PRINCIPI APOSTOLORUM PETRO

Encíclica de Benedicto XV

Sobre San Efrén de Siria

5 de octubre de 1920.

 

A los Patriarcas, Primados, Arzobispos, Obispos y otros Ordinarios de Lugares en Paz y Comunión con la Sede Apostólica.

Venerables Hermanos, Saludos y Bendición Apostólica.

1. A Pedro el Príncipe de los Apóstoles, el Fundador divino de la Iglesia otorgó los dones de inerrancia en materia de fe y de unión con Dios. Esta relación es similar a la de un "Director de Coro en el Coro de los Apóstoles". Él es el común maestro y rector de todos, de modo que el podría alimentar el rebaño de Aquel que estableció Su Iglesia sobre la autoridad de Pedro mismo y sus sucesores. Y sobre esta roca mística el fundamento de la estructura eclesiástica toda permanece firme. Desde allí se eleva la unidad de la caridad cristiana así como nuestra fe cristiana.

2. En efecto, el don singular del primado de Pedro es que el pueda difundir por todo lugar y preservar las riquezas de la caridad y de la fe, como hermosamente declaró Ignacio Teóforo, un hombre de los tiempos apostólicos. Pues en esas nobles cartas que escribió a la Iglesia en Roma durante su viaje, anunciando su llegada a Roma para su martirio por Cristo, dio testimonio del primado de esa Iglesia por encima de las demás llamándola "oficial que preside sobre la comunidad universal de la caridad". Esto quería decir no sólo que la Iglesia Universal es la imagen visible de la caridad divina sino también que San Pedro, junto con su primado y su amor por Cristo (afirmado por su triple confesión), permanece como heredero de la Sede Romana. Así pues, las almas de todos los fieles deben ser encendidas por el mismo fuego.

3. Los antiguos Padres, especialmente aquellos que ocuparon las más ilustres sedes del Oriente, puesto que entendieron estos privilegios como propios de la autoridad pontificia, se refugiaban en la Sede Apostólica cada vez que herejías o conflictos internos los aquejaban. Porque sólo ella había prometido seguridad en las crisis extremas. Así lo hizo San Basilio el Grande, como también el renombrado defensor del Credo Niceno, Atanasio, lo mismo que Juan Crisóstomo. Así pues, estos inspirados Padres de la fe ortodoxa apelaban desde los concilios episcopales al supremo juicio de los Romanos Pontífices, de acuerdo a las prescripciones de los cánones eclesiásticos. ¿Quién puede decir que lo querían así de conformidad con el mandato que habían recibido de Cristo? En efecto, para no ser encontrados infieles en su misión, algunos fueron sin miedo al exilio, como por ejemplo Librio, Silverio y Martino. Otros suplicaron vigorosamente por la causa de la fe ortodoxa y por sus defensores que habían apelado al Papa, o por vindicar la memoria de los que habían muerto. Inocencio III es un ejemplo. El mandó a los obispos de Oriente que insertasen el nombre de San Juan Crisóstomo en la lista litúrgica de los Padres ortodoxos que deben ser mencionados durante la misa.

4. Sin embargo, Nos, que acogemos a la Iglesia Oriental con no menor solicitud y caridad que nuestros predecesores, nos regocijamos sinceramente, ahora que la horrorosa guerra ha terminado. Nos alegramos de que muchos en la comunidad oriental hayan conseguido la libertad y hayan arrancado sus posesiones del control de los legos. Ellos están ahora luchando por poner en orden a la nación, de acuerdo con el carácter de su pueblo y las costumbres establecidas de sus antepasados. A ellos proponemos, apropiadamente, un espléndido ejemplo de santidad, erudición, y amor paternal que imitar y cultivar diligentemente. Hablamos de San Efrén de Siria, a quien Gregorio de Nisa comparó con el río Eufrates porque "irrigó con sus aguas la comunidad cristiana para cosechar frutos de fe por cientos". Hablamos de Efrén, a quien alaban todos los inspirados Padres y Doctores ortodoxos, incluyendo a Basilio, Crisóstomo, Jerónimo, Francisco de Sales y Alfonso de Ligorio. Estamos complacidos de unirnos a estos heraldos de la verdad, quienes pese a estar separados uno de otro en cuanto al talento, al tiempo y al espacio, aún así forman una perfecta armonía modulada por "un único y mismo espíritu".

