CONFIRMACIÓN
VocTEO
 

La confirmación (llamada a veces «crismación») es el sacramento de la iniciación y de la plena incorporación en la Iglesia. En ella el bautizado recibe el don del Espíritu Santo, que fue enviado por el Señor resucitado sobre los apóstoles el día de Pentecostés (Hch 2). Se realizó así la promesa de Jesús: «Vosotros recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines de la tierra» (Hch 1,8).

Pedro y los once comenzaron entonces su misión con el anuncio de la salvación: «Arrepentíos y bautizaos cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo, para que queden perdonados vuestros pecados. Entonces recibiréis el don del Espíritu Santo» (Hch 2,38). En efecto, cuando uno llega a la fe en Cristo después de su ascensión, es necesario que se realice un gesto de inserción en la comunidad de los discípulos que han recibido el «bautismo de la Pascua». Su adhesión al Dios de Jesucristo tiene así un valor sacramental y eclesial.

En Hch 8,14-17 se habla también de Pedro y de Juan, que fueron enviados a Samaría para imponer las manos sobre algunos cristianos, bautizados solamente «en el nombre del Señor Jesús»; cuando los dos apóstoles «les impusieron las manos, recibieron el Espíritu Santo». La inmersión bautismal se completa con la imposición de manos y con una oración, necesaria para la efusión del Espíritu. Aparecen aquí los mismos elementos de « integración» en la comunidad que en el día de Pentecostés. Pero se presentan de una manera bastante distinta: hay una actitud interior (los samaritanos que creen en el mensaje de Felipe: Hch 8,13), dos gestos eclesiales (bautismo e imposición de manos) y finalmente el envío del Espíritu Santo. Mientras que el bautismo fue administrado por el diácono Felipe, el don del Espíritu (fue enviado por medio de la imposición de manos de los apóstoles. Lucas quiere subrayar de este modo que la verdadera Iglesia es la de los apóstoles, y que es necesario ser miembros de una Iglesia unida a la comunidad apostólica de Jerusalén, si se quiere ser verdadera y plenamente cristianos.

En Éfeso (cf. Hch 19,2-6), por el contrario, es el apóstol Pablo el que anuncia del bautismo de Jesús e impone las manos sobre aquellos a los que Apolo había « enseñado con exactitud lo referente a Jesús» (Hch 18,25); pero sólo habían sido bautizados en el nombre de Juan y nunca habían oído hablar del Espíritu Santo.

Los dos episodios que nos refieren los Hechos, leídos sobre el trasfondo del capítulo 2, prueban la existencia en la Iglesia primitiva de un doble gesto de iniciación: el bautismo y la imposición de las manos o de la mano. Ésta se difunde sobre todo en Occidente, pero después del siglo y empieza a perder relieve. La unción con óleo bendecido -usada también para administrar este sacramento- tiene ciertamente un trasfondo bíblico.

Aunque los profetas no eran ungidos realmente con óleo, se les proclamaba «ungidos» (cf. 1s 61 ,1 ), por haber sido consagrados y elegidos por Dios para una misión particular. Este mismo es el lenguaje que aparece en la tradición cristiana: Cirilo de Jerusalén habla de los cristianos como de los «ungidos» consagrados para una misión profética, como lo fue Jesús después del bautismo. Así en Oriente, patria del simbolismo, a finales del siglo II, junto al gesto de la imposición de manos se desarrolla una unción ritual con aceite perfumado, el myron consagrado por el obispo. Más tarde este uso se difundió también por Occidente, pasando a ser el principal. En el gesto de la unción se integró igualmente el signo de la cruz (signatio, sphragis).

Debido a la generalización del bautismo de los niños (y a la imposibilidad por parte del obispo de presidir todas las celebraciones), en Oriente, a partir del siglo IV es el presbítero el que cumple todos los ritos de la iniciación, para mantener la unidad del rito sacramental. Al contrario, en Roma se reservaron al obispo, cabeza de la Iglesia local y signo de unidad, los gestos «conclusivos» de la celebración de la iniciación: la imposición de manos, la unción en la frente con referencia explícita al don del Espíritu, la signatio. Pero la distinción entre el bautismo y la confirmación no dejó de plantear problemas y vacilaciones a la hora de introducirse en la Iglesia de Occidente.

El concilio de Trento definió que la confirmación es uno de los siete sacramentos, que se confiere mediante el crisma y que el obispo es su ministro ordinario (DS 1601, 1628-1630). La LG 26 llama al obispo ministro «original».

La forma actual en el rito romano es la bizantina; con ella se alude al don del mismo Espíritu, recordando su efusión en Jerusalén: «Recibe el sello del Espíritu Santo que se te da como don». Estas palabras acompañan a la unción del crisma en la frente, que se hace con la imposición de la mano.

Es específico de la confirmación el perfeccionamiento del bautismo : una comunicación del « don del Espíritu a los fieles, que en el bautismo fueron regenerados a la vida nueva en Cristo».

Es el don del Espíritu «pentecostal», mediante el cual el confirmado queda introducido oficialmente en la vida y en la misión pública de la Iglesia. En efecto, con la confirmación el cristiano queda estrictamente obligado a difundir y a defender la fe (cf. LG 1 1), como verdadero testigo de Cristo: es la habilitación radical, genérica, pero oficial, para la profesión pública de la fe.

R. Gerardi

 

Bibl.: Secretariado Nacional de Liturgia, El sacramento del Espíritu, PPC, Madrid 1976; A. Adam, La confirmación y la cura de almas. Herder, Barcelona 1992; A. Caprioli, Confimzación, en DTI, 11, 107-120.