CAPÍTULO 5

De las correcciones

 

Prefacio

 

La corrección de los alumnos es una de las cosas más importantes que se practican en las escuelas, y a la que hay que prestar mayor atención para ejecutarla como conviene, y para que resulte provechosa así para quien la recibe como para quienes la presencian.

De ahí que son muchas las cosas que deben observarse al emplear las correcciones que se pueden dar en las escuelas de las cuales se hablará en los artículos siguientes.

 

ARTÍCULO 1

De las diferentes clases de castigos

 

Se pueden corregir las faltas de los niños de varias y diferentes maneras:

1. Con las palabras
2. Con la penitencia
3. Con la palmeta
4. Con las varas
5. Con el latiguillo
6. Expulsándolo de la clase

 

SECCIÓN 1

De la corrección con palabras

 

Como una de las principales reglas de los Hermanos de las Escuelas Cristianas es el hablar rara vez en las Escuelas el uso de la corrección con palabras debe ser muy raro; hasta parece preferible no servirse de ella.

Las amenazas son a modo de corrección con palabras. Puede uno servirse de ellas, pero hay que hacerlo rara vez y con mucha circunspección, y cuando un maestro haya hecho alguna amenaza a los alumnos tocante a determinada falta, si alguno incurre en esa falta, el maestro lo castigará sin perdonarle.

Nunca hay que hacer puras y simples amenazas, por ejemplo, se os dará un palmetazo, se os castigará. Sino que las amenazas deben hacerse en forma condicional, por ejemplo, se os castigará si hacéis tal cosa; si alguno vuelve la cabeza en la iglesia, se le castigará; el que llegue el último a la escuela recibirá la corrección; normalmente hay que emplear signos para hacer las amenazas, como está indicado al tratar de los signos referentes a las correcciones.

No obstante, un maestro podrá, algunas veces hablar a los alumnos de manera fuerte y enérgica para intimidarles, pero sin afectación y sin pasión; porque si fuese por pasión, los alumnos lo advertirían fácilmente y Dios no concedería su bendición.

 

SECCIÓN 2

De la palmeta. Por qué razones puede y debe emplearse y cómo debe procederse

 

La palmeta es un instrumento formado por dos tiras de cuero cosidas. Tendrá [...] de largo; tendrá un mango para tomarla y la palmeta misma será ovalada y tendrá [...] de diámetro, con la cual se golpeará en la mano; el interior de la palmeta estará guarnecido, para que no sea totalmente lisa, sino abultada por fuera.

La palmeta debe hacerse de esta manera y tener esta forma.

Se podrá emplear la palmeta en varias ocasiones:

1º por no haber seguido durante la lectura, 2º por haber enredado, 3º por haber llegado tarde, 4º por no haber obedecido a la primera señal, y por otros motivos semejantes, es decir, por faltas que no son considerables.

Solo se debe dar un golpe de palmeta cada la vez en la mano del alumno. Si alguna vez hay que dar más, no se pasará de dos.

Hay que dar en la mano izquierda, sobre todo a los que escriben, para no entorpecer la mano, lo que sería un serio obstáculo para la escritura.

Tampoco hay que dar a los que tienen algún daño en las manos; a éstos hay que castigarles con las varas o imponerles alguna penitencia. Hay que prever los accidentes que podría ocasionar esta corrección y tratar de evitarlos.

No se debe tolerar que los alumnos griten, ya sea al recibir o después de haber recibido la palmeta, o algunos otros castigos, y si lo hacen no se debe dejar de castigarlos e incluso severamente por haber gritado, y hacerles saber que ese es el motivo de la corrección.

Hay que notar que cuando se quiere dar un palmetazo a un alumno, por haber cometido alguna falta que le haya apartado de su deber, como por haber hablado, enredado, reído, etc., no hay que decirle que se le corrige por haber hablado, enredado, reído, etc., sino por no haber rezado a Dios.

De la misma manera, cuando se quiera castigar a un alumno por haber mirado para atrás, o por haber enredado en la iglesia, no hay que decirle que se le castiga por haber enredado, reído, etc.,sino por no haber rezado a Dios. Porque si los escolares dicen en su casa que se les castigó por haber enredado, reído, etc., algunos padres no estarían de acuerdo, considerando la falta como demasiado leve, y que no merece tal castigo.

Para que los castigos, ya sea con palmeta o con varas y latiguillo, sean provechosos, hay que dar pocos golpes y bien aplicados.

 

SECCIÓN 3

De las varas y del latiguillo

 

El latiguillo consta de un palo de 8 ó 9 pulgadas de largo, en el extremo del cual hay 4 ó 5 cuerdas, terminadas cada una de ellas con tres nudos. Debe estar hecho de esta manera. Se servirá de él para azotar a los escolares.

Podrán emplearse las varas o el latiguillo para corregir a los alumnos, por varios motivos :
1º Por no haber querido obedecer con rapidez.
2º Cuando alguno ha tomado la costumbre de no seguir.
3º Por haber garabateado, hecho bromas o tonterías en la hoja, en vez de escribir.
4º Por haberse peleado en la escuela o en la calle.
5º Por no haber rezado a Dios en la iglesia.
6º Por no haber guardado modestia en la Santa Misa o en el catecismo.
7º Por haberse ausentado voluntariamente de la Santa Misa y del catecismo los domingos y fiestas.

Todas las correcciones, sobre todo con las varas y con el latiguillo, se deben hacer con gran moderación y presencia de espíritu.

De ordinario no habrá que dar sino tres golpes con las varas o con el latiguillo; si alguna vez hubiera que pasar de este número, no habrá que exceder de cinco, sin orden especial del Hermano Director.

 

SECCIÓN 4

De la expulsión de los alumnos de la escuela

 

Se puede, y algunas veces se debe, expulsar a los alumnos de la escuela, pero no debe hacerse sino con el parecer del Hermano Director.

Se debe expulsar a los viciosos, que pueden pervertir a los demás; a los que faltan fácilmente y con frecuencia a la escuela; a los que faltan a la misa parroquial y al catecismo los domingos y fiestas por culpa de sus padres; a los incorregibles, es decir, los que después de haber sido corregidos en repetidas ocasiones, no cambian de conducta.

 

ARTÍCULO 2

De la frecuencia de los castigos y de lo que hay que hacer para evitarlos

 

Si se quiere que una escuela trabaje como es debido y con mucho orden, hay que llegar a que los castigos sean raros.

Hay que servirse de la palmeta sólo cuando sea necesario y hay que procurar que esta necesidad sea rara.

No se puede determinar exactamente cuántas veces puede usarse cada día, debido a las diferentes circunstancias que suceden diariamente, y que pueden obligar a ello con mayor o menor frecuencia.

Hay que procurar, sin embargo, que no sean más de tres por la mañana o por la tarde; para pasar de este número tiene que haber algo extraordinario.

La corrección ordinaria con varas o con latiguillo debe ser mucho más rara que la que se hace con palmeta, porque las faltas por las que se da esa corrección, son mucho menos frecuentes que aquéllas por las que se corrige con la palmeta. No debe hacerse más que tres o cuatro veces al mes, a lo sumo.

Las extraordinarias deben ser, por consiguiente, muy raras por la misma razón.

La expulsión fuera de clase debe considerarse como un caso extraordinario.

Para evitar la frecuencia de castigos, que es un gran desorden en una escuela, es necesario tener muy en cuenta que el silencio, la vigilancia y la moderación del maestro, son los que establecen y conservan el orden en la clase, y no la dureza ni los golpes.

Hay que ingeniarse para proceder con sagacidad y con industria para mantener a los alumnos en orden, recurriendo lo menos posible a los castigos.

Para tener éxito en esto, no hay que servirse siempre del mismo medio, pues los alumnos pronto se acostumbrarían; hay que emplear a veces, las amenazas; en algunas ocasiones habrá que castigar; en otras, perdonar; y servirse de diversos recursos que el ingenio de un maestro vigilante y reflexivo le hará encontrar fácilmente al presentarse las ocasiones.

Si sucede, con todo, que algún maestro imagina un medio especial para mantener a los alumnos en el cumplimiento de sus deberes y evitar castigos, lo propondrá al Director, antes de ponerlo en práctica y no lo empleará sino después que le haya sido aprobado y autorizado.

Los maestros no aplicarán ninguna corrección extraordinaria sin haberla propuesto antes al Director, y, para ello, la diferirán algún tiempo, lo cual es muy conveniente para pensarlo bien y propiciar que resulte más ejemplar y cause mayor impresión en el espíritu de los alumnos.

 

ARTÍCULO 3

De las condiciones que deben tener las correcciones

 

Para que la corrección sea provechosa, debe ir acompañada de las diez condiciones siguientes:

1ª- Debe ser pura y desinteresada, es decir, hecha únicamente por amor y para gloria de Dios, y para cumplir su santa voluntad, sin ningún deseo de venganza personal, sin que el maestro tenga ninguna consideración de tipo personal.

2ª- Caritativa, es decir, que debe aplicarse por motivo de verdadera caridad para con el alumno que la recibe y para salvación de su alma.

3ª- Justa: por lo cual hay que examinar cuidadosamente antes, si lo que motiva la corrección del maestro es efectivamente una falta, y si merece ese castigo.

4ª- Conveniente y proporcionada a la falta por la cual se aplica, es decir, que debe corresponder a la falta, sea en cuanto a la especie, sea en cuanto a la gravedad.

Como hay diferencia entre las faltas cometidas por malicia y por obstinación y las que se cometen por fragilidad, también debe haber diferencia entre los castigos con que se las sanciona.

5ª- Moderada, es decir, que debe ser más bien menos enérgica que excesiva, guardando un justo medio, y que no debe hacerse con precipitación.

6ª- Sosegada, de forma que quien la impone no se sienta poseído por la cólera, sino que sea totalmente dueño de sí mismo y que quien la recibe la acepte de una manera serena, con tranquilidad de espíritu y compostura exterior.

Se requiere también que quien corrija, cuide mucho de no manifestar nada al exterior que revele enfado, por lo cual será muy útil diferir algún tiempo la corrección cuando uno se siente alterado, para no ejecutar nada de qué arrepentirse después.

7ª- Prudente por parte del maestro, quien debe exteriormente tener en cuenta lo que hace para no cometer ningún desacierto que pueda ocasionar malas consecuencias.

8ª- Voluntaria y aceptada por parte del alumno, procurando que la acepte libremente, haciéndole comprender que la ha merecido, haciéndole notar la gravedad de la falta y la obligación que se tiene de corregirla: el gran daño que se hace a sí mismo y el que puede ocasionar a sus compañeros con su mal ejemplo.

9ª- Respetuosa por parte del alumno, quien debe recibirla con sumisión y respeto, como recibiría un castigo que Dios mismo le impusiese.

10ª- Silenciosa, primero por parte del maestro que no debe hablar, a lo menos en voz alta, en ese tiempo; en segundo lugar por parte del alumno, que no debe decir una sola palabra, ni gritar, ni hacer ruido alguno.

 

ARTÍCULO 4

De los defectos que hay que evitar en las correcciones

 

Muchos son los defectos que hay que evitar en las correcciones, y tiene importancia el que los maestros las tengan muy en cuenta.

Los principales defectos que hay que evitar con mayor cuidado, son los siguientes :

No debe emplearse ninguna corrección a menos que antes se haya considerado si puede ser útil y provechosa; por lo cual es pernicioso aplicar alguna sin haber pensado antes si esta corrección será de alguna utilidad, ya para el alumno a quien se la quiere dar, ya para los otros que deberán presenciarla.

Cuando se estime que una corrección no será útil sino para escarmiento de los demás y no para quien la recibe, no hay que emplearla, a menos que sea necesaria para mantener el orden en clase.

Y cuando sea posible diferirla, se pedirá el parecer del Director antes de hacerla, y cuando se juzgue que no se la puede diferir, si es un maestro de las clases inferiores, pedirá el parecer del primer maestro, y si es el primer maestro, no la aplicará sino con mucha precaución y cuando haya evidente necesidad; y al volver de la escuela, todos informarán al Director de lo que hayan hecho a este respecto.

No habrá que dar nunca una corrección que pueda ser perjudicial a aquél que debe recibirla, porque sería proceder directamente contra la finalidad de las correcciones, instituídas únicamente para producir un bien.

No hay que emplear ninguna que pueda ocasionar desorden en clase o hasta en la escuela, como, por ejemplo, la que no serviría sino para hacer gritar al niño, desanimar al escolar, o exasperarle contra el maestro, o hasta alejarle de la escuela; o inspirarle aversión por los maestros y por los escolares, de manera que las quejas que haga a sus padres podrían causar el mismo rechazo en otros e impedirles de enviar a sus hijos a la escuela.

Los maestros deben esforzarse para evitar todos estos inconvenientes antes de aplicar la corrección, porque es importante no caer en ellos.

Nunca se debe corregir a un alumno por un sentimiento de aversión o resentimiento contra él, porque es un tanto molesto, o porque no se le tiene simpatía: siendo todos estos motivos, malos o puramente humanos, están muy alejados de los que deben abrigar aquellas personas que deben actuar y conducirse únicamente por espíritu de fe.

No hay que corregir a ninguno porque ha causado un disgusto, él o sus padres y, si ocurriera que un alumno faltase al respeto o cometiese alguna falta contra el maestro habría que inducirle más bien a reconocer su falta y a corregirse, y a no castigarle por ella. Y si fuera preciso corregirle a causa del mal ejemplo que hubiese dado, habría que dar otro motivo para la corrección, como por ejemplo, haber causado desorden o haberse mostrado testarudo.

En las correcciones no habrá que servirse de estos términos: tú, vete, ven, etc. sino de éstos usted, vaya, venga etc.,

Nunca hay que emplear contra ellos palabras injuriosas o destempladas, llamándoles, por ejemplo, pillo, bribón, tiñoso, piojoso, mocoso, etc. Ninguna de estas palabras deben salir de la boca de los Hermanos de las Escuelas Cristianas.

