AUTORIDAD DE LAS ESCRITURAS

 Se intenta hablar del valor normativo que tienen las sagradas Escrituras en las diversas expresiones religiosas, Por lo que se refiere al cristianismo, la autoridad de la Escritura se confirma en diversos niveles. La tradición de los Padres y la enseñanza ininterumpida del Magisterio y de los teólogos, que llega hasta el concilio Vaticano I, afirma que la Escritura en cuanto texto inspirado contiene la verdad que Dios ha querido dar a conocer al hombre para su salvación y, en cuanto tal, es normativa para la fe de todos y de cada uno de los cristianos (DV 11).

La autoridad de las Escrituras en la  Iglesia se deriva ante todo del hecho de que es la Palabra definitiva de Dios dirigida a la humanidad y hecha "carne" en la persona de Jesucristo (Heb 1 , 1 -31 Como palabra escrita en un contexto religioso, cultural y - lingüístico particular, está sometida a los límites propios de toda expresión humana; sin embargo, el hecho de estar inspirada la sitúa en un horizonte de verdad definitivo  para todo lo que se refiere a la salvación de la humanidad, prometida y realizada en la persona del Hijo de Dios. De todas formas, la autoridad de la Escritura no queda disminuida por la interpretación que hace de ella la Iglesia a lo largo de los siglos (DV 12).

 La Iglesia busca realmente el verdadero sentido que quiso expresar el autor sagrado, intentando superar los límites impuestos por los diversos géneros literarios, sin olvidar que el Espíritu la atiende y la protege en la misma búsqueda de la verdad (Jn 16,13). La autoridad de la Escritura, en virtud de su inspiración, debe considerarse como normativa y no normada: la acompaña también la autoridad de la Tradición, ya que las dos expresan la única Palabra de Dios revelada.

La autoridad concebida de este modo provoca a la Iglesia a progresar en la comprensión de la revelación y a descubrir nuevas formas para poder seguir proclamando la salvación de Jesucristo. Por consiguiente, la autoridad de la Escritura no puede comprenderse como una forma coercitiva de la libertad personal; al contrario, es un don confiado a la Iglesia para que madure en la fe y crezca en la comunión.

 La inteligencia de la fe requiere algunos principios de unificación y de orientación para alcanzar la verdad que se busca; la misma comunión eclesial que se desea atestiguar necesita un ideal al que conformarse para verificar la propia orientación. Así pues, la Escritura se convierte, tanto para la inteligencia de la fe como para la praxis de comunión, en un principio que explicita, confirma y orienta a la realización plena y coherente de la vida de fe eclesial. Constituye, por tanto, el principio de unidad que ofrecen a cada uno las diversas Iglesias en los diferentes contextos culturales, como signo de la «catolicidad» de la fe cristiana.

 R. Fisichella

 

 Bibl.: K, Rahner, inspiración de la sagrada  Escritura, Herder, Barcelona 1970; H. U, von Balthasar Palabra, Escritura, Tradición, en Ensayos teológicos 1 Verbum caro, Madrid 1964,'19-39.