólido conocimiento de la Biblia que los capacite para leerla, a la luz de la Tradición y del Magisterio de la Iglesia, y para iluminar desde la Palabra de Dios su propia realidad personal, comunitaria y social. Ellos serán instrumentos especialmente eficaces de la inculturación del Evangelio. Nuestra catequesis ha de tener un itinerario continuado que abarque desde la infancia hasta la edad adulta, utilizando los medios más adecuados para cada edad y situación. Los catecismos son subsidios muy importantes para la catequesis; son a la vez camino y fruto de un proceso de inculturación de la fe. El «Catecismo de la Iglesia Católica», ya anunciado por el Papa Juan Pablo II, orientará la elaboración de nuestros futuros catecismos.

(Santo Domingo, Conclusiones 49)

La función profética de la Iglesia que anuncia a Jesucristo debe mostrar siempre los signos de la verdadera «valentía» (parresía: cf. Hch 4, 13; 1Tes 2, 2) en total libertad frente a cualquier poder de este mundo. Parte necesaria de toda predicación y de toda catequesis debe ser la Doctrina Social de la Iglesia, que constituye la base y el estímulo de la auténtica opción preferencial por los pobres.

(Santo Domingo, Conclusiones 50)

Nuestras Iglesias locales, que se expresan plenamente en la liturgia y en primer lugar en la Eucaristía, deben promover una seria y permanente formación litúrgica del pueblo de Dios en todos sus niveles, a fin de que pueda vivir la liturgia espiritual, consciente y activamente. Esta formación deberá tener en cuenta la presencia viva de Cristo en la celebración, su valor pascual y festivo, el papel activo que le cabe a la Asamblea y su dinamismo misionero. Una preocupación especial debe ser la de promover y dar una seria formación a quienes estén encargados de dirigir la oración y la celebración de la Palabra en ausencia del sacerdote. Nos parece, en fin, que es urgente darle al domingo, a los tiempos litúrgicos y a la celebración de la Liturgia de las Horas todo su sentido y su fuerza evangelizadora.

(Santo Domingo, Conclusiones 51)

La celebración comunitaria debe ayudar a integrar en Cristo y su misterio los acontecimientos de la propia vida, debe hacer crecer en la fraternidad y la solidaridad, debe atraer a todos.

(Santo Domingo, Conclusiones 52)

Hemos de promover una liturgia que en total fidelidad al espíritu que el Concilio Vaticano II quiso recuperar en toda su pureza busque, dentro de las normas dadas por la Iglesia, la adopción de las formas, signos y acciones propias de las culturas de América Latina y el Caribe. En esta tarea se deberá poner una especial atención a la valorización de la piedad popular, que encuentra su expresión especialmente en la devoción a la Santísima Virgen, las peregrinaciones a los santuarios y en las fiestas religiosas iluminadas por la Palabra de Dios. Si los pastores no nos empeñamos a fondo en acompañar las expresiones de nuestra religiosidad popular purificándolas y abriéndolas a nuevas situaciones, el secularismo se impondrá más fuertemente en nuestro pueblo latinoamericano y será más difícil la inculturación del Evangelio.

(Santo Domingo, Conclusiones 53)

1.2. Comunidades eclesiales vivas y dinámicas
«Que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17, 21). ésta es la oración de Jesucristo por su Iglesia. Para ella ha pedido que viva la unidad, según el modelo de la unidad trinitaria (cf. GS 24). Así procuraron vivir los primeros cristianos en Jerusalén.

Conscientes de que el momento histórico que vivimos nos exige «delinear el rostro de una Iglesia viva y dinámica que crece en la fe, se santifica, ama, sufre, se compromete y espera en su Señor» (Juan Pablo II, Discurso inaugural, 25), queremos volver a descubrir al Señor Resucitado que hoy vive en su Iglesia, se entrega a ella, la santifica (cf. Ef 5, 25 -26) y la hace signo de la unión de todos los hombres entre sí y de éstos con Dios (cf. LG 1).