No debe emplearse nunca ninguna corrección fuera de las que están en uso en las escuelas, y que se señalan en el artículo 1º del presente capítulo. Así, pues, nunca habrá que golpear a los alumnos, ni con la mano ni con el pie, ni con el puntero y es totalmente contrario a los modales y dignidad de un maestro tirarles de la nariz, de las orejas o del pelo, y mucho peor empujarles con rudeza o tirarles por el brazo.

No hay que tirar nunca la palmeta a un alumno y obligarle a traerla; esto es totalmente indecoroso; no se debe golpear con el mango de la palmeta, ni en la cabeza ni en el cuerpo, ni en el dorso de la mano, ni dar dos palmetazos sucesivos en la misma mano siempre hay que golpear con la palmeta en medio de la mano, y no caer en estos defectos, incluso por inadvertencia.

Hay que tener cuidado, al corregir a un alumno de no pegarle en ninguna parte, donde tenga algún daño, para no aumentarlo, y de no pegar tan fuerte que queden huellas, aunque, por otra parte, no hay que hacerlo tan suavemente que no le produzca nada de dolor al escolar.

Un maestro no debe salir de su puesto para dar un palmetazo, ni hablar mientras lo da, ni permitir que el alumno hable; menos aún, que grite o llore fuerte, ni al corregirle ni después.

Cuidará también de no tomar ninguna postura inconveniente al dar la corrección, como sería hacer contorsiones con el cuerpo, estirar los brazos, y otros gestos opuestos a la dignidad y al comedimiento.

Se vigilará mucho para no dar ninguna corrección al primer impulso o cuando esté alterado; tendrá tan a raya la pasión de la cólera o el menor asomo de impaciencia, que no influya para nada en las correcciones; esto sería capaz de impedir su fruto y de obstaculizar la bendición que Dios daría a esa corrección.

 

ARTÍCULO 5

De las personas que deben dar las correcciones

 

Cada maestro podrá servirse de la palmeta en su clase para corregir a sus alumnos.

Ningún maestro tendrá varas o latiguillo sino aquél que el Director haya encargado. Los otros Hermanos se los pedirán cuando tengan necesidad; y el encargado de ellos procurará informar el mismo día al Director que tal Hermano le ha pedido las varas y cuántas veces. Si ha sucedido varias veces, el Director preguntará el motivo para que el Hermano diese la corrección; pero sería mucho más correcto que el mismo Hermano fuese a decírselo al Director.

Los Hermanos jóvenes que no hayan cumplido 21 años, no harán ninguna corrección con las varas o con el latiguillo, si no han tratado esto con el Inspector o con el Hermano que esté encargado de ello, y que no hayan solicitado su parecer al respecto.

Ese Hermano estará también pendiente de las correcciones que esos Hermanos jóvenes harán con la palmeta, e informará de unos y otros al Director.

Lo mismo se observará respecto de los Hermanos que cumplan los 21 años durante los seis primeros meses de prueba que pasarán en las escuelas. Pertenece sólo al Hermano Director la expulsión definitiva de los escolares que hayan cometido alguna falta considerable.

 

ARTÍCULO 6

De los niños a quienes hay que corregir y a los que no hay que corregir

 

SECCIÓN 1

Los viciosos

 

Hay cinco defectos que no deben perdonarse nunca, y que deben castigarse con las varas o con el latiguillo:

1.- La mentira;
2.- las peleas;
3.- el robo;
4.- la impureza;
5.- la falta de seriedad en la iglesia.

Deben castigarse con las varas o con el latiguillo, todas las mentiras, incluso las más leves; el escolar debe saber que no hay mentiras leves ante Dios, puesto que el demonio es el padre de la mentira, como nos lo enseña Nuestro Señor en el Santo Evangelio; y que se les perdonará algunas veces cuando las confiesen sencillamente, y en efecto debe perdonárseles. Pero se les inspirará después el horror que deben tener de su falta, se les exhortará a pedir humildemente perdón, de rodillas, en medio de la clase, y se les animará incluso a imponerse una penitencia.

Se corregirá también a todos aquellos que se hubiesen peleado. Si hubiesen sido dos o más alumnos, se les corregirá juntos; y si fue un alumno con otro que no es de la escuela, el maestro se informará cuidadosamente de la falta y no castigará al alumno si no está completamente seguro; procederá en la misma forma respecto a todas las faltas que se cometan fuera de la escuela.

Si los alumnos se han peleado en la escuela, serán corregidos ejemplarmente; el maestro les hará comprender que esta es una de las mayores faltas que puedan cometerse en la escuela.

Los que han tomado o robado alguna cosa, aunque sea de poco valor, como sería una pluma, serán castigados con la misma severidad, y si se nota que están sujetos a este vicio, se les expulsará de la escuela.

Esta misma corrección se aplicará a los que hayan cometido alguna acción impura, o que hayan dicho palabras deshonestas. Los que hubieran jugado con chicas, o que las hayan frecuentado, serán advertidos severamente por ello la primera vez, y, si reinciden en la misma falta, recibirán la misma corrección.

Los maestros inspirarán a menudo a sus alumnos, gran alejamiento de la compañía de las chicas, y los exhortarán a no mezclarse nunca con ellas; incluso, si son de su parentela y si alguna vez se ven obligados a conversar con ellas, aunque sean muy pequeñas, que sea siempre en presencia de sus padres o de algunas personas prudentes y de edad avanzada.

Los que hubiesen faltado de inmodestia en la iglesia serán severamente castigados. Los maestros inculcarán con frecuencia a sus alumnos el gran respeto debido a Dios en este lugar, y que es falta de fe estar en él sin respeto y sin la debida compostura interior y exterior.

Por esta última falta no hay que castigar igualmente a todos los alumnos, pequeños o grandes; porque, a menos que el maestro vigile cuidadosamente sobre los pequeños, que tenga autoridad y dé buen ejemplo, será difícil que los pequeñitos se porten con la mesura y formalidad que se exige de ellos; sin embargo hay que tener mucho cuidado a este respecto, y nada debe omitirse para impedir que ningún alumno falte al debido respeto en la iglesia.

Si un maestro no ejerce suficiente vigilancia sobre ellos, o carece de autoridad para mantener el orden en la iglesia, será preciso que otro maestro reciba ese encargo y que satisfaga lo que el otro no puede hacer.

 

SECCIÓN 2

De los niños mal educados y caprichosos, de los que por naturaleza son descarados e insolentes, y de los que son disipados y ligeros.

 

Hay alumnos de cuya conducta los padres se preocupan muy poco y a veces nada. Hacen de la mañana a la noche lo que quieren. No tienen ningún respeto a sus padres, no les obedecen, refunfuñan. Algunas veces esos defectos no provienen de que su corazón y su espíritu estén mal dispuestos, sino de que se les deja abandonados a sí mismos.

Si por naturaleza no tienen un espíritu decidido y altanero, hay que procurar ganárselos, pero también corregirlos en sus rabietas, y cuando incurren en algunos de sus defectos en la escuela, hay que reprimirlos, hacerles frente y hacer que se vuelvan sumisos.

Si son decididos y altaneros hay que encomendarles algún empleo en la escuela, como inspector si se les considera aptos; o encargarles de recoger las hojas y promoverles en algunas cosas, como la escritura, la aritmética, etc., para hacerles cobrar amor a la escuela, y al mismo tiempo corregirlos y disciplinarlos, sin ceder en nada a sus caprichos. Si estos alumnos son pequeños no hay que tomar tantas medidas, pero deberá corregírseles mientras son todavía pequeños, para que no continúen con su mala conducta.

De los niños por naturaleza descarados e insolentes

Hay que hablarles poco y siempre con gravedad, cuando cometan alguna falta. Humillarlos y corregirlos cuando la corrección pueda serles útil para confundirlos y rebajar su altivez.

Hay que plantarles cara, no tolerar en ellos réplica alguna a lo que el maestro les diga. Será bueno, algunas veces, advertirles de sus defectos y reprenderlos suavemente en particular: pero siempre con gravedad y de modo tal que les mantenga en el respeto.

De los niños disipados y ligeros

Hay que corregir poco a los niños que posean este temperamento, porque de ordinario reflexionan poco, y poco después de haber recibido la corrección, recaen en la misma falta, o en otra que merezca el mismo castigo.

Sus defectos no provienen de malicia, sino de ligereza de espíritu. Hay que tratar de ganárselos, manifestándoles cariño, pero sin encomendarles ningún empleo. Habrá que colocarles lo más cerca posible del maestro so pretexto de estimularlos, pero en realidad para velar sobre ellos, y colocarlos entre dos alumnos de un temperamento tranquilo, que ordinariamente no cometen falta alguna. Darles de vez en cuando alguna recompensa, para lograr en ellos asiduidad y amor a la escuela, porque éstos son los que más fácilmente se ausentan, y para obtener que, mientras están en ella, sea con tranquilidad y en silencio.

 

SECCIÓN 3

De los tercos

 

Siempre hay que corregir a los tercos a causa de su terquedad, sobre todo a los que son rebeldes en la corrección, resisten al maestro y no quieren soportar que se les corrija. El maestro no debe de ninguna manera ceder en estas ocasiones, y desde el momento en que haya comenzado a corregir a un alumno, debe proseguir, a pesar de todas las resistencias. Tomará, sin embargo, dos precauciones respecto a éstos. 1º No intentar corregirles antes de haber examinado la falta que han cometido y si la falta merece corrección. 2º Cuando alguno resiste, porque no quiere someterse a la corrección, o no quiere salir de su puesto, será muy oportuno dejar que pase ese arrebato, absteniéndose de manifestar que se tiene intención de corregirle; Algún tiempo después el maestro le llamará para hablarle, y tranquilamente hará que reconozca y confiese su falta, tanto la primera que ha cometido, como la que ha cometido al resistirse, y después le corregirá ejemplarmente, haciéndole antes de rodillas, pedir perdón a Dios, al maestro y a los escolares a quienes ha escandalizado. Si aún rehúsa aceptar la corrección, habría que obligarle, sirviéndose incluso, en caso necesario, de la ayuda de otro Hermano; porque bastaría un ejemplo de esta clase para que pronto se diesen otros casos.

Después que el alumno haya recibido la corrección, el maestro volverá a llamarle, cuando juzgue que su arrebato ha pasado, suavemente le hará entrar en sí mismo, y hará luego que confiese su falta y pida perdón de rodillas.

No obstante, los maestros deben procurar prevenir esa clase de resistencias, y que no se den sino muy rara vez, porque de otro modo causarían efectos deplorables en la escuela.

Hay otra especie de terquedad, la de los que refunfuñan después de haber recibido la corrección, y que, vueltos a su puesto hunden la cabeza entre los brazos o entre sus manos, o adoptan otra postura inconveniente.

Nunca hay que tolerar esos procederes, sino obligarles a que estudien y que sigan, inmediatamente después de haber recibido la corrección, o aplicársela incluso una vez más, como si no la hubiese recibido.

Si el maestro no puede impedir que el alumno que ha sido corregido, siga refunfuñando, lloriqueando o perturbando la clase de la manera que sea, ya porque es pequeñito, o por falta de entendimiento o por otra razón, y el maestro prevé que los azotes no lo reducirán a su deber, sino que acaso, le hagan, al contrario, más díscolo, será preferible, de ordinario, no corregir a esta clase de alumnos, y aparentar no verles cuando no estudian o faltan a su deber en algo.

Los maestros, en estas ocasiones, procurarán consultar con el Superior acerca de lo que tienen que hacer. El silencio al corregir, y la manera de hacerla como es debido, evitarán ordinariamente la mayor parte de esos defectos.

 

SECCIÓN 4

De los niños educados con blandura y muellemente, llamados niños mimados, de los que tienen un temperamento apacible y tímido, de los necios, de los lisiados, de los pequeñitos y de los nuevos.

 

Hay niños educados de tal manera por sus padres, que les conceden todo cuanto piden, y no les contradicen en nada, ni les corrigen casi nunca sus faltas.

Parece que tienen miedo de apenarles, y cuando se preocupan por algo, los padres, sobre todo las madres, hacen todo lo que pueden para aliviarles y para devolverles su buen humor. Les manifiestan en todo momento una gran ternura, y no pueden tolerar que se les dé la menor corrección.

Estas clases de niños están dotados casi siempre de un natural suave y apacible; ordinariamente, es preferible no castigarlos, y emplear otros medios para enmendar sus faltas, como imponiéndoles algunas veces solamente penitencias fáciles de cumplir, o previniendo sus defectos por algún procedimiento ingenioso, fingiendo no darse cuenta de ellos o amonestándoles suavemente en particular.

Si alguna vez se cree necesario imponerles una corrección, habrá que hacerlo previo aviso del Hermano Director, y en este caso, corregirles poco y muy rara vez.

Si los medios empleados para prevenir sus faltas o para remediarlas, no surten efecto, vale más corregirlos que expulsarlos, a menos que después de haber hablado con los padres, ellos hayan convenido en que es bueno corregirlos.

De los que tienen temperamento manso y tímido

Ordinariamente no habrá que corregir a los escolares que tengan este temperamento; el ejemplo de los que se portan bien y de aquellos a quienes se corrige, y el temor que naturalmente sienten por los castigos que ven, y algunas penitencias, bastan para que cumplan sus deberes.

Pocas veces incurren en alguna falta, y permanecen fácilmente tranquilos, además sus faltas no son de consideración; hay que tolerárselas algunas veces; otras veces un simple aviso y en otras ocasiones una penitencia, les bastará.

Así, no será necesario recurrir a las correcciones y a los castigos para mantenerlos en orden.

De los necios

Hay niños necios, que sólo arman alboroto cuando se intenta corregirles. Ordinariamente no hay que hacerlo. Si están a disgusto en la escuela, es preferible despedirles. Si no molestan ni ocasionan ningún desorden, hay que dejarlos tranquilos.