5. Esta carta sale a la luz tan poco tiempo después de Nuestra Encíclica que recuerda el decimoquinto centenario del nacimiento de San Jerónimo pues estos dos ilustres hombres tienen mucho en común. Son casi contemporáneos, ambos fueron monjes, ambos vivieron en Siria, y ambos fueron sobresalientes por su estudio y conocimiento de las Escrituras. Con justicia pueden ser comparados con "dos luces brillantes", una iluminando hacia Occidente, la otra hacia Oriente. Sus escritos, siendo del mismo espíritu, son igualmente valiosos. Tanto los Padres latinos como los orientales han estado de acuerdo con ambos y los alabado similarmente.

6. El lugar de nacimiento de San Efrén puede haber sido Nisibi o Edesa. Lo que es cierto es que estaba unido por la sangre a los mártires de la última persecución. Sus padres lo criaron como cristiano. Si no tuvieron las comodidades de una vida acaudalada, sí tuvieron la mucho mayor y más espléndida distinción de que "habían profesado a Cristo en el juicio". En su juventud Efrén, según narra en su pequeño libro de confesiones, era lánguido y negligente al resistir las tentaciones por las que esa edad es usualmente afectada. Era de ánimo impulsivo, fácil a la ira, agresivo, e inmoderado de mente y lenguaje. Pero mientras estuvo en prisión por un cargo falso, empezó a despreciar las cosas humanas y los vacíos goces de este mundo. Por eso, en cuanto fue liberado, Efrén tomó el hábito de monje y por el resto de su vida se dedicó completamente a los ejercicios de piedad y al estudio de las Sagradas Escrituras. Santiago, obispo de Nisibi, uno de los trescientos dieciocho Padres del Concilio de Nicea, quien había establecido una renombrada escuela de exégesis en la ciudad episcopal, se convirtió en su patrono. Él no sólo llenó las expectativas de Santiago con sus diligentes y agudos comentarios a la Biblia, sino que incluso las sobrepasó. Como consecuencia, se convirtió pronto en el más grande comentador de esa escuela, ganándose el título de Doctor de los Sirios. Al poco tiempo tuvo que interrumpir su estudio de la Literatura Sagrada debido a que tropas persas amenazaban la ciudad. Él exhortó a los ciudadanos a una vigorosa resistencia ante los persas. Con el auxilio de las oraciones del obispo Santiago, éstos fueron vencidos; sin embargo, a su muerte, los persas sitiaron nuevamente la ciudad. Esta vez, en el año 363, la ciudad cayó. Puesto que Efrén prefirió el exilio a servir a los infieles, migró a Edesa. Allí ejerció diligentemente las responsabilidades de un doctor eclesiástico.

7. La casa en una colina de las afueras de la ciudad en la que vivía parecía una ilustre academia por el gran concurso de hombres ansiosos de estudiar los libros divinos. A ella acudieron eruditos intérpretes y estudiantes de Escritura, incluyendo a Zenobio, Maraba y San Isaac de Amidea, quien adquirió el título de el Grande debido a la profusión e importancia de sus escritos. A causa de su erudición y santidad, la fama de Efrén se difundió desde su retiro. Por ello, cuando viajó a Cesarea a ver a Basilio el Grande, Basilio, sabiendo de su dedicación a la divina revelación, lo recibió reverentemente y habló con él sobre cuestiones divinas. Según lo que se sabe, fue entonces que Basilio consagró a Efrén como diácono.

