DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Sofonías 3, 8-20

La salvación prometida a los pobres de Israel

«Esperad —oráculo del Señor— a que yo me levante a acusar, porque yo suelo reunir a los pueblos, juntar a los reyes, para derramar sobre ellos mi furor, el incendio de mi ira; en el fuego de mi celo se consumirá la tierra entera.

Entonces, daré a los pueblos labios puros, para que invoquen todos el nombre del Señor, para que le sirvan unánimes. Desde más allá de los ríos de Etiopía, mis fieles dispersos me traerán ofrendas.

Aquel día, no te avergonzarás de las obras con que me ofendiste, porque arrancaré de tu interior tus soberbias bravatas, y no volverás a gloriarte sobre mi monte santo. Dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde, que confiará en el nombre del Señor. El resto de Israel no cometerá maldades, ni dirá mentiras, ni se hallará en su boca una lengua embustera; pastarán y se tenderán sin sobresaltos.

Regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo, Israel; alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén. El Señor ha cancelado tu condena, ha expulsado a tus enemigos. El Señor será el rey de Israel, en medio de ti, y ya no temerás.

Aquel día, dirán a Jerusalén: "No temas, Sión, no desfallezcan tus manos. El Señor, tu Dios, en medio de ti, es un guerrero que salva. El se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta".

Apartaré de ti la amenaza, el oprobio que pesa sobre ti.

Entonces destruiré a tus enemigos, salvaré a los inválidos, reuniré a los dispersos; les daré fama y renombre en la tierra, donde ahora los desprecian. Entonces os traeré cuando os haya congregado. Os haré renombrados y famosos entre los pueblos de la tierra cuando cambie vuestra suerte ante sus ojos". Oráculo del Señor.


SEGUNDA LECTURA

Santo Tomás de Aquino, Comentario sobre el evangelio de san Juan (Cap 10, lección 3)

El resto de Israel pastará y se tenderá sin sobresaltos

Yo soy el buen Pastor. Es evidente que el oficio de pastor compete a Cristo, pues, de la misma manera que el rebaño es guiado y alimentado por el pastor, así Cristo alimenta a los fieles espiritualmente y también con su cuerpo y su sangre. Andabais descarriados como ovejas —dice el Apóstol—, pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras vidas.

Pero ya que Cristo, por una parte, afirma que el pastor entra por la puerta y, en otro lugar, dice que él es la puerta, y aquí añade que él es el pastor, debe concluirse, de todo ello, que Cristo entra por sí mismo. Y es cierto que Cristo entra por sí mismo, pues él se manifiesta a sí mismo, y por sí mismo conoce al Padre. Nosotros, en cambio, entramos por él, pues por él alcanzamos la felicidad.

Pero, fíjate bien: nadie que no sea él es puerta, porque nadie sino él es luz verdadera, a no ser por participación: No era él —es decir, Juan Bautista— la luz, sino testigo de la luz. De Cristo, en cambio, se dice: Era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Por ello, de nadie puede decirse que sea puerta; esta cualidad Cristo se la reservó para sí; el oficio, en cambio, de pastor lo dio también a otros y quiso que lo tuvieran sus miembros: por ello, Pedro fue pastor, y pastores fueron también los otros apóstoles, y son pastores todos los buenos obispos. Os daré —dice la Escritura— pastores a mi gusto. Pero, aunque los prelados de la Iglesia, que también son hijos, sean todos llamados pastores, sin embargo, el Señor dice en singular: Yo soy el buen Pastor; con ello quiere estimularlos a la caridad, insinuándoles que nadie puede ser buen pastor, si no llega a ser una sola cosa con Cristo por la caridad y se convierte en miembro del verdadero pastor.

El deber del buen pastor es la caridad; por eso dice: El buen pastor da la vida por las ovejas. Conviene, pues, distinguir entre el buen pastor y el mal pastor: el buen pastor es aquel que busca el bien de sus ovejas, en cambio, el mal pastor es el que persigue su propio bien.

A los pastores que apacientan rebaños de ovejas no se les exige exponer su propia vida a la muerte por el bien de su rebaño, pero, en cambio, el pastor espiritual sí que debe renunciar a su vida corporal ante el peligro de sus ovejas, porque la salvación espiritual del rebaño es de más precio que la vida corporal del pastor. Es esto precisamente lo que afirma el Señor: El buen pastor da la vida —la vida del cuerpo— por las ovejas, es decir, por las que son suyas por razón de su autoridad y de su amor. Ambas cosas se requieren: que las ovejas le pertenezcan y que las ame, pues lo primero sin lo segundo no sería suficiente.

De este proceder Cristo nos dio ejemplo: Si Cristo dio su vida por nosotros, también nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Comienza el libro del profeta Jeremías 1, 1-19

Vocación del profeta Jeremías

Palabras de Jeremías, hijo de Helcías, de los sacerdotes residentes en Anatot, territorio de Benjamín.

Recibió la palabra del Señor en tiempo de Josías, hijo de Amón, rey de Judá, el año trece de su reinado, y en tiempo de Joaquín, hijo de Josías, rey de Judá, hasta el final del año once de Sedecías, hijo de Josías, rey de Judá; hasta la deportación de Jerusalén en el quinto mes.

Recibí esta palabra del Señor:

«Antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de que salieras del seno materno, te consagré: te nombré profeta de los gentiles».

