29 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXXI DEL
TIEMPO ORDINARIO
13-25

13. 

1. Sacerdocio, ministerio de servicio.

Todos los textos de la liturgia de hoy se refieren a la posición del clero en el pueblo de Dios. En el evangelio se critica ante todo el ejemplo falso y pernicioso que dan los letrados y fariseos, que ciertamente enseñan la ley de Dios, pero no la cumplen, cargan sobre las espaldas de los hombres fardos pesados e insoportables, pero ellos no mueven un dedo para empujar, y su ambición y vanagloria les llevan a buscar los primeros puestos y los lugares de honor en todo tiempo y lugar. La Iglesia de Dios, por el contrario, es un pueblo de hermanos, una comunión en Dios, el único Padre y Señor, en Cristo, el único Maestro. Y cuando Jesús funda su Iglesia sobre Pedro y los demás apóstoles, y les confiere unos poderes del todo extraordinarios, unos poderes que no todo el mundo tiene -como Jesús inculca constantemente y demuestra con su propio ejemplo (Lc 22,26-27)-, es para ponerlos al servicio de sus hermanos. El ministerio instituido por Cristo es por su más íntima esencia servicio, «servicio de mesa». Se puede decir que el clero es hoy más consciente de esto que en tiempos pretéritos, y que los reproches que se esgrimen contra él de servirse del ministerio para dominar proceden de un democratismo nada cristiano. Pero también hoy hay algunos que acceden al ministerio sacerdotal con ansia de poder y codicia de mando, como los fariseos, como si el ministerio les garantizara una posición superior, privilegiada, algo que ciertamente no se corresponde ni con el evangelio ni con la conciencia de la mayoría del clero.

2. Los reproches de Dios.

En la primera lectura se censura un falso clericalismo en Israel, y esto no sólo en los tiempos de Jesús, sino 450 años antes. Lo que Dios reprocha aquí a los sacerdotes está lejos de haberse superado hoy. También aquí se aduce como fundamento que «todos tenemos el mismo Padre», y por lo tanto todos somos hermanos. Y como esto no se tiene en cuenta, se reprochan tres cosas al clero:

1. «No os proponéis dar la gloria a mi nombre». No se pone la mayor gloria de Dios en primer lugar, sino que se predica una ética psicológica y sociológica puramente intramundana, al gusto del pueblo.

2. Con semejante enseñanza «han hecho tropezar a muchos en la ley»; no comprenden la religión de la alianza, se distancian de ella o reniegan abiertamente de Dios. Los Salmos tardíos muestran claramente esta situación.

3. Hay favoritismo en la instrucción del pueblo: se prefiere a ciertos individuos, se trabaja con pequeños grupos de gente selecta, se practica con ellos dinámica de grupos y cosas por el estilo, y se olvida al resto del pueblo de Dios. Las amenazas de Dios contra tales métodos son severas: estos sacerdotes «profanan» la alianza, Dios lanza su «maldición» contra ellos.

3. El verdadero sacerdote.

Pablo, por el contrario, nos da en la segunda lectura una imagen ideal del ministerio cristiano; el apóstol trata a la comunidad que le ha sido confiada con tanto cariño y delicadeza como una madre cuida al hijo de sus entrañas, y se comporta en ella no como un funcionario, sino de una manera personal: hace participar a los hermanos en su vida, como hizo Cristo. Además no quiere ser gravoso para la comunidad, su servicio no debe ser una carga material para ella, y por eso trabaja. Y su mayor alegría consiste en que la gente le reconozca realmente como un servidor: en que comprendan su predicación como una pura transmisión de la palabra de Dios, «cual es en verdad», y no como la palabra de un hombre, aunque sea un santo. El no quiere conseguir una mayor influencia en la comunidad, sino que únicamente busca que la palabra de Dios «permanezca operante en vosotros los creyentes». También él será objeto de calumnias: será acusado de ambición, de presunción etc. Pero sabe que tales cosas forman parte de su servicio sacerdotal. «Nos difaman y respondemos con buenos modos; se diría que somos basura del mundo, desecho de la humanidad» (1 Co 4,13).

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 114 s.


14.

1. Un importante punto de partida

El texto de hoy puede ser llamado «el Evangelio del anti-Reino». En este sentido es como la otra cara del Evangelio del domingo pasado. Hacia el final de los Evangelios, todos sus autores dedican muchos versículos al duro enfrentamiento entre Jesús y sus tradicionales adversarios: los escribas y los fariseos. Antes de morir, Jesús se desahoga y descarga sobre ellos una andanada que ya es proverbial, hasta el punto de que en el mundo cristiano los términos «escribas y fariseos» han pasado a figurar como los sinónimos de hipocresía religiosa y algo más... Pero antes de entrar de lleno en nuestras reflexiones, es bueno que hagamos cierta justicia a ambos grupos, pues toda identificación masiva es siempre injusta. Los escribas -o sea, los expertos en la enseñanza de la Biblia- y los fariseos -es decir, el grupo dedicado al fiel y estricto cumplimiento de la Ley- constituían el grupo más sano del judaísmo del tiempo de Jesús. Fueron ellos los que, después de la época macabea, preservaron la fe de las asechanzas del paganismo desintegrador, y fueron los fariseos los que, después de la catástrofe nacional del año setenta, lograron rearmar a las comunidades judías que se mantuvieron fieles a su fe hasta nuestros días.

Es útil recordar, por otra parte, que fueron fariseos algunos de los primeros cristianos, sin que olvidemos aquí el nombre de Saulo o Pablo, fariseo ferviente, que jugó un papel de capital importancia en la expansión y estructura del cristianismo. En una hora de ecumenismo... no está de más que situemos las frases del Evangelio en su justa posición: no fueron dirigidas a todos los escribas y fariseos condenando a todo el grupo, sino a ciertos miembros que -por los mismos defectos que Jesús les reprochaba- no podían tolerar las enseñanzas del profeta galileo.

Y ya esto nos da pie para una primera acotación: no fue la gente «mala» y "antirreligiosa" la que se opuso a Jesús, sino precisamente los más piadosos y religiosos del pueblo. Este fenómeno no es nuevo en la Biblia (véase la primera lectura de hoy y otros textos similares) ni en otras confesiones religiosas; tampoco es nuevo en la Iglesia.

Cuando la fe se transforma en un fanatismo ciego al servicio de la ley, del culto o del dogma -es decir, de lo institucional como tal--, entonces se traiciona inexorablemente el espíritu de lo religioso, caracterizado en todas las grandes religiones como una postura de comprensión y de amor al prójimo, y por eso mismo, de humildad.

Se suele afirmar que «todos los extremos se tocan», y nada más cierto refiriendo tal frase al tema que nos ocupa: la religión obsesiva se toca con la antirreligión obsesiva en el desprecio del hombre y en el endiosamiento de las ideas y estructuras por encima del amor.

También se ha dicho que no hay guerra más cruel que la guerra civil y la religiosa; Europa es buen ejemplo de ello... Estos casos y otros más que ahora no vienen a colación nos explican por qué fueron los expertos en religión y los hombres extremadamente piadosos los que no dudaron un instante en llevar a Jesús a un juicio inicuo y a una muerte cruel y humillante. Ahí comienza la historia del integrismo intransigente. Estamos en las antípodas del Reino de Dios: servicio al hombre y amor desinteresado; es lo que vuelve a repetir Jesús al terminar esta perícopa.

Hoy no necesitamos volver a recordar los defectos de los escribas y fariseos, defectos que, entre paréntesis, son los pecados «profesionales» de la gente dedicada a la religión. Creo que más importante es averiguar el origen o la causa que los llevó a una conducta, objetivamente reprochable, pero subjetivamente justificada si tenemos en cuenta el punto de vista del que partían.

No diremos ninguna novedad: solamente nos reafirmaremos en lo que ha sido tesis de todas las reflexiones de este año litúrgico, que ya está a punto de concluir. Escribas y fariseos -al menos aquellos a los que critica Jesús- habían identificado el Reino de Dios con las estructuras religiosas del judaísmo, estructuras elaboradas a lo largo de los siglos y fijadas como absolutas e inamovibles.

Con buena voluntad o sin ellas -no importa ahora este problema-, lo cierto es que entendían defender los derechos de Dios defendiendo un cúmulo de tradiciones -a las que Jesús llamó tradiciones de los hombres- como si fuesen veredicto absoluto de Dios. Hemos visto el domingo pasado que Jesús solamente atribuye como perteneciente a la voluntad de Dios, y por lo tanto al Reino, la ley suprema del amor a Dios y al prójimo. Ese amor marca las fronteras del Reino...

