30 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXXI DEL
TIEMPO ORDINARIO
26-30

26. INSTITUTO DEL VERBO ENCARNADO

Comentarios generales

Sobre la Primera Lectura (Mal 1, 14-2, 2. 8-12)

Malaquías denuncia los graves pecados que sacerdotes y pueblo cometen contra la Alianza:

— Los sacerdotes dan muestras de no reverenciar la majestad ni la santidad de Dios. Inmolan para Dios víctimas de desecho (14). El culto exterior debe expresar los sentimientos interiores. El Sacerdocio Levítico tuvo sus épocas de fe y fidelidad religiosa. Ejercía el culto con tal fidelidad a la Alianza que honraba a Dios y edificaba al pueblo (6). Y el Profeta aprovecha esta oportunidad para definir el ideal del sacerdote: «Porque los labios del sacerdote guardan la ciencia y en su boca se busca la Ley; porque es el mensajero de Dios» (7).

— En este contexto hallamos la previsión misteriosa del Profeta. En la Era Mesiánica va a tener Dios un culto digno: «Pues desde donde sale el sol hasta donde se pone grande es mi Nombre entre las naciones; y en todo lugar se hace quemar el sacrificio y se ofrece a mi Nombre una oblación pura» (11). Ni el Templo de Jerusalén ni menos los templos paganos podían ofrecer este culto a Dios. En el culto de la Nueva Alianza, el de Cristo Sacerdote y Víctima, tenemos la oblación grata a Dios. Cesará el culto levítico (8); pero el culto de la Nueva Alianza será eterno.

— Otro gravísimo pecado contra la Alianza es el que se comete en Israel: El divorcio. En el pueblo de la Alianza Dios es testigo y garante del vínculo matrimonial (10. 15). Malaquías con esta rica iluminación, prepara el terreno para que Cristo promulgue las líneas definitivas de la santidad e indisolubilidad matrimonial (Mt 5,31; 19, 3-9).

Sobre la Segunda Lectura (1 Tes 2, 7-9. 13)

Pablo abre su corazón a sus neófitos de Tesalónica. De él conocemos más al gran teólogo que al tierno y exquisito padre. No desperdiciemos esta hermosa página autobiográfica:

— Podía, dice, presentarme ante vosotros con autoridad. Elegido por el Señor Jesús al apostolado tenía los derechos y poderes de los Doce. Pablo ejerce el apostolado como un servicio, con entrega y bondad de corazón, al estilo del Maestro. Los neófitos son para él hijos. Los ama y los cuida con amor maternal: «Como la nodriza que calienta en su regazo a sus hijos» (7).

— Y no es puro amor de palabras y sentimientos. Para no ser gravoso a sus neófitos se ha impuesto ganarse el sustento con el trabajo de sus manos. Y está dispuesto a dar por ellos la propia vida (9-10). Comentará el Santo de Ávila exhortando a los sacerdotes, padres espirituales de las almas: «No tanto han de ser hijos de voz cuanto hijos de lágrimas. Y muy necesario es que quien a este oficio se ciñe que tenga este amor; porque así como los trabajos de criar los hijos no se podrían llevar como se deben llevar sino de corazón de padre o madre, así tampoco los sinsabores, peligros y cargas de esta crianza no se podrían llevar si este espíritu faltase (BAC. OC I-p 260). Y al padre Granada le escribe: «A peso de gemidos y ofrecimiento de vida da Dios los hijos a los que son verdaderos padres» (BAC-3l3-p 20).

— A padre tan digno cumplen hijos igualmente nobles. Pablo está orgulloso de ellos. Alaba en ellos dos virtudes o actitudes con que los Tesalonicenses han correspondido a los desvelos de su Apóstol: Primeramente han recibido de labios de Pablo la Palabra de su predicación no cual palabra humana, sino tal cual verdaderamente es, como Palabra divina (13 a). Se han mostrado dóciles y abiertos a la fe, sencillos y humildes. En segundo lugar, no se han contentado con oír. Han llevado a la práctica las enseñanzas de la fe. La de los Tesalonicenses se ha traducido en una vida auténticamente cristiana. Ojalá quienes oyen hoy el mensaje del Evangelio presentaran su corazón dócil al Espíritu Santo y lo hicieran fructificar inmediatamente en frutos de santidad. Un larvado racionalismo nos cierra a la Palabra de Dios. Y el desmedido apego a nuestras categorías mentales y a nuestro comodismo la impide fructificar, la esteriliza.

Sobre el Evangelio (Mt 23, 1-12)

Es una durísima diatriba contra los vicios de los dirigentes espirituales de Israel:

— Dado que el espíritu del Evangelio, el espíritu de las Bienaventuranzas, supone una victoria sobre todos los instintos y pasiones, corremos siempre el peligro de deformar aquel espíritu con sutiles adaptaciones. El fariseísmo es un peligro constante. Asido como un parásito a toda persona y a todo grupo de personas con afán de santidad, se nutre con su jugo.

— Cristo denuncia y desenmascara de entre los vicios farisaicos los siguientes: La incongruencia o divorcio entre lo que enseñan y lo que practican (3), la dureza y egoísmo (4), la vanidad y exhibición en la práctica de la virtud (5), la ambición de honores (6). Las «filacterias» eran unas tiras de cuero en las que, tomando a la letra Ex 13, 9-16, escribían pasajes de la Ley y los llevaban sobre la frente o sobre el brazo. Las de los Fariseos eran más solemnes y llamativas (5). En todo buscan más la apariencia que la autenticidad, el honor que el servicio.

Los dirigentes de la Iglesia podrían caer en los vicios farisaicos. A ellos mira el Evangelista. Un afán de títulos (Abba, Maestro, Guía), una competición de primacías, dañaría a la Iglesia.

— Las consignas que Jesús propone a sus seguidores son ajenas y aun contrarias a todo fariseísmo. En la escuela de Jesús se exige y se valorizan: en las relaciones con Dios, la verdad, la autenticidad y la humildad; en las relaciones con el prójimo, la sencillez, el servicio, la abnegación. El mayor debe ser el servidor de todos (11). La autoridad en la Iglesia es un servicio y no un honor. Todo auténtico seguidor de Cristo debe hacerse servidor de todos hasta la inmolación total. La Eucaristía es amor de Cristo y es inmolación de Cristo. Vivimos la Eucaristía si fructificamos amor, servicio, inmolación.

( tomado de José Ma. Solé Roma O.M.F 'Ministros de la Palabra' , ciclo 'A', Herder, Barcelona 1979.)

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DOM COLUMBA MARMION

La criatura ante Dios

La humildad cristiana consiste principalmente en la postura que adopta el alma, no precisamente ante los demás hombres ni ante sí misma, sino ante Dios.

Sin duda que la humildad implica la deferencia para con el prójimo, e incluso, en algunos casos, la sumisión. Cuando el hombre se juzga íntimamente a sí mismo, la humildad le sugiere siempre una saludable modestia. Pero todo esto no es sino consecuencia de una disposición mucho más profunda. La actitud fundamental del alma humilde es la de rebajarse ante Dios y vivir de acuerdo con su condición, pensando y obrando siempre de perfecto acuerdo con la voluntad del Señor. La humildad sitúa al alma ante Dios tal cual es, en su verdadera miseria y en su nada. Podemos, pues, definirla diciendo que es "la virtud que inclina al hombre a mantenerse en la presencia de Dios en el lugar que le corresponde". ¿Qué son los hombres en este mundo? Seres que marchan hacia la eternidad; solamente están de paso. En el orden de la creación, y con mucha mayor razón en la economía sobrenatural, el hombre "no tiene nada que no haya recibido": Quid hábes quod non accepisti? Y añade el Apóstol: "¿De qué te glorías, como si no lo hubieras recibido?" (I Cor., IV, 7).

La humildad no consiste en tener un conocimiento teórico de esta dependencia, sino en proclamarla voluntariamente por una sumisión efectiva a Dios y al orden por El establecido. En el afán de ajustar la conducta a su verdadera condición, el hombre humilde rechazará todos los deseos de procurar su propia excelencia con independencia de las leyes establecidas por la naturaleza y por Dios.

Según la doctrina de Santo Tomás, la humildad es una virtud que propiamente pertenece a la voluntad, pero que está regulada por el conocimiento: Normam habet in cognitione. ¿Qué conocimiento es este? El de la soberanía de Dios por una parte, y por la otra el de su propia nada. Sobre estos dos abismos, tan distintos el uno del otro, se asoma el alma sin que pueda llegar nunca a escrutarlos hasta el fondo.

Esta confrontación del hombre y del Absoluto divino debe realizarse principalmente en el silencio de la oración. Dice la Escritura: Deus noster ignis consumens est: "Yave, tu Dios, es fuego abrasador" (Deut., IV, 24). Cuanto más nos acercamos a El con espíritu de fe, tanto más experimentamos que se apodera de toda nuestra alma. La misma claridad que nos permite entrever la grandeza de Dios es la que nos descubre nuestra absoluta indigencia.

