DEÍSMO

El d. es un esquema teórico deficiente sobre la relación entre Dios y el mundo. El d. reduce a un primer impulso la unión por la que Dios fundamenta la existencia del mundo. Según la clásica comparación del relojero (que se halla en Nicolás de Oresmes, + 1382), Dios dio cuerda al principio, una vez por todas, al reloj del mundo, de suerte que anda sin necesidad del influjo de Dios, creador y conservador, fuente del obrar de las criaturas. Con ello se quita la base a una acción de Dios, libre y graciosa, sobre la historia (por la revelación de su palabra, demostrable por los milagros, etc.). Esta concepción deísta de Dios responde a una evolución espiritual que es fundamental para la conciencia moderna. Las ciencias han explicado naturalmente muchos fenómenos que se habían atribuido a una intervención maravillosa de Dios, Dios no tiene por qué servir ya de tapagujeros (como sirve aún, p. ej., en Newton, para las desviaciones de las órbitas de los planetas), dondequiera falla todavía la explicación causal. Aquí radica la justificación de la respuesta deísta. Ésta, sin embargo, se queda a mitad de camino. La representación de una periférica causa primera del mundo había quedado ya propiamente anticuada con la sustitución de la imagen cósmica de Ptolomeo por la de Copérnico; sin embargo, esta crítica de la imagen del mundo todavía está ensombrecida hasta hoy por equívocos y no se ha realizado en medida suficiente para la conciencia general (cf. J.A.T. ROBINSON, Sinceros para con Dios, Ba 1967). Kant criticó, reduciéndolo a la nada, el esquema teórico deísta, meramente horizontal (Crítica de la razón pura, B 480ss = antinomia 4; -> absoluto). Sin embargo, esta crítica no afecta a la concepción de la metafísica clásica, según la cual la acción «vertical», creadora y conservadora, de la causa primera no sólo se necesita en el nacimiento inicial de una serie de causas, sino también en la subsistencia permanente de cada uno de sus miembros, que en sí son contingentes (-> necesidad).

La transcendencia de este Dios no significa que él se halle en un lugar fuera del mundo. Más bien, Dios, en su superioridad ontológica sobre el mundo, es a la vez inmanente a todo lo que él ha causado. Dios no es un poder que esté en el trasfondo, sino el fundamento más íntimo, como abismo misterioso (-> misterio). Esta concepción toma en serio la «diferencia ontológica» (Heidegger), que el deísmo pasa por alto, o, bajo otra perspectiva, la analogia entis entre el ser incondicionado y los entes condicionados y sus modos de obrar. En el fondo, el d. queda filosóficamente superado por la índole del --> conocimiento realmente metafísico (p. ej., de lo contingente como tal), que, con evidente fuerza ascensional, lleva a un orden esencialmente otro («superior» o «más profundo»), a Dios como autor absoluto, a la vez transcendente e inmanente, del mundo. Pero el d. queda refutado de la manera más eficaz por el Dios de Israel y el Dios de Jesucristo, que, por sus hechos salvíficos, nacidos de su gracia y libertad, hace sentir y testificar su inmanencia y trascendencia en el mundo y su historia (historia de la -> salvación).

Walter Kern