DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO

EVANGELIO


Ciclo A:
Mt 22, 1-14

HOMILÍA

San Agustín de Hipona, Sermón 90 (1.5.6: PL 38, 559.561-563)

El traje de fiesta es el amor

Todos los fieles conocen la parábola de las bodas del hijo del rey y su banquete, así como la magnificencia de la mesa del Señor, dispuesta para quienes tengan la voluntad de gustarla. Cuando el rey entró a saludar a los comensales reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: «Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?»

¿De qué se trata, pues? Indaguemos, hermanos míos, quienes de entre los fieles tienen algo que no tienen los malos, y ése será el traje de fiesta. Si dijéramos que son los sacramentos, ya veis que son comunes a buenos y malos. ¿Quizá el bautismo? Sin el bautismo, en efecto, nadie llega a Dios; pero no todo el que ha recibido el bautismo llega a Dios. En consecuencia, no puedo entender por traje de fiesta el bautismo, me refiero al sacramento en sí, pues es un traje que veo así en los buenos como en los malos. Podría ser el altar o lo que se recibe en el altar. Vemos que muchos comen, pero se comen y beben su propia sentencia. ¿De qué se trata, pues? ¿Del ayuno? Pero también ayunan los malos. ¿De la asistencia a la Iglesia? También acuden los malos. ¿Cuál es, pues, el traje de fiesta aquél? Este es el traje de fiesta: Esa orden —dice el Apóstol—tiene por objeto el amor, que brota del corazón limpio, de la buena conciencia y de la fe sincera. Este es el traje de fiesta.

Pero no un amor cualquiera, pues muchas veces parecen amarse incluso hombres cómplices de una mala conciencia. Pero en ellos no hallamos ese amor, que brota del corazón limpio, de la buena conciencia y de la fe sincera. Un amor así es el traje de fiesta.

Dice el Apóstol: Ya podría yo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles; si no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o unos platillos que aturden. Ya podría tener el don de profecía y conocer todos los secretos y todo el saber, podría tener fe como para mover montañas; si no tengo amor, no soy nada. Ya podría —dice—tener todo esto, si no tengo a Cristo, no soy nada. ¿Es que la profecía no sirve para nada? ¿Es que el conocimiento de todos los secretos es inútil? No es que estas cosas no sean nada: soy yo el que no soy nada si, poseyendo esos carismas, no tengo amor. ¡Cuántos bienes no sirven de nada si falta el único Bien! Si no tengo amor, aunque repartiese cuantiosas limosnas a los pobres, aunque llegase en la confesión del nombre de Cristo hasta el derramamiento de sangre o hasta dejarme quemar vivo, estas cosas pueden también llevarse a cabo por amor a la gloria y estar en consecuencia desprovistas de valor salvífico. Como quiera que la vanagloria puede hacer estériles acciones que la divina caridad haría sobremanera fecundas, el mismo Apóstol enumera dichas acciones, que tú puedes escuchar: Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo; si no tengo amor, de nada me sirve. Este es el traje de fiesta. Examinaos: si lo tenéis, estad tranquilos en el banquete del Señor.

El traje de fiesta tiene como finalidad honrar la unión conyugal, esto es, se le pone en honor del esposo y de la esposa. Conocéis al esposo: es Cristo. Conocéis a la esposa: es la Iglesia. Honrad a la Esposa, honrad al Esposo. Si os mostráis obsequiosos con los desposados, os convertiréis en hijos suyos. En esto, pues, habéis de progresar. Amad al Señor, y así aprenderéis a amaros a vosotros mismos. De suerte que si al amar al Señor os amarais a vosotros mismos podréis con toda seguridad amar al prójimo como a vosotros mismos.


Ciclo B: Mc 10, 17-30

HOMILÍA

San Clemente de Alejandría, Libro sobre la salvación de los ricos (Caps 5.10: PG 9, 610.614)

Si quieres ser perfecto

Estas palabras pertenecen al evangelio de Marcos, pero exactamente la misma idea aparece en los demás sinópticos donde, con palabras a veces un tanto diferentes, se recoge idéntica doctrina. Y debemos estar plenamente convencidos de que el Salvador nunca se expresó en forma puramente humana, sino que su enseñanza estuvo siempre informada por una divina y mística sabiduría; de que no debemos escuchar sus palabras carnalmente, sino que debemos indagar y profundizar el sentido en ellas oculto mediante una adecuada investigación y poniendo en juego toda la diligencia y sagacidad de nuestra inteligencia.

