PREDESTINACIÓN
VocTEO
 

Designio eterno y amoroso de Dios de hacer al hombre partícipe de su naturaleza divina en el Hijo y de recapitular todas las cosas en Cristo mediante la Iglesia.

En el Antiguo Testamento no aparece la palabra «predestinación"; la idea más cercana es la de elección. Dios quiso en su benevolencia escoger libremente a un pueblo, sin constricciones ni condicionamientos humanos, La elección de los patriarcas, así como la del pueblo hebreo, desconcierta las categorías humanas; Dios muestra que su plan de salvación es totalmente suyo. La elección de Israel es una llamada a la alianza con Dios y los nombres de los elegidos están escritos en el «libro de la vida" (Éx 32,32; Dn 12,1; Sal 69 29). En el Nuevo Testamento, en los sinópticos aparece la idea del Reino como comunión del hombre con Dios.

El Padre ha preparado un reino para los elegidos desde toda la eternidad (Mt 25,34; 20,23). También en Juan aparece el tema de la predestinación en relación con los discípulos que el Padre ha «dado" al Hijo y que nadie «arrebatará de su mano" (Jn 10,27. 17,12). La doctrina de la predestinación es desarrollada particularmente por Pablo en Ef 1,3-12 y Rom 8,28-30. Dios nos ha elegido desde antes de la creación del mundo para ser santos e inmaculados en el amor y nos ha predestinado a la adopción de hijos suyos en Cristo (Ef 1,4-5). Dios ha llamado, justificado y glorificado a los que ha predestinado para que sean conformes a su Hijo (Rom 8,28-30). Así pues, el fundamento de la predestinación es la voluntad insondable de Dios que tiene misericordia con quien quiere y endurece al que quiere (Rom 9,18). La iniciativa divina no elimina la libertad humana y, si Israel ha sido reprobado, esto se debe a su incredulidad (Rom 10,21). Sin embargo, el designio de Dios es que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad ( 1 Tim 2,4). La elección universal de Dios trasciende toda distinción de pueblos y su misericordia se extiende a todos- los que lo invocan (Rom 10,12-13). Por eso la predestinación a la salvación es universal, gratuita y eficaz. El planteamiento de Pablo es cristocéntrico y eclesial, en cuanto que se ve a la humanidad en sus relaciones constitutivas con Cristo (Ef 4,7- 16).

Agustín profundizó en el tema de la predestinación en su lucha contra los semipelagianos. Según Agustín, la predestinación es «la presciencia de Dios y la preparación de sus beneficios, mediante los cuales se salvan con seguridad todos los que son salvados» (De dorto perseverartiae 14,35). Agustín supo conjugar dos enseñanzas aparentemente opuestas de la Escritura: la gratuidad de la predilección divina por los elegidos y el amor de Dios a todos los hombres. En sus últimos años Agustín propuso una interpretación exegética restrictiva del trozo paulino de 1 Tim 2,4 (De praedestinatione sanctorum 8,13). Dios posee una gracia que ningún corazón podría rechazar, pero no se la da a todos y permite que algunos se pierdan. Sin embargo, Agustín no enseñó nunca la predestinación a la perdición; afirmó que los pecados son objeto de la presciencia divina, pero no de la predestinación; que Dios es justo y no puede condenar a nadie sin culpa. Agustín considera además los aspectos pastorales de la predestinación: puesto que es desconocida para el hombre peregrino, está destinada a evitar tanto la presunción como la desesperación (In Joh. 53,8) y a fomentar la oración, la confianza y la acción (De dorto persev. 16,39; 22,59). Santo Tomás trata el tema de la predestinación a propósito de la providencia, definiéndola como el designio de Dios que ordena a la criatura racional hacia el fin de la vida eterna, el cual supera totalmente las posibilidades humanas (S. Th. 1, q.23, a. 1).

En el período postridentino se encuentran dos tendencias teológicas fundamentales a propósito de la predestinación: la molinista, que resalta más bien la libertad del hombre y considera que la predestinación de los adultos a la vida eterna sigue a la previsión de sus méritos (posc praevisa merica), y la que sostiene Báñez en sintonía con los escotistas, que subravan la gratuidad absoluta de la predestinación a la gloria (ante praevisa merita) y la eficacia intrínseca de la gracia.

El Magisterio de la Iglesia ha condenado la doble predestinación a la salvación y a la perdición, en el concilio de Arlés (473) (DS 335) y en el de Orange (529) (DS 397). En el siglo IX, el concilio de Quiercv (853) afirma contra Godescalco de Orbais que los que se salvan son salvados por un don de Dios, mientras que los que se pierden, se pierden por su propia culpa (DS 623). El concilio de Trento afirma contra Huss, Wycliff y sobre todo contra Calvino que no hay una predestinación al mal (DS 1556; 1567). Frente a la doctrina de los reformadores, según la cual cada uno tiene que creer en su predestinación, establece que no hay ninguna certeza infalible de ello, a no ser por una revelación particular de Dios (DS 1540). El motivo de esta incertidumbre reside en la posibilidad que tenemos de rechazar el amor que Dios ofrece a todos los hombres.

La teología contemporánea pone de manifiesto una doble problemática: por una parte, el error de considerar la causalidad divina y la humana como dos fuerzas competitivas, sin tener en cuenta que la gracia no elimina la libertad, sino que la afianza y la desarrolla. Por otra parte, la necesidad de establecer un vínculo más estrecho entre la predestinación de Cristo y la del hombre, en cuanto que el hombre está llamado va desde antes de la creación del mundo a convertirse en hijo de Dios en Jesucristo. En esta perspectiva se subraya además la predestinación de toda la humanidad a la salvación: el resultado de la existencia terrena de cada individuo se verificará solamente en el juicio universal. La predestinación general y la particular se diferencian solamente en el hecho de que esta última incluye la colaboración concreta del hombre con Dios, prevista eternamente por él.

E.C Rava

Bibl.: K. Rahner, Predestinación, en SM, Y, 527-535; L. Serenthá, Predestinación, en DTI, 111, 876-895; A, Milano, Predestinación, en DTDC, 1119-1132: M. LOhrer, Acción de la gracia de Dios como elección del hombre, en MS, 1111, 345-359; L. Boff, Gracia y liberación del hombre, Cristiandad, Madrid 1978; A. Alonso, De la predestinación divina, studium, Madrid 1964.