PADRE, PADRES DE LA IGLESIA
VocTEO
 

La palabra "padre» (pater derivado del sánscrito pitar) tiene diversos ámbitos de aplicación. En la Biblia el término aparece referido a Dios y expresa temor, amor y confianza en él Ser supremo. En sentido natural indica al que ha engendrado un hijo y, más ampliamente, a los antepasados según la carne hasta Adán ("Adán, la primera criatura, padre del mundo»: Sab 10,1).

En el judaísmo se les atribuye a los antiguos testigos y beneficiarios de las promesas y de la alianza sinaítica de Dios ("el Dios de nuestros padres"), empezando por Abrahán. La palabra "padre» conoce además un sentido metafórico, por ejemplo, en relación con el autor de alguna cosa (Job 38,28), con el iniciador de una forma determinada de vivir (Gn 4,20-21), con aquel que hace de consejero o de maestro (cf. Mt 23,8-10) y con el que se cuida paternalmente de otro, como en el caso de Pablo que con su predicación del Evangelio se convierte en padre de todos los que ha evangelizado ("aunque tuvierais diez mil maestros en la fe, padres no tenéis muchos: he sido yo quien os he hecho nacer a la vida cristiana por medio del Evangelio»: 1 Cor 4,14-15). En 1 Tim 5,1 se le atribuye a los ancianos.

El hecho de considerar la iniciación y la instrucción en la fe como una real paternidad espiritual llevó a atribuir la calificación de "padre» a los obispos, lo mismo que se había hecho antes con los apóstoles (1 Clem. 62, 2).

En la edad subapostólica, la relación entre la enseñanza y la paternidad se encuentra ya en el Martyrium Policarpi 12, 2, donde aparece por primer vez el término "padre» referido a Policarpo de Esmirna ("He aquí el doctor de Asia, el padre de los cristianos»).

Ireneo por su parte aclara que "el que ha sido adoctrinado por otro con la palabra se dice hijo de aquel que lo adoctrinó y él se dice su padre" (Adv. hael, 41, 2) En el 177 vuelve a aparecer este término en la carta de los cristianos de Lyón a Eleuterio, obispo de Roma (Ettsébio, Hist. eccl. 4, 2). En su forma de "papa" resulta usual en los títulos de algunas cartas dirigidas a Cipriano (cl, Epist 8, 23, 30, 31). El hecho de encontrarlo ordinariamente en el título de las cartas indica honor y respeto, pero también se encuentra en otros lugares con el mismo carácter de deferencia). A partir del siglo IV el uso de este término se extendió a todos los que, aun sin ser obispos, se consideraban como representantes autorizados de la Tradición eclesiástica: posteriormente se aplicó también a los iniciadores y legisladores de la vida monástica y a los ascetas. Usado en plural empezó a designar a los obispos reunidos en concilio, dotados de autoridad para transmitir e ilustrar la fe. En efecto, así se denomina a los 300 obispos presentes en el concilio de Nicea. Desde este momento, en las controversias teológicas la autoridad de los Padres conciliares y de cada uno de los "obispos» dotados de autoridad teológica constituirá una referencia constante. La ortodoxia o heterodoxia de una doctrina se medirá por su enseñanza. En la carta que Capréolo de Cartago dirigió a los obispos reunidos en el concilio de Éfeso (431) leemos: "Para ejemplo de la posteridad es preciso que se mantenga todo lo que los Padres ya han definido. En efecto, todo el que quiera que lo decretado sobre el sistema católico dure para siempre tiene que confirmar su opinión, no ya en su propia autoridad, sino en el voto de los ancianos" (Documento 61: Schwartz 1, 2, 60). El concepto de "padre», tanto en sentido particular como colectivo, que se impondrá en la Iglesia de los primeros siglos se refiere, por tanto, a aquellos que, a nivel de fe o de disciplina marcaron la vida de la comunidad católica. Cuando el monje Vicente de Lérins (t antes del 450) se pregunta en el Commonitorium (Memorial, por el 435) "si existe un método seguro, universalmente válido y, por así decir, constante, que nos permita distinguir la verdadera fe católica de las mentiras de la herejía» (Comm. 2), la respuesta será positiva y se basará en tres "notas" fundamentales: "...mantenerse firmes a lo que ha sido creído en todas partes, siempre, por todos" (Com. 2).

A partir de este principio el recurso a los Padres es fundamental. Pero en ese caso hay que precisar quiénes deben considerarse como "Padres". Vicente lo hará en los términos siguientes: "Son los que han enseñado constantemente y han permanecido siempre en la fe: los que murieron fieles a Cristo o tuvieron la fortuna de morir por él" (Comm. 28). En el Commonitorium 3, Vicente los caracteriza por su antigüedad, la ortodoxia de su doctrina, la santidad de su vida y la aprobación por parte de la Iglesia en la que vivieron y murieron. La perspectiva en la que se les coloca ya en los primeros siglos es prevalentemente la dogmática y doctrinal. Nos ofrecen un testimonio de ellos las Actas del concilio de Éfeso (431), a las que van unidos algunos extractos de textos de los "santísimos y devotísimos Padres y obispos y de diversos mártires» (docs. 54-59. Schwartz, 1, 2): pero también Agustín apelará con frecuencia al testimonio doctrinal de los Padres, sobre todo con ocasión de la disputa con los donatistas y los pelagianos (cf., por ejemplo, Op. incompl. contra Iulianum, 1, 34,59. 1V 72: etc.).

