PUEBLO DE DIOS
VocTEO
 

La lengua hebrea indicaba al pueblo israelita sobre todo con 'am y goy que al principio eran prácticamente sinónimos, a no ser que se quiera ver en goy la presencia de ulteriores elementos, por ejemplo de tipo territorial y político. Los dos términos indican una estructura sociológica estable, que tiene en la sangre el vínculo fundamental.

En el uso veterotestamentario llegan a distanciarse, de manera que el término 'am conoce una teologización progresiva hasta indicar "el pueblo de Yahveh" ('am Yahveh), distinto de los goyim, que son los otros pueblos, sobre todo los que no invocan el nombre de Dios y son por tanto impíos y paganos.

Esta distinción se refleja en la traducción de los Setenta, en la que goy se traduce la mayor parte de las veces por ethnos, o sea, io mismo que en el Nuevo Testamento, los "gentiles". A su vez, 'am se traduce preferentemente por el griego laós, el "pueblo de Dioso hecho tal en virtud de la elección divina y de la alianza pactada con Yahveh. Israel nace como «pueblo de Dios» por la acogida de la Palabra pronunciada por el Señor «en el monte, de en medio del fuego» (Dt9,10; 10,4).Así pues, Dios es el principio unificador de este pueblo.

La expresión afirma además el vínculo estrecho, como de parentesco, con el que Dios se vinculó a Israel. En el Nuevo Testamento esta expresión se aplica a la Iglesia. El texto principal es el de 1 Pe 2,9- 10 (una especie de mosaico de trozos sacados de Isaías y de Oseas), pero se acepta también comúnmente que esta noción está en la base de toda la eclesiología paulina (L. Cerfaux). Se conserva también en la eclesiología patrística, para indicar la dignidad sacerdotal de los cristianos (Orígenes).

Sobre todo los Padres latinos deducen de aquí una concepción dinámica e histórica de la Iglesia: peregrina en la tierra. Sin embargo, después del siglo V, esta expresión sólo quedó en el lenguaje de la liturgia. Más aún, en la Edad Media se llegó a señalar con esta expresión a los fieles laicos como distintos de los clérigos y de la jerarquía.

Sin embargo, el Catecismo Romano hablará de la Iglesia como populus fidelis per universum orbem dispersus.

En el siglo xx la noción de «pueblo de Dios» volverá a afianzarse en eclesiología. Entre los teólogos que más y mejor han contribuido a su formulación está el exegeta L. Cerfaux, al que hay que afiadir a H. Schlier, R. Schnackerlburg y A. Oepke (entre los protestantes). Entre los dogmáticos vale la pena destacar los nombres de A. Vonier, M. D. Koster, H. Schauf M. Schmaus e Y Congar. En el ámbito del derecho, K. MOrsdorf.

La noción de pueblo de Dios es primordial en la eclesiología del concilio Vaticano II y es la noción que guía la Constitución dogmática Lumen gentium, que le dedica un capítulo entero.

Los valores de esta noción eclesiológica pueden indicarse así: la idea de pueblo de Dios expresa con suficiente claridad la continuidad entre Israel y la Iglesia; describe el carácter de historicidad de la Iglesia; contribuye a superar toda forma de individualismo y sujetivismo; contiene un alto valor antropológico "(pueblo mesiánico,": LG 9); indica a la Iglesia como pueblo entre los pueblos; sirve para aclarar la dignidad común de todos los cristianos (cf. LG 32); hace posible una articulación más adecuada entre Iglesia universal e Iglesias particulares; ayuda a comprender mejor los diversos modos de pertenencia a la única Iglesia.

Lógicamente, lo mismo que todas las nociones e imágenes, tampoco la de «pueblo de Dios» puede expresar adecuadamente el misterio de la Iglesia.

En particular es necesario vincularla a la otra noción de Cuerpo de Cristo, de la que es complementaria. Pueblo de Dios y Cuerpo de Cristo son dos nociones eclesiológicas estrechamente vinculadas entre sí. Por una parte, el ser "Cuerpo de Cristo» especifica la peculiaridad de este pueblo de Dios y, a su vez, el que este Cuerpo sea «pueblo de Dios» defiende esta noción de ciertas tendencias espiritualistas y de lo que se ha denunciado como un «monofisismo» eclesiológico. No puede haber auténtica teología del pueblo de Dios sin teología del Cuerpo de Cristo; pero tampoco la teología de la Iglesia-Cuerpo de Cristo es auténtica cuando se desarrolla sin conexión con la de Pueblo de Dios. Así pues, las dos son la premisa indispensable para una correcta descripción del misterio de la Iglesia como koinonía-communio. Dentro de la teología del pueblo de Dios surge la afirmación del "sacerdocio común de los fieles» (cf. LG 10-12), que debe entenderse como participación en el sacerdocio de Cristo. Es ésta la novedad cristiana radical, que nace con el bautismo, se desarrolla con la confirmación, tiene su apoyo y complemento dinámico en la eucaristía y su expresión en toda la existencia del cristiano. Este sacerdocio es "común» y "universal», ya que afecta a todos los bautizados y compromete su vida entera, expresándose como participación en el triple oficio sacerdotal, profético y real de Cristo. LG 10 recuerda la distinción "por esencia y no sólo de grado» entre el sacerdocio común y el sacerdocio ministerial o jerárquico.

La noción de pueblo de Dios tuvo el mérito indudable de ayudar a los cristianos en la autoconciencia renovada que maduró la Iglesia en el Vaticano II.

En el posconcilio se ha lamentado un cierto uso impropio de la misma, debido entre otras cosas a sugestiones políticas y colectivistas: algunos se inclinaban más bien hacia su carácter popular y se mostraban reticentes sobre su origen "del Altísimo» y poco explícitamente cristológico; en otras ocasiones se ha concebido esta noción de forma acentuadamente penumatológica: es lo que observaron algunos durante la II Asamblea extraordinaria del sínodo de obispos (1985). Sin embargo, la solución a estas dificultades difícilmente puede encontrarse en una nueva marginación de esta noción, sino más bien en su articulación con otras muchas, junto con las cuales expresa la realidad y la misión de la Iglesia.

M. Semeraro

Bibl.: 1. Ellacuría, Pueblo de Dios, en CFC, 1094- 1 1 12; O. Semmelroth, La iglesia, nuevo pueblo de Dios, en G. Baraúna (ed.), La Iglesia del concilio Vaticano JJ 11, Barcelona 1966, 456-461; J A. Estrada, Del misterio de la Iglesia al pueblo de Dios, Sígueme, Salamanca 1988; J Ratzinger El nuevo pueblo de Dios, Herder, Barcelona 1972.