PLAN PASTORAL PARA LA
CONFERENCIA EPISCOPAL
( 1994-1997)

PARA QUE EL MUNDO CREA
( Juan 17,21)


I

PRECEDENTES

A. En continuidad con los planes de acción anteriores.

Es interesante comprobar que, desde hace ya veinte años, las preocupaciones pastorales de los obispos españoles se han ido centrando cada vez más claramente en la necesidad de f ortalecer y dif undir la f e religiosa del pueblo.

Ya en 1972, la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal, en un importante documento titulado "ALGUNOS ASPECTOS DE LA SITUACIÓN RELIGIOSA ESPAÑOLA" considera como primer exigencia de la renovación pastoral que la Iglesia española necesita «intensificar la acción evangelizadora para que la fe sea cada vez más consciente y operante, como exigen su propio desarrollo y las circunstancias del mundo en que vivimos»1 . Poco más tarde, la XVIII Asamblea Plenaria aprueba unas Líneas de Acción para "La Educación en la fe del Pueblo cristiano", acompañadas por unas reflexiones publicadas bajo la responsabilidad de la Comisión Episcopal de Enseñanza y Educación Religiosa (7 de julio de 1973), y dirigidas a estimular una renovación del Ministerio de la Palabra en una perspectiva claramente evangelizadora 2 . Con el deseo de unificar su trabajo en torno a las necesidades pastorales más graves y urgentes, en 1980 se constituye una Comisión especial con el fin de que proponga a la Asamblea Plenaria un objetivo pastoral primario, central y unificador. En 1982, a propuesta de esta Comisión especial, se aprueba como objetivo prioritario de la Conferencia Episcopal El servicio a la fe del pueblo, con estas cinco líneas de acción:

1ª. promover un proceso permanente de educación en la fe y de evangelización;

2ª. acentuar en la educación en la fe el compromiso con Cristo y el servicio a favor del hombre;

3ª. atender especialmente a la formación permanente de personas responsables de la evangelización;

4ª. apoyar el trabajo y la buena orientación de las instituciones responsables de la formación cristiana;

5ª. clarificar los contenidos en la fe para asegurar la identidad del mensaje cristiano y la adaptación al hombre de hoy.

Esta reflexión pastoral de la Conferencia Episcopal recibe un impulso extraordinario con la primera Visita Apostólica del Papa Juan Pablo ll a España. Las conclusiones de la propia reflexión se funden con las sugerencias y orientaciones del Papa. Todo ello adquiere forma concreta y operativa en el documento "LA VISITA DEL PAPA Y LA FE DE NUESTRO PUEBLO" aprobado por la Asamblea Plenaria en 1983. En este documento las preocupaciones pastorales de la Conferencia se orientan explícitamente hacia un esfuerzo de evangelización.

«Las profundas transformaciones culturales experimentadas por nuestra sociedad reclaman de la Iglesia un nuevo esfuerzo de evangelización»3 . «Nuestra Iglesia en este momento histórico debe plantearse seriamente el diálogo con la cultura»4 .

Este documento aprobado con motivo de la primera visita del Papa a España sirvió para que la Conferencia comenzara a elaborar sus propios planes de acción, con el fin de clarificar más y centrar mejor el trabajo conjunto de los obispos.

En 1987 se aprueba un Plan pastoral de la Conferencia con el título de “ANUNCIAR A JESUCRISTO EN NUESTRO MUNDO CON OBRAS Y PALABRAS". Su primer objetivo concreto era "Avivar las raíces de la vida cristiana". Y la primera acción prevista en este objetivo consistía en la "Elaboración de unas directrices orientativas sobre la evangelización misionera en España".

La preocupación evangelizadora se hace cada vez más clara y apremiante. Así, en 1990 se aprueba un nuevo Plan pastoral cuyo título es "IMPULSAR UNA NUEVA EVANGELIZACIÓN”. El objetivo 5° de este nuevo plan sonaba así: "Impulsar la acción misionera de nuestras Iglesias". La primera acción prevista dentro de este objetivo era ésta: "Estudio sobre Nueva Evangelización en España".

Si ahora volvemos de nuevo a centramos en impulsar y favorecer desde nuestra Conferencia una acción evangelizadora no hacemos sino profundizar en una línea de trabajo que viene siendo casi el hilo conductor más profundo de nuestras ref lexiones y actividades como Conferencia.

