LEY
VocTEO
 

La ley (en hebreo: Torá; en griego, nómos) - es la forma que toma la Palabra de Dios para plasmar pedagógicamente y de diversas maneras (religiosa, moral, cultual, social, higiénica, etc.) la existencia del hombre, en la historia del pueblo de Israel (Éx 21 -23; Éx 13,9ss; Lv 17-26). En la obra deuteronomista la ley es la que recoge todas las prescripciones de Dios que es preciso observar (Dt 27 26). Finalmente, todo el Pentateuco es la ley normativa de Dios (la Torá) a su pueblo por medio de Moisés, junto con otras colecciones de leyes que se encuentran dispersas en el Antiguo Testamento. Muchas de las enunciaciones de estas leyes proceden de una sabia filtración y purificación de códigos legales de las culturas orientales prebíblicas, mientras que algunas de ellas, las más importantes, se remontan a una voluntad explícita de Dios (Éx 20). Así pues, la ley en Israel tiene la función de regular las relaciones entre Dios y el pueblo y entre los miembros del propio pueblo.

Esto quiere decir que Dios desea que su compañero en la alianza sea capaz de comportamientos adecuados a la vocación recibida y a la promesa hecha de ser el pueblo de Dios. Esta nobleza divina es la razón de la observancia de la ley que se encargarán de recordar frecuentemente los profetas, tanto antes como después de la catástrofe del destierro, pero que produce el anuncio de una nueva ley que Dios dará en el futuro (Jr 31,3íss; 1s 40,9. etc.).

En el Nuevo Testamento, el Mesías se muestra en continuidad con el más puro judaísmo, amante de la ley divina, su celoso defensor de las interpretaciones legalistas judías (Mc 2; 7. Mt 5; 11) y sobre todo su cumplimiento final (Mt 5,17ss): Jesús es el nuevo legislador. Muestra el mayor respeto por el decálogo, pero anuncia el doble mandamiento de amor a Dios y al prójimo (Mt 22,37-40) y la regla de oro (Mt 7 12) como quintaesencia de la misma ley es decir, de la nueva manera de relacionarse con Dios y con los miembros del pueblo que Dios se ha escogido. Pero Jesús es sobre todo aquel que sustituye a la antigua alianza con una nueva y eterna, basada en la predicación del Reino y en su sacrificio universal de expiación del pecado de todos los hombres: a partir de entonces está en vigor la ley de la gracia y no la de la circuncisión, en cuanto que él ha asumido sobre sí todo lo negativo del hombre que la ley pone de relieve. Pablo se comprometerá en hacer comprender cómo la antigua ley después de Cristo no tiene ya sentido y es imperfecta; no ha desempeñado más que una función pedagógica, aunque dura, y de testimonio hasta Cristo (Gál 3,24; Jn 1,17). Pablo polemiza contra los cristianos judaizantes, negando que la observancia de la ley antigua pueda tener un significado sálvífico, afirmando incluso que nadie es capaz de observarla perfectamente y que esa ley se ha convertido en símbolo de la condición desesperada del hombre (Gál 3,10); solamente la fe en Cristo salva y hace capaces a los hombres de tener un comportamiento moral y - religioso sobrenatural.

La nueva ley es entonces la presencia del Espíritu Santo (Rom 7,14), dado por Cristo, como sujeto que inspira la nueva vida del hombre. Los santos Padres expondrán la dialéctica de simultánea antítesis y complementariedad entre la ley antigua y la nueva, sin rechazar el Antiguo Testamento y llegando a la primera síntesis teológica, la de Agustín, para quien la ley de gracia que está en vigor desde Cristo es un pródromo de la situación escatológica definitiva. La teología medieval, sobre todo con Tomás de Aquino, elaborará la atribución de la identidad de la ley nueva de la nueva alianza al Espíritu Santo en la Iglesia. El Magisterio afirma que sólo la fe en Cristo hace al hombre como Dios lo desea, mientras que la ley natural y la misma ley veterotestamentaria fracasaron en su intención debido a la injusticia íntima del hombre (DS 1521). Esto no significa la anulación de la antigua alianza, que en sus aspectos más importantes (por ejemplo, el decálogo) sigue poseyendo toda su validez (DS 1536-1568) aumentada por la llegada de Cristo salvador. Esto significa más bien que no es suficiente creer en Cristo de manera abstracta, sino que hay que inyectar la fe en la vida poniendo en práctica los mandamientos de Dios y los preceptos de la Iglesia (DS 1570). Ahora, es decir, después de Cristo y con la ayuda del Espíritu Santo como sujeto íntimo de la vida de los creyentes, es realmente posible observar también la ley antigua.

T . Stamcati

Bibl.: G, Kraus, Ley y evangelio, en DTD, 396-403; J, Auer El evangelio de la gracia, Herder Barcelona 1975; 5, Lyonnet, El amor plenitud de la ley, Sigueme, Salamanca 1981; J Bommer, Ley y libertad, Herder Barcelona 1970; G. Shongen, La ley y el evangelio, Herder Barcelona 1966.