Las faltas ordinarias de esta clase de niños son: que no siguen la lectura, que leen mal, que no retienen ni repasan el catecismo, que no aprenden nada o muy poco, etc.

No hay que exigir de ellos más de lo que pueden, ni molestarse por ello, sino procurar que adelanten; alentarlos de vez en cuando y contentarse con el poco progreso que logran.

De los lisiados

No se corregirá a los que tengan alguna molestia en el lugar donde se les quiera aplicar la corrección, pues ésta podría aumentar la molestia. Habrá que emplear alguna otra corrección, castigo o penitencia.

De los pequeñitos

Hay otros pequeñitos a quienes tampoco hay que corregir, o corregirlos muy rara vez, porque, al no tener uso de razón no podrían aprovecharse de la corrección. Con respecto a la corrección, habrá que tratarlos, poco más o menos, como a los necios, o como a niños mansos y tímidos.

De los recién llegados

Hay que abstenerse de corregir a los niños recién llegados a la escuela. Hay que conocer antes su carácter, su temperamento y sus inclinaciones. Se les debe indicar de vez en cuando lo que tienen que hacer, colocarlos al lado de algunos que cumplen bien con su deber, para que aprendan el suyo con el ejemplo y con la práctica. Habrá que dejar pasar al menos un mes de escuela antes de corregirlos. Las correcciones que se hacen a los nuevos no lograrían más que desanimarlos y alejarlos de la escuela.

 

SECCIÓN 5

De los que acusan y de los acusados

 

Los maestros no darán oídos fácilmente a las delaciones y acusaciones que se hagan contra los alumnos; no rechazarán, sin embargo, a los que las hagan, sino que cuidarán de examinarlas atentamente y de no corregir a la ligera, ni inmediatamente por las acusaciones que les hayan hecho.

Si son alumnos quienes delatan o acusan a otro de sus compañeros, el maestro se informará cuanto antes, si otros le han visto cometer la falta. Tratará de averiguar algunas circunstancias que le permitan descubrir la verdad. Si la cosa le parece dudosa o no del todo segura, no corregirá al escolar, a menos que él mismo confiese su falta, y en ese caso le corregirá con menor rigor y sólo le impondrá una penitencia, haciéndole notar que es por haber dicho la verdad.

Si el maestro comprueba que la cosa de que el alumno ha sido acusado es falsa, y que el otro alumno ha procedido así por venganza o por cualquier otra pasión, el acusador será castigado severa y ejemplarmente.

Si son los padres quienes acuden para acusar a sus hijos y pedir que se les corrija, esto no será motivo para corregirlos, porque los padres dicen esto movidos a menudo por la pasión y no lo dirían en otra ocasión. Con todo, si la falta merece corrección, habrá que persuadirles para que ellos mismos corrijan a sus hijos.

Si sucede que varios cometen una misma falta y que los demás lo saben, caso de corregir a uno, es necesario corregir también a los otros; como si varios se hubiesen peleado; si dos o tres han charlado o jugado en la iglesia durante la misa, etc.

Pero si varios han cometido la misma falta y que unos no sepan la falta de los otros, o que piensan que el maestro la ignora, por ejemplo, si algunos no siguen o no estudian, etc., ordinariamente en ese caso, lo más acertado será corregir a uno solo de esos alumnos y aparentar que no sabe las faltas de los demás.

Habrá que corregir en tales casos al alumno cuya corrección se piensa resultará más provechosa, así para él como para los demás.

Así pues, en esas circunstancias, el maestro no corregirá a aquellos a quienes el solo ejemplo basta para mantenerlos en su deber y hacerles temer; o a aquellos que hubieran incurrido en esa falta por primera vez o que caigan rara vez en ella.

 

ARTÍCULO 7

De lo que debe practicarse en todas las correcciones y del modo de hacerlas bien

 

Cuando el maestro quiera dar un palmetazo a un alumno, hará la señal ordinaria para avisarlos; después señalará con el extremo de la señal la sentencia contra la que ha faltado el alumno; luego le hará seña de que se acerque.

Una vez que el escolar esté junto al maestro, hará la señal de la Santa Cruz y extenderá la mano. El maestro cuidará de que la mano esté bien extendida y bien firme, y que el alumno no la retire.

Si el escolar no tiene la mano bien extendida y bien firme, el maestro le hará señal de colocarla debidamente, extendiendo él la suya; si a pesar de todo no la extiende, el maestro le obligará a hacerlo y le dará dos palmetazos en vez de uno.

Si cuando el maestro intente extender la mano del alumno, éste opone resistencia, le indicará que vaya al lugar donde se da la corrección y se la dará, y procederá como se dirá después que se debe actuar al corregir con las varas o el latiguillo.

Al dar un palmetazo, el maestro cuidará que el alumno no coloque el dedo pulgar en medio de la mano y que no tenga la mano medio abierta.

Cuando el escolar haya recibido la corrección con la palmeta, cruzará los brazos, saludará al maestro y volverá tranquilamente a su puesto, sin hacer ninguna contorsión con el brazo o con el cuerpo, ni nada improcedente, sin refunfuñar ni llorar fuerte.

Y si se hiciera alguna de estas cosas, el maestro le hará regresar y le dará otro palmetazo, a menos que el escolar suspenda inmediatamente lo que hacía.

Cuando el maestro quiera corregir a un alumno con las varas o el latiguillo, hará la señal ordinaria para que los alumnos le miren; después indicará con el extremo de la señal la sentencia contra la cual haya faltado el alumno; acto seguido señalará al escolar con la misma señal, el lugar donde suele recibirse la corrección.

Después de esta seña, el escolar irá al medio de la clase, se arrodillará, juntará las manos, mirando hacia la sentencia contra la que ha faltado, y, sin hablar alto, pedirá perdón a Dios por la falta que ha cometido, y aceptará de buena gana, por amor a El, la corrección que va a recibir; luego el maestro le indicará que debe ir al lugar donde suele darse la corrección e irá con tranquilidad y con los brazos cruzados. Una vez llegado, se dispondrá a recibir la corrección, de modo que el maestro no tenga más que golpear cuando llegue; se dispondrá, sin embargo, y se colocará de tal manera que ningún escolar pueda ver, aunque sea ligeramente, su desnudez.

Esta práctica de que el alumno se disponga por sí mismo para recibir la corrección, sin que el maestro tenga que tocarlo para nada, será exactamente observada, y si alguno no lo hace será castigado severamente.

Mientras el alumno se prepara para recibir la corrección, el maestro de dispondrá interiormente a ejecutarla con espíritu de caridad y con la mira en Dios. Después saldrá de su puesto pausada y gravemente.

Cuando el maestro llegue al lugar donde está el alumno podrá decirle algunas palabras para disponerle a recibir la corrección con humildad, sumisión y propósito de enmendarse; luego le dará, como habitualmente se hace, tres azotes; y cuidará al golpearle, que el escolar no lleve la mano hacia atrás, de lo cual ha debido advertirle antes, y le exhortará a recibir la corrección por amor a Dios.

El maestro cuidará de no tocar para nada al alumno mientras le aplica la corrección.

Si el alumno no se ha preparado regresará a su puesto, sin decir nada, y cuando vuelva le administrará la corrección normal más enérgica, es decir, 5 azotes.

Se dirá a todos los alumnos que deberán estar listos para recibir la corrección antes de que el maestro llegue para administrarla, y que si no lo están, recibirán 5 azotes con las varas o con el latiguillo.

Habiendo regresado el maestro, permanecerá tranquilo en su puesto, y unos momentos después volverá a donde está el alumno.

Si el escolar no se muestra aún sumiso, y si todavía no se ha preparado, el maestro lo preparará por sí mismo, y rogará al Hermano encargado en esa escuela, de ayudarle en caso de necesidad, y luego el escolar recibirá ocho azotes como corrección. El maestro le tratará como queda dicho anteriormente respecto de los tercos. En semejantes ocasiones procurará, con todo, aliar la moderación con la firmeza.

Cuando el maestro se haya visto obligado a constreñir así al alumno para que reciba la corrección, se ingeniará, algún tiempo después, para hacerle reconocer y confesar la gravedad de su falta; le hará entrar en sí mismo y tomar la firme y sincera resolución de no volver a incurrir en semejante obstinación.

Cuando el maestro se haya visto obligado a constreñir al escolar que ha sido corregido, volverá su puesto y el escolar irá a ponerse de rodillas modestamente delante de él, con los brazos cruzados, para agradecerle por haberle corregido, y se volverá después hacia el Crucifijo, para agradecerle a Dios y prometerle, al mismo tiempo, no volver a recaer en esa falta por la que acaba de ser corregido; lo cual hará sin hablar en voz alta. Acto seguido el maestro le hará seña de volver a su puesto.

 

ARTÍCULO 8

Del lugar donde hay que dar las correcciones y del tiempo en que deben o no deben hacerse

 

El maestro nunca saldrá de su puesto para dar un palmetazo, y si sucede que está fuera del mismo regresará a él para hacerlo.

Las correcciones habituales con las varas o el latiguillo, se harán en un rincón de la clase apartado, donde la desnudez del que es corregido no pueda ser vista por los otros; hay que tener sumo cuidado a ese respecto e inspirar a los alumnos gran horror de cualquier mirada en esa ocasión.

Las correcciones extraordinarias que se dan por ciertas faltas particulares y sumamente graves en comparación con las demás, como por ejemplo haber robado, desobedecido o resistido al maestro, etc., estas clases de correcciones deben realizarse públicamente, es decir, en presencia de los alumnos y en medio de la clase, a fin de dar un escarmiento y causarles mayor impresión.

Será incluso muy conveniente corregir a un alumno en todas las clases, por faltas muy considerables y extraordinarias.

No deberá ejecutarse la corrección durante el catecismo y las oraciones; lo que un maestro puede y debe hacer en ese tiempo es fijarse bien en quienes han cometido alguna falta, y no decirles nada, sino nombrarles en voz baja a un alumno digno de confianza, encargado de recordárselo al maestro en otro momento que le indicará.

No hay que corregir tampoco los domingos y fiestas.

Se corregirá con las varas o el latiguillo, más bien por la tarde que por la mañana, y nunca al terminar las clases.

No se hará nada, ni en la iglesia, ni en las calles que equivalga a la corrección, como sería, por ejemplo, pegar con la mano, tirar de las orejas o del brazo, etc., señales todas de impaciencia, que son muy inconvenientes y muy contrarias a la gravedad y mesura que debe manifestar siempre un maestro, especialmente en esos lugares.

 

ARTÍCULO 9

De las penitencias

 

SECCIÓN 1

Del uso de las penitencias, de las cualidades que deben tener y de la manera de imponerlas

 

La práctica de las penitencias será mucho más frecuente en las escuelas que la de la corrección; irritarán menos a los alumnos; causarán menos disgusto a los padres, y serán a menudo muy provechosas.

Los maestros las emplearán para humillar a sus alumnos, y para excitar en sus corazones el deseo de corregirse de sus faltas.

Serán medicinales y proporcionadas a las faltas que los alumnos hubieran cometido, a fin de que puedan servir para satisfacer por ellas ante Dios, y que incluso sean medicina preventiva que les impida recaer en las mismas.

Los maestros tendrán sumo cuidado para que las penitencias que impongan no sean nunca disminuídas, que no consistan solo en palabra y que se cumplan solamente en la clase del maestro que las haya impuesto, y nunca en otra clase.

No se utilizarán nunca penitencias que puedan en sí producir risa, como poner un zueco o un zapato en la boca, tener la cabeza girada hacia atrás, etc., en una palabra, todo lo que pueda disipar a los escolares, que pueda perjudicar al silencio y orden en la escuela; todo lo que haga perder el tiempo y que carezca de utilidad, nunca debe ser empleado como penitencia.

Los maestros no impondrán ninguna penitencia, fuera de las que se acostumbran en las escuelas, y que están indicadas en la sección siguiente; y no recurrirán a ninguna extraordinaria sin haberla propuesto previamente al H. Director y sin que éste haya dado su consentimiento.

Cuando el maestro imponga una penitencia a un escolar, lo hará con autoridad, sentado en su puesto y de una manera muy circunspecta, capaz de inspirar respeto al que la recibe, y ayudarle a cumplirla con humildad, sencillez y edificación para los demás.

Cuando un maestro quiera imponer una penitencia a un alumno, le hará seña de ir al centro de la clase, de arrodillarse, teniendo las manos juntas; llevando primeramente la señal hacia el escolar, después señalando con la misma señal el centro de la clase, y luego juntando sus manos para indicar al alumno que las junte; lo cual no se hará más que cuando se imponen penitencias, para que el escolar a quien el maestro quiere imponérsela, y los demás también, sepan que si este alumno está de rodillas en medio de la clase es para recibir una penitencia.

Una vez que el escolar esté de rodillas en medio de la clase, el maestro indicará con toda circunspección la penitencia, señalando la falta que la ha motivado limitándose estrictamente al contenido de la penitencia, diciendo así, por ejemplo, con voz fuerte, pausada e inteligible: por haber llegado tarde hoy, durante ocho días vendrá usted el primero a la escuela, y, si no lo cumple, usted me esperará en el lugar donde se recibe la corrección, hasta que yo llegue a la escuela.

Después que el maestro haya impuesto la penitencia, el alumno hará una inclinación al maestro para agradecerle, y permanecerá algún tiempo de rodillas, vuelto hacia el Crucifijo, para manifestar a Dios que la acepta de buena gana y para pedirle la gracia de ejecutarla exactamente y sólo por su amor; luego el maestro le hará seña de volver a su sitio.

Todas las penitencias se impondrán de esta forma: el alumno no dirá una sola palabra, y el maestro solamente aquéllas que le servirán para decir la penitencia, como en el ejemplo antes propuesto.

Cuando las penitencias sean dadas para cumplirlas en otro momento después de haberlas impuesto, el maestro encargará a algún escolar, o a varios, de vigilar a aquél a quien ha sido impuesta la penitencia, de verificar si la cumple, de avisar de ello al maestro, y de recordárselo.