La humildad consiste en la verdad. Como dice San Agustín: "La humildad debe hermanarse con la verdad y no con la mentira".

Por el contrario, el orgullo comporta siempre y ante todo un error de juicio. El hombre orgulloso se complace desordenadamente en su propia excelencia hasta el extremo de llegar a perder de vista y a despreciar y rechazar el soberano dominio que Dios ejerce sobre él.

Entre todas las inclinaciones que nos incitan al pecado, el orgullo es la más tenaz, la más profunda y la más peligrosa.

Son muchos los grados y las particularidades que presenta este vicio, pero la disposición fundamental del orgulloso consiste en que su alma vive sin preocuparse de bendecir la mano bondadosa que le dispensa todos los beneficios que disfruta. Todos los beneficios divinos, tanto los del orden creado como los del orden sobrenatural, los reputa como cosas completamente normales y naturales. Cuando el hombre está dominado por la soberbia, camina por la vida sin acordarse para nada de los derechos de Dios y de las finezas de su amor. Esta es la razón de porqué el Señor, que se inclina bondadosamente sobre el corazón humilde, abandona al orgulloso en la independencia que reclama: Et divites dimisit inanes.

En el alma del sacerdote, el orgullo no suele revestir caracteres tan graves, pero puede llevarle a perder de vista su dependencia total respecto de Dios y a complacerse en el ejercicio de la autoridad y en el bien que practica, como si todo esto partiera de sí mismo. La humildad es necesaria para todo hombre, pero mucho más para los ministros de Jesucristo.

Guardémonos, sin embargo, de pensar que la humildad paraliza el espíritu de iniciativa y el celo abnegado. Por el contrario, es una fuente de energía moral. Cuando el alma humilde reconoce su debilidad o su indigencia, no lo hace para estarse de brazos caídos, sino para encontrar en Dios, en el cumplimiento de su voluntad, el poderoso resorte de su energía. Esta era la conducta de los santos. Contemplad al gran Apóstol de los gentiles. ¿Dónde se encuentra el secreto de su infatigable entusiasmo? El mismo nos lo dice: "Cuando parezco débil, entonces es cuando soy fuerte" (II Cor., XII, 10). Y esto, porque: "Todo lo puedo en Aquel que me conforta" (Philip., IV, 13). La verdadera humildad siempre va unida a la magnanimidad y a la confianza en el Señor.

("Jesucristo ideal del sacerdote" Ed. Desclée de Brouwer, Bilbao, 1953 Pág. 158 y ss.)

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BOSSUET

La cátedra de Moisés: Cátedra de Jesucristo y de los apóstoles (Mat. XXIII, 1-3).

Después de haber dejado confundidos a los fariseos y a los doctores de la ley con sus respuestas, empieza a descubrir ante el pueblo su hipocresía, principalmente por dos razones. La primera para que el pueblo fuera advertido de sus artificios, que debían ser el mayor obstáculo para su fe. En segundo lugar, para instrucción de los maestros y de los doctores de la Iglesia; a fin de que ellos evitasen con todo cuidado esta hipocresía farisaica, que había hecho tan gran oposición al Evangelio, y que había finalmente hecho perecer sobre la cruz al Hijo de Dios. Antes de salir Jesucristo de este mundo quiso, por lo mismo, dejarnos esta instrucción preciosa.

Entonces, pues, habiendo confundido a todos los doctores de la ley y a los fariseos, Jesús se dirigió a las turbas, que estos hipócritas tenían seducidas, a fin de librarlas de sus engaños, y a sus mismos discípulos, para que evitasen éstos seguir sus malos ejemplos, y les habló de esta manera: «Los doctores de la ley y los fariseos están sentados sobre la cátedra de Moisés» (Mat. XXIII, 2-3). De lo que se deduce: 1°, que su autoridad era legítima; 2º, que estaban abusando de ella; 3°, que serían por ello castigados.

Reflexionemos bien este pasaje y preparémonos para aprovechar este discurso de nuestro Señor de tal manera que nos veamos verdaderamente libres del fariseísmo, según nos lo avisa nuestro Maestro: «Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía» (Mat. XVI, 6); y ¡cuánto queda todavía de esta levadura de los fariseos entre nosotros! Es lo que vamos a ver.

Jesucristo habla a las turbas y a sus discípulos, o sea, al pueblo y a los doctores. Esté cada uno de nosotros atento a las palabras del Salvador y aproveche lo que le convenga de este discurso.

Lo primero que hemos de notar, en esta instrucción del Salvador, es que habiendo de descubrir los abusos y la corrupción que había en la Sinagoga y en sus doctores, él empieza estableciendo la legitimidad de su autoridad y de su ministerio con las palabras más claras y terminantes. Y si no fuera así, al reprender los abusos se introducía un abuso todavía más grande que todos los otros, que seria apartar de la sociedad y despreciar el ministerio de la autoridad, que es de Dios, por causa de los vicios de los que la ejercen. Jesucristo, doctor del género humano, no quiso por esto mismo salir de este mundo sin dejar establecido firmemente este fundamento, que es el remedio a todos los cismas futuros; y, realmente, y realmente no pudo establecerse con más autoridad.

«Los doctores de la ley y los fariseos están sentados sobre la cátedra de Moisés» (Mat. XXIII, 2). Sentados para enseñar, pues ellos tienen autoridad para ello. «Sobre la cátedra de Moisés.» No había cosa más grande para el pueblo del Antiguo Testamento que estar sentado sobre la cátedra del Legislador, de aquel que Dios mismo había escogido para ser el mediador entre él y su pueblo, como lo proclama San Pablo (Gal. III, 19). Es sobre esta cátedra que están sentados los doctores de la ley y los fariseos; ellos representan a los setenta ancianos consejeros, que participaron del espíritu de Moisés para juzgar al pueblo.

Después de haber dejado establecida su autoridad sobre la de Moisés, continúa diciendo: «Observad, pues, y haced todo lo que ellos os dicen» (Mat. XXIII, 3). Atribuye, pues, claramente a la Sinagoga una verdadera infalibilidad; de tal manera que era necesario tener por cierto todo lo que había enseñado constantemente, como dogma revelado por Dios. Pues Jesús no da a nadie el derecho de juzgar sobre ella; y enseña al pueblo que debe obedecerla: «observad y haced».

Reflexionemos, pues, a la vista de esto, la autoridad que deben tener los doctores de la Iglesia cristiana, pues ellos están sentados, no sobre la cátedra de Moisés, sino sobre «la cátedra de Jesucristo y de los apóstoles» (Ef. II, 20), en la que fueron establecidos con una promesa mucho más auténtica, que no los doctores de la Sinagoga, pues la Sinagoga debía pasar y no tenía promesas sino de carácter temporal; por el contrario, a la Iglesia le dijo Jesucristo: «Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos» (Mat. XXVIII, 20).

«Observad, pues, y haced lo que ellos os dicen.» Porque la asistencia, que les ha prometido Dios para enseñar bien al pueblo, no impide la corrupción de sus costumbres particulares, aunque sea en la mayor parte de ellos; por esto prosiguió: «Empero no hagáis según sus obras; porque ellos dicen y no hacen» (Mat. XXIII, 3). Guardaos, pues, de vuestros doctores. Ellos no se atreverán a enseñaros sino lo que realmente ha pasado a ser dogma cierto de la Sinagoga; y si ellos hicieran lo contrario, serían corregidos por la autoridad de la cátedra, por el conjunto de los fieles de la Sinagoga. Pero la disciplina podrá llegar a estar tan corrompida que no se repriman las malas costumbres, la avaricia, la hipocresía, las costumbres particulares de los que buscan, so pretexto de religión, sus propios intereses. Así, pues, haciendo lo que ellos os dicen, no hagáis en manera alguna lo que ellos hacen: id con cuidado, pues, como dice San Agustín, que «al recoger la flor de la buena doctrina entre los cardos, no os lastiméis la mano con los malos ejemplos» (Serm. XLVI in Ecech. n. 22 et Serm. ÍXXXVII de Verb. Ev. Joan. n. 13).

He aquí, en resumen, la instrucción del Salvador, que continuaremos explicando. Pero detengámonos ahora a considerar la conducta maravillosa de Dios, que gobierna de tal manera el cuerpo de los doctores en la Iglesia, que ellos enseñarán máximas santas, aunque, acaso, no las practiquen, pero que su corrupción no pasará al dogma, pues el dogma tiene por sí mismo una raíz tan fuerte, que se sostiene, por sí mismo, aparte de estas flaquezas.

Jesucristo nos previene todavía más de los escándalos, los que serán más grandes y perniciosos cuando los veamos en los doctores y en los pastores. Él quiere que aprendamos a honrar el ministerio, aun en los menos dignos de sus sujetos; pues que la indignidad de los ministros es asunto particular de ellos, pero su ministerio es de Dios.

