INFIERNO
VocTEO
 

El infierno es la cristalización eterna de la situación de condenación de los que mueren alejados por voluntad propia del plan divino de salvación de la humanidad realizado en Jesucristo. Dios no quiere la condenación de nadie, sino que todos se salven. Cristo salvó ya objetivamente a todos los hombres con su muerte y su resurrección. Es justo, entonces. esperar y desear que se realicen los deseos de salvación de Dios sobre todos los hombres: ésta es la certeza que nos viene del valor universal de la Pascua de Cristo. Pero también es justo hablar del infierno para comprender que el mensaje evangélico no es un optimismo fácil, sino el esfuerzo salvífico realizado por la gracia divina, que requiere la colaboración de la naturaleza humana restaurada, para hacer perseverar al hombre en una fe activa a fin de alcanzar la eterna bienaventuranza, El infierno es entonces la posibilidad negativa de que alguien pueda perder culpablemente la salvación eterna.

El Antiguo Testamento, con el desarrollo del tema del Sheol como residencia común para todos los difuntos hasta ser el lugar de castigo para los impíos, nos ofrece una preparación del tema del infierno. Para indicar el infierno, el término Sheol fue sustituido por el de Ben o Ge HinnOn (Gehena), nombre del valle meridional de Jerusalén en donde en la época pagana se realizaban sacrificios humanos, imitados por Israel (2 Cr 28,3), símbolo de oprobio, que se convirtió en estercolero donde se quemaban las inmundicias de la ciudad. Ya los profetas ven en él el símbolo del futuro infierno (Jer 7 32 1s 66,24). La apocalíptica judía habla ampliamente y en términos muy descriptivos del Sheol como castigo. En el Nuevo Testamento se describe también el infierno, pero con una intención parenética y salvífica; se expone con cierta dureza de lenguaje la posibilidad del infierno, no para provocar un terror inmovilizante, sino para que el hombre sepa que existe esta posibilidad y que se dé cuenta de la seriedad de la invitación constante de Cristo a la metanoia para entrar en el Reino de los cielos.

Primero el Bautista (Mt 3,12), pero luego sobre todo Jesús, hablan en varias ocasiones del infierno como tormento (Mc 9 48), como noche antropológica (Mt 8,i2; 22,13: 25,30), como suplicio del fuego eterno (Mt 18,8; 25 41), como Gehena del fuego (Mt 5,22'29), como horno ardiente (Mt 13,42.50), como situación que hace llorar y rechinar los dientes de rabia por la salvación perdida para siempre por propia culpa (Lc 13,28; Mt 8,12;13,42.50; 22,13; 24,51; 25,30). El Apocalipsis habla del infierno como océano o estanque de fuego y azufre, símbolos de castigo va en el Antiguo Testamento y aplicados ahora a los impíos y al Anticristo como muerte definitiva o segunda (Ap 14,10; 20,10; 21,8; etc.). En Pablo se abandona el carácter descriptivo del infierno, pero se conserva su contenido trágico de pérdida de la herencia del Reino de Dios por no haber aceptado la palabra de la predicación sobre Cristo muerto y resucitado ( 1 Cor 1,18: 2 Cor 4,3) no haber hecho las obras que exige el evangelio (1 Cor 6,10). El infierno va ligado a la parusía de Cristo: en ella los impíos pierden para siempre la visión de Dios (2 Tes 1 ,7 - 1 0).

Desde los Padres hasta los teólogos modernos el dato del infierno no se puso nunca en discusión, a pesar de que se le representaba con unas formas y unos intereses bastante distintos por unos y por otros. El Magisterio ha codificado la existencia real del infierno y su comienzo inmediato después de la muerte para aquellos que se lo merecen, en diversas intervenciones y decisiones doctrinales (DS 72; 76; 801; 852; 858: 1002; 1306; 1351; 1539; 1573), negando la existencia de una apocatástasis final o infierno ad tempus (DS 41 1).

El planteamiento doctrinal resulta bastante mesurado, sin que se especifique nada sobre la condición concreta del infierno, o sea, sobre la modalidad de las penas, de las que se dice sin embargo que no son iguales para todos los condenados (DS 858; 1306); tampoco se habla de la topografta infernal, etc.

La única distinción se refiere al contenido de la pena del infierno que es poena damni, es decir, pérdida perpetua de la visión de Dios, pero también poena sensus, que indica la situación dolorosa del infierno (DS 780) y que prevé la implicación de la corporeidad humana después de la resurrección de los muertos. La teología de hoy prefiere abandonar las cuestiones teológicas, por otra parte insolubles, sobre el lugar del infierno, la modalidad de las penas, el número de los condenados, etc., que tanto estimaba la teología de los siglos pasados, prefiriendo presentar el infierno como aquella situación post mortem, no querida por Dios, sino provocada por el hombre, que puede tener ya su fase incoativa en la historia para cristalizar luego para siempre en la escatología. Así se subraya la importancia de la vida histórica - del hombre en relación con su destino eterno; es en la vida terrena donde se configura la bienaventuranza y la condenación, según se adhiera uno totalmente al misterio de Cristo o se muestre indiferente o -peor aún- contrario al mismo.

Existe, por tanto, la posibilidad de que el hombre se pierda definitivamente, por no alcanzar nunca la estructura antropológica perfecta: y esto ha de anunciarse también hoy, por fidelidad al kerigma integral de Jesús y de la Iglesia apostólica. El infierno es entonces la falta de cumplimiento definitivo, la imperfección eterna del hombre, su fracaso global en cuanto pérdida definitiva de la relación con Dios y con su obra de salvación y de la perfección del hombre. Como tal, el infierno es una situación eterna, irreversible, en cuanto que ese aspecto es consiguiente al alejamiento del hombre respecto a Dios: es un rechazo de Dios que se hace irreversible y del que Dios toma nota, llevando a cabo una ratificación substancial del mismo.

T. Stancati

Bibl.: K. Rahner lnfierno, en SM. 111, 903907. C. Pozo, La retribución del impio, en Teologia del más allá, Ed, Católica. Madrid 1980, 423-462; J L, Ruiz de la Peña. La, muerte eterna. en La otra dimensión, Sal Terrae. Santander 1986, 251-271,