 

SECCIÓN 2

Catálogo de penitencias ordinarias que estarán en uso, y que se podrán imponer a los alumnos, por algunas faltas que hayan cometido

 

La segunda vez que un escolar llegue [tarde] en una semana, en lugar de aplicarle la corrección, podrá señalársele como penitencia el encontrarse en la escuela, durante 8 ó 15 días cuando se abra la puerta, y se dará orden al Inspector de verificarlo.

Cuando un escolar coma de tal manera que la atención que pone en comer impida la que debería tener para escuchar las oraciones, las respuestas de la Santa Misa o el Catecismo, podrá impedírsele desayunar.

Cuando un escolar haya cometido varias faltas al leer por no haber preparado la lectura, se le podrá ordenar que aprenda de memoria algo del libro de la Imitación o del Nuevo Testamento, o incluso toda la lectura que no ha preparado, lo que sería más acertado, o se le podrá ordenar que lea una o dos páginas, según su capacidad, después que todos los demás hayan leído, y amenazándole con darle tantos azotes con las varas, como faltas cometa.

Si es del primer nivel, podrá dársele media página para leer, si es del 2º nivel, se le dará una página, y si es del tercer nivel, se le darán dos páginas para leer.

Cuando un alumno no siga, podrá dársele como penitencia que tenga el libro delante de los ojos durante media hora, sin apartar la vista de él.

Cuando un alumno no haya escrito lo que debe escribir, o no se haya aplicado para hacerlo bien, se le podrá imponer como penitencia el escribir en su casa una o dos páginas, de esmerarse en escribirlo bien, y de presentarlo a la siguiente vez, señalándole algunas letras, algunas palabras o máximas particulares que deberá escribir.

Cuando un alumno haya sido inmodesto durante las oraciones, o que no haya rezado a Dios, podrá ordenársele que, uno o varios días, se ponga en medio de la clase durante las oraciones, con las manos juntas, los ojos bajos y con una gran modestia, con la advertencia de que si levanta los ojos o comete la menor ligereza, se le aplicará la corrección.

Cuando un escolar se haya comportado ligeramente en la iglesia, se le podrá hacer oir una segunda misa al final de las clases, o hacerle quedar media hora más en la iglesia, si no hay misa.

Cuando se haya sentado sobre sus talones al estar de rodillas, se le hará permanecer durante un tiempo considerable de rodillas en la clase, y se le hará quedar bastante tiempo de pie, con las manos juntas, los ojos bajos o fijos en el Crucifijo o en algún otro cuadro, con tal que no sea durante la lectura.

Se hará estar de pie a aquellos que se apoyen sobre la mesa o que tengan posturas dejadas o indolentes.

Cuando un alumno no haya memorizado el catecismo del día anterior,se le obligará a aprender y a recitar lo de ese día, sin cometer ninguna falta y sin omitir nada, y tendrá que recitarlo al final de las clases, y se le obligará a escucharlo de pie, descubierto y con las manos juntas, y se le impondrá el aprender en un día una o dos lecciones de Catecismo, según su capacidad.

Cuando un alumno no sepa perfectamente la lección que tenía que aprender durante la semana, se le obligará a aprenderla y a recitarla el lunes, y, además de esto, se le mandará aprender para la semana siguiente mucho más que a otro, según su capacidad, y se le obligará a saberla perfectamente sin cometer ninguna falta, bajo pena de doble corrección y de continuar con la misma penitencia la semana siguiente.

Cuando un escolar haya jugado al volver de la escuela, antes de llevar los libros, se le prohibirá jugar durante tres días, y se mandará a varios escolares que le vigilen para ver si lo cumple.

Para castigar a los oficiales que no han cumplido bien su oficio, se les podrá suspender de él durante varios días para que se sientan algo avergonzados.

Una de las penitencias más adecuadas y de mayor utilidad es hacer que los alumnos memoricen alguna cosa.

 

CAPÍTULO 6

De las ausencias

 

ARTÍCULO 1

De las diferentes clases de ausencias

 

SECCIÓN 1

De las ausencias regularizadas y con permiso

 

Hay alumnos que piden permiso para ausentarse regularmente todos los días de la semana durante cierto tiempo cada día; se les podrá conceder con moderación y por las razones siguientes, después de haberlas examinado detenidamente.

Se podrá algunas veces conceder a ciertos alumnos ausentarse de la escuela entre semana, como, por ejemplo, los días de mercado para trabajar en ellos, o por razón de su empleo, con tal que no sea por la tarde y que sea para trabajar y para ninguna otra cosa.

También se podrá permitir a algunos por la misma razón, asistir a la escuela todos los días, únicamente por la tarde, pero no se permitirá a ninguno asistir solamente por la mañana.

También se podrá permitir a algunos por la misma razón, llegar a la escuela,por la mañana, a las 9, y por la tarde a las 3, con tal que se queden en la escuela hasta el final.

No se permitirá a ninguno venir a la escuela desde el principio y marcharse antes del catecismo, sino que todos los alumnos deben asistir al catecismo y a la oración.

Se podrá, sin embargo, permitir algunas veces, por razones importantes, a los que trabajan, y aún todos los días a los que escriben, que vengan a la escuela desde el inicio de las clases para leer o para escribir, y salir antes de que terminen las clases, a condición de que acudan también por la tarde, y que asistan al catecismo y a la oración.

 

SECCIÓN 2

De las ausencias no regularizadas, cuáles pueden permitirse y cuáles no.

 

Sucede a veces que los domingos y fiestas, los escolares piden permiso para ausentarse, unos para ir de paseo, o para ir a ver a sus parientes, otros para ir en peregrinación y otros para ir a alguna cofradía.

No se permitirá a ningún escolar, ausentarse del catecismo, los domingos y fiestas, por ninguna de esas razones.

Los días que se da escuela se podrá algunas veces permitir a los alumnos ir en peregrinación a lugares distantes de la ciudad, y a los que acude gran concurso de gente, siempre que vayan con sus padres y que se vea que sólo la devoción y piedad les mueven a ello; y no se les concederá este permiso si sus padres no lo piden. Pero nunca se les permitirá ir solos con otros escolares u otros muchachos.

Tampoco se les permitirá ausentarse de la escuela para asistir a procesiones, a no ser la procesión del Santísimo Sacramento, si sucede que dicha procesión se tenga en alguna parroquia un día de escuela.

Se permitirá a los alumnos de una parroquia ausentarse de la escuela el día de la fiesta del patrono de la parroquia en la cual viven, cuando sea solemne y que los feligreses la celebren.

Se podrá permitir a los alumnos cuyos padres ejerzan algún oficio, faltar a la escuela el día de la fiesta del patrono de ese oficio, pero se les exhortará con todo para que asistan a la escuela ese día por la tarde.

No se permitirá a ningún alumno ausentarse el día de Santo, o el de su padre o de su madre, o de algunos otros de sus parientes.

No se permitirá tampoco a ningún escolar ausentarse de la escuela para ir a comprar ropa, zapatos, un gorro, o por cualquier necesidad parecida, a menos que sea imposible a los padres encontrar otro tiempo, fuera del de la escuela, para estas necesidades, como puede suceder algunas veces durante el invierno.

No se permitirá tampoco a los escolares de ausentarse de la escuela para cuidar la casa, para enviar algún mensaje, para coser su ropa, o por cosa parecida, a menos que parezca que la cosa es totalmente necesaria y no puede esperarse a otro momento.

No se permitirá a ningún escolar faltar a la escuela el lunes y martes antes de Cuaresma; y se observará muy exactamente esta práctica, que debe ser tenida como de gran importancia.

 

SECCIÓN 3

De las causas de las ausencias y de los remedios que pueden ponerse.

 

Si los alumnos se ausentan fácilmente de la escuela, es por culpa de los mismos alumnos, de sus padres, o por culpa de los maestros y de los visitadores.

La primera causa de la ausencia de los alumnos, proviene de los mismos alumnos, sea por ligereza, sea por independencia, o porque se han disgustado de la escuela, o porque tienen poco afecto al maestro, o porque se han disgustado de él.

Los que se ausentan por ligereza, son los que actúan conforme a lo primero que les viene a la mente y a la imaginación; que se van a correr, o jugar, o pasear con el primero que encuentran, y que no reflexionan en lo que hacen.

Es muy difícil impedir que esa clase de alumnos no se ausente de vez en cuando. Lo único que se puede hacer, es procurar que esas ausencias sean raras y de poca duración.

Hay que corregir poco a esos alumnos por sus ausencias, ya que al día siguiente o a la primera ocasión, volverán a faltar, porque no hacen caso, ni de lo que se les dice, ni de de la corrección que han recibido, pues la ligereza les vence; se les induce más a venir a la escuela por la bondad, y ganándoselos por cualquier otra razón, que por la corrección o por el rigor.

Los maestros procurarán animar de vez en cuando a esa clase de alumnos, estimularlos con algunas recompensas, y de hacerlos asiduos a la escuela con algún encargo exterior que les mantenga ocupados y sujetos, en cuanto sean capaces; sobre todo nunca los amenazarán con la corrección.

La 2ª razón por la que los alumnos faltan a la escuela es el ansia de independencia, al no poder soportar el permanecer todo el día en el mismo sitio, atentos y con aplicación de la mente; o bien porque les gusta correr y jugar.

Estos muchachos por lo común, están inclinados al mal, y el vicio sigue a su ansia de independencia. Por tanto hay que aplicarse con sumo cuidado para remediar esas ausencias, y no ha de omitirse nada para prevenirlas o impedirlas.

Será muy oportuno confiar algunos oficios a estos escolares, si se les juzga capaces de ello; eso les dará cariño a la escuela, y hasta llegará, algunas veces, a convertirles en modelo para los demás.

Hay que ganárselos y estimularlos, mas sin abdicar, por eso, de la firmeza, y castigarlos cuando proceden mal o faltan a clase, pero manifestarles mucho afecto por el bien que hacen, y premiarles por cosas insignificantes, lo que no se debe hacer más que a esta clase de alumnos y a los alumnos ligeros.

La tercera razón por la cual los alumnos se ausentan es que se disgustan de la escuela. Esto puede provenir de que el maestro encargado de la clase es nuevo, y no está suficientemente formado y no sabe bien la manera de proceder en la escuela y de dominar a sus alumnos; o bien porque es un maestro demasiado blando y no exige orden y silencio en clase.

El remedio para esas ausencias es no dejar a un maestro solo en una clase, y no adjudicarle completa responsabilidad sino cuando ya esté bien formado por algún director con mucha experiencia de las escuelas.

Esta práctica reviste muchísima importancia para el bien de los maestros y de los alumnos y para evitar frecuentes ausencias al igual que varios otros desórdenes.

Respecto de los maestros que son blandos y no tienen orden ni saben proceder, el remedio será que el director les vigile y mande estar muy pendiente de ellos, y les haga dar cuenta de todo lo que haya pasado en la clase; y sobre todo que controle a los ausentes, y que sea muy exigente con respecto a ellos, y justo en imponer una penitencia a esta clase de maestros cuando hayan faltado a alguna de sus obligaciones, por pequeña e indiferente que parezca.

La cuarta razón por la que los alumnos faltan a la escuela es porque tienen poco cariño al maestro, que no sabe animarlos, que no encuentra la manera de ganárselos, y tiene apariencia triste y adusta. O porque están asqueados de él, porque grita y pega por cualquier razón y casi habitualmente; recurre al rigor, a la dureza y a las correcciones. Lo cual hace que los alumnos no quieran ir a la escuela, y que incluso haya que traerlos a la fuerza.

Los remedios para estas clases de ausencias serán, que los maestros se esmeren para ser muy benévolos, para tener un porte afable, distinguido y acogedor, sin llegar con todo a la vulgaridad; y para hacerse todo para todos sus alumnos para ganarlos a todos para Jesucristo, porque deben persuadirse de que la autoridad se adquiere y se mantiene en una escuela más por la firmeza, la seriedad y el silencio que por los azotes y la dureza; en una palabra, que la principal causa de las ausencias frecuentes es la frecuencia de las correcciones.

La quinta causa principal de la ausencia de los alumnos corresponde a los padres; o porque descuidan mandarlos a la escuela, no importándoles mucho el que vayan o dejen de ir, o el que sean asiduos, lo cual es bastante ordinario entre los pobres; o porque manifiestan indiferencia o frialdad por la escuela, convencidos de que sus hijos no aprenden nada, o muy poca cosa, o porque quieren que trabajen.

El medio de remediar la negligencia de los padres, sobre todo pobres, será el hablarles y darles a conocer la obligación que les incumbe de procurar la educación de sus hijos y el perjuicio que les ocasionan si no les hacen aprender a leer y a escribir; cuánto puede perjudicarles, y que no serán aptos para ningún empleo por no saber leer ni escribir. Y es esto lo que deben procurar hacerles comprender más bien que el mal que puede hacerles la falta de instrucción en cosas relativas a su salvación, ya que no practicando los pobres la religión, se sienten poco afectados por ello.

En segundo lugar, como esta clase de pobres son ordinariamente aquellos a quienes se da limosna, hay que tratar de convencer a los señores Párrocos y a las Damas de la Caridad para que no les den ninguna limosna si no envían a sus hijos a la escuela. Hay que proporcionarles incluso una lista de todos aquellos que no asisten a la escuela, sus nombres y edad, el de sus padres y madres, de sus parroquias y lugar donde viven, a fin de que no se dé ninguna limosna a sus padres, y que los señores Párrocos puedan obligarles a enviar a sus hijos a la escuela.

En tercer lugar, hay que procurar atraer a esta clase de niños, hacerles venir a la escuela, y emplear todos los medios posibles para ganárselos, lo cual puede tener éxito con alguna frecuencia, ya que, habitualmente los hijos de los pobres hacen lo que les viene en gana, ante la despreocupación total de los padres, quienes hasta caen en cierta idolatría: quieren lo que quieren sus hijos; basta, pues, que los niños quieran ir a la escuela, para que los padres los envíen con gusto.