B. Las recientes exhortaciones del Papa.

Es sabido que el Papa Juan Pablo ll, desde 1983, de múltiples maneras, está convocando a la Iglesia a una renovada acción evangelizadora. Desde 1983, al iniciar el novenario de años preparatorio para conmemorar la evangelización de América, sus llamadas a una nueva evangelización "con nuevo ardor, nuevos métodos y nuevas expresiones" se han ido convirtiendo en una interpelación apremiante para la Iglesia universal.

En diferentes momentos el Santo Padre ha dirigido este mismo mensaje a las Iglesias de más larga vida y tradición. En su primera Visita Apostólica a España, en 1982, el Papa animó las iniciativas de la Conferencia Episcopal en esta dirección. Once años más tarde, en la Visita Apostólica de 1993, la llamada a la evangelización ha sido el punto central de sus recomendaciones:

«Me complace vivamente saber que el trabajo común de la Conferencia... se centra en el propósito de impulsar decididamente una vigorosa pastoral de evangelización. . . Ésta es la hora de Dios... Ésta es la hora de renovar la vida interior de vuestras comunidades eclesiales y de emprender una fuerte acción pastoral y evangelizadora en el conjunto de la sociedad española»5 .

«La mejor contribución que la Iglesia puede dar a la solución de los problemas que afectan a vuestra sociedad es ayudar a todos a descubrir la presencia y la gracia de Dios en nosotros, a renovarse en la profundidad del corazón revis-tiéndose del hombre nuevo que es Cristo»6 (6).

«Nuestra sociedad, pese a sus hondas raíces cristianas ha visto dif undirse en ella los f enómenos del secularismo y la descristianización, y "reclama sin dilación alguna una nueva evangelización" (Christifideles laici, 4). La Iglesia que tiene en la evangelización su "dicha y vocación propia..., su identidad más profunda" (Evangelii nuntiandi 14), no puede replegarse en sí misma. Ha de escuchar y hacer suya la súplica de María, que sigue intercediendo como madre en f avor de los hombres, que, sean conscientes o no de ello, tienen sed del "vino nuevo y mejor" del Evangelio»7 .

«El alejamiento de Dios lleva consigo la pérdida de aquellos valores morales que son base y f undamento de la convivencia humana. Y su carencia produce un vacío que se pretende llenar con una cultura centrada en el consumismo desenf renado, en el afán de poseer y gozar, y que no ofrece más ideales que la lucha por los propios intereses o el goce narcisista»8 (8).

Leyendo con reposo los discursos del Santo Padre durante su última visita a España no queda duda de que la idea que los preside y unifica es animarnos a proseguir y, si es preciso, fortalecer más todavía un esfuerzo de evangelización, centrado en el intento de consolidar religiosamente la fe de los que creen y llamar a una verdadera conversión a los que no creen.

«Urge, pues, un nuevo esfuerzo creador en la evangelización de nuestro mundo. El reto es decisivo y no admite dilaciones ni esperas»9 .

«La pastoral de evangelización no significa replegamiento de la Iglesia en posturas espiritualistas o desencarnadas. Busca la conversión del corazón, con ello la transformación de la vida personal y, a partir de ahí, el compromiso y el trabajo para la transformación de la vida real según las exigencias del Evangelio, con especial atención a las necesidades de los pobres y de los más débiles» (Huelva).

II

NATURALEZA Y JUSTIFICACIÓN DE ESTE PLAN

La primera aclaración que debemos tener en cuenta a la hora de valorar, interpretar y aplicar este Plan Pastoral de la Conferencia, es tener bien claro que pretende ser exclusivamente esto, un plan de trabajo para la Conferencia en cuanto tal, no para las diócesis.

Cada Iglesia particular puede y debe seguir su propio ritmo de trabajo y trabajar según sus propias previsiones. Estaría fuera de lugar que desde aquí quisiéramos organizar o decidir cómo deben trabajar pastoralmente nuestras Iglesias.

Somos bien conscientes de que la vida diocesana no entra en la competencia de las deliberaciones y acuerdos de la Conferencia; los planes de trabajo diocesanos, por su propia naturaleza, deben ser elaborados con otros procedimientos y con características muy distintas de lo que nosotros podamos hacer ahora.

A la vez que decimos esto, conviene también tener en cuenta que la existencia v características de este Plan de trabajo, si lo realizamos bien, afectará favorablemente a los fieles de nuestras Diócesis. Todas ellas están incluidas en esta perspectiva general del Pueblo de Dios al que queremos servir cuando actuamos reunidos fraternalmente en Conferencia.

