EVANGELIO (GÉNERO LITERARIO)
VocTEO
 

Con la Constitución conciliar Dei Verbum se han reconocido los géneros literarios, también en el campo católico, como fundamentales para el mensaje bíblico: «Para descubrir la intención de los hagiógrafos, entre otras cosas hay que atender a los géneros literarios» (DV 12). Así, la constatación de que los cuatro evangelios, recogidos en el Nuevo Testamento, forman parte del mundo histórico de la biografía clásica, de una manera totalmente anómala, ha hecho surgir el nuevo género literario del «evangelio». En efecto, una primera confrontación entre la historia evangélica y la historia clásica grecorromana, como la de Polibio, Tucídides, Jenofonte, Tito Livio. Suetonio, obliga a los estudiosos a replantearse el tipo de narración presente en los evangelios. Se puede sostener que nos encontramos ante un género narrativo o «diegético,,; pero, ¿de qué narración se trata? Además, ¿cuál es el criterio de composición y cuáles son? 

Por vía de las finalidades narrativas, negación, se puede señalar que en los evangelios no se da suficiente espacio a los orígenes y a la personalidad de Jesús. Más aún, si no fuera por «los evangelios de la infancia» (Lc 1-2: Mt 1-2), Jesús se presentaría como un meteoro en la historia de los hombres: Marcos no vacila en introducirlo de este modo, comenzando con el bautismo (cf. Mc 1 ,9- 1 1). Además, aunque se siguen publicando estudios sobre la psicológica y sobre la afectividad de Jesús, quizás los datos que aparecen en los evangelios son demasiado vagos para reconocer el fundamento de esos estudios. Al contrario, se puede observar cómo, por ejemplo, Plutarco con sus Vidas paralelas se muestra particularmente interesado por la paideia y por la psicología de sus personajes. Lo mismo vale para la reconstrucción espacio-temporal de la vida de Jesús, tal como nos la trazan los evangelios: los elementos son demasiado vagos y a menudo contradictorios si los comparamos entre sí; por eso, los intentos de identificar los lugares y de cronometrar las etapas de la vida de Jesús, a través de una concordancia de los evangelios, suelen acabar en un fracaso. De hecho, resulta sorprendente que, mientras que en el evangelio de Juan Jesús se dirige varias veces a Jerusalén (cf Jn 5,1: 12,12), en el de Lucas sólo hace un viaje a Jerusalén. Y a su vez, si atendemos al material sinóptico, no resulta coherente, sobre la base de los cánones de la biografía clásica, el dato de que en Lucas el viaje de Jesús a Jerusalén ocupe el espacio considerable de 10 capítulos (9,51-1946), mientras que en Mateo (19,1-20:34) y en Marcos (10.11-52) se narre en pocos capítulos. Podríamos afirmar que uno de los principios fundamentales de la historiografía clásica, como es la unidad de espacio y de tiempo, queda continuamente marginado en los evangelios. Si luego nos empeñamos en valorar la identidad de los diversos personajes de la narración, nos encontramos con un fenómeno  análogo: ¿cómo es que un milagro tan importante como la resurrección de Lázaro, que nos narra Jn 1 1,1-44, ni siquiera se menciona en los evangelios sinópticos ?

Podríamos continuar poniendo  ejemplos para demostrar que la historiografía de los evangelios, aunque no niega la historia, presenta unas características totalmente originales. Por eso se prefiere hablar cada vez más del género literario « evangelio », que habría nacido ex abrupto con el evangelio de Marcos (cf. Mc 1,1). Este género estaría constituido por la historización o la narración del kerigma central del cristianismo: Jesús muerto y resucitado por nosotros. En efecto, aunque los evangelios no niegan el valor histórico de la vida de Jesús, lo que se proponen es motivar, mediante la misma historia, la conversión de los oyentes de todos los tiempos. En la práctica, mientras que Pablo, sobre todo con sus «grandes cartas» (cf. Rom, Gál, 1 Cor, 2 Cor), se propone «demostrar» el contenido y las implicaciones del kerigma, los evangelistas pre8eren narrar ese kerigma. Pero este nuevo género literario no se propone solamente contar el kerigma para mover al lector a la conversión; el evangelista y su comunidad formulan en su relato su profesión de fe. Por eso, su función narrativa no resulta externa respecto al contenido de los evangelios, como sucede a menudo en la biografía clásica, sino que asumen un papel «inclusivo», ya que son «testigos» del kerigma. En de8nitiva, la fe en Cristo constituye el punto de partida, el dinamismo de la trama narrativa y la 8nalidad persuasiva de los evangelios.

Por otra parte, surgen interrogantes  sobre la legitimidad misma del género literario «evangelio». En primer lugar, el mismo término «evangelio» (buena nueva) no se entendía al principio como uno escrito, sino como un anuncio oral: no se trata de un fenómeno escrito, sino verbal (cf. ya 15 52,7. Sal 96»2.10). Habrá que aguardar al siglo II d.C. con Ireneo (Adv. haer. 111, 1, 1) y sobre todo con Justino (Apol. 1, 56, 3) para reconocer la acepción de « escrito» para el término «evangelio».

Pero prescindiendo de la cuestión de  léxico, Pablo no vacila en poner sus demostraciones epistolares bajo la denominación global de «evangelio»: no es  causal que el tema general de las Cartas a los Romanos y a los Gálatas se defina como « evangelio » aunque no contienen narraciones sobre lo que dijo o hizo Jesús (cf. Rom 1,16-17; Gál 1,11-12).

 Además, al aplicar el término «género literario» a los evangelios, de hecho no tenemos testimonios internos o externos que hagan pensar en un nuevo género en la literatura helenista.

Si se define el «género literario» como la convergencia de elementos de contenido, de estilo y de estructura que puedan reconocerse en varios textos, no resulta tan seguro que los evangelios que han llegado hasta nosotros se presenten como tales. En efecto, el evangelio de Lucas se diferencia no sólo del evangelio de Juan, en cuanto sinóptico, sino también del de Marcos y del de Mateo, tanto por su estilo como por su estructura y su contenido. La verdad es que parecen estar más cerca del género literario «evangelio» los Hechos que el mismo evangelio de Jn.

            Finalmente, si nos adentramos en el problema de los elementos estilísticos y  estructurales como característicos de un género literario, resultará bastante complejo establecer los datos convergentes, al menos para los evangelios sinópticos. Partiendo de una consideración inversa, se puede fácilmente observar que los géneros literarios de la «parábola», del «milagro», de la «vocación» presentan ciertos elementos formales y estilísticos innegables dentro de las variantes menores de toda exposición evangélica. Pero, ¿se puede hablar del género literario «evangelio» de la misma manera, por ejemplo, con que se habla del género «parabólico»? Una manera, quizás no muy convincente, de resolver el problema se encuentra en la consideración del género literario «evangelios» como la síntesis única de otros géneros literarios menores que aparecen en las narraciones evangélicas. Tras un análisis bibliográ8co de la cuestión, podemos decir que, si la expresión «género literario evangelio» parece adquirida, su de8nición sigue siendo vaga» hasta el punto de que crea más problemas de los que resuelve.

No obstante, aun sin caer en el escepticismo de B. Croce, según el cual los géneros literarios representan, en último análisis, una acción hermenéutica de la crítica contemporánea, quizás convenga distinguir los horizontes en los cuales se dibujan los géneros literarios. En efecto, es preciso valorar ante todo los horizontes en los que se dibuja el género literario que tiene en cuenta el propio autor en la formación de su obra, aunque luego se muestre bastante libre en su redacción (cf. el género epistolar, o bien el forense o el deliberativo). Los mismos manuales clásicos atestiguan su presencia. Pero es muy distinto el género literario que un conjunto de textos hace surgir del análisis hermenéutico de los estudiosos. Así, por ejemplo, puede haber géneros literarios que no dependan directamente de la conciencia literaria del autor; y el género de la «diatriba» podría ser uno de ellos. Finalmente, también es distinto el género literario que el mismo exegeta reconoce a partir de una perspectiva propia, constatando que se encuentra ante unos fenómenos literarios originales.

 Por tanto, sin llegar al escepticismo  de cuantos consideran el género literario como una ficción exegética, quizás nuestros evangelios pertenezcan a la última categoría, sobre todo debido a su compleja formación redaccional, aun cuando la misma denominación de «evangelio» como género literario siga siendo problemática.

 A. Pitta

 

 Bibl.: J. Delorme, De los evangelios a Jesús,  Mensajero, Bilbao 1973; M. Dibelius, La historia de las formas evangélicas, Institución San Jerónimo, Valencia 1984; B. de Solages, Cómo se escribieron los evangelios, Mensajero, Bilbao 1975; Ph. Vielhauer, Historia de la literatura cristiana primitiva» Sígueme, Salamanca 1991; R. Aguirre - A. Rodríguez Carmona, Evangelios sinópticos y Hechos de los Apóstoles, Verbo Divino, Estella 21994; C. Vidal Manzanares, Diccionario de Jesús y los evangelios» Verbo Divino, Estella 1995.