Yo repuse:

«¡Ay, Señor mío! Mira que no sé hablar, que soy un muchacho».

El Señor me contestó:

«No digas: "Soy un muchacho", que a donde yo te envíe, irás, y lo que yo te mande, lo dirás. No les tengas miedo, que yo estoy contigo para librarte». Oráculo del Señor.

El Señor extendió la mano y me tocó la boca; y me dijo: «Mira: yo pongo mis palabras en tu boca, hoy te establezco sobre pueblos y reyes, para arrancar y arrasar, para destruir y demoler, para edificar y plantar».

Recibí esta palabra del Señor:

«¿Qué ves, Jeremías?»

Respondí:

«Veo una rama de almendro».

El Señor me dijo:

«Bien visto, porque yo velo para cumplir mi palabra». Recibí otra palabra del Señor:

«¿Qué ves?»

Respondí:

«Veo una olla hirviendo que sale por el lado del norte». Me dijo el Señor:

«Desde el norte se derramará la desgracia sobre todos los habitantes del país. Pues yo he de convocar a todas las tribus del norte —oráculo del Señor—; vendrán y pondrá cada uno su trono junto a las puertas de Jerusalén, en torno a sus murallas y frente a las ciudades de Judá. Entablaré juicio con ellos por todas sus maldades: porque me abandonaron, quemaron incienso a dioses extranjeros, y se postraron ante las obras de sus manos.

Pero tú cíñete los lomos, ponte en pie y diles lo que yo te mando. No les tengas miedo, que si no, yo te meteré miedo de ellos. Mira: Yo te convierto hoy en plaza fuerte, en columna de hierro, en muralla de bronce, frente a todo el país: frente a los reyes y príncipes de Judá, frente a los sacerdotes y la gente del campo; lucharán contra ti, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte». Oráculo del Señor.


SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 43 (10-14: CSEL 64, 268-272)

Dios prefirió que la salvación del hombre viniese
por el camino de la fe, más que por el de las obras

Mira: yo pongo mis palabras en tu boca, hoy te establezco sobre pueblos y reyes, para arrancar y arrasar, para destruir y demoler, para edificar y plantar. Pues si bien Dios habló en distintas ocasiones por los profetas, no obstante ¿por quién habló más claramente que por su Hijo, el cual, expresando todo el poder del Padre, dijo: Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado? Por tanto, no fue Jeremías —que padeció el destierro durante la cautividad—, sino el Señor Jesús quien, con sus palabras, erradicó de lo más íntimo del corazón los vicios de los gentiles, destruyó la perfidia de los pueblos y las perversas maquinaciones de los malvados, y abolió toda huella de iniquidad. Seguidamente, infundió la fe y la disciplina de la continencia, para evitar que, como en una vasija corrompida, se echara a perder la santidad de las virtudes con el confusionismo de los vicios.

Por eso, bellamente te dice el Apóstol: Pero la muerte reinó desde Adán hasta Moisés. ¿Qué otra cosa representa Moisés sino la ley, puesto que él es el intérprete de la ley? Pero el fin de la ley es Cristo Jesús. Así pues, reinó el pecado en el mundo y, en el pecado, la muerte, cual cruel e intolerable castigo del pecado.

Moisés, es verdad, nos enseñó a levantar las manos hacia el Señor, instituyendo el culto religioso. Pero la ayuda de la ley hubiera sido aún insuficiente, de no venir a la tierra Jesús en persona a cargar con nuestras enfermedades, el único que no podía ser abrumado por nuestros pecados, ni nuestras faltas eran capaces de abatir lasmanos de aquel que se rebajó incluso a la muerte, y una muerte de cruz, en la cual, extendiendo las manos, mantuvo en pie al orbe entero que estaba a punto de perecer, levantó a los que yacían, y se granjeó la confianza de todas las gentes, diciendo al hombre: Hoy estarás conmigo en el Paraíso. En esto consiste, pues, arrasar y plantar: desarraigar lo vicioso y plantar en el corazón de los individuos lo mejor. Hermosamente dice de él Moisés en el cántico del Éxodo: Lo introduces y lo plantas en el monte de tu heredad, lugar del que hiciste tu trono, pidiendo al Señor que introduzca a su pueblo en aquel vivero de preclara virtud y sabiduría, para radicarlo en su obra e instruirlo en las disciplinas de los preceptos celestiales, preparándose de esta forma una morada para su santidad. Todo esto, el Señor tiene a bien concedérnoslo no en virtud de un derecho hereditario, ni en atención a nuestros méritos, sino por sola su gracia. ¿Cómo si no podríamos regresar allí donde no pudimos permanecer, a no ser sostenidos por el privilegio de la redención eterna?

Por lo cual, nuestros padres, en cuanto descendientes directos y herederos de los patriarcas, plantados en la tierra de la promesa, se cuidaron muy bien de atribuirlo a sus propios méritos. Por eso no fue Moisés quien los introdujo, para que no se adjudicase este hecho a la ley, sino a la gracia; pues la ley examina los méritos, mientras que la gracia considera la fe. Esta es la razón por la que el Apóstol, imitador de la fe de los padres, dice claramente: El que planta no significa nada ni el que riega tampoco; cuenta el que hace crecer, o sea, Dios.