Queremos reflejar este «rostro» en nuestras Iglesias particulares, parroquias y demás comunidades cristianas. Buscamos dar impulso evangelizador a nuestra Iglesia a partir de una vivencia de comunión y participación, que ya se experimenta en diversas formas de comunidades existentes en nuestro continente.

(Santo Domingo, Conclusiones 54)

1.2.1. La Iglesia particular
Las Iglesias particulares tienen como misión prolongar para las diversas comunidades «la presencia y la acción evangelizadora de Cristo» (DP 224), ya que están «formadas a imagen de la Iglesia Universal, en las cuales y a base de las cuales existe la Iglesia Católica, una y única» (LG 23).

La Iglesia particular está llamada a vivir el dinamismo de comunión -misión, «la comunión y la misión están profundamente unidas entre sí; se compenetran y se implican mutuamente, hasta tal punto que la comunión representa a la vez la fuente y el fruto de la misión... siempre es el único e idéntico Espíritu el que convoca y une a la Iglesia y el que la envía a predicar el Evangelio hasta los confines de la tierra» (Chl 32).

La Iglesia particular es igualmente «comunión orgánica... caracterizada por la simultánea presencia de la diversidad y de la complementariedad de las vocaciones y condiciones de vida, de los ministerios, de los carismas y de las responsabilidades» (Chl 20).

«En la unidad de la Iglesia local, que brota de la Eucaristía, se encuentra todo el Colegio episcopal con el sucesor de Pedro a la cabeza, como perteneciente a la misma esencia de la Iglesia particular. En torno al Obispo y en perfecta comunión con él tienen que florecer las parroquias y comunidades cristianas como células pujantes de vida eclesial» (Juan Pablo II, Discurso inaugural, 25).

La Iglesia particular, conforme a su ser y a su misión, por congregar al Pueblo de Dios de un lugar o región, conoce de cerca la vida, la cultura, los problemas de sus integrantes y está llamada a generar allí con todas sus fuerzas, bajo la acción del Espíritu, la Nueva Evangelización, la promoción humana, la inculturación de la fe (cf. Rmi 54).

(Santo Domingo, Conclusiones 55)

En general nuestras diócesis carecen de suficientes agentes calificados de pastoral. Muchas de ellas aún no poseen una clara y verdadera planificación pastoral. Es urgente avanzar en el camino de la comunión y participación, que muchas veces es obstaculizado por la falta del sentido de Iglesia y del auténtico espíritu misionero.

(Santo Domingo, Conclusiones 56)

Por eso es indispensable:

- Promover el aumento y la adecuada formación de los agentes para los diversos campos de la acción pastoral, conforme a la eclesiología del Vaticano II y el magisterio posterior.

- Impulsar procesos globales, orgánicos y planificados que faciliten y procuren la integración de todos los miembros del pueblo de Dios, de las comunidades y de los diversos carismas, y los oriente a la Nueva Evangelización, incluida la misión «ad gentes».

(Santo Domingo, Conclusiones 57)

1.2.2. La parroquia
La parroquia, comunidad de comunidades y movimientos, acoge las angustias y esperanzas de los hombres, anima y orienta la comunión, participación y misión. «No es principalmente una estructura, un territorio, un edificio, ella es" la familia de Dios, como una fraternidad animada por el Espíritu de unidad"... La parroquia está fundada sobre una realidad teológica porque ella es una comunidad eucarística... La parroquia es una comunidad de fe y una comunidad orgánica en la que el párroco, que representa al obispo diocesano, es el vínculo jerárquico con toda la Iglesia particular» (Chl 26).

Si la parroquia es la Iglesia que se encuentra entre las casas de los hombres, ella vive y obra entonces profundamente insertada en la sociedad humana e íntimamente solidaria con sus aspiraciones y dificultades.

La parroquia tiene la misión de evangelizar, de celebrar la liturgia, de impulsar la promoción humana, de adelantar la inculturación de la fe en las familias, en las Cebs, en los grupos y movimientos apostólicos y, a través de todos ellos, a la sociedad.