Y cuando Jesús hablaba del amor al prójimo se refería sobre todo al amor a los pecadores, a las personas incultas o desconocedoras de la Ley, a las ignorantes, como asimismo a los publicanos y a las prostitutas... Y esto era intolerable para los escribas y fariseos. Su integrismo religioso los llevaba a declarar malditos enemigos de Dios a quienes no vivían conforme a todas las prescripciones de la Ley. Así llegaron a juntar en un solo eslabón amor a Dios y a su Ley con odio al prójimo que no comulgaba con sus ideas y su estilo de vida. Mas por allí no pasaba el Reino...

Ahora entendemos mejor las acusaciones de Jesús a los fariseos -entre comillas- de todos los tiempos y credos: predican la ley suprema del amor y no la cumplen, se consideran superiores a los demás, desprecian al que está en la vereda de enfrente, se pavonean porque viven a la sombra del templo, se atribuyen títulos -tales como señor, maestro, padre- que es mejor reservarlos para quien los merece con más seguridad, Dios... Y así sucesivamente.

Fina ironía del Evangelio: tanto se quiere defender los derechos de Dios que se termina por identificarse con Dios. El fenómeno no es nuevo ni extraño.

2. La lógica del Reino

Quizá hoy podamos comprender que el Reino de Dios tiene su lógica: no en vano Jesús pasó tres años hablando prácticamente del mismo tema y subrayando aspectos que más tarde la experiencia religiosa de la Iglesia se encargaría de confirmar, positiva o negativamente.

El evangelio de hoy -duro y cruel- nos dice hasta dónde puede llegar un hombre religioso que no tiene un buen punto de partida. Todo está falseado y prostituido, aun lo más sagrado y santo, si se interpreta la religión como una gimnasia de honestidad o una guerra contra la impiedad y la antirreligión.

Es tan seria la página de hoy, que uno está tentado a pensar si toda religión no conduce necesariamente a estos contrasentidos de tipo farisaico. Sea cual fuere la respuesta, lo cierto es que todo creyente deberá caminar constantemente ante un posible riesgo que lo puede llevar a su más típica tentación: hacer de la religión una máscara con la que cubrir su verdadero rostro.

Paradoja y misterio; terrible poder el del hombre capaz de distorsionar lo que en un principio fue hecho para su cambio interior, transformándolo en una simple postura, la más sutil, la más venenosa porque corrompe lo más bello y lo más sagrado de la vida: el amor. El evangelio de hoy seguramente nos obligará a releer páginas anteriores de Jesús sobre el Reino de Dios, sobre la conversión y el cambio interior, sobre la humildad y la pobreza de espíritu... para que nuestra posible fe no naufrague en el mar de la hipocresía.

No hagamos de los fariseos un mito histórico al que podamos sentirnos ajenos. El fariseísmo, tal como fue denunciado por Jesús, es la sombra de la actitud religiosa, es su cara oculta, es su trampa; y nadie está exento de caer en ella. Absolutamente nadie. Si levantamos la mirada para ver dónde están los hipócritas de nuestra comunidad o de la Iglesia universal, ya es hipocresía esa actitud; si pensamos que este evangelio puede dejarnos indiferentes porque no ha sido escrito para nosotros, ya hemos caído en la trampa del orgullo religioso.

Bien podemos recordar aquí la parábola del fariseo y del publicano que fueron juntos a rezar al templo: el primero agradecía a Dios por vivir tan piadosa y justamente; el segundo miraba su corazón y ofrecía a Dios lo poco que tenía: su miseria. Este volvió justificado ante el Padre; el otro, se endureció más en su pecado.

Que hoy recemos como el publicano: humildemente, silenciosamente, mostrando eso poco que somos, que ya es mucho.

Para los hombres creyentes que rezan y viven con la actitud del publicano, dijo el Señor: «El que se enaltece a sí mismo, será humillado; el que, en cambio, se humilla, será enaltecido.»

SANTOS BENETTI
CRUZAR LA FRONTERA. Ciclo A.3º
Tres tomos EDICIONES PAULINAS
MADRID 1977.Págs. 321 ss.


15. «UNO SOLO ES EL MAESTRO»

Lo sé, Señor. «Una cosa es predicar y otra, dar trigo». Ya lo sé. Aunque parezca difícil «sentarse en la cátedra de Moisés», como hicieron los letrados, el magisterio verdaderamente difícil fue el tuyo: «te rebajaste hasta someterte a la muerte y una muerte de cruz». Porque hay dos clases de magisterio: el de «los que pregonan y no hacen». Y el de «los que hacen, aunque no pregonen». Como aquellos dos hijos de los que nos hablaste. Uno dijo: «Voy a la viña». Pero no fue. El otro dijo: «No voy». Pero fue. Lo comprendo perfectamente. El verdadero maestro no es el que más ha leído, o más libros tiene, o más títulos exhibe en su currículum. El verdadero es el que posee la virtud de la coherencia. Y la coherencia consiste en llevar a la práctica las lecciones que se explican en la teoría. La coherencia consiste en «predicar» y «dar trigo». Como Tú, Señor, que por eso un día te atreviste a decir: «Me llamáis Maestro y de verdad lo soy». O como nos dices en el evangelio de hoy: «Que nadie os llame "maestro", porque uno solo es vuestro Maestro: Dios».

Sin embargo, ahí nace nuestro dilema. Yo no puedo llamarme «maestro». De acuerdo. Sin embargo, Tú mismo «nos has llamado, para ser maestro de Israel». Pienso en los padres. Y en los catequistas, y en tantos cristianos comprometidos. Y, por supuesto, en mí. Entonces, ¿qué? ¿Nos retiramos?

Ya lo entiendo, Señor. Tú no me niegas la participación en el magisterio de la palabra. Al contrario, a él me has convocado. Lo único que quieres advertirme es que «esa Palabra no es mía, sino que la he recibido, para que resuene en mí a través de mí». ·Tagore-R tiene una oración muy bonita: «Haz, Señor, que yo sea una flauta de caña, en la que la música que suene seas Tú».

Esa suele ser nuestra equivocación. Ir escondiendo la Palabra de Dios, tan diáfana, vital y penetrante, tras el ropaje altanero, barroco y a veces ficticio, de mis pobres palabras. Eso es lo que condenaste en los fariseos: «Dicen, pero no hacen». ¡Qué conmovedora confesión!, por el contrario, la de Pablo: «Cuando vine a vosotros, no lo hice con palabras de humana sabiduría...».

Y eso es lo que me pides. No que maraville a las gentes con mi facundia. Sino que dé testimonio de Ti. Que deje traslucir a los demás la «experiencia» que he tenido de Ti, Cristo resucitado. Que esté «tan tocado de ti», que no pueda menos que proclamar «lo que he visto y oído».

Eso es lo que hicieron los Apóstoles: contar su «experiencia». Oíd a San Juan: «Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de la Vida, eso es lo que os anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros».

Y eso es lo que han hecho los apóstoles de siempre. ¿Quién esperaba nada de «las palabras humanas» y de las «dotes intelectuales» de Juan María Vianney? Pero fue tal su «experiencia» de Dios, su «dejarse inundar de lo alto», su «sentirse instrumento» de la Palabra, y no protagonista, que todas las gentes de Francia terminaron arrodillándose ante aquel confesonario de Ars --un pueblecillo insignificante--, en el que había una cátedra, muy distinta de la de los escribas y fariseos.

Y es que el Cura de Ars «no se dejaba llamar maestro. Sabía muy bien que el único Maestro es Dios».

ELVIRA-1.Págs. 91 s.


16.

Frase evangélica: «Uno solo es vuestro maestro, 
                          y todos vosotros sois hermanos»

Tema de predicación: HIJOS DEL MISMO PADRE

1. Mateo dedica el capítulo 23 a desenmascarar la doctrina de los letrados y fariseos, incompatible con el régimen cristiano. Algunos lo denominan «discurso antifarisaico». Después de algunas denuncias de los letrados y fariseos (vv. 1-12), les dirige siete maldiciones (vv. 13-36) y les anuncia su ruina (vv. 3739). Para Mateo son un secta hostil a la enseñanza y catequesis de Jesús.

2. El calificativo «fariseo» ha llegado al pueblo cristiano como sinónimo de «hipócrita». Para Mateo, el fariseísmo fue mortal enemigo de Jesús. Sin embargo, algunos intérpretes actuales son más benignos en sus juicios respecto de los fariseos del tiempo de Jesús. En todo caso, el prototipo de los escribas/fariseos (o pseudo-cristianos) que se desprende del evangelio de este domingo tiene estos rasgos: sientan cátedra o ejercen un magisterio, con la convicción de tener ellos la última palabra, que se la han secuestrado a Dios (soberbios); exigen a los otros lo que ellos no cumplen (incoherentes); y, en el fondo, dicen y no hacen (vanidosos).

