VISIONES
VocTEO
 

Entre los fenómenos místicos que caracterizan a la experiencia de lo divino se enumeran ya desde la antigüedad las visiones en sus diversas modalidades. El fenómeno de las visiones responde al deseo de ver a Dios y gozar de su presencia y a la imposibilidad para la naturaleza humana de conseguir con las propias fuerzas solamente una experiencia semejante de lo divino. "A Dios nadie lo ha visto" (Jn 1,18).

Sin embargo, ya en el Antiguo Testamento se refieren algunas experiencias de comunicación divina o teofanías que afectan a los patriarcas y profetas como Abrahán, Moisés y Elías, los cuales, sin embargo, no vieron a Dios cara a cara. El Dios de Israel es un Dios escondido (Is 45,15).

Moisés, a pesar de hablar con Dios como habla un amigo con su amigo, no contempló nunca su rostro, aunque se dice de él que estuvo en contacto con Dios como si viera al invisible (Éx 33,11; Nm 12,8; cf Heb 11,27), Algunas manifestaciones divinas tienen 1ugar en el Antiguo Testamento a través de la presencia de ángeles. La visión de Dios en el Antiguo Testamento, a la que alude con frecuencia el salmista, sólo tiene la dimensión de una contemplación cultual que se realiza especialmente en el templo, lugar de la presencia y de la gloria de Dios (Sal 62,3; 41-42). Con la encarnación del Verbo, Dios se hizo visible y se ofreció a la contemplación de los ojos humanos, como canta asombrado el anciano Simeón (Lc 2,30-31) y confirma el evangelista Juan (Jn 1,11. 1 Jn 1,1-3). En el Nuevo Testamento abundan las manifestaciones de lo divino, bien sea con visiones de ángeles, bien con manifestaciones de Cristo en su gloria, como en la transfiguración, bien con la manifestación y visión de Cristo después de su resurrección. De esta visión del Cristo celestial participa también Esteban (Hch 7 55). El Apocalipsis está lleno de visiones celestiales concedidas al vidente de Patmos bajo una majestuosa y rica simbología. Pablo, que no conoció a Cristo según la carne, gozó de la visión del resucitado en el camino de Damasco (Hch 9 4-5). Él mismo afirma que fue gratificado por el Señor con carismas de visiones y revelaciones (2 Cor 12,1-6).

A lo largo de la historia de la Iglesia hasta nuestros días existen testimonios de muchas experiencias de visiones y revelaciones del mundo sobrenatural Desde los primeros siglos de la vida de la Iglesia aparecen testimonios de estas visiones. También hoy se asiste a un florecimiento de presuntas visiones, revelaciones y apariciones, que deben someterse al juicio del discernimiento eclesial.

Desde el punto de vista de los principios, hay que afirmar que Dios, a pesar de que guía nuestra vida con la luz de la fe y orienta nuestras esperanzas hacia la visión beatífica de la gloria, puede manifestarse a sí mismo y abrir al conocimiento sobrenatural del hombre la visión de las realidades sobrenaturales. Por otra parte, la persona humana, con sus potencias intelectivas y sus cualidades sensitivas, es capaz de recibir esta manifestación de lo sobrenatural. Estas visiones son dones carismáticos, que presentan con fuerza, con vigor y con evidencia los misterios de la fe y están a su servicio. A veces Dios concede estas gracias a fin de despertar la fe y comunicar su voluntad mediante la experiencia de personas que él escoge para que sean testigos de su vida y de su verdad. Pero se trata de formas de percepción mística que, bien sea por el objeto o bien por el modo de producirse, no pertenecen al ámbito de las fuerzas naturales. Si se tratase de fenómenos que pudieran alcanzarse con las técnicas humanas, no serían sobrenaturales. No obstante, hay que tener en cuenta, bien sea la existencia de fuerzas espirituales y de fenómenos preternaturales que pueden ocurrir sin que esto implique una presencia de lo sobrenatural, bien sea sobre todo la intervención de fuerzas diabólicas y de ilusiones y engaños psicológicos. Aqui es donde se necesita una gran capacidad de discernimiento. Generalmente, según la doctrina de santo Tomás (S. Th. 11-11, q. 174, a. 1, ad 3), que depende en este punto de Agustín (De Genesi ad litteram, 1, 12, 7, 16: PL 34, 459), en los manuales de teología mística se distinguen tres clases de visiones: a} corporales, que tienen lugar cuando el sujeto percibe algo con los sentidos exteriores (como en el caso de las visiones sensibles o apariciones); b} imaginarias, que se realizan por medido de una representación sensible circunscrita a la imaginación, bien sea mediante la recepción de las imágenes captadas por los sentidos, o bien mediante la infusión de tales imágenes; c} intelectuales, que se perciben mediante un conocimiento puramente intelectual, sin la intervención de imágenes sensibles. Las visiones más excelentes, libres de engaño, son estas últimas.

Ante la proliferación de "presuntas» visiones y revelaciones, la Iglesia ha intentado mantener una gran prudencia y ha establecido, siguiendo la doctrina de los maestros espirituales, algunos criterios fundamentales de discernimiento: el primero es el hecho mismo de la visión, comprobado mediante la veracidad de los testimonios, intentando incluso verificar a través de serios exámenes psicologicos de las personas, que no se da un engaño subjetivo por parte de los presuntos videntes; el segundo es el contenido de la visión, que ha de confrontarse con la Palabra de Dios y con la fe de la Iglesia: hay que excluir las visiones y revelaciones cuyo contenido está fuera de la ortodoxia, va contra la fe de la Iglesia o tiene la pretensión de ser una revelación añadida a la revelación transmitida por los apóstoles, guardada y propuesta por el Magisterio; el último criterio de discernimiento se refiere a los efectos morales y espirituales de las manifestaciones sobrenaturales, a los frutos de auténtica vida espiritual cristiana que producen en los fieles semejantes visiones y revelaciones.

J. Castellano

Bibl.: E, Ancilli, Visión y revelación, en DE, 111.608-612; K.Rahner Visiones y profecías, Dinor, Pamplona 1956 S. de Fiores, Vidente, en NDE, 1406-1418.