TRINIDAD
VocTEO
 

El Dios cristiano es Dios-Trinidad. Este término es tardío no sólo cronológicamente (aparece en Oriente con Teófilo de Antioquía, como trias, "tríada", y en Occidente con Tertuliano, como trinitas, "trinidad"), sino también conceptualmente, ya que fue elaborado tras una profunda reflexión en el debate interior de la comunidad eclesial y por las dificultades y controversias entre ésta y los interlocutores del momento, sobre todo el judaísmo y el helenismo. Tanto trias como trinitas designan en el contexto histórico-eclesial en que figuran en el léxico teológico no tanto el concepto de unidad en Dios (expresado por monarchia), sino más bien la peculiaridad del Dios cristiano (es decir Trinidad) respecto al monoteísmo hebreo.

Así pues, en el momento de aparecer la palabra Trinidad no dice cuál es la relación entre la unidad de Dios y la trinidad de Dios, como ocurrirá luego, sino más bien el paso de la reflexión creyente de la paradoja cristológica a la trinitaria. Decir Trinidad significa decir el único Dios de Abrahán, Isaac, Jacob, Padre de nuestro Señor Jesucristo, el cual manifiesta y envía al Espíritu Santo como don procedente del Padre por medio del Hijo. La literatura del Nuevo Testamento, que no habla formalmente de Trinidad, presenta la obra de salvación ligada a Jesús, como el gran Revelador del Padre y camino de acceso a la comunión con él en la santificación del Espíritu Santo, el cual -sobre todo en la perspectiva de Juan- introduce en la verdad que es Jesucristo. Dios resulta ser entonces un circuito de amor en el cual se insertan los hombres gracias al misterio pascual de muerte, resurrección y glorificación. El Nuevo Testamento por su parte nos presenta al Padre y al Hijo unidos, pero distintos: el Logos, que desde la eternidad se dirige al Padre (Jn 1,1), lo recibe todo de él (Jn 6,23; 13,3; 8,18). Si el Padre es iniciativa y principio, el Hijo es receptividad y acogida. Así también el Espíritu Santo es otro Paráclito, que procede del Padre y es "llevado" por el Hijo que lo posee en sobreabundancia (Jn 4,18; Hch 2,33; 10,38) y lo da sin medida (Jn 7 39), pero al mismo tiempo el Espíritu Santo se distingue del Padre y del Hijo.

La primitiva confesión de fe expresada en los símbolos era más bien cristológica. La paradoja del cristianismo era la cruz y la resurrección de Jesucristo. Al principio prevalecieron las fórmulas binarias con una fuerte connotación soteriológica y escatológica. Por eso, se veía siempre a Dios-Padre según la novitas traída por Jesucristo (1 Cor 8,6; 1 Tim 6,13). De este modo el acontecimiento Jesucristo queda inserto en la única divinidad de Dios; el hecho de que Dios sea Dios se capta por tanto a través de Jesús. Él, como acontecimiento escatológico, revela al mismo tiempo lo que es Dios, lo que es la historia y lo que es el hombre.

La inteligencia trinitaria de] acontecimiento Cristo aparece muy pronto en la profesión de fe y, si se refiere a la fórmula bautismal ternaria (Mt 28,19), no es para una reflexión sobre la Trinidad en sí misma, sino gracias a la confesión del Espíritu Santo junto con el Padre y el Hijo, que completa precisamente el artículo cristológico. En efecto, el «ser en Cristo» se hace posible por el ser en el Espíritu Santo para tener acceso al Padre (Rom 8,14-17). El Dios cristiano a partir del misterio de Pascua no puede concebirse más que como Padre, Hijo y Espíritu Santo, es decir, como acontecimiento trinitario.

En la lucha por la ortodoxia, la reflexión teológica por una parte y por otra parte las herejías y el desarrollo dogmático que encuentra su expresión más alta en los concilios, llevan, aunque de manera distinta, a pensar en los acontecimientos salvífico-escatológicos, centrados en la muerte-resurrección de Jesús, de forma refleja, en relación con la realidad de Dios en sí mismo. La referencia del acontecimiento Cristo a la Trinidad pone de relieve cómo la salvación está ligada al ser eterno de Dios, con lo que se considera a la Trinidad como el misterio principal de la fe, privilegiando las categorías de esencia y de ser aunque llevando a cabo una purificación del lenguaje, que hace pensar no tanto en la helenización como en una deshelenización del cristianismo.