8. Efrén no dejaba nunca la soledad en Edesa salvo en los días en que tocaba predicar. Durante su prédica, defendía los dogmas de la fe de las crecientes herejías. Si, consciente de su bajeza, no se atrevía a aspirar al presbiterado, se mostró a sí mismo como el más perfecto imitador de San Esteban en el rango menor del diaconado. Dedicó todo su tiempo a enseñar la Escritura, a predicar y a instruir a las monjas en la sagrada salmodia. Diariamente escribía comentarios a la Biblia para ilustrar la fe ortodoxa; iba en ayuda de sus conciudadanos, especialmente de los pobres y afligidos. Lo que quería enseñar a otros, él primero lo vivía absoluta y perfectamente. Así, el podía servir como el ejemplo que Ignacio Teóforo propone a los diáconos cuando los llama "cargas de Cristo" y afirma que ellos expresan "el misterio de la fe en una conciencia pura".

9. ¡Cuán grande y cuán activa fue la caridad que mostró a sus hermanos en un tiempo de hambruna, incluso estando desgastado ya por la edad y la fatiga! Dejó la casa donde había vivido por muchos años una vida celestial más bien que humana, y se dirigió a Edesa. Por medio de esa elocuencia que Gregorio de Nisa describió como "una llave labrada por la divinidad", para abrir las mentes y los cofres de los ricos, castigó a aquellos que estaban atesorando el grano y demandó vehementemente que alimentasen a los pobres con sus excedentes. Y fueron tocados no tanto por el hambre de los ciudadanos como por la sinceridad de Efrén. Con el dinero que mendigaba, él mismo proveyó de camas a aquellos torturados por el hambre, repartiéndolas en los pórticos de la ciudad de Edesa. Allí cuidaba de los enfermos y recibía a los peregrinos que venían a la ciudad desde los alrededores en busca de pan. ¡Verdaderamente este hombre fue puesto ahí por la providencia divina para ayudar a su país! Y no regresó a la soledad hasta que el siguiente tiempo de cosecha los proveyó en abundancia.

10. El testamento que dejó a sus conciudadanos --memorable por su fe, humildad, y singular patriotismo-- es el siguiente: "Yo, Efrén, estoy muriendo. Con miedo, pero también con reverencia, les suplico, ciudadanos de Edesa, que no me entierren bajo el altar o cualquier otro lugar en la casa de Dios. No corresponde que un gusano hormigueando con la corrupción sea enterrado en el templo y santuario de Dios. Entiérrenme vistiendo la túnica y el manto que usé diariamente. Acompáñenme con salmos y oraciones. No tuve ni bolsa ni bastón, ni cartera ni plata ni oro; tampoco compré o poseí nada más en esta tierra. Trabajen diligentemente según mis preceptos y doctrinas; como discípulos míos, no se aparten de la fe Católica. En lo que se refiere a la fe, sean especialmente constantes. Estén en guardia ante los adversarios, es decir, los que obran el mal, los jactanciosos y los que tientan al pecado. Y que sea bendita su ciudad; pues Edesa es la ciudad y madre del sabio". Y así murió Efrén, pero su memoria pervive, para bendición de la Iglesia Universal. Por eso cuando su nombre empezó a ser mencionado en la sagrada liturgia, Gregorio de Nisa pudo decir: "El esplendor de su doctrina y vida iluminó toda la tierra, pues es conocido en casi todo lugar en el que brilla el sol".

11. No hace falta enumerar sus muchos escritos. "Se dice que escribió tres mil poemas si se los cuenta todos juntos". Sus escritos abarcan casi todas las doctrinas eclesiásticas. Existen comentarios a la Sagrada Escritura y a los misterios de la fe; sermones sobre las obligaciones de la vida interior; estudios sobre la sagrada liturgia, himnos para las fiestas de nuestro Señor y de la Santísima Virgen y de los santos, para las procesiones de los días penitenciales y de oración, para los funerales de quienes han partido. En todos estos, la pureza de su espíritu brilla como la lámpara evangélica que "arde y alumbra". Al explicar la verdad nos hace amarla y abrazarla. En efecto, cuando Jerónimo dio en sus días su testimonio acerca de los escritos de Efrén, nos cuenta que eran leídos en las asambleas litúrgicas públicas junto con los trabajos de los Padres y Doctores ortodoxos. También afirma que reconocía "la sublimidad del genio de Efrén incluso en las traducciones" de estos mismos trabajos del siriaco al griego.

