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HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO III DEL TIEMPO ORDINARIO
17-24
17. DAR LA TALLA
«Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír». Lo dijiste, Señor, ante toda la sinagoga de Nazaret, que «tenía los ojos fijos en Ti». Y lo dijiste apropiándote un pasaje de Isaías al que diste lectura. Aquel que dice: «El Espíritu del Señor está sobre mí y me ha enviado para dar...».
Me impresiona tu afirmación y tu contundencia. Pero me impresiona aún más que, no sólo en ese momento, sino en cada situación, en cada actitud y actuación tuya, se «cumplían siempre las escrituras en Ti».
Tú mismo lo subrayaste en diferentes ocasiones. Por ejemplo, un día dijiste a los Apóstoles: «Muchos reyes y profetas desearon ver lo que vosotros véis y oís, y no pudieron», como dando a entender que los profetas hicieron el anuncio acerca de ti como «Mesías», pero quienes lo vieron fueron tus paisanos y contemporáneos. Otro día te referiste a tu Pasión ya cercana: «Ha de cumplirse en mí toda escritura». Y, ya resucitado, alcanzando a aquéllos dos que se iban a Emaús, «comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicaste lo que se refería a Ti en toda la escritura». Sí, fuiste realizando en todo momento lo anunciado. Incluso, en el momento de morir -es algo que de verdad conmueve-, para que se cumpliera la escritura, dijiste: "Tengo sed"».
También los Apóstoles lo reconocieron así. Y de diferentes modos lo resaltaron. Felipe, cuando encontró a Natanael, dijo: «Hemos encontrado a aquél de quien habló Moisés y los profetas: Jesús, el hijo de José de Nazaret». Y, cuando, formando ya «iglesia», comiencen a predicar de Cristo resucitado, no sólo apoyarán su argumento en el hecho visible de las apariciones, sino que añadirán con fuerza: «resucitó según las escrituras».
Los evangelistas, idem. Al narrar cualquier hecho, añadirán: «según de él estaba escrito». O: .para que se cumplieran las escrituras».
Sin embargo, este actuar tuyo, no quiere decir que fueras un autómata, que te dedicaras a copiar el diseño que los profetas hicieron de Ti. A lo que Tú te dedicaste es a «hacer la voluntad de Padre». Eso era «tu alimento». Lo que hicieron, por tanto, los profetas es anticiparnos, por amabilidad de Dios, a través del túnel del tiempo un retrato anticipado tuyo, el «negativo» que Tú ibas a poner en «positivo» en la Nueva Alianza. El Nuevo Testamento lo que hace es llevar a la perfección en Ti todos los vaticinios, rasgos y descripciones de la vieja Ley. San Agustín lo decía con gallarda bizarría: «La ley estaba preñada de Cristo». J/AT:
Hoy quiero quedarme ahí, Señor. Contemplando tu ir y venir, observando que todo tu hablar y actuar fue un exacto cumplimiento de la voluntad del Padre minuciosamente anunciada. Y, al contemplarte así, quiero pedirte, desde mi debilidad tambaleante, pero desde mi confianza en Ti, que me ayudes a «hacer la voluntad del Padre así en la tierra como en el cielo». Que me hagas ver en la Escritura lo que quizá, de alguna manera, también de mí está escrito. Que tu palabra, por tanto, sea mi alimento. Para que se fortalezca mi voluntad y sepa ir caminando según el modelo y el borrador que Dios tiene trazado de mí en su mente divina. Y que todos mis pensamientos, palabras y obras, es decir, toda mi silueta, no se aleje demasiado del ideal que un día proyectó Dios, de mí, en su taller de Creador. Con otras palabras, ayúdame a «dar la talla». Para que también «en mí, se cumpla toda escritura».
ELVIRA-1.Págs. 230 s.
18.
Frase evangélica: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír»
Tema de predicación: LA PALABRA EN LA COMUNIDAD
1. Desde tiempos inmemoriales, el pueblo cristiano se ha reunido semanalmente en asamblea para celebrar la fracción del pan, o cena del Señor. La primera parte de esa reunión la constituye la liturgia de la Palabra. Al proclamar la Palabra de Dios en la comunidad, se proclaman los designios del mismo Dios. Y a la proclamación de esa Palabra respondemos de dos modos: con la confesión de fe y con la plegaria de petición y de acción de gracias. Después se rubrica el pacto con el abrazo fraternal y la comunión del Cuerpo de Cristo.
2. Lucas presenta a Jesús, por primera vez en su evangelio, proclamando la Palabra como Señor o como profeta mesiánico. En Marcos y en Mateo, Jesucristo se hace presente como evangelizador que anuncia la llegada del reino. Según Lucas, en toda liturgia de la Palabra está el Señor, como lo está en el cuerpo y la sangre eucarísticos. La liturgia de la Palabra no es mera preparación a la eucaristía ni pura enseñanza doctrinal, lección moral o recuerdo de un pasado histórico. Es algo que sucede: es manifestación de lo que Dios quiere; es actualización de lo que Jesucristo hace.
3. El sentido de la liturgia cristiana y de la misión de la Iglesia en el mundo está sintetizado en el programa de Isaías, que hace suyo Jesús: evangelizar a los pobres (y que los pobres nos evangelicen), dar la libertad a los cautivos y oprimidos (y que ellos nos liberen) y declarar un año de gracia (perdonar y pedir perdón). En suma, proclamar la buena noticia.
REFLEXIÓN CRISTIANA:
¿Con qué actitud participamos en la liturgia de la Palabra?
¿Qué parte tenemos en el proceso de liberación del pueblo?
CASIANO
FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág.