Cuando los padres retiran a sus hijos de la escuela demasiado jóvenes, para ponerlos a trabajar, cuando no están todavía debidamente instruidos, hay que hacerles notar que van a perjudicarles mucho, y que por ganar una bagatela les hacen perder ventajas mucho más considerables;

Para lograrlo hay que hacerles ver cuánta importancia tiene para un artesano el saber leer y escribir pues, por pocos alcances que tenga, si sabe leer y escribir, es capaz de todo; hay que comprometer a los padres para que envíen a sus hijos, sea una hora tanto por la mañana como por la tarde, sea toda la tarde entera. Hay que conceder atención especial a esa clase de alumnos y tener de ellos mayor cuidado.

Si sucediera que los padres se quejasen de que sus hijos no aprenden nada o casi nada, y que por este motivo quisieran retirar a sus hijos, hay que evitar este inconveniente: 1º no poniendo a ningún maestro en la clase de los escribanos que no sea capaz de enseñar a escribir. 2º procurar no poner o dejar en una escuela a un maestro que no sea capaz de cumplir bien con su deber, y de enseñar bien a los niños de los que esté encargado.

Como la capacidad de los maestros es diferente, y algunos tienen naturalmente más firmeza, dominio, y entrega que otros, pueden también enseñar a un número de alumnos mayor que aquéllos que tienen menos de estas cualidades o en menor grado. Con el fin de que puedan enseñar bien a los alumnos de los que están encargados, hay que hacer que el número de alumnos sea proporcionado a la capacidad de los maestros.

Los Directores de las casas o Inspectores de las escuelas deben velar con mucho cuidado sobre todos los maestros de los que están encargados, especialmente los menos dotados, y procurar que instruyan con toda la aplicación posible a todos los alumnos que se les confían sin desentenderse de ninguno y que ese cuidado sea el mismo para todos, e incluso mayor para los más ignorantes y los más negligentes; que todos los maestros hagan observar el orden en las clases y que los alumnos no se ausenten con demasiada frecuencia; la libertad que se les concede para ausentarse suele ser la causa de que no aprendan nada.

La tercera razón principal por la que los alumnos se ausentan fácilmente es porque el Inspector de las Escuelas o los maestros toleran demasiadofá- cilmente las ausencias, y reciben y aceptan la justificación de ausencia, de quienes se han ausentado de la escuela sin permiso, o que conceden a los alumnos con demasiada facilidad permiso para ausentarse.

El medio para evitar tales inconvenientes es que cada maestro preste mucha atención a los visitadores, y que estos anoten con exactitud los ausentes de su barrio, que los visiten a todos, que no se dejen engañar admitiendo falsos motivos, y que los visitadores den cuenta luego a los maestros de los motivos que se han alegado; que el Inspector exija a los padres que traigan a sus hijos cuando se hayan ausentado, y que no reciba a ningún alumno que ha faltado sin saber y sin haber examinado bien los motivos que haya tenido para ausentarse; que, incluso, pida informes al maestro sobre él, antes de recibirle y si tiene dudas y por otra parte, no sabe nada, que pida informes al padre que presenta la justificación de ausencia.

Los motivos habituales son, o que los padres tienen necesidad de ellos, o que han estado enfermos, o que han faltado por ceder a sus impulsos irreflexivos.

Respecto al primer motivo, para que sea bueno y válido es preciso que la necesidad sea importante y que suceda rara vez.

En cuanto al segundo motivo, para que sea bueno y válido, el Inspector y el maestro no lo admitirán si se [ha visto] al alumno fuera de su casa [o] jugando con otros alumnos; cada maestro cuidará incluso de que los visitadores vean a todos los alumnos enfermos, y que le digan en qué estado les han encontrado.

Por lo que se refiere a los libertinos, el Inspector y el maestro observarán lo que se ha dicho en el artículo acerca de los alumnos a quienes hay, o no hay, que corregir, y no los corregirán por sí mismos, sino que obligarán a los padres a corregirlos ellos mismos en su casa antes de que vuelvan a la escuela.

En cuanto a los que se ausenten sin permiso, bajo pretexto de que sus padres tenían necesidad de ellos, no habrá que perdonarles fácilmente, y como, habitualmente son siempre los mismos los que se ausentan, si recaen tres o cuatro veces sin ninguna preocupación, habrá que despacharlos, y no volverlos a recibir, a menos que ellos y sus padres estén decididos a pedir permiso cada vez que vuelvan a ausentarse.

Pero una de las cosas que los maestros deben tener muy en cuenta es el no conceder fácilmente el permiso de ausentarse, pues causaría mucho desorden en las escuelas, y sería la causa de que hubiese siempre algunos ausentes. Es preciso que los maestros se muestren siempre difíciles en conceder esta clase de permisos, que no los concedan sin haber examinado cuidadosamente los motivos, y que los juzguen buenos y oportunos. Y, si dudan, que consulten sobre esto al Director o al Inspector. Es preciso también que, además de mostrarse difíciles, no concedan estos permisos sino muy rara vez.

Las ausencias u obedecen a causas fútiles, o deben ser raras; por lo cual deben prestarles gran atención los maestros y sobretodo los Inspectores. Es preferible despedir a los alumnos antes que permitirles ausencias frecuentes, pues esto constituye un pésimo ejemplo.

Así, se encontrarán tres o cuatro a lo sumo, en una escuela, que pedirán ausentarse, y si se les concede esto propiciará que los otros se ausenten también fácilmente. Vale más despedir esa clase de alumnos y tener cincuenta muy asiduos, y no cien que se ausentan a cada paso; o en caso de necesidad, que se ausenten más bien ciertos días a la semana, o que no vengan más que ciertas horas cada día. El Inspector tomará esto en consideración y será muy fiel y exigente en hacer observar este artículo.

Sin embargo, antes de despedir a los alumnos por ese motivo, o por otras razones, el Inspector hablará varias veces con los padres para hacerles ver cuánta importancia tiene el que sus hijos asistan asiduamente a la escuela; y que sin esto será casi imposible que aprendan algo, pues olvidan en un día lo que habían aprendido en varios.

Ni el Inspector de las Escuelas, ni los maestros, despacharán a los alumnos sino cuando parezca que, ni ellos ni sus padres muestran interés respecto a cuanto se les ha dicho sobre esto, y , en este caso, no dejarán de despacharlos.

Antes de despedir a los alumnos por causa de ausencia, o por otros motivos, resulta a propósito emplear los medios siguientes:

1º Privar a un alumno que se hubiese ausentado, aun con permiso, de todos los permisos y recompensas que le hubieran sido otorgadas si hubiese sido asiduo.

2º No cambiarle de clase o de nivel de lectura en la siguiente ocasión, aunque sepa leer perfectamente, o aunque mereciese ser cambiado.

3º No hacerle leer durante varios días, o incluso una semana, y ponerse de acuerdo con sus padres sobre ello, no recibiéndole más que con esta condición, sin poder faltar a la escuela durante este tiempo, por la razón que sea.

4º Tenerle de pie varios días en la escuela, junto a la puerta, o valerse de una penitencia que le humille y que apene a sus padres, a fin de inducirlo a que asista asiduamente, y obligar a sus padres para que favorezcan esa asiduidad.

La cuarta causa principal de la ausencia de los escolares se relaciona con los visitadores, o porque no son aptos para ese oficio, o porque no señalan exactamente los ausentes, o porque no van a casa de los mismos cada vez que están ausentes, o porque se dejan sobornar ya por los padres, ya por los escolares, para reportar falsas razones.

Para impedir este inconveniente es preciso que el Inspector y el maestro de cada clase procedan con gran cuidado para escoger bien a los visitadores de los ausentes y procuren que tengan todas las cualidades señaladas en el artículo donde se habla de estos oficios; y si observan después, que no son aptos para ese empleo o no lo desempeñan bien, los cambiarán. Con todo, para alentarlos a cumplir bien con su oficio, el Inspector y el maestro procurarán que sean recompensados todos los meses conforme a la fidelidad de cada cual y de manera que les resulte agradable y les animen a cumplir debidamente un oficio de tanta importancia.

Es preciso que el maestro sea exacto en leer todos los días, cada vez que haya escuela, las listas de los visitadores y de los de los primeros de cada banco y fijarse para que unos y otros no dejen de entregarlas a la hora señalada en el artículo de su oficio; y examine al leerlas, si todos los ausentes están exactamente señalados en ambas listas, y si se corresponden uno con otro.

3º Para obligar a los visitadores a ir cada vez a casa de los ausentes, sin faltar, el maestro sopesará mucho las razones de las ausencias que los visitadores les reporten, examinando con cuidado la solidez y las consecuencias; hará de tiempo en tiempo preguntas imprevistas a los visitadores para sorprenderles y verificar si dicen la verdad, y si lo que dicen es efectivamente tal como lo dicen.

4º Para mejor discernir si los visitadores no se han dejado sobornar ya por los escolares, ya por sus padres, el maestro prohibirá a los visitadores bajo pena de corrección, el recibir cualquier cosa de los escolares ausentes o de sus padres.

[5º] Preguntará en particular a algunos escolares vecinos, si han visto a ese escolar ausente, y si saben la causa de su ausencia, o qué hace. Cuando el maestro dude de la veracidad de la razón de la excusa que el visitador le haya reportado, enviará a un escolar fiel a casa del ausente en cuestión, e incluso de vez en cuando a casa de varios ausentes, durante el tiempo mismo de la clase, sin que lo sepa el visitador, para ver si dicho escolar le reporta la misma razón de la ausencia que el visitador le haya dado. Y si el Inspector o el maestro comprueban que el inspector se ha dejado corromper, será corregido muy severamente en lugar del que haya estado ausente, y, si recae una segunda vez, será corregido y luego depuesto.

Del que debe [recibir] y aceptar las justificaciones de los ausentes, y de la manera de hacerlo.

El Hermano Director o el Inspector de las escuelas recibirá y aceptará las excusas de los ausentes, en la escuela en la que se encuentre actualmente, cuando los traigan de nuevo, en el caso de que sea Inspector de diversos barrios; y, si no es Inspector más que de una escuela, recibirá y aceptará las justificaciones de ausencia de todas las clases de esta escuela. Si es Inspector de las escuelas de diferentes barrios, el Director encargará a un Hermano de cada escuela de recibir y de aceptar la justificación de los ausentes, cuando el Inspector no esté en ella, y de darle cuenta luego de los que hayan traído durante su ausencia.

No se podrá recibir y aceptar justificaciones de los ausentes más tarde de las ocho y media, por la mañana, y después de las dos, por la tarde.

Los maestros no dejarán de advertir a todos los alumnos, que los que se hayan ausentado, tienen que encontrarse en la escuela antes que el maestro, y que, si no se acepta la excusa antes del toque de campana, a las ocho y media, por la mañana, y a las dos, por la tarde, serán despachados, independientemente de las razones que pudieran alegar, ellos, o sus padres.

No se recibirá ni aceptará justificación de ningún escolar ausente, si no es por causa de enfermedad, de lo cual se esté seguro, y si alguno de sus padres no lo trae a la escuela.

Los escolares que hayan estado ausentes no entrarán en la escuela, antes de que la persona que los traiga no haya hablado con el que recibe a los ausentes. El lugar donde se aceptarán las justificaciones de ausencia será delante de la puerta de entrada de la escuela.

Si los padres, cuando vuelven a traer a sus hijos, presentan quejas del maestro, el que las recibe procurará siempre excusarle, aunque crea que el maestro tiene la culpa.

Dará enseguida al maestro, las indicaciones que juzgue oportunas, si es Director. Si no lo es, procurará informar al Director de todo lo que le hayan dicho, las quejas que le hayan presentado y por qué motivo.

El que recibe las justificaciones de los ausentes procurará terminar con los padres en pocas palabras, y si los padres tienen algo de culpa en la ausencia de sus hijos, les hablarán seriamente, a fin de causarles impresión, y sin aceptar la justificación fácilmente. Dará, sin embargo a los padres, las indicaciones necesarias para impedir las ausencias de sus hijos.

Si el alumno ha estado ausente por culpa de sus padres hará entrar a aquél en la escuela y después hablará con los padres en particular, para hacerles reconocer su falta y el daño que ha hecho a su hijo, ocasionando o permitiendo sus ausencias, y hará que se comprometan a ser exactos en hacer venir asiduamente al escolar, señalándole incluso que, si falta nuevamente por los mismos motivos, ya no se le admitirá; y habrá que cumplirlo efectivamente.

Si el alumno se ha ausentado por su culpa, el Inspector o el que le reemplaza, le reprenderá en presencia del padre que le acompaña, y le dará luego en particular, las recomendaciones oportunas para impedir estas ausencias.

Si el Inspector no conoce la conducta del alumno, y los motivos por los que se ha ausentado, o si tiene dudas, irá a preguntar al maestro dejando al alumno y a su padre en la puerta, y después regresará a hablar con ellos, y les dirá lo que juzgue pertinente.

Los alumnos que hayan estado ausentes y cuya ausencia haya sido justificada, entrarán en la escuela y permanecerán en medio de la clase, hasta que el Inspector [o] el que le reemplaza, hayan hablado con sus maestros, y que estos les hayan indicado ir a su puesto, o al banco de los ausentes.

Cuando el Inspector o el que le reemplaza haya recibido y aceptado la justificación de los ausentes, y cuando ya no haya nadie más en la puerta, informará al maestro de cada clase de los escolares que han traído, lo que los padres le han dicho, y, de los que él ha recibido y aceptado la justificación, cómo y bajo qué condición los ha recibido.

 

ARTÍCULO 4

De las sanciones que se impondrán a los escolares

 que se hayan ausentado sin permiso o que lleguen tarde.