Si quieres ser perfecto. Luego no era todavía perfecto, ya que nada hay más perfecto que lo perfecto. Además, aquel si quieres expresa de manera contundente y divina la libre facultad de elección de su colocutor. Efectivamente, en el hombre —en su calidad de ser libre— reside la libre elección de la voluntad; en Dios —en su calidad de Señor y árbitro— reside la capacidad de dar. Y da a los que quieren y rezan y con el mayor empeño se esfuerzan por conseguir la propia salvación. Pues Dios no coacciona —la coacción es, en efecto, enemiga de Dios—, sino que da a los que buscan, otorga a los que piden, abre a los que llaman. Por tanto, si quieres, si verdaderamente quieres y no te engañas a ti mismo, procúrate lo que te falta.

Una cosa te falta; lo que te queda por hacer y que es bueno, pero ya al margen de la ley, que no lo da la ley, que no cae dentro de la ley, es propio de los que poseen la verdadera vida. En una palabra, el que había cumplido toda la ley desde pequeño y que había dicho de sí cosas tan grandes y soberbias, con todas ellas no pudo adquirir esa única cosa, que es privativa del Salvador, para arrebatar la vida eterna, cuyo deseo le había movido a dar aquel paso. Se marchó pesaroso, abrumado por las exigencias de una vida, a propósito de la cual había venido a suplicar al Maestro. En realidad, no ambicionaba de verdad la vida, como parecía deducirse de sus palabras; lo único que buscaba es granjearse reputación de buena voluntad: podía ciertamente afanarse por hacer una multitud de cosas, pero era incapaz de hacer aquella única cosa, aquella obra de salvación que debía conducirle a la perfección. Para esta obra era débil e indolente.

Lo mismo que el Señor dijo a Marta cuando, afanada en multitud de ocupaciones, andaba inquieta y nerviosa para dar abasto con el servicio, y tachaba de negligente a su hermana, que, abandonando el servicio, sentada a los pies del Señor, prestaba la atención de una discípula: Andas inquieta con tantas cosas; María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán, así también a éste: le manda que, dando de lado toda enervante ocupación, se centre en una sola y se siente a los pies de la gracia de aquel que personalmente le propone la vida eterna.


Ciclo C: Lc 17, 11-19

HOMILÍA

San Bruno de Segni, Comentario sobre el evangelio de san Lucas (Parte 2, 40: PL 165, 426-428)

Grande es el poder de la fe

Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos.

¿Qué otra cosa son esos diez leprosos sino la totalidad de los pecadores? Al venir Cristo, psíquicamente todos los hombres eran leprosos; corporalmente no todos lo eran. Es verdad que la lepra del alma es mucho peor que la del cuerpo. Pero veamos lo que sigue: Se pararon a lo lejos y a gritos le decían: Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.

A lo lejos se pararon, porque en aquellas condiciones no osaban acercarse. Igual nos pasa a nosotros: nos mantenemos a distancia cuando nos obstinamos en el pecado. Para sanar, para ser curados de la lepra de nuestros pecados, gritemos a voz en cuello y digamos: Jesús, maestro, ten compasión de nosotros. Pero gritemos no con la boca, sino con el corazón. El grito del corazón es más agudo. El clamor del corazón penetra los cielos y se eleva más sublime ante el trono de Dios. Al verlos, les dijo Jesús: Id a presentaros a los sacerdotes. En Dios, mirar es compadecerse. Los vio e inmediatamente se compadeció de ellos, y les mandó presentarse a los sacerdotes, no para que los sacerdotes los limpiaran, sino para que los declararan limpios.

Y mientras iban de camino, quedaron limpios. Escuchen esto los pecadores y examinen con diligencia su significado. Al Señor le es fácil perdonar pecados. En efecto, muchas veces al pecador le son perdonadas las deudas, antes de presentarse al sacerdote. Arrepentimiento y perdón coinciden en un mismo e idéntico momento. En cualquier momento que el pecador se convirtiere, ciertamente vivirá y no morirá. Pero considere bien cómo ha de convertirse. Que escuche lo que dice el Señor: Convertíos a mí de todo corazón con ayuno, con llanto, con luto.

Rasgad los corazones y no las vestiduras. Que quien se convierte, conviértase interiormente, de corazón, pues Dios no desprecia un corazón quebrantado y humillado.

Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos, y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Éste era un samaritano. En este uno están representados aquellos que, después de haber sido purificados en las aguas bautismales o han sido curados a través de la penitencia, no siguen ya al diablo, sino que imitan a Cristo, lo siguen, le alaban, lo adoran, le dan gracias y no se apartan de su servicio.

Y Jesús le dijo: levántate, vete: tu fe te ha salvado. Grande es, en efecto, el poder de la fe, sin la cual —como dice el Apóstol— es imposible agradar a Dios. Abrahán creyó a Dios, y eso le valió la justificación. Luego la fe es la que salva, la fe es la que justifica, la fe es la que sana al hombre interior y exteriormente.