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Este movimiento de interiorización se hace en dos tiempos, según las dos partes que componen la fórmula de la oración: «Señor Jesús, hijo de Dios» y «ten compasión de mi pecador. El ritmo de la respiración y los latidos del corazón participan también de la oración, complementándose mutuamente: en simultaneidad con la primera parte de la oración, los pulmones inspiran el nombre de Jesús, lo cual permite a la diástole (dilatación) del corazón que el espíritu se lance por entero fuera de toda materia; y, simultáneamente a la segunda parte de la oración -«ten piedad de mí»-, los pulmones expiran el aire contaminado, a la vez que por la sístole (contracción) del corazón el espíritu reviene sobre sí mismo. La oración de Jesús tiene, pues, un cierto aspecto técnico que precisa de un adiestramiento. Pero no se puede reducir a una simple mecánica, porque «nadie puede decir `Señor Jesús' sino por influjo del Espíritu Santo» (1 Cor 12,3). Lo cual no impide que las indicaciones concretas dadas por los monjes sean de una gran ayuda, porque son fruto de su propia experiencia
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