La parroquia, comunión orgánica y misionera, es así una red de comunidades.

(Santo Domingo, Conclusiones 58)

Sigue todavía lento el proceso de renovación de la parroquia en sus agentes de pastoral y en la participación de los fieles laicos.

Es urgente e indispensable dar solución a los interrogantes que se presentan a las parroquias urbanas para que éstas puedan responder a los desafíos de la Nueva Evangelización. Hay desfase entre el ritmo de la vida moderna y los criterios que animan ordinariamente a la parroquia.

(Santo Domingo, Conclusiones 59)

Hemos de poner en práctica estas grandes líneas:

- Renovar las parroquias a partir de estructuras que permitan sectorizar la pastoral mediante pequeñas comunidades eclesiales en las que aparezca la responsabilidad de los fieles laicos.

- Cualificar la formación y participación de los laicos, capacitándolos para encarnar el Evangelio en las situaciones específicas donde viven o actúan.

- En las parroquias urbanas se deben privilegiar planes de conjunto en zonas homogéneas para organizar servicios ágiles que faciliten la Nueva Evangelización.

- Renovar su capacidad de acogida y su dinamismo misionero con los fieles alejados y multiplicar la presencia física de la parroquia mediante la creación de capillas y pequeñas comunidades.

(Santo Domingo, Conclusiones 60)

1.2.3. Las comunidades eclesiales de base
La comunidad eclesial de base es célula viva de la parroquia, entendida ésta como comunión orgánica y misionera.

La CEB en sí misma, ordinariamente integrada por pocas familias, está llamada a vivir como comunidad de fe, de culto y de amor; ha de estar animada por laicos, hombres y mujeres adecuadamente preparados en el mismo proceso comunitario; los animadores han de estar en comunión con el párroco respectivo y el obispo.

«Las comunidades eclesiales de base deben caracterizarse siempre por una decidida proyección universalista y misionera que les infunda un renovado dinamismo apostólico» (Juan Pablo II, Discurso inaugural, 25). «Son un signo de vitalidad de la Iglesia, instrumento de formación y de evangelización, un punto de partida válido para una nueva sociedad fundada sobre la civilización del amor» (Rmi 51).

(Santo Domingo, Conclusiones 61)

Cuando no existe una clara fundamentación eclesiológica y una búsqueda sincera de comunión, estas comunidades dejan de ser eclesiales y pueden ser víctimas de manipulación ideológica o política.

(Santo Domingo, Conclusiones 62)

Consideramos necesario:

- Ratificar la validez de las comunidades eclesiales de base fomentando en ellas un espíritu misionero y solidario y buscando su integración con la parroquia, con la diócesis y con la Iglesia universal, en conformidad con las enseñanzas de la «Evangelii Nuntiandi» (cf. EN 55).

- Elaborar planes de acción pastoral que aseguren la preparación de los animadores laicos que asistan a estas comunidades en íntima comunión con el párroco y el obispo.

(Santo Domingo, Conclusiones 63)

.2.4. La familia cristiana
La familia cristiana es «Iglesia doméstica», primera comunidad evangelizadora. «No obstante los problemas que en nuestros días asedian al matrimonio y la institución familiar, ésta, como célula primera y vital de la sociedad, puede generar grandes energías que son necesarias para el bien de la humanidad» (Juan Pablo II, Discurso inaugural, 18). Es necesario hacer de la pastoral familiar una prioridad básica, sentida, real y operante. Básica como frontera de la Nueva Evangelización. Sentida, esto es, acogida y asumida por toda la comunidad diocesana. Real porque será respaldada concreta y decididamente con el acompañamiento del obispo diocesano y sus párrocos. Operante significa que debe estar inserta en una pastoral orgánica. Esta pastoral debe estar al día en instrumentos pastorales y científicos. Necesita ser acogida desde sus propios carismas por las comunidades religiosas y los movimientos en general.

(Santo Domingo, Conclusiones 64)