CONSTITUCIÓN DE LA IGLESIA
VocTEO
 

Con esta expresión se indica la estructura de la Iglesia en la que se refleja su propia esencia. En nuestro contexto, «estructura" designa un todo orgánico, donde los diversos elementos guardan una relación mutua y se hacen comprensibles siempre y solamente en su referencia al todo. Es obvio que semejante estructura tiene que encontrarse en el Nuevo Testamento fundamentalmente y de una forma irrenunciable, aunque no se le pueda exigir esto en un sentido estrictamente jurídico. En segundo lugar, es justo no confundir la «estructura" de la Iglesia con las múltiples formas concretas de su organización, o bien con sus figuras históricas. En efecto, hay que discernir siempre lo que pertenece al campo de la estructura de lo que, por el contrario, pertenece al de la organización de la Iglesia; también hay que ver cómo y hasta qué punto esa organización remite a la unidad de la estructura. Aquí nos bastará con establecer algunos elementos fundamentales. Entre éstos. el primero que surge del testimonio neotestamentario sobre la constitución de la Iglesia es la existencia de una dignidad igual y común entre todos los bautizados. El concilio Vaticano II recuerda que «es común la dignidad de los miembros por su regeneración en Cristo, común la gracia de hijos, común la vocación a la perfección... Ante Cristo y ante la Iglesia no existe, pues, desigualdad alguna» (LG 32). El segundo elemento, que se deduce del anterior, es la descripción de las mutuas relaciones entre los cristianos mediante la categoría del "servicio", como se lee en 1 Pe 4,10: "Cada uno ha recibido su don: ponedlo al servicio de los demás como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios. La imagen del '"cuerpo» y de los "miembros", expuesta de manera original por san Pablo, expresa con suficiente claridad el sentido de las relaciones entre cada uno de los miembros dentro de la Iglesia: «El cuerpo es uno y tiene muchos miembros...; así también Cristo" (1 Cor 12,12); «ahora bien, vosotros formáis el cuerpo de Cristo y cada uno por su parte es un miembro» ( 1 Cor 12,27). El contexto para el ejercicio de estos servicios mutuos es el amor. El principio "agápico" es realmente, según san Pablo, el mejor camino que supera cualquier otro; y según san Juan, el amor es el signo distintivo de los cristianos (cf. 1 Cor 12,21-13,13; Jn 13,34-35). El tercer elemento que hay que considerar en la estructura de la Iglesia es la existencia de una relación ulterior que puede definirse por la fórmula «algunos-todos». De los testimonios del Nuevo Testamento se puede ver cómo el servicio común está ligado, de forma característica, al servicio de «algunos», cuya responsabilidad es también un ejercicio de autoridad al que «todosn están invitados a someterse. En el centro de estas relaciones " algunos-todos», el Nuevo Testamento presenta un ministerio fundamental que tiene para la Iglesia un valor estructurante y que, de acuerdo con el lenguaje tradicional, podemos llamar «ministerio apostólico». Se organizan en torno a tres funciones-base que componen una unidad concreta y que son un anuncio oficial e institucional de la Palabra, un ministerio pastoral de presidencia y de vigilancia que atañe a la vida litúrgica de la comunidad, a la tutela y al incremento de su vida de fe y de su comunión, a toda una serie de servicios especializados que pueden situarse en la dimensión diaconal.

Esta trilogía es la que puede considerarse como el fundamento de aquella organización que, desde el principio, distingue al único ministerio de institución divina en la tríada episcopado – presbiterado - diaconado.

En su conjunto el Nuevo Testamento muestra una Iglesia estructurada no ya según una forma indiferenciada en la que las funciones desempeñadas por. los cristianos pudieran entenderse como intercambiables, sino más bien según una forma orgánica querida por Cristo que prevé la presencia de ministerios específicos que tienden al bien de todo el Cuerpo eclesial como elementos indispensables para su misma existencia y para su continuo crecimiento (cf. LG 18). En este sentido se habla - tal como indica el título del capítulo III de la Lumen gentium- de una constitución jerárquica de la Iglesia. El significado de esta expresión puede describirse de esta manera: «En orden a apacentar al pueblo de Dios y acrecentarlo siempre, Cristo Señor lnstituyó en su Iglesia diversos ministerios dirigidos al bien de todo el Cuerpo. Porque los ministros que poseen la sagrada potestad están al servicio de sus hermanos, a fin de que todos cuantos son miembros del pueblo de Dios y gozan, por tanto, de la verdadera dignidad cristiana, tendiendo todos libre y ordenadamente a un mismo fin, lleguen a la salvación" (LG 18). En términos generales podemos decir que, "debido a la fundación del ordenamiento eclesial por parte del Señor trascendente y exaltado, que está presente de forma inmanente en la Iglesia y en su obrar como "cabeza del cuerpo" y en el "Espíritu Santo" como Espíritu de Cristo, subsiste un " ordenamiento y un orden de arriba hacia abajo", que sin embargo, en el ámbito humano, no es un ordenamiento de poder, sino de servicio, sin perder por ello su carácter soberano" (J Auer).

Afirmar que la Iglesia tiene una «constitución jerárquica» no equivale ni mucho menos a decir que la jerarquía constituye a la Iglesia. Más aún, «la Iglesia no está verdaderamente fundada, ni vive plenamente ni es signo perfecto de Cristo entre los hombres, mientras junto con la jerarquía no exista y trabaje un laicado propiamente dicho" (AG 21). Efectivamente, los laicos (en este caso, todos los bautizados que no pertenecen a la jerarquía), en virtud de su participación común en el sacerdocio de Cristo que recibieron en el sacramento del bautismo, pertenecen plenamente a la constitución de la Iglesia y, en cuanto titulares de un auténtico ministerio sacerdotal, profético y real, están insertados en su diakonía oficial. «de manera que todo el pueblo de Dios, no solamente la sagrada jerarquía, a niveles diversos, pero orgánicamente convergentes, tiene el honor y la responsabilidad del servicio jerárquico" (B. Gherardini).

Se dirá, finalmente, que a la constitución de la Iglesia pertenece también el « carisma", es decir la efusión gratuita y no ordinaria de aquellos dones con los que el Espíritu asegura su presencia en la Iglesia y su respuesta providencial a sus necesidades particulares. La Iglesia, en último análisis, debe su constitución al Espíritu de Cristo, el cual «con diversos dones jerárquicos y carismáticos dirige y enriquece con todos sus frutos a la Iglesian"(LG 4; cf. n, 12).

M. Semeraro

 

Bibl.: J Auer, La Iglesia, Herder Barcelona 1986; B, Gherardini, La Chiesa arca dell'alleanza, Roma 1979; A. Antón, El misterio de la Iglesia, BAC, Madrid 1986; R, Parent - 5. Dufour, Los ministerios, Mensajero, Bilbao 1994,