3. Por el contrario, los discípulos han de ser siempre hermanos, hijos de Dios y servidores mutuos, caracterizados por lo que hacen, no por sólo por lo que dicen. Con frecuencia, ciertas élites que tienen poder político o que poseen medios económicos o de influencia se presentan como modelos de conducta ética o como rectores de moral social y personal. Jamás se autocritican o reconocen sus fallos. Son escribas/fariseos hipócritas.

REFLEXIÓN CRISTIANA:
¿En qué aspectos somos escribas/fariseos según el Evangelio?
¿Qué debemos hacer para ser mejores discípulos?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 161


17.

LOS HECHOS CANTAN, SON PALABRAS REALIZADAS

Las lecturas de hoy, tanto la de Malaquías como la de san Pablo y la que acabamos de leer de Mateo, vienen como anillo al dedo a gentes como yo que siempre estamos dispuestos, látigo en mano, a azuzar al personal.

Hoy os hablo desde la posición del fariseo arrepentido, porque sé cómo soy y sé que dista mucho de lo que desearía ser. Siento nostalgia de lo que podría ser y os pido perdón por no ser como os merecéis y por no amaros como ha confesado san Pablo que lo hacía con sus feligreses: «Como una madre a sus hijos. . .» Lamento no haberos hecho todo el bien que podía...

También me duele no ser fiel a la Iglesia desde el Evangelio y al Evangelio desde la Iglesia; lo quiero con toda el alma, pero me resulta muy difícil porque coexisten en mí, en conflicto permanente, estos deseos con intereses mundanos de fama y poder que dificultan su realización y mi misión.

El mensaje de la Buena Noticia del reino de Dios, que pretendo transmitir, con frecuencia queda neutralizado por un afán de prestigio o de influencia que en absoluto son necesarios para los fines que busco. (Soy demasiado humano como para que mi mensaje sea divino). Sé que si no soy como Dios manda y como vosotros os merecéis es por mi culpa y lo siento. Lo lamento muy de veras porque cualquier verdad que no venga avalada por la fuerza moral de los hechos se hace despreciable, pierde valor y no se hace creíble. Hoy ya las palabras carecen de sentido y de significación, la semántica está devaluada frente a los hechos. Las gentes están hartas de tanto eslogan y palabrería; los hechos cuentan y cantan porque son palabras realizadas. La palabra de un hombre no es lo que dice, sino lo que hace. Dicho esto, paso a analizar el fragmento de Mateo 23, 1-12.

En primer lugar veo que los valores se pueden pervertir, por lo que ni pueden ser considerados eternos ni inalterables ya que en sí mismos no existen, existen en el hombre concreto. Lo mismo ocurre con las enfermedades que, en sí mismas, no existen, existen enfermos. Y no hay dos enfermos iguales, los hombres somos irrepetibles, por eso la medicina nunca será una ciencia exacta, como tampoco lo será la psicología

Hay hombres que están en bondad y otros lo están en maldad. Jesús nos advierte que cualquier talento recibido o adquirido puede ser vivido como valor o contravalor. Arremete contra los que poseyendo «saber» en vez de usarlo para la promoción, dignificación y liberación del prójimo lo utilizan para la opresión, la manipulación, el dominio, el prestigio o ganancia propia.

Aquí quiero dar un aviso a los que estáis en estos momentos planteándoos el futuro, los que estáis cuestionando vuestra vocación, vuestro proyecto personal: no podréis hacerlo, si sois cristianos, desde los criterios de triunfo o ganancia, sino de servicio y desinterés. Hay que preguntarse con toda honradez: ¿Dónde hago más falta?, ¿en qué y cómo me necesitan?, ¿quién me está esperando? Lejos está de un cristiano el preguntarse dónde va a ganar más o ascender mejor.

También Jesús alerta contra la hipocresía, contra la incoherencia, cuando advierte: «No hacen lo que dicen. . .» Esto es un peligro porque quien no actúa como piensa acaba pensando como actúa; lo justifica todo. Vive en dicotomía: piensa de una forma y actúa de otra y eso siempre es un principio de esquizofrenia.

Por último, también nos dice que la ordenación jurídica, tan necesaria para la convivencia, puede ser manipulada y convertirse en una maraña de leyes que oprimen a los sencillos y que su conocimiento permite el jurisdicismo y el burlarlas con el consejo de los expertos, creando así un legalismo opresor para unos e indulgente para otros. En esto, como en todo, siempre salen perdiendo los pobres y sencillos. Y es que todo «ismo», (legalismo, jurisdicismo, etc.), acaba en cataclismo. Dirá: «Lían pesadas cargas.. .» «No mueven un dedo.. .» «Las obras desmienten lo que dicen. . .» «Y lo hacen para. . .» Hasta la dimensión religiosa, la capacidad que tiene el hombre de relacionarse con Dios, se puede instrumentalizar para la vanidad, la ambición o la ostentación de cargos y puestos de honor o poder. Creyentes que llaman de «tu» a Dios se hacen tratar de vuecencia, ilustrísima, reverendísima o monseñor y para más «INRI» dicen que lo hacen para dar mayor gloria a Dios. ¡El colmo !

Un Santo Padre afirmaba que un portador de hábito no es necesariamente un portador de Dios. Y que un hábito puede tapar mucho vacío; porque el hábito puede llegar a ser un disfraz...

Con todo esto, Jesús nos está aconsejando que no imitemos a nadie, ni a él mismo. Cristiano no es el que imita a Cristo, sino el que le sigue. Si lo imitas te quedas en el puro fenómeno, los modos o maneras y seguro que no acabas como él en el Gólgota. Si lo sigues entregando tu vida, cumpliendo la voluntad del Padre en tu hoy, ahora y aquí, seguro que acabas siendo ciudadano de su Reino y tu casa será gloria bendita. . . Que las gentes nos conozcan por los valores que llevamos dentro y expresamos en nuestro vivir cotidiano al traducirlos en acciones concretas y que no nos fiemos tanto en los colores y honores.

Jesús no vino para enseñarnos un doctrina, sino un estilo de vida que supone tomar posturas frente al dinero, los ricos y poderosos, la desigualdad y la opresión, o lo que es lo mismo: la falta de amor.

Los que formamos la Iglesia estamos llamados a hacer de ella más que una organización perfecta un organismo vivo.

BENJAMIN OLTRA COLOMER
SER COMO DIOS MANDA.
Una lectura pragmática de San Mateo
EDICEP. VALENCIA-1995. Págs. 125-128


18.

Nexo entre las lecturas

El que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido. En estas palabras se condensa el mensaje bíblico de este trigésimo primer domingo del tiempo ordinario. Jesús nos presenta en admirable síntesis el camino de servicio, de sacrificio y humillación que es propio del cristiano y, en especial, del sacerdote. El evangelio nos ofrece una dura crítica de Jesús a los escribas y fariseos, porque hacen todo sin pureza de corazón. Detrás de su celo por la observancia de la ley se esconden intenciones inconfesables (EV). Ya en el siglo V a.C. el libro de Malaquías amonestaba a los sacerdotes que no obedecían al Señor, ni daban gloria a su nombre. A estos sacerdotes se les amenaza con cambiar su bendición en maldición. Se han apartado del camino y han hecho tropezar a muchos (1L). Todo lo contrario a estos sacerdotes es el testimonio de Pablo en la evangelización de Tesalónica: él se preocupa de los fieles como una madre se preocupa de sus hijos; desea no sólo entregar el evangelio, sino su misma persona; trabaja, se fatiga, da ejemplo, para no ser gravoso a nadie. Se alegra porque acogen la Palabra, no como palabra humana, sino como es en verdad, como Palabra de Dios. Pablo es el apóstol que sabe humillarse y por eso es enaltecido (2L).


Mensaje doctrinal

1. La trascendencia de Dios y el culto de sus sacerdotes. La lectura del profeta Malaquías inicia poniendo de relieve que el Señor es rey soberano, señor de los ejércitos, rey grande. Todos estos títulos, comunes a la literatura profética, ponen de relieve, como lo hemos visto en domingos precedentes, la trascendencia de Dios. Dios es Dios. Es trascendente. Ante él tiemblan las naciones y nada se resiste a su poder. Las teofanías del Antiguo Testamento subrayan elocuentemente esta trascendencia: a Dios "no se le puede ver", el "es el que es", "en sus manos están los destinos del orbe", es el creador y "no tiene necesidad de la ayuda de nadie". Este Dios se muestra celoso ante los sacerdotes del Antiguo Testamento que se sirven del culto para sus propias ganancias. Ya no son servidores de la Alianza. La violan e invalidan los preceptos de Yahveh.