Autores como Tertuliano, Atanasio, Orígenes, Basilio, Gregorio de Nisa, Gregorio de Nacianzo, por una parte, y las definiciones de los concilios de Nicea (325) y Constantinopla (381), por otra, acaban con la herejía que de hecho, en su negatividad, es la ocasión para ilustrar a través del dogma la verdad sobre Dios-Trinidad. Tanto si la herejía se presenta bajo la forma de monarquianismo dinámico o modalista, como impregnada de gnosticismo o de dualismo (en el insidioso arrianismo), será siempre un rechazo concreto de la paradoja Jesucristo-Dios y por tanto la paradoja trinitaria. El hecho de que la herejía no sea capaz de comprender la novedad paradójica del cristianismo, permaneciendo así en una mentalidad más bien racionalista, revela no sólo la dificultad de ponerse de acuerdo en las fórmulas, sino su incapacidad de acoger la Trinidad como un misterio. Por eso, es significativo que la respuesta de ]a ortodoxia comience precisamente por restablecer quién es verdaderamente Jesús en su re]ación con e] Padre (DS 125), definiendo su consubstancialidad (omoousios), para pasar luego a establecer la divinidad del Espíritu Santo (DS 150) contra aquellos semiarrianos que hacían de él una criatura del Logos y poder así proclamar con el papa Dámaso, en el año 382, que la salvación consiste en creer en la Trinidad (DS 177). Si la ortodoxia nicena fue sostenida sobre todo por Atanasio, que insistió en el significado soteriológico de la consubstancialidad del Hijo con el Padre, Basilio, Gregorio de Nisa y Gregorio de Nacianzo contribuyeron a que el paso de Nicea a Constantinopla se diera bajo el signo de la continuidad. Fueron ellos los que introdujeron los términos de hipóstasis y de ousía, hasta llegar a la formulación: «una substancia, tres hipóstasis» y percibir cómo la divinidad del Espíritu Santo se deduce también contra los pneumatómacos del argumento soteriológico (¡no nos diviniza si no es Dios!). La especulación oriental debe mucho a los capadocios; ellos exaltan además la monarchía del Padre y resaltan el carácter orgánico y genético de la Trinidad. La divinidad del Hijo y la del Espíritu se sitúa de forma dinámica en relación con el Padre.

Evidentemente, este planteamiento facilita la comprensión de la relación entre la oikonomía y la theologia.

El modo occidental de pensar en la Trinidad está determinado más bien por Agustín, y se bifurcará a continuación en dos tendencias: una más bien místico-personalista (san Bernardo, Ricardo de San Víctor, san Buenaventura) y la otra más intelectualista (san Anselmo, santo Tomás). Si en la especulación oriental las hipóstasis trinitarias son el Dios cristiano, en la especulación latina, que tiene a Agustín como protagonista, Dios es la Trinidad: Dios es siempre juntamente Padre, Hijo y Espíritu Santo. Agustín parte de la unidad de Dios, cerrando así el camino al arrianismo, para captar en la unidad la trinidad de las personas, a las que él no ve por otro lado como individuos distintos (¡Dios no es triple, sino Trinidad!). Precisamente para no caer en una concepción autonomista de los Tres de la Trinidad, Agustín prefiere la categoría de relación a la de persona: según él, la relación expresa mejor la comunidad y la unidad en Dios. Además, la búsqueda de las analogías triádicas que saca Agustín de la estructura del alma humana (memoria, inteligencia, voluntad) hacen famosa su explicación trinitaria, a pesar de las limitaciones que advierte el mismo doctor africano.

En efecto, Agustín es consciente de que las tres facultades del alma humana se insertan en una sola persona, mientras que los Tres de la Trinidad son Personas distintas, aunque en la unidad de una sola substancia.