280 s.
19.
- EN NOMBRE DE TU HIJO
"Dios todopoderoso y eterno, ayúdanos a llevar una vida según tu voluntad, para que podamos dar en abundancia frutos de buenas obras en nombre de tu Hijo predilecto". Esta es la oración colecta de hoy. Las dos peticiones que contiene están mutuamente relacionadas: por un lado pedimos a Dios vivir de acuerdo con su voluntad, por el otro, le pedimos dar fruto abundante de buenas obras. Si pudiésemos resumirlas en una sola expresión, ésta sería: vivir "en nombre de tu Hijo".
Desde el bautismo, todo cristiano está llamado a vivir en nombre de Cristo. Esto es, vivir como él vivió. Recordemos a san Pablo en la carta a los Efesios: "Sed imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave aroma" (5, 1-2). Aquí arraiga nuestro deseo de hacer la voluntad de Dios. Identificados con Cristo, hacer la voluntad del Padre también es nuestro alimento (cf. Jn 4,34). Y a esto precisamente, estamos llamados: "La ley del Señor es perfecta; el precepto del Señor es fiel, los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; los mandamientos del Señor son verdaderos y eternamente justos" (salmo responsorial). Es esta voluntad del Padre la que Cristo ha venido a cumplir: "porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado" (Jn 6,38). Ésta es la enseñanza que hemos recibido, de eso somos testigos: aquellos que lo vieron nos lo han transmitido de palabra. Cristo ha traído "la Buena Noticia a los pobres", ha anunciado "la libertad a los cautivos y a los ciegos, la vista", ha venido "para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor" (evangelio). En él se cumplen las promesas de Dios, su voluntad por los hombres, esta criatura que se pregunta qué es para que Dios la ame (cf. salmo 8).
La apertura radical, desde el bautismo, desde lo más íntimo de nuestro "ser cristianos", a la voluntad del Padre es lo que repetimos cada día en el Padrenuestro: "Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo". Ésta parece ser la condición sin la cual no podría manifestarse el Reino. Esto no es del todo exacto. Las acciones son simultáneas. El Reino de Dios se va manifestando en los "frutos de buenas obras", los frutos de hacer la voluntad del Padre: "No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto y que vuestro fruto permanezca" (Jn 15, 16.19).
Es el fruto que da el grano de trigo cuando cae en la tierra y muere (cf. Jn 12, 24). Es el fruto de quien da la vida, como Cristo hizo. Hacer la voluntad del Padre y dar fruto son acciones simultáneas. De hecho, es vivir en nombre de Cristo, formando parte de su cuerpo, porque en él somos una sola cosa: "Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo" (2 lectura).
25 de enero. Conversión de san Pablo. Desde hace muchos años, del 18 al 25 de enero se convoca la Semana de oración por la unidad de los cristianos: "Para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno como nosotros somos uno" (Jn 17, 21-22). Voluntad de Cristo y, como hemos dicho anteriormente, voluntad del Padre. La unidad de los cristianos manifiesta el Reino, testimonia la comunión con Dios. Actualmente, parece que los grandes gestos ecuménicos se hayan acabado: el impulso ecuménico de Juan XXIII que cristalizó durante el Vaticano II en el decreto sobre ecumenismo "Unitatis redintegratio"; los encuentros de Pablo VI con el patriarca Atenágoras; la creación del Consejo Pontificio por la Unidad de los Cristianos; la creación del Instituto ecuménico de Tantur en Israel; la oración conjunta de Juan Pablo II con el primado de la Comunión Anglicana en la Catedral de Canterbury en 1982; la oración conjunta en la sede del Consejo Ecuménico de las Iglesias en 1984; el encuentro con el patriarca Dimitros I, durante su visita a Roma en 1987. Por otro lado, los grandes diálogos teológicos quedan reservados a las diversas comisiones mixtas, como en las diferentes reuniones del Consejo Ecuménico.
Es necesario que el ecumenismo aterrice en nuestras comunidades. "Cada Iglesia particular, unida en sí misma, y en la comunión de la Iglesia una, santa, católica y apostólica, es enviada en nombre de Cristo a llevar, por la fuerza del Espíritu Santo, el Evangelio del Reino cada vez a más personas, ofreciendo esta comunión con Dios. Al aceptarla, estas personas entran también en comunión con todos los que ya la han recibido, y constituyen con ellos una auténtica familia de Dios" (Directorio sobre ecumenismo 1993, n.15). Somos constructores de comunión, de unidad. Si esta unidad no se produce dentro de nuestras comunidades, difícilmente podremos reencontrar la unidad entre las diversas confesiones cristianas.
Durante esta semana de oración para la unidad deberíamos haber hecho el esfuerzo de conocernos (entre nosotros y con las diferentes confesiones); el esfuerzo principal, sin embargo, es el de la oración y el de la conversión. Por este camino conseguiremos la unidad.
JORDI
GUARDIA
MISA DOMINICAL 1998, 2, 13-14
20. 21 de enero de 2001
EL ESPIRITU DEL SEÑOR ESTA SOBRE MI
HOY SE CUMPLE ESTA ESCRITURA
1.Nehemías nos relata hoy la proclamación solemne del libro de la ley a la asamblea de hombres y mujeres de Israel. Era la lectura de la Palabra de Dios hecha por el sacerdote Esdras, cinco siglos antes de Cristo. Como Esdras al pueblo de Israel, también Cristo nos hace hoy la homilía al pueblo cristiano. Los dos caudillos de Israel, Esdras en lo religioso y Nehemías en lo político, son los artífices de la restauración postexílica. Sólo con la lectura de los seis primeros capítulos del libro de Nehemías, se puede valorar su categoría, como una de las personalidades más recias del pueblo judío.