12. Efectivamente, es justo honrar al santo diácono de Edesa por su deseo de que la predicación de la palabra divina y la preparación de sus discípulos se apoyasen en la pureza de la Sagrada Escritura. También adquirió honor como un músico y poeta cristiano. Era tan diestro en ambas artes que fue llamado la "lira del Espíritu Santo". A partir de eso, Venerables Hermanos, pueden aprender qué artes promueven lo sagrado. Efrén vivió entre gente cuya naturaleza era atraída por la dulzura de la poesía y de la música. Los herejes del segundo siglo después de Cristo usaban estos mismos atractivos para hábilmente diseminar sus errores. Por ello Efrén, a semejanza del joven David matando al gigante Goliat con su propia espada, opuso arte con arte y revistió la doctrina católica de melodía y ritmo. Estas las enseñó a niños y niñas, de modo que de pronto todo el pueblo las aprendió. De esta forma no sólo renovó la educación de los fieles en la doctrina cristiana y apoyó su piedad con el espíritu de la sagrada liturgia, sino que también alegremente mantuvo a raya a la herejía.

13. El desarrollo artístico introducido por San Efrén añadió dignidad a los asuntos sagrados, como resalta Teodoreto. El ritmo métrico, que nuestro santo popularizó, fue ampliamente propagado tanto entre los griegos como entre los latinos. En efecto, ¿parece probable que el antifonario litúrgico con sus canciones y procesiones, introducido en Constantinopla por obra del Crisóstomo y en Milán por Ambrosio (desde donde se difundió a lo largo de toda Italia) fuese obra de otro autor? Puesto que la "costumbre del ritmo oriental" movió profundamente al catecúmeno Agustín en el norte de Italia, Gregorio el Grande lo mejoró y ahora lo usamos en una forma más avanzada. Los críticos reconocen que ese "mismo ritmo oriental" tuvo sus orígenes en el antifonario sirio de Efrén.

14. No es pues sorpresa que muchos de los Padres de la Iglesia acentúen la autoridad de San Efrén. El Niseno dice de sus escritos: "Estudiando el las Escrituras Antiguas y Nuevas con la mayor minuciosidad, las interpretó con precisión, palabra por palabra; y lo que estaba escondido y encubierto, desde la misma creación del mundo hasta el último libro de gracia, lo iluminó con comentarios, valiéndose de la luz del Espíritu". Y Crisóstomo: "El gran Efrén (es) azote del perezoso, consuelo del afligido, educador, instructor y exhortador de la juventud, espejo de monjes, guía de penitentes, aguijón para los herejes, reservorio de virtudes, y hogar y alojamiento del Espíritu Santo". Ciertamente nada más grande puede ser dicho en alabanza de un hombre que, sin embargo, se veía tan pequeño a sus propios ojos que decía ser el menor de todos y el pecador más vil.

15. Por eso, Dios, quien ha "exaltado al humilde", otorga gran gloria a San Efrén y lo propone a su época como un doctor de sabiduría celestial y ejemplo de las más selectas virtudes. Y este ejemplo es apropiado hoy de una manera verdaderamente singular. La horrorosa guerra ha terminado y hay un cierto nuevo orden para muchas naciones, especialmente en Oriente. Nos, junto con ustedes y con todos los hombres de buena voluntad, hemos de esforzarnos por restaurar en Cristo lo que queda de la cultura humana y civil, y atraer a la equivocada sociedad de los hombres a Dios y a su Santa Iglesia. Pese a que las instituciones de nuestros antepasados fracasaron, los asuntos públicos están en tumulto, y todo lo humano se halla confundido, sólo la Iglesia Católica no vacila nunca, sino que por el contrario mira confiadamente al futuro. Sólo Ella ha nacido para la inmortalidad, confiando en las palabras dirigidas a San Pedro: "sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella".