Miembros de nuestras Iglesias, sacerdotes, religiosos y laicos, serán quienes intervengan en las acciones previstas, y a ellos, vistos en conjunto, como miembros de una Iglesia local, o como miembros de una misma sociedad que viven todos ellos intensamente relacionados e interdependientes, queremos servir también en una perspectiva dif erente con estos trabajos comunes que pretenden responder a los problemas y situaciones que de mane-ras dif erentes afectan a todos nuestros f ieles.

La experiencia de años anteriores nos ha convencido de la necesidad de que estos planes de trabajo de la Conferencia sean especialmente sencillos, de manera que no recarguen más de lo justo el trabajo de la Conferencia, ni de las Comisiones, ni mucho menos de las diócesis.

Más que comprometernos a muchas acciones, lo que pretendemos con este plan es:

- clarificar nuestra propia conciencia apostólica mediante un trabajo común de reflexión y discernimiento;

- detectar y precisar bien las necesidades pastorales más profundas de nuestro pueblo en sus elementos más amplios y comunes;

- formular mejor los contenidos, procesos y métodos de ese esfuerzo renovado de evangelización que el Papa nos ha señalado a todos nosotros como la exigencia más urgente de nuestro ministerio apostólico;

- y llevar a cabo unas pocas acciones comunes que por su propia naturaleza influyan en el ambiente general que condiciona la vida religiosa y moral de nuestras respectivas comunidades particulares y nos ayude a desarrollar en nuestras propias diócesis esta misma labor evangelizadora del modo y manera que en cada Iglesia creamos más conveniente con la ayuda de nuestros propios f ieles y más inmediatos colaboradores.

En virtud de estos criterios, este plan tiene unas características algo distintas de las que tenían los anteriormente aprobados por la Conferencia.

Ante todo ofrece unas consideraciones sobre la nueva evangelización con el fin de ayudarnos a ver con más claridad lo que el Papa nos quiere decir cuando nos invita a promover un nuevo esf uerzo de evangelización, con lo cual nos permite comprender y valorar el alcance y la exigente novedad de unos objetivos comunes en torno a esta preocupación evangelizadora, a la luz de los cuales hayan de precisar y organizar su trabajo ordinario y normal todos los organismos de la Conferencia, proponiéndonos únicamente una sola acción nueva y conjunta, seria, profunda, compartida, tomada con tiempo y realizada con general participación.

De este modo, el Plan de trabajo de la Conferencia pretende ajustarse estrechamente a lo que es la naturaleza de la Conferencia y su indispensable servicio a nuestro ministerio que se ha de ejercer especialmente en el ámbito y con las características de nuestras propias Iglesias particulares.

De la Conferencia esperamos ayuda fraterna para el ejercicio personal de nuestro ministerio episcopal, orientación y claridad para el trabajo de las diferentes Comisiones Episcopales en favor de las actividades pastorales de nuestras Diócesis y alguna acción de naturaleza colectiva que responda a necesidades comunes que no se pueden abordar desde ámbitos locales y que por su naturaleza requieren un tratamiento más amplio y de repercusiones públicas más generales.

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ASPECTOS FUNDAMENTALES DE UNA
PASTORAL DE EVANGELIZACIÓN

Ante todo querríamos llamar la atención sobre laf uerte novedad que supone impulsar en nuestra Iglesia una pastoral decididamente evangelizadora. Podemos decir que esta innovación es el inicio de una nueva época para nuestra Iglesia, fuertemente implantada desde hace tantos siglos y que ahora se ve llamada a desplegar una acción pastoral de evangelización frente al f enómeno generalizado del debilitamiento de la fe y la difusión de la increencia entre nosotros.

Este esfuerzo viene exigido como respuesta a las nuevas situaciones espirituales, culturales y religiosas en las que viven nuestros fieles y especialmente las nuevas generaciones. La fe cristiana no es ya pacíficamente trasmitida y recibida de unas generaciones a otras dentro de las familias cristianas. El ambiente cultural y las influencias sociales no favorecen la continuidad de la fe ni el ejercicio sincero de la vida cristiana. En nuestra sociedad se ha ido estableciendo poco a poco como cosa normal la indiferencia religiosa y la inseguridad moral.