En el evangelio encontramos también una dura crítica a aquellos encargados de explicar la ley, de interpretarla y administrar justicia. Se trata de una llamada de atención a los escribas que eran los conocedores y maestros de la ley, y a los fariseos que se consideraban "puros" y separados, por la manera como observaban hasta los más mínimos preceptos de la misma ley. Jesús pone en evidencia su hipocresía: dicen unas cosas y hacen otras. Su testimonio de vida no corrobora sus palabras. Así, el Señor invita al pueblo a que hagan lo que ellos dicen, pero que no imiten sus ejemplos. A continuación pone al descubierto toda la incongruencia de sus vidas: lían fardos pesados a la gente, pero no están dispuestos a mover un dedo para ayudarlos; todo lo hacen para que los vean y estimen. Están dispuestos a sacrificar su misión de transmisores de la Palabra de Dios para asegurar sus puestos. No son pastores de las ovejas, sino pastores de sí mismos, como decía el profeta Ezequiel: Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos Ez 34,2. De ellos dirá san Pablo en la carta a los romanos: Pero si tú, que te dices judío y descansas en la ley; que te glorías en Dios; que conoces su voluntad; que disciernes lo mejor, amaestrado por la ley, y te jactas de ser guía de ciegos, luz de los que andan en tinieblas, educador de ignorantes, maestro de niños, porque posees en la ley la expresión misma de la ciencia y de la verdad... pues bien, tú que instruyes a los otros ¡a ti mismo no te instruyes! Predicas: ¡no robar!, y ¡robas! Prohíbes el adulterio, y ¡adulteras! Aborreces los ídolos, y ¡saqueas sus templos! Tú que te glorías en la ley, transgrediéndola deshonras a Dios. Porque, como dice la Escritura, el nombre de Dios, por vuestra causa, es blasfemado entre las naciones. Rm 2, 18-24

Cristo, enseña a sus discípulos que no es ése el camino del cristiano. Los cristianos tienen un solo maestro porque todos son instruidos por Dios. Poseen un solo Padre, el del cielo, al que llaman con el dulce apelativo de Padre Nuestro. Reconocen un solo Jefe, Cristo, el Señor. El único honor que deben pretender es de ser servidor es de sus hermanos. He aquí una hermosa definición del cristiano y del sacerdote: el servidor de Dios y de sus hermanos. ¡Qué palabras más maravillosas para la vida y de la misión del hombre en esta tierra! Su vida no es un sin sentido de dolor y sufrimiento, de muerte y de pecado. ¡No! Su vida es propiamente servicio, su vida es entrega, donación sincera de sí mismo a los demás. Y cuanto más altos sean los escaños de autoridad que posea, más profunda y perentoria es su obligación de servicio, a ejemplo del Señor que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos. Así, se descubre cuál es el camino del cristiano: el camino de la humillación, el camino del que vence al mal con el bien, el camino del que sufre y lleva todas las adversidades de la vida con paciencia y humildad. ¡Qué distinta es nuestra vida cuando la medimos con los parámetros justos. Cuando vemos que nuestra existencia es un don que, a la vez, debe donarse para dar fruto!

2. La Palabra de Dios. Un segundo elemento doctrinal lo encontramos en las palabras del apóstol a la Iglesia de Tesalónica: no cesamos de dar gracias a Dios, porque, al recibir la Palabra de Dios que os predicamos, la acogisteis no como palabra de hombre, sino cual es en verdad, como palabra de Dios. Decíamos en el domingo pasado que cuando el apóstol va al encuentro de un pueblo que no ha recibido la Palabra de Dios para anunciarla, va al encuentro de una gracia especial. Dios se hace presente, ilumina la mente de los evangelizados y de los evangelizadores; hace sentir su presencia y su poder de transformación. Ciertamente, es viva la Palabra de Dios y eficaz, y más cortante que espada alguna de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón. Hb 4,12. La Palabra de Dios realiza lo que significa. La Palabra de Dios nos indica que Dios mismo es el autor de una comunicación y que, por eso, se le debe respeto, veneración y obediencia filial. Cuando Dios habla y se revela, se le debe humilde sumisión y el obsequio de la inteligencia y de la voluntad.

Nos corresponde, pro tanto, como a los Tesalonicenses, acoger la palabra de Dios cual es en verdad, como Palabra de Dios y no simplemente como palabra de los hombres que es un simple sonido que pasa.


Sugerencias pastorales

1. Los verdaderos pastores. El ejemplo de Pablo es elocuente y nos invita a todos a revisar nuestra carta de servicio y nuestras responsabilidades de frente a nuestra familia, a nuestra comunidad, a nuestra parroquia. Esta aplicación pastoral se refiere, de modo especial, a los sacerdotes que deben ser verdaderos pastores de la grey a ellos confiada. Ellos deben amar con sinceridad a las ovejas que están bajo su solicitud; ellos no pueden ser mercenarios de tiempo parcial que huyen ante los peligros; no pueden ser fariseos que usurpan la cátedra de Moisés y el lugar de Cristo para buscar sus propias ganancias. El sacerdote no es para sí mismo, sino para las almas, solía decir el Cura de Ars. Las almas deben constituir su máxima ilusión, y debe estar dispuesto a dar su vida por ellas, como san Pablo. Por ello, en el sacerdote no cabe la "ascensión de carrera", la búsqueda de puestos de honor; la búsqueda de la gloria personal. Cuanto más humilde es el sacerdote, tanto más y mejor transmite a Dios. Sin que él se dé cuenta esta humildad vence las resistencias de su fieles y los conduce por vías de santidad. El sacerdote es el pastor de las ovejas: debe dar la vida por ellas. Y dar la vida es algo muy concreto: es predicar, es salir al encuentro, es visitar al enfermo, instruir al ignorante, aconsejar al que duda. Dar la vida, es afrontar el desafío de la nueva evangelización, es desgastarse un día y otro sin medida para que no se pierda ninguno. Dar la vida es gastarse y entregarse por las almas, sin perdonar cansancios o dificultades. Sobre todo, dar la vida es no perder nunca la esperanza de la conversión de sus almas. Los fieles tienen derecho a encontrar en su sacerdote al hombre que los anima a mirar al futuro con esperanza. El, a pesar de todos los problemas actuales, sigue siendo el punto de referencia moral y de instrucción religiosa. ¡Cómo nos estimula el ejemplo de los sacerdotes mártires del siglo pasado! El ejemplo de un Titus Brandsman que hace adoración eucarística en su barraca, después de todo un día de trabajos forzados, y que perdona en el último momento a la enfermera que le aplica la inyección fatal. El ejemplo de un Karl Leisner que es ordenado en el campo de concentración y alcanza a celebrar una sola misa. El ejemplo de un Jakob Gapp que en la noche antes de ser guillotinado escribe:

"He aquí que llego al final de la batalla.
Arrestado hace casi ocho meses por defender la fe cristiana,
el pasado día del Sagrado Corazón,
me anunciaron mi condena a muerte.

Me he batido sólo por una causa:
que los hombres alcancen libremente la salvación eterna.
He defendido la fe con mis palabras y con mis obras,
llega el momento de hacerlo con la vida entera.

Hoy tendrá efecto la sentencia.
A las siete me presentaré ante mi buen Salvador
a quien siempre he amado ardientemente.
No os entristezcáis por mí.
Todo pasa sólo el cielo queda
He vivido, sin duda, momentos muy amargos, desde mi detención.

He vivido días hundido en la más obscura tristeza,
pero he tenido la oportunidad de prepararme mejor para mi muerte.
Derramar la sangre por Cristo y por su Iglesia
ha venido a constituir mi mayor ilusión.

Después de haber luchado por largo tiempo contra mí mismo,
he llegado a considerar este día como el más bello de mi vida
Hoy el sacerdocio me aparece más claro y atractivo".

(Extractos de la carta escrita por el P.Gapp el 13 de agosto de 1943 poco antes de ser guillotinado)

P. Octavio Ortíz


19.

Sería un error interpretar el evangelio de este domingo, lleno de invectivas contra los fariseos, como si se tratase simplemente de un juicio moral sobre las actitudes personales de unos individuos concretos. El ataque va más hacia el fondo, contra un cierto modo de vivir la religión.

Por desgracia, aún hoy para muchos la religión es, ante todo, un conjunto de normas, lo cual con frecuencia ha empujado a las personas a la rebelión contra el dios censor, enemigo de la vida y más pendiente de castigar al culpable que de acoger al pecador.

El Concilio Vaticano II ha reconocido que, en la génesis del mundo contemporáneo, «pueden tener parte no pequeña los propios creyentes, en cuanto que, con el descuido de la educación religiosa, o con la exposición inadecuada de la doctrina, o incluso con los defectos de su vida religiosa, moral y social, han velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión ». Esta consideración es aún más apremiante cuando se reflexiona sobre la responsabilidad de aquellos que tienen una misión específica dentro de la Iglesia.