 

Los escolares que se hayan ausentado sin permiso, una vez recibidos, irán a colocarse en su clase en el banco de los negligentes, que es para los ausentes sin permiso y los retrasados. Permanecerán en este banco el doble de tiempo que hayan faltado a la escuela, de modo que si han faltado medio día, permanecerán un día entero en ese banco, y así los demás, según el tiempo que hayan faltado; y mientras permanezcan en ese banco no estarán con los demás de su nivel; sino que un escolar les hará leer durante el desayuno y la merienda, y , si están aprendiendo a escribir, no escribirán.

Los que lleguen retrasados se colocarán también en este banco, siempre que lleguen tarde, y no leerán, y el visitador de su barrio irá a decir a sus padres al fin de las clases, que no han leído porque han llegado tarde.

Cuando algún escolar llegue retrasado dos veces en una semana, será castigado con varas, a menos que haya tenido permiso con antelación.

Los que se hayan ausentado 10 veces, es decir, 5 días completos de clase durante un mes, incluso con permiso, no serán cambiados de nivel al fin de mes, incluso si son aptos para ello.

Los que dejen de venir dos días completos, es decir 4 veces a la escuela durante un mes sin permiso, no serán cambiados de nivel al fin de mes. Los que hayan llegado retrasados 6 veces durante el mes tampoco serán cambiados.

 

CAPÍTULO 7

De los asuetos

 

Es importante que los asuetos y las vacaciones estén siempre reglamentados de la misma manera en las escuelas, y es una de las cosas que contribuirá mucho para mantener el orden debido. 

Hay cuatro cosas respecto a este capítulo.

1º Los asuetos ordinarios y
2º los asuetos extraordinarios, cuándo se pueden conceder o no.
3º Las vacaciones.
4º La manera de indicar y de dar a conocer los días de asueto, así a los maestros como a los alumnos.

 

ARTÍCULO 1

De los asuetos ordinarios

 

Los asuetos ordinarios serán los indicados a continuación. Se dará asueto todo el día, el jueves de cada semana del año durante la cual no haya fiesta.

Cuando haya una fiesta en la semana, si esta fiesta cae el lunes, el martes o el sábado, se dará asueto el jueves por la tarde. Si la fiesta ocurre el jueves o el viernes, se dará asueto por la tarde del martes. Y si cae el miércoles, no habrá asueto esa semana.

Cuando ocurran dos o más fiestas en una semana, no se dará asueto.

El día de Todos los Difuntos, habrá asueto durante todo el día. El día de la fiesta de San Nicolás, patrón de los alumnos, y el Miércoles de Ceniza, se dará asueto durante todo el día en lugar del jueves.

Sin embargo, en cada uno de esos dos días se hará venir a los alumnos por la mañana a la escuela, y se les dará el catecismo desde las ocho hasta las nueve; el día de San Nicolás, sobre el asunto de la fiesta, y el Miércoles de Ceniza, sobre la ceremonia de la Ceniza. A las nueve se rezará la oración de la mañana, y después se llevará a los alumnos a la Santa Misa, a la iglesia en que se acostumbre oírla.

El Miércoles de Ceniza, después de la Santa Misa, se les hará recibir la ceniza; si hay algún intervalo entre la oración y la asistencia a la misa, se enseñará prácticamente a los escolares, lo que deben observar, y cómo deben acercarse al altar para recibir la ceniza; si no hay intervalo entre la oración y la asistencia a la Santa Misa, se hará durante el último cuarto de hora del Catecismo.

Si la fiesta de San Nicolás cae en domingo, se trasladará la celebración de la fiesta para los alumnos al jueves siguiente, en cuyo día se hará lo señalado anteriormente.

El día de la fiesta de San José, que es el Patrón de la Comunidad, se dará asueto todo el día en lugar del jueves; cuando dicha fiesta ocurra en domingo o durante la Semana Santa, se celebrará el día en que la Iglesia la haya señalado, o en la diócesis a la que cada casa pertenece.

Se dará asueto desde el Jueves de la Semana Santa inclusive hasta el martes de la semana siguiente exclusive, en cuyo día se reinician las clases.

Los días de las fiestas de la Transfiguración de N.S., de la Exaltación de la Santa Cruz, de la Presentación y Visitación de la Santísima Virgen, se dará asueto todo el día, en lugar del jueves, a menos que alguna de estas fiestas caiga en domingo, y no se dará otro asueto en toda la semana.

 

ARTÍCULO 2

De los asuetos extraordinarios

 

No se dará ningún asueto extraordinario sin evidente e indispensable necesidad, y cuando el Hermano Director de una casa se crea obligado a dar alguno, pedirá el parecer del Superior del Instituto, antes de otorgarlo, en caso de que pueda prever esto.

Si no ha podido preverlo, se lo pedirá enseguida al Superior del Instituto, dándole a conocer las razones que le han obligado a ello.

Cuando sea necesario dar un asueto extraordinario, se dará siempre en lugar del jueves o del asueto de la semana. Si ocurre una fiesta en esa semana, el asueto extraordinario se dará sólo por la tarde, cuando la necesidad sea sólo por la tarde; y si la necesidad es por la mañana, se dará asueto todo el día.

Las ocasiones en las que se dará asueto extraordinario son las siguientes: Se dará asueto los días de Ferias cuando duran un solo día.

Se dará asueto el día del entierro de un Hermano, fallecido en la casa de esta ciudad. Se hará de manera que se entierre siempre a los Hermanos por la tarde solamente.

Si no se puede tener el Funeral, ni al día siguiente ni en la misma semana, se dará asueto por todo el día, en el día del entierro, en lugar del jueves.

Si se puede tener el funeral al día siguiente, se dará también asueto durante todo el siguiente día.

Si se tiene el Funeral un día alejado del entierro, en la misma o en otra semana, el día del Funeral se dará asueto durante todo el día.

Se dará asueto los días en que haya alguna ceremonia o alguna cosa extraordinaria en la ciudad, siempre que no sea mala o que no resulte perjudicial la asistencia de los escolares, y cuando se juzgue que no se puede impedir a los escolares de ir a ver esa cosa extraordinaria, ni se puede obligar a que vengan a la escuela.

Se dará asueto el día del Patrón de cada una de las parroquias en las que se tienen las escuelas; se dará también asueto los días de ciertas fiestas, que, aunque no sean días de obligación, se celebran, sin embargo, en la ciudad o en la parroquia en la que está situada la casa del Instituto en esa ciudad.

Se dará también asueto el día de la octava del Santísimo Sacramento, incluso cuando haya una fiesta en esa misma semana.

Las ocasiones en que no se dará asueto, ni ordinario ni extraordinario, son los días siguientes.

Nunca se dará asueto, en ningún lugar, el lunes y el martes que preceden inmediatamente al primer día de Cuaresma, y que ordinariamente se llaman el lunes y martes de carnaval. Se obligará incluso a los alumnos a ser más exactos para acudir a la escuela en esos días que en cualquier otro, y de no faltar, a menos que estén enfermos.

No se dará asueto en ningún lugar, los días de Rogativas y de la fiesta de San Marcos, so pretexto de asistir a las procesiones, y tampoco se conducirá a los alumnos a ellas.

No se dará asueto el día al que se haya trasladado la fiesta de San Nicolás, desentendiéndose de que es el día de una de las fiestas del Patrón de los escolares. No se dará asueto en ningún lugar los días de las fiestas de los Patronos de los oficios, sin ninguna excepción.

No se disminuirá el tiempo de escuela, sino debido a una necesidad evidente e indispensable.

 

ARTÍCULO 3

De las vacaciones

 

Este artículo comprende cuatro cosas:

1º lo que hace referencia propiamente a las vacaciones;
2º los consejos que los maestros darán a los alumnos para pasar bien las vacaciones;
3º lo que se hará el último día de clase antes de las vacaciones;
4º lo que se hará el primer día de clase después de las vacaciones.

Todos los años las escuelas suspenderán sus actividades durante un mes. Esta interrupción de la escuela se llama vacaciones.

No se cambiará a los escolares de nivel el último día antes de las vacaciones, sino que se esperará hasta después de ellas. Se les hará comprender, sobre todo a los que son más lentos o que se aplican poco en la escuela, que, en casa, durante las vacaciones, tienen que estudiar y leer a menudo, y escribir, aunque estén aprendiendo, con el fin de no olvidar lo que hayan aprendido ; y para que no se les tenga que colocar, por su pereza, en un grado inferior de nivel, o incluso en un nivel inferior a aquél en el que están.

El ultimo día de clase antes de vacaciones, se dará únicamente el catecismo desde la una y media hasta las tres, y se hará sobre la manera cómo los alumnos deben pasar el período de vacaciones.

Los principales consejos que los maestros darán a los escolares para pasar bien las vacaciones son:

no omitir durante este tiempo, al levantarse y al acostarse, las oraciones de la mañana y de la noche que todos los días se rezan en las escuelas.

2º oír todos los días la Santa Misa, con devoción, y rezar las oraciones que están en el libro de ejercicios, durante la Santa Misa;

3º Asistir todos los domingos y días de fiesta a la Misa Mayor y a Vísperas, en su parroquia.

4º Ir a confesarse, y los que comulgan que lo hagan al menos una vez durante ese período.

5º Pasar todos los días, por lo menos un cuarto de hora delante del Santísimo Sacramento.

6º Rezar todos los días el rosario para adquirir y conservar la devoción a la Santísima Virgen.

7º No frecuentar malas compañías.

8º No tomar frutos en los huertos y las viñas, lo que sería un hurto;

9º No bañarse, no jugar a las cartas, ni a los dados, ni apostar dinero.

A las tres se rezará la oración, y después el maestro entregará las recompensas a los alumnos de acuerdo con su religiosidad y asiduidad.

Distribuirán también los papeles a los escribanos y darán los modelos, para que puedan practicar la escritura durante las vacaciones e incluso les animarán a hacerlo.

Al terminar el catecismo, señalarán y comprometerán a los alumnos a encontrarse todos el día que se les indicará, a las siete de la mañana, para asistir a la misa del Espíritu Santo que se dirá a su intención; luego, al cambio de nivel que se hará inmediatamente después.

Cada maestro hará comprender a sus alumnos que los que no se encuentren en la escuela antes de la Santa Misa, no se les cambiará del nivel en el que estaban antes de las vacaciones.

El primer día de escuela después de las vacaciones, los alumnos se reunirán a las 8, como de ordinario, después de haber dicho la oración que se reza todos los días al comienzo de la escuela, y el maestro llevará a los alumnos a misa , que se dirá para implorar la asistencia del Espíritu Santo.

Por lo cual se pedirá a los señores Párrocos en que están las escuelas de celebrarla o de hacerla celebrar, de lo contrario se la hará decir a expensas de la casa.

Este día y los siguientes se exhortará a los alumnos y se les cambiará de nivel. Se les mostrará a cada uno, su clase, su sitio, su nivel y su grado de nivel.

Los que no hayan asistido a la Misa del Espíritu Santo, el día de la vuelta a la escuela, permanecerán en el grado del nivel donde estaban antes de las vacaciones.

 

ARTÍCULO 4

De la manera de indicar y de dar a conocer los días de asueto, a los maestros y a los escolares.

 

Todos los domingos después de la acción de gracias de la Comunión, el Director de cada casa indicará a los Hermanos, que permanecerán de pie, los días de fiesta que habrá durante la semana, y el día que habrá asueto; si será por todo el día o sólo por la tarde.

Si ocurriera que deba darse algún asueto extraordinario, que el Director no haya previsto el domingo, lo señalará la víspera, por la mañana después de las letanías del Niño Jesús, o mediodía, después de las letanías de San José.

Si en alguna semana debe tenerse alguna actividad especial en las escuelas, procederá de la misma manera.

Si es una cosa extraordinaria y que el Director haya previsto, avisará de ello el domingo, si es una cosa que no ha previsto, avisará la víspera, en el oratorio, después de las letanías del Niño Jesús o de San José.

Cada maestro indicará en su clase, los días de asueto, o las actividades especiales que deban realizarse, la víspera al final de las clases, inmediatamente después de la oración de la noche.

Todos los maestros procurarán decir todas estas cosas en pocas palabras, sin olvidar nada, pero de modo que puedan escucharlo todos los alumnos.

 

CAPÍTULO 8

De los oficiales de la escuela

 

Habrá varios oficiales en las escuelas para desempeñar variadas y diferentes funciones, que los maestros no pueden o no deben ejercer por sí mismos. Estos oficiales serán:

1º- el recitador de oraciones;
2º- el que repite lo que el sacerdote debe decir, en los ensayos de la Santa Misa, llamado por este motivo el ministro de la Santa Misa;
3º- el limosnero;
4º- el portahisopo;
5º- el portarosarios y sus ayudantes;
6º- el campanero;
7º- el inspector y los vigilantes;
8º- los primeros de banco;
9º- los visitadores de los ausentes;
10º- los distribuidores y recogedores de papeles;
11º- los distribuidores y recogedores de libros;
12º- los barredores;
13º- el portero;
14º- el llavero. 

Todos estos oficiales serán designados por los maestros en cada clase, el primer día de clase después de las vacaciones. Cada maestro pedirá el parecer del Director o del Inspector de las escuelas, y, si luego fuera preciso cambiarlos o reemplazar a alguno, el nombramiento de éste o de los otros seguirá idéntico procedimiento.

 

ARTÍCULO 1

Del recitador de oraciones

 

Habrá en cada escuela dos alumnos encargados de recitar las oraciones, uno por la mañana y otro por la tarde, que se substituirán mutuamente, en caso de que el que debe recitarlas llegue tarde o falte a la escuela;

El que haya recitado las oraciones una semana por la mañana, dirá la semana siguiente las oraciones de la tarde; y el otro cambiará igualmente.

Recitarán todas las oraciones que se hacen en la escuela, pausadamente, con atención y dignidad, según el orden que se señala en el capítulo de las oraciones, y en un lugar desde donde todas las clases puedan escucharlos fácilmente.

