UNIÓN HIPOSTÁTICA
VocTEO
 

Literalmente, unión según la hipóstasis/persona. Es la expresión teológica y magisterial, surgida en la época patrística, con la que se indica la unión profunda de la realidad divina y de la realidad humana en la persona/sujeto del Hijo/Verbo eterno de Dios en Jesucristo. Esta expresión no aparece en las fuentes neotestamentarias. Si embargo, en ella se encuentran diversas fórmulas de confesión relativas a Jesús que sirven de fundamento a la explicitación sucesiva. El objeto central del anuncio de fe del Nuevo Testamento es el hombre Jesús de Nazaret, confesado como Señor, Cristo, Hijo de Dios, Dios (cf. Mt 16,16; Mc 1,1; Hch 2,32.36; Flp 2,6-11; Rom 1,3; 10,9. Jn 1,14; 20,28; etc.). Así pues, el Nuevo Testamento afirma claramente la identidad de un sujeto que pertenece a dos esferas de existencia, la humana y la divina, que vivió lo humano en la humillación/kénosis y lo vive actualmente en la gloria/doxa.

Época patrística.- La Iglesia de la época posapostólica, inserta en el contexto cultural helenístico-romano, tardó un período de tiempo relativamente largo para expresar con una formulación doctrinal precisa lo que le ofrecía el Nuevo Testamento con su lenguaje de confesión inmediato y concreto. Las categorías y los conceptos filosóficos de ese contexto no lograban expresar, sin sufrir cambios radicales, el contenido de la revelación, original y desconcertante en sí mismo. Resulta significativo el mismo itinerario recorrido por el concepto de hipóstasis -en griego hypóstasis- que, en lugar del sentido original de substancia o esencia, recibió el de persona, identidad personal, relación subsistente, como consecuencia de las reflexiones trinitarias y cristológicas. En su esfuerzo por iluminar y formular teológicamente la verdad profunda del misterio de la unidad de Jesucristo, en el período patrístico se dieron dos tendencias, animadas ambas por instancias perfectamente válidas, pero expuestas al peligro de formular inadecuadamente el dato de la fe.

La primera, característica de la escuela teológica de Antioquía (Siria), se inclinaba a subrayar la humanidad verdadera e integral de Cristo. Para expresar su pertenencia a las dos esferas, se complacía en recurrir al esquema: Logos/anthropos (hombre integral dotado de alma espiritual y de cuerpo). Pero como tendía a considerar lo humano integral en Cristo como hipóstasis en el sentido de prósopon/persona, sujeto, por eso mismo tendía a colocar la unión íntima de Jesús con la persona divina del Verbo/Hijo en el plano moral, de los sentimientos y de la acción. Así se vio con todo su carácter problemático cuando Nestorio, patriarca de Constantinopla, pero de formación teológica antioquena, propuso venerar a María, la madre de Jesús, no como madre de Dios/del Hijo de Dios, sino como madre de Cristo (Christotókos), o bien de la personalidad moral que resultaba de la unión íntima de la persona del Verbo/Hijo de Dios con el hombre verdadero e integral que era Jesús de Nazaret.

La segunda tendencia, característica de la escuela teológica de Alejandría de Egipto, al meditar en el misterio de la unidad de Cristo, se inclinaba a acentuar la unión íntima de la dimensión divina y humana por y en la persona (hypóstasis} del Verbo/Hijo, de tal manera que hacía pensar en una absorción de la naturaleza humana en la divina. En su ámbito era además corriente la expresión acuñada por Cirilo, patriarca de Alejandría: Jesucristo es una mia phvsis tou Lógou sesarkomene, es decir, "una única naturaleza encarnada del Logos", donde es clara la tendencia a identificar la unidad de hipóstasis/sujeto con la unidad de naturaleza. El monje Eutiques, formado en esta escuela teológica, propuso la siguiente fórmula de confesión cristológica: Cristo antes de la unión era el resultado de (ek) dos naturalezas; después de la unión es una sola naturaleza (doctrina monofisita).

Tres concilios ecuménicos, convocados para dirimir las controversias surgidas dentro de estas escuelas, marcaron las etapas en el camino de la recta comprensión del misterio de la unidad de Cristo. He aquí la substancia de sus intervenciones. El concilio de Éfeso (431) definió que en Jesucristo se da la unidad de lo divino y lo humano «según la hipóstasis» (kathypóstasin) y no sólo por pura voluntad, benevolencia o asunción de prósopon (cf DS 250) (de este texto se deduce que hypóstasis y prósopon no tenían todavía el mismo significado). El concilio de Calcedonia (451) afirmó que en el Verbo encarnado la naturaleza divina y la humana, unidas pero sin fundirse, "concurren" a la constitución de una única hipóstasis (hypóstasis) o persona (prósopon) (los dos términos eran ya equivalentes). Si embargo, no afirmó explícitamente de qué hipóstasis se trata. El concilio Constantinopolitano II (553) precisó que la unión de las dos naturalezas en Cristo se realizó "según la hipóstasis" (kathypóstasin) del Verbo divino, o bien "por composición" (kata sinthesin), de manera que, desde el momento de la encarnación, se da en Jesucristo una única hipóstasis/persona (sujeto, autós) tanto de la naturaleza divina como de la humana, que permanece íntegra y distinta de la divina en la "síntesis" o «composición" (cf. DS 426. 428; 430). Aquí están presentes un concepto de naturaleza humana íntegra, individual, pero que no es hipóstasis/persona, sino que está hipostatizada/personificada por y en la misma hipóstasis/persona divina del Verbo (naturaleza humana an-hipostática), y un concepto de hipóstasis/persona que tiene como constitutivo la subsistencia. Esta visión de la unión de la divinidad y de la humanidad en Cristo es la que se ha ido transmitiendo en la Iglesia hasta nuestros días, tanto en los documentos del Magisterio como en la Tradición teológica.