Frente a la posibilidad de instrumentalizar la religión para oprimir las conciencias, o para generar relaciones de poder dentro del grupo, el evangelio de Jesús nos desvela el rostro paterno de Dios, que «encuentra su gloria en que el hombre viva» (san Ireneo).

Cuando decimos que Dios es padre hemos de tener la humildad de reconocer que nuestro lenguaje no podrá describir nunca mínimamente a Dios. Pero no es una palabra vacía de significado. Hablar de Dios padre no define su esencia, sino nuestro estar ante Dios como hijos. Jesús nos salva de la obsesión del dios enemigo, del dios gran señor que quiere ser servido, del dios que ha hecho al hombre para ser adorado…, del dios tan lejano de los hombres que se vuelve demasiado humano, demasiado cercano a nuestros deseos de poder y a nuestros sueños de dominación. No se trata de la anarquía de una vida sin ley, pero sí de supeditar ésta a la plena realización del ser humano.

El anuncio de la paternidad de Dios tiene otra consecuencia que en este evangelio aparece claramente explicitada: si Dios es padre, nadie más puede usar este título. Y esto nos lleva a otro aspecto de la salvación: la recuperación de la propia identidad por parte de los anónimos y de los excluidos.

En una sociedad donde se miran los títulos, los cargos, las riquezas y hasta la devoción, estar privado de estas cosas significa estar privado de personalidad, lo que supone no sólo una pérdida de papel social, sino también de autoestima. Los grandes son grandes y deben ser tratados como grandes, porque por el hecho de ser grandes merecen ese trato. La cosa más terrible no es ser un paria, sino aceptar que las cosas tienen que ser así.

El mensaje de la única paternidad de Dios quiere decir que nadie más tiene derecho a llamarse padre y, por tanto, las relaciones entre los hombres pueden variar por motivos de función, pero no de dignidad. Donde todos son hermanos, nadie puede ser más hermano que otro, y menos aún padre.

El reino de Dios es, si queremos, un concepto religioso, pero cargado de una explosiva admonición social. Donde reina Dios, ¿quiénes son los grandes de la tierra? Donde juzga el Señor, ¿qué valor tienen nuestros juicios?

La única grandeza que conoce el Evangelio es la del servicio. Para ocupar cargos y honores, nunca faltarán candidatos; lo difícil es hallar a personas dispuestas a gastar y desgastar su vida por los demás, sin alharacas ni pretensiones. Y ésta es la verdadera grandeza, puesto que son éstas las personas verdaderamente necesarias. Ésta es la grandeza de Dios, el infinitamente grande que no humilla, sino que se humilla para engrandecer a los que ama.

+Luis Quinteiro Fiuza


20.

La conclusión del Evangelio de este domingo es una invitación a la humildad: "El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido". Esta frase adquiere toda su relevancia a partir de lo que anteriormente ha dicho Jesús de los letrados y fariseos: no hacen lo que dicen, lían fardos pesados y los cargan pero no mueven ni un dedo para empujar, todo lo que hacen es para que los vea la gente.
     En la contraparte están los que se humillan, los que tienen un sólo Maestro, un sólo Padre, un sólo Señor. Lo que pretende Jesús no es quitar determinadas palabras del diccionario, cualquiera se da cuenta rápidamente que podemos eliminar todas las palabras que queramos, mientras las ideas sean efectivas en nuestra mente, no servirá de nada porque aparecerán lo mismo a través de otras palabras. Por eso hay que ir al significado: Maestro es el que enseña, el que transmite la verdad, Padre el que da la vida, Señor el que tiene autoridad para mandar. Lo que nos dice Jesús es que nosotros, los cristianos, sabemos que la verdad es sólo Cristo, y nadie más, que la vida se la debemos a Dios, y a nadie más, que el único que puede exigir nuestra obediencia es Dios, y nadie más. Todos los demás maestros, padres y señores tienen una validez relativa, en tanto en cuanto a través de ellos podamos descubrir y entrar en relación con el único Maestro, Padre y Señor.
     ¿En qué lado de esa división nos situamos nosotros? Demasiadas veces decimos lo que no hacemos, buscamos mandar y esquivamos el servir, nos gusta que la gente nos vea y piense bien de nosotros. Todo esto es verdad, y si seguimos este planteamiento llegaremos con facilidad a una conclusión desaforada: lo mejor es dejarlo todo, cerrar la Iglesia, ya que no podemos decir, porque no hacemos, no podemos mandar, porque no servimos y no podemos ponernos ante los demás para que nos vean. Parece como si la palabra de Jesús viniera a encerrarnos en nuestro pecado sin dejarnos salida alguna. Esta forma de pensar es la que está en el fondo de todos nuestros miedos a dar testimonio de nuestra fe, de todas esas humildades que lo que hacen es encerrar la fe cada vez más en una pura intimidad insignificante.
     Pero hay otra posibilidad, otra manera de plantearnos nuestra vida cristiana, es la opción de Pablo en la segunda lectura. Él da gracias porque los tesalonicenses han recibido la palabra de Dios como lo que es en verdad, Palabra de Dios. Pablo no predica su propia palabra, que, por maravillosa que fuera, siempre sería una palabra humana, sino la Palabra de Dios que le sobrepasa y no le pertenece. Este es el ejemplo que deberíamos seguir: si nuestro Maestro, Padre y Señor es Dios, entonces tendremos que reconocer que no nos pertenece ni nuestro decir, ni nuestro mandar, ni nuestro mismo ser. No se trata de pretender situarnos en el centro del universo y querer hacer de nuestra vida una falsa perfección, porque eso nos llevaría a actuar como los fariseos. De lo que se trata es de poner en el centro de nuestra vida y de nuestro testimonio a aquél que realmente es el centro, y saber dejarle lugar y presencia a través nuestro.
     Esa es la llamada de la Palabra de Dios, cada vez que queremos ponernos nosotros mismos en el centro Jesús nos recuerda a los letrados y fariseos, pero también podemos intentar que a través de nosotros sea Dios mismo quien se manifieste, ese es el reto, ser cada vez más una transparencia de Dios. Ojalá que cada vez seamos más conscientes de esa no-pertenencia fundamental que está en el fondo de nuestro ser cristiano para que seamos cada vez más capaces de centrarnos menos en nosotros mismos y buscar la atención de los demás hacia nosotros. Si lo hacemos así descubriremos que, a pesar de todas nuestras miserias y pecados, todavía podemos dar testimonio con nuestra vida de aquel que en verdad es Maestro, Padre y Señor. Nuestra humildad no puede únicamente consistir en una negación de nosotros mismos que nos encierre en la esterilidad, sino en hacer de esa negación una afirmación de Dios.


21.

"UNO SÓLO ES VUESTRO PADRE"

En la lectura evangélica resalta las duras palabras con que Jesús trató a los fariseos de su tiempo. Dicen y no hacen, cargan fardos y no ayudan y no ayudan nada, les gusta figurar, llamar la atención y que los llenen de honores.

Y esa palabra es buena, también, para nosotros. Nos cuesta la sinceridad y la sencillez y no siempre camina junta en nuestra vida las obras y las palabras. Todos somos un poco fariseos.

Pero hay en el pasaje tres ideas que merece la pena resaltar:

1.- "Uno solo es vuestro Maestro..."

A Jesús, muchas veces, le llamaron Maestro y nosotros, también nos sentimos discípulos. Así termina el Evangelio: "Id y haced discípulos..." ( Mt 28. 19)

Y se nos insiste en que sus oyentes "se quedaban atónitos de la manera de enseñar" (Mc 1. 22)

En la escuela de Jesús aprendemos nosotros y no sólo por lo que dice, sino por lo que hace. El hace lo que dice.

La primera enseñanza es que Dios es un padre que nos quiere, que nos manda a su Hijo, para que nos salve y que el Espíritu Santo hace posible que Jesús siga vivo entre nosotros.

Y uno sigue aprendiendo.

Él se llama Jesús. Porque es El único que me puede salvar y liberar de las ataduras del pecado.

Él es mi camino. Tengo que poner mis pies en sus huellas.

Él es la verdad, la única verdad.

Él me da la vida y me la da abundantemente.

Su escuela es la del Amor. En donde aprendo a Perdonar, Servir, sin importarme los primeros lugares, pues sé que los últimos serán los primeros en el Reino de Dios. Y no se puede dejar de aprender que el seguidor carga con la cruz de la fidelidad, pero que, como la del Maestro, un día será cruz de gloria.

¿Cómo me voy haciendo un fiel discípulo?

- leyendo el Evangelio, cada día

- Guardando siempre momentos intensos de oración.

- haciendo vida el mensaje de cada Domingo

- educarnos en el fe, movimientos, grupos de apostolado, la A. C. etc.. son muchos los caminos que nos pueden llevar al Padre.