No se encomendará este oficio sino al alumno que sepa perfectamente todas las oraciones, que las rece con voz clara, y que tenga la voz bastante fuerte para que todas las clases le oigan; y que sea juicioso y modesto para no causar distracción entre los escolares.

Estos dos recitadores serán designados cada mes, y ambos serán del grupo de los que escriben. El maestro podrá hacer que continúen, con el parecer del Director o del Inspector de las Escuelas, en el supuesto de que no haya ningún otro que pueda hacerlo tan bien como ellos. No se les mandará continuar por otras razones, dado que este oficio contribuye mucho a hacer que los escolares recen bien las oraciones en particular, y para que tomen gusto en decirlas pausadamente y con atención.

 

ARTÍCULO 2

Del ministro de la Santa Misa

 

Habrá un escolar a quien corresponde hacer las veces del sacerdote durante la repetición de las respuestas de la Santa Misa, el martes de cada semana, durante el desayuno.

Cumplirán con este oficio de la siguiente manera: permanecerá siempre de pie en un mismo lugar, el que le responde estará de rodillas junto a él, como debe estar el monaguillo en la Santa Misa. Comenzará diciendo: In nomine Patris, etc... Introibo, etc... como el sacerdote dice al subir al altar; enseguida dirá el Kyrie eleison con el monaguillo, y todo lo que está en el libro que debe tener en la mano durante ese tiempo.

Al fin de los dos evangelios, en las dos o tres últimas palabras, hará inflexión de voz; hará inclinación de cabeza cuantas veces diga Jesús, María, y Oremus. Después del Sanctus hará dos genuflexiones pausadamente, una a continuación de la otra para hacer conocer al monaguillo el momento en el que debe tocar la campanilla para la consagración. Se golpeará tres veces el pecho en el Agnus Dei y al Domine non sum dignus. Después del Domine non sum dignus presentará un pequeño vaso como para recibir la primera ablución. Enseguida se volverá hacia el lado del monaguillo, colocando los cuatro dedos sobre ese vaso, como lo hace el sacerdote al recibir la segunda ablución, para dar a conocer al monaguillo cómo debe realizarla.

La primera vez que se repitan las respuestas de la Santa Misa, después de las últimas oraciones, cerrará el libro, y la segunda vez lo dejará abierto, para mostrar al monaguillo que, cuando el sacerdote deja el libro abierto, es preciso trasladarlo al otro lado.

Este escolar debe ser juicioso, tranquilo, modesto y reservado, con el fin de ser motivo de edificación e inspirar la modestia a los que repetirán las R[respuestas] de la Santa Misa.

Este oficial será cambiado cada mes, si el maestro lo juzga oportuno, después de haberlo propuesto al Director o al Inspector de las escuelas, y ,si se le cambia, es preciso que el que le substituya sea igualmente juicioso. Esta condición es algo sumamente importante en este oficio.

 

ARTÍCULO 3

Del limosnero

 

Habrá en cada clase un escolar encargado de recoger las limosnas, es decir, los pedazos de pan que se darán a los pobres durante el desayuno y la merienda.

Hacia la mitad y al terminar el desayuno y merienda, después de haber saludado al maestro, tomará en la clase el cesto que está destinado para esto. Lo presentará delante de los bancos, primeramente de un lado y después del otro, sin decir una palabra, evitando absolutamente el pedir algo a alguien.

Cuando camine en la clase, mientras ejerce este oficio, lo hará muy discretamente y sin ruido, y procurará no mirar fijamente a ningún escolar.

Cuando se hayan recogido todas o casi todas las limosnas, después de haber saludado al maestro, le presentará el cesto para distribuirlas.

Cada maestro procurará que el encargado de este oficio tenga compasión y afecto a los pobres, sobre todo que no tengan inclinación a la gula, y no permitirá que dé ningún pedazo de pan ni otra cosa, a nadie, y mucho menos que tome algo para sí de lo que haya en el cesto, y si se comprueba que ha hecho lo uno o lo otro, será severamente castigado y privado inmediatamente de este oficio. Este oficial será cambiado, cuando el maestro lo juzgue conveniente, con el parecer del Director.

 

ARTÍCULO 4

El portahisopo

 

En cada escuela habrá un alumno que llevará diariamente un hisopo a misa y a vísperas, para que los escolares puedan tomar agua bendita, al entrar en la iglesia y al salir de ella.

Este oficial y el portarosarios, encabezarán las filas para ir a la Santa Misa, y guiarán a los escolares a la iglesia.

Al entrar en la iglesia, este oficial se colocará junto a la pila de agua bendita, y permanecerá allí hasta que todos los escolares hayan pasado y tomado agua bendita.

Hará lo mismo cuando los escolares salgan de la iglesia. En el lugar en que el maestro o el Inspector le indicará, se colocará de tal manera que todos los escolares puedan tomar fácilmente agua bendita. En cuanto esté en su sitio, tomará agua bendita con el hisopo, sumergiéndolo en la pila de agua bendita y volverá a sumergirlo cuando note que se ha terminado.

Mantendrá el hisopo horizontalmente y extendido hacia adelante y evitará con sumo cuidado servirse de él para asperjar o bromear, bajo pena de recibir la corrección.

Durante todo el tiempo en que pasen los escolares, permanecerá de pie, con postura digna, con los ojos bajos sin mirar a ninguno de los que pasan y sin volver ligeramente la cabeza.

Si no se vuelve a la escuela después que todos los escolares hayan salido de la iglesia, irá, con el portarosarios a dejar el hisopo en el lugar donde se guarda habitualmente. Este oficial tiene que ser muy piadoso y muy juicioso. No se le cambiará durante el año, a no ser que el maestro, con el parecer del Director, lo juzgue necesario.

 

ARTÍCULO 5

El porta-rosarios y sus ayudantes

 

En cada escuela, habrá un escolar designado para llevar los rosarios a la iglesia, todos los días a la Santa Misa, y los domingos a la Misa Mayor y a Vísperas.

Este alumno recibirá los rosarios del maestro en número preciso, y tendrá cuidado de contarlos todos los días antes de la Santa Misa o al terminar la escuela, e indicará al maestro si faltan algunos.

El maestro los contará el último día de clase de cada semana. Habrá tantos manojos de rosarios como filas de dos escolares haya en la iglesia. Si los alumnos forman a lo largo más de una fila de dos, habrá uno o varios ayudantes para distribuirlos a cada fila de dos.

Tan pronto como los escolares estén de rodillas y en su sitio, este oficial tomará un manojo de rosarios, y dará uno o los otros a su, o a sus ayudantes; y cada uno de ellos pasará por una fila de dos, desde atrás hacia adelante, para distribuir los rosarios a los de esa fila que no sepan leer, es decir, a los que leen en los carteles, en el silabario y en el primer libro.

Una vez terminada la Santa Misa, pasarán igualmente por la fila que se les haya asignado, para recoger los rosarios a quienes los han dado al comienzo de la Santa Misa; seguidamente el portarosarios tomará los manojos de los ayudantes y los juntará con el suyo. Cuando vuelva a la escuela los contará.

Si los escolares ya no regresan a la escuela después de la Santa Misa, irá con el portahisopo a dejar los rosarios en el lugar donde ordinariamente los toma.

Este oficial estará también encargado de dar todos los días, al comienzo de la escuela, el rosario a los primeros que deben rezarlo en la escuela, y tendrá cuidado de acordarse quiénes han sido los últimos en rezarlo, en la clase anterior.

Tiene que saber el orden que debe guardar para rezarlo, por qué banco debe principiar y terminar. Advertirá a los escolares para que lo recen unos después de otros, siguiendo el orden de los bancos y la fila que tienen en el banco; cuando dos lo hayan rezado, tomará el rosario y lo llevará a los dos escolares siguientes.

Cuidará de que quienes rezan el rosario en la escuela lo hagan pausadamente y con modestia. Les vigilará y procurará que no hablen ni bromeen, que recen verdaderamente el rosario sin interrupción; y si nota que faltan en alguna de estas cosas, avisará inmediatamente al maestro.

Este oficial, lo mismo que el anterior, debe ser muy piadoso y muy modesto, y también muy cuidadoso, para evitar que se extravíen los rosarios, no perderlos, y no dejar que se pierdan. Debe comportarse bien y no ser ni distraído, ni desordenado ni arrebatado.

Este oficial y sus ayudantes se escogerán de la clase donde se reza el rosario, y si no hay ninguno en esa clase que pueda hacerlo, se escogerá en una clase avanzada, con el parecer del Director o del Inspector de las Escuelas.

No se cambiará a este oficial durante el año, a no ser que el maestro lo juzgue necesario, previo parecer del Director.

 

ARTÍCULO 6

El campanero

 

En cada escuela habrá un escolar cuya función será la de tocar la campana para comenzar la escuela y los ejercicios que en ella se hacen.

Dará veinte campanadas sin parar al iniciar las clases y a cada hora; a las medias, dará veinte campanadas; al finalizar las clases dará también veinte campanadas, y sonará luego otras veinte para indicar que terminan las clases y que debe comenzarse la oración.

Procurará escuchar la hora atentamente y de tocar, a la hora, en el momento preciso en que acaba de sonar, y a la media, en el momento en que acaba de sonar la última campanada.

Aproximadamente un Miserere antes de la hora de la oración de la mañana, y antes del catecismo por la tarde, dará 5 campanadas para indicar a los escolares que cierren sus libros, a los que recogen los libros y los papeles que deben hacerlo, y a todos, que se preparen y estén listos para la oración, para que pueda comenzarse tan pronto como la campana deje de tocar, sin tardar un solo momento.

Este oficial debe ser muy asiduo a la escuela, cuidadoso, vigilante, exacto y muy puntual para tocar

precisamente a la hora; y el maestro cuidará que no falle nunca en tocar a la hora; no se le cambiará a no ser que el maestro, con el parecer del Director, lo juzgue oportuno.

 

ARTÍCULO 7

El inspector y los vigilantes

 

Habrá inspectores en cada clase cuando se ausente el maestro, y no en otras circunstancias; a no ser en las clases de escritura, en las que habrá un inspector durante el desayuno y la merienda, que vigilará al o a los que repasan las oraciones, el catecismo y las R[respuestas] de la Santa Misa.

El inspector no tendrá otro cuidado, en cada clase, más que de observar todo lo que sucede en clase durante la ausencia del maestro.

Todo su cuidado consistirá en notar y en prestar atención a todo lo que sucede en clase, sin decir palabra, pase lo que pase, y sin dejar su puesto. Tampoco permitirá que otro alumno le hable ni se le acerque mientras ejerce su cometido.

No amenazará tampoco a ningún escolar, ni por signos ni de otro modo, sea cual fuera la falta que cometa: permanecerá siempre en el asiento que se le haya señalado, y será fiel en señalar al maestro cuanto haya sucedido, y con todo detalle; será fiel en no añadir ni quitar nada.

No dejará de darse cuenta de cualquiera falta que cometan los escolares, anotará a los que faltan al silencio o que hagan ruido.

El maestro hará que el inspector comprenda que se le ha escogido no sólo para prestar atención a cuanto acontece en la clase, sino ante todo para servir de modelo y ejemplo que los demás deben imitar. El maestro examinará cuidadosamente lo que el inspector le haya transmitido, antes de decidir si se debe castigar o no a los que él acusa de haber cometido alguna falta: o, para comprobar mejor si el inspector dice la verdad, el maestro preguntará también a los alumnos más formales que hayan sido testigos de la falta, si las cosas han sucedido tal y como ha declarado el inspector.

No corregirá a los escolares acusados sino después de ver la coincidencia entre lo que el inspector ha dicho y lo que los otros le han informado.

El maestro escuchará las quejas contra el inspector, particularmente si proceden de los no interesados, de los más formales; y si el inspector resulta culpable, será castigado con mayor severidad que cualquier otro que hubiera cometido la misma falta, y será depuesto inmediatamente de su oficio.

Se debe escoger como inspector al más atento y al más puntual en llegar entre los primeros, que sea despierto para poder notar todo lo que pase en clase, que sea silencioso y moderado, que no sea ni ligero ni disimulado, ni mentiroso, que sea incapaz de hacer acepción de personas, de forma que pueda acusar con la misma libertad a sus hermanos, amigos, compañeros, es decir, a los que él trata más, que a los demás; y, sobre todo, que no reciba regalo alguno de quienquiera que sea; y si se demuestra que ha cometido esta falta, el maestro le castigará muy severamente, y encargará del oficio a otro.

No se cambiará a este oficial, a no ser que el maestro, con el parecer del Director o del Inspector de las escuelas, lo juzgue conveniente e incluso necesario.

Los Vigilantes

Habrá en cada clase dos escolares que estarán encargados de vigilar cómo procede el inspector mientras ejerce su oficio, para notar si se deja corromper por regalos; si no exige algo de los otros para no declarar sus faltas al maestro; si llega de los primeros, incluso el primero; si no habla, si él mismo no es causa de desorden en la escuela, si no sale de su sitio, y si no se junta con otros, si está atento para que nadie salga de su puesto; en fin, si cumple su cometido con toda exactitud.

El maestro tendrá cuidado de que el inspector ignore quiénes son esos vigilantes, y con este fin, no serán designados públicamente como los otros oficiales y ni aún conocerán los nombres.

Los vigilantes contarán entre los escolares más juiciosos, más piadosos y más diligentes en acudir a la escuela, y que tengan suficiente ingenio para observar el comportamiento del inspector sin que éste lo note.

El maestro les indicará en particular que deben estar atentos a la conducta del inspector, de la que darán cuenta de vez en cuando, sin que esto se note, e incluso lo antes posible, cuando ocurra algo extraordinario.

Habrá también otros a modo de inspectores o vigilantes en las calles, sobre todo en las que viven muchos escolares, para observar cómo se comportan los escolares del barrio, al regresar de la escuela.

