TRENTO
VocTEO
 

Con el concilio de Trento guarda relación uno de los períodos más tristes y dolorosos de la cristiandad. La crisis interna de la Iglesia, de carácter sobre todo moral, que duraba hacía ya largo tiempo (cisma de Occidente y conciliarismo), alcanza su cima en los comienzos del siglo XVI con la crítica radical hecha por Lutero a la estructura misma de la Iglesia y a algunas verdades de fondo de la fe católica. Este movimiento de protesta, en el que convergían además tensiones de carácter político, llevó a varias regiones del norte de Alemania a separarse de la Iglesia de Roma.

Solamente un concilio ecuménico podría afrontar e intentar resolver problemas tan graves. La duración de los trabajos conciliares, así como las muchas dificultades que los acompañaron, son una buena muestra de la amplitud y el significado de las cuestiones que hubo que tratar.

Movido por las peticiones que procedían de varias partes, el papa Pablo III (1534-1549), a pesar del miedo que tenía de tomar tal decisión, convocó por primera vez el concilio en Mantua en 1537 para trasladarlo inmediatamente después a Vicenza. La fallida adhesión de los protestantes alemanes, que en 1531 se habían coaligado política y militarmente en la liga de Esmalcalda contra el emperador Carlos V hizo que se retrasara la apertura del concilio hasta otra fecha más oportuna.

Más tarde, el fracaso de los intentos emprendidos por el emperador por recobrar la unidad mediante coloquios informales, es decir, sin tener que recurrir a un concilio, hizo comprender la necesidad absoluta de convocar una asamblea conciliar, para la que se escogió en 1542 la ciudad de Trento. Sólo después de tres años se pudo abrir oficialmente el concilio, a saber, en el 1545, año en que el emperador comenzó también la guerra contra la liga de Esmalcalda.

Después de dos años (sesiones I-VIII), los trabajos se suspendieron en 1547 debido a una epidemia, y el concilio se desplazó a Bolonia (sesiones I-XI). Quizás también debido a la derrota militar que habían sufrido, los príncipes alemanes aceptaron participar en el concilio con la condición de que se volviera a Trento, bajo la autoridad del emperador y no del papa, que entre tanto era Julio III (1550-1555). Se aceptó esta condición en 1551 y el concilio volvió a Trento (sesiones XII-XVI). Pero el ataque militar a las tropas imperiales por parte de los protestantes, aliados por entonces con Francia, motivó al año siguiente la suspensión de los trabajos.

Los años posteriores marcaron una gran expansión del protestantismo calvinista en Francia; y el riesgo de que Francia se separase de Roma movió al nuevo papa, Pío IV (1559-1565), a reemprender las sesiones conciliares (1561) a fin de tratar las últimas cuestiones todavía en suspenso y poder cerrar definitivamente los trabajos, tal como ocurrió el año después (sesiones XVII-XXV) .

Como se había señalado ya en la apertura, los objetivos y los resultados de la asamblea ecuménica más larga y más laboriosa de la historia de los concilios pueden reducirse a dos.

El primer fin era de carácter dogmático: responder sistemáticamente a las posiciones heréticas de los protestantes. Entre los muchos decretos emanados, hay que recordar sobre todo el de la justificación, aparecido en la primera sección, y el de los sacramentos. En el primero, caracterizado por un profundo equilibrio teológico, se establece la cooperación de la voluntad humana con la gracia divina en el proceso de la justificación y la santificación total del hombre una vez justificado. Respecto a los diversos documentos sobre los sacramentos, hay que notar el esfuerzo particular del concilio sobre la teología sacramental en general (como, por ejemplo, el número de sacramentos, su naturaleza, su forma, la gracia que en ellos se confiere), para explicitar y sistematizar lo que hasta entonces se había creído en la fe de la Iglesia, pero que estaba todavía por expresar dogmáticamente.

La segunda finalidad del concilio, que revestía la misma importancia que los problemas dogmáticos, era la reforma "in capite et in membris" de la Iglesia. En el centro se pone ante todo la reforma de la curia romana, la obligación de residencia por parte de los obispos, la formación más esmerada del clero mediante la institución de centros de estudio (seminarios en cada diócesis), la creación de sínodos diocesanos. En la base de esta reforma se afirmó un principio muchas veces olvidado o marginado: la importancia primordial de la salvación de las almas.

Aunque el concilio no fue capaz de reducir la ruptura producida en el tejido de la Iglesia debida a la separación protestante, constituyó sin embargo una importante toma de conciencia de la Iglesia católica sobre su amplio patrimonio dogmático todavía incierto e implícito, y sobre todo un válido estímulo para intentar una profunda renovación de orden moral y pastoral, cuyos abundantes frutos de santidad a finales del siglo XVI representan una prueba segura de la validez del concilio.

L. Padovese

Bibl.: G, Alberigo (ed.), Historia de los concilios ecuménicos, Sígueme, Salamanca 1993, 279-312; H, Jedin, Historia del concilio de Trento, 5 vols., Pamplona, 1972-1985; J M. Rovira Belloso, Trento. Una interpretación teológica, Herder, Barcelona 1979.