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En el Nuevo Testamento el mismo Cristo dice a sus discípulos: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os daré descanso. Aceptad mi yugo y haceos mis discípulos, ya que soy bueno y humilde de corazón, y encontraréis reposo (hesiquía) para vuestras almas pues mi yugo es suave y mi carga ligera.(Mt.11, 28-29). Ammonas, sucesor de S.Antonio en Egipto habla de cómo la hesiquía es el camino propio del monje y escribe una carta mostrando que es el fundamento de todas las virtudes. Fueron los anacoretas los primeros en llamarse hesicastas. Si la virtud de los cenobitas (monjes que viven en comunidad) es la obediencia, la de los hesicastas (anacoretas o solitarios) es la oración perpetua. La búsqueda de la hesiquía es tan antigua como la vida monástica. En el siglo VI, S.Juan Clímaco, abad del monasterio del Sinaí y autor de la Escala del Paraíso, unió la hesiquía y el Recuerdo de Jesús. La hesiquía es la adoración perpetua en presencia de Dios: Que el recuerdo de Jesús se una a tu respiración y pronto te darás cuenta de la utilidad de la hesiquía. La oración ideal es la que elimina los raciocinios y se convierte en una sola palabra. La
Memoria de Jesús provee a este tipo de oración de forma y contenido.
La unión del recuerdo de Jesús y la respiración será reemprendida
por Hesiquio de Batos que ya la llama Oración de Jesús: Si con
sinceridad quieres ahuyentar los pensamientos, vivir en quietud, sin
dificultad, y ejercer la vigilancia sobre tu corazón debes adherir la
Oración de Jesús a tu respiración y pronto lo conseguirás. La
unión de respiración y Oración de Jesús
en su fórmula desarrollada: Señor Jesús, Hijo de Dios vivo,
ten piedad de mí, pecador, constituirá el fundamento del hesicasmo
bizantino y de Monte Athos en el siglo XIV. «Cuando reces, inspira al mismo tiempo, y que tu pensamiento, dirigiéndose al interior de ti mismo, fije su meditación y su visión en el lugar del corazón de donde brotan las lágrimas. Que tu atención permanezca ahí, en la medida en que puedas. Te será de una gran ayuda. Esta invocación de Jesús libera al espíritu de su cautividad, otorga la paz y ayuda a descubrir la oración permanente del corazón por la gracia del Espíritu vivificante en Jesucristo Nuestro Señor».
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