Los habrá en cada uno de los barrios y en las calles principales para que observen el comportamiento de los escolares en el barrio o en la calle e informen de ello al maestro de la manera que antes se ha dicho.

 

ARTÍCULO 8

De los primeros de cada banco

 

El primer escolar de cada banco estará encargado de la lista de su banco y señalará los que de ese banco estén ausentes en la escuela, sacando el cordón de cada uno de los ausentes; cada primero de banco sacará el cordón de los ausentes de su banco, todos los días, por la mañana a las 8,30 h. y por la tarde a las 2 h. Todos los primeros de banco inmediatamente después de haber marcado así los ausentes irán cada uno a presentar su lista al maestro, a fin de que lea los ausentes y vea que no hay ni más ni menos.

Los maestros de las clases inferiores en las que los escolares no saben leer, enseñarán a leer los nombres de las listas a sus primeros de banco, incluso de memoria, y si no encuentran ninguno, o que no sean suficientemente capaces para aprenderlos de memoria y recordar el orden, los leerán ellos mismos, o al menos aquellos de los primeros de banco que no sean capaces de leer, y los leerán al terminar la escuela, por la mañana antes de la oración, y al comienzo de la merienda por la tarde, y marcarán también ellos mismos los ausentes de estos bancos sacando los cordones.

Los primeros de banco estarán entre los más asiduos a la escuela, y entre los más diligentes de los escolares, los más juiciosos y modestos.

Este oficio se les concederá habitualmente como recompensa a su asiduidad, a su cordura, a su modestia y a su capacidad. No serán cambiados, a menos que el maestro lo juzgue necesario por alguna falta que hayan cometido, o por algún otro motivo considerable.

 

ARTÍCULO 9

De los visitadores de los ausentes

 

Habrá en cada clase dos o tres escolares que estarán obligados a velar por la asiduidad de los escolares de varias calles de algún barrio de la ciudad, que les será asignado.

Cada uno de ellos tendrá una lista de los escolares del barrio del que esté encargado, en la que señalarán los nombres y los apellidos de los escolares y la calle en donde viven.

Si en las clases inferiores no se encuentra ningún escolar apto para ejercer este oficio o que no haya un número suficiente, el maestro, de acuerdo con el parecer del Director o del Inspector de las escuelas, tomará algunos escolares de una clase superior como suplentes.

Los visitadores de las clases inferiores que sean escogidos en una clase superior irán, al fin de la clase de la mañana y durante la merienda por la tarde, para marcar los ausentes, y, después de haber saludado al maestro, sacarán los cordones de los ausentes, sin decir una sola palabra, y volverán de la misma manera a su clase.

Cuando los visitadores hayan marcado así a los ausentes del barrio que les es asignado, irán uno tras otro a presentar la lista al maestro, quien leerá los ausentes de su barrio, y les devolverá la lista, y el visitador señalará cada vez a los ausentes de su barrio, tirando el cordón, y pondrá empeño para ir a casa de todos al terminar la escuela, sin que el maestro tenga que recordárselo.

Cada visitador informará al maestro a la entrada del día siguiente, de lo que haya sabido en casa de cada uno de ellos, las causas de sus ausencias, con quién ha hablado, y cuándo volverán a la escuela según lo que le dijeron.

Los visitadores visitarán de vez en cuando, según se lo indique el maestro, e incluso por su propia iniciativa, a los escolares enfermos del barrio del que están encargados; les consolarán y les animarán a soportar su mal con paciencia por amor de Dios. Después comunicarán al maestro el estado de salud de los enfermos, y si su enfermedad disminuye o aumenta.

Los visitadores hablarán siempre con el padre o con la madre del escolar ausente, o con alguna persona de edad razonable, y de quien pueden estar seguros que sabe la causa de la ausencia del escolar, y que es verdad lo que dice; hablarán siempre a las personas con mucha educación, y las saludarán de parte del maestro.

Si se comunica a algún visitador que alguno de los ausentes de su barrio está enfermo, procurará verlo, y rogará mucho que se lo concedan, indicando que viene de parte del maestro quien le envía para saber qué enfermedad padece y cuál es el estado de su salud.

Los visitadores tendrán cuidado de no dejarse sobornar, ni por los escolares, ni por los padres, para presentar al maestro falsas razones de su ausencia y no aceptar ningún regalo de los escolares de su barrio, o de sus padres, bajo ningún pretexto.

Cada maestro velará sobre todas estas cosas, y si comprueba que un visitador se ha dejado sobornar, le corregirá severamente, en lugar del que está ausente, y le privará del oficio, a menos que prometa no recaer más en esta falta. Pero si recae por segunda vez, se le privará para siempre del cargo.

Cuando el maestro dude de la fidelidad de un visitador, que vea por ejemplo, que un escolar se ausenta a menudo, y que las razones no son muy sólidas, enviará ocultamente a un escolar a casa de ese ausente, incluso durante el tiempo de clase, para saber con mayor seguridad, si las razones que se le han presentado concuerdan con las del otro.

Se procurará dar de vez en cuando recompensas a los visitadores que desempeñen bien su oficio, para animarlos a continuar cumpliéndolo debidamente, y se les darán incluso habitualmente cada mes.

Los visitadores serán escogidos entre los que tienen mayor predilección por la escuela, y entre los más asiduos; es preciso que tengan inteligencia, comedimiento y buena conducta; que no estén llevados a la mentira, y que se les considere capaces de no dejarse sobornar, que tengan gran respeto al maestro y cabal sumisión y docilidad de espíritu.

Para testimoniar su predilección y su celo por la escuela, procurarán animar a los indisciplinados, que se ausentan fácilmente y sin motivo, para que se vuelvan asiduos, e incluso cuando encuentren algunos niños vagabundos y desocupados que no asisten a la escuela, los incitarán a que acudan.

Los maestros no cambiarán a estos oficiales durante todo el año, a menos que después de tener el parecer del Director, lo crean necesario y hayan reconocido a alguno inepto para ese empleo, o que lo haya desempeñado mal, o que haya otros escolares mucho más capacitados.

 

ARTÍCULO 10

Los distribuidores y recogedores de papeles

 

Habrá en cada clase de los que escriben uno o dos escolares, según el número de los que escriben, que tendrán a su cargo el distribuir papel a los que escriben, al comienzo de la escritura, de recogerlo una vez terminado el tiempo de escritura, y devolverlos luego al lugar donde se guardan en la escuela.

Si todos los escolares de la clase escriben, habrá dos encargados; si sólo escribe una parte de la clase y no es muy numerosa, habrá únicamente un encargado de este oficio.

Los distribuidores y recogedores de los papeles, tendrán cuidado de colocar los papeles unos sobre otros, según las filas de los escolares a quienes pertenecen, para que les den a cada uno el suyo con seguridad.

Irán de banco en banco y desde el principio de un banco hasta el extremo, lo mismo para distribuir los papeles que para recogerlos; los dejarán sobre la mesa, cada uno delante de su dueño; si algún alumno está ausente, pondrán el papel en su puesto; procurarán distribuirlos rápidamente, con el fin de que, ni ellos ni los otros pierdan el tiempo que deben emplear en la escritura.

Estos dos oficiales, inmediatamente antes de recoger los papeles, irán a visitar a todos los escolares de los que están encargados, y mirarán lo que cada uno ha escrito. Si ha escrito tanto como debía, si cada uno tiene una copia, una falsilla y un papel secante, los que deban tenerlo. Si el papel no está garabateado, si el dueño del papel no ha escrito nada de lo que está en el modelo. Y, si encuentra que alguno ha faltado a alguna de las cosas señaladas antes, darán prontamente aviso a los maestros de lo que falte, y le llevarán y enseñarán los papeles. Procurarán que todos doblen su papel antes de entregarlo.

 

ARTÍCULO 11

Los distribuidores y recogedores de libros

 

Habrá en cada clase cierto número de libros para cada nivel, que se prestan a los escolares muy pobres y que no puedan tener con qué comprarlos; habrá en cada clase un escolar encargado de distribuir estos libros a quienes el maestro haya ordenado dárselos. Habrá en cada clase una lista de aquellos que deban emplear esos libros, que el superior o el Inspector de las escuelas haya comprobado ser verdaderamente tan pobres que no tengan con qué comprarlos, y no se entregarán estos libros a ningún escolar para que los use, si no pertenece a dicho grupo.

Este oficial sabrá el número de los libros de cada clase, y que están destinados para los pobres. Cuidará, al tomarlos, que no haya ninguno deteriorado, y que las hojas no estén dobladas, ni tampoco las esquinas, y que cada uno devuelva el que tenía; y, si falta alguno, o que algún escolar haya estropeado el suyo, este oficial lo comunicará al maestro, inmediatamente después de haber colocado los libros en su lugar.

Tendrá cuidado también de recoger los papeles, las palmetas, los libros de los maestros, y de dárselos, cuando los necesiten, y cuidará de que nada se pierda, ni se estropee de cuanto le está encomendado.

 

ARTÍCULO 12

Los barredores

 

Habrá un escolar en cada clase que tendrá el encargo de barrerla, y de mantenerla limpia y aseada; la barrerá diariamente una vez, y sin falta, al terminar las clases de la mañana. Si se asiste a la Santa Misa al terminar la escuela, volverá a ella para hacerlo. Antes de comenzar a barrer, quitará los bancos y los colocará, uno sobre el otro, junto a la pared, unos de un lado, otros del otro; y los barredores de las dos clases contiguas se ayudarán mutuamente para quitar los bancos y volver a ponerlos, y no por otro motivo.

Después de haber quitado los bancos, regará la clase, si es necesario, y después la barrerá. Llevará la basura a la calle con el cesto o la canasta, al lugar destinado para esto, y enseguida devolverá la escoba, el cesto y las otras cosas que haya empleado, al lugar donde se colocan habitualmente.

Cuando su escoba ya no pueda servir cuidará de llevársela al maestro y seguir sus órdenes para ir a pedir otra a la casa.

El maestro cuidará que los barredores barran cada uno la clase de la que están encargados, y que siempre estén muy limpias.

Los barredores no deben ser lentos, sino activos, para que no empleen demasiado tiempo en cumplir con su oficio.

Se debe notar en ellos un gran interés por la limpieza y la pulcritud. Es necesario, sin embargo, que sean juiciosos y que no estén llevados a querellas o despropósitos.

Se escogerán cada mes, a menos que el maestro juzgue conveniente que sigan, con el parecer del Director o del Inspector de las escuelas, y cada uno de ellos recibirá cada mes como recompensa una estampa y una sentencia.

 

ARTÍCULO 13

El portero

 

Cada escuela tendrá una sola puerta por la cual se entrará; en caso de haber más de una, las otras puertas, que serán las que el Director juzgue oportuno, estarán fuera de uso y siempre cerradas.

Habrá un escolar de una de las clases, según orden del director, sin embargo será ordinariamente de la clase por la que se entra, que estará encargado de abrir y cerrar esta puerta cada vez que alguien entre en la escuela, y por esta razón se llamará portero.

Estará colocado junto a la puerta, para poder abrirla rápidamente; nunca la dejará abierta, y la cerrará siempre con cerrojo.

No dejará entrar en la escuela más que a los maestros y a los escolares, al señor cura de la parroquia en que están las escuelas. Y no dejará entrar a otras personas, si no es por orden del director, o del maestro encargado de esta escuela en su ausencia.

Cuando alguien llame a la puerta, abrirá enseguida, lo más rápido posible, y solamente por el tiempo necesario para poder hablar y responder a la persona que llame; luego volverá a cerrar enseguida la puerta con cerrojo, y después avisará al maestro a quien corresponde hablar.

Mientras que el maestro hable con alguien, dejará la puerta abierta, de tal modo que se pueda ver desde el interior de la clase, al maestro y a las personas con quien habla; el portero atenderá la puerta, desde su apertura hasta que los escolares comiencen a salir de la escuela; por este motivo él será el primero en llegar.

Guardará siempre silencio y no hablará a ningún escolar que entre o que salga, y, si habla con alguno, se le corregirá.

El maestro cuidará que este oficial lea cuando le corresponda, que siga atentamente la lectura y se aplique a ella todo el tiempo que no esté ocupado con la puerta.

Este oficial cuidará también de la contraseña que se da a los escolares cuando van al servicio; se la dará al que vaya, y estará atento para que ningún escolar salga sin llevar la contraseña, y que nunca salgan dos juntos para esta necesidad. La cerrará todos los días al terminar la escuela, así por la mañana como por la tarde.

Este oficial será escogido entre los más diligentes y los más asiduos a la escuela; debe ser juicioso, tranquilo, modesto, silencioso y capaz de edificar a los que llamen a la puerta.

 

ARTÍCULO 14

El llavero

 

Habrá en cada una de las escuelas que están fuera de casa, un escolar encargado de la llave de la puerta por la que se entra. Será muy puntual para encontrarse todos los días a la hora en que debe abrirse la puerta, y por la que los escolares entrarán, es decir, antes de las 7.3O h. por la mañana y antes de la una por la tarde. Se procurará, con este fin, que no viva demasiado lejos de la escuela.

Se le prohibirá dar la llave de la escuela a cualquier escolar, sin orden del maestro que tenga la responsabilidad y la vigilancia de esta escuela por orden del director, en ausencia suya.

Si se vuelve a la escuela después de la santa Misa, él volverá el primero con el portero para conducir a los escolares. Si no se vuelve a la escuela después de la santa Misa, regresará con el portarosarios, el portahisopo y los barredores, y cuidará que no hagan ruido mientras barren, y no saldrá de la escuela antes que ellos.

Este oficial estará también encargado de la conservación de cuanto hay en la escuela y de cuidar que no se lleven nada; se le debe escoger entre los más asiduos a la escuela y que no falte nunca.

Este oficial y los tres anteriores, es decir, el portero, y los distribuidores de papel y libros, no serán cambiados, a no ser que el maestro lo crea conveniente, con el parecer del hermano Director o del Inspector de las escuelas.