Santo Tomás prosigue en Occidente de forma original la larga onda del influjo agustiniano. Sobre todo en la Summa, en coherencia con el planteamiento del exitus-reditus, parte de Dios en sí mismo con las ventajas evidentes de cerrarse así a todo posible subordinacionismo y triteísmo, proclamando la coeternidad, consubstancialidad e igualdad del Padre, Hijo Y Espíritu Santo. Sirviéndose de la analogía, Tomás utiliza las categorías de procesiones, relaciones, personas y misiones para ilustrar la Trinidad. El procedimiento de Tomás en la explicación de la doctrina trinitaria se convertirá en norma y punto de referencia imprescindible en la teología posterior. Siempre se tenderá a considerar las categorías mencionadas como el instrumento lógico para explicar de qué manera la trinidad de Dios está de acuerdo con su unidad.

La reflexión de santo Tomás, que escondía sin embargo la fatiga del concepto, quedó absorbida y a menudo esterilizada en parte en una explicación que, una vez asegurada la existencia y la unidad de Dios, deducía la no-repugnancia de la razón frente al misterio trinitario, explicado con el auxilio de la terminología tomista. El adagio que se convirtió en doctrina eclesiástica común sobre la Trinidad (sunt quinque notiones, quattuor relationes, tres personae, duae processiones, una natura, nulla probatio), es la prueba de una síntesis teológica completa ya en sí misma, que sobre todo en estos últimos siglos no se preocupó ya de ilustrar la novedad soteriológica del ser trino de Dios. Era lógico entonces que la teología trinitaria se presentase en nuestro siglo subdividida en dos tratados distintos, De Deo Uno y De Deo Trino, sin una vinculación operativa entre ambos, y que el tema del conocimiento natural de Dios tuviera un papel preponderante sobre el trinitario. Pero precisamente cuando parecía ya totalmente sólido este planteamiento metodológico, empezó a entrar en crisis. Es bien sabido cómo la especulación trinitaria occidental, que los manuales se encargaban de hacer formalista por las razones mencionadas, sin una vinculación viva con las fuentes patrísticas, ha sufrido en el siglo xx criticas teológicas tanto en el mundo protestante como en el católico. La acusación principal era la de que consideraba poco el significado histórico-soteriológico-económico de la Trinidad, con la consecuencia de una separación notable de la cristología, considerada también ella de forma más bien deductiva y poco histórica.

Se explica así la aparición del axioma «la Trinidad económica es la Trinidad inmanente y viceversa» (K. Rahner), que se convirtió en un auténtico programa de replanteamiento de la teología trinitaria. Por otra parte, se advirtió la necesidad de ulteriores explicaciones para no caer en un exagerado apofatismo, que acabaría engendrando una visión funcional del misterio trinitario. En efecto, actualmente la reflexión sobre Dios busca un equilibrio entre el misterio soteriológico y el ontológico, para que también la espiritualidad y la praxis cristiana sean más trinitarias y para que el hecho de que Dios sea trino repercuta en la confesión de fe. La salvación consiste realmente en el escándalo de Jesucristo crucificado y resucitado que pertenece a Dios-Padre y está ligada al Espíritu Santo, que manifiesta la esencia de Dios, a saber, el Amor. Partiendo precisamente de la reflexión sobre Dios como Agapé se revisan hoy las categorías tradicionales de persona, procesión, relación..., acogiendo las aportaciones del pensamiento moderno, especialmente del personalismo, y confrontándose con la teología oriental, para que pueda ilustrarse mejor el misterio de un Dios Amor concebido como relacionalidad, comunión, circulación de amor, a quien el hombre y la sociedad están llamados como a su más alta vocación. La Trinidad se convierte de esta manera en el origen, el icono y la meta de la existencia cristiana. Y entonces todas las dimensiones de la teología vuelven a pensarse en su dimensión trinitaria.

N Ciola

Bibl.: J M. Rovira Belloso, Trinidad, en DTDC, 1370-1394; W Kasper, El Dios de Jesucristo, Sígueme, Salamanca i986; O. González de Cardedal, Misterio trinitario y existencia humana, Rialp, Madrid i965; lr. Moltmann, Trinidad y Reino de Dios, sígueme, Salamanca i983; Ch. Duquoc, Dios diferente. Ensayo sobre la simbólica trinitaria, Sígueme, Salamanca 1982; B. Forte, Trinidad como historia, Sígueme, Salamanca 1988.