16. ¡Aprendan de él los maestros eclesiásticos cuán diestramente, cuán diligentemente deben trabajar para predicar la doctrina de Cristo! Y en efecto la piedad de los fieles no tiene nada estable y provechoso excepto adherirse enteramente a los misterios y preceptos de la fe. Aquellos que legítimamente enseñan las Sagradas Escrituras son advertidos por el ejemplo del edesino a no distorsionar las Sagradas Escrituras según el capricho de sus propias inclinaciones, ni separarse ni por un dedo de la interpretación constante de la Iglesia al investigarlas. "Ninguna profecía de la Escritura puede interpretarse por cuenta propia; porque nunca profecía alguna ha venido por voluntad humana, sino que hombres movidos por el Espíritu Santo, han hablado de parte de Dios". Y el Espíritu que ha hablado a los hombres por medio de los profetas es el mismo que a los Apóstoles "abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras" y el mismo que constituyó su Iglesia para que anuncie, interprete y preserve la revelación, para que sea "columna y fundamento de la verdad".

17. Honorables hombres, en la tradición de Efrén --hijo ilustre de las órdenes monásticas-- preservemos la dignidad que surgió en Oriente con Antonio y Basilio. Esta fue propagada luego por sus hijos en Occidente, y de muchas maneras ha sido notable para la comunidad cristiana. Por eso, que estos buscadores de la perfección evangélica no cesen nunca de mirar e imitar al anacoreta de Edesa. Pues un monje aprovechará más a la Iglesia cuando ejemplifique lo que su hábito significa para Dios y para los hombres, esto es, de acuerdo a un dicho de los antiguos Padres de Oriente, debe ser "un hijo de la alianza", y también "un Ángel cuya misión es misericordia, paz, y el sacrificio de alabanza", como San Nilo el Joven hermosamente lo define.

18. Finalmente, Venerables Hermanos, de toda condición, tanto los clérigos como los demás fieles, aprendan esto de San Efrén: el amor a la patria, cuyas necesidades en efecto son parte de la profesión de la sabiduría cristiana misma, no debe estar separado del amor a la patria celestial, ni ser preferido a éste. Hablamos de la patria que no es otra cosa que la más íntima ley de Dios en los espíritus de los justos, iniciada aquí, perfeccionada en el cielo. En efecto, la Iglesia Católica exhibe una imagen mística de ella, pues, trascendiendo toda diferencia de nacionalidad y de lenguaje, acoge a todos los hijos del Señor en una única familia con un padre y pastor común. Efrén enseña también que las fuentes de la vida espiritual están en los sacramentos, en la observancia de los preceptos evangélicos, y en los múltiples ejercicios de piedad que la liturgia provee y la autoridad de la Iglesia propone. Sobre este asunto, noten lo que nuestro santo tiene que decir acerca del sacrificio del Altar: "Con sus manos el sacerdote pone a Cristo en el altar para que se haga comida. Se dirige al Padre como un miembro de la familia diciendo: 'Dame tu Espíritu, para que con su venida descienda sobre el altar y bendiga el pan puesto allí para convertirse en el cuerpo de tu unigénito Hijo'. Le habla de la pasión y muerte de Cristo y le expone sus bofetadas; pero su divinidad no se avergüenza de esas bofetadas. Le dice al Padre invisible: 'mira, tu Hijo está clavado en la cruz, sus vestidos están rociados de sangre, su costado ha sido atravesado por una lanza'. Le recuerda la pasión y muerte de su Amado, como si lo hubiese olvidado, y el Padre, escuchándolo, escucha su pedido". También habla del estado del justo después de la muerte. De un modo singular, estas observaciones enriquecen la doctrina constante de la Iglesia, luego definida en el concilio de Florencia. "El fallecido ha sido tomado por el Señor y ya ha sido introducido al reino celestial. El alma del fallecido es recibida en el cielo e insertada como una perla en la corona de Cristo. El fallecido incluso ahora habita con Dios y con sus santos".

