INDIVIDUO
VocTEO
 

La lengua latina traduce con individuum (individuo) el griego atomo en el sentido de «indivisible». De aquí se deriva el significado filosófico que entiende por individuo la unicidad de una realidad particular. De esta manera, individuo es el hombre singular en relación con el género humano. Santo Tomás definía al individuo como algo determinado y que se distingue de los demás: «Así el nombre de Sócrates significa esta carne y esta cara» (5. Th. 1, q. 30, a. 4). En otras corrientes de pensamiento (sobre todo en Leibniz), el individuo no se caracteriza por su indivisibilidad, sino por la infinidad de sus determinaciones. Esta noción se ha utilizado con frecuencia por la metafísica moderna. En realidad, sólo una metafísica del ser parece capaz de respetar la irrepetibilidad ontológica del individuo y de preservar al ser «persona» de las redes de una definición meramente formal y numérica, Sobre esta base « individuo » viene a significar la «persona» (de la que no siempre se distingue) en cuanto ser original, singular e irrepetible, caracterizándola como polaridad dialéctica y permanente de centralidad y de excentricidad: de centralidad, como sede y sujeto de autoconciencia y responsabilidad: de excentricidad, como apertura esencial a la totalidad del ser y de su ineliminable alteridad. «La individualidad -como dice Guardini- es el viviente en cuanto que compone una unidad de estructura. El viviente se distingue en esto de la síntesis de las otras cosas. Tiene necesidad del mundo, de la materia y de la energía del mundo, y es también él una parte de esta síntesis de la materia: pero al mismo tiempo se delimita respecto a esta síntesis y se defiende de la absorción en ella». En su posición de «centro abierto» y como sujeto de actividad y de receptívidad, el ser individual es capaz de elegir y al mismo tiempo tiene la posibilidad de recibir de los otros y del mundo exterior Por consiguienté, en la medida en que se posee a sí mismo, está abierto al otro-distinto-de-él: cuanto más es centro personal e incomunicable, tanto más está abierto a la «vocacionalidad», es decir, a la escucha del «tú». No es la parte de un todo ni un caso o una modalidad particular del ser en general. Esto quiere indicar hasta qué punto es fagocitante la visión idealista absoluta, que asigna al individuo la simple tarea de seguir el juego de la totalidad, absorbiéndolo y diluyéndolo en el espíritu absoluto. En esta perspectiva, el individuo es sólo un momento relativo del trabajo dialéctico del espíritu absoluto, con vistas a la reconciliación totalizante que en definitiva funde. identifica y - volatiliza la identidad individual en aras de la colectividad. Son éstas las formas radicales del idealismo de derechas y de izquierdas, en donde la «comunidad» se convierte en la única realidad necesaria y fundamental para la realización de la Idea, una realidad obtenida a costa de las individualidades concretas.

Frente al totalitarismo de la Idea, S. Kierkegaard afirmó con energía que el cristianismo atribuye un valor infinito al individuo. Captado en una perspectiva dinámica, el ser individual no es una cosa predeterminada o ya cumplida. La individualidad lleva consigo una notable tensión ética, en cuanto que al individuo, sujeto de autoconciencia y de responsabilidad, se le ha confiado la tarea de su propia, concreta y - original realización. Este proyecto no puede realizarse dentro de una clausura individualista. La realización de sí mismo no puede menos de conseguirse mediante la referencia al otro polo de la dialéctica, o sea, en la apertura al otrodistinto-de-él. Sobre todo en clave ética se comprende cómo en esta dialéctica de centralidad-excentricidad la mediación fundamental no puede ser otra cosa más que la libertad.

En una perspectiva más claramente teológica, mirando al Antiguo Testamento, se verá cómo el individuo está determinado en gran medida por su pertenencia al clan, a la tribu, al pueblo. De aquí la importancia que se atribuye a la procreación y a la descendencia. No faltan individualidades representativas o personalidades corporativas, es decir, personas que resumen en sí mismas toda la historia y las vicisitudes de un pueblo, Abrahán, por ejemplo, es el fundador del tronco que recoge en sí a todo Israel. En el Nuevo Testamento las diferencias individuales (sexo, raza, nacionalidad, grupo social) pasan todas a un segundo orden, ya que los cristianos son "uno en Cristo Jesús» (Gál 3,28).

En la historia de la teología el concepto de individuo ha estado muchas veces ligado al de persona y se ha visto implicado en la clarificación de los dogmas trinitario y cristológico. San Juan Damasceno recordaba que los Padres usaban prósopon en el sentido de individuo (Dialectica 43) y este significado está presente en su latinización en persona. En Boecio, la persona es individua substantia de una naturaleza racional. La Iglesia, bien sea en cuanto don que trasciende a los individuos o bien como comunidad de personas, si por un lado no reserva ningún espacio a las diversas formas de individualismo que han ido apareciendo (pensemos en el individualismo salvífico teológico y espiritual en los siglos XVIII-XIX: «salvar mi alma»), por otro lado no sacrifica al ser individual con sus recursos y exigencias. En una correlación justa y equilibrada entre el individuo. y la comunidad, aquel vive en la Iglesia en la medida en que vive la Iglesia. Cuanto más se inserta vitalmente (ontológicamente) en la comunión eclesial, tanto más realiza su propia individualidad. Por tanto, es menester tener presente que, precisamente porque la comunión eclesial n puede asimilarse a la suma numérica de los individuos que la componen materialmente, ni puede identificarse con un simple colectivo de orden sociológico, la Iglesia vive en el individuo y el individuo en la Iglesia. El individuo, como centro abierto a la vocacionalidad, aunque inserto dentro de una comunidad, está sin embargo llamado en primera persona a dar su propia respuesta de fe y a decidir del sentido de la existencia.

M. Semeraro

 

Bibl.: O. Holzherr, El hombre y las comunidades, en MS, 11111, 842-878; J L. Ruiz de la Peña, La dignidad de la imagen: el hombre, ser personal, en Imagen de Dios, Sal Terrae, Santander 1988, 153-212; X. Zubiri, Sobre el hombre, Madrid 1986, 23455; E. Mouniel. Revolución personalista y comunitaria, Madrid 1975.