SALVACIÓN
VocTEO
 

Con el término «salvación» puede entenderse el estado de realización plena y definitiva de todas las aspiraciones del corazón del hombre en las diversas ramificaciones de su existencia.

La raíz latina salvus significa estar sano, estar bien, sentirse realizado. En el latín eclesiástico-teológico ha permanecido este significado, pero se le ha añadido una perspectiva prevalentemente espiritual y escatológica, así como la idea de que la salvación del hombre viene de arriba. El término hebreo más adecuado para expresar la salvación es jSk, que en forma hifil indica la acción de Dios que «libera de los enemigos», «crea espacio», «ayuda», «cura»; le corresponden los términos griegos de los Setenta sozo soteria, con significados análogos.

En el Antiguo Testamento, Israel lleva a cabo la experiencia de la salvación ante todo como pueblo liberado de la esclavitud e introducido en la tierra prometida, en donde puede vivir libremente en el servicio y la alabanza a su Dios. La bendición de Dios y la fidelidad a la alianza son las condiciones de una experiencia de vida plenamente saciada a nivel social e individual, que se concreta en un gran número de descendientes, en la abundancia de frutos de la tierra, en la paz interna y en la seguridad frente a los enemigos exteriores. Éste es el tema continuo del libro del Deuteronomio.

La infidelidad al Dios de la alianza es considerada, especialmente por los profetas, como la causa de la pérdida de esta situación de felicidad; el arrepentimiento, la conversión y la penitencia se ven como las condiciones del retorno a su posesión. Con la inserción de Israel en el juego de las potencias del Medio Oriente se pone más de relieve el aspecto de la libertad política (Isaías, Jeremías, etc.); por el contrario, en el destierro la salvación de Dios se experimenta principalmente como experiencia de la cercanía y de la bendición de Dios a un corazón puro y fiel a la alianza (cf , por ejemplo, Tobías).

Con la aparición de la apocalíptica la salvación se desplaza a lo metahistórico y se convierte en plenitud de existir en unas condiciones radicalmente nuevas de existencia prometida por Dios y que hay que esperar con perseverancia.

El Nuevo Testamento ve cumplidas estas experiencias y estas esperanzas de vida dichosa, feliz. plena, en la venida histórica de Jesús de Nazaret, en la comunión con él y en la felicidad plena con Dios, prometida y esperada en Cristo crucificado y resucitado. Su nacimiento como Salvador es ya motivo de gozo y alegría (cf. Lc 1-2); su predicación y su compromiso en favor de los enfermos, de los necesitados, de los débiles, es la visita del Dios liberador, que en su Profeta e Hijo devuelve al pueblo la esperanza, la vida, la alegría (cf. Lc 7 11-17. Mt 8,1-7; etc.); la misión que el Padre ha confiado a Jesús es iluminación, alimento, restablecimiento, alegría, dicha, paz, intimidad filial con él : todo esto encontrará su expansión más acabada en la vida futura (cf Jn en particular). Sin embargo, la comunión con Jesús no excluye la cruz, herencia del seguimiento de Aquel que se entregó a sí mismo hasta la muerte para que los hombres, sus hermanos, volvieran a entrar en la relación de alianza con Dios (cf., en particular, los sinópticos).

En el anuncio del apóstol Pablo la salvación realizada por Dios en Jesucristo es fundamentalmente apertura misericordiosa de Dios que perdona, acoge y concede una posibilidad nueva de exiStencia en su Espíritu (cf. Rom 35; 8; Gál 5,22-25), pero al mismo tiempo deseo, tensión hacia una plenitud de existencia salvada, en la que el hombre entero (espíritu, cuerpo, mundo) se verá impregnado del poder vivificante y santificador del Espíritu divino y vivirá plenamente en Dios y Dios en é1 (cf. especialmente Rom 8,18ss; 1 Cor 15,28-30). Sin embargo, esta plenitud de vida será solamente herencia de aquellos que sigan ya desde ahora las huellas de Cristo doliente (cf. Rom 8,31-38; 1 Cor 1).