19. Con respecto a su devoción a la Virgen Madre de Dios, ¿quién podrá decir lo suficiente? "Tú, oh Señor y tu Madre", dice en un poema de Nisibi, "son los únicos perfectamente bellos desde todo punto de vista; en ti, mi Señor, no hay mancha, como tampoco hay en tu Madre deshonra alguna". "La lira del Espíritu Santo" nunca sonó más dulcemente que cuando se le pidió que cante las alabanzas de María o que celebrase su perfecta virginidad, su divina maternidad, o toda su obra de misericordia hace el hombre.

20. Y tampoco es menos entusiasta cuando, desde la lejana Edesa, mira hacia Roma para ensalzar el Primado de Pedro: "Salve, santos reyes, Apóstoles de Cristo", y al coro de los Apóstoles: "Salve, luz del mundo… Cristo es la luz y Pedro la lámpara; el aceite, sin embargo, es la acción del Espíritu Santo. Salve, oh Pedro, puerta de pecadores, lengua de los discípulos, voz de los predicadores, ojo de los Apóstoles, guardián del cielo, el primogénito de los custodios de las llaves". Y en otro lugar: "Bendito eres, oh Pedro, la cabeza y la lengua del cuerpo de tus hermanos, el cuerpo que está unido junto con los discípulos, en el cual ambos hijos de Zebedeo son el ojo. En efecto, benditos son ellos que, contemplando el trono del Maestro, buscan un trono para ellos mismos. La verdadera revelación del Padre distingue a Pedro, quien se convierte en la roca firme". En otro himno presenta al Señor Jesús hablando a su primer vicario en la tierra: "Simón, mi discípulo, te he hecho el fundamento de la santa Iglesia. Te he llamado "roca" para que sostengas todo mi edificio. Tú eres el supervisor de aquellos que construyen una iglesia para mí en la tierra. Si deseasen construir algo prohibido, prevénlos, porque tú eres el fundamento. Tú eres la cabeza de la fuente de la que brota mi doctrina. Tú eres la cabeza de mis discípulos. A través tuyo han de beber todas las naciones. Tuya es esa vivificante dulzura que concedo. Te he escogido para ser el primogénito en mi institución y heredero de todos mis tesoros. Las llaves del reino te las he dado, y he aquí que te hago príncipe sobre todos mis tesoros".