Las nuevas generaciones se ven fuertemente influenciadas por un ambiente cultural y moral que les impulsa hacia unos estilos de vida más paganos que cristianos. Los cristianos tienen que profesar su fe y practicar la vida cristiana sobreponiéndose y reafirmándose contra la gran fuerza envolvente de una cultura ambiental y dominante con fuerte impregnación laicista y neopagana.

La respuesta profunda de la Iglesia, frente a esta nueva situación cultural y religiosa, inspirada por Dios y fuertemente alentada por el Papa Juan ll, se llama evangelización. Una respuesta que va a requerir un esfuerzo de reflexión y revisión la modificación de muchos procedimientos y actitudes habituales entre nosotros, la vivificación del espíritu religioso y misionero de nuestras Iglesias y de nuestras actividades pastorales ordinarias más importantes.

No es éste el lugar de hacer un estudio científico de lo que hoy se entiende en la Iglesia como pastoral de evangelización ni siquiera de exponer de manera exhaustiva lo que el Santo Padre entiende como nueva evangelización en el conjunto de su magisterio y de sus numerosísimas intervenciones dedicadas a ella. Nos basta resumir unas cuantas afirmaciones que recojan lo que podemos llamar las líneas más importantes del magisterio del Papa sobre este punto y las ideas compartidas por los mejores autores que han reflexionado y escrito sobre este tema.

1. La pastoral de evangelización, entendida en sentido estricto, es una pastoral pensada y organizada para favorecer la renovación y consolidación de la fe del pueblo cristiano o su difusión y desarrollo en personas y ambientes dominados por la increencia. Por eso mismo no todas las actividades pastorales, aunque sean necesarias, pueden llamarse igualmente evangelizadoras. Este calificativo lo aplicamos con un sentido más estricto a aquellas actividades pastorales expresamente dirigidas a favorecer la fe en Dios o en Jesucristo, la conversión al Dios de la gracia y de la salvación, la conversión personal y comunitaria al Evangelio y a una vida cristiana auténtica y operante, bajo la acción del Espíritu Santo y con la riqueza de sus dones.

Damos por supuesto que una pastoral de evangelización tiene que abarcar todos los momentos y aspectos de la misión integral de la Iglesia. Pero ahora nos interesa intensificar precisamente aquellas actividades que están en el arranque mismo de la evangelización, en el origen del proceso evangelizador que poco a poco tiene que ir llegando a las personas y por medio de ellas y de sus diversas actividades a todos los ámbitos y sectores de la cultura y de la realidad social en su conjunto.

2. Para comprender y valorar lo que queremos decir cuando hablamos de una pastoral de evangelización hay que tener en cuenta el rico y complejo sentido que tiene la fe en los escritos bíblicos. Cuando hablamos de la necesidad de consolidar o difundir la fe no estamos pensando en una visión empobrecida de fe casi exclusivamente intelectualista y poco relacionada con la vida personal, sino que pensamos más bien en el concepto de fe que se utiliza en la Sagrada Escritura y especialmente en el Nuevo Testamento.

Fe cristiana es el reconocimiento y la aceptación personal y libre de la presencia y de la intervención de Dios en nuestra vida, personal y colectiva, manifestada y consumada en Jesucristo, con el consiguiente cambio real de vida, promovido por la f uerza de la gracia de Dios y los dones del Espíritu Santo, que se manifiesta y se hace efectivo en todos los órdenes de la vida real del cristiano, en su vida interior de adoración y obediencia liberadora a la santa voluntad de Dios, en la vida matrimonial y familiar, en el ejercicio de la vida profesional y social, en las actividades económicas y políticas, en todo lo que es el tejido real y social en el que de hecho vivimos inmersos y nos realizamos como personas.

Por ser una acción expresamente dirigida a suscitar o fortalecer la fe, requiere una especial atención a todo aquello que dificulta intelectual o vitalmente el acto y la vida de la fe; de manera positiva, la evangelización pide una especial atención a las verdades, motivaciones y experiencias que más directamente favorecen la experiencia religiosa del hombre, promueven el proceso personal de la fe y por eso mismo ayudan a recibir la gracia del Espíritu Santo y a creer en el Dios salvador de Jesucristo con seguridad, gratitud y coherencia vital.