La teología cristiana a lo largo de los siglos ha reflexionado en el anuncio de la salvación del hombre en Cristo, privilegiando algunos de sus aspectos particulares según las épocas y sus contextos culturales. La patrística oriental, por ejemplo, anunció la salvación eminentemente como cumplimiento del hombre y del cosmos en la vida de Dios a través de Cristo, verbo encarnado, que llegó a la gloria de la resurrección (divinización); en esta perspectiva más amplia y más radical es en donde se incluye el momento de la redención del mal y de la corrupción. La reflexión teológica de los Padres occidentales, por el contrario, habló preferentemente de la salvación en Cristo como perdón del pecado y remisión de sus consecuencias temporales y eternas por parte de Dios, mediante el ministerio de la Iglesia, reconstitución de las relaciones espirituales vivificantes con Dios a través de la mediación de Cristo, acogida en la fe vivida dentro del espacio de la comunidad eclesial como comunidad de salvación.

Esta línea, que inició Tertuliano y que luego siguieron Cipriano, Agustín y Gregorio Magno, fue elaborada de manera sistemática por Anselmo y llegó a través de la gran Escolástica hasta nuestros días. La Reforma en particular le dio un gran impulso por el hecho de que puso en el centro de la experiencia salvífica y de la teología la temática de la justificación del pecador mediante la gracia de Dios por la fe; recordemos la pregunta de Lutero: "¿Cómo encontraré a un Dios que tenga misericordia de mí?". En ambas tradiciones teológicas se puede observar una palpable pérdida de sensibilidad por la dimensión histórica, social y política de la positividad de existencia/salvación que Jesús trajo y si8ue trayendo al hombre con su venida y su presencia en el seno de nuestra historia.

La teología contemporánea, a pesar de que no se olvida de las dimensiones de la salvación recogidas y meditadas por la larga n grande tradición cristiana, y valoradas también de maneras distintas en todas las tradiciones religiosas del mundo, se ha empeñado en exaltar principalmente este último aspecto. El motivo principal de este empeño tiene que verse en la orientación cultural fundamental del mundo moderno, que circunscribe el deseo humano de una vida cumplida, feliz y salvada dentro del horizonte de la historia, con la convicción de que solamente podrá realizarse esto con las fuerzas y los instrumentos humanos. En diálogo crítico con esta orientación antropológica inmanentista de nuestros día, los teólogos contemporáneos se han empeñado en destacar algunas de las dimensiones de la salvación bíblico-cristiana que estaban olvidadas y en señalar otras nuevas, contenidas al menos implícitamente en el dato de fe, con la finalidad de ofrecerlas todas al hombre de nuestro tiempo. Sobre este trasfondo hay que leer el compromiso misionero del Vaticano II, que nos ofrece una profunda y amplia teología de la salvación cristiana, y la intención más honda de algunas corrientes teológicas contemporáneas (teología de las realidades terrenas, teología de la historia, teología de la esperanza, teología política, teología de la liberación), que son substancialmente todas ellas otras tantas formas de la teología de la salvación para el mundo de hoy. La «teología de la liberación" del Tercer Mundo, más allá de sus límites que no podemos discutir en estos momentos, intenta particularmente ser sobre todo una teología que estudia el paso de lo negativo de la esclavitud (cultural, social, religiosa, etc.) a lo positivo de la libertad. Se comprende como teología de la salvación cristiana, como teología de la vida verdadera, plena y auténtica del hombre, prometida, garantizada y querida por el Dios de la vida, que se ha revelado en Jesucristo nacido, activo en la historia, crucificado y enriquecido con la plenitud de la vida divina en la resurrección, dándosenos en él como Aquel que salva, puesto que quiere que va desde ahora, en la vida del individuo "en las relaciones humanas, comience a ser realidad aquella autenticidad de vida que encontrará su plenitud en los cielos nuevos" y en la tierra nueva que nos tiene prometidos.

G. Iammarrone

Bibl.: A. González Montes, Salvación. en DTF, 1301-1310; G. Gutiérrez, Teología de la liberación, Sígueme, Salamanca 1972; L, Boff, Gracia y liberación del hombre, Cristiandad, Madrid 1978; B. SesboUé, Jesucristo, el único mediador, 2 vols" Secretariado Trinitario, Salamanca 1990-1993; G, Greshake, El hombre y la salvación de Dios, en K, H, Neufeld, Problemas y perspectivas de teología dogmática, Sígueme, Salamanca 1987, 253-284.