21. Al haber recordado estas cosas, Nos hemos suplicado humildemente a Dios que la Iglesia oriental finalmente regrese al seno y abrazo de Roma. Su larga separación, contraria a las enseñanzas de sus antiguos Padres, los mantiene lamentablemente lejos de esta Sede de Pedro. Ireneo da testimonio (y él recibió esta doctrina de San Juan Apóstol por su maestro Policarpo) que "es necesario que todos se adhieran a la Iglesia a causa de su gran autoridad, esta es, la de todos los fieles". Mientras tanto, hemos recibido cartas de los Venerables Hermanos Ignacio Efrén II Rahmani, Patriarca de Siria en Antioquía; Elías Pedro Huayek, Patriarca Maronita en Antioquía; y José Emanuel Tomás, Patriarca Caldeo en Babilonia. Ellos han presentado argumentos de peso suplicándonos encarecidamente que otorguemos a Efrén, el Diácono sirio de Edesa, el título y los honores de Doctor de la Iglesia Universal. Sumándose a esos pedidos, un número de Cardenales, Obispos, Abades y Generales de órdenes religiosas de los ritos griego y latino enviaron sus peticiones con su apoyo. Rápidamente decidimos considerar un asunto tan conforme con nuestros propios deseos. Recordamos que esos Padres Orientales han considerado siempre a San Efrén como un maestro de la verdad y un inspirado doctor de la Iglesia Católica. Y no pasamos por alto que su autoridad tuvo un gran peso desde los primeros inicios, no sólo entre los sirios, sino también entre los vecinos caldeos, armenios, maronitas y griegos. De hecho, todos ellos hicieron traducir los escritos del Diácono de Edesa a sus propias lenguas, y los leían ansiosamente tanto en las celebraciones litúrgicas como en sus hogares. Incluso hoy sus cantos pueden encontrarse entre los eslavos, los coptos, los etíopes, e incluso los jacobitas y nestorianos. También recordamos que la Iglesia romana lo ha honrado ya antes. Desde tiempos antiguos conmemoró a San Efrén en el Martirologio de febrero en primer lugar y no sin especial alabanza por su santidad y erudición. Durante el siglo XVI, se construyó una iglesia en la colina Viminal en Roma misma para honrar a la Santísima Virgen y a San Efrén. Nuestros predecesores Gregorio XIII y Benedicto XIV instruyeron primero a Vosio y luego a Asemano a que recolectasen, editasen y publicasen los trabajos de San Efrén en orden a ilustrar la fe Católica y a cultivar la piedad de los fieles. Más recientemente, en 1909, San Pío X aprobó para los monjes benedictinos del priorato de San Benito y San Efrén en Jerusalén, una misa y oficios propios en honor de este mismo santo y diácono de Edesa, con fragmentos en su mayoría tomados de la liturgia siria. Por ello, para dar mayor gloria al gran anacoreta, y a la vez para gratificar a los pueblos cristianos del Oriente, Nos hemos enviado a la Sagrada Congregación para los Ritos una recomendación para proceder en este asunto, en concordancia con las prescripciones de los sagrados cánones y la actual disciplina. El resultado ha sido de lo más gratificante, puesto que los cardenales a cargo de esta misma congregación respondieron a través de su prefecto, Nuestro Venerable Hermano S.E.R. Antonio Cardenal Vico, Obispo de Portuensis y Santa Rufina, que ellos también querían y humildemente nos pedían lo mismo que los otros habían pedido en sus cartas de apoyo.

22. Por ello, habiendo invocado al Espíritu Santo, por Nuestra Suprema Autoridad, Nos conferimos a San Efrén de Siria, Diácono de Edesa, el título y los honores de Doctor de la Iglesia Universal. Nos decretamos que esta día de fiesta, que es el 18 de junio, sea celebrado en todo lugar en que son celebrados los aniversarios de nacimiento de los otros doctores de la Iglesia Universal.

23. Por ello, Venerables Hermanos, dado que nos alegramos por este incremento de honor y gloria para nuestro santo Doctor, a la vez confiamos que será un cada vez más presente e incansable intercesor para toda la familia cristiana en estos difíciles tiempos. Que este sea también un nuevo testimonio para los católicos de Oriente del especial cuidado que los Romanos Pontífices dan a esas iglesias separadas. Nos deseamos, tal como lo hicieron nuestros predecesores, que sus legítimas costumbres litúrgicas y prescripciones canónicas permanezcan siempre en completa seguridad. Que por la gracia de Dios y el auxilio de San Efrén desaparezcan esos obstáculos que separan una parte tan grande de la grey cristiana de la roca mística sobre la cual Cristo fundó su Iglesia. Que ese feliz día venga tan pronto sea posible, en el cual las palabras de la verdad evangélica serán como "aguijones y clavos hincados profundamente" en todas las mentes, palabras que "por consejo de maestros son dadas por el pastor único".

24. Mientras tanto, como signo de los dones celestiales y testimonio de nuestra paternal caridad, Nos les impartimos afectuosamente, Venerables Hermanos, a todo el clero y al pueblo confiado a cada uno de ustedes, la Bendición Apostólica.

25. Dado en Roma en San Pedro, el 5 de octubre de 1920, séptimo año de nuestro pontificado.

BENEDICTO XV