2.- "Uno solo es Vuestro Padre.."

Aunque dicen los teólogos que Dios es "totalmente otro" porque nuestros conceptos sólo nos aproximan un poco, la Biblia entre muchas palabras, destaca la idea de padre. Y el mismo Jesús nos dice: "Cuando oréis habéis de decir: Padre Nuestro"

La primitiva comunidad cristiana, que en gran parte conocía el Antiguo Testamento, se maravillo de llamar a Dios ¡Padre! . San Pablo nos dice que vivamos confiadamente porque llamamos a Dios "Abbá- Padre" Es como llamarle "Papa" con toda la ternura y la confianza de los niños.

Juan Pablo primero, el de la eterna sonrisa, admiro a los creyentes, cuando dijo: "Dios es Padre. Más aun es Madre" Recordaba a Isaías que había dicho que aunque una madre se olvidara de sus hijos. Él no los podría olvidar.

3.- "Todos vosotros sois hermanos"

Bonita y comprometida afirmación. Los hombres formamos los familia de los hijos de Dios. Y como en toda la familia comparto. Doy y me dan.

Doy lo que puedo, para que todos sean felices. Pensar en los otros tiene que ser algo normal entre los que nos llamamos cristianos.

Queridos Hermanos. El amor de Dios es un tesoro que no podemos guardarnos para nosotros solos siempre hay que compartirlo para que sea autentico. Esta semana les invito a que saboreemos las palabras del Padre Nuestro ... Y sintamos la intensidad de su contenido.

Que María madre del silencio nos ayuda a encontrarnos con ese misterio de su amor que nos transforma.

Con mis pobres oraciones.

Pbro. José Rodrigo López Cepeda



22.

Las personas a las que se dirige este Evangelio, no son los fariseos y escribas, sino "las multitudes y sus discípulos", a los cuales Jesús trata de advertir de las actitudes de estos grupos que tanto habían influido negativamente. En dos partes podemos dividir el Evangelio, la primera es una advertencia sobre la hipocresía y soberbia de los escribas y fariseos; y la segunda son algunos criterios básicos para la convivencia de la comunidad que ha de seguirlo.

Las advertencias que Jesús realiza son tres básicamente: Su hipocresía o doble vida: “Hagan pues, todo lo que les digan, pero no imiten sus obras, porque dicen una cosa y hacen otra”. Su egocentrismo: “Todo lo hacen para que los vea la gente. Ensanchan las filacterias y las franjas del manto”. Y la búsqueda de poder: “Les agrada ocupar los primeros lugares en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; les gusta que los saluden en las plazas y que la gente los llame ‘maestros’ ”. Era muy importante seguir estas tres advertencias para no caer en actitudes que dañaran la comunidad. Jesús no sólo denuncia lo que no hemos de hacer, sino que nos propone de manera positiva las actitudes de debemos guardar entre nosotros: La Fraternidad: “todos ustedes son hermanos”. La conciencia de ser Hijos del mismo Padre: “porque el Padre de ustedes es sólo el Padre celestial”. Y la diaconía o servicio: “Que el mayor de entre ustedes sea su servidor”. De esta manera podemos comprender mejor que la advertencia de Jesús de no llamar padre, guía o maestro a nadie, es buscando resaltar la igualdad que hemos de vivir entre todos nosotros seguidores de Cristo, y no tanto el uso específico de la palabra misma. Por lo tanto, si a alguien se le llama aquí en la tierra padre, maestro o guía será sólo por participación en el ministerio de Cristo, único maestro y guía del Pueblo de Dios. Es decir, nadie puede hablar o dirigir a otro si Cristo no le ha dado tal autoridad y además este liderazgo se ha de ejercer desde el servicio y con humildad.

ACTUALIDAD

Jesús nos llama en este domingo a vivir intensamente nuestra condición de hijos de Dios, iguales ante Él y por lo tanto entre nosotros. Padre tenemos uno, por eso cuando un hijo llama padre o madre a quienes lo han engendrado es porque Dios les ha participado de su paternidad; y si un cristiano llama padre a un sacerdote es porque Dios le ha participado de su amor paternal. Por eso, somos todos iguales, hijos del mismo Amor y por lo tanto hermanos unos de otros.

Sin embargo, la sociedad parece ganarnos y nos hace perder esta conciencia. ¡Cuántas desigualdades resquebrajan nuestra sociedad! Desigualdades por el dinero, por el poder, por los conocimientos, por las edades, por la condición social, etc. El problema no es que existan diferencias entre nosotros, esa es una riqueza para la sociedad. El problema está en que por esas diferencias nos tratemos como si fuéramos unos más que otros.

No olvidemos pues esta semana que todos hemos venido de Dios y que todos acabaremos donde mismo. Vivamos esta semana, la fraternidad, el trato amable con los que nos rodean, en nuestra escuela, trabajo, casa o parroquia. Si no vivimos así, no seremos más que esos fariseos que caminaban con “aires de superioridad” despreciando al pobre y maltratando a las viudas.

PROPÓSITO

Tratar a todos como me gustaría que me tratasen a mí. Cuidar mis palabras y actitudes, pues son las que me llevan a caer en la hipocresía.

Héctor M. Pérez V., Pbro
padrehector@reflexion.org.mx


23. COMENTARIO 1

¡FUERA LA MASCARA!

Jesús echa en cara a los ricos su injusticia; a los sumos sacerdotes, la manipulación de los sentimientos religiosos de la gente y de la religión misma, que han convertido en su negocio; a los poderosos, su prepotencia... Pero las denuncias más apasionadas las dirige a los fariseos. La razón no es porque fueran mucho peores que los otros, sino porque, con su apariencia de buenos, los fariseos engañaban y corrompían a la gente.

LIBERACION INTEGRAL

Jesús pone en marcha un proceso de liberación que debe conducir a los hombres a ser, individual y colectivamente, verdaderamente libres. El apóstol Pablo compara este proceso con el del crecimiento humano y dice que la fe en Jesús, al hacernos hijos adultos de Dios, nos hace totalmente libres (Gál 3, 23-4,7). Esto supone, según el mismo Pablo, que los que han aceptado el mensaje evangélico y se han abierto al Espíritu deben ser capaces de discernir por sí mismos "lo que es voluntad de Dios, lo bueno, lo conveniente, lo acabado" (Rm 12,1-2).

La influencia de los fariseos sobre la gente sencilla hacía imposible este crecimiento, esta liberación. Los fariseos se cuidaban de mantener al pueblo en una permanente minoría de edad para que no tuvieran más remedio que acudir a ellos. Letrados y fariseos "se habían sentado en la cátedra de Moisés" y, desde ella, imponían a los demás lo que debían creer y las normas según las cuales se debían comportar. Con fama de "buenos", que ellos se cuidaban de fomentar, habían conseguido una enorme influencia entre la gente del pueblo; por eso era necesario desenmascararlos.

Jesús quiere que los hombres sean libres no sólo de. las cadenas externas con las que otros hombres les pueden arrebatar la libertad de movimiento, sino también de cualquier tipo de dominio interior; Jesús quiere que los hombres sean dueños de su vida, de su inteligencia, de su voluntad, de su propia conciencia; Jesús ofrece una liberación radicalmente integral que es imposible lograr si no se descubre el verdadero rostro de letrados y fariseos.

NO SON TAN SANTOS

No, no son tan santos. En primer lugar, están usurpando un lugar que no les corresponde: "En la cátedra de Moisés han tomado asiento los letrados y los fariseos". Moisés, por encargo del Señor, se había puesto a la cabeza de un movimiento de liberación, había guiado al pueblo desde la esclavitud a la libertad; y ellos hablan en nombre de él y en nombre del Señor para someter al pueblo y mantenerlo reducido a una permanente servidumbre.

Pero, además, también en ellos se cumple aquel refrán que dice que "una cosa es predicar y otra dar trigo". A los demás les exigen muchas cosas; ellos, sin embargo, no las cumplen:
"Por tanto, todo lo que os digan, hacedlo y cumplidlo..., pero no imitéis sus obras, porque ellos dicen, pero no hacen". La frase de Jesús es irónica. No está aprobando sin más toda la doctrina farisea; ya la ha criticado otras veces, y en este mismo discurso volverá a desautorizarla (Mt 15,6-9; 16,5-12; 23, 16-20); lo que Jesús intenta es mostrar que ni ellos mismos se creen lo que dicen, porque si se lo creyeran, lo pondrían en práctica.

