MUNDO
VocTEO


La palabra «mundo" recoge una serie diferenciada de sentidos y significados, según la perspectiva que se adopte: en el sentido más empírico designa el conjunto de los seres y de las cosas; una definición técnico-científica lo ve como un conjunto de cosas, estructurado con leyes inmanentes e inherentes a la materia y a los seres, incluido el hombre: en una perspectiva cultural, el mundo se refiere a las estructuras sociales de vida y a las relaciones que las sostienen. En el ámbito del cristianismo, el "mundo" ha significado a veces una realidad contaminante, de la que hay que huir (fuga mundi) para encontrar el verdadero lugar del espíritu, pero también una realidad que expresa una "cristificación" insólita (Teilhard de Chardin).

En el contexto bíblico y del cristianismo primitivo el «mundo" es un hecho concreto, relacionado siempre con un momento histórico determinado: la misma primera comunidad cristiana vive en el mundo y no se imagina la posibilidad de huir de él, de aislarse de él, ni siquiera en los duros períodos de persecución. Sin embargo, esta misma experiencia cristiana no puede ignorar que el mundo está dominado por unas leves y unas relaciones impregnadas íntimamente de mal: Clemente de Alejandría invita a permanecer en el mundo, pero como dominadores del espíritu mundano, emancipados de su mentalidad (Strom. Vll, 3, 18, 2): es decir insertarse en el mundo con una actitud no mundana, sino fermentados por el anuncio de Cristo Resucitado que madura «el mundo nuevo".

A pesar de que no existe en el Antiguo ni en el Nuevo Testamento una cultura de «huida del mundo", a no ser durante períodos limitados y ascéticamente ordenados, en la cristiandad, sobre todo la medieval, se acentúa esta experiencia con tonalidades a veces fuertemente negativas. La ascesis del desierto, presente en el judaísmo esenio y en san Juan Bautista, así como la huida al desierto animada por algunos textos neotestamentarios (Ap 12,6: 1 Cor 10,1 -6), podían constituir exhortaciones válidas para una concepción general que, sin embargo, se manifiesta en el cristianismo mucho más tarde.

Esta tendencia coincide con la " libertad de la Iglesia" (siglo iv) y con el aburguesamiento gradual de la experiencia cristiana, asimilada o identificada cada vez más tenazmente con la del Estado: para evitar esta decadencia, llegó la respuesta radical de los anacoretas y de los monjes, que apelan a veces en tonos exagerados a la realidad escatológica del Reino. y, a pesar del peligro de constituir una comunidad fuera de la sacramentalidad eclesial, esta experiencia alcanzó profundidades espirituales que enriquecieron a la Iglesia. El abandono del mundo fue una opción dictada por el amor de Dios y por la voluntad de atestiguar lo esencial/escatológico, es decir, una apelación a los interrogantes últimos que deben articular la vida del cristiano. Desde Oriente hasta Occidente esta huida del mundo se concretó en la invitación a entrar en un monasterio: desde este momento, se desarrolló una teología espiritual, de significado totalmente monástico, en la que la misma llamada a la gracia mediante el bautismo viene a reducirse a la «vocación"/llamada en el ámbito de una experiencia concreta, que no era todo el contenido del cristianismo.

A esta tendencia condenatoria del mundo se enfrenta la limpia experiencia de Francisco de Asís, con quien la misma expresión arquitectónica y la imagen espacial rompen aquel silencio oscuro de las iglesias medievales para abrirse a la luz exterior, que no violenta el espacio interior, sino que se proyecta en él con la tibieza del vidrio hecho historia sagrada. El salto longitudinal del gótico, pero sobre todo su intención de diafanidad, representan no sólo una evolución artística, sino también y sobre todo esa opción pastoral de los franciscanos que se abrían al mundo para consagrarlo, compartiendo sus afanes. El mundo, en la experiencia y en la visión cristiana de la época moderna y contemporánea, se configura unas veces como lugar de conflictividad, otras como cántico al Creador: muchas veces se ha acentuado la soledad del hombre dentro de él, cuando la experiencia secularizante ha marginado a Dios o cuando un psicologismo perverso ha anulado en el hombre el sentimiento de relación. El binomio hombre-mundo se ha convertido en lugar de mutuas influencias de interacción necesaria, ya que se trata de un conjunto que proviene de Dios. La incidencia cristiana en el mundo, actualmente, se siente cada vez más como transformación del mundo, liberándolo de la esclavitud del pecado y de la muerte: pero el mismo creyente tiene que sentirse alcanzado por esta libertad si desea atestiguar la fuerza liberadora de Cristo resucitado.

G. Bove

Bibl.: T Goffi, Mundo, en NDE, 990- 1002; R. Guardini, Mundo y persona, Guadarrama, Madrid 1963; P. Roqueplo, Experiencia del mundo, (¿experiencia de Dios? Sígueme, Salamanca 1969; J B. Metz, Teología del mundo, Sígueme, Salamanca 1970,