PALAMISMO
VocTEO
 

El palamismo es una doctrina teológica espíritual centrada en la idea de la "divinización" del hombre y en la distinción en Dios entre la esencia inaccesible y las «energías increadas» en las que participan las criaturas racionales para ser divinizadas.

Como dice el nombre, esta doctrina va ligada a la persona de Gregorio Palamas (1296-1359). Este personaje, nacido en Constantinopla, después de sobresalientes estudios humanísticos se hizo monje, primero en su ciudad natal y luego en el monte Athos, donde tuvo como maestro, entre otros, al gran hesicasta Gregorio Sinaíta. En 1347 fue consagrado metropolita de Tesalónica. Murió el 14 de noviembre de 1359. Fue canonizado en 1368 por su amigo y admirador el patriarca de Constantinopla Filoteo Kokkinos.

Pasó gran parte de su vida escribiendo obras en defensa de la espiritualidad hesicasta (ver hesicasmo), que en aquel período se presentaba en la Santa Montaña con algunas características inconfundibles. Los hesicastas tenían como objetivo último contemplar la «luz divina» Para llegar a ello, el hesicasta, retirado en el silencio y la penitencia, tenía que repetir. la oración de Jesús («Señor Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí»). Decía la primera parte inspirando y la segunda expirando. Se enseñaban ademas métodos de autoconcentración de tipo oriental, como el de tener la mirada fija en el ombligo. Poco a poco el hesicasta tenía la sensación de una bienaventuranza y se sentía rodeado de rayos de una inefable luz divina, de aquella misma luz increada que había iluminado a los apóstoles en el monte Tabor. Este modo de vivir y esta enseñanza no era aceptada por algunos intelectuales bizantinos influidos por la escolástica latina. Uno de ellos era Barlaam de Céilabria, un monje de origen calabrés, al que se añadió más tarde Gregorio Akíndynos y Nicéforo Gregoras, Aquel acusaba a los hesicastas de ser mesalianos, pero luego la polémica se desplazó hacia la distinción que hacían los hesicastas entre la esencia de Dios incomunicable y las energías divinas increadas comunicables. Para Barlaam y Akíndvnos, en Dios no se podía dar esta distinción debido a la simplicidad de su naturaleza: cualquier cualidad que no se identificase con la naturaleza de Dios y con las tres divinas personas era una cosa creada. Afirmaba, además, en línea con la filosofía aristotélico-tomista, que el conocimiento de Dios no puede ser una participación de Dios, sino un conocimiento «indirecto», por analogía con los seres creados. Entre los hesicastas y sus adversarios empezó entonces una larga polémica que se complicó más aún con la desastrosa guerra civil entre la aristocracia capitaneada por Juan Cantacuzeno, con la que se aliaban los hesicastas, y la regente Ana de Sabova, sostenida por el pueblo y por los adversarios del hesicasmo.

Palamas defendía con sus numerosas obras la espiritualidad hesicasta, desarrollando y profundizando la distinción entre la esencia divina y las energías divinas increadas. Para él y para los hesicastas, todo conocimiento de Dios, que es al mismo tiempo participación de Dios (deificación) es una «gracia» de Dios, que no puede tener su origen en los seres creados. En efecto, Dios es el absolutamente Otro, incognoscible, inalcanzable en su esencia. Nos hace partícipes de su naturaleza divina por medio de sus energías divinas increadas. Éstas no son otra cosa sino Dios viviente que, a pesar de seguir siendo trascendente e inefable, consigue por pura gracia llegar a nosotros y transformarnos en él. Esta doctrina fue «canonizada» por el sínodo de Constantinopla del 1341, que condenó a Barlaam y consagró la doctrina palamita. Las energias divinas no son consideradas por este concilio como emanaciones divinas o un Dios disminuido: son la vida divina tal como se la da Dios a sus criaturas; y son Dios, puesto que en su Hijo él se ha entregado verdaderamente a sí mismo por nuestra salvación. «Mientras que Barlaam traza una línea divisoria absoluta entre lo eterno y lo temporal, en el sistema de Gregorio Palamas existe entre Dios y el hombre un elemento intermedio y mediador, que procede de Dios y se comunica al hombre. De esta manera el sistema hesicasta expresaba la aspiración fundamental de la espiritualidad griega, que había caracterizado a la actitud de la Iglesia bizantina durante las controversias cristológicas y durante el conflicto sobre el culto a las imágenes: la aspiración a colmar el abismo entre lo terreno y lo ultraterreno» (G. Ostrogorsky).

En último análisis se puede decir que Palamas se vio inducido a introducir la distinción en Dios entre la esencia y las energías creadas comunicables, para salvaguardar la doctrina tradicional de la «divinización» del hombre por medio de la gracia de Cristo sin admitir, como hacía la escolástica latina, la existencia de una gracia creada «inherente» al hombre. El rígido apofatismo de la tradición greco-bizantina (Dios absolutamente incognoscible e incomunicable) se abría hacia el hombre, que puede conocer y comunicarse realmente con Dios (methexis), siempre que el Señor lo alcanza y lo transforma en él a través de las divinas energías increadas, distintas de su esencia inefable, incognoscible e incomunicable. Lo que ya no convence tanto de la doctrina palamita es su intento de identificar esta participación en las energías divinas con la luz tabórica que envolvió a los apóstoles en el monte de la transfiguración.

El palamismo se convirtió en la doctrina oficial de la Iglesia griega. Discípulos de Palamas fueron el místico Nicolás Cabasilas, el canonista Simeon de Tesalónica, el antiunionista Marcos Eugenio. Para los bizantinos y luego para los ortodoxos en general, especialmente para los de lengua griega, el palamismo representa el elemento de diferenciación entre el mundo ortodoxo y el latino. En cierto sentido la ortodoxia se identifica hoy con el palamismo.

Y Spiteris

Bibl.: Gregorio Palamas. en ERC, Y, 1165: M. M. Garijo Guembe, Palamismo, en DTDC, 1029-1042; Y Lossky Teología mística de la Iglesia de oriente, Herder Barcelona 1982: A. Santos, Espiritualidad ortodoxa, en Flors (ed.). Historia de la espiritualidad, Y Barcelona 1969, 87-120.