3. Hoy, después de unos cuantos años en que se ha ido desarrollando y manifestando entre nosotros el proceso de secularización, vemos con claridad los puntos claves afectados por el crecimiento de la increencia o la debilidad de la fe de los cristianos, a los que hay que atender pastoralmente con especial intensidad por ser soporte imprescindible de otros muchos objetivos pastorales:

1. La crisis de la familia y de la moral sexual;

2. La fe en Dios y la vida cristiana y eclesial de los niños y jóvenes;

3. Las referencias religiosas en la vida pública, cultural, profesional y política.

4. Por eso es perfectamente claro que «la evangelización no debe limitarse al anuncio de un mensaje, sino que pretende alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad que están en contraste con la Palabra de Dios y con su designio de salvación» (Evangelii nuntiandi, 19)10 . Una pastoral de evangelización no puede conformarse con ser una pastoral de mínimos, sino que ha de presentar la vida y la vocación del cristiano en toda su riqueza y amplitud, como llamada a la conversión personal, al seguimiento de Cristo, a la perfección y a la santidad, al apostolado y a la colaboración con el Señor en el anuncio y la realización del Reino. Sólo en este planteamiento ambicioso, lleno de humildad y confianza en el poder de Dios podrá desarrollarse una pastoral vocacional exigente, verdaderamente fecunda y renovadora.

5. Por esto mismo, la pastoral evangelizadora no corresponde sólo a los sacerdotes o a los religiosos, ni puede reducirse a un mero anuncio del Evangelio. La evangelización, tal como la entiende la Iglesia, es una acción comunitaria, en ella tienen un lugar propio los fieles seglares cristianos, y abarca desde las actividades estrictamente anunciadoras y kerigmáticas hasta las iniciativas más audaces en el tejido social para transformar las instituciones y las características de la vida social de acuerdo con los modelos y los valores operativos de la moral cristiana, de la doctrina social de la Iglesia y en definitiva del Reino de Dios.

El Papa, en su apretada síntesis de la Homilía pronunciada en Huelva, alude a la doctrina de Evangelii nuntiandi y de Christifideles laici sobre los aspectos efectivos y de transformación de la realidad social, situando en ellos la misión específica de los fieles seglares auténticamente convertidos a la vida cristiana y bien preparados doctrinal y profesionalmente para las difíciles exigencias de este apostolado (cf n.8). La pregunta está en dónde y cómo surgen estos laicos milagrosos, quién se dedica a prepararlos y ayudarles. No hay duda de que en el pensamiento del Santo Padre y de la mejor doctrina pastoral, ésta tiene que ser la tarea que ocupe más tiempo y esfuerzo en la vida apostólica de los sacerdotes diocesanos o religiosos.

6. En cuanto a sus contenidos y métodos, la pastoral evangelizadora tiene también sus especiales características bien definidas:

* Requiere en primer lugar un anuncio de la Palabra de Dios, especialmente en aquellos puntos que nos invitan y ayudan directamente a creer en Dios y en Jesucristo, con una fe que sea un verdadero reconocimiento personal de su lugar central y configurador en la propia vida: la existencia del Dios personal que nos crea, nos mantiene y nos salva; la presentación de Jesucristo como redentor y salvador, fuente y modelo de vida, la renuncia al pecado y la conversión sincera a Dios como fuente y norma de vida en Cristo y por Cristo; la esperanza activa en las promesas de vida eterna como principio orientador de la vida en este mundo, el sometimiento al juicio divino como referencia constante y última de la libertad y de los proyectos globales y parciales de vida, y la aceptación de los mandamientos y ejemplos de Cristo como norma moral de la propia vida en todas sus manifestaciones privadas y públicas.

* Tiene también unas exigencias de método que se pueden resumir en la necesidad de una acción pastoral fuertemente personalizada, en la relación entre el que anuncia y quien recibe la palabra de salvación, la incorporación de intensas experiencias religiosas, personales y comunitarias, la necesidad de favorecer experiencias de conversión y penitencia, de comunicación interior con Cristo con los consiguientes cambios en los proyectos de vida, en la oración, en las celebraciones litúrgicas, en el servicio humilde, desinteresado y sacrificado a los hermanos necesitados, pobres, enfermos, ancianos y marginados.

* En este sentido tendríamos que hacer una revisión de muchas de nuestras actividades pastorales ordinarias, que, a pesar de los muchos esfuerzos hechos, no consiguen suscitar el vigor religioso y cristiano que las nuevas generaciones necesitan para expresar, practicar y mantener su fe a pesar de las presiones ambientales a las que se ven sometidas. Tendríamos también que examinar y valorar los diferentes procedimientos que han ido apareciendo en la Iglesia durante estos últimos años para corregir los que se hayan manifestado defectuosos o insuficientes e impulsar los que estén demostrando una mayor capacidad evangelizadora y de conversión.