Por otro lado, "lían fardos pesados y los cargan en las espaldas de los hombres, mientras ellos no quieren empujarlos ni con un dedo". Esta es, en primer lugar, una cualidad de los fariseos exigen mucho pero no ayudan nada; pero, sobre todo, esta es una característica de su manera de entender las relaciones del hombre con Dios a partir de la Ley: Dios da sus normas, y al hombre corresponde cumplirlas; y el que no quiera o no sea capaz, que se atenga a las consecuencias. Es ésta una religión que fomenta en el hombre la angustia por no llegar al nivel mínimo necesario y el miedo al castigo que impondrá un Dios implacable: una religión alienante, verdadera droga que arrebata al hombre el dominio sobre su conciencia y, por tanto, su libertad.

Finalmente, la intención de letrados y fariseos no es agradar a Dios, sino alimentar su orgullo: "Todo lo hacen para llamar la atención de la gente: se ponen distintivos y borlas grandes en el manto; les encantan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas, que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame 'Rabbi'". No creen en Dios, sólo creen en sí mismos; no tienen ningún interés en acercar la gente a Dios: sólo quieren que la gente los trate a ellos como a dioses.

VOSOTROS, EN CAMBIO...

El objetivo último que Jesús persigue con esta polémica se ve ahora totalmente claro: lo que él pretende es que estos defectos no se reproduzcan en su comunidad. Es posible que cuando Mateo escribe su evangelio, en el grupo al que él se dirige (el evangelio se dirige a todos, también a nosotros; pero en un primer momento cada evangelista tiene presente las circunstancias de la comunidad en la que está integrado y para la que escribe en primer término) algunos pretendieran erigirse en los letrados y fariseos de la comunidad; si es así, lo que es muy probable, el tono apasionado que tiene este discurso refleja la importancia que da el evangelista a esta cuestión; él sabe que silos fariseos se hacen con el control de la iglesia, harán con el mensaje de Jesús lo que hicieron con la religión de Moisés: lo dejarán reducido a un conjunto de leyes y de normas que impedirán la relación de amor de los hombres con Dios y arruinarán la posibilidad de libertad y felicidad para los hombres mismos.

Lo primero que dice Jesús al dirigirse a sus discípulos es que entre ellos no se pueden establecer dignidades y castas que los separen: "Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar "Rabbí", pues vuestro maestro es uno solo y vosotros todos sois hermanos; y no os llamaréis 'padre' unos a otros en la tierra, pues vuestro Padre es uno solo, el del cielo; tampoco dejaréis que os llamen 'directores', porque vuestro director es uno sólo, el Mesías". En la comunidad cristiana hay un solo maestro ("rabbí", que significa "señor mío", "monseñor", era el título que se daba a los maestros más importantes), un solo padre (este título lo usaban también los maestros y los miembros del Gran Consejo; igualmente se daba a los mayores, de quienes se habían recibido las tradiciones y creencias que los identificaban como pueblo; véase Hch 7,2; 22,1) y un solo director (guía espiritual): el padre, el del cielo; el único maestro y director, el Mesías; los demás, hermanos.

Eso no quiere decir que la comunidad de Jesús sea una masa informe. Por supuesto que no. Desde el principio, en las comunidades cristianas hubo "especialización" (véase, p. ej., 1 Cor 12,28-29; Ef 4,11), hubo incluso quienes desempeñaron funciones directivas; y deberá seguir siendo así. Cada uno, con lo mejor de los dones que la naturaleza le haya dado, potenciados con la fuerza del Espíritu, deberá contribuir al crecimiento de la comunidad. Pero eso no debe dar lugar a diferencia de castas, de dignidades, de categorías; tal diversidad no debe significar "poder", dominio de unos sobre otros (y menos de unos sobre las conciencias de los demás), porque "el más grande entre vosotros será servidor vuestro". Y esto no puede reducirse a una pura frase de un ritual de entronización.

El evangelio de hoy termina con una frase mediante la que Jesús indica de qué parte está Dios: "A quien se encumbra, lo abajarán, y a quien se abaja, lo encumbrarán".

Recordemos, para terminar, que el evangelio, este párrafo de hoy incluido, sigue vigente para los que nos llamamos cristianos.
...................

24. COMENTARIO 2

v. 1. Para empezar, Jesús no se dirige a letrados y fariseos, sino a la gente y a sus discípulos. Su denuncia pretende abrirles los ojos para que conozcan la calidad de los que se proclaman maestros y se liberen de su yugo.

v. 2. En Dt 18,15.18 se anunciaban profetas como los sucesores de Moisés. El puesto de los profetas lo han tomado los doctores de la Ley y sus observantes. Se ha sustituido la referencia a Dios, propia de los profetas, por la referencia a Un código minuciosamente comentado e interpretado, que ahoga al hombre en la casuística. Recuérdense los 613 mandamientos que se distinguían en la Ley, todos obligatorios por igual.

v. 3. Los puntos suspensivos indican la ironía de la frase. El segundo miembro neutraliza al primero, pues nadie hace caso de maestros sabiendo que son hipócritas. Esta interpretación se confirma por el hecho de que Jesús ataca no sólo la conducta, sino también la doctrina de los fariseos (15,6-9.14; 16,12; 23,13.15.16-22). No puede, por tanto, estar recomendando que hagan lo que dicen.

v. 4. "Los fardos pesados" se oponen a "la carga ligera" de Jesús (11,30). La doctrina propuesta por los letrados es una carga insoportable. Es más, ellos, que la proponen como obligatoria, no ayudan en nada a su observancia, se desentienden de los que tendrían que observarlas. No pretenden, por tanto, ayudar a los hombres, sino dominar por medio de su doctrina.

v. 5. "Se ponen distintivos ostentosos", lit. "ensanchan sus filacterias". Este término significa "medio de protección" contra el mal, y en el contexto judío, probablemente "medio de custodian conservar en la memoria" la ley de Moisés; consistían en unos colgantes que llevaban escritos ciertos pasajes de la Ley (Dt 11,13-22; 6,4-9; Ex 13,11-16.2-10) y eran el cumplimiento material de Ex 13,9.16; Dt 6,8; 11,18 ("meteos estas palabras mías en el corazón y en el alma, atadlas a la muñeca como un signo, ponedlas de señal en vuestra frente"). Se colgaban en la frente y en la muñeca los días de trabajo para la oración de la mañana y se pronunciaba una bendición a Dios. Los fariseos devotos las llevaban puestas todo el día, y más grandes de lo ordinario, para ostentar su fidelidad a la Ley.

No existe equivalente exacto en nuestra cultura, lo más aproximado serían los distintivos ostentosos de la propia piedad o consagración a Dios. La traducción más cercana al original será: "se cuelgan amuletos anchos/insignias/distintivos ostentosos"; el objetivo de aquella exhibición ha de ser explicado.

vv. 7-8. "Señor mío", "monseñor", significado de "rabbí" en la época de Jesús; era título dado a los maestros eminentes de la Ley. De ordinario se traduce "maestro", pero en este texto, donde Mt opone el término hebreo al griego, es mejor conservarle su sentido de título.

Aunque el texto no lo indica, estas palabras de Jesús están dirigidas a sus discípulos. Jesús insiste en la igualdad entre los suyos. Nadie de su comunidad tiene derecho a rango O privilegio; nadie depende de otro para la doctrina: el único maestro es Jesús mismo: todos los cristianos son "hermanos", iguales. De hecho es Jesús solo quien puede revelar al hombre el ser del Padre (11,27). Esta es la verdadera enseñanza, que consiste en la experiencia que procura el Espíritu. Esto indica que en su comunidad lo único que tiene vigencia es lo que procede de él, que nadie puede arrogarse el derecho a constituir doctrina que no tenga su fundamento en la que él expone y su base en la experiencia que él comunica, y que en esta tarea todos son iguales.

v. 9. "Y no os llaméis padre": título de los maestros y de los miembros del Gran Consejo (Hch 7,2; 22,1).

El título "padre" se usaba para los rabinos y los miembros del Gran Consejo. "Padre" significaba transmisor de la tradición y modelo de vida. Jesús prohibe a los suyos reconocer ninguna paternidad terrena, es decir, someterse a lo que transmiten otros ni tomarlos por modelo. Lo mismo que él no tiene padre humano, tampoco los suyos han de reconocerlo en el sentido dicho. El discípulo no tiene más modelo que el Padre del cielo (cf. 5,48) y a él sólo debe invocar como "Padre" (6,9). Se adivina en las palabras de Jesús la relación que crea el Espíritu: él es la vida que procede del verdadero Padre, y el agente de la semejanza del hombre con el Padre.

v. 10. El término usado por Mt significa el consejero y guía espiritual. Lo mismo que el título de Maestro, Jesús se reserva también éste y previene contra toda usurpación. Es él, en cuanto Mesías, el que señala el camino y es objeto de seguimiento.

v. 11. Establecida la diferencia entre el comportamiento de los rabinos y el de los discípulos (8-10), define Jesús cuál es la verdadera grandeza, en oposición a las pretensiones de los letrados y fariseos; prescribe el espíritu de servicio, en contraste con la falta de ayuda de los maestros de la Ley a los que tienen que cumplirla (v. 4).

v. 12. Contra el deseo de preeminencia, enuncia Jesús el principio que ha de orientar a su comunidad. El sujeto no indicado de los verbos "lo abajarán, lo encumbrarán" es Dios mismo. El principio enuncia, por tanto, un juicio de Dios sobre las actitudes humanas. La estima que pretenden los rabinos ante los hombres, es desestima a los ojos de Dios.
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25. COMENTARIO 3

Los textos del presente domingo tienden a un mismo fin: enseñarnos la obligación de evitar el orgullo y la vanidad que falsean la religiosidad auténtica. Por ello el salmo contrapone la búsqueda de engrandecimiento presentada como alienación a la autenticidad del orante que en lugar de emprender un camino de exterioridades encuentra a Dios, y lo que anhela el ser humano en lo más íntimo de sí mismo.