La teología medieval reflexionó sobre este tema, principalmente dentro del horizonte de una especulación ontológica, y se empeñó en profundizar especialmente en la relación entre las dos naturalezas de Cristo y en la relación entre ellas y la persona divina.

Conviene aludir brevemente al hecho de que para santo Tomás de Aquino la unión hipostática consiste fundamentalmente en la actuación de la naturaleza humana de Cristo por parte del ser divino personal del Hijo, mientras que para Duns Escoto consiste en la dependencia absoluta de su ser humano completo del Hijo eterno de Dios, o bien en su pertenencia incondicionada al mismo. Esta forma de reflexión escolástica fue la que ha predominado hasta los últimos decenios.

La teología contemporánea se ha comprometido en releer el contenido dogmático de la unión hipostática en varias direcciones. Aun insistiendo en la validez doctrinal substancial de la formulación teológica tradicional, ha aportado estas integraciones: ha subrayado la substancia de verdad que hay en la realidad humana histórica de Jesucristo, el Hijo: se ha preocupado de "dinamizarla", en el sentido de no considerar la encarnación solamente como un suceso momentáneo, apartado de manera metafísica y atemporal de la realidad de Cristo, sino como una realidad vivida por Jesús en su "hacerse historia" y realizada ahora plenamente en su situación de Hijo glorificado plenamente en su humanidad: la ha vuelto a meditar especialmente dentro de la perspectiva de la vinculación relacional de Jesús con el Padre en el Espíritu, viéndola por tanto como una transcripción y revelación en lo humano y en la historia de Jesús de Nazaret de aquella relación de amor que el Hijo eterno, sujeto de esa humanidad y de esa historia y precisamente a partir de ella, siente por el Padre, del que lo recibe todo, en la comunión del Espíritu Santo: finalmente ha asumido la tarea de ilustrar su verdadero significado frente a las incomprensiones y dificultades que han surgido debido al concepto de persona que corre hoy en el pensamiento moderno, distinto; del que tenían los exponentes de la cristología clásica.

Respecto a este último punto se puede decir brevemente que el pensamiento moderno concibe habitualmente a la persona como autoconciencia individual libre, responsable, como un entramado de relaciones. En el contexto de esta comprensión, decir que debido a la unión hipostática no es persona la realidad humana de Jesucristo sería lo mismo que sostener que le falta lo que es específico y constitutivo de lo humano: la autoconciencia, la responsabilidad, la libertad, etc.

Frente a esta dificultad, la teología en estos últimos años está intentando precisar el sentido del dogma, acompañada del Magisterio de la Iglesia, que en más de una ocasión ha exhortado a los teólogos a no dejar caer la sustancia de la verdad de las formulaciones del pasado en el nuevo lenguaje que se está imponiendo (cf. especialmente la encíclica Sempiternus Rex, de Pío XII, en 1951, y el documento de la Congregación para la doctrina de la fe, en 1972).

La teología actual repite con Calcedonia y con los demás concilios cristológicos que Jesús de Nazaret, a pesar de estar hipostatizado por y en el Hijo divino, es verdadero hombre perfecto: no le falta nada de cuanto constituye lo humano: está dotado del centro psicológico de los actos humanos que constituye la "personalidad" psicológica de un sujeto: tiene su propia personalidad moral; sin embargo, toda su realidad humana, a nivel óntico, existencial, psicológico y moral, pertenece y hace referencia al Verbo/Hijo de Dios, que en ella se ha expresado a sí mismo y se ha dado un rostro en forma humana, humanizándose a sí mismo. Puesto que el "último" soporte y el «último" término de atribución de esa realidad humana está en la persona/hipóstasis divina del Hijo de Dios que se ha expresado allí, la realidad humana no ha quedado ni mucho menos menguada ni mutilada, sino que, permaneciendo lo que era, se potenció y se realizó hasta el límite de sus capacidades y aspiraciones.

La verdad dogmática de la unión hipostática tiene una gran importancia antropológica. Hace del verdadero hombre Jesús de Nazaret, «Hijo de Dios", el hombre verdadero, el hombre ideal, el hombre que es modelo y norma de la humanidad auténtica.

G. Iammarrone

Bibl.: J Auer, Jesucristo, Hijo de Dios, hijo de María, Herder, Barcelona 1989: O. González de Cardedal, Jesús de Nazaret. Aproximación a la cristología. BAC, Madrid 1975: E. Schillebeeckx, Jesús, La historia de ", viviente, Cristiandad, Madrid 1981.