IGLESIA, MOTIVO DE CREDIBILIDAD
VocTEO
 

Bajo el título de motivo de credibilidad, aplicado a la Iglesia, se intenta recorrer el desarrollo teológico que ha visto en el signo de la Iglesia un instrumento capaz de permitir al creyente hacer el acto de fe con plena libertad.

Como motivación fundamental se sostiene que la Iglesia manifiesta en su desarrollo histórico ciertas características y ciertos valores tan sublimes que revelan su origen divina y que por eso mismo la sitúan como un signo capaz de expresar para todo el mundo la verdad de la revelación.

Este argumento tiene una historia que, de suyo, nos lleva a los primeros siglos del cristianismo. La comunidad primitiva no tuvo reparo alguno en describir su existencia a la luz de algunos principios que ponían en evidencia su novedad de vida respecto al mundo judío y pagano. El texto de Hch 2,4248 (unido a 4,32-35 y 5,12-16) describe la vida de la primera comunidad cristiana al día siguiente de Pascua, fundamentando su fe en Jesús como Señor resucitado. Es verdad que aquella comunidad no sentía la necesidad de presentar su existencia como un hecho extraordinario; lo que le urgía era más bien atestiguar el acontecimiento de la resurrección; su vinculación con Cristo era tan evidente que no se planteaba siquiera la necesidad de justificarla.

Los siglos posteriores, cuando la Iglesia experimenta ya su expansión dinámica y su encuentro con pueblos y culturas siempre nuevas, ven aparecer las primeras justificaciones sobre el origen de la Iglesia. De manera particular Ireneo, Tertuliano, Orígenes y Agustín sostienen su origen divino como un motivo para creer en ella. El motivo de credibilidad que se formula puede resumirse claramente en estas pinceladas de Juan Crisóstomo: «¿Cómo se les habría podio ocurrir a doce pobres hombres, para postre ignorantes, que habían pasado su vida en los lagos y en los ríos, emprender una obra semejante? ¿Habían entrado por ventura alguna vez en una ciudad o en una plaza? ¿Entonces, cómo iban a pensar en recorrer toda la tierra? ¿Quien escribió su vida sin disimular nada, sin esconder sus defectos, afirma claramente que eran pusilánimes y cobardes... Por eso es evidente que, si no lo hubieran visto resucitado y si no hubieran tenido una prueba irrefutable de su poder, no se habrían expuesto a un riesgo tan grave» (PG 61, 34-36). Junto a este motivo se insiste también en la fuerza de los mártires y en la coherencia de su testimonio por amor a Cristo y a la Iglesia hasta la muerte: la sangre de los cristianos es semilla que da vida a la Iglesia, dirá Tertuliano.

También a continuación se desarrolló este mismo argumento en varias ocasiones: Savonarola lo convirtió en su caballo de batalla para apelar a la pureza del comportamiento de los cristianos: Pascal lo asumió en su proyecto de apologética como prueba para creer; Franzelin lo defendió y lo impuso a la atención del concilio Vaticano I.

Efectivamente, fue en este concilio donde se codificó el argumento de la Iglesia como signo y motivo de credibilidad. En la Constitución Dei Filius el concilio afirma: «La Iglesia. debido a su admirable propagación, a su eminente santidad, a su inagotable fecundidad en todos los bienes, debido a su unidad católica y a su invicta solidez, es en sí misma un motivo grande y perpetuo de credibilidad y un testimonio inconfundible de su misión divina » (DS 3013). Como se puede advertir, el concilio, partiendo de la observación de la historia de la Iglesia, enumera cinco elementos que deberían hacer palpable a los no creyentes y a los no cristianos su origen divino. La difusión, la santidad, la fecundidad, la unidad y la estabilidad de la Iglesia son hechos tan evidentes que no pueden discutirse: en consecuencia, la Dei Filius deduce el carácter milagroso y . excepcional que reviste la Iglesia.

El concilio Vaticano II, en su presentación de la Iglesia, ha dado ciertamente un giro en la comprensión del motivo de credibilidad. Insertado dentro de una dinámica teológica más amplia, se recupera este tema a la luz de algunos datos que son fruto de una continua reflexión sobre la Iglesia, hecha en los años que separan a los dos concilios. En primer lugar, hay que indicar que sigue en pie la referencia al signo, pero éste se presenta en el horizonte de categorías más personalistas que favorecen la percepción de lo significado como de un misterio que representa a la misma Iglesia. Además, el concilio ha recuperado la centralidad de Cristo, que en la teología anterior había quedado oscurecida por la presentación de la Iglesia. La credibilidad de la Iglesia surge ahora de la credibilidad de su Maestro y se basa sobre él, Esto significa que la Iglesia se autopresenta principalmente, no ya a partir de sí misma y de las notas que pueden permitir su lectura -como si estuviéramos en presencia de un acontecimiento excepcional o milagroso-, sino más bien dentro de un plan de salvación que permite dinámicamente la realización de la gracia de Dios y de su revelación plena.

En este horizonte se acentúa un doble elemento para el motivo de credibilidad de la Iglesia: su naturaleza y su misión. Con la primera referencia se ofrece de la Iglesia una visión global que la presenta como "una sola realidad compleja» (LG 8), es decir, como "sacramento» (LG 1), o sea, como misterio que sólo se deja conocer plenamente a la luz de la revelación. La nota de «misterio» permite tener de la Iglesia una imagen que la vincula indisolublemente a Cristo, sin quitarle para nada el elemento de su realidad hist6rica. Con la segunda referencia, la Iglesia se presenta por una parte en su debilidad, puesto que sabe que cada día tiene necesidad de purificarse antes de alcanzar definitivamente al Esposo (LG 8); pero por otra parte, da el testimonio de su dedicación plena a su Señor. La teología del Vaticano II reflexiona de este modo sobre el motivo de credibilidad de la Iglesia a partir de su misma naturaleza, pero permaneciendo dentro de la dinámica revelativa que siempre esconde lo que se da a conocer, evitando aquellas formas de extrinsecismo en las que se podía caer más fácilmente en el período anterior.

Con la categoría de «testimonio» se ofrece una nueva posibilidad para expresar la credibilidad de la Iglesia; con ella se recupera una característica que favorece más que cualquier otra, no so1o el encuentro con el destinatario actual, sino también la visión coherente de la imagen de la Iglesia, que es la de permanecer fiel a la misión recibida: anunciar el Evangelio y ser mediación de la revelación entre los hombres hasta el final de los tiempos.

R. Fisichella

Bibl.: A. Antón, La Iglesia de Cristo, Ed, Católica, Madrid 1977; Íd., El misterio de la Iglesia, 2 vols., Ed. Católica, Madñd 1986; S. Pié-Ninot, Tratado de teología fundamental, Salamanca 1989; R. Latourelle, Cristo y la Iglesia, signos de salvación, Sígueme, Salamanca 1971; J Moltmann, La Iglesia, fuerza del espíritu, Sígueme, Salamanca 1978.