2. Cuando los israelitas tomaron posesión de la tierra prometida, se organizaron en tribus, hasta que llegó la monarquía. Dominados sucesivamente por persas, griegos y romanos en lo político, cuando regresaron del destierro sólo pudieron constituir una comunidad religiosa con la Ley por constitución, con la jerarquía sacerdotal y punto de convergencia en Jerusalén, y allí, con el Templo por hogar, pero no pudieron constituir una unidad política. El sacerdote y escriba Esdras es el padre y el organizador del judaismo, que se constituye con el conjunto complejo de la organización religiosa. La lectura del libro de Nehemías que hoy hemos escuchado nos relata la misión que Esdras ha comenzado para poner en marcha a aquel pueblo, sujeto de tantas adversidades y vicisitudes. El escenario es imponente: en la plaza que hay delante de la puerta de las Aguas, se congregaron los hombres, las mujeres y cuantos podían entender. Sobre un estrado de madera se situa solemnemente Esdraas, con el Libro de la Ley. Cuando abrió el libro, todos se pusieron de pie. Bendijo entonces Esdras a Yahvé, Dios grande, y todo el pueblo, alzando las manos, respondió: «Amén, amén»; y postrándose, adoraron a Yahvé rostro a tierra. Y estuvo leyendo el libro desde la mañana hasta la tarde.
3. Escena grandiosa. La celebración fue en la fiesta de los Tabernáculos, en que se daba gracias por la cosecha, al final del mes de septiembre. Aquella lectura solemne, se convirtió en un Retiro Espiritual para renovar la Alianza. Al terminar la lectura, Esdras pronunció estas palabras de consolación: "Hoy es un día consagrado a Dios". El fruto de la escucha de la Palabra de Dios,fue visible pues el pueblo lloraba conmovido hasta el punto de que Esdras le tuvo que consolar: "No lloréis, ni estéis tristes, porque el gozo del Señor es vuestra fortaleza" Nehemías 8,2.
4. La gente se conmovió. Al escuchar la lectura de la Ley, se dieron cuenta de sus pecados y se compungieron y prometieron convertirse. Es la diferencia que vamos a escuchar en los oyentes de la sinagoga de Nazaret que, asombrados ante la predicación de Jesús, terminaron por decidir despeñarlo. Es una comparación muy realista. Oyen unos, oyen otros, unos se lloran y se convierten, otros, protestan y se endurecen. Pasaba entre los hebreos y los nararenos y ocurre entre nosotros cada día. Escuchamos todos lo mismo y unos lloran y se arrepienten y se convierten, y otros siguen igual o peor. El problema de la libertad está en juego. Aunque el predicador sea el mismo Verbo de Dios.
5.Conocido el marco y la circunstancia de la lectura, comprendemos que el Salmo 18 esté dedicado a la ley, a los mandatos y a la voluntad del Señor, que es recta, descanso del alma, límpida e iluminadora, verdadera y justa, y que alegra el corazón. En fin, que "Las palabras del Señor son espíritu y vida".
6. La proclamación de Jesús, su primera homilía, fue pronunciada al comienzo de su misión pública. En la sinagoga de Nazaret, donde se había criado, pronunció Jesús en la proclamación de su comentario homilético: "Hoy se cumple esta escritura" Lucas 1,1. Esdras y Jesús, uno y otro, hablan del "hoy". Si en el evangelio de Juan vimos el domingo anterior que tiene importancia capital la "hora", en el de Lucas, la tiene el "hoy". Por ejemplo, en 5, 26, después de la curación del paralítico, dice la gente estupefacta: "Hoy hemos visto cosas maravillosas".
En Lucas el "Hoy" significa que la palabra proclamada es actualizada hoy. Jesús viene a decir: Lo que Isaías había dicho lo he comenzado yo a realizar hoy: curar, perdonar, liberar de espíritus malos. Jesús, cumpliendo las esperanzas del Antiguo Testamento, anunciadas por los profetas, se presenta como el creador de un mundo nuevo, significado en la liberación de los oprimidos y cautivos, de los que soportan el desorden social, y en los pobres que carecen de medios para poder sobrevivir, y en la curación de los ciegos que padecen un defecto biológico.
7. El mundo viejo está lleno de oprimidos, cautivos, pobres y ciegos, y colmado de miseria. Los profetas habían anunciado la liberación de estos pobres. Jesús afirma que "hoy se cumple la profecía de Isaías, que acabáis de oir". Está proclamando una realidad que él, como Mesías, va a ir realizando durante toda su vida. Todos sus gestos y palabras serán buena nueva de vida y de plenitud para los hombres, buena noticia que culminará en la Pascua de su transformación radical e integral.
8. El presente de la humanidad está desbordado de opresión, esclavitud, pecado, crímenes escalofriantes, frustraciónes, injusticias descomunales y a todo nivel, y desengaños. La mayoría viven oprimidos por el miedo, por las preocupaciones y obsesiones; esclavizados por ataduras, que son incapaces de romper, conflictos, complejos y culpabilidades. ¡Cuánta gente está pensando: si logro cambiar a las personas que me rodean, o consigo cambiar la situación en que me encuentro, seré feliz! No saben que los que les hace desgraciados, lo que les causa sufrimientos, no son ni las circunstancias, ni las personas que les rodean, sino su propia intimidad, su propio ser y carácter indomado, sus propias programaciones, sus propios y personales bloqueos. Se puede conseguir una mejor situación, vivir en el lugar más hermoso del mundo, y seguir siendo interiormente desgraciados.
9. ¡Si yo consiguiera ver realizados mis deseos! Entonces sería feliz. Es todo lo contrario: los deseos son los que hacen que las personas vivan tensas, frustradas, nerviosas, inseguras y llenas de miedos. Los deseos que se cumplen producen un instante de placer y de emoción. Pero ¿es eso la felicidad? La felicidad es el reino de Jesús, que no es comida ni bebida, sino paz, justicia y gozo del Espíritu Santo (Rm 14,17). La alegría y la felicidad las da el Espíritu Creador, que forja un hombre nuevo, que logra la transformación por la fe, por la caridad, vencido el egoismo, y consigue un hombre desinteresado, atento al más pobre, con espíritu de responsabilidad, del cumplimiento del deber a conciencia, de la valentía ante la enfermedad y la muerte, de la veracidad aunque cueste, de la lealtad constante, de la confianza mutua, fruto del amor y de la comprensión. A veces se tiene envidia de alguien y no sabemos lo que aquella persona está sufriendo.
10. Estas realidades son las que manifiestan el Espíritu de Jesús Viviente y lo hacen visible. Y señalan que Jesús está presente y que hoy se cumplen estas palabras, sin necesidad de obras clamorosas. Seguro que hemos tenido la experiencia de haber hecho un acto de caridad verdadero, no de ostentación, un acto de perdón, de desinterés, la visita a un enfermo, y hemos sentido la verdadera alegría.
11. San Pablo utiliza la imagen del cuerpo humano para declarar la forma en que actua el Espíritu, que era clásica en la literatura greco-romana. Los miembros son muchos, pero uno solo el cuerpo con todos los miembros en completa armonía, tendiendo al bien de todos, sin sentir envidia los que deben desempeñar funciones más humildes, ni ensoberbecerse los que han de desempeñar las más elevadas. Al enumerar la variedad de funciones, San Pablo habla de: apóstoles, profetas, doctores, don de milagros, de curación, debeneficencia, de gobierno, de lenguas, y de su interpretación. "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido". Palabras que se aplica Jesús y que cada bautizado debe revivir porque son una realidad. Obremos siempre con el conocimiento de que somos instrumentos del Espíritu y el Espíritu hará maravillas con nosotros y por nosotros.
12. Estas palabras se cumplen hoy: En la Palabra, que nos está liberando, en la Eucaristía y en los otros sacramentos que nos vivifican y transforman, aunque lentamente. Déjemonos pues, penetrar por el Espíritu que quiere recrearnos, aunque esto exija romper la vasija deteriorada, hacernos nuevos, como condición para ser plenificados en Cristo. Amen.
J. MARTI-BALLESTER
21.COMENTARIO 1
AMNISTÍA DIVINA
Como judío, Jesús acudía cada sábado a la sinagoga (palabra de origen griego
que significa 'reunión', y de ahí 'lugar de reunión de los judíos'). La sinagoga
era una especie de sucursal o sucedáneo del templo. En tiempo de Jesús, el
culto con sacrificios de animales estaba centralizado en Jerusalén, donde se
hallaba el único santuario del país. También había un templo con sacrificios de
animales en Samaría, pero los samaritanos eran considerados por los judíos como
cismáticos ya desde el siglo VIII a. C.
La relación estrecha entre la sinagoga y el templo quedaba patente hasta en su
orientación espacial: el ábside de la misma o el tabernáculo, lugar donde se
colocaban los rollos de la Torá, estaba orientado hacia el templo de Jerusalén.
A los rabinos, por lo demás, les gustaba considerar la sinagoga como un templo
en miniatura. El tabernáculo se hallaba en un espacio denominado (lugar)
'santo', aludiendo al Sancta Sanciorum del templo de Jerusalén; lugar que
estaba separado del resto de la sinagoga por una cortina, como en el templo
jerosolimitano. A lo largo de las paredes de la sinagoga solía haber bancos
para los fieles; en medio, delante del (lugar) 'santo', sobre un estrado, estaba
el púlpito (bimah) para la lectura de la Escritura, 'Torá o Haftará' (la Ley o
los Profetas), así como para la oración solemne.
Había culto todos los sábados, día en que Yahvé, según el libro del Génesis
(2,2ss), terminó de crear el mundo, tomándose un descanso de tan ardua tarea.
Cuenta el evangelista Lucas que Jesús volvió a Nazaret, su patria chica, tras su
bautismo, «y entró en la sinagoga como era su costumbre los sábados, y se puso
en pie para tener la lectura». Conocido como era ya por su predicación y
milagros en la provincia, tal vez el jefe de la sinagoga -cuya función era
dirigir el culto, vigilar el orden y designar al lector o predicador de turno-
le invitó a leer y explicar la lectura de los Profetas. Por entonces la Biblia
hebrea no era entendida por el pueblo, que hablaba una lengua distinta: el
arameo. El lector leía, por tanto, en hebreo y el meturgeman o traductor
traducía al arameo, al tiempo que comentaba en la lengua vulgar lo leído.
Jesús leyó aquel día un fragmento del profeta Isaías: «El Espíritu del Señor
está sobre mí, porque él me ha ungido para que dé la buena noticia a los pobres.
Me ha enviado para anunciar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos,
para poner en libertad a los oprimidos, para proclamar el año de gracia del
Señor» (Is 61,1-2).
Esta lectura debió llamar la atención tremendamente, dada la libertad que se
tomó el Maestro nazareno al suprimir una frase del texto sagrado que era
sumamente grata a los oídos del pueblo judío, vejado durante siglos por otros
pueblos, animoso y deseoso de que Dios se vengara de los pueblos que lo
oprimieron. El párrafo de Isaías, tras aludir al «año de gracia del Señor»,
continuaba: «para proclamar el desquite de nuestro Dios».
El ritual de la sinagoga prohibía que el lector o comentarista añadiese o
suprimiese verso alguno de la lectura de turno. El atrevimiento de Jesús provocó
la reacción de sus paisanos e hizo que «toda la sinagoga tuviese los ojos fijos
en él». Pero la cosa no quedó ahí. Jesús, «enrollando el volumen, lo devolvió al
sacristán y se sentó. Y empezó a hablarles: Hoy, en vuestra presencia, se cumple
este pasaje».
Con la supresión de la frase de Isaías «el desquite de nuestro Dios», Jesús
había terminado la lectura del texto-base de su futura actuación. Lo suyo sería
proclamar el perdón y el amor de Dios no sólo para su pueblo, sino para todos
los pueblos de la tierra, incluidos los enemigos del pueblo elegido. Jesús
venía de parte de Dios a cancelar, de una vez para siempre, la ola de venganza
que, a lo largo de la historia, había ido tomando carta de ciudadanía en el
corazón humano. Lo del Dios de Jesús era proclamar el «año de gracia»,
perdonar, olvidar, cancelar del diccionario de las relaciones humanas
realidades tan tristes como el desquite, la venganza, la revancha, el odio, la
represalia, la ley de 'talión' con su famoso «ojo por ojo y diente por diente»
(Ex 21,23-25).
22.
COMENTARIO 2
EL PROYECTO DE JESUS
Cierto que Jesús vino a hacer posible un mejor entendimiento del hombre con
Dios. Pero para poder entenderse completamente con Dios, el hombre debe primero
ser totalmente hombre: consciente de su dignidad, dueño de su destino,
libre..., liberado. Ese es el proyecto de Jesús que, aunque se realizará con la
fuerza del Espíritu, se dirige al hombre entero: a su carne y a su espíritu, a
su conocimiento y a su corazón.
UNGIDO
Llegó a Nazaret, donde se había criado. El sábado entró en la sinagoga, según su
costumbre, y se levantó para tener la lectura. Le entregaron el volumen del
profeta Isaías, y desenrollando el volumen, dio con el pasaje donde estaba
escrito: El Espíritu del Señor descansa sobre mí, porque él me ha ungido...
Mesías es una palabra que significa «ungido» y que hace referencia a una
costumbre existente en Israel y en algunos pueblos de su entorno que consistía
en ungir con perfume a determinados personajes el día en que se les encomendaba
una determinada tarea, como, por ejemplo, al rey el día de su coronación, al
sumo sacerdote el día que asumía su función, etc. La unción indicaba, pues, el
encargo de una misión. En tiempos de Jesús, sin embargo, la palabra Mesías se
refería a un enviado de Dios que todo el pueblo estaba esperando para que
resolviera de manera definitiva todos los problemas que hacían sufrir a la
nación y al pueblo israelita.
Jesús, declarado Mesías el día de su bautismo, fue entonces ungido; pero no con
perfume, sino con el Espíritu mismo del Padre, Dios, para que llevara a cabo la
tarea que le había sido encomendada y el compromiso que él, en el mismo
bautismo, había aceptado (Lc 3,21-22. Véase comentario núm. 29).
Para presentar su mensaje, Jesús se dirigía siempre adonde la gente se
encontraba reunida, a las sinagogas, en donde se reunían los judíos cada sábado
a escuchar la lectura de la Ley y los Profetas y a recitar salmos y oraciones. Y
cuando llega a Nazaret, su pueblo, adonde seguramente había llegado la fama de
sus predicaciones, lo invitan a hacer y comentar la lectura del día. Le dan un
volumen, y Jesús, con suma libertad, mezcla dos párrafos del profeta Isaías
(61,1-2 y 58,6) y corta uno de ellos por donde le parece que el texto del
profeta no refleja adecuadamente el ser de Dios. Y al terminar afirma que
aquellas palabras se están cumpliendo en ese momento, delante de quienes lo
están escuchando. Así se declara el Mesías -ungido- enviado por Dios: «Hoy ha
quedado cumplido este pasaje ante vosotros que lo habéis escuchado».
PARA LA LIBERACION
... me ha enviado a dar la buena noticia a los pobres, a proclamar la libertad a
los cautivos y la vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, a
proclamar el año favorable del Señor.
El es el Mesías, y el que acaba de proclamar, usando palabras del profeta
Isaías, es su proyecto: devolver la libertad a los que no la tienen porque, de
una u otra manera, con cadenas o mediante el miedo, otros se la han arrebatado.
El viene a devolver la conciencia a los hombres que, ciegos por cualquier razón,
no son capaces de reconocer la imagen y la presencia de Dios en el ser humano,
en ellos mismos. Y acabar con la más cruel de todas las esclavitudes, el miedo a
Dios, también es objeto de la acción liberadora del Mesías; a partir de ahora
nadie tendrá motivos para temer a Dios, nadie podrá asustar a los hombres en
nombre de Dios: la lectura de Isaías termina en el original con una amenaza, el
anuncio de «el día de la venganza de nuestro Dios»; Jesús censura y no lee esa
frase, pues con su misión comienza una nueva época en la que las relaciones de
Dios con sus criaturas se basarán exclusivamente en el amor, el amor de Dios a
la humanidad. Como siempre había sido, aunque algunos hombres se habían
empeñado en cargar sus propias venganzas en las espaldas de Dios.
En tiempos de Jesús había varias maneras de entender la misión del Mesías: las
dos principales consideraban que el Mesías tendría la misión de hacer que la
gente fuera más buena, más religiosa, que estuviera más atenta a sus relaciones
con Dios. Según otros, la tarea del Mesías sería devolver su poder, su grandeza
y su orgullo a la nación israelita. Todos iban a quedar decepcionados con el
Mesías Jesús.
Si en la sinagoga de Nazaret había algunos que esperaban un Mesías ocupado
preferentemente de las cuestiones religiosas, éstos fueron los primeros que
debieron experimentar una gran frustración: las palabras de Isaías con las que
Jesús presenta su proyecto no hablan de Dios más que en una dirección: de
arriba abajo, de Dios hacia el hombre. Dios ha concedido la fuerza de su
Espíritu al Mesías no tanto para que logre que el pueblo se preocupe de Dios,
sino para mostrar a los hombres hasta qué punto y por qué son ellos objeto de
la preocupación de Dios: a Dios le preocupa la felicidad de los hombres y, en
especial, que los que por cualquier razón no son realmente libres puedan llegar
a serlo, y así, puedan realizar plenamente su proyecto: ser imágenes suyas, ser
hijos suyos; por eso los ciegos, los pobres, los presos, los oprimidos...
constituyen la principal preocupación de Dios, y ellos ocuparán el centro de la
atención del Mesías y -así debería ser- de los seguidores de este Mesías.
Los que esperaban un Mesías nacionalista también quedaron decepcionados.
23.
COMENTARIO 3
EL PROLOGO DE LA DOBLE OBRA DE LUCAS
El Evangelio de Lucas (sigla: Lc) y el libro de los Hechos de los Apóstoles
(sigla: Hch) no constituyen dos obras independientes, destinadas a recopilar
datos sobre Jesús (el Evangelio) y sobre la iglesia primitiva (Hechos), a modo
de una crónica de hechos y dichos de personajes importantes, sino una obra doble
(sólo recientemente se ha empezado a hablar en los círculos de exegetas de la
«doble obra lucana») destinada a la edificación de la comunidad creyente,
escrita en forma de díptico: dos libros formando un solo volumen.
La repetición de unos mismos temas al final del Evangelio (Lc 24) y al comienzo
de los Hechos (Hch 1,3-14) religa los dos libros. El prólogo del Evangelio es
válido para ambos, como lo demuestra el hecho de que al inicio del segundo libro
se haga referencia a los contenidos del «primer libro» relativos a los «hechos y
dichos de Jesús» y a la «misión» encomendada por él a los apóstoles, a la par
que se repite el nombre de «Teófilo» como destinatario único de la obra. La
actividad y la enseñanza de Jesús narradas en el Evangelio permiten enjuiciar
-por analogía o contraste con el modelo- las tendencias existentes en el seno
de la iglesia primitiva que aparecen en Hechos.
He aquí, de forma estructurada, el prólogo de la doble obra lucana:
«Dado que muchos han intentado hacer
una exposición ordenada de los hechos
que se han verificado entre nosotros,
según lo que nos transmitieron
los que desde un principio fueron testigos oculares
y llegaron a ser garantes del mensaje,
he resuelto yo también,
después de investigarlo todo de nuevo con rigor,
ponértelo por escrito de forma conexa,
excelentísmo Teófilo,
para que compruebes la solidez de las enseñanzas
con que has sido instruido» (Lc 1,1-4).
Lucas presupone la existencia de evangelios -literalmente habla de «muchos»
intentos-, escritos en conformidad con una tradición vivida en el seno de la
comunidad cristiana («entre nosotros», «nos transmitieron»), tradición que se
remonta a los «testigos oculares» (primera generación) que fueron reconocidos
por las comunidades creyentes como depositarios auténticos («garantes») del
mensaje.
Entre estos «muchos» -probablemente una hipérbole- que «han intentado hacer una
exposición ordenada» de los hechos de Jesús hay que contar en primer lugar el
Evangelio de Marcos (Mc): dos terceras partes de Mc han sido asumidas por el
Evangelio de Lucas. Con Mateo (Mt) tiene en común una serie de "logia"
(sentencias, parábolas, dichos), que muchos atribuyen a una fuente común
(denominada «Q», de «Quelle» = fuente, en alemán), si bien no parece
absolutamente necesario postular una fuente independiente. Lucas habla adrede de
muchas exposiciones ordenadas de los «hechos» de Jesús; no alude a ninguna
colección de «dichos». (Poseemos, ciertamente, dos colecciones de sentencias al
estilo de la presunta «Q» en los llamados «Evangelio de Tomás» y «Evangelio de
Felipe», pero son de índole heterodoxa, pues estos «evangelios» prescinden de
todo lo que haga referencia al compromiso humano de Jesús.)
Con Juan (Jn), por otro lado, Lucas tiene una serie de motivos comunes que
presuponen interdependencia; la mayoría de autores considera que Jn es
posterior a Lc; yo me inclino más bien por una dependencia de Lc respecto de Jn.
¿Conocía Lucas otros «evangelios»? Es muy probable.
El hecho de que Lucas califique de «intentos» las obras de sus predecesores,
podría indicar que no las considera definitivas, sea porque las juzga
incompletas o porque no responden ya a las nuevas circunstancias en que se
encuentran sus comunidades, sea porque las considera tendenciosas (en el caso
que se inspirase en colecciones de dichos de procedencia dudosa). De otro modo
no habría «resuelto» «investigarlo todo de nuevo». Lucas emprende una
investigación «rigurosa», a fin de poner en claro las omisiones y deficiencias
que, a su juicio, tenían las obras anteriores. Finalmente decide «ponerlo por
escrito de forma conexa», señalando la sucesión lógica de los acontecimientos,
las mutuas conexiones, la evolución interior de determinados personajes, la
encarnación del mensaje de Jesús en comunidades y personas concretas, etc., así
como ordenando los materiales según determinadas figuras retóricas,
estableciendo paralelismos, marcando crescendos, configurando dípticos,
trípticos, etc.
La tarea emprendida por Lucas tiene una finalidad pastoral: que los lectores,
personificados por «Teófilo» (= el amigo de / querido por Dios), puedan
«comprobar la solidez de las enseñanzas» que habían recibido durante el
catecumenado previo a la iniciación cristiana. Lucas quiere confirmar la
autenticidad de ese mensaje.
No se trata, pues, de una simple exposición de los hechos, en orden a componer
una historia de Jesús (Lc) o de la iglesia (Hch). Más bien se trata de lo que
hoy llamaríamos una «catequesis de adultos», destinada a profundizar las
cuestiones relativas a la fe/adhesión a Jesús y su mensaje. El suyo no es, por
consiguiente, un proyecto apologético, sino un discurso teológico que quiere
incidir en la vida de las comunidades cristianas y en su compromiso concreto.
Siguiendo el modelo de Jesús y rehaciendo el proceso que se vieron obligados a
recorrer los primeros creyentes hasta llegar a comprender y asimilar su mensaje,
el «lector» saldrá enriquecido y podrá disponer de pautas válidas para la
predicación.
Hablo de un «lector» (entre comillas), porque estas obras no fueron escritas
pensando en lectores modernos, sino en «lectores» que las proclamasen en
público y explicasen sus contenidos, es decir, en «evangelistas». Estos habían
sido adiestrados en las técnicas del género literario «evangelio», con el fin de
que las pudieran explicar en forma de homilía en las reuniones semanales de la
comunidad. La estructuración de la obra a base de secciones, secuencias y
pericopas (estas últimas constituyen las unidades menores, perfectamente
delimitadas, que tienen sentido por sí mismas) está condicionada por esta
enseñanza cíclica.
Pero Lucas no se contenta con el género «evangelio», el único -si exceptuamos el
capitulo 21 de Jn- cultivado por sus predecesores. No le basta con la exposición
ordenada de los hechos relativos a Jesús y decide componer un segundo libro, el
mal llamado «Hechos de los Apóstoles», con el fin de seguir el desarrollo
ulterior de la «buena noticia» (= evangelio, del griego euaggelion) en las
primeras comunidades. Detrás de este propósito se adivina la situación de las
comunidades «teófilas», a las que Lucas dirige su doble obra, y sus problemas
más candentes. En verdad, muchos de los problemas que hoy nos acucian, Lucas
ya se los había planteado, de tal manera que el seguimiento que hace de ellos en
el seno de las primeras comunidades, aunque hayan cambiado notablemente los
ingredientes culturales, continúa siendo útil para nosotros.
El Evangelio de Lucas se compone de siete secciones. Las dos primeras contienen
una presentación global de los dos personajes clave de 1a historia de la
salvación: Juan Bautista y Jesús Mesías. Juan representa el punto culminante de
todo el Antiguo Testamento (AT), de la Alianza que Dios había hecho con el
pueblo de Israel, pero que había quedado obsoleta al establecer Jesús una nueva
con su muerte; Jesús, el Hombre nuevo, es el iniciador de la nueva y definitiva
Alianza de Dios con la humanidad.
En la primera sección (Lc 1,5-2,52) presenta a grandes rasgos los dos
personajes, insistiendo en los respectivos condicionamientos que los rodean y
en la novedad que aportarán. En la segunda (3,1-4,44) esboza globalmente la
misión precursora de Juan como Bautista y la misión liberadora de Jesús como
Mesías.
La tercera sección (5,1-6,11) contiene la llamada del Israel histórico, tanto el
ortodoxo como el heterodoxo. La cuarta (6,12-9,50) traza el retrato robot, es
decir, los rasgos maestros de la figura de Jesús. La quinta (9,51-19,46), la más
extensa, es la sección del viaje de Galilea a Jerusalén atravesando Samaría. La
sexta (19,47-21,38) abraza el período de enseñanza y la polémica de Jesús en el
templo. Finalmente, la séptima sección (22,1-24,53) describe la última y
definitiva Pascua de Jesús, el éxodo del Mesías.
CUALQUIER LECTURA REDUCTIVA DE LA BIBLIA
PROMUEVE EL FANATISMO RELIGIOSO
El primer episodio tiene lugar en la sinagoga de Nazaret, bastión del
nacionalismo más exaltado, merced a su complicada orografía, que favorecía la
resistencia armada contra las tropas de ocupación. Jesús regresa a su pueblo con
la aureola de predicador / taumaturgo de que viene rodeado por su actividad en
Cafarnaún (cf. 4,23). Jesús tiene por costumbre acudir a la sinagoga el sábado,
para enseñar y encontrarse con el pueblo (4,15). En Nazaret, sin embargo,
proclama el cambio total que se ha producido en su vida después de la gran
experiencia de Dios que ha tenido en el Jordán. Jesús tiene ahora plena
conciencia de ser el Mesías que ha de inaugurar el reinado definitivo de Dios en
la historia de la humanidad. Pero sabe muy bien que su mesianismo no comulga con
el triunfalismo que lo rodea. Las tentaciones del desierto han servido para
clarificar este concepto.
El ambiente de la sinagoga es de suma expectación. Pretende que Jesús se
pronuncie públicamente a favor de la causa nacionalista y que se ponga del lado
de los fanáticos. Jesús es quien toma la iniciativa de levantarse para tener la
lectura. El responsable de la sinagoga pone en sus manos el rollo del profeta
Isaías, que contenía ciertas profecías mesiánicas que todos se sabían de
memoria. Jesús abre el volumen en el pasaje preciso (4,17: «dio», después de
buscarlo, «con el pasaje donde estaba escrito») donde se habla sin ambages del
cambio histórico que el Mesías debía llevar a cabo a favor de Israel y contra
las naciones paganas que lo oprimen. Lee en voz alta este pasaje, pero
interrumpe la lectura al final del primer hemistiquio de un verso, silenciando
el otro hemistiquio que todos esperaban. El texto de Isaías (61,ls) decía:
«El Espíritu del Señor descansa sobre mí
/ porque él me ha ungido...
para proclamar el año favorable del Señor
/ y el día del desquite (de Dios).»
Jesús proclama que la profecía se acaba de cumplir en su persona (4,21: «Hoy ha
quedado cumplido este pasaje ante vosotros que lo habéis escuchado») y centra su
homilía en la inauguración del Año Santo por excelencia, «El año favorable del
Señor», pero omite cualquier referencia al desquite / castigo contra el Imperio
romano opresor.
24.
COMENTARIO 4
El relato evangélico de la liturgia nos presenta el inicio de la Buena Noticia
contada a los gentiles por Lucas. Lucas pone de manifiesto en dicho relato que
el Padre de Jesús es el Padre de toda la humanidad. Su palabra, que es palabra
de vida, congrega a todos los hombre y mujeres de buena voluntad, a los hombres
y mujeres de todas las latitudes de la tierra, sin distinción alguna de raza,
cultura e idioma. La Palabra –Buena Noticia- pone a todos los hijos de Dios en
camino y en búsqueda constante de los valores fundamentales que hacen de este
mundo un espacio donde se puede vivir humanamente y donde Dios puede revelarse y
comunicarse a todos los pueblos de la tierra.
Lucas le dedica su libro a Teófilo, el "amado de Dios". Dios ha manifestado su
amor a todo ser humano. Por eso podemos decir que el texto de Lucas está
dedicado a todos los seres humanos sin distinción alguna. El evangelista pone de
manifiesto que Dios ama a todos y desea para ellos que el proceso de
humanización llegue a su plenitud total y se cumpla en ellos su plan creador.
¿Hasta qué punto, nosotros en nuestra vida diaria de cristianos, hacemos sentir
a los otros como amados de Dios? ¿O será que con nuestras actitudes muchas veces
espantamos a nuestros hermanos alejándolos de una visión de Dios amor y los
introducimos en la visión de un Dios justiciero y sanguinario?
Dios, que es un Padre bueno, ha querido en todo tiempo y en todo lugar hablar a
los hombres y mujeres para manifestar su designio amoroso. Todo hombre y toda
mujer al escuchar la Palabra de Dios no puede continuar por la vida como
incógnita, ni resignado; antes por el contrario, tiene que comenzar a caminar en
coherencia con la palabra recibida y ante todo llegar a gastar la vida para que
la Palabra de Dios cumpla su misión en medio del pueblo.
A lo largo de la historia de salvación Dios siempre estuvo acompañando a su
pueblo. Desde el Éxodo de Egipto hasta los tiempos mesiánicos, desde la vuelta
del exilio hasta la primitiva comunidad cristiana que tuvo que pelear contra el
imperio romano. En cada tiempo quiso Dios acompañar a su pueblo con mano
poderosa y con fuerte brazo y en cada momento histórico, él como Padre de
bondad, fue manifestando su amor incondicional a sus hijos hasta que en su hijo
Jesús nos manifestó su amor en plenitud.
Jesús se presenta a los de su tiempo como el que tenía el poder de hablar en
nombre de ese Dios misericordia y de ese Dios de justicia y de verdad que ama
sin medida y que desea que su proyecto de humanización llegue a ser una realidad
en medio de nuestro pueblo.
Jesús proclamó con su palabra de verdad un tiempo nuevo, un tiempo donde la
Buena Noticia era el mejor regalo de Dios padre para los pobres de la historia.
Los pobres predilectos de Dios son los depositarios del mensaje de liberación
que Jesús presenta a los excluidos de su pueblo y, en ellos, a los excluidos de
todas las sociedades y de todos los pueblos de la tierra.
Todo el ministerio de Jesús radicó en hacer posible que los que vivían
marginados por la estructura de poder llegaran a asumir en su propia vida el
plan-proyecto del Dios que los había creado y que por ellos había apostado aun
enfrentándose al poder egipcio.
Nosotros como Iglesia, estamos llamados también a proclamar un tiempo
definitivo, un tiempo de cualificación, el Kairós de Dios. Tenemos que trabajar
para hacer posible el año de gracia de Dios en medio de nuestro pueblo, para que
las situaciones de muerte y la injusticia queden aniquiladas totalmente y
podamos así experimentar en nuestras vidas la liberación que Jesús de Nazaret
nos propuso hace dos mil años, pero que hoy sigue estando allí sin estrenar,
esperando hombres y mujeres receptivos, capaces de asumir con radicalidad su
propuesta de humanidad verdadera. ¿Cuándo vamos a comenzar a inaugurar en
nuestra comunidad el año de gracia del Señor?
COMENTARIOS
1. Jesús Peláez, La otra lectura de los evangelios II, Ciclo C, Ediciones El
Almendro, Córdoba
2. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Para que seáis hijos". Ciclo C.
Ediciones El Almendro, Córdoba 1991
3. J. Mateos, Nuevo Testamento (Notas al evangelio de Juan). Ediciones
Cristiandad Madrid.
4. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de
Latinoamérica).