En esta línea de apelación, pero también de fijación y de delimitación de la categoría "Padre» tendrá una notable importancia el Decreto, surgido a comienzos del siglo VI, De libris recipiendis et non recipiendis, falsamente atribuido al papa Gelasio 1. Además de la lista de libros canónicos y de concilios ecuménicos, este decreto presenta también una lista de los autores aceptados en la Iglesia católica, es decir, la primera lista de los que deben ser reconocidos como "Padres». La influencia que este documento espurio ejerció en la Edad Media fue muy notable, sobre todo en lo que se refiere a la transmisión de los textos.

La definición de "padre» que ofrece Vicente de Lérins siguió siendo" clásica» durante muchos siglos (ortodoxia, santidad, aprobación de la Iglesia, antigüedad), pero se presta a varias críticas. Si se considera que el concepto de "ortodoxia» fue elaborado en época posterior a aquella en la que vivieron muchos Padres, resulta antihistórico y anacrónico aplicarles una norma o un "canon" que sólo se impuso más tarde.

En este sentido, es típico el ejemplo de Orígenes, que no se mereció el título de "Padre", bien porque algunos de sus seguidores o de sus adversarios aislaron, asumieron y absolutizaron ciertos aspectos de su pensamiento, ignorando el carácter dialéctico de su "teología de búsqueda", o bien porque se aplicaron al pensamiento del doctor alejandrino unos criterios de ortodoxia que sólo se afirmaron más tarde.

No menos anacrónico resulta el criterio de aprobación por parte de la Iglesia, desde el momento que impone estructuras posteriores, no siempre homogéneas a un período determinado. En efecto, fuera del mundo grecolatino ha habido Padres sirios, coptos, persas, armenios, casi ignorados. La nota de la "antigüedad», finalmente, resulta tan discutible como las anteriores: en efecto, ¿cómo valuar y a partir de cuándo aplicar ésta, que es una norma histórica y no teológica?

El carácter opinable de las notas fijadas por Vicente de Lérins, junto con el criterio introducido por la Reforma protestante de considerar a los Padres a partir de su atención y conformidad con la sagrada Escritura, llevó a revisar la definición de los mismos. Así es como se entienden los diversos intentos de restablecer la categoría de "Padres». F. Overbeck (Uber die Anfange der patristischen Literatur, en Hist. Zeitsch. 48 [ 1822] 418) propuso considerarlos desde un punto de vista "histórico-literario» más atento a la historia de los estilos y de las formas. A. Mandouze, en el tercer congreso intemacional de Estudios patrísticos de Oxford ( 1959) volvió a definir a los Padres como "los autores de los primeros siglos cristianos, invocados universalmente como testigos directos o indirectos de la doctrina cristiana o de la vida de la Iglesia en una época determinada». El protestante A. Benoit aplicará la categoría de "Padres" "a los exegetas del período en el que estaba unida la Iglesia, es decir, desde los orígenes hasta el cisma de Oriente..., testigos de la comprensión que tuvieron los primeros siglos cristianos de la sagrada Escritura ». La perspectiva bíblica aquí señalada puede parecer que deja en la penumbra el papel de los Padres, entendidos como " los testigos privilegiados de la tradición» (Congregación para la educación católica, Instrucción sobre el estudio de los Padres de la Iglesia en la formación sacerdotal, 11, 18). Esta dificultad se superará entendiendo las dos fuentes de la revelación, la Escritura y la Tradición, en un sentido no restringido ni dualista. El concepto de exégesis tendrá que comprender entonces no sólo un modo de leer e interpretar la Escritura, sino también de predicarla y de formular a partir de ella, la doctrina y la moral cristiana. Por otro lado, el sentido de la Tradición no debe verse en el sentido de añadir "nuevas verdades'" a las enseñadas por la Escritura, sino en el de ofrecer la clave de lectura, el principio de inteligencia, el "clima eclesial» en el que hay que leer la Escritura. Con estas precisiones, la definición de los "Padres» como los exegetas de la Iglesia todavía unida, o bien como los testigos privilegiados de la Tradición, sólo se distingue por la acentuación de los diversos aspectos. En ambos casos queda a salvo el carácter central de la «palabra de Dios», que los primeros autores cristianos asumieron para «valorar» la vida cristiana, pero que ellos intentaron además «inculturar» y desarrollar en su aplicación a las nuevas situaciones, dando así origen a la «ciencia teológica» (cf. Instrucción, 11, 25).

L. Padovese

Bibl.: A, Hammann, Patrología y Patrística, en DPAC, 11, 1711-1717; Íd., Padres. Padres de la Iglesia, en DPAC, 11, 1643; . Madoz, El concepto de la Tradición en san Vicente de Lérins, Roma 1933; H. von Campenhausen, Los Padres de la Iglesia, 2 vols., Cristiandad, Madrid 1974; L. Padovese, Introducción a la teología patrística, Verbo Divino, Estella 1996,