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APOTEÓSICA JORNADA DE ORACIÓN POR LA PAZ |
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La convocatoria había sido dirigida a cuantas personas estuviesen preocupadas por la paz y creyeran en la eficacia de la oración. Fue una Jornada, por tanto, abierta a todos los que quisieron asistir, y a ella estuvieron invitados todos los movimientos de la iglesia de Granada y católicos en general, pero no sólo ellos. Jóvenes y mayores, matrimonios y personas de toda condición, unieron sus voces, cantos y oración silenciosa por la causa de la paz. El compromiso de orar por la paz y de esperar justicia, se refrendó con las actuaciones cotidianas de intentar resolver los conflictos a través del entendimiento y no a través de la agresividad, ser capaces de ponernos en la piel del otro y entender sus razones, no pretender tener siempre la razón, sino ser capaces de ceder, buscar siempre el bien de los más pobres y débiles. EL MUNDO ESTÁ HAMBRIENTO DE PAZ
“El alma que anda amor,/
ni cansa ni se cansa”. Necesitamos el sosiego en la tierra. El
mundo tiene necesidad de paz, de concordia y de Al entrar en la Iglesia de San Francisco hemos sentido esos cirios luminosos, como símbolo de la presencia en medio de nosotros de Cristo, «luz del mundo». De hecho, Cristo nos prometió: «Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18,20). Pero el cirio es igualmente el símbolo de la luz interior del Espíritu Santo, del que tenemos necesidad particular en este momento de oración. Si Cristo «derribó el muro que los separaba, la enemistad» (cf. Ef 2,14), si Cristo «dio en sí mismo muerte a la enemistad» para «reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, por medio de la cruz» (cf. Ef 2,16), ¿cómo puede existir todavía la enemistad en el mundo? ¿Cómo puede existir el odio? ¿Cómo es posible que nos matemos unos a otros?. Para contestar a estas preguntas sólo existe la respuesta de la humilde petición de perdón a los pies de la cruz en la que el Señor está crucificado: para nosotros y para todos. Precisamente por esto, orar por la paz, es también una vigilia de penitencia y conversión. No habrá paz sin este regreso a Jesucristo crucificado a través de la oración, pero también a través de la renuncia a las ambiciones, a la sed de poder, a la voluntad de sojuzgar a los otros y a la falta de respeto a los derechos de los demás. Éstas son, de hecho, las causas de la guerra, como ya enseñaba el apóstol Santiago en su carta: «¿De dónde proceden las guerras y las contiendas entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones que luchan en vuestros miembros?» (St 4,1). CRISTO
ES NUESTRA PAZ Cristo es nuestra paz. Cuando nos alejamos de él -en nuestra vida privada, en las estructuras de la vida social, en las relaciones entre las personas y los pueblos-, ¿qué nos queda sino el odio, la enemistad, el conflicto, la crueldad y la guerra?. Debemos orar para que su «sangre» nos haga «vecinos», es decir, cercanos los unos a los otros, puesto que nosotros mismos sólo sabemos estar «lejos» (cf. Ef 2,13); sólo sabemos darnos recíprocamente la espalda. «Dejémonos, pues, reconciliar con Dios» (cf. 2 Co 5,20), para poder reconciliarnos entre nosotros. Los conflictos que surgen alrededor de nosotros, el hambre, las privaciones, las carencias que afligen y atormentan a tantos seres humanos de un extremo al otro del mundo son un desafío para todos los que se dicen seguidores de Cristo. ¿Acaso muchos desastres no son el reflejo de la lucha que opone el mal al bien, que contrapone la civilización del amor a una sociedad basada en el egoísmo y en la codicia? Cristo nos invita a no dejarnos vencer por el mal, sino a vencer el mal con el bien (cf. Rm 12,21), a construir una civilización en la que reine plenamente el amor y que ponga en primer lugar el respeto al «otro».
Víctor Corcoba CORCOBA@telefonica.net
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