MINISTERIO
VocTEO
 

La palabra ministerio (del latín ministerium) es la traducción del griego diakonía, y sirve para indicar fundamentalmente la realidad del servicio eclesial. En el Nuevo Testamento se refiere con frecuencia a los apóstoles (Hch 1,25; 20,24; Col 1,7), y en particular al ministerio de la palabra (Hch 6,4), a su misión de servir a los hombres para los misterios de Dios ( 1 Cor 4,1), de cooperar a la acción de reconciliación (2 Cor 5,18-6,1).

Pero ante todo la diaconía es de Cristo: él es el diácono siervo de todos (como dice san Policarpo, Ad Phil. 5,2). Él vino a servir (Mt 20,28; Mc 10,45). En la última cena se viste de siervo y lava los pies de sus discípulos (Jn 13,12-15). El sentido auténtico de su sacerdocio es el de ser una forma de servicio a los últimos (Heb 5,1); y es ésta la forma más eficaz y necesaria, porque, al asumir la naturaleza humana y al hacerse en todo semejante a nosotros, Cristo dio la vida por nuestra salvación. El servicio que Jesús ofrece a los hombres es la confiada entrega de sí mismo al Padre, en un eterno acto de culto que resume toda su vida (Heb 5,7-9).

Cuerpo de Cristo y Esposa suya, la Iglesia participa de la ministerialidad de Cristo. Acoge en sí misma e imita a Cristo como siervo, en la entrega plena a su misión. Son varios los ministerios en la Iglesia de los orígenes, aunque se da cierta vacilación en la terminología: apóstoles (los Doce, Y también Pablo, Bernabé, Silas, Tito, Timoteo), presidentes, profetas, epíscopos, presbíteros, diáconos, pastores. Lo cierto es que ningún ministerio es llamado sacerdocio. Se trata en este caso de un título derivado del paralelismo con el ministerio y el culto del Antiguo Testamento. Todo el pueblo de Dios es sacerdotal Y - sólo más tarde los presbíteros fueron llamados sacerdotes. En las cartas a Timoteo y a Tito podemos descubrir interesantes matizaciones de pensamiento y de lenguaje sobre los ministerios. Para cuidar de las Iglesias que había fundado, Pablo tiene colaboradores prontos a intervenir donde se les necesite. Entre ellos está Timoteo, elegido por indicación de los profetas de la comunidad y confirmado en el oficio con la imposición de manos por parte de Pablo (2 Tim 1.6) y del presbiterio local (1 Tim4,14). Estos colaboradores recibían quizás el nombre de evangelistas (2 Tim 1,5) estaban encargados de la evangelización y la catequesis, de la liturgia, de la asistencia a los pobres y a las viudas. Además, tenían que constituir para la dirección de cada comunidad un colegio de presbíteros (1 Tim 5,17-22; Tit 1,5-9) y de diáconos (1 Tim 3,8-13), Entre los diáconos destaca va, como coordinador de los mismos, un " epíscopo» (1 Tim 3,1-7) (o quizás se trataba del grupo de los presbíteros), con la tarea de vigilar y de presidir a la comunidad.

En el siglo II el obispo adquirió una función cada vez más destacada dentro del presbiterio, aunque en estrecha conexión con el mismo y con toda la comunidad, por la que era elegido. Pero luego recibía la aprobación, con el rito de la imposición de manos, de los responsables de las comunidades cristianas precedentes, manteniendo así una vinculación continua y viva con las personas y el mensaje de los apóstoles. De todas formas, la estructuración actual de los ministerios directivos de la comunidad local con el obispo en su cima, ayudado por el colegio de los presbíteros y de los diáconos, se afirmó con claridad en Antioquía con Ignacio a comienzos del siglo II. Al obispo Y a los presbíteros corresponde la liturgia, sobre todo el ofrecimiento del sacrificio, y la tarea de apacentar la grey. Los diáconos no ejercen un servicio sacerdotal.

Desde la antigüedad existían además varias categorías de fieles con funciones subalternas y no siempre distintas de las de los diáconos. De las listas que tenemos no resulta fácil reconstruir su número y sus funciones. En los Statuta Ecclesiae Antiqua, del siglo y, se nos presentan para la Iglesia de Roma cinco órdenes menores: el subdiácono (que desde el siglo XIII fue considerado orden mayor), el acólito, el exorcista, el lector y el ostiario. La reforma vaticana, con el motu proprio Ministeria quaedam ( 15 de agosto de 1972), los suprimió como órdenes menores. Sólo quedan el acolitado y el lectorado como ministerios instituidos, que no se confieren por ordenación y que por tanto son laicales: los fieles que los ejercen no asumen ya funciones de suplencia respecto al clero, sino que ejercen un derecho basado en el sacerdocio común. Por consiguiente, se ha abierto una nueva perspectiva, que valora ampliamente la ministerialidad propia de la Iglesia pueblo de Dios y que llega a expresarse bien con ministerios instituidos por la Iglesia, bien con ministerios de hecho (en dependencia y en relación con los sacramentos cristianos). El documento Evangelización y ministerios ( 1977) de la Conferencia episcopal italiana ofrece las siguientes características del ministerio no ordenado : sobrenaturalidad de origen (nacen de una vocación que es don y gracia del Espíritu Santo), eclesialidad de fin y de contenido, estabilidad de prestación, publicidad de reconocimiento.

La revalorización de los ministerios laicales es ciertamente fruto de la eclesiología conciliar. En el centro está el sacerdocio de Cristo, único sumo sacerdote, en cuanto que comprende tanto el sacerdocio ministerial como el sacerdocio común de los fieles. Aun participando del único sacerdocio de Cristo y estando por tanto ordenados el uno al otro, difieren entre sí de manera esencial (LG 10). El sacerdocio ministerial se distingue del sacerdocio común por la potestad sagrada que le confiere la sagrada ordenación. Pero también el sacerdocio común es verdadero sacerdocio. De ambos se desprende una rica ministerialidad, que continúa el servicio de Cristo diácono, pastor, sacerdote Y maestro.

R. Gerardi

Bibl.: AA. VV..Ministerio, en CFT 111, 47-70; S. Dianich, Ministerio, en DTI, 111, 515-528; J Lécuyer, Ministerios, Ministros ordenados, en DpAc, 11, 1444-1449; J Delorme, El ministerio y los ministerios según el Nuevo Testamento Cristiandad, Madrid 1975; E. Schillebeeckx, El ministerio eclesial. Responsables en la comunidad cristiana, Cristiandad, Madrid 1983; J. Equiza - G. Puhl, Para vivir el ministerio, Verbo Divino, Estella 1988,