EUCARISTÍA
VocTEO
 

 Es el sacramento central de la Iglesia, centro de culto Y de la vida cristiana. En su etimología griega, eucaristía significa « acción de gracias, agradecimiento»; el Nuevo Testamento la utiliza para traducir el término hebreo bemkah (bendición). La berakah, que los judíos pronuncian sobre todas las cosas, es un acto de fe y de confesión del  nombre de Dios. Es una alabanza entusiasta basada en la admiración por aquel que ha realizado maravillas increíbles. En la bendición solemne al final de la comida, los judíos daban gracias por el alimento que habían tomado. en el que veían un signo de la bondad del Creador que comunica su vida a los fieles, y por la tierra prometida que lo había producido, signo de aquella salvación que Dios había asegurado a su pueblo. Así pues, la berakah bíblica se basa en el recuerdo (anámnesis) de los beneficios extraordinarios recibidos, y se apoya en una confianza absoluta en el Señor. El evangelista Lucas, al hablar de la última Cena de Jesús, nos dice que, después de haber dado gracias (eucharistésas}, tomó el pan, lo partió y se lo dio a los apóstoles (Lc 22,19). También antes había dado gracias sobre el cáliz, Encontramos esta misma expresión para el cáliz en Mt 26,27 y en Mc 14,23). En 1 Cor 11 se utiliza el verbo eucharistéo (v. 24) para la acción de gracias sobre el pan. El substantivo "eucaristía" pasó luego, a partir del siglo II, para designar todo el rito.

La eucaristía es el sacramento central del septenario sacramental, ya que es el sacramento que hace presente al mismo Cristo. Pero es un sacramento complejo, ya que la Cena del Señor es ante todo el memorial eficaz de su único sacrificio, el rito sacramental que actualiza la Pascua. Pero ha sido instituido para la Iglesia para permitirle recibir, mediante la comunión, el fruto del sacrificio de su Señor, uniéndose a él en la ofrenda al Padre. Por eso la eucaristía es al mismo tiempo e indisolublemente el signo sacramental eficaz que hace presente el sacrificio de Cristo y su Persona, su Humanidad, su Cuerpo y Sangre, para que lo recibamos en comunión. Es al mismo tiempo sacrificio y sacramento. Cristo es el sacerdote invisible, que se sirve del ministro visible como instrumento; es víctima sacrificial, que se hace presente sacramentalmente en los signos del pan y del vino; es alimento para los creyentes que participan de la comunión.

Celebrando "en memoria" de Jesucristo el sacramento de su Pascua, la Iglesia revive en la fe el acontecimiento de su muerte y resurrección, fundamento perenne de la nueva alianza, da gracias al Padre por lo que hace por los hombres mediante su Hijo. proclama que la obra de salvación ha llegado a su cumplimiento en Jesucristo, el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. Pero si la eucaristía es un memorial en el que se actualiza la Pascua del Señor lo es no tanto en función de Cristo, en el que ha tenido su cumplimiento perfecto y perenne «la obra de la redención humana y de la perfecta glorificación de Dios,)  (SC 5), sino en función de la Iglesia, como su principio y desarrollo, a fin de hacerla participar cada vez más de aquel misterio de gracia. El misterio pascual, en su forma de memorial, se «repiten entonces en el tiempo, para llegar a cada uno de los hombres y a cada una de las comunidades, de modo que la salvación pase de la Cabeza que la realizó a cada uno de sus miembros.

La asamblea eucarística, memorial del Señor muerto y resucitado, es lo que es en virtud del Espíritu de Jesús, que la congrega y unifica. El Espíritu Santo hace de la eucaristía la experiencia fundamental de la Iglesia. Suscita la presencia del Cuerpo Único de Cristo, sacramental y místico, y el de la comunidad que participa en ella. Es lo que pide la Iglesia: «Santo eres en verdad, Señor, fuente de toda santidad; por eso te pedimos que santifiques estos dones con la efusión de tu Espíritu, de manera que sean para nosotros Cuerpo y Sangre de Jesucristo, nuestro Señor... Te pedimos humildemente que el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo Sangre de Cristo" (Misal romano, Segunda plegaria eucarística). Para que finalmente la eucaristía se realice como Pascua de la Iglesia, en toda su plenitud y en toda su verdad, es necesaria la comunión, que no es un añadido al memorial de la Iglesia, sino que se identifica con él, va que es en esa comunión donde el memorial recibe verdaderamente su actuación: lo traduce y le hace alcanzar su objetivo, va que la eucaristía es por su naturaleza una comida pascual, un banquete en el que hay que participar. La víctima inmolada es para el alimento, y por tanto para el crecimiento y la realización de la Iglesia: comiendo de un solo pan y bebiendo de un solo cáliz, los fieles sé convierten en la «ofrenda viva", asimilados a Cristo, la victima pascual.

Pero el que no participa de la comunión bloquea la orientación intrínseca del memorial-banquete. va que el Señor dejó su cuerpo entregado para ser comido, su sangre derramada para ser bebida: comiendo y bebiendo, se cumple la memoria del Señor como acogida en la fe y como adhesión a las cosas maravillosas que Dios ha realizado por los hombres.

Cuando celebra la eucaristía y se alimenta del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, la Iglesia forma un solo cuerpo con Aquel que se ha convertido para nosotros en redención (cf. 1 Cor 1,301) se sumerge en la resurrección que es la fuerza universal de la salvación (Flp 3, 21); es la Esposa, asociada a su Señor en el misterio de la salvación. Todo el misterio de la salvación está contenido en la eucaristía (S. Th. 111, q. 83, a. 41;) y la ofrenda del sacrificio de la misa, plena reactualización sacramental del misterio pascual, es el culto más alto y perfecto dirigido a Dios. Por eso la celebración de la misa, acción de Cristo y del pueblo de Dios ordenado jerárquicamente, constituye el centro de la vida cristiana; y, en consecuencia, todas las demás acciones sagradas y todas las actividades de la vida cristiana se encuentran en íntima relación con ella. La eucaristía, si es el centro de la vida cristiana, llega a ser también el centro de la Iglesia local; la Iglesia saca de ella su continuo alimento y su fuerza: en la comunidad, que se reune para la celebración eucarística, se hace presente el mismo Cristo, y la participación en su Cuerpo y Sangre no hace sino que nos transformemos en lo que recibimos. La eucaristía es, por tanto, sacramento de unidad, auténtica acción cultual sacerdotal, celebrada en la común ofrenda sacrificial de todo el pueblo de Dios, estructurado jerárquicamente: el ejemplo por excelencia de esta unidad, nos recuerda el Vaticano II, se tiene «en la participación plena y activa de todo el pueblo santo de Dios en las mismas celebraciones litúrgicas particularmente en la misma eucaristía, en una misma oración, junto al Único altar donde preside el obispo, rodeado de su presbiterio y ministros» (SC 41). Se reparte el Único pan para que se convierta en alimento de todos: de esta manera todos se convierten a un solo cuerpo en la comunión del Único Pan de vida, Jesucristo.

En torno a la eucaristía, la Iglesia se recoge en oración para la adoración de Aquel que se conserva sobre todo para el viático. Manteniéndose junto al Cristo Señor en el sacramento eucaristico, los fieles gozan de su intima familiaridad con él y alcanzan un aumento de fe, de esperanza y de caridad, fomentando las justas disposiciones para celebrar el memorial del Señor y recibir frecuentemente aquel Pan que se les ha dado.

R. Gerardi

 

Bibl.: A, Gerken, Teología de la eucaristía, San Pablo, Madrid 1991: F X. Durwell. La eucaristía, misterio pascual  Sígueme, Salamanca 1982; M. Gesteira, La eucaristía, misterio de comunión, Sígueme, Salamanca 1992.