OBEDIENCIA
VocTEO
 

1. La alianza.- La alianza sugiere el modo de vivir plenamente la obediencia. La criatura que ha entrado en contacto directo con Dios obedece a su amor y a sus leyes.

Jesús, a través de su palabra de vida, propone de nuevo la autoridad-obediencia dentro del espíritu de la alianza, que él renueva perfeccionándola.

Toda su existencia tuvo como única intención uniformarse a la voluntad del Padre IJn 8,29. 16,32), hasta sentirse una sola cosa con él (Jn 10,30).

2. La comunidad primitiva.- La comunidad primitiva mantuvo su fe en la enseñanza caritativa del Señor Jesús. Aceptó la obligación de tender a vivir la obediencia de manera ideal como respuesta a la Palabra, como sumisión a la voluntad de Dios en Jesucristo, como participación-continuación de la obediencia de Cristo. La obediencia entra en la historia salvífica sólo si es una manera de unirse a Dios en Cristo según las indicaciones de la nueva alianza.

3. Autoridad-obediencia en la comunidad eclesial.- La autoridad-obediencia en la comunidad eclesial están ancladas en Cristo (2 Tes 3,14), para llegar a Dios Padre (Hch 6,7. ,Roml,5, Tes 1,8). Este don del Espíritu, que capacita para obedecer a Dios en la propia intimidad, se comunica al alma a través de la participación en el misterio pascual, que prácticamente se verifica en la recepción de los sacramentos. En virtud del bautismo, el yo va adquiriendo lentamente una transformación radical; se convierte en un ser resucitado; se califica como espíritu: se hace uniforme con la vida caritativa; adquiere la capacidad de permanecer en unión de intimidad con el Señor.

4. El Vaticano II - El Vaticano II dice que la autoridad humana tiene que ser cada vez más transparente a la voluntad divina, de forma que la misma obediencia de los creyentes pueda expresarse y orientarse como sumisión inmediata a Dios Padre en Jesucristo. La autoridad-obediencia refleja la índole escatológica de toda la vida cristiana (LG 42). «En los obispos, asistidos por los presbíteros, está presente Jesucristo, sumo pontífice, en medio de los creyentes» (LG 21; CD 2). La jerarquía, al hacer presente a Cristo, no hace más que facilitar una auténtica obediencia cristiana entre los fieles, obediencia que puede definirse de esta manera: «ofrecer directamente a Dios la plena entrega de la propia voluntad como sacrificio de sí mismo» (PC 13). El Vaticano II, señalando una perspectiva ideal de la autoridad eclesial, no ha pretendido negar las posibles deformaciones de las situaciones existenciales autoritativas, Cristo está presente en la jerarquía, aunque sus titulares pueden ser intermediarios y representantes indignos.

El concilio es consciente de las limitaciones del hombre, incluso cuando está revestido de lo sagrado. El Vaticano II recomienda a todos los que ejercen la autoridad que "no apaguen el Espíritu» (LG 12) y que sean conscientes de que toda la comunidad tiene siempre necesidad de purificación (cf. LG 8. UR4 7).

El' Vaticano II dirige un discurso análogo a los fieles sobre el deber de la obediencia. Recordando cómo tienen que vivir acatando inmediatamente al Señor, les recomienda que se preserven ante todo de la ilusión de estar iluminados de forma carismática y que no deben creerse autosuficientes en su caminar hacia el Señor Al mismo tiempo les invita a recordar que están en posesión de Cristo, evitando vivir en el servilismo a los superiores : « Hermanos, vosotros habéis sido llamados a la libertad» (Gál 5,13).

El Vaticano II reconoce repetidas veces la vocación del cristiano a la libertad (LG 9. GS 39, 42): «Lleva a una libertad más madura a los hijos de Dios» (PO 15). La autoridad debe ejercerse como humilde servicio y no como dominio: "El que quiera ser grande entre vosotros, que se haga siervo vuestro» (Mt 20,26; Rom 11,13; LG 24, 27, 32). De manera semejante los cristianos son obedientes cuando, siguiendo el ejemplo de Cristo y hechos conformes a su imagen, obedeciendo en todo a la voluntad del Padre, se consagran con toda su alma a la gloria de Dios y al servicio del prójimo (LG 4142).

La autoridad se confiere dentro del dinamismo pascual, con el empeño concreto de purificarse cada día del propio egoísmo radical y con la convicción de que así se ofrece a los demás a través del «servicio» a la redención de Cristo.

El cristiano sabe que la obediencia vivida como señaló el concilio no disminuye su dignidad personal, sino que la lleva a su desarrollo pleno, ya que acrecienta su libertad de hijo de Dios (cf. PC 14). El que obedece, posee la verdadera libertad, la paz, el gozo de quien cumple la voluntad de Dios. Y -añade la Escritura- da gozo también a Dios: «El Señor se alegrará... por ti, haciéndote feliz..., cuando obedezcas a la voz del Señor tu Dios, guardando sus mandamientos...» (Dt 30,9-10). «Si observáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he observado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he dicho esto para que mi gozo esté en vosotros y vuestro gozo sea pleno» (Jn 1 5, 1 0- 1 1 ).

A.A. Tozzi

Bibl.: T Goffi, Obediencia, en NDE, 1002-1015: íd., Obediencia y antonomía personal, Mensajero, Bilbao 1969: A, MUller, El problema de la obediencia en la iglesia, Taurus, Madrid 1970: R, Laurentin, La «contestación» en la iglesia, Taurus, Madrid 1970:AA. W , La obediencia en el cristianismo, en Concilium 159 ( 1980), número monográfico.