("Meditaciones sobre los Evangelios" Ed. Iberia, Pág. 125 yss.)

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 Dr. Isidro Gomá y Tomás 

166. — Discurso de Jesús contra los fariseos.

Hipocresía y ambición de los fariseos. — Las turbas, que en número extraordinario habían confluido al Templo con ocasión de las fiestas de la Pascua, habían sido testigos de la petulancia y perversidad de los fariseos, de la humillación que Jesús les había causado, de la sabiduría invencible del Señor; los ánimos estaban preparados para oír la tremenda requisitoria; al pueblo, pues, y a los discípulos dirige la palabra el Maestro: Entonces Jesús habló a la multitud y a sus discípulos, diciendo en sus instrucciones... Empieza Jesús reconociendo la autoridad de los escribas y fariseos: ellos eran los sucesores de Moisés en la interpretación y aplicación de la ley: sobre la cátedra de Moisés sentáronse los escribas y los fariseos: la metáfora está tomada de la antigua costumbre de sentarse sobre un lugar elevado los que ejercen un magisterio. La consecuencia es obvia: si su autoridad es legítima, deben observarse sus prescripciones: Guardad, pues, y haced todo lo que os dijeren; referíanse las leyes que del Sinedrio emanaban al culto externo de Dios, sacrificios, purificaciones, días festivos, tributos, etc. Jesús, por lo mismo, mientras oficialmente perdura la Sinagoga, quiere que el pueblo se atenga a su autoridad.

Pero otra cosa es si se trata de la conducta personal de los legisladores: ellos no cumplen según la ley, de la que son custodios e intérpretes; hay, por lo mismo, que atender a la ley, pero no imitar sus obras: Mas no hagáis según sus obras: porque dicen, y no hacen. A esta aserción general añade Jesús la prueba, expresiva de todo un sistema jurídico: Pues atan cargas pesadas e insoportables, a la manera como se atan muchos objetos en haces; uno a uno son los objetos llevaderos, pero el haz es pesadísimo: Y las ponen sobre los hombro de los hombres: eran las mil prescripciones de detalle, con las que querían asegurar el respeto a la ley, ya de sí pesada (Act. 15, 10), pero que en junto resultaban intolerables. Contrastaba con este rigor la relajación de los fariseos y escribas legisladores, que rehuían en absoluto el cumplimiento de las leyes que promulgaban: Mas ni aun con su dedo las quieren mover: eran inexorables con los demás.

A la relajación y dureza, añaden los escribas la ambición e hipocresía: Y hacen todas sus obras por ser vistos de los hombres: y así prueba de su vana ostentación, ensanchan sus filacterias, gustan andar con largos hábitos y extienden sus franjas. Eran las filacterias unas membranas o pergaminos en que se inscribían estas cuatro secciones de la ley mosaica: Ex. 1:3, 19; 13, 11-16; Deut. 6, 4-9; 11, 13-21: encerradas en pequeñas cajas de piel negra, se ataban, por medio de cintas, especialmente en las horas de oración, en la frente y en el brazo izquierdo: así creían cumplir el precepto del Deuteronomio (6, 8): "Las atarás (las palabras de Dios) como por señal en tu mano, y estarán y se moverán entre tus ojos": para ostentación de su piedad, los fariseos las llevaban muy grandes. Lo mismo hacían con las franjas o fimbrias, y vistiendo túnica hasta los pies, señal de cierta preeminencia y majestad.

A esta ostentación religiosa añadían los fariseos la ambición descocada de toda suerte de preeminencias: Y quieren los primeros puestos en los convites, y en las sinagogas las primeras sillas, colocándose en las asambleas en los lugares más honoríficos y vistosos: Y los saludos en la plaza, recibiendo públicas y exageradas manifestaciones de respeto: Y que los hombres los llamen Rabbi: era una denominación reciente en tiempo del Señor, equivalente a "mi maestro": la vanidad del fariseo se nutría de todas estas futilidades.

A la hipocresía y ambición de los fariseos opone Jesús la insistente recomendación de la sinceridad y de la humildad: Mas vosotros no queráis ser llamados Rabbi: no que no deba haber dignatarios y titulares del magisterio, sino que no debe ponerse el afecto en los títulos por vanagloria. La razón es, porque pequeña es la sabiduría y la dignidad magistral de los hombres delante del único Maestro que posee todos los tesoros de la ciencia de Dios, que es Dios mismo, o su Cristo, porque uno solo es vuestro Maestro, ante quien, como hermanos, todos somos iguales: Y vosotros todos sois hermanos.

Como a los doctores se les llamaba también con frecuencia "padre", y de esta paternidad espiritual estaban ufanos los fariseos, recomiéndales que no les imiten en esto tampoco: Y a nadie llaméis padre vuestro sobre la tierra. Y da una razón semejante a la anterior: Porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos, de quien viene toda paternidad, natural y sobrenatural, en el orden del cuerpo y del espíritu, porque toda filiación intelectual de El trae origen.

Tampoco quiere que los doctores de la nueva Ley se llamen jefes espirituales, guías, maestros de maestros, como los doctores-cumbres de las dos grandes facciones o partidos doctrinales, Hillel y Schamai, en tiempo de Jesús: Ni os llaméis maestros. La razón es que es único el maestro que ilumina las almas, camino, verdad y vida de las inteligencias, por el magisterio externo y por el interno de la gracia: Porque uno es vuestro Maestro, el Cristo.

Por fin el discípulo de Jesús debe obrar inversamente a la conducta de los fariseos: éstos quieren elevarse sobre los demás; aquéllos, aun ejerciendo autoridad o magisterio sobre los otros, deben reputarse siervos de los demás: El que es mayor entre vosotros, será vuestro siervo. De ello da Jesús una razón, que es al propio tiempo un estímulo para los humildes, una amenaza para los ambiciosos y vanos: Porque el que se ensalzare, será humillado: y el que se humillare, será ensalzado: el camino de la gloria es la humildad; el orgullo lleva a la ruina. Jesús nos dio el ejemplo de lo primero; en los fariseos vemos la realización de lo segundo.

Lecciones morales. — A) v. 2. — Sobre la cátedra: de Moisés sentáronse los escribas y los fariseos. -— Siéntanse sobre la cátedra de Moisés, dice Orígenes, los que se glorían de profesar su ley e interpretarla: los que no se apartan de la letra se llaman escribas; y fariseos los que añaden algo más, profesando mayor perfección que los otros. No eran malos porque se sentaran en la cátedra de Moisés, antes era ello un ministerio necesario para la custodia de la ley y el régimen del pueblo. Lo malo era que con su modo de obrar profanaban la santidad de su cátedra. Porque, dice el Crisóstomo, debe atenderse cómo alguien se sienta en su cátedra: porque no es la cátedra la que hace el sacerdote, sino el sacerdote la cátedra; no es el lugar el que santifica al hombre, sino el hombre al lugar; por lo mismo, el mal sacerdote deriva del sacerdocio no la dignidad, sino el crimen. ¡Tremenda responsabilidad la que importa el lugar que ocupamos, si es elevado y santo! Sacerdotes, padres, maestros, gobernantes, publicistas, debieran pesar el valor de estas palabras de Jesús: "Sobre la cátedra..."

B) v. 3. — No hagáis según sus obras... — Nada hay más miserable, dice Orígenes, que aquel doctor cuyos discípulos se salvan cuando no le siguen, se pierden cuando le imitan. Lo cual demuestra que se halla, en el orden de la vida, en el polo opuesto de la verdad. ¿Qué importa para él que enseñe la verdad, si con su vida la desmiente? No sola la verdad es la que salva, sino la verdad que informa todos los actos de la vida. Si por desdicha nuestra nos hallamos sometidos a un magisterio tal, dice el Crisóstomo, hagámoslo como acostumbramos con los frutos buenos de la tierra: cogemos los frutos y dejamos la tierra; así debemos cosechar la buena doctrina que nos da el doctor de mala vida, y dejar de lado sus perversos ejemplos.

C) v. 5 — Y hacen todas sus obras por ser vistos de los hombres... — De las entrañas mismas de todas las cosas nace lo que las destruye: de la madera, el gusano; del vestido, la polilla, dice el Crisóstomo. Así se empeña el diablo en corromper y destruir el ministerio de los sacerdotes, que están puestos para la edificación del pueblo, en forma que el mismo bien lleve en sus entrañas el mal. Quitad del clero este vicio, de la ostentación y vanagloria, y fácilmente se remediará todo lo demás. Atenuando este concepto del santo Obispo de Constantinopla, diremos que, gracias a Dios, no es la vanidad lo que esterilice la acción sacerdotal de nuestros días: pero sí que los ministros de Dios deben cuanto puedan rectificar su intención e informarla del sentido y del espíritu de Jesús, para que sus obras tengan la eficacia que de ellas puede esperarse en el Señor.

