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H O M I L Í A S 

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DOMINGO XXIV
TIEMPO ORDINARIO

CICLO A

 


-LA COMUNIDAD DEL REINO

Pedro hace una pregunta concreta sobre los límites del perdón. Jesús como respuesta propone una parábola, que comienza con las significativas palabras: "Se parece el Reino de los Cielos..." La fuente de inspiración para la conducta de los seguidores de Jesús no es una norma legal ni ética. Es el Reino de Dios. Los que siguen a Jesús se convierten en la comunidad del Reino.

Este Reino subyuga de inmensa alegría a los que lo encuentran, como quien halla un tesoro escondido (Mt. 13,44) o una perla preciosa (Mt. 13, 45ss). Comprenden que merece la pena, que es una estupenda noticia, que cambia radicalmente la vida.

La comunidad del Reino queda así transformada por el don del Padre. Le caracteriza la confiada entrega en sus manos -como los lirios del campo o los pájaros del cielo-, el amor -como el buen samaritano- y el trabajo -pescadores de hombres-.

Pues bien, la muestra más palpable de la profundidad del amor que experimentan los seguidores de Jesús es que pueden perdonar. En el perdón el amor se hace concreto y real. Ya no es un ser abstracto objeto de amor. Es la persona viva, con todas sus limitaciones y pecados, indigente y necesitada, a veces molesta e irritante. El perdón es la única posibilidad de amar en un mundo en que la cruz de Cristo nos habla de la existencia del mal. No necesitamos cerrar los ojos y fingir hombres que no existen. Amamos perdonando. La pregunta de Pedro empalma así con Mt. 18,15.

-¿TIENE LIMITES EL PERDÓN? Pero esa pregunta casuística, que intenta fijar la cantidad y límites del perdón cuando el hermano te ofende, parece sacar el perdón de su contexto -el Reino del Padre- para devolverlo a la ley. La parábola del empleado inicuo quiere devolver el problema al único horizonte en que puede ser resuelto: Si Dios perdona graciosamente las mayores deudas, nadie puede aducir razones válidas para negar el perdón a otro.

Llama la atención el enorme contraste que preside la parábola. Un empleado del rey le debía diez mil talentos, millones, una suma inmensa, tal que justificara un hecho no frecuente: la posibilidad de venderle a él, a su mujer e hijos, y a sus posesiones. Al empleado, en cambio, uno de sus compañeros le debía cien denarios, una cifra pequeña, que sólo podía ser exigida con unos días de cárcel.

Lo que pide el empleado que debía tan ingente suma a su señor es sólo "ten paciencia y te lo pagaré todo". Lo que recibe es "el perdón de la deuda". Lo que pide al empleado su compañero es literalmente lo mismo que él a su señor: "ten paciencia y te lo pagaré todo". Lo que recibe no es ya el perdón, pero ni siquiera esa paciencia, sino la cárcel.

El empleado no ha sobrepasado la ley, se ha atenido a ella. pero ha sido incapaz de transmitir el mensaje de perdón de su señor -Dios- que supera todo lo que él esperaba. La comunidad del Reino no vive de la legalidad, sino de la inmensa alegría del padre, cuyo amor y perdón excede de lo que podemos pensar.

Sólo entonces puede orar con verdad pidiendo el perdón de nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden".

-LAS CUENTAS DE DIOS

Pero la parábola tiene un matiz escatológico. "Se parece el Reino de los cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados". Sobre el horizonte de la cultura judía se nos está indicando que lo que ocurre en la nación tienen que ver con los últimos tiempos, cuando Dios aparezca como juez que pide cuentas a los hombres.

A lo largo de toda su historia Israel ha intentado vislumbrar cómo sería ese juicio definitivo de Dios. pues bien, Mt. 25 nos habla de que seremos juzgados sobre nuestro amor. La presente parábola concreta todavía más. ¿Qué medida utilizará Dios al final de los tiempos, la de la misericordia o la del juicio severo? La parábola se convierte ahora en una seria advertencia.

La medida de Dios será de misericordia. Menos para aquellos "que no tuvieron compasión de sus compañeros, como yo tuve compasión de ti". El Padre será juez "si cada cual no perdona de corazón a su hermano", porque no ha transmitido lo que recibió.

JESÚS M. ALEMANY
DABAR/90/46

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