Ni te inquietes porque más arriba dijo: Tú mismo con tu mano desposeíste a los gentiles y los plantaste a ellos. De donde puedes deducir que no todo el que planta o riega puede hacer crecer; en cambio, quien es capaz de hacer crecer puede también plantar, como se dice del Señor que ha plantado a los pueblos. Efectivamente, plantó el mismo que dio fecundidad a la plantación, si bien sólo en aquellos que, mediante la fe de Cristo, merecieron agradar al Señor. Únicamente a él le dice Dios Padre: Tú eres mi Hijo, mi preferido. Por consiguiente, quienes son partícipes de Cristo, de él obtienen la gracia de agradar a Dios. Y bellamente dice: Te agradó en ellos, para que se vea observada la debida distancia. Y con razón se complace Dios en el Hijo, pues es igual al Padre y en nada inferior a él, pues se complace en razón de la naturaleza divina y de la unidad de sustancia.

Cristo agradó en nosotros a Dios, por ser él quien nos otorgó la posibilidad de agradarle. Conviene realmente que agrade a Dios en aquellos que él hizo a su semejanza y que él quiso que, por su imagen, gozaran de la prerrogativa de la gracia celestial. Así pues, Dios se complace en su imagen; en cambio, Cristo agrada a Dios en aquellos que fueron creados a su imagen. En ellos Dios derrama sus regalos y sus dones, que serán desvelados cuando llegue lo perfecto, pues cuando se manifieste lo que seremos, nos asemejaremos a él. Por tanto, la salvación se le confiere al hombre no en razón de sus obras, sino en virtud del mandato divino. Pues Dios prefirió que la salvación del hombre viniese por el camino de la fe, más que por el de las obras, para que nadie se gloríe en sus acciones e incurra en pecado. Porque quien se gloría en el Señor, consigue el fruto de la piedad y evita el pecado de presunción.



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Jeremías 2, 1-13.20-25

Infidelidad del pueblo de Dios

Recibí esta palabra del Señor:

«Ve y grita a los oídos de Jerusalén: "Así dice el Señor: Recuerdo tu cariño de joven, tu amor de novia, cuando me seguías por el desierto, por tierra yerma. Israel era sagrada para el Señor, primicia de su cosecha: quien se atrevía a comer de ella lo pagaba, la desgracia caía sobre él —oráculo del Señor—. Escuchad la palabra del Señor, casa de Jacob, tribus todas de Israel".

Así dice el Señor: ¿Qué falta encontraron en mí vuestros padres para alejarse de mí? Siguieron vaciedades y se quedaron vacíos, en vez de preguntar: "¿Dónde está el Señor, que nos sacó de Egipto, que nos guió por el desierto, por estepas y barrancos, por tierra sedienta y oscura, tierra que nadie atraviesa, que el hombre no habita?" Yo os conduje a un país de huertos, par, que comieseis sus buenos frutos; pero entrasteis y profanasteis mi tierra, hicisteis abominable mi heredad. Los sacerdotes no preguntaban: ¿Dónde está el Señor?", los doctores de la ley no me reconocían, los pastores se rebelaron contra mí, los profetas profetizaban por Baal, siguiendo dioses que de nada sirven.

Por eso, vuelvo a pleitear con vosotros, y con vuestros nietos pleitearé —oráculo del Señor—. Navegad hasta las costas de Chipre, y mirad, despachad gente a Cadar, y considerad a ver si ha sucedido cosa semejante: ¿Cambia de dioses un pueblo?; y eso que no son dioses. Pero mi pueblo cambió a su Gloria por los que no sirven.

Espantaos, cielos, de ello, horrorizaos y pasmaos —oráculo del Señor—. Porque dos maldades ha cometido mi pueblo: Me abandonaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron aljibes, aljibes agrietados, que no retienen el agua.

Desde antiguo has roto el yugo y hecho saltar las correas, diciendo: "No quiero servir"; en cualquier collado alto, bajo cualquier árbol frondoso, te acostabas y te prostituías.

Yo te planté, vid selecta de cepas legítimas, y tú te volviste espino, cepa borde. Por más que te laves con sosa y lejía abundante, me queda presente la mancha de tu culpa —oráculo del Señor—. ¿Cómo te atreves a decir: "No me he contaminado, no he seguido a los ídolos"?

Mira en el valle tu camino y reconoce lo que has hecho, camella liviana de extraviados caminos, asna salvaje criada en la estepa, cuando en celo otea el viento, ¿quién domará su pasión? Los que la buscan no necesitan cansarse, la encuentran encelada. Ahórrales calzado a tus pies, sed a tu garganta; tú respondes: "¡Ni por pienso! Amo a extranjeros y me iré con ellos"».


SEGUNDA LECTURA

San Columbano, Instrucción 13 sobre Cristo, fuente de vida (1-2: Opera, Dublín 1957.pp. 116-118)

El que tenga sed que venga a mí y que beba

Amadísimos hermanos, escuchad nuestras palabras, pues vais a oír algo realmente necesario; y mitigad la sed de vuestra alma con el caudal de la fuente divina, de la que ahora pretendemos hablaros. Pero no la apaguéis del todo: bebed, pero no intentéis saciaros completamente. La fuente viva, la fuente de la vida nos invita ya a ir a él, diciéndonos: El que tenga sed que venga a mí y que beba.

