ARRIANISMO 

Arrio nació en Libia a mediados del s. 11 (256/260). Discípulo de Luciano de Antioquía, o al menos en contacto con él, fue admitido entre los clérigos alejandrinos. En tiempos del obispo Pedro de Alejandría (300-311) se adhirió al cisma de Melecio, pero luego se reconcilió con Pedro, que lo ordenó de diácono. Acillades lo ordenó de presbítero y Alejandro le confió la Iglesia de Bau~a1is. En su predicación, Arrio empezó a manifestar algunas de sus ideas sobre la Trinidad, que enlazaban con el adopcionismo y subordinacionismo de Luciano de Antioquía, llegando a negar abiertamente la divinidad del Hijo, su eternidad y su consubstancialidad con el Padre. Después de algunas advertencias en secreto por parte del obispo, Arrio siguió con su predicación y radicalizando sus posiciones entre el 318-320. Los viajes de Arrio a Oriente, contactando directamente con ciertos obispos de la talla de Eusebio de Cesarea, encendieron la polémica en aquella región; intervino entonces el obispo Alejandro con dos cartas a los obispos orientales, en las que explicaba los errores teológicos de Arrio (PG 18, 547-578).

Entre tanto, Constantino había vencido a Licinio, convirtiéndose en el único duefio del Imperio (julio-septiembre de 324). Informado de la controversia, le desagradó todo aquello: la experiencia del donatismo le había enseñado la gravedad de las disidencias internas de la Iglesia y - sus repercusiones sobre la convivencia civil. El emperador en vió enseguida a Alejandría a Osio de Córdoba, con una carta para Alejandro y Arrio, que entre tanto había regresado a su ciudad. La carta es de gran importancia: Constantino habla como hombre político, preocupado por restablecer la paz religiosa; no es de extrañar que se muestre poco interesado por la substancia doctrinal de la controversia, dado que conocía relativamente poco del dogma cristiano, y quizás Eusebio de Nicomedia le había presentado de modo parcial y simplista la controversia. Fracasó la misión de Osio, pero tuvo ocasión de comprender el alcance de la cuestión y, al volver a Nicomedía, fue seguido por Alejandro y por Arrio, que intentaban granjearse el favor de Constantino. Mientras tanto, a finales del año 324, 56 obispos reunidos en Antioquía para la elección del nuevo obispo celebraron allí un concilio en el que condenaron a Arrio y expusieron la verdadera fe en una carta sinodal, que enviaron también al obispo Silvestre de Roma, que la aprobó junto con los obispos italianos. Se imponía un concilio para afrontar definitivamente la cuestión: la idea nació probablemente en la reunión de los obispos en Antioquía y - es fácil que Osio y Alejandro se la propusieran a Constantino; el hecho es que el ejecutor del proyecto fue Constantino, que, por diversas razones, tuvo que replegarse de Ancira a Nicea (325). Aquí se condenó a Arrio. Surgió también la necesidad de elaborar un nuevo símbolo, con la introducción del término homoousios.

El concilio de Nicea fue el primer  concilio ecuménico y supuso, para la Iglesia y la ortodoxia, una gran victoria. Los obispos fueron conscientes de ello durante el concilio y después de él, llamándolo "santo” “grande”, «columna contra todas las herejías». La fe de Nicea habría de durar por siempre, como definición solemne de la fe recibida de los Padres. Los obispos fueron igualmente conscientes de que habían creado una nueva institución, el concilio ecuménico o de la Iglesia universal, adornado de especiales honores, autoridad y derecho; también lo advirtieron los adversarios de la definición nicena, que, mientras vivió Constantino, no se atrevieron a impugnarlo.

Después de las vicisitudes de los reinados de Constancio II y de Valente, el arrianismo pudo ser superado por  completo y se pudo volver a la ortodoxia según la definición de Nicea.

G. Bove

 

Bibl.: M, Simonetti. ArriofArrianismo, en  DPAC, 1, 230-236; Íd., LIl cdsi ariana nel 1V secolo, Roma 1975; R, Williams, Adus. Heresy and Tradition, Londres 1987.