D) v. 8. — Vosotros no queráis ser llamados Rabbi...—A fin de que, dice el Crisóstomo, no nos levantemos con una gloria que es de sólo Dios. Porque si la gloria de adoctrinar a los hombres fuese de los doctores, dondequiera que hubiese doctores, habría quienes aprendiesen la doctrina. Pero ahora no sucede así, sino que muchos se quedan sin aprender. Y es que Dios es el que da la inteligencia, no el doctor, que no hace más que ejercitarla en los que le oyen. Y siendo muy glorioso el oficio de doctor, esta consideración le da su legítimo valor, inferior al que nosotros juzgamos. Dios es siempre quien da el incremento.

E) v. 9. — Y a nadie llaméis padre vuestro sobre la tierra... Se entiende, atribuyéndole en absoluto la paternidad sobre nosotros. Tenemos padres según el cuerpo y según el espíritu; pero unos y otros no ejercen más que un ministerio de paternidad en nombre del Padre de nuestros cuerpos y de nuestras almas que está en los cielos, y "de quien viene toda paternidad en los cielos y en la tierra" (Eph. 3, 15). Dios es vida esencial, de quien procede toda vida; así es también Padre de quien procede toda filiación, porque de El arranca toda paternidad. Agradezcamos a nuestros padres, del cuerpo y del espíritu, cuantos beneficios de ellos recibimos, pero acostumbrémonos a referirlos al "Padre de las luces. Dios, de quien viene toda óptima dádiva y todo don perfecto" (Iac. 1, 17).

F) v. II. — El que es mayor entre vosotros, será vuestro siervo. — No sólo no quiere el Señor, dice el Crisóstomo, que ambicionemos los lugares de preeminencia, sino que nos manda tener tendencia á lo contrario. Es la única manera de refrenar este afán de subir, que es innato en el hombre. Como al caballo se le hace tascar el freno y se le tira de las riendas para que no se desboque, así hemos de hacerlo con las fuerzas bajas de nuestra vida.

(Tomado de "El Evangelio Explicado" Vol. IV, Ed Casulleras 1949, Barcelona, Pág. 68 y ss)

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SAN AGUSTÍN

Pero tu, dicen, que hablas tantas cosas contra nosotros ¿qué eres?.

Cualquiera que sea yo, atiende a lo que se dice no por quién se dice...

Ambos géneros de personas, de buenos y de malos existen en la Iglesia conforme lo atestigua el Señor. Cuando predican los buenos, ¿qué dicen? Sed mis imitadores, como yo lo soy de Cristo ( I Co. 4,16). Y ¿qué se dice de los buenos? Sed modelo de los fieles( I Tim. 4,12). Nosotros trabajamos por ser esto. ¿Qué es lo que somos? Aquel a quien gemimos lo conoce. De los malos se dijo otra cosa: Sobre la cátedra de Moisés se sentaron escribas y fariseos, haced lo que dicen más no hagáis lo que hacen. Veis que en la cátedra de Moisés, a la cual sucedió la de Cristo, se sientan también los malos, y sin embargo exponiendo el bien, no perjudican a los oyentes.

Si hablo cosas buenas y las hago imítame; si no hago lo que digo, tienes el consejo del Señor: haz lo que digo, no hagas lo que hago, pero no te apartes de la cátedra católica.

...Vengamos a cuenta, Agustín obispo está en la Iglesia católica, lleva su carga y ha de dar cuenta a Dios. Entre los buenos lo conocí; si es malo, Él lo sabe; si es bueno no por eso es mi esperanza. Esto es lo que aprendí ante todo en la Iglesia Católica: a no poner mi esperanza en hombre alguno.

En una palabra: si tú me llamas malo, yo diré otras innumerables cosas de mí mismo. Quita eso del medio, termina mi causa, trata del asunto más importante, atiende a la causa de la Iglesia, mira dónde estás. Recibe hambriento la verdad de cualquier parte que se presente, no sea que jamás llegue el pan a tus manos por buscar continuamente enojado y vituperante en la cazuela lo que pretendes censurar.

( Enarraciones sobre los salmos I . Salmo 36. Sermón 3. pp. 649-651. BAC. Madrid 1964)

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SAN AMBROSIO

Todo este pasaje resulta de una gran belleza y nos invita a buscar la sencillez, mientras condena las cosas superfluas y terrenas de los judíos, los cuales precisamente por juzgar las cosas de la ley según la letra, no sin razón son comparados a la copa de vidrio y al plato, modelos de fragilidad; ellos observaban aquellas cosas que para nosotros no son de utilidad alguna y, sin embargo descuidan aquellas otras en las que está puesto el fruto de nuestra esperanza; por eso cometen un gran pecado al despreciar aquello que es más perfecto.

Para decirlo más brevemente, este pasaje todas las deficiencias de aquellos que aplican cuantos sentidos tienen a pagar lo diezmo de los frutos más despreciables y no tiene el menor miedo al juicio futuro, ni poseen ningún amor de Dios, cuando precisamente las obras sin fe son absolutamente vanas; así no hacen ningún caso del juicio y del amor de Dio; del primero porque no lo ponen como punto de ira en su conducta, y de la caridad porque no aman a Dios de corazón.

Mas con el fin de que no nos lancemos de nuevo a una fe que descuida las obras, Él sintetiza en poces palabras la perfección del creyente como una unión entre la fe y las obras, diciendo: Es necesario hacer esto sin omitir aquello.

( Obras . Tomo I. p. 396. BAC. Madrid. 1965)

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JUAN PABLO II

Audiencia general

Miércoles 17 de febrero de 1988

Jesucristo: aquel que "se despojó de sí mismo"

1. "Aquí tenéis al hombre" (Jn 19, 5). Hemos recordado en la catequesis anterior estas palabras que pronunció Pilato al presentar a Jesús a los sumos sacerdotes y a los guardias, después de haberlo hecho flagelar y antes de pronunciar la condena definitiva a la muerte de cruz. Jesús, llagado, coronado de espinas, vestido con un manto de púrpura, escarnecido y abofeteado por los soldados, cercano ya a la muerte, es el emblema de la humanidad sufriente.

"Aquí tenéis al hombre". Esta expresión encierra en cierto sentido toda la verdad sobre Cristo verdadero hombre: sobre Aquél que se ha hecho "en todo semejante a nosotros excepto en el pecado"; sobre Aquél que "se ha unido en cierto modo con todo hombre" (cf. Gaudium et spes, 22). Lo llamaron "amigo de publicanos y pecadores". Y justamente como víctima por el pecado se hace solidario con todos, incluso con los "pecadores", hasta la muerte de cruz. Pero precisamente en esta condición de víctima, a la que Jesús está reducido, resalta un último aspecto de su humanidad, que debe ser aceptado y meditado profundamente a la luz del misterio de su "despojamiento" (Kenosis). Según San Pablo, Él, "siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz" (Fil 2, 6-8).

2. El texto paulino de la Carta a los Filipenses nos introduce en el misterio de la "Kenosis" de Cristo. Para expresar esto misterio, el Apóstol utiliza primero la palabra "se despojó", y ésta se refiere sobre todo a la realidad de la Encarnación: "la Palabra se hizo carne" (Jn 1, 14). ¡Dios-Hijo asumió la naturaleza humana, la humanidad, se hizo verdadero hombre, permaneciendo Dios! La verdad sobre Cristo-hombre debe considerarse siempre en relación a Dios-Hijo. Precisamente esta referencia permanente la señala el texto de Pablo. "Se despojó de sí mismo" no significa en ningún modo que cesó de ser Dios: ¡sería un absurdo! Por el contrario significa, como se expresa de modo perspicaz el Apóstol, que "no retuvo ávidamente el ser "igual a Dios", sino que "siendo de condición divina" ("in forma Dei") —como verdadero Dios-Hijo—, Él asumió una naturaleza humana privada de gloria, sometida al sufrimiento y a la muerte, en la cual poder vivir la obediencia al Padre hasta el extremo sacrificio.

3. En este contexto, el hacerse semejante a los hombres comportó una renuncia voluntaria, que se extendió incluso a los "privilegios" que Él habría podido gozar como hombre. Efectivamente, asumió "la condición de siervo". No quiso pertenecer a las categorías de los poderosos, quiso ser como el que sirve: pues, "el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir" (Mc 10, 45).

4. De hecho, vemos en los Evangelios que la vida terrena de Cristo estuvo marcada desde el comienzo con el sello de la pobreza. Esto se pone de relieve ya en la narración del nacimiento, cuando el Evangelista Lucas hace notar que "no tenían sitio (María y José) en el alojamiento" y que Jesús fue dado a luz en un establo y acostado en un pesebre (cf. Lc 2, 7). Por Mateo sabemos que ya en los primeros meses de su vida experimentó la suerte del prófugo (cf. Mt 2, 13-15). La vida escondida en Nazaret se desarrolló en condiciones extremadamente modestas, las de una familia cuyo jefe era un carpintero (cf. Mt 13, 55), y en el mismo oficio trabajaba Jesús con su padre putativo (cf. Mc 6, 3). Cuando comenzó su enseñanza, una extrema pobreza siguió acompañándolo, como atestigua de algún modo Él mismo refiriéndose a la precariedad de sus condiciones de vida, impuestas por su ministerio de evangelización. "Las zorras tienen guaridas y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza" (Lc 9, 58).

5. La misión mesiánica de Jesús encontró desde el principio objeciones e incomprensiones, a pesar de los "signos" que realizaba. Estaba bajo observación y era perseguido por los que ejercían el poder y tenían influencia sobre el pueblo. Por último, fue acusado, condenado y crucificado: la más infamante de todas las clases de penas de muerte, que se aplicaba sólo en los casos de crímenes de extrema gravedad especialmente, a los que no eran ciudadanos romanos y a los esclavos. También por esto se puede decir con el Apóstol que Cristo asumió, literalmente, la "condición de siervo" (Fil 2, 7).

6. Con este "despojamiento de sí mismo", que caracteriza profundamente la verdad sobre Cristo verdadero hombre, podemos decir que se restablece la verdad del hombre universal: se restablece y se "repara". Efectivamente, cuando leemos que el Hijo "no retuvo ávidamente el ser igual a Dios", no podemos dejar de percibir en estas palabras una alusión a la primera y originaria tentación a la que el hombre y la mujer cedieron "en el principio": "seréis como dioses, conocedores del bien y del mal" (Gén 3, 5). El hombre había caído en la tentación para ser "igual a Dios", aunque era sólo una criatura. Aquél que es Dios-Hijo, "no retuvo ávidamente el ser igual a Dios" y al hacerse hombre "se despojó de sí mismo", rehabilitando con esta opción a todo hombre, por pobre y despojado que sea en su dignidad originaria.

7. Pero para expresar este misterio de la "Kenosis" de Cristo, San Pablo utiliza también otra palabra: "se humilló a sí mismo". Esta palabra la inserta él en el contexto de la realidad de la redención. Efectivamente, escribe que Jesucristo "se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz" (Fil 2, 8). Aquí se describe la "Kenosis" de Cristo en su dimensión definitiva. Desde el punto de vista humano es la dimensión del despojamiento mediante la pasión y la muerte infamante. Desde el punto de vista divino es la redención que realiza el amor misericordioso del Padre por medio del Hijo que obedeció voluntariamente por amor al Padre y a los hombres a los que tenía que salvar. En ese momento se produjo un nuevo comienzo de la gloria de Dios en la historia del hombre: la gloria de Cristo, su Hijo hecho hombre. En efecto, el texto paulino dice: "Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre" (Fil 2, 9).

8. He aquí cómo comenta San Atanasio este texto de la Carta a los Filipenses: "Esta expresión le exaltó, no pretende significar que haya sido exaltada la naturaleza del Verbo: en efecto, este último ha sido y será siempre igual a Dios. Por el contrario, quiere indicar la exaltación de la naturaleza humana. Por tanto estas palabras no fueron pronunciadas sino después de la Encarnación del Verbo para que apareciese claro que términos como humillado y exaltado se refieren únicamente a la dimensión humana. Efectivamente, sólo lo que es humilde es susceptible de ser ensalzado" (Atanasio, Adversus Arianos Oratio I, 41). Aquí añadiremos solamente que toda la naturaleza humana —toda la humanidad— humillada en la condición penosa a la que la redujo el pecado, halla en la exaltación de Cristo-hombre la fuente de su nueva gloria.

9. No podemos terminar sin hacer una última alusión al hecho de que Jesús ordinariamente habló de sí mismo como del "Hijo del hombre" (por ejemplo Mc 2, 10. 28; 14, 67; Mt 8, 20; 16, 27; 24, 27; Lc 9, 22; 11, 30; Jn 1, 51; 8, 28; 13, 31, etc.). Esta expresión, según la sensibilidad del lenguaje común de entonces, podía indicar también que Él es verdadero hombre como todos los demás seres humanos y, sin duda, contiene la referencia a su real humanidad.

Sin embargo el significado estrictamente bíblico, también en este caso, se debe establecer teniendo en cuenta el contexto histórico resultante de la tradición de Israel, expresada e influenciada por la profecía de Daniel que da origen a esa formulación de un concepto mesiánico (cf. Dn 7, 13-14). "Hijo del hombre" en este contexto no significa sólo un hombre común perteneciente al género humano, sino que se refiere a un personaje que recibirá de Dios una dominación universal y que transciende cada uno de los tiempos históricos, en la era escatológica.

En la boca de Jesús y en los textos de los Evangelistas la fórmula está por tanto cargada de un sentido pleno que abarca lo divino y lo humano, cielo y tierra, historia y escatología, como el mismo Jesús nos hace comprender cuando, testimoniando ante Caifás que era Hijo de Dios, predice con fuerza: "a partir de ahora veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Padre y venir sobre las nubes del cielo" (Mt 26, 64). En el Hijo del hombre está por consiguiente inmanente el poder y la gloria de Dios. Nos hallamos nuevamente ante el único Hombre-Dios, verdadero Hombre y verdadero Dios. La catequesis nos lleva continuamente a Él para que creamos y, creyendo, oremos y adoremos.

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Ejemplos Predicables

El mariscal Hindenburg.

No fueron modestos y humildes solamente los hombres de ciencia, también los grandes caudillos de todos los tiempos fueron señalados por poseer estas virtudes en grado eminente. El mariscal de campo von Hindenburg, el azote de los rusos en la campaña de 1914 a 1915, después de sus magníficas victorias fue saludado por todo el pueblo alemán como el salvador de la patria en peligro. Cuando Hindenburg, luego de haber derrotado a los rusos, regresó a su ciudad natal de Posen, en 23 de diciembre de 1914, la juventud escolar de esta ciudad le recibió con grandes ovaciones. Hindenburg les dio las gracias y dijo: "No merezco el agradecimiento que me demostráis por mis victorias sobre los rusos, el agradecimiento corresponde por entero a Dios, que es quien nos envía la derrota o la victoria. El Señor no nos ha dejado de su mano y por su clemencia vencimos a los enemigos". Los grandes hombres siempre son modestos.

"¡Esto no es más que un enano!"

Dios permite a menudo que los hombres más ilustres carezcan de algo corriente en los otros hombres y que en apariencia parece hacerles inferiores a los demás mortales. El Apóstol San Pablo era pequeño y de naturaleza débil, así como el Papa Gregorio el Grande, el Príncipe Eugenio de Saboya, Alejandro de Macedonia, y muchos otros aun. También en un convento de Ancona vivía un monje de mucha virtud llamado Constantino, pero débil y esmirriado de cuerpo. Todos sus contemporáneos le tenían por santo. Atraídos por el renombre de sus virtudes, eran muchos los que acudían al convento aquel, ansiosos de ver de cerca a un hombre de tanta santidad. Entre estos llegó un día un campesino, que apercibiendo al santo monje muy atareado limpiando una lámpara, viéndole tan endeble, exclamó lleno de admiración: "Esto no es más que un enano. No creo que en tan pequeño cuerpo pueda caber virtud tan grande". El piadoso Constantino acertó a oír estas palabras, y con aire satisfecho dijo al campesino: "Tú sí que tienes de mí la opinión más justa que pueda darse". Los hombres humildes no se irritan si se ven menospreciados, porque saben despreciar al desprecio. La mayor virtud siempre la veréis acompañada de la mayor humildad.

(Spirago"Catecismo en Ejemplos" ed. Políglota 1931 Pág. 195 y 199)

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CATECISMO

525 Jesús nació en la humildad de un establo, de una familia pobre (cf. Lc 2, 6-7); unos sencillos pastores son los primeros testigos del acontecimiento. En esta pobreza se manifiesta la gloria del cielo (cf. Lc 2, 8-20). La Iglesia no se cansa de cantar la gloria de esta noche:

La Virgen da hoy a luz al Eterno
Y la tierra ofrece una gruta al Inaccesible.
Los ángeles y los pastores le alaban
Y los magos avanzan con la estrella.
Porque Tú has nacido para nosotros,
Niño pequeño, ¡Dios eterno!

(Kontakion, de Romanos el Melódico)

526 "Hacerse niño" con relación a Dios es la condición para entrar en el Reino (cf. Mt 18, 3-4); para eso es necesario abajarse (cf. Mt 23, 12), hacerse pequeño; más todavía: es necesario "nacer de lo alto" (Jn 3,7), "nacer de Dios" (Jn 1, 13) para "hacerse hijos de Dios" (Jn 1, 12). El Misterio de Navidad se realiza en nosotros cuando Cristo "toma forma" en nosotros (Ga 4, 19). Navidad es el Misterio de este "admirable intercambio": O admirabile commercium! El Creador del género humano, tomando cuerpo y alma, nace de una virgen y, hecho hombre sin concurso de varón, nos da parte en su divinidad (LH, antífona de la octava de Navidad).


27. Fray Nelson Domingo 30 de Octubre de 2005
Temas de las lecturas: Yo soy el gran rey * El trato cordial * El camino del discípulo.

1. Cuando los guías se extravían
1.1 La primera lectura y el Evangelio de hoy nos presentan un hecho triste pero real: sucede a veces que nuestros guías pierden el camino. Los que debían acercarnos hacia Dios llevan una vida lejos de Dios. ¿Cómo afrontar esta situación?

1.2 Observemos que en estos textos particulares que estamos comentando, Dios, más que encarar a sus pastores, en esta ocasión quiere que nosotros como pueblo suyo sepamos qué debemos hacer cuando los pastores no parecen representar de ningún modo al Dios vivo y santo en quien creemos. Hay otros textos dirigidos a los pastores, pero eso no quita que nosotros como ovejas del rebaño del Señor, debemos saber qué hacer, sin limitarnos a denigrar de quienes nos dirigen, y sin pretender disculpar nuestras faltas en las faltas de los que están delante de nosotros.

1.3 El punto central es ese: el pecado de tu pastor no disculpa tu pecado; aun si tu pastor es indigno del Dios a quien dice servir, ello no te exime de ser digno de ese Dios a quien dices pertenecer.

2. Distinguir palabras y obras
2.1 Jesús nos da una clave fundamental: hay que saber distinguir las palabras y las obras. Con referencia al proceder hipócrita de los fariseos dice: "Hagan todo lo que les digan, pero no imiten sus obras, porque dicen una cosa y hacen otra" (Mt 23,3). Es como si nos dijera: "las obras malas no implican palabras falsas ". Para la mayoría de nosotros el criterio es que las obras malas desacreditan a las palabras, aunque éstas sean buenas. Jesús no quiere que nosotros utilicemos ese criterio cuando se trata de nuestros pastores. Un pastor puede estar llevando una mala vida y sin embargo decirnos una palabra que mejora nuestra propia vida.

2.2 En la historia de la Iglesia este caso se ha dado más de una vez. La Iglesia ha tenido pastores seriamente indignos de sus responsabilidades, y sin embargo ha encontrado que en muchos de ellos sucedió que sus palabras tenían la luz o la firmeza que se necesitaba en el momento. Caso típico son algunos de los sumos pontífices del Renacimiento: su vida era peor que escandalosa, pero su doctrina en las cosas esenciales de la fe supo mantenerse en el punto justo.

2.3 ¿Por qué sucede así? Si lo pensamos bien, no es extraño. De hecho, nuestras palabras y pensamientos son de modo ordinario superiores a nuestra conducta. Los pensamientos son espejo de nuestros ideales, que por lo general son mayore sy mejores que nosotros. Cuando seguimos las palabras de los superiores estamos siguiendo lo mejor que ellos tienen, aunque ellos mismos no lo alcancen.

3. Recibir la palabra como Palabra de Dios
3.1 En este punto cabe relacionar el tema principal de estas lecturas (la primera y el Evangelio) con la segunda, tomada de la Carta de san Pablo a los Tesalonicenses. El apóstol, como haciendo ocntraste a lo que venimos comentando, describe su misión con término emotivos y hermosos: " los tratamos con la misma ternura con la que una madre estrecha en su regazo a sus pequeños. Tan grande es nuestro afecto por ustedes, que hubiéramos querido entregarles, no solamente el Evangelio de Dios, sino también nuestra propia vida, porque han llegado a sernos sumamente queridos" (1 Tes 2,7-8).

3.2 Ese amor, delicado y fuerte a la vez, es propio de lo que el Papa Juan Pablo II ha llamado la "caridad pastoral". Es el estilo propio de un verdadero pastor. El efecto de esta caridad lo cuenta también Pablo: "al recibir ustedes la palabra que les hemos predicado, la aceptaron, no como palabra humana, sino como lo que realmente es: palabra de Dios" (1 Tes 2,13). De aquí una amonestación para el pastor: ¿cuál es la calidad de tu amor? Pero también una invitación para el pueblo fiel: ¿buscas en la palabra de tu pastor, ante todo y sobre todo la palabra de Dios?

4. La humildad
4.1 Cristo, con gesto profético, invita a abolir el amor a los privilegios. Pablo nos invita a purificar y levantar el amor a las personas. Estas dos invitaciones se encuentran y abrazan en tierras de la humildad. Esta es la virtud que hermana. Más allá de nuestros títulos, posición social o nivel económico, ¿qué somos? Hombres y mujeres necesitados todos de redención, de comprensión, de caridad.

4.2 La humildad, pues, es el secreto de la caridad pastoral. Es también la clave interpretativa indispensable para acercarse a la donación de Cristo. La humildad, enseña santa Catalina, es la tierra donde brota la caridad; la caridad se vuelve donación, entrega, oblación, eucaristía.


28.

EL QUE SE HUMILLA SERÁ ENALTECIDO

1 "Ahora os toca a vosotros, sacerdotes: Si no obedecéis y dais la gloria a mi nombre, os enviaré mi maldición" Malaquías 1,14. La infidelidad de la clase sacerdotal obligará a Dios a cambiarles su bendición, es decir, su situación de privilegio, en maldición. Esta amenaza al estado sacerdotal de la Antigua Alianza tiene una connotación también a nuestra vocación de cristianos, que en virtud del bautismo hemos sido ungidos todos sacerdotes, profetas y reyes. A los sacerdotes aquellos se les acusa de haber invalidado la ley, por haberse apartado del camino del Señor. Nosotros cuando somos cristianos "de credo", pero no de práctica de caridad y justicia, desprestigiamos nuestra fe y alejamos a los no creyentes. El Concilio señala como una de las principales causas del ateismo la incoherencia de los creyentes.

2. Hoy se es católico, apostólico y no practicante. Según las encuestas, un 90% de españoles se declara católico, pero la mayoría banaliza el sexto mandamiento en todos sus aspectos y no va a misa y se ufana de no ir por aquello de la posmodernidad, o siente vergüenza de ir. El Señor había hecho una alianza con la tribu de Leví, con fines de paz, para asegurar la bendición sobre sus hijos, pero los descendientes actuales de Leví, que eran los sacerdotes, no han sido fieles a la alianza. En tiempo de Malaquías los sacerdotes arrastraban una conducta egoísta, y su escándalo alejaba a otros de la Ley. Por eso el Señor, se desentiende de su alianza y los hace despreciables y viles ante el pueblo. Olvidaban que Dios es Padre de todos y que los hijos de un mismo Padre son hermanos, "mi Dios es el Dios de mis hermanos" (san Agustín), y despreciaban y ofendían a sus hermanos. Y ambicionaban y se atribuían la gloria que Dios reclama para sí (Is 42,8. Aunque es verdad que muchos quieren ser ministros, aunque no tengan capacidad para desempeñar el cargo que ambicionan, el salmo hace eco de protesta, como deseando desmentir la realidad o corregirla: "Mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros; no pretendo grandezas que superan mi capacidad, sino que acallo y modero mis deseos como un niño en brazos de su madre" Salmo 130, rimando con la actitud de Pablo. Lo propio del cristiano no es la altanería en palabras ni en actitudes, sino la mansedumbre y la humildad.

3. Jesús se encuentra en su tiempo un ambiente semejante al que condena Malaquías, seis siglos antes Mateo 23,1. Pocas personas han sido tratadas por Jesús con tanta dureza como los escribas y fariseos. Eran dos estamentos sociales distintos. Los escribas, teólogos, letrados, especialistas en la Ley, tenían una larga preparación, oficialmente reconocida y gozaban de gran influencia en la sociedad. Eran los educadores del pueblo, y los jueces que dictaban sentencias, pero con el mal ejemplo de su vida destruían lo que enseñaban. Aplicaban todo el peso de la ley a los demás, aunque ellos eran poco escrupulosos. Compaginaban su estudio con otra profesión, de la que vivían. Jesús no niega su autoridad, porque están sentados "en la cátedra de Moisés", pero descalifica su vida. Esto vale para todos los que ejercen autoridad o magisterio: rectores, políticos, jueces, educadores, etc. La manera más eficaz de enseñar la austeridad, es practicarla. No debe haber dos varas de medir, sino todos deben estar sujetos a la misma medida.