Tratad de entender qué es lo que vais a beber. Que os lo diga Jeremías. Mejor dicho, que os lo diga el que es la misma fuente: Me abandonaron a mí, fuente de agua viva —oráculo del Señor—. Así, pues, nuestro Señor Jesucristo en persona es la fuente de la vida. Por eso, nos invita a ir a él, que es la fuente, para beberlo. Lo bebe quien lo ama, lo bebe quien trata de saciarse de la palabra de Dios. El que tiene suficiente amor también tiene suficiente deseo. Lo bebe quien se inflama en el amor de la sabiduría.

Observad de dónde brota esa fuente. Precisamente de donde nos viene el pan. Porque uno mismo es el pan y la fuente: el Hijo único, nuestro Dios y Señor Jesucristo, de quien siempre hemos de tener hambre. Aunque lo comamos por el amor, aunque lo vayamos devorando por el deseo, tenemos que seguir con ganas de él, como hambrientos. Vayamos a él, como a fuente, y bebamos, tratando de excedernos siempre en el amor; bebamos llenos de deseo y gocemos de la suavidad de su dulzura.

Porque el Señor es bueno y suave; y, por más que lo bebamos y lo comamos, siempre seguiremos teniendo hambre y sed de él, porque esta nuestra comida y bebida no puede acabar nunca de comerse y beberse; aunque se coma, no se termina, aunque se beba, no se agota, porque este nuestro pan es eterno y esta nuestra fuente esperenne y esta nuestra fuente es dulce. Por eso, dice el profeta:

Sedientos todos, acudid por agua. Porque esta fuente es para los que tienen sed, no para los que ya la han apagado. Y, por eso, llama a los que tienen sed, aquellos mismos que en otro lugar proclama dichosos, aquellos que nunca se sacian de beber, sino que, cuanto más beben, más sed tienen.

Con razón, pues, hermanos, hemos de anhelar, buscar y amar a aquel que es la Palabra de Dios en el cielo, la fuente de la sabiduría, en quien, como dice el Apóstol, están encerrados todos los tesoros del saber y el conocer, tesoros que Dios brinda a los que tienen sed.

Si tienes sed, bebe de la fuente de la vida; si tienes hambre, come el pan de la vida. Dichosos los que tienen hambre de este pan y sed de esta fuente; nunca dejan de comer y beber y siempre siguen deseando comer y beber. Tiene que ser muy apetecible lo que nunca se deja de comer y beber, siempre se apetece y se anhela, siempre se gusta y siempre se desea; por eso, dice el rey profeta: Gustad y ved qué dulce, qué bueno es el Señor.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Jeremías 3, 1-5.19—4, 4

Invitación a la conversión

Recibí esta palabra del Señor:

«Dice la gente: "Cuando un hombre repudia a su mujer, y ella se separa de él y se casa con otro, ¿podrá volver al primero? ¿No ha quedado profanada esa mujer?" Tú has fornicado con muchos amantes, ¿podrás volver a mí? —oráculo del Señor—.

Levanta los ojos a las colinas y mira: ¿Dónde no has hecho el amor? Salías a los caminos a ofrecerte, como un nómada por el desierto. Profanaste la tierra con tus fornicaciones y maldades. Las lluvias tempranas se rehusaban, no llegaban las tardías.

Entonces mostrabas frente de ramera, te negabas a avergonzarte. Pero, ¿no me gritas ahora mismo: "Padre mío, tú eres el amigo de mi juventud? ¿Se irritará para siempre, eternizará su rencor?" Así decías obrando maldades, y te sentías fuerte.

Yo había pensado: "Te contaré entre mis hijos, te daré una tierra envidiable, en heredad, la perla de las naciones"; diciéndome: "Me llamará `padre mío', no se apartara de mí".

Pero, igual que una mujer traiciona a su marido, así me traicionó Israel». Oráculo del Señor.

Se escucha un clamor en las colinas, llanto afligido de los israelitas, que han extraviado el camino, olvidados de su Dios.

«Volved, hijos apóstatas, y os curaré de la apostasía».

«Aquí estamos, hemos venido a ti, porque tú, Señor, eres nuestro Dios. Cierto, son mentira los collados y el estrépito de los montes; en el Señor, nuestro Dios, está la salvación de Israel. La ignominia devoró los ahorros de nuestros padres, desde la juventud: ovejas y vacas, hijos e hijas. Nos acostamos sobre nuestra vergüenza, nos tapamos con nuestro sonrojo; porque pecamos contra el Señor, nuestro Dios, nosotros y nuestros padres, desde la juventud hasta el día de hoy, y no escuchamos la voz del Señor, nuestro Dios».

«Si quieres volver, Israel, vuelve a mí —oráculo del Señor—; si apartas de mí tus execraciones, no irás errante; juras por el Señor con verdad, justicia y derecho, las naciones se desearán tu dicha y tu fama».

Así dice el Señor a los habitantes de Judá y Jerusalén:

«Roturad los campos y no sembréis cardos, el prepucio quitadlo de vuestros corazones, habitantes de Judá y Jerusalén, no sea que, por vuestras malas acciones, estalle como fuego mi cólera y arda inextinguible».
 

SEGUNDA LECTURA

San Columbano, Instrucción 13 sobre Cristo, fuente de vida (2-3: Opera, Dublín 1957 pp. 118-120)

Tú, Señor, eres todo lo nuestro

Hermanos, seamos fieles a nuestra vocación. A través de ella nos llama a la fuente de la vida aquel que es la vida misma, que es fuente de agua viva y fuente de vida eterna, fuente de luz y fuente de resplandor, ya que de él procede todo esto: sabiduría y vida, luz eterna. El autor de la vida es fuente de vida, el creador de la luz es fuente de resplandor. Por eso, dejando a un lado lo visible y prescindiendo de las cosas de este mundo, busquemos en lo más alto del cielo la fuente de la luz, la fuente de la vida, la fuente de agua viva, como si fuéramos peces inteligentes y que saben discurrir; allí podremos beber el agua viva que salta hasta la vida eterna.

Dios misericordioso, piadoso Señor, haznos dignos de llegar a esa fuente. En ella podré beber también yo, con los que tienen sed de ti, un caudal vivo de la fuente viva de agua viva. Si llegara a deleitarme con la abundancia de su dulzura, lograría levantar siempre mi espíritu para agarrarme a ella y podría decir: «¡Qué grata resulta una fuente de agua viva de la que siempre mana agua que salta hasta la vida eterna!»

Señor, tú mismo eres esa fuente que hemos de anhelar cada vez más, aunque no cesemos de beber de ella. Cristo Señor, danos siempre esa agua, para que haya también en nosotros un surtidor de agua viva que salta hasta la vida eterna. Es verdad que pido grandes cosas, ¿quién lo puede ignorar? Pero tú eres el rey de la gloria y sabes dar cosas excelentes, y tus promesas son magníficas. No hay ser que te aventaje. Y te diste a nosotros. Y te diste por nosotros.

Por eso, te pedimos que vayamos ahondando en el conocimiento de lo que tiene que constituir nuestro amor. No pedimos que nos des cosa distinta de ti. Porque tú eres todo lo nuestro: nuestra vida, nuestra luz, nuestra salvación, nuestro alimento, nuestra bebida, nuestro Dios.

Infunde en nuestros corazones, Jesús querido, el soplo de tu espíritu e inflama nuestras almas en tu amor, de modo que cada uno de nosotros pueda decir con verdad: «Muéstrame al amado de mi alma, porque estoy herido de amor».

Que no falten en mí esas heridas, Señor. Dichosa el alma que está así herida de amor. Esa va en busca de la fuente. Esa va a beber. Y, por más que bebe, siempre tiene sed. Siempre sorbe con ansia, porque siempre bebe con sed. Y así, siempre va buscando con amor, porque halla la salud en las mismas heridas. Que se digne dejar impresas en lo más íntimo de nuestras almas esas saludables heridas el compasivo y bienhechor médico de nuestras almas, nuestro Dios y Señor Jesucristo, que es uno con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Jeremías 4, 5-8.13-28

La devastación vendrá del norte

Así dice el Señor:

«Anunciadlo en Judá, pregonadlo en Jerusalén, tocad la trompeta en el país, gritad a pleno pulmón: "Congregaos para marchar a la ciudad fortificada, levantad la bandera hacia Sión; aprisa, no os paréis; que yo traigo del norte la desgracia, una gran calamidad: sube el león de la maleza, sale de su guarida, está en marcha un asesino de pueblos, para arrasar tu país e incendiar tus ciudades, dejándolas deshabitadas. Por eso, vestíos de sayal, haced duelo y gemid, porque no cede el incendio de la ira del Señor"».

Miradle avanzar como una nube, sus carrozas como un huracán, sus caballos son más rápidos que águilas; ¡ay de nosotros! Estamos perdidos.

«Jerusalén, lava tu corazón de maldades, para salvarte; ¿hasta cuándo anidarán en tu pecho planes desatinados?

Escucha al mensajero de Dan, al que anuncia desgracias desde la sierra de Efraín. Decídselo a los paganos, anunciadlo en Jerusalén: de tierra lejana llega el enemigo, lanzando gritos contra los poblados de Judá; como guardas de campo te cercan, porque te rebelaste contra mí —oráculo del Señor—; tu conducta y tus acciones te lo han traído, ése es tu castigo, el dolor que te hiere el corazón».

¡Ay mis entrañas, mis entrañas! Me tiemblan las paredes del pecho, tengo el pecho turbado y no puedo callar; porque yo mismo escucho el toque de trompeta, el alarido de guerra, un golpe llama a otro golpe, el país está deshecho; de repente quedan destrozadas las tiendas, y en un momento los pabellones. ¿Hasta cuándo tendré que ver la bandera y escuchar la trompeta a rebato?

«Mi pueblo es insensato, no me reconoce, son hijos necios que no recapacitan: son diestros para el mal, ignorantes para el bien».

Miro a la tierra: ¡caos informe!; al cielo: está sin luz; miro a los montes: tiemblan; a las colinas: danzan; miro: no hay hombres, las aves del cielo han volado; miro: el vergel es un páramo, los poblados están arrasados; por el Señor, por el incendio de su ira.

Así dice el Señor:

«El país quedará desolado, pero no lo aniquilaré; la tierra guardará luto, el cielo arriba se ennegrecerá; lo dije y no me arrepiento, lo pensé y no me vuelvo atrás».


SEGUNDA LECTURA

San Jerónimo, Comentario sobre el libro del profeta Joel (PL 25, 967-968)

Convertíos a mí

Convertíos a mí de todo corazón, y que vuestra penitencia interior se manifieste por medio del ayuno, del llanto y de las lágrimas; así, ayunando ahora, seréis luego saciados; llorando ahora, podréis luego reír; lamentándoos ahora, seréis luego consolados. Y, ya que la costumbre tiene establecido rasgar los vestidos en los momentos tristes y adversos —como nos lo cuenta el Evangelio, al decir que el pontífice rasgó sus vestiduras para significar la magnitud del crimen del Salvador, o como nos dice el libro de los Hechos, que Pablo y Bernabé rasgaron sus túnicas al oír las palabras blasfemas—, así os digo que no rasguéis vuestras vestiduras, sino vuestros corazones repletos de pecado; pues el corazón, a la manera de los odres, no se rompe nunca espontáneamente, sino que debe ser rasgado por la voluntad. Cuando, pues, hayáis rasgado de esta manera vuestro corazón, volved al Señor, vuestro Dios, de quien os habíais apartado por vuestros antiguos pecados, y no dudéis del perdón, pues, por grandes que sean vuestras culpas, la magnitud de su misericordia perdonará, sin duda, la vastedad de vuestros muchos pecados.

Pues el Señor es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad; él no se complace en la muerte del malvado, sino en que el malvado cambie de conducta y viva; él no es impaciente como el hombre, sino que espera sin prisas nuestra conversión y sabe retirar su malicia de nosotros, de manera que, si nos convertimos de nuestros pecados, él retira de nosotros sus castigos y aparta de nosotros sus amenazas, cambiando ante nuestro cambio. Cuando aquí el profeta dice que el Señor sabe retirar su malicia, por malicia no debemos entender lo que es contrario a la virtud, sino las desgracias con que nuestra vida está amenazada, según aquello que leemos en otro lugar: A cada día le bastan sus disgustos, o bien aquello otro: ¿Sucede una desgracia en la ciudad que no la mande el Señor?

Y porque dice, como hemos visto más arriba, que el Señor es compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad y que sabe retirar su malicia, a fin de que la magnitud de su clemencia no nos haga negligentes en el bien, añade el profeta: Quizá se arrepienta y nos perdone y nos deje todavía su bendición. Por eso, dice, yo, por mi parte, exhorto a la penitencia y reconozco que Dios es infinitamente misericordioso, como dice el profeta David: Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa.

Pero, como sea que no podemos conocer hasta dónde llega el abismo de las riquezas y sabiduría de Dios, prefiero ser discreto en mis afirmaciones y decir sin presunción: Quizá se arrepienta y nos perdone. Al decir quizá ya está indicando que se trata de algo o bien imposible o por lo menos muy difícil.

Habla luego el profeta de ofrenda y libación para nuestro Dios: con ello quiere significar que, después de habernos dado su bendición y perdonado nuestro pecado, nosotros debemos ofrecer a Dios nuestros dones.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Jeremías 7, 1-20

Vaticinio contra la vana confianza en en templo

Palabra del Señor que recibió Jeremías:

«Ponte a la puerta del templo, y grita allí esta palabra: "¡Escucha, Judá, la palabra del Señor, los que entráis por esas puertas para adorar al Señor!

Así dice el Señor de los ejércitos, Dios de Israel: Enmendad vuestra conducta y vuestras acciones, y habitaré con vosotros en este lugar. No os creáis seguros con palabras engañosas, repitiendo: `Es el templo del Señor, el templo del Señor, el templo del Señor'. Si enmendáis vuestra conducta y vuestras acciones, si juzgáis rectamente entre un hombre y su prójimo, si no explotáis al forastero, al huérfano y a la viuda, si no derramáis sangre inocente en este lugar, si no seguís a dioses extranjeros, para vuestro mal, entonces habitaré con vosotros en este lugar, en la tierra que di a vuestros padres, desde hace tanto tiempo y para siempre.

Mirad: Vosotros os fiáis de palabras engañosas que no sirven de nada. ¿De modo que robáis, matáis, adulteráis, juráis en falso, quemáis incienso a Baal, seguís a dioses extranjeros y desconocidos, y después entráis a presentaros ante mí en este templo, que lleva mi nombre, y os decís: `Estamos salvos', para seguir cometiendo esas abominaciones? ¿Creéis que es una cueva de bandidos este templo que lleva mi nombre? Atención, que yo lo he visto —oráculo del Señor—.

Andad, id a mi templo de Silo, donde hice habitar mi nombre en otro tiempo, y mirad lo que hice con él, por la maldad de Israel, mi pueblo. Pues ahora, ya que habéis cometido tales acciones —oráculo del Señor—, que os hablé sin cesar y no me escuchasteis, que os llamé y no me respondisteis; por eso, con el templo que lleva mi nombre, en el que confiáis, con el lugar que di a vuestros padres y a vosotros, haré lo mismo que hice con Silo: os arrojaré de mi presencia, como arrojé a vuestros hermanos, la estirpe de Efraín".

Y tú no intercedas por este pueblo, no supliques a gritos por ellos, no me reces, que no te escucharé. ¿No ves lo que hacen en los pueblos de Judá y en las calles de Jerusalén? Los hijos recogen leña, los padres encienden lumbre, las mujeres preparan la masa para hacer tortas en honor de la reina del cielo, y para irritarme hacen libaciones a dioses extranjeros. ¿Es a mí a quien irritan —oráculo del Señor— o más bien a sí mismos, para su confusión? Por eso, así dice el Señor: Mirad, mi ira y cólera se derraman sobre este lugar, sobre hombres y ganados, sobre el árbol silvestre, sobre el fruto del suelo, y arden sin apagarse».


SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Homilía 50 sobre el evangelio de san Mateo (3-4: PG 58, 508-509)

Al adornar el templo,
no desprecies al hermano necesitado

¿Deseas honrar el cuerpo de Cristo? No lo desprecies, pues, cuando lo contemples desnudo en los pobres, ni lo honres aquí, en el templo, con lienzos de seda, si al salir loabandonas en su frío y desnudez. Porque el mismo que dijo: Esto es mi cuerpo, y con su palabra llevó a realidad lo que decía, afirmó también: Tuve hambre, y no me disteis de comer, y más adelante: Siempre que dejasteis de hacerlo a uno de estos pequeñuelos, a mí en persona lo dejasteis de hacer. El templo no necesita vestidos y lienzos, sino pureza de alma; los pobres, en cambio, necesitan que con sumo cuidado nos preocupemos de ellos.

Reflexionemos, pues, y honremos a Cristo con aquel mismo honor con que él desea ser honrado; pues, cuando se quiere honrar a alguien, debemos pensar en el honor que a él le agrada, no en el que a nosotros nos place. También Pedro pretendió honrar al Señor cuando no quería dejarse lavar los pies, pero lo que él quería impedir no era el honor que el Señor deseaba, sino todo lo contrario. Así, tú debes tributar al Señor el honor que él mismo te indicó, distribuyendo tus riquezas a los pobres. Pues Dios no tiene ciertamente necesidad de vasos de oro, pero sí, en cambio, desea almas semejantes al oro.

No digo esto con objeto de prohibir la entrega de dones preciosos para los templos, pero sí que quiero afirmar que, junto con estos dones y aun por encima de ellos, debe pensarse en la caridad para con los pobres. Porque, si Dios acepta los dones para su templo, le agradan, con todo, mucho más las ofrendas que se dan a los pobres. En efecto, de la ofrenda hecha al templo sólo saca provecho quien la hizo; en cambio, de la limosna saca provecho tanto quien la hace como quien la recibe. El don dado para el templo puede ser motivo de vanagloria; la limosna, en cambio, sólo es signo de amor y de caridad.

¿De qué serviría adornar la mesa de Cristo con vasos de oro, si el mismo Cristo muere de hambre? Da primero de comer al hambriento, y luego, con lo que te sobre, adornarás la mesa de Cristo. ¿Quieres hacer ofrenda de vasos de oro y no eres capaz de dar un vaso de agua? Y, ¿de qué serviría recubrir el altar con lienzos bordados de oro, cuando niegas al mismo Señor el vestido necesario para cubrir su desnudez? ¿Qué ganas con ello? Dime si no: Si ves a un hambriento falto del alimento indispensable y, sin preocuparte de su hambre, lo llevas a contemplar una mesa adornada con vajilla de oro, ¿te dará las gracias de ello? ¿No se indignará más bien contigo? O, si, viéndolo vestido de andrajos y muerto de frío, sin acordarte de su desnudez, levantas en su honor monumentos de oro, afirmando que con esto pretendes honrarlo, ¿no pensará él que quieres burlarte de su indigencia con la más sarcástica de tus ironías?

Piensa, pues, que es esto lo que haces con Cristo, cuando lo contemplas errante, peregrino y sin techo y, sin recibirlo, te dedicas a adornar el pavimento, las paredes y las columnas del templo. Con cadenas de plata sujetas lámparas, y te niegas a visitarlo cuando él está encadenado en la cárcel. Con esto que estoy diciendo no pretendo prohibir el uso de tales adornos, pero sí que quiero afirmar que es del todo necesario hacer lo uno sin descuidar lo otro; es más: os exhorto a que sintáis mayor preocupación por el hermano necesitado que por el adorno del templo. Nadie, en efecto, resultará condenado por omitir esto segundo; en cambio, los castigos del infierno, el fuego inextinguible y la compañía de los demonios están destinados para quienes descuiden lo primero. Por tanto, al adornar el templo, procurad no despreciar al hermano necesitado, porque este templo es mucho más precioso que aquel otro.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Jeremías 9, 2-12.17-22

Depravación de Jerusalén. Lamentaciones

Quién me diera posada para el desierto para dejar a mis paisanos y alejarme de ellos; pues son todos unos adúlteros, una caterva de bandidos; tensan las lenguas como arcos, dominan el país con la mentira y no con la verdad; avanzan de maldad en maldad, y a mí no me conocen —oráculo del Señor—. 1

Guárdese cada uno de su prójimo, no os fiéis del hermano,
el hermano pone zancadillas y el prójimo anda difamando;
se estafan unos a otros y no dicen la verdad,
estrenan sus lenguas en la mentira,
están depravados y son incapaces de convertirse:
fraude sobre fraude, engaño sobre engaño,
y rechazan el conocimiento —oráculo del Señor—.

Por eso así dice el Señor de los ejércitos:

Yo mismo los fundiré y examinaré,
pues no puedo desentenderme de la capital de mi pueblo:

Su lengua es flecha afilada, su boca dice mentiras,
saludan con la paz al prójimo y por dentro le traman asechanzas.

Y de esto, ¿no os tomaré cuentas?
—oráculo del Señor—.

De un pueblo semejante, ¿no he de vengarme yo mismo?
Sobre los montes entonaré endechas,
en las dehesas de la estepa, elegías:

Están requemadas, nadie transita,
no se oye mugir el ganado,
aves del cielo y bestias se han escapado.

Convertiré a Jerusalén en escombros, en guarida de chacales,
arrasaré los pueblos de Judá dejándolos deshabitados.
¿Quién es el sabio que lo entienda?

A quien le haya hablado el Señor, que lo explique:
¿por qué perece el país y se abrasacomo desierto intransitado?

Así dice el Señor de los ejércitos:

Sed sensatos y haced venir plañideras,
enviad por mujeres expertas;
que vengan pronto y nos entonen una endecha,
para que se deshagan en lágrimas nuestros ojos
y destilen agua nuestros párpados.

Ya se escucha la endecha en Sión:

«¡Ay, estamos deshechos, qué terrible fracaso!
Tuvimos que abandonar el país,
nos echaron de nuestras moradas».

Escuchad, mujeres, la palabra del Señor,
reciban vuestros oídos la palabra de su boca:

Ensayad a vuestras hijas una endecha,
cada una a su vecina una elegía:

«Subió la muerte por las ventanas y entró en los palacios,
arrebató al chiquillo en la calle, a los mozos en la plaza».

El Señor dice su oráculo:

Yacen cadáveres humanos como estiércol en el campo,
como gavillas tras el segador, que nadie recoge.


SEGUNDA LECTURA

Balduino de Cantorbery, Tratado sobre el sacramento del altar (Parte 2, 1: SC 93, 194-200)

¿ Quién es el sabio capaz de entender estas cosas?

El Señor plantó una viña. ¿De qué viña se trata? La viña del Señor de los ejércitos —dice Isaías— es la casa de Israel. Como difiere la viña de la viña, así también el vino difiere del vino. La viña del Señor se distingue de la viña ajena. Esta representa a la gentilidad alejada del culto de Dios y entregada a la idolatría. La sinagoga, en cambio, que tiene la dicha de pertenecer a la viña del Señor por haber sido plantada y cultivada por él, por parte de los justos, es la viña del Señor, pero por parte de los malos y de los infieles se convirtió en espino, cepa borde. Porque son una generación depravada, unos hijos desleales. Esta viña dio como fruto la impiedad en vez de la fe, la desesperanza en vez de la esperanza, la envidia o el odio en vez del amor. Cual es la viña, tal es el vino.

Por lo que a la sinagoga fiel se refiere, que agradó a Dios por la obediencia, fue cual plantel preferido y como viña escogida, ya que Dios se deleitó en la obediencia de los antiguos justos acogidos a los preceptos, juicios, promesas y sacramentos legales.

Esta obediencia tuvo un límite: la pasión de Cristo. Le sucedió una nueva obediencia y una nueva justicia, destinada a agradar más a Dios en fuerza de su mayor perfección. Por eso dice ahora el Señor: No beberé más del fruto de la vid, etc. Que es como si dijera: No me deleitaré más en una obediencia como la que existió hasta el momento bajo el régimen de la ley. Está para amanecer el día —esto es, el tiempo de gracia— en que se disipará la sombra, se incrementará la religión en virtud de las nuevas promesas y bajo el régimen de nuevos preceptos y nuevos sacramentos, y la obediencia alcanzará la perfección a impulsos del ejemplo de mi humildad: en esta obediencia disfrutaré más con vosotros en el reino de mi Padre, esto es, en la Iglesia.

El perfecto cumplimiento de la ley es la obediencia hasta la muerte. Esta es la caridad perfecta, éste es el fin de la justicia y de toda perfección. Esta obediencia estuvo compendiada, durante la ley, en aquel primero y máximo mandamiento: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Estaba también compendiada en los sacrificios y veladamente insinuada en la muerte de las víctimas. Ahora, en cambio, ha sido manifestada en el ejemplo de la muerte de Cristo e impuesta a los que desean vivir en la imitación y el amor de Cristo. Esta obediencia es la copa de la salvación, el cáliz de la pasión de Cristo.

Este es el vino nuevo del que dice el Señor: No beberé más del fruto de la vid hasta el día que beba con vosotros el vino nuevo en el reino de mi Padre. Y ¿qué es beber ese vino nuevo, sino padecer con amor de la obediencia? ¿Qué significa: hasta que lo beba con vosotros, sino que también vosotros padeceréis conmigo por amor de la obediencia? ¿Qué quiere decir: lo beba, pero nuevo, sino que era una novedad beber el cáliz de la pasión en vez de beber el fruto de la vid? Era asimismo una novedad el que en lugar del cordero fuera inmolado un hombre. Beba con vosotros el vino nuevo, porque me deleitaré en la novedad de este cáliz, y vosotros os deleitaréis conmigo, porque vuestra alma estará inundada de alegría.

Ahora bien, la obediencia hasta la muerte no ha de entenderse únicamente de la muerte de la carne, sino, en cierto sentido, de toda perfecta mortificación y maceración del cuerpo, y, sobre todo, de toda perfecta abdicación de la propia voluntad. Quien en la alegría del alma y en la dulzura de la caridad, posponiendo la propia voluntad antepone la voluntad del hermano mediante un juicio de valor, éste da la vida por el hermano. La obediencia hasta la muerte es consustancial a cualquier tipo de martirio, tanto si la que nos mata es la espada del perseguidor, como si es la espada del espíritu, que es toda palabra de Dios.