Este camino señalado para toda persona, vale de modo especial para los dirigentes de las comunidades cristianas. Ellos, más que los restantes miembros de la comunidad, están expuestos a ese peligro que puede desnaturalizar la vocación a la que han sido llamados. Por ello las lecturas presentan dos actitudes contrapuestas en el gobierno del pueblo de Dios: en el Antiguo Testamento, Malaquías condena un liderazgo que es fuente de desigualdad comunitaria; y en la carta a los de Tesalónica se presenta la actitud opuesta encarnada en la figura de Pablo que se sujeta a la dura ley del trabajo ya que no quiere "ser una carga para nadie" (1 Ts 2,9).

Las mismas actitudes contrapuestas aparecen en el texto evangélico. En él, aparecen delimitadas, en labios de Jesús, dos maneras de ejercicio de la autoridad. Por un lado, se constata el modo en que la dirigencia farisea la actúa; en segundo lugar, se define la forma en que debe ser ejercida en la comunidad cristiana.

Cuando el evangelista escribe, los cristianos deben soportar sufrimientos y humillaciones del fariseísmo entronizado como única autoridad religiosa del pueblo después de la destrucción de Jerusalén el año 70 d.C. por obra de los romanos. En un intento de preservar la unidad religiosa en las circunstancias de ausencia del Templo, ese grupo intenta congregar a todo Israel en torno a la "Ley de Moisés", interpretada de forma autoritativa por el fariseísmo.

Pero pareciera que el discurso conoce otra justificación originada de la propia vida comunitaria. Las insistencias están indicando que las comunidades judeocristianas de Siria conocen los daños que puede causar una autoridad mal ejercida por los dirigentes propios. De allí que todo el pasaje deba ser leído teniendo en cuenta este doble frente. Condena de la autoridad farisea al externo de la comunidad y condena del mal ejercicio de la autoridad de algunos dirigentes en el interior de la Iglesia, con la consiguiente puesta en claro del modo en que toda autoridad debe actuarse según se deriva de la voluntad salvífica de Dios.

Por ello aunque se habla de los "fariseos", a lo largo de estos versículos siempre están presentes "la multitud y los discípulos" en calidad de interlocutores directos.

El texto parte de la constatación de la función que los fariseos y letrados han asumido: "en la cátedra de Moisés han tomado asiento" (v. 2). De esa forma su enseñanza aparece en continuidad con el Legislador del Sinaí, interpretando los mandamientos divinos.

Sin embargo, esa dignísima función se ha visto desnaturalizada debido a la incoherencia entre la doctrina predicada y la actuación concreta. En la descripción de los fariseos ("dicen, pero no hacen", v.3) se condensa la falsa religiosidad opuesta a la religiosidad de Jesús, que a cada palabra o discurso pronunciado hace seguir una concreción práctica.

Esta incoherencia se pinta con trazos breves pero lapidarios. En primer lugar la obligación religiosa es transferida totalmente a la vida de otras personas y descuidada en la propia vida. A diferencia de Jesús, cuya carga es liviana (Mt 11,30), los dirigentes fariseos imponen a los demás israelitas preceptos difíciles de cumplir.

A continuación, se critica la ostentación que hacen del cumplimiento de la Ley. Los preceptos legales forman parte de su indumentaria ya que son llevados como "distintivos y borlas grandes en el manto", haciendo alarde de la propia piedad y dedicación a Dios.

Esta práctica la realizan para acrecentar su respetabilidad. La búsqueda de ésta se traduce en la búsqueda de los primeros puestos en banquetes y sinagogas y el placer que le causan los títulos honoríficos que se le dirigen. La función, de este modo entendida, se considera como fuente de privilegios y desigualdades.

Inmediatamente se pasa a describir el sentido auténtico de una conducción según el designio de Dios. Este consiste primeramente en el rechazo de todo privilegio ya que la comunidad cristiana debe entenderse como una fraternidad, donde cada función debe ser puesta en referencia con Jesús y con su Padre.

Por ello se excluyen expresamente tres títulos honoríficos, utilizados erróneamente por el fariseísmo: maestro, padre y director. Cada uno de ellos revela el intento de sentirse superior a los demás integrantes de la comunidad cuando en realidad la grandeza de una conducción se manifiesta en la capacidad de servicio que esté dispuesta a realizar.

Como ya había enseñado el discurso eclesiástico de Jesús (Mt 18), el centro de la comunidad sólo puede ser ocupado por el pequeño y sus necesidades.

Este urgente llamado al discernimiento del ejercicio de la autoridad por medio de un servicio humilde y desinteresado se concluye con la máxima del v. 12. En ella se pone de relieve que en la sociedad alternativa propuesta por Jesús quedan abolidos los privilegios y honores que en las sociedades se atribuyen a los personajes considerados principales.

De esa forma el texto nos invita a revisar el comportamiento comunitario de los liderazgos eclesiásticos y si son capaces de expresar estas exigencias que Jesús pide de ellos.

Para la revisión de vida:
¿Merecería yo que se dijera de mí lo que Jesús dice de aquellos conciudadanos suyos: "Hagan ustedes lo que ellos dicen, pero no lo que hacen"?…
Creer lo que se dice. Predicar lo que se cree. Vivir lo que se es.

Para la reunión de grupo:
- "No se dejen llamar maestros, ni padres ni jefes... el primero de ustedes, sea el servidor de todos"... Dejando aparte la aplicación literal de estas recomendaciones de Jesús, ¿qué presencia del afán de poder y de la incoherencia entre lo proclamado y lo vivido vemos en la Iglesia como institución, en las estructuras eclesiásticas? Ejemplos y consideraciones.
- "Trabajábamos de noche y de día para no ser una carga para ninguno de ustedes". Es el tema de la economía en la Iglesia. Sin dinero, no se pueden hacer la mayor parte de las obras que se hacen en la Iglesia, en la vida de la comunidad cristiana, en la parroquia, en la evangelización. Pero si se introducen los salarios, el dinero puede acabar mercantilizando hasta lo más puro de la fe… ¿Será mejor hacer menos cosas en la Iglesia, pero que sean gratuitas, o que una Iglesia funcione muy bien, pero que todos los que hacen cualquier servcio o ministerio estén perfectamente financiados?
- Siguiendo con el mismo tema: la economía del clero. ¿Deben vivir los sacerdotes y los evangelizadores en general de su propio trabajo?

Para la oración de los fieles:
- Para que la Iglesia reinen siempre la unidad, la caridad mutua, el servicio de unos a otros, el estar siempre a disposición de los que nos necesiten. Oremos.
- Para que todas las personas y naciones de la tierra puedan servir a Dios en la paz, en la justicia y en la prosperidad. Oremos.
- Para que todas las personas que sufren en su cuerpo o en su espíritu encuentren esperanza en el amor de Dios Padre y consuelo en la solidaridad de los hermanos. Oremos.
- Para que conozcamos cada día más y mejor la Palabra de Dios y ella nos vaya renovando y transformando. Oremos.
- Para que todos los gobernantes sean conscientes de su condición de servidores del pueblo y cesen los autoritarismos, las dictaduras y las oligarquías. Oremos.
- Para que nuestros seres queridos difuntos gocen ya del descanso eterno, coronados de gloria en el Reino de Dios. Oremos.

Oración comunitaria:
Dios, Padre nuestro, haz que nuestro corazón esté cada día más abierto a tu Palabra, para que nuestra vida sea cada vez más conforme a lo que Tú nos dices, y así caminemos siguiendo tus pasos y vayamos construyendo, con tu ayuda, tu Reino entre nosotros, hasta el día en que Tú nos lo regales en toda su plenitud. Por Jesucristo.

1. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Seréis dichosos". Ciclo A. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. J. Mateos - F. Camacho, El Evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid.

3. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica).