DEUTEROCANÓNICOS
VocTEO
 

"Canon" es el término ya técnico en los manuales bíblicos para indicar la lista oficial de los libros. De aquí los términos protocanónicos y deuterocanónicos, introducidos por Sixto de Siena(+ 1569).

Los deuterocanónicos, cuyo reconocimiento por parte de la Iglesia como libros que tienen a Dios por autor no se hizo universalmente hasta que se superaron algunas incertidumbres surgidas en los siglos III-IV, son siete para el Antiguo Testamento y siete para el Nuevo. Del Antiguo Testamento son deuterocanónicos los libros siguientes: Tobías, Judit, Sabiduría, Eclesiástico, Baruc, 1.a y 2.A Macabeos; en el Nuevo Testamento son: la carta a los Hebreos, la carta de Santiago, la segunda carta de Pedro, la 2.A y 3.a carta de Juan, la carta de Judas y el Apocalipsis. Hay que añadir a ellos algunas perícopas veterotestamentarias: Est 10,4-16,24 (según la versión Vulgata), Dn 3,24-90; 13-14. La Iglesia recibió el catálogo de los libros del Antiguo Testamento de Jesús y de los apóstoles; sin embargo, tiene su importancia determinar cómo se formó el canon veterotestamentario judío y cómo lo aceptaron y transmitieron el mismo Jesús y los apóstoles.

La determinación de los deuterocanónicos, a través de las citas de los Padres apostólicos y de los apologistas, es un acto de Magisterio y de fe de la misma Iglesia.

Desde finales del siglo II hasta finales del siglo V, nos encontramos en los Padres con un importante fenómeno doctrinal: algunos escritores negaron teóricamente la canonicidad de los deuterocanónicos del Antiguo Testamento. Recordemos en primer lugar a Melitón de Sardes (por el 170 d.C.), que, como refiere Eusebio (PG 20, 396), envió a un cierto obispo Onésimo un catálogo de los libros del Antiguo Testamento, en los que omitió el libro de Ester. En el siglo III, Orígenes (PG 11, 461) dice que los cristianos dudaban de un pasaje de Daniel, que no estaba en el canon hebreo, mientras que los "judíos" rechazaban el libro de Tobías. En el Peri archón 4. 33 (PG 11, 407 B) distingue también Orígenes entre los libros reconocidos por todos y los que no todos aceptan. Principalmente en el siglo IV aumentan y se propagan las dudas. Entre los Padres orientales podemos recordar a Cirilo de Jerusalén, Atanasio, Epifanio y Gregorio Nacianceno; en Occidente tenemos a Hilario de Poitiers, que se inspira en Orígenes. Finalmente, en el siglo V tenemos al autor de los Canones apostolorum -obra que generalmente se coloca todavía a finales del siglo anterior (cf. F. X. Funk, Didascalia et constitutiones Apostolorum, 1, Paderbom 1905, 5091)-, al Pseudo-Dionisio, a Rufino y a Jerónimo. San Jerónimo merece una especial atención por su opinión personal dudosa y contraria a contar a los deuterocanónicos entre los libros reconocidos por la Iglesia (en el año 390, en el Prologus in libros Samuel et Malachiam: PL 28, 552-558).

La singularidad del testimonio de san Jerónimo nos permite recoger sintéticamente las razones de estas incertidumbres y de las dudas que tuvieron los mencionados Padres de estos tres siglos. Entre esas razones podemos citar: la polémica con los judíos, en la que los Padres Y particularmente los apologistas tenían que prescindir en sus escritos de los deuterocanónicos, que no admitían los adversarios; el temor de que los libros apócrifos entrasen en el canon y que hacía que en ciertos casos los Padres casi llegaran a identificar a los libros deuterocanónicos con los libros apócrifos; la falta de una definición eclesiástica que sirviera de orientación para todos los cristianos.

Para el Nuevo Testamento en particular hay que recordar la dificultad y la escasez de comunicación entre las diversas Iglesias locales, la difusión de libros apócrifos, la misma falta de una definición por parte del Magisterio eclesial. Además, hay otras causas concretas típicas para los libros deuterocanónicos neotestamentarios, como la brevedad y la importancia doctrinal irrelevante de algunos escritos (cf. 2 y 3 Juan, Judas) y el abuso que algunas sectas heréticas hacían, sobre todo de Hebreos (los novacianos y montanistas se referían a 6,4-6 para negar la posibilidad de la reconciliación de los apóstatas: los arrianos citaban 3,2 y los milenaristas apelaban al texto de Ap 20,46). Para la carta de Santiago estaba el temor de que fuera falsa, mientras que la carta de Judas parecía querer exaltar el libro apócrifo de Henoc (Jds 14; cf Jerónimo, De viris illustribus, 2: PL 23, 646).

Nos parece superfluo recordar que muchos Padres y escritores eran favorables a los deuterocanónicos; hay otros que, aunque no los citan a todos, no manifiestan ninguna duda o perplejidad.

Después de la segunda mitad del siglo V se da una plena unanimidad entre los Padres y los escritores eclesiásticos. La Palabra de Dios escrita está cuantitativamente bien objetivada en su materialidad.

L. Pacomio

 

Bibl.: A. Paul, La inspiración y el canon de las Escrituras, Verbo Divino, Estella 1985; J M. Sánchez Caro, El canon de la Biblia, en A. M. Artola - J M, Sánchez Caro, Introducción al estudio de la Biblia, 11. Biblia y Palabra de Dios, Verbo Divino, Estella 41995, 59135; P. Neuenzeit, Canon bíblico y su história, en SM, 1, 636-645.