4 Los fariseos eran laicos piadosos, especialistas en la Ley, que interpretaban literalmente. Eran fundamentalistas, integristas e intransigentes en su interpretación. Legalistas y obstinados. Tucioristas, diríamos en términos de moral. Se consideraban intachables, puros, una casta separada de los demás. Influían en la sociedad tanto como los escribas. Eran puritanos y exclusivistas. No cumplían la ley, pero aplicaban todo su peso inhumano a los demás. Habían quitado a la Ley toda su humanidad y prescindían de las necesidades del prójimo. No tenían corazón. Por eso Jesús les llama hipócritas. Juzgaban a los demás, pero no se juzgaban a sí mismos. Exigían la perfección a los demás, pero no se preocupaban de la suya. Y siempre actuaban de cara a la galería, para exhibirse; buscaban ser en todo y siempre los primeros; tenían ambición de figurar y de ser respetados. Llenos de soberbia y vanidad, buscaban los saludos y adulaciones en las calles y gozaban con los homenajes.

5. Jesús les dice a sus discípulos: Vosotros, no seáis así: "El primero entre vosotros que sea vuestro servidor". Así lo ha sido Pablo, que no sólo enseña y trata con delicadeza, como una madre cuida a sus hijos, sino que entrega su propia persona, con esfuerzos y fatigas, trabajando día y noche para no cargar a nadie Tesalonicenses 2,7.

6 Parece que Jesús, conocedor del corazón humano, teme que en la Iglesia que está creando, se desarrolle el fariseísmo y esto le mueve a dar los avisos necesarios a sus discípulos. El traía un espíritu nuevo. Comprobaba la decadencia de los sacerdotes de la A.L. y temía que sus seguidores cayeran en los mismos pecados. Veía su gran magisterio reducido a la mediocridad y a la palabrería y temía el riesgo de que los guías del futuro se parecieran a los del pasado. Por eso cambia el concepto de autoridad, de mando y de dominación, y lo sustituye por el de servicio. Aunque tal vez temía que esta palabra un día también fuera utilizada por los ambiciosos de llegar a mandar. El ambicioso por naturaleza, si no se niega de verdad, lo será también y siempre, pretenda fines perversos o los pretenda buenos y honrados. Siempre tenderá hacia el cargo superior, aunque sea de servicio. Servir, si es posible, mejor en la universidad que en las misiones. Y se estudia para eso y, sobre todo, se tiene habilidad para eso, y no duele rebajarse y dedicar tiempo y esfuerzo en la búsqueda de los medios conducentes a escalar. Jesús temía que sus sucesores fueran más seguidores de los fariseos que de él. Pero hay que tener idea clara de lo que significa servicio. El médico sirve cuando estudia para acertar el diagnóstico. Los apóstoles, no administrando, ni barriendo, sino entregados al servicio del ministerio de la oración y la Palabra, porque nadie debe enseñar si antes no practica. El buen ejemplo es el mejor predicador. Y San Agustín escribió: “Bonus orator, sit bonus orator”. El Papa San León Magno, escribía a mediados del siglo V que, aunque en Roma veía muchos sacerdotes, había pocos sacerdotes. Y hace poco los religiosos de los Países Bajos han escrito: “Nos encontramos en un período de oscuridad y pobreza que nunca habíamos imaginado. Somos pobres en fe, en vida espiritual, en vida de oración y en estima en el mundo”. Y en España una Orden determinada en un Capítulo General se confirmó que: “hemos de confesar humildemente que en la Iglesia damos "poco testimonio de oración".

7 Las últimas parábolas que hemos leído los domingos anteriores, eran indirectas, que habían fracasado. Por eso hoy Jesús ha pasado al ataque directo, hasta llegar a decirles “sepulcros blanqueados”. A partir del versículo 13 de este capítulo 23 de Mateo, siguen los siete ¡Ayes! que culminan el feroz ataque de Jesús a los escribas y fariseos, que utilizaban su doctrina como su propio pedestal, y ni siquiera se la replanteaban ante las palabras de Jesús. Y le hostigan hasta la muerte, con su esfuerzo pelagiano, que no cuenta con la gracia. Tienen la hipocresía del falso celo por la santidad de los demás y utilizan a Dios para enaltecerse ellos. Se aferran a la ley, casuística estéril: "Diezmáis la menta, el anís y el comino, pero descuidáis lo más importante: la justicia, misericordia y la lealtad. Coláis el mosquito y os tragáis el camello" (Mt 23,23).

8. La relación maestro-discípulo en ciertas categorías profesionales, médicos, juristas artistas, a las propias referencias se antepone el nombre del maestro en cuya escuela uno se ha formado, referencia más importante en el tiempo de Jesús, en que no había libros y toda la sabiduría se transmitía por vía oral, de maestro a discípulo. Por eso Jesús dijo que «no está el discípulo por encima del maestro» (Mat 10,24). Si todo lo que uno sabe, lo sabe por el maestro, pues en cuanto discípulo, no puede saber más que el maestro. Hoy, el discípulo vive en su casa y va sólo algunas horas a la escuela a más maestros. En tiempo de Cristo, el discípulo vivía con el maestro. Era una transmi­sión existencial o de vida, no sólo de doctrina. También, Jesús invita a sus futuros apóstoles a «estar con él», antes de enviarles a predicar. «Vosotros me llamáis "el Maestro" y "el Señor", y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros» (Jn 13,13).

9. Jesús no es, de los maestros que «dicen y no hacen». Jesús no es como los maestros que «lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar». No es como las señales de circulación, que indican la dirección pero, ellas no se mueven ni un centímetro. Por eso, él puede decir con toda verdad: «Aprended de mí» (Mat 11,29). Jesús dice: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre si no es por mí». Jesús es la suprema y definitiva revelación de Dios a los hom­bres como decía san Justino mártir, que es el Logos total, en el que están encerradas todas las «semillas de la verdad», diseminadas por el mundo. Cristo es maestro de Dios y del hombre. Nos hace conocer a Dios y nos hace conocernos a noso­tros mismos; pero, en estos dos conocimientos está encerrada toda la sabiduría esencial. San Agustín oraba diciendo: «Que yo te conozca a ti y me conozca a mí». El conoci­miento de Dios sin el conocimiento de sí mismo conduce a la pre­sunción de creerse iguales a Dios. Comprender es igualar. El conocimiento de sí mismo sin el de Dios llevaría a la desesperación. En la unión de ambos consiste la verdadera sabiduría. Sobre Dios, Jesús no se ha limitado a repetir cosas ya dichas y conocidas. Nos ha revelado novedades absolutas, que sólo «el Hijo Unigénito, que está en el seno del Padre» (Jn 1,18) podía revelar: que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, que es Trinidad; que es amor y por eso es Trinidad, porque con menos que entre dos personas no puede haber amor. Nos ha revelado «la profundidad de Dios» (Rm 8, 39). Sobre el hombre nos ha revelado que está destinado a ser hijo de Dios, a poseer la vida eterna, que es libre y puede decidirse por la luz o por las tinieblas, puede creer o recha­zar el creer, decidiendo así su destino eterno. Pero no nos ha dicho sólo verdades abstractas sobre Dios; ni sólo nos ha revelado quién es Dios sino también lo que quie­re Dios, su voluntad sobre nosotros. «Ésta es la voluntad de mi Padre...» (Jn 6, 40). El Evangelio es la revelación de este camino de Dios. Esto le recuerda al hom­bre de hoy la encíclica Veritatis splendor, «el esplendor de la verdad» de Juan Pablo II.

10. El hombre moderno piensa que no existe una verdad absoluta, válida para siempre. Que existen tantas verdades cuantos son los sujetos. Que la verdad es subjetiva, no objetiva. Que el valor supremo no es la verdad, sino la veracidad; esto es, la sinceridad: decir lo que se verdadero, aquello en lo que se cree, sin pretender que sea verdad. Como no existe una verdad absoluta, no existen tampoco normas morales absolutas. El hombre se inventa su moral, poco a poco, a medida que progresa la historia, como el río que avanzando va excavándose su lecho. La moral pues depende de la cultura: es bueno lo que en un contexto cultural la mayoría cree que es normal y bueno. Es el relativismo moral, que vemos reafirmado y aceptado y vivido en la práctica.

11. Contra este relativismo el Papa en su encíclica reafirma que existe una Verdad absoluta, porque existe Dios que es el que mide la verdad. Esta verdad esencial está grabada en la conciencia. Pero, dado que la conciencia se ha deformado por el pecado, por las costumbres y los ejemplos contrarios, Cristo, que ha venido a revelar de forma clara la verdad de Dios en el mundo; que encarna en sí mismo esta verdad y que ha confiado a la Iglesia y a su magisterio, predicarla a las mudables situaciones de la vida. Pero, es sobre todo el Espíritu Santo, el «Espíritu de la verdad». el que nos guía hacia la verdad plena y el que nos recuerda lo que Jesús ha dicho. Él es el maestro interior, sin el que se leen o se escuchan en vano las palabras, que nos llegan desde fuera. Él con­fiere la unción, que «enseña toda verdad» (1 Jn 2,27). Antes de subir al cielo, Jesús dijo a sus apóstoles: “Id, y haced discípulos a todas las gentes... enseñán­doles a guardar todo lo que yo os he mandado” (Mac 28,19).

12. Si los discípulos deben «enseñar» y «hacer discípu­los» (Mt 28, 19), es porque han sido promocionados como maestros, en cuyo nuevo deber de maestros, los apóstoles y sus sucesores y, en cierto sentido, todos los bautizados, deben imitar a su maestro. Enseñar con el ejemplo, amar a quienes son llamados a recibir la verdad, que se transmite sólo con la caridad, lavando los pies a los propios discípulos, es decir, con espíritu de servicio y no de dominio. Es lo que Jesús recomienda: “El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”.

13. Acojamos "la Palabra de Dios, no como palabra de hombre, sino, cual es en verdad, palabra de Dios, que permanece operante en vosotros los creyentes".

JESÚS MARTÍ BALLESTER


29. 

En el ser humano existe una tensión constante entre el ideal que se plantea como programa de vida y 10 que vive día a día. Es una característica en las personas que la vida no se adapta siempre a los grandes ideales con los que nos gustaría vivir.

El Evangelio de hoy nos acerca a esta realidad humana, pero acentúa un matiz que nos puede pasar desapercibido. En la época de Jesús el no llegar al ideal era una problemática igual a la de hoy pero que ellos habían sabido maquillar. En lugar de orientar su vida al ideal de Dios se quedaron en ritos, formas, etc. pensando que cada vez que se practicaba todo ello se llegaba realmente a Dios. Era un quedarse a medio camino. Los medios se convertían en el absoluto y esto no producía vida, ni fuerza vital, ní acercamiento a Dios ni a los demás.

En aquella época habían convertido la religión en una lista interminable de reglas y normas. Habían convertido la fe en una carga insoportable. Cuando la religión se convierte sólo en cargas y prohibiciones, deja de ser verdadera religión.

Cuando convertimos una religión basada solamente en el cumplimiento de unas normas tras otras, enseguida buscaremos que las personas vean que las cumplimos. En muchas ocasiones el Evangelio nos comenta la necesidad de lo interior, de lo que es en sí el ser humano, en el íntimo sagrario de su "yo". El creyente debe saber equilibrar esas dos realidad: una fe enraizada en lo profundo que sale al exterior para ser vivida. Si falta alguno de estos dos planos, de seguro la fe no cumplirá su misión en este mundo.

¿Qué son las filacterias?: Son como unas pequeñas cajitas de piel que se atan con correas en la muñeca y en la frente (Ex 13,9- Ex 13,16). En la cajita de la muñeca tiene un sólo compartimiento, en el que se guarda un rollito de pergamino con los siguientes cuatro textos de la Biblia: Ex 13,1-10,11-i6; Dt 6,4-9. 11,13-21.

La de frente es igual, pero tiene cuatro compartimientos, en cada uno de los cuales se guarda un rollito con cada uno de los cuatro pasajes. Los fariseos para llamar más la atención, no sólo usaban filacterias, sino que las llevaban lo más grande posible para demostrar su cumplimiento.

Llevaban por fuera unos flecos. En Núm 15, 37-41 y Dt 22,12 leemos que Dios mandó a su pueblo a que hiciera borlas en los bordes de las vestiduras, para que cuando las vieran se acordaran de los mandamientos de Dios. Estas borlas eran como pompones que se usaban en las cuatro esquinas de la túnica exterior. Posteriormente se pusieron en la ropa interior, y hoy día se mantienen en el chal que se ponen los devotos judíos para hacer oración. Se hacían los flecos excesivamente largos para hacer ostentación de piedad y usarlos para que los demás se fijasen en ellos.

Los primeros asientos. En Palestina, los últimos asientos eran para los niños y para la gente menos importante. Cuanto más adelante estaba el asiento, mayor era el honor. Los sitios más honorables eran los de los ancianos, que se sentaban de cara a la congregación.

Cualquier religión que produce ostentación en las obras y orgullo en el corazón es una religión falsa, alejada del Evangelio y del amor de Dios.

Este Evangelio nos recuerda que la vida de fe es una vida que tiene que estar marcada por el ser y por el hacer. No es suficiente decir que se tiene fe, es necesario vivirla, expresarla, hacerla realidad.

Cuando vemos persona que dicen que tienen fe pero que no la practican, tengan la seguridad que esa fe ha perdido su sentido, su dinamismo y su eficacia. La fe que no se vive simplemente se muere.

Tener y vivir la fe es dejarse guiar por Jesús, comprender su vida y respaldar su proyecto. La fe de muchos es estéril y por eso no es capaz de vivirse ni de aportar vida.

Mario Santana Bueno


30.

ROMA, viernes, 28 octubre 2005 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario del padre Raniero Cantalamessa OFM Cap --predicador de la Casa Pontificia-- al Evangelio del próximo domingo (Mt 23,1-12).

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Uno solo es el Maestro

En el Evangelio los títulos de Cristo son como caras de un prisma, cada una de las cuales refleja un particular «color», esto es, un aspecto de su realidad íntima. Este domingo nos encontramos con el importante título de Maestro: «Uno solo es vuestro Maestro, el Cristo». Entre los artistas y ciertas categorías de profesionales el nombre del maestro en cuya escuela uno se haya formado es una de las cosas de las que se está más orgulloso y se pone en la cumbre de las propias referencias. Pero la relación maestro-discípulo era aún más importante en tiempos de Jesús, cuando no había libros y toda la sabiduría se transmitía por vía oral.

En un punto Jesús se distancia sin embargo de lo que ocurría en su tiempo entre el maestro y los discípulos. Éstos se pagaban, por así decirlo, los estudios sirviendo al maestro, haciendo por él pequeños encargos y prestándole los servicios que un joven puede hacer a un anciano, entre los que estaba lavarle los pies. Con Jesús sucede al revés: es él quien sirve a los discípulos y les lava los pies. Jesús no es verdaderamente de la categoría de los maestros que «dicen y no hacen». Él no dijo a sus discípulos que hicieran nada que no hubiera hecho él mismo. Es lo contrario a los maestros amonestados en el pasaje del Evangelio del día, quienes «atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas». No es una de esas señales viarias que indican la dirección en la que andar, sin moverse un centímetro. Por ello Jesús puede decir con toda verdad: «Aprended de mí».

¿Pero qué quiere decir que Jesús es el único maestro? No quiere decir que este título no deba utilizarse de ahora en adelante por ningún otro, que nadie tiene derecho de hacerse llamar maestro. Quiere decir que ninguno tiene derecho de hacerse llamar Maestro con mayúsculas, como si fuera el propietario último de la verdad y enseñara en nombre propio la verdad sobre Dios. Jesús es la suprema y definitiva revelación de Dios a los hombres que contiene en sí todas las revelaciones parciales que se han tenido antes o después de él. No se ha limitado a revelarnos quién es Dios, también nos ha dicho qué quiere Dios, cuál es su voluntad en nosotros. Esto hay que recordarlo al hombre de hoy tentado de relativismo ético. Juan Pablo II lo hizo con la encíclica El esplendor de la verdad [«Veritatis splendor», 6 de agosto de 1993. Ndr] y su sucesor Benedicto XVI no se cansa de insistir en ello. No se trata de excluir un sano pluralismo de perspectivas sobre las cuestiones aún abiertas o sobre los problemas nuevos que se presentan a la humanidad, sino de combatir esa forma de relativismo absoluto que niega la posibilidad de verdades ciertas y definitivas.

Contra este relativismo el magisterio de la Iglesia reafirma que existe una verdad absoluta porque existe Dios que es el medidor de la verdad. Esta verdad esencial, ciertamente a identificar siempre con mayor esmero, está impresa en la conciencia. Pero ya que la conciencia se ha empañado por el pecado, por las costumbres y los ejemplos contrarios, he aquí el papel de Cristo, que ha venido a revelar de forma clara esta verdad de Dios; he aquí el papel de la Iglesia y de su magisterio, que explica tal verdad de Cristo y la aplica a las cambiantes situaciones de la vida.

Un fruto personal de la reflexión de hoy sobre el Evangelio sería redescubrir qué honor, qué privilegio inaudito, qué «título de recomendación» es, ante Dios, ser discípulos de Jesús de Nazaret. Poner también nosotros eso en la cumbre de todas nuestras «referencias». Que viéndonos u oyéndonos cualquiera pueda decir de nosotros lo que la mujer dijo a Pedro en el atrio del Sanedrín: «También tú eres uno de sus discípulos. Tu misma habla [mejor si se puede añadir: tu actuación] te descubre» [Cf. Mt 26,73. Ndr].

[Original italiano publicado por «Famiglia Cristiana». Traducción realizada por Zenit]