* Requiere también una fuerte renovación espiritual, eclesial y apostólica de los agentes de pastoral, especialmente de los sacerdotes y religiosos, con la consiguiente clarif icación de las misiones específicas de las diferentes vocaciones dentro de la Iglesia, especialmente sacerdotes, religiosos y seglares.

Estos últimos han de ser quienes, formados y enviados desde la comunidad bien atendida por sus propios sacerdotes y los diferentes carismas y ministerios, vivan y actúen en las realidades sociales de otra manera de como se hace desde la incredulidad de modo que propicien con claridad profética y eficacia profesional la transformación progresiva de los modelos de sociedad y de aquellos condicionantes sociales que influyen en la configuración de la conciencia y de los modelos colectivos de vida: familia, formas laborales y económicas, instituciones, opinión pública expresiones artísticas, actividades de ocio, modelos sociales de producción y distribución de los bienes adquiridos, leyes y actuaciones políticas, servicios de promoción y asistencia, etc.

7. Si se quiere impulsar de verdad una pastoral evangelizadora, hay que tener en cuenta que la difusión y el crecimiento de la fe requiere en los agentes pastorales una vivencia espiritual y testimonial fuerte, sin dudas ni ambigüedades, con una actuación decidida fuertemente animada por el Espíritu de Dios y la misión eclesial, vivida en comunión clara y efectiva.

Por esta razón la llamada a la pastoral evangelizadora lleva dentro una llamada a la conversión personal y eclesial, a la claridad doctrinal y al vigor apostólico, con un claro testimonio de santidad de vida. La llamada a la nueva evangelización está exigiendo de nosotros un esfuerzo para centrarnos en lo principal, tanto en el orden de la vida como en el de las actividades pastorales, liberándonos de muchas cuestiones secundarias que a veces nos impiden llegar al contenido verdadero de nuestra misión y de nuestras obligaciones pastorales más apremiantes.

8. Por esto mismo, la pastoral evangelizadora requiere una conciencia viva de que la fe es un don de Dios que nosotros no podemos promover sino colaborando humildemente con la acción sobrenatural del Espíritu Santo en los corazones de los hombres. Evangelizar es antes que nada orar, pedir a Dios que intervenga poderosamente con su gracia iluminando las mentes y moviendo los corazones para acoger con humildad y gratitud la buena semilla de su Palabra de salvación. Para ser evangelizadora, la Iglesia entera tiene que vivir en una conciencia viva de su debilidad y en una vigilia de ardiente oración. Los contemplativos y contemplativas han de ser en estos momentos apoyo fuerte de la acción pastoral de toda la Iglesia y primeros protagonistas de la evangelización.

Conviene insistir en que una pastoral evangelizadora requiere de nosotros un sentido muy agudo de nuestra propia pobreza a la hora de ser instrumentos de Dios en el anuncio y la edificación de su Reino. La fuerza del anuncio misionero viene de la Palabra de Dios y de la fuerza testimoniante y convincente de la cruz de Cristo, presente también en la pobreza de los evangelizadores, de la comunidad que los envía y de su testimonio martirial 11 .

9. Es importante tener en cuenta que la evangelización en una sociedad poscristiana, o en una cultura poscristiana y neopagana, tiene que tener permanentemente una dimensión apologética. Esta preocupación apologética puede tener exigencias diferentes según sean las ideas y actitudes dominantes en un ambiente determinado, respecto de la Iglesia, de los sacerdotes, de la religión y de Dios mismo.

Esta labor apologética, que resulta indispensable, ha de tener en cuenta, al menos estas tres posibles actitudes:

a) El anticlericalismo clásico, con más o menos razones históricas o personales, casi siempre apoyado en hechos concretos elevados a categoría, unas veces con experiencias directas y otras muchas fundado en ideas y prejuicios muy difundidos y arraigados en amplias zonas de la sociedad. Si es cierto afirmar que el viejo anticlericalismo ha decaído, también es verdad que la tendencia a desprestigiar el ministerio de la Iglesia está hoy bastante extendida en algunos ambientes, aunque tenga otros contenidos y otras manifestaciones, quizás menos agresivas que en otros tiempos pero no menos influyentes ni contraproducentes.

b) Dif icultades de orden intelectual, con mayor o menor componente racionalista y con formas elementales o deformadas de presentar las enseñanzas o los dogmas de la Iglesia, respecto de la creación, los sacramentos, el magisterio de la Iglesia, sobre todo en materias morales, los novísimos, el problema del mal, etc.

c) La más propia de nuestra época, y quizá la más extendida es una visión de la religión como actividad primitiva, infundada y perniciosa para el desarrollo de la persona y de la sociedad enemiga de la razón, de la libertad y del progreso. En realidad es la difusión popular de la crítica decimonónica contra la existencia de Dios y la actitud religiosa del hombre, fortalecida por las doctrinas contingentistas propias de la filosofía atea, tanto en el campo del ser como del conocimiento y de la moral humana.

Todo esto hace especialmente difíícil una pastoral de evangelización en estas sociedades de vieja tradición cristiana que han sido afectadas por "los fenómenos del secularismo y de la descristianización"12 .

Cuando hablamos de apologética no estamos pensando en una actitud polémica ni en la apologética del viejo estilo que nosotros estudiamos, sino en actuar con la preocupación de:

1º. deshacer malentendidos, aclarar nociones deformadas, superar una cierta barrera de suficiencia y menosprecio ante cualquier llamada religiosa, teniendo en cuenta la situación real de cada grupo y aun de cada persona con la que hablamos;

2º. llegar a las zonas de interés real de las personas ante cuestiones preliminares como la de libertad/responsabilidad, pervivencia, autenticidad y sentido último de la propia vida, etc. Esta zona de preparación intelectual y moral para despertar la atención hacia la palabra de Dios y la llamada de la fe es hoy de primera importancia;

3º. utilizar un vocabulario y unas nociones que sirvan a la vez para expresar genuina- mente la doctrina de la Iglesia y resulten significativos para nuestros interlocutores. Este trabajo es muy amplio y aquí no podemos hacer más que indicarlo como una preocupación permanente de la buena formación teológica de nuestros seminaristas, sacerdotes y agentes pastorales seglares.

Todo ello tiene que desarrollarse en unas actitudes de diálogo y de servicio, que ofrezcan claramente, de manera directa y humilde, el don de la salvación que Dios ofrece en Jesucristo a todos los hombres, también a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, sin otro poder que el de su gracia y sin otra sabiduría que la de la Cruz redentora de Cristo.

10. La dimensión apologética de una pastoral de evangelización en una sociedad poscristiana requiere que las palabras del anuncio del mensaje estén f ortalecidas por el testimonio de la vida renovada y salvada en la paz y en la f raternidad, tanto dentro de la Iglesia como hacia el exterior, por un servicio de caridad y de ayuda a los necesitados que sea verdaderamente llamativo e iluminador.

La palabra explica la naturaleza de la vida renovada, y los hechos o signos del amor f raterno confirman la verdad del mensaje anunciado y le dan credibilidad. El testimonio de vida y las buenas obras de los cristianos (el amor gratuito a los necesitados) f orman parte esencial de la presencia del Reino de Dios y de la evangelización que lo anuncia. Nunca podemos olvidar que el testimonio definitivo que invita a la fe es el de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo, con la vida y muerte de sus mejores discípulos que son los santos. La f uerza evangelizadora de la Iglesia nace de la presentación sencilla y directa de la vida y la palabra de Cristo, enviado por el Padre para la salvación del mundo, que murió por nuestros pecados y resucitó para nuestra salvación.


1 Documentos de la Conferencia Episcopal Española, "BAC", 1984, p. 215.

2 Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis, Documentos Colectivos del Episcopado Español sobre Formación Religiosa y Educación, (1960-1980), Madrid, Edice, 1981, pp. 311-337.

3 N. 38, cf 1.c., p.759.

4 N. 39, 1. c., p. 760.

5 Discurso a los obispos, n. 2; cfr La hora de Dios, "BAC", p. 186.

6 Ib. n. 3; 1.c. p. 187.

7 Homilía en la avenida de Andalucía, en Huelva, n 4; 1 c, p 122.

8 Ib. n 5; 1.c., p. 120-121.

9 Ib n. 7; 1.C., p. 124.

10 Homilía en Huelva, n 8; La hora de Dios, "BAC", p. 125.

11 Cfr 1 Cor 1,17-18; 2,1-5; 2 Cor. 4,7-12.

12 Juan Pablo ll, Homilía de